35

John Matthew se despertó apuntando con su revólver a la puerta que se abría, al otro lado de la habitación vacía de Xhex. Su ritmo cardíaco era normal; tenía el pulso firme y ni siquiera parpadeó cuando las luces se encendieron. Si no le gustaba la cara de quienquiera que había abierto la cerradura y girado el picaporte, iba a meterle una bala en el pecho.

—Tranquilo —dijo Xhex, mientras entraba y cerraba la puerta—. Sólo soy yo.

John volvió a ponerle el seguro a la pistola y bajó el cañón.

—Estoy impresionada —murmuró ella, mientras se recostaba contra la puerta—. Te despiertas como todo un guerrero.

Al otro lado de la habitación, con su poderoso cuerpo relajado, Xhex parecía la hembra más atractiva que él había visto en su vida. Lo cual significaba que, a menos que ella deseara lo mismo que él, tendría que irse. Las fantasías estaban bien, pero la realidad era mejor, y no creía que pudiera mantenerse alejado de ella.

John esperó. Y esperó. Pero ninguno de los dos se movió.

Correcto. Hora de marcharse, antes de quedar en ridículo.

Cuando comenzó a bajar las piernas de la cama, ella negó con la cabeza.

—No, quédate donde estás.

Bueeeeeno. Pero eso significaba que necesitaba cubrirse con algo.

John se cubrió con la camisa como pudo, pues la única cosa que estaba lista para entrar en acción no era su pistola. Como siempre, estaba excitado, lo cual era lo normal al despertar, pero representaba un problema cuando estaba cerca de ella.

—Ya salgo —dijo Xhex, al tiempo que dejaba caer su chaqueta de cuero y se dirigía al baño.

La puerta se cerró y John abrió la boca.

¿Sería… posible?

John se alisó el pelo, se metió la camisa entre los pantalones y se acomodó rápidamente la polla, que ahora no sólo estaba dura sino palpitando. Cuando bajó la vista hacia esa cosa larga que luchaba por salirse de la bragueta de sus vaqueros, John trató de señalarle que tal vez ella se iba a quedar, pero eso no necesariamente significaba que tuviera interés en usar sus caderas para practicar sus habilidades con él.

Xhex regresó un poco después y se detuvo junto al interruptor de la luz.

—¿Tienes algo contra la oscuridad?

John negó lentamente con la cabeza.

La habitación quedó totalmente a oscuras y él oyó que ella avanzaba hacia la cama.

Con el corazón palpitando como loco y la polla ardiendo, John se apresuró a apartarse para dejarle sitio. Cuando Xhex se acostó, él sintió cada ondulación del colchón, oyó el roce de su cabello contra la almohada y sintió su olor en lo más profundo de la nariz.

No podía respirar.

Ni siquiera cuando ella suspiró para relajarse.

—No me tienes miedo —le dijo en voz baja.

John negó con la cabeza, aunque ella no podía verlo.

—Estás excitado.

Ay, Dios, pensó John. Sí, así era.

Luego sintió un momento de pánico. Joder, era difícil decidir cuál de las dos cosas sería peor: que Xhex lo buscara y él perdiera la erección… como le había sucedido con la Elegida Layla la noche de su transición, o que Xhex no lo buscara en absoluto.

Pero ella aclaró la situación al volverse hacia él y ponerle una mano en el pecho.

—Tranquilo —le dijo cuando él se sobresaltó.

Después de que se tranquilizara, Xhex bajó la mano por el estómago y cuando le puso la mano sobre la polla por encima de los vaqueros, John arqueó la espalda y levantó las caderas de la cama, con la boca abierta para emitir un gemido silencioso.

No hubo ningún preámbulo, pero él tampoco lo quería. Xhex le abrió la bragueta, liberó su polla y luego John sintió un movimiento y el sonido de los pantalones de cuero de Xhex cuando caían al suelo.

Después se montó sobre él, apoyó las palmas de las manos contra sus pectorales y lo empujó contra el colchón. Al sentir algo tibio, suave y húmedo que lo rozaba, John dejó de preocuparse por la posibilidad de que su polla se desinflara. Su cuerpo se moría por estar dentro de ella y ninguna historia del pasado iba a interferir con sus instintos de apareamiento.

Xhex se puso de rodillas, le agarró la polla con la mano y se la levantó. Cuando se sentó sobre él, John sintió una deliciosa presión contra los lados de su pene y la contracción eléctrica disparó un orgasmo que lo hizo levantar las caderas. Sin pensar si estaba bien o no, John la agarró de los muslos…

Se quedó paralizado al sentir algo metálico, pero luego ya no pudo contenerse. Lo único que podía hacer era apretar con sus manos, mientras se estremecía una y otra vez, perdiendo su virginidad en una sucesión de espasmos.

