37
Wrath estaba de mal humor y lo sabía porque el sonido que producía el doggen que estaba encerando la barandilla de madera en la parte superior de las escaleras le daba ganas de prenderle fuego a toda la mansión.
Estaba pensando en Beth. Lo cual explicaba por qué le dolía tanto el pecho, aunque estaba detrás de su escritorio.
No es que no entendiera por qué Beth estaba molesta con él. Y tampoco que pensara que no merecía ningún tipo de castigo. Sólo detestaba el hecho de que ella no estuviera durmiendo en casa y que tuviera que mandarle un mensaje por el móvil a su shellan para pedirle permiso para llamarla.
El hecho de que no hubiese dormido en varios días también debía tener algo que ver en su mal humor.
Y, probablemente, también necesitaba alimentarse. Pero, al igual que el sexo, hacía tanto que no se alimentaba, que apenas podía recordar cómo era eso.
Wrath miró alrededor del estudio y deseó poder controlar esas ganas de gritar saliendo y combatiendo, pero sus únicas opciones eran bajar al gimnasio o emborracharse; y acababa de volver del primero y no estaba muy interesado en lo segundo.
Volvió a mirar su teléfono. Beth no le había contestado el mensaje, a pesar de que se lo había mandado hacía tres horas. Lo cual estaba bien. Probablemente estaba ocupada, o dormida.
Al diablo con que estaba bien.
Wrath se puso de pie, se metió el móvil en el bolsillo de los pantalones y se dirigió a las puertas dobles. El doggen se estaba matando por dejar la escalera brillante y el fresco olor a limón le despejó un poco.
—Milord —dijo el doggen e hizo una reverencia.
—Estás haciendo un gran trabajo.
—Gracias —dijo el macho lleno de orgullo—. Es un placer servirlo a usted y a su familia.
Wrath le puso una mano en el hombro y bajó las escaleras. Cuando llegó al vestíbulo, dobló a la izquierda, hacia la cocina, y se alegró de que no hubiese nadie allí. Al abrir el refrigerador, se encontró con toda clase de sobras y sacó, sin ningún entusiasmo, un pavo a medio comer.
Luego fue a abrir un armarito para sacar un plato y…
—Hola.
Wrath volvió la cabeza y miró por encima del hombro.
—¿Beth? ¿Qué estás… Pensé que estabas en Safe Place.
—Estaba. Pero acabo de regresar.
Wrath frunció el ceño. Al ser sólo mitad vampiro, Beth podía tolerar la luz del sol, pero él se angustiaba mucho cuando ella salía durante el día. Aunque no iba a mencionarlo ahora. Ella ya sabía lo que su esposo pensaba de sus salidas diurnas y, además, Beth estaba en casa y eso era lo único que importaba.
—Estaba preparando algo de comer —dijo él, aunque el pavo que reposaba sobre la tabla de cortar hablaba por sí mismo—. ¿Quieres acompañarme?
Dios, le encantaba el olor de Beth. A rosas que florecen por la noche. Eso le resultaba más acogedor que cualquier cera con olor a limón y más espléndido que cualquier perfume.
—¿Y si yo preparo algo para los dos? —dijo ella—. Parece que estuvieras a punto de desmoronarte.
Wrath estaba a punto de decir que estaba bien, pero se contuvo. Hasta la mentira más insignificante resaltaría los problemas que tenían, y el hecho de que estaba completamente exhausto no era ninguna mentira menor.
—Eso sería genial. Gracias.
—Siéntate —dijo ella y se le acercó.
Wrath quería abrazarla.
Y lo hizo.
Extendió los brazos y la atrajo hacia su pecho. Al darse cuenta de lo que había hecho, hizo el ademán de soltarla, pero ella se quedó donde estaba y sus cuerpos siguieron pegados el uno al otro. Wrath se estremeció; dejó caer la cabeza entre el cabello sedoso y perfumado de Beth, y la apretó, dejando que el cuerpo suave de su shellan se adaptara a los contornos de sus músculos de acero.
—Te he echado tanto de menos —dijo Wrath.
