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John se metió en el cuarto de baño de Xhex y se dio una larga ducha, no porque se sintiera sucio sino porque pensaba que eso lo ayudaría a pasar página y olvidarse de lo que había ocurrido.
Después de que ella se marchara, hacía muchas horas, su primer pensamiento había sido negativo. No se iba a decir mentiras: lo único que quería era salir a la calle, a la luz del sol, y acabar de una vez por todas con esa miserable vida de perdedor.
Había tantas cosas en las que fallaba… No podía hablar. Le iba fatal en matemáticas. Su sentido de la moda, si nadie le ayudaba, era un asco. No era particularmente bueno para controlar sus emociones. Y siempre perdía al póquer. Y tenía muchos otros defectos.
Pero fallar en el sexo era lo peor de todo.
Mientras yacía en la cama de Xhex considerando las ventajas de autoinmolarse, se había preguntado por qué el hecho de ser un desastre en la cama le parecía más importante que cualquier otra deficiencia.
Tal vez se debía a que el último capítulo de su vida sexual había terminado por colocarlo en una posición todavía más difícil. Tal vez se debía a que el último desastre todavía era muy reciente.
Tal vez era porque había sido la gota que derramó la copa.
Tal como lo veía, había tenido relaciones sexuales dos veces en la vida y las dos veces habían abusado de él: la primera vez lo habían violado de manera violenta y en contra de su voluntad, y la segunda, hacía unas pocas horas, lo habían violado con su total consentimiento. Después de las dos experiencias se había sentido como una mierda. En el rato que llevaba acostado en la cama de Xhex había tratado de dejar de revivir el dolor de todo eso, pero había fracasado. Naturalmente.
Sin embargo, mientras la noche caía, había cambiado de opinión al darse cuenta de que estaba dejando que los demás le jodieran la cabeza. En ninguna de las dos ocasiones él había hecho nada malo. Entonces, ¿por qué demonios estaba pensando en acabar con su vida cuando él no era el problema?
La respuesta no era convertirse en la versión vampira de un pollo asado.
Mierda, no. La respuesta era no permitir que lo convirtieran otra vez en víctima.
De ahora en adelante, cuando se tratara del sexo, él sería quien tendría el control.
John salió de la ducha, se secó su poderoso cuerpo y se plantó frente al espejo, mientras examinaba sus músculos y su fuerza. Cuando se agarró las pelotas y la polla, sintió el peso de su sexo en la mano y se sintió bien.
No. Nada de volver a ser la víctima de los demás. Ya era hora de superar esa mierda.
John dejó la toalla donde aterrizó en el baño, se vistió rápidamente y se sintió, en cierta forma, más alto cuando se puso el arnés con las armas. Luego agarró su teléfono.
Se negaba a seguir siendo un debilucho y un llorón.
El mensaje que les envió a Qhuinn y a Blay fue corto y al grano: Nos vmos en ZS. M voy a mborrachar y spro q Vsts hagáis lo mismo.
Después de enviarlo, miró su lista de mensajes recibidos. Mucha gente lo había estado buscando durante el día, sobre todo Blay y Qhuinn, que evidentemente le habían enviado mensajes cada dos horas. También había tres llamadas de un número desconocido.
El resultado era que tenía dos mensajes de voz y, sin ninguna curiosidad, entró en el buzón y escuchó, esperando que se tratara de algún humano que había marcado el número equivocado.
Pero no.
La voz de Tohrment era tensa: «Hola, John, soy yo, Tohr. Escucha… Yo, ah, no sé si recibirás esto, pero si lo haces, ¿podrías llamarme? Estoy preocupado por ti. Estoy preocupado y quiero decirte que lo siento. Ya sé que llevo un tiempo portándome como un imbécil, pero estoy de regreso. Fui… Fui a la Tumba. Allá era donde estaba. Tenía que regresar allá y ver… Mierda, no sé… Tenía que ver el lugar donde todo había comenzado para poder volver a la realidad. Y luego yo, ah, anoche me alimenté de la vena. Por primera vez desde… —En ese momento se le quebró la voz y se oyó que tomaba aire con fuerza—. Desde que murió Wellsie. No pensé que fuera capaz de hacerlo, pero lo hice. Me llevará algún tiempo…
En ese punto el mensaje se cortó y la voz automática del buzón le preguntó si quería guardarlo o borrarlo. John oprimió el botón para pasar al siguiente mensaje.
Era Tohr otra vez: «Hola, lo siento, se cortó. Sólo quería decir que siento mucho haberte jodido de esa manera. No he sido justo contigo. Tú también la perdiste y yo no estuve ahí para ayudarte, lo cual me pesará para siempre en la conciencia. Te abandoné cuando me necesitabas. Y… de verdad lo siento. Pero ya no voy a huir más. No me voy a ir a ninguna parte. Supongo que… Supongo que aquí estoy y aquí me voy a quedar. Mierda, estoy diciendo disparates. Mira, por favor llámame y avísame de que estás bien. Adiós».