Era la cosa más maravillosa que había sentido en la vida. Sabía hacerse la paja. Se había masturbado miles y miles de veces desde su transición. Pero esto superaba todo lo que había hecho hasta ahora. Xhex era indescriptible.

Y eso fue antes de que ella comenzara a moverse.

Cuando terminó ese primer orgasmo fantasma, Xhex le dio un minuto para que recobrara el aliento y luego comenzó a mover las caderas hacia arriba y hacia abajo. John gimió. Los músculos de la vagina de Xhex apretaban y soltaban su polla y la presión oscilante endureció sus testículos hasta prepararlos de nuevo.

En ese momento John entendió totalmente la necesidad de Qhuinn de tener sexo. Era increíble, en especial cuando John dejó que su cuerpo siguiera al de ella y comenzaron a moverse juntos. Incluso cuando el ritmo se fue acelerando y volviendo más urgente, John se daba cuenta exacta de lo que estaba ocurriendo y dónde estaba cada parte de los dos, desde las palmas de las manos de ella sobre su pecho, hasta el peso de Xhex encima de él, pasando por la fricción de los dos sexos y la manera como su respiración entraba y salía bruscamente de su garganta.

Su cuerpo se puso rígido de la cabeza a los pies cuando volvió a eyacular y el nombre de Xhex afloró a sus labios tal como cuando fantaseaba con ella, sólo que esta vez con más apremio.

Y entonces terminó.

Xhex se separó de él y la polla de John cayó sobre su vientre. Comparado con el tibio capullo del cuerpo de Xhex, el suave algodón de la camisa que llevaba puesta le pareció papel de lija y sintió que la temperatura ambiente estaba helada. La cama se movió cuando ella se tendió junto a él y él se volvió a mirarla en la oscuridad. Tenía la respiración entrecortada, pero se moría por besarla antes de que volvieran a hacer el amor.

John estiró la mano y sintió que ella se puso rígida cuando la palma de la mano de él aterrizó en su nuca, pero no se alejó. Dios, tenía la piel suave… Ay, tan suave. Aunque los músculos que subían de sus hombros parecían de acero, la piel que los recubría era suave como el satén.

John levantó lentamente la parte superior del tronco y se inclinó sobre ella, mientras deslizaba su mano a la mejilla y le agarraba suavemente la cara con las manos, buscando los labios con el pulgar.

No quería cagarla. Ella había hecho la mayor parte del trabajo y lo había hecho de modo espectacular. Más que eso, le había dado el regalo del sexo y le había mostrado que, a pesar de lo que le habían hecho, todavía seguía siendo un macho, capaz de disfrutar con lo que su cuerpo había nacido para hacer. Si él era el que iba a dar el primer beso, estaba decidido a hacerlo bien.

Así que bajó la cabeza y…

—No… Eso no… —dijo Xhex y lo empujó hacia atrás, se levantó de la cama y se dirigió al baño.

Luego cerró la puerta y la polla de John se marchitó sobre la camisa cuando oyó el correr el agua: se estaba bañando, se estaba quitando lo que su cuerpo había dejado en ella, lo que él le había dado. Con manos temblorosas, se guardó el pene en los pantalones, mientras trataba de hacer caso omiso de la humedad y el olor a sexo.

Xhex salió del baño, recogió su chaqueta y se dirigió a la puerta. Cuando la luz de afuera entró en la habitación, parecía una sombra negra, alta y fuerte.

—Ya es de día. —Hizo una pausa—. Y te agradezco la discreción acerca de mi… situación.

La puerta se cerró detrás de ella sin hacer ruido.

Así que ésa era la razón de todo aquello. Le había dado sexo para agradecerle que hubiera guardado su secreto.

Por Dios, ¿cómo había podido pensar que era algo más?

Completamente vestida. Sin besos. Y John estaba seguro de que él era el único que había llegado al clímax: la respiración de Xhex no parecía alterada, ni había gritado, ni se había relajado con alivio cuando terminó. Aunque no sabía mucho acerca de hembras y orgasmos, eso era lo que le ocurría a él cuando tenía uno.

No lo había follado por lástima. Lo había follado por gratitud.

John se restregó la cara. Había sido tan estúpido al pensar que lo que habían tenido había significado algo para ella…

Muy estúpido.