—Yo también te he echado de menos.
A pesar de que no era tan tonto como para pensar que ese momento haría desaparecer todos sus problemas como por arte de magia, Wrath aceptó lo que le ofrecían, cuando sintió que ella se relajaba contra él.
Luego se echó hacia atrás y se subió las gafas, apoyándolas sobre la cabeza, para que ella pudiera ver sus ojos gastados. A pesar de que la veía borrosa, le pareció hermosa, pero el olor a lluvia fresca que provenía de sus lágrimas no le gustó. Entonces le secó las dos mejillas con los pulgares.
—¿Me permitirás besarte? —preguntó Wrath.
Al ver que ella asentía con la cabeza, le agarró la cara entre las palmas de las manos con suavidad y acercó su boca a la de ella. El contacto amortiguado le resultó desgarradoramente familiar y, al mismo tiempo, algo del pasado. Parecía que hacía una eternidad que no se daban más que besitos… y esa separación no sólo era resultado de lo que él había hecho. Era el resultado de todo. La guerra. Los hermanos. La glymera. John y Tohr. Esa casa.
Wrath sacudió la cabeza y dijo:
—La vida se ha interpuesto entre nosotros.
—Eso es muy cierto. —Beth le acarició la cara con la palma de la mano—. Y también se ha interpuesto en tu salud. Así que quiero que te sientes y me permitas alimentarte.
—Se supone que es al revés. El macho alimenta a su hembra.
—Pero tú eres el rey. —Beth sonrió—. Tú haces las reglas. Y tu shellan quiere atenderte.
—Te amo. —Wrath la volvió a abrazar con fuerza y sólo se quedó allí, pegado a su compañera—. No tienes que contestarme…
—Yo también te amo.
Ahora fue Wrath el que se relajó.
—Hora de comer —dijo Beth; lo empujó hacia la mesa de roble estilo rústico y le acercó un asiento.
Cuando él se sentó, hizo una mueca, levantó la cadera y se sacó el móvil del bolsillo, que salió rodando por la mesa y se estrelló contra el salero y el pimentero.
—¿Un sándwich? —preguntó Beth.
—Eso sería maravilloso.
—Digamos que sean dos para ti.
Wrath se volvió a poner las gafas oscuras porque la luz del techo le producía dolor de cabeza. Y cuando eso no fue suficiente, cerró los ojos y, aunque no podía ver a Beth moviéndose por la cocina, los sonidos que ella producía le resultaron tan relajantes como una canción de cuna. La oyó abrir los cajones y oyó cómo los utensilios que había dentro producían un tintineo. Luego abrió el refrigerador, que dejó escapar una exhalación, y se oyó que movía cosas; después, el golpe del cristal contra el cristal. Wrath oyó cómo abría el cajón del pan y luego el ruido de la envoltura plástica del pan de centeno que le gustaba. Se oyó el crujido de un cuchillo cortando una lechuga…
—¿Wrath?
El sonido de su nombre lo hizo abrir los párpados y levantar la cabeza.
—¿Qué?
—Te habías quedado dormido. —Su shellan le acarició el pelo—. Come. Luego te voy a llevar a la cama.
Los sándwiches estaban exactamente como le gustaban: con mucha carne, poca lechuga, poco tomate y llenos de mayonesa. Se los comió los dos y, aunque deberían haberlo animado un poco, el cansancio que atenazaba su cuerpo se intensificó.
—Vamos, subamos. —Beth lo agarró de la mano.
—No, espera —dijo él y se levantó—. Tengo que decirte lo que va a suceder esta noche.
—Está bien —dijo Beth y la tensión se asomó a su voz, como si se estuviera preparando.
—Siéntate. Por favor.
La silla que sacaron de debajo de la mesa produjo un chirrido y ella se sentó lentamente.
—Me alegra que seas franco conmigo —murmuró Beth—. Sea lo que sea.
Wrath le acarició los dedos, tratando de calmarla, pues sabía que lo que tenía que decir sólo iba a preocuparla más.
