31
Dentro del baño completamente a oscuras, Rehvenge se estrelló contra una de las paredes de mármol y luego tropezó y rebotó contra el lavabo. Su cuerpo parecía despierto, pues las sensaciones vibraban a través de él: el dolor de haberse golpeado la cadera, la respiración entrecortada de sus pulmones que le producía ardor, el corazón que golpeaba contra el esternón.
Dejó caer el edredón de satén, encendió las luces con el pensamiento y bajó la mirada.
Tenía la polla dura y gruesa; y la punta, brillante y lista para penetrar.
Puta… mierda.
Miró a su alrededor. Su visión era normal: todavía veía el baño negro, y el borde del jacuzzi se levantaba un poco del suelo, pero Rehv podía ver fácilmente cuán hondo era. Ya no veía las imágenes planas ni color rojo rubí, y sus sentidos estaban absolutamente despiertos: la sangre palpitaba en sus venas y la piel estaba lista para el contacto y el orgasmo, en la punta de su erección, gritando por salir.
Había establecido un fuerte vínculo con Ehlena.
Y eso significaba, al menos en ese momento, cuando estaba desesperado por tener sexo con ella, que su lado vampiro le iba ganando a su parte symphath.
La atracción que sentía hacia ella había triunfado sobre su lado perverso.
Tenían que ser las hormonas del enamoramiento, pensó Rehv. Las hormonas del enamoramiento que habían modificado su química interna.
Al reconocer su nueva realidad, Rehv no sintió ninguna dicha, ni una sensación de triunfo, ni el impulso de lanzarse sobre ella. Lo único que podía hacer era mirar su polla y pensar en el lugar donde había estado antes. Lo que había hecho con ella… y con el resto de su cuerpo.
Rehvenge quería cortársela.
No había posibilidad de que él compartiera eso con Ehlena. Excepto que… no podía salir así como estaba.
Rehv se agarró la erección con la mano y se acarició. Ay… mierda… qué bien…
Recordó la manera como había besado las partes íntimas de Ehlena, la sensación de su calor dentro de la boca y la garganta. La vio con las piernas abiertas y la vagina húmeda y vio cómo sus dedos se deslizaron dentro de ella y ella comenzó a gemir y a mecerse…
Rehv sintió que sus testículos se apretaban como puños y la parte baja de la espalda ondeó como una ola; y esa desagradable púa que tenía en la polla se agitó aunque no tenía nada a qué engancharse. Un rugido amenazó con salir de su garganta, pero él lo contuvo mordiéndose el labio hasta que sintió que le salía sangre.
Eyaculó sobre su mano y siguió masajeándose, apoyado contra el lavabo. Tuvo un orgasmo tras otro y ensució el espejo y los lavabos, y todavía sentía que necesitaba más… como si su cuerpo no hubiese tenido ningún alivio en quinientos años.
Cuando finalmente pasó la tormenta, se dio cuenta de que… mierda, estaba pegado a la pared, con la cara aplastada contra el mármol y los hombros caídos. Y los muslos le temblaban como si tuviera unos cables conectados a los dedos de los pies.
Con manos temblorosas, limpió todo usando una de las toallas que estaba pulcramente doblada en un estante y secó el espejo y el lavabo. Luego desdobló otra toalla y se lavó las manos, la polla, el estómago y las piernas, porque se había ensuciado tanto como había ensuciado el baño.
Cuando finalmente extendió la mano hacia el picaporte, después de lo que debía haber sido como una hora, pensó que Ehlena ya se habría ido y que no podía culparla: una hembra a la que esencialmente le había hecho el amor le ofrece su vena y él corre y se encierra en el baño como si fuera un marica.
Porque había tenido una erección.
Por Dios. Esa noche, que no había comenzado tan bien, se había convertido en un choque de dieciséis coches en la carretera hacia Villa Relación.
Rehv se preparó y abrió la puerta.
Cuando la luz inundó la habitación, Ehlena se sentó en la cama. Su rostro tenía una expresión de preocupación… absolutamente imparcial. No había una actitud condenatoria, ni calculadora, como si estuviera buscando algo que decir para que él se sintiera peor. Sólo había sincera preocupación.
—¿Estás bien?
Bueno, vaya pregunta.
Rehvenge dejó caer la cabeza y por primera vez en su vida sintió ganas de contarle todo a otra persona para liberarse de ese peso. Ni siquiera con Xhex, que había pasado cosas peores que él, había sentido la necesidad de compartir lo que tenía en la cabeza. Pero al ver esos ojos color caramelo tan abiertos y ese rostro adorable y perfecto, Rehv sintió deseos de confesar cada cosa sucia, perversa y calculadora, mezquina y horrible que había hecho en la vida.