‡ ‡ ‡

Tohr se despertó con el estómago muy dolorido. La agonía era tan intensa que durante el sueño profundo en que se había sumido después de alimentarse, se había agarrado el estómago con los brazos y se había encogido como un ovillo.

Mientras se estiraba, se preguntó si le habría sentado mal la sangre…

Pero el rugido que brotó de sus entrañas fue tan fuerte como el de un triturador de basura.

El dolor… ¿era hambre? Tohr bajó la vista hacia la concavidad entre sus caderas y se frotó la superficie plana y dura. Entonces escuchó otro rugido.

Su cuerpo exigía comida, cantidades industriales de alimento.

Miró de reojo el reloj. Diez de la mañana y John no le había llevado aún la cena.

Tohr se sentó sin usar los brazos y se dirigió al baño sobre unas piernas que sentía curiosamente firmes. Usó el inodoro, pero no vomitó, luego se lavó la cara y se dio cuenta de que no tenía ropa que ponerse.

Se puso una bata de toalla y salió de su habitación.

Las luces del corredor de las estatuas lo hicieron parpadear, como si estuviese frente a los reflectores de un escenario, y necesitó un minuto para adaptarse a… todo.

A lo largo del pasillo, las esculturas masculinas de mármol en sus distintas poses eran tal como las recordaba, fuertes, elegantes y estáticas y, sin ninguna razón en especial, Tohr recordó cómo Darius las había adquirido, una por una, hasta reunir la colección. En la época en la que le había dado por comprar arte, D solía enviar a Fritz a las subastas de Sotheby’s y Christie’s en Nueva York, y cuando había llegado cada una de esas obras maestras, debidamente empacada en una caja llena de ese material de relleno y envuelta en telas, el hermano había ofrecido una fiesta de descubrimiento.

A D le encantaba el arte.

Tohr frunció el ceño. Wellsie y su hijo nonato siempre serían su mayor pérdida y la más importante. Pero él tenía más muertes que vengar. Los restrictores se habían llevado no solamente a su familia, sino a su mejor amigo.

Tohr sintió la rabia que se agitaba en sus entrañas… y disparaba otras ansias. Las ansias de guerra.

Con una concentración y una determinación que le resultaron al mismo tiempo familiares y desconocidas, se dirigió hacia la gran escalera y se detuvo al llegar frente a las puertas casi cerradas del estudio. Sintió a Wrath detrás de ellas, y pensó que en realidad no quería hablar con nadie.

Al menos, eso era lo que creía.

¿Por qué, entonces, no había llamado simplemente a la cocina para pedir que le subieran algo de comer?

Se asomó por la rendija diminuta que separaba las puertas.

Wrath estaba dormido sobre el escritorio, su pelo largo, negro y brillante caía sobre todos los papeles y tenía un brazo doblado debajo de la cabeza, a manera de almohada. En la otra mano todavía llevaba la lupa que tenía que usar cuando leía.

Tohr entró en la habitación. Al echar un vistazo a su alrededor, vio la chimenea y se imaginó a Zsadist recostado contra ella, con esa cara seria y llena de cicatrices y los ojos relampagueando con una luz negra. Phury siempre se había sentado cerca de él, casi siempre en el sillón azul pálido que estaba al lado de la ventana. V y Butch tendían a sentarse en el sofá. Rhage elegía diferentes ubicaciones, dependiendo de su estado de…

Tohr frunció el ceño al ver lo que estaba junto al escritorio de Wrath.

Esa silla de brazos horrible, color verde aguacate y con parches pegados encima del cuero… era suya. Era la silla que Wellsie había insistido en tirar a la basura porque era horrorosa. La que él había llevado a la oficina del centro de entrenamiento.

—La trajimos aquí para que John pudiera regresar a la mansión.

Tohr volvió la cabeza enseguida. Wrath se estaba enderezando, tenía la voz somnolienta y la cara de despiste propia de quien se acaba de despertar de un profundo sueño.

El rey habló con suavidad, como si no quisiera espantar a su visitante.

—Después de… lo que ocurrió, John no quería salir de la oficina. Se negaba a dormir en otro sitio que no fuera esa silla. Qué desastre… Se comportaba mal en los entrenamientos. Se metía en todas las peleas… Después de un tiempo, tuve que ponerme firme, trasladamos ese trasto horrible aquí y las cosas mejoraron. —Wrath miró la silla—. Le gustaba sentarse ahí a verme trabajar. Pero después de pasar por la transición y de los ataques del verano, ha estado peleando por la noche y durmiendo durante el día, así que no ha pasado mucho tiempo por aquí. En cierta forma, lo echo de menos.