—Alguien… Bueno, probablemente más de una persona, pero al menos una que sepamos, quiere asesinarme. —Beth apretó la mano entre la de Wrath, pero él siguió acariciándola, tratando de relajarla—. Esta noche me voy a reunir con el consejo de la glymera y estamos esperando… problemas. Todos los hermanos me van a acompañar y no vamos a hacer ninguna estupidez, pero no te voy a mentir diciéndote que es una situación normal.
—Ese alguien… obviamente es parte del consejo, ¿verdad? Entonces, ¿vale la pena que vayas en persona?
—El que comenzó todo ya no es problema.
—¿Por qué?
—Rehvenge lo mandó asesinar.
Beth volvió a apretar las manos.
—Por Dios… —Respiró profundamente. Y luego otra vez—. Ay, por Dios.
—La pregunta que todos nos estamos haciendo es quién más está en la conspiración. Y ésa es, en parte, la razón por la cual es tan importante que me presente a esa reunión. También es una muestra de fuerza, y eso es importante. No voy a huir. Y los hermanos tampoco.
Wrath se preparó para que ella le dijera que no fuese y se preguntó qué haría entonces.
Pero Beth dijo con voz tranquila.
—Entiendo. Sólo tengo una petición que hacerte.
Wrath alzó las cejas por encima de las gafas.
—¿Cuál?
—Quiero que te pongas un chaleco antibalas. No es que no confíe en los hermanos, es sólo que eso me daría un poco más de tranquilidad.
Wrath parpadeó. Luego se llevó las manos de Beth a los labios y se las besó.
—Eso lo puedo hacer. Por ti, claro que puedo hacerlo.
Beth asintió una vez y se levantó de la silla.
—Muy bien. Bueno… bien. Ahora, vamos, vamos a la cama. Estoy tan cansada como pareces estarlo tú.
Wrath se puso en pie, la abrazó, salieron juntos al vestíbulo y atravesaron el mosaico que representaba un manzano en flor.
—Te amo —dijo él—. Estoy completamente enamorado de ti.
Beth lo apretó con el brazo que le había pasado alrededor de la cintura y apoyó la cara contra su pecho, al tiempo que de su cuerpo brotaba el olor acre y ahumado del miedo, que opacaba su fragancia natural a rosas. Y, sin embargo, ella asintió y dijo:
—Tu reina tampoco huye, ya lo sabes.
—Lo sé. Claro… que lo sé.
‡ ‡ ‡
En la alcoba que usaba en la casa de seguridad de su madre, Rehv se dejó caer hacia atrás hasta que quedó acostado sobre las almohadas. Mientras se arreglaba el abrigo de piel sobre las rodillas, dijo por el móvil:
—Tengo una idea. ¿Qué tal si volvemos a empezar esta conversación desde el principio?
La risa suave de Ehlena lo hizo sentirse eufórico.
—Está bien. ¿Me vas a volver a llamar o…?
—Dime una cosa, ¿dónde estás?
—Arriba, en la cocina.
Lo cual explicaba el ligero eco que se oía por el teléfono.
—¿Puedes ir a tu habitación? ¿Y ponerte cómoda?
—¿Va a ser una conversación larga?
—Bueno, a ver qué piensas cuando oigas esto… —Rehv bajó la voz y adoptó un tono absolutamente seductor—: Por favor, Ehlena. Ve a tu cama y llévame contigo.
Ehlena se quedó sin aliento y luego se volvió a reír.
—¡Qué cambio!
—Lo sé, bueno, no quiero que pienses que no sé seguir instrucciones. Ahora, ¿qué tal si me devuelves el favor? Ve a tu habitación y ponte cómoda. No quiero estar solo y tengo la sensación de que tú tampoco.
Rehv oyó el gratificante sonido de un asiento que corrían hacia atrás. Mientras se movía por la casa, el sonido amortiguado de los pasos de Ehlena le resultó encantador, aunque el crujido de las escaleras no tanto, porque lo hizo preguntarse dónde viviría ella exactamente. Esperaba que fuera en una casa antigua, de maderas viejas y gastadas, y no en una casucha.