Sólo por el deseo de ser honesto.
Sí, pero si exponía su vida como si fuera una baraja, ¿en qué posición quedaría ella? En la posición de tener que denunciarlo como symphath y, posiblemente, tener que temer por su propia vida. Gran desenlace. Perfecto.
—Me gustaría ser diferente —dijo Rehv, pues eso era lo más cerca que podía estar de decir una verdad que los separaría para siempre—. Quisiera ser un macho diferente.
—Yo no quiero que seas diferente.
Eso era porque no lo conocía. No de verdad. Y, sin embargo, él no soportaba la idea de no volver a verla después de esta noche que habían pasado juntos.
Y tampoco soportaba la idea de que ella llegara a tenerle miedo.
—Si te pidiera que volvieras aquí —dijo él— y me permitieras estar contigo, ¿lo harías?
Ehlena no vaciló.
—Sí.
—¿Aunque las cosas no pudieran ser… normales… entre nosotros? A nivel sexual, quiero decir.
—Sí.
Rehv frunció el ceño.
—Esto va a sonar mal…
—Lo cual está bien, porque yo ya metí la pata contigo cuando estábamos en la clínica.
Rehv no pudo evitar sonreír, pero la expresión de alegría no duró.
—Tengo que saber… por qué. Por qué regresarías.
Ehlena se recostó contra las almohadas y, con un movimiento lento, deslizó la mano por la sábana de satén que le cubría el estómago.
—Sólo tengo una respuesta para eso, pero no creo que sea lo que tú quieres oír.
El entumecimiento frío, que estaba regresando a medida que los residuos de esos orgasmos se iban disipando, pareció acelerar el paso para recuperar el control de su cuerpo.
Por favor, que no sea por lástima, pensó Rehv.
—Dime.
Ella se quedó callada por un largo rato, con los ojos fijos en el brillo parpadeante de las dos mitades de Caldwell.
—¿Me preguntas que por qué regresaría? —dijo ella con voz suave—. Y la única respuesta que tengo es… ¿Cómo podría no hacerlo? —Ehlena fijó sus ojos en él—. En cierto nivel yo misma no lo entiendo, pero, claro, los sentimientos no tienen sentido, ¿o sí? Y tampoco tienen por qué tenerlo. Esta noche… tú me has dado cosas que no sólo no había tenido en mucho tiempo sino que creo que nunca había sentido. —Ehlena sacudió la cabeza—. Ayer embalsamé un cuerpo… un cuerpo de alguien de mi edad, un cuerpo de alguien que lo más probable es que haya salido de su casa la noche que fue asesinado, sin tener idea de que era su última noche. No sé adónde nos llevará esto… —Hizo un gesto con la mano para señalarlos a los dos—. Lo que hay entre nosotros. Tal vez sea un asunto de una noche o dos. Tal vez dure un mes. Tal vez una década. Lo único que sé es que la vida es demasiado corta como para no regresar aquí y estar contigo otra vez de esta manera. La vida es demasiado corta y me gusta mucho estar contigo como para preocuparme por algo distinto a tener otro momento como éste.
Rehvenge sintió que el pecho se le hinchaba mientras la miraba.
—¿Ehlena?
—¿Sí?
—No te lo tomes a mal.
Ehlena respiró profundamente y Rehv vio que sus hombros desnudos se contraían.
—Está bien. Trataré de no hacerlo.
—Si sigues viniendo aquí y siendo como eres, ¿sabes qué va a pasar? —Hubo una pausa—. Me voy a enamorar de ti.
‡ ‡ ‡
John encontró la casa de Xhex con relativa facilidad, porque sólo estaba a diez calles de ZeroSum. Sin embargo, el vecindario parecía totalmente diferente. Las casas de fachada de piedra eran elegantes y sofisticadas, con unos adornos alrededor de las ventanas redondas que lo hicieron pensar que debían de ser de estilo victoriano, aunque John no tenía idea de por qué parecía saberlo con tanta certeza.
El sitio de Xhex no era un edificio entero sino un sótano ubicado en un edificio particularmente bonito. Debajo de las escaleras de piedra que subían desde el nivel de la calle hasta la puerta principal había un hueco y John fue hasta allí y metió la llave en una extraña cerradura color cobre. Tan pronto como entró se encendió una luz y no vio nada interesante: suelo de baldosas rojas, paredes blanqueadas hechas de bloques de concreto. Y, al fondo, otra puerta con otra cerradura extraña.