Se oyó un pito y la voz automática dijo: «¿Desea guardarlo o borrarlo?».
Cuando John apartó el teléfono de la oreja y se quedó mirándolo, hubo un momento de duda, mientras el niño que todavía quedaba en él lloraba por su padre.
Pero luego entró un mensaje de Qhuinn, que lo rescató de ese momento de inmadurez.
Así que John lo borró; y cuando la grabación preguntó si quería volver a oír el primer mensaje, también lo borró.
El texto de Qhuinn sólo decía: «Vale».
Perfecto, pensó John, mientras terminaba de recoger sus cosas y salía.
‡ ‡ ‡
Para ser alguien que no tenía trabajo y sí muchas cuentas por pagar, Ehlena no tenía por qué estar de buen humor.
Sin embargo, cuando tomó forma en el Commodore, se sentía feliz. ¿Acaso tenía algún problema? Por supuesto que sí: si no encontraba trabajo pronto, su padre y ella corrían el riesgo de quedarse sin techo. Pero había solicitado trabajo como sirvienta en casa de una familia de vampiros para salir del apuro y estaba considerando probar en el mundo humano. Buscar algo en el área de la salud era una posibilidad, el único problema era que no tenía una identidad humana confiable y eso le costaría un dinero. No obstante, Lusie estaba pagada hasta el final de la semana y su padre estaba feliz de saber que su «historia», como él decía, le había gustado a su hija.
Y luego estaba Rehv.
Ehlena no sabía adónde irían a parar las cosas con él, pero tenían una posibilidad, y el sentimiento de esperanza y optimismo que eso le generaba iluminaba todos los aspectos de su vida, incluso el jodido asunto de la falta de trabajo.
Al tomar forma en la terraza del ático correcto, Ehlena sonrió al ver los copos de nieve que revoloteaban con el viento y se preguntó por qué sería que cuando nevaba parecía que hacía menos frío.
Cuando dio media vuelta, vio una figura enorme al otro lado del cristal. Rehvenge la estaba esperando y el hecho de que él tuviera tanta ilusión de verla como ella de verlo a él hizo que su cara se iluminara con una enorme sonrisa.
Antes de que pudiera acercarse, la puerta corredera se abrió y Rehv caminó hasta donde ella estaba. Un golpe de viento le abrió el abrigo de piel. Sus ojos amatista brillaron. Su manera de moverse exudaba poder. La energía que despedía era, indudablemente, la de un macho.
Ehlena sintió que el corazón le daba un brinco cuando él se paró frente a ella. Iluminado por el reflejo de las luces de la ciudad, la cara de Rehvenge parecía dura y atractiva al mismo tiempo, y, aunque sin duda debía de tener mucho frío, la invitó a compartir con él su escaso calor corporal.
Ehlena se inclinó hacia delante y le pasó los brazos por detrás, mientras lo abrazaba con fuerza y aspiraba su aroma.
Rehv bajó la cabeza para hablarle al oído:
—Te he echado mucho de menos.
Ehlena cerró los ojos y pensó que esa frase era tan perfecta como si hubiera dicho «te amo».
—Yo también a ti.
Cuando Rehv se rió con satisfacción, ella pudo sentir no sólo el sonido de la risa sino el rugido que produjo en su pecho. Y luego él la abrazó con más fuerza.
—¿Sabes? Teniéndote así, no siento frío.
—Eso me alegra.
—A mí también. —Rehv giró para que los dos pudieran apreciar la vista de los rascacielos del centro y los dos puentes con sus filas de luces rojas y amarillas—. Nunca había disfrutado de la vista desde tan cerca. Antes de que llegaras… siempre la había mirado desde detrás del cristal.
Envuelta en el calor protector del cuerpo y el abrigo de Rehvenge, Ehlena tuvo la sensación de que juntos habían triunfado sobre el frío.
Con la cabeza apoyada sobre el corazón de Rehv, dijo:
—Es magnífica.
—Sí.
—Y, sin embargo… no lo sé, sólo tú me pareces real.
Rehvenge dio un paso atrás y le levantó la barbilla con uno de sus largos dedos. Cuando sonrió, Ehlena vio que tenía los colmillos más largos y enseguida se sintió excitada.
—Yo estaba pensando exactamente lo mismo —dijo Rehv—. En este momento, lo único que veo eres tú.
Rehv bajó la cabeza y la besó, y siguió besándola y besándola un rato más, mientras que los copos de nieve bailaban alrededor de ellos como si fueran la fuerza centrífuga de su propio universo.
Mientras deslizaba los brazos hasta la nuca de Rehv y los dos se dejaban llevar por el deseo, Ehlena cerró los ojos.
Lo cual hizo que ni ella viera, ni Rehvenge sintiera, la presencia que tomó forma muy cerca de ellos… fulminándolos con la mirada de unos ojos rojos y chispeantes que relampagueaban con el color de la sangre recién derramada.