Se oyó el chirrido de una puerta al abrirse y luego una pausa; Rehv estaba seguro de que Ehlena estaba mirando a su padre.
—¿Está profundamente dormido? —le preguntó.
Las bisagras volvieron a chirriar.
—¿Cómo has sabido que había ido a verlo?
—Porque tú eres así de buena.
Se oyó el ruido de otra puerta y luego el clic de una cerradura.
—¿Me esperas un momento?
¿Un momento? Mierda, estaba dispuesto a esperarla toda una eternidad.
—Tómate tu tiempo.
Se oyó un golpe amortiguado, como si ella hubiese puesto el teléfono sobre un edredón o una colcha. Más puertas. Silencio. Otro chirrido y el gorgoteo lejano de un inodoro. Pisadas. Ruido de mantas. Más movimiento y, de pronto…
—¿Hola?
—¿Estás cómoda? —dijo Rehv, consciente de que se estaba riendo como un idiota, sólo que, Dios, la idea de tenerla donde quería era sencillamente fantástica.
—Sí, estoy cómoda. ¿Y tú?
—Te juro que sí. —Claro que, teniendo la voz de Ehlena en su oído, podrían estar arrancándole las uñas, una por una, y todavía se sentiría feliz.
El silencio que siguió fue tan suave como la piel de su abrigo e igual de cálido.
—¿Quieres hablar sobre tu madre? —dijo ella con voz suave.
—Sí. Aunque no sé qué decir, aparte de que se fue tranquilamente y rodeada de su familia, y eso es lo único que se puede pedir. Le había llegado el momento.
—Pero la vas a echar de menos.
—Sí, es cierto.
—¿Hay algo que yo pueda hacer?
—Sí.
—Dime.
—Déjame cuidar de ti.
Ella se rió entre dientes.
—Claro, pero verás, en esta situación, se supone que es a ti a quien hay que cuidar.
—Pero los dos sabemos que perdiste el trabajo por mi culpa…
—Espera. —Se oyeron más ruidos, como si ella se hubiese incorporado—. Yo decidí libremente llevarte esas pastillas y soy una adulta capaz de tomar la decisión errónea. No me debes nada, porque la equivocación fue mía.
—Estoy completamente en desacuerdo. Pero, dejando eso a un lado, voy a hablar con Havers cuando venga aquí a…
—No, no lo vas a hacer. Por amor de Dios, Rehvenge, tu madre se acaba de morir. No tienes que preocuparte por…
—Lo que podía hacer por ella, ya lo hice. Déjame ayudarte. Puedo hablar con Havers…
—Eso no va a servir de nada. Él no va a volver a confiar en mí; y no lo culpo.
—Pero la gente comete errores.
—Y algunos no tienen remedio.
—No lo creo. —Aunque, como symphath, no era exactamente el mejor consejero moral. Ni remotamente—. En especial cuando se trata de ti.
—No soy distinta de los demás.
—Mira, no me hagas volver a subir el tono —le advirtió Rehv—. Tú hiciste algo por mí. Quiero hacer algo por ti. Es un simple intercambio.
—Pero voy a conseguir otro trabajo y llevo mucho tiempo defendiéndome por mi cuenta. Sucede que es una de mis principales habilidades.
—No lo dudo. —Rehv hizo una pausa con el fin de darle mayor efecto a lo que iba a decir, pues estaba a punto de jugarse su mejor carta—. Pero sucede que no puedes dejarme con este cargo de conciencia. No podría vivir tranquilo sabiendo que tu decisión equivocada sólo fue el resultado de una decisión equivocada que tomé yo.
Ella se rió en voz baja.
—¿Por qué no me sorprende que conozcas mis debilidades? De verdad te lo agradezco, pero si Havers quebranta las reglas por mí, ¿qué clase de mensaje le daría eso al resto del personal? Él y Catya, mi jefa, ya le han contado al personal lo sucedido y le han comunicado su decisión. No pueden echarse atrás ahora, y tampoco quiero que lo hagan, sólo porque tú pienses presionar a Havers.