John esperaba que Xhex viviera en un lugar exótico y lleno de armas.
Y lleno de medias de seda y zapatos de tacón.
Pero eso era una fantasía.
Al final del pasillo, abrió la otra puerta y se encendieron más luces. La habitación del fondo no tenía ventanas ni muebles, excepto por una cama, y la falta de decoración tampoco lo sorprendió, considerando cómo era el vestíbulo. Había un baño al otro lado, pero no había cocina, ni teléfono, ni televisión. El único color de la habitación provenía del suelo de viejas tablas de pino pintadas con un barniz color miel. Las paredes estaban blanqueadas, al igual que las de la sala, pero éstas eran de ladrillo.
El aire era extrañamente fresco, pero luego vio los respiraderos. Había tres.
John se quitó las botas, pero se dejó puestos los gruesos calcetines.
En el baño, usó el inodoro y se echó agua en la cara.
No había toallas, así que se secó con la camiseta.
Cuando se acostó en la cama, se dejó las armas puestas, aunque no porque tuviera miedo de Xhex.
Dios, tal vez estaba cometiendo una estupidez. Lo primero que le habían enseñado en el programa de entrenamiento de la Hermandad era que nunca había que confiar en un symphath, y ahí estaba, arriesgando su vida al quedarse en la casa de una… seguramente todo el día, sin haberle dicho a nadie adónde iría.
Sin embargo, eso era exactamente lo que necesitaba.
Cuando volviera a anochecer, decidiría qué hacer. No quería salirse de la guerra, le gustaba demasiado pelear. Era algo que parecía… correcto, y no sólo porque se tratara de defender la especie. John sentía que pelear era lo que se suponía que debía hacer en la vida, aquello para lo que había nacido para hacer.
Pero no estaba seguro de poder volver a la mansión y vivir allí.
Después de un rato, las luces se apagaron por la falta de movimiento y se quedó observando la oscuridad. Mientras yacía en la cama, con la cabeza sobre una de las dos almohadas más bien duras, se dio cuenta de que era la primera vez que estaba verdaderamente solo desde que Tohr lo había sacado de ese apartamento de mierda en su enorme todoterreno negro.
John recordaba con total claridad lo que era vivir en esa ratonera, que no sólo estaba en la parte mala de la ciudad sino en la más peligrosa. Se moría de terror cada noche porque era un chico delgaducho, débil e indefenso, que sólo podía tomar Ensure por sus problemas digestivos y pesaba menos que una aspiradora. La puerta que lo separaba de los yonquis, las prostitutas y las ratas, que eran del tamaño de un burro, parecía tan fina como un papel.
Había querido hacer cosas buenas en el mundo. Y todavía quería.
Había querido enamorarse y estar con una mujer. Y todavía quería.
Había querido encontrar una familia, y tener una madre y un padre, y ser parte de un clan.
Pero ya no quería.
John estaba comenzando a entender que las emociones del corazón eran como los tendones del cuerpo. Podías estirarlos y estirarlos, y sentir el dolor del esfuerzo… y hasta cierto punto, la articulación seguía funcionando y la extremidad se podía flexionar, podía soportar peso y seguir siendo útil después de que pasaba la tensión. Hasta que se rompía.
En su caso, el tendón se había roto. Y estaba seguro de que no había un equivalente emocional de la cirugía artroscópica.
Para ayudarse a tranquilizar su mente y relajarse, y evitar volverse loco, se concentró en lo que sucedía a su alrededor. La habitación estaba en silencio, excepto por el zumbido de la calefacción, que de todas maneras no hacía mucho ruido. Y el edificio parecía vacío encima de él, pues no se oía nada.
John cerró los ojos y se sintió más seguro de lo que probablemente hubiera debido sentirse.
Pero, claro, estaba acostumbrado a estar solo. El tiempo que había pasado junto a Tohr y Wellsie, y después con la Hermandad, había sido una anomalía. Había nacido solo en una parada de autobús; había estado solo en el orfanato, aunque siempre estuviera rodeado de un grupo cambiante de niños, y luego había tenido que arreglárselas solo en el mundo.
Había sido atacado brutalmente y lo había superado sin ayuda. Había estado enfermo y se había curado solo. Se había abierto camino lo mejor que había podido y no lo había hecho tan mal.
Hora de volver a lo básico.
Y a su esencia.
Esa época con Wellsie y Tohr… y con los hermanos… era como un experimento fallido, algo que parecía tener potencial, pero que, al final, resultó un fracaso.