Tohr se sintió culpable. Se había portado muy mal con ese pobre chico. Y aunque era cierto que no estaba en condiciones de hacer nada, John también había sufrido mucho.

Y todavía estaba sufriendo.

Se sintió avergonzado al recordar que se despertaba de mal humor en esa cama cada mañana y cada tarde, mientras John le llevaba la bandeja de comida y se sentaba a acompañarlo mientras comía. Luego se quedaba, como si supiera que él iba a vomitar la mayor parte de lo que le habían servido en cuanto estuviera a solas.

John había tenido que lidiar con la muerte de Wellsie solo. Había tenido que pasar por la transición solo. Había tenido que pasar por muchas primeras veces solo.

Tohr se sentó en el sofá de V y Butch. El mueble era sorprendentemente sólido, más de lo que él recordaba. Entonces puso las palmas de las manos sobre los cojines e hizo presión.

—Lo reforzaron mientras que no estabas —dijo Wrath en voz baja.

Hubo un largo momento de silencio, pero la pregunta que Wrath quería hacer flotaba en el aire de forma tan estridente como el repiquetear de la campanas.

Tohr se aclaró la garganta. La única persona con la que podría haber hablado sobre lo que estaba pensando era Darius, pero el hermano estaba muerto. Y Wrath era la otra persona más cercana a él…

—Estuvo… —Tohr cruzó los brazos sobre el pecho—. Estuvo bien. Ella se puso detrás de mí.

Wrath asintió lentamente.

—Buena idea.

—Fue idea de ella.

—Selena es genial. Amable.

—No sé cuánto tiempo me llevará… —dijo Tohr, que ni siquiera quería hablar sobre la hembra—. Ya sabes, hasta que esté en forma para pelear. Voy a tener que entrenar un poco. Ir al campo de tiro. ¿En cuanto al aspecto físico? No tengo idea cómo reaccionará mi cuerpo.

—No te preocupes por el tiempo. Sólo recupera tu salud.

Tohr bajó la vista hacia sus manos y cerró los puños. No tenía nada de carne sobre los huesos, así que los nudillos sobresalían por encima de la piel como si fueran un mapa en relieve de los Adirondacks, todo lleno de picos escarpados y valles estrechos.

Iba a ser un largo viaje de regreso, pensó. Y aun después de que estuviera físicamente preparado, todavía tendría que recuperarse mentalmente. Sin importar cuánto pesara o lo bien que peleara, nada iba a cambiar el fuerte golpe emocional que había sufrido.

Se oyó un golpe seco en la puerta y Tohr cerró los ojos, rogando que no fuera uno de sus hermanos. No quería que todos empezaran a felicitarlo porque había decidido regresar mundo de los vivos.

—¿Qué sucede, Qhuinn? —preguntó el rey.

—Encontramos a John. Bueno, más o menos.

Tohr abrió los ojos, se volvió a mirar al chico que estaba en el umbral y frunció el ceño. Antes de que Wrath pudiera hablar, Tohr dijo:

—¿Acaso estaba perdido?

Qhuinn pareció sorprendido de verlo levantado, pero rápidamente volvió a concentrarse en su asunto, cuando Wrath preguntó:

—¿Por qué no se me informó de que no estaba?

—No sabíamos que se había marchado. —Qhuinn entró en el estudio; el pelirrojo de las clases de entrenamiento, Blay, estaba con él—. Nos dijo que esta noche estaba fuera de la rotación y que se iba a dormir a su cuarto. Nosotros le creímos y, antes de que me arranques las pelotas, te juro que me quedé todo el tiempo en mi habitación porque pensé que él estaba en la suya. En cuanto me di cuenta de que no estaba, comenzamos a buscarlo.

Wrath soltó una maldición entre dientes y luego interrumpió la disculpa de Qhuinn.

—No, no te preocupes, hijo. Tú no sabías que pensaba marcharse. No podrías haberlo impedido.

Tohr no oyó la respuesta debido al rugido que estalló en su cabeza: ¿John solo en las calles de Caldwell? ¿Se había marchado sin decírselo a nadie? ¿Y si le había pasado algo?

—Espera, ¿dónde está? —interrumpió Tohr.

Qhuinn levantó el teléfono.

—No lo dice. El mensaje sólo dice que está a salvo, donde sea que esté, y que nos verá mañana por la noche.

—¿Cuándo va a volver a casa? —preguntó Tohr.

—Supongo que —dijo Qhuinn, encogiéndose de hombros— no va a volver.