Bueno, mierda, pensó Rehv. Estaba planeando manipular la mente de Havers, pero cómo iba a hacer lo mismo con todo el personal de la clínica…
—Está bien, entonces permíteme que te ayude hasta que encuentres otro trabajo.
—Gracias, pero…
Rehv sintió ganas de maldecir.
—Tengo una idea. Veámonos esta noche en mi apartamento y hablamos del asunto, ¿qué tal?
—Rehv…
—Excelente. Tengo que atender el asunto de mi madre ahora, y luego tengo una reunión a la medianoche. ¿Qué te parece si nos vemos a las tres? Maravilloso… Hasta entonces.
Hubo un instante de silencio y luego ella se rió.
—Siempre consigues lo que quieres, ¿verdad?
—Casi siempre.
—Está bien. A las tres esta noche.
—Estoy tan feliz de haber cambiado el tono, ¿tú no?
Los dos se rieron y la tensión desapareció, como si se hubiese evaporado.
Cuando se oyeron nuevamente unos ruidos, Rehv se imaginó que ella se estaba acostando de nuevo y poniéndose cómoda.
—Entonces, ¿puedo contarte lo que hizo mi padre? —dijo ella de repente.
—Puedes contármelo y luego puedes decirme qué has cenado. Y después hablaremos de la última película que has visto y de los libros que lees. Ah… y tienes que decirme qué opinas del calentamiento global.
—¿De verdad? ¿Todo eso?
Dios, le encantaba el sonido de su risa.
—Sí. Ah, y quiero saber cuál es tu color favorito.
—Rehvenge… no quieres estar solo, ¿verdad? —Las palabras salieron de su boca con suavidad y casi sin intención, como si acabaran de ocurrírsele.
—En este momento… sólo quiero estar contigo. Eso es lo único que sé.
—Te comprendo. Si mi padre se muriera esta noche, yo tampoco estaría preparada para dejarlo ir.
Rehv cerró los ojos.
—Eso es… —dijo y tuvo que aclararse la garganta—. Eso es exactamente lo que siento. No estoy preparado para esto.
—Tu padre también murió. Así que sé que es todavía más duro.
—Bueno, sí, él está muerto, aunque no lo echo de menos. Siempre me sentí más cerca de mi madre. Y ahora que está muerta… siento como si acabara de llegar a mi casa y encontrara que alguien la ha quemado. Me refiero a que no la veía todas las noches, y ni siquiera todas las semanas, pero siempre tenía la posibilidad de venir y sentarme junto a ella. La posibilidad de oír su voz y verla al otro lado de la mesa. Esa posibilidad… me servía de apoyo, y me he dado cuenta ahora, cuando acabo de perderla. Mierda… estoy diciendo disparates.
—No, claro que tiene sentido. A mí me ocurre lo mismo. Mi madre murió y mi padre… bueno, él está aquí pero no está. Así que también me siento como si no tuviera casa. Me siento a la deriva.
Ésa era la razón por la que la gente se emparejaba, pensó de repente Rehv. A la mierda con el sexo y la posición social. Si la gente fuera lista, se emparejaría para construir una casa que no tuviera paredes y que tuviera un techo invisible y un suelo sobre el que nadie pudiera caminar… pero cuya estructura sería un refugio que resistiría cualquier tormenta y cualquier incendio, algo que ni el paso de los años podría destruir.
Ahí fue cuando se le ocurrió. Un vínculo como ése te ayudaba a superar noches como ésta.
Bella había encontrado ese refugio con su Zsadist. Y tal vez su hermano mayor debería seguir el ejemplo.
—Bueno —dijo Ehlena con voz vacilante—, si quieres, ahora puedo responder a la pregunta sobre mi color favorito. Para que no nos pongamos demasiado trascendentales.
Rehv se sacudió para salir de su ensoñación.
—¿Y cuál es?
Ehlena carraspeó un poco.
—Mi color favorito es… el amatista.
Rehv esbozó una sonrisa tan grande que le dolieron las mejillas.
—Creo que es genial que te guste ese color. Es el color perfecto.