30

John les dijo a Qhuinn y a Blay que se iba a su cuarto a dormir y, cuando se aseguró de que los dos le habían creído, se escabulló por entre las habitaciones del servicio y se dirigió a ZeroSum.

Tenía que moverse deprisa, pues estaba seguro de que uno de ellos iría a verlo en cualquier momento; y si descubrían que no estaba montarían todo un operativo de búsqueda.

Después de pasar junto a la entrada principal, dobló la esquina y se adentró en el callejón donde una vez había visto a Xhex golpeando a un imbécil con una bocaza enorme y unos gramos de coca en el bolsillo. Al ver la cámara de seguridad que estaba sobre la salida lateral, levantó la cabeza y se quedó mirando fijamente la lente.

Cuando la puerta se abrió, no tuvo que mirar para saber que era ella.

—¿Quieres entrar? —le dijo.

John negó con la cabeza y por primera vez no se sintió incómodo por la barrera de la comunicación. Mierda, en realidad no sabía qué decirle. No sabía por qué estaba ahí. Sólo se había sentido impulsado a ir hasta el club.

Xhex salió del club y apoyó la espalda contra la puerta, mientras cruzaba una de sus botas de punta de acero sobre la otra.

—¿Se lo has dicho a alguien?

John la miró a los ojos y negó con la cabeza.

—¿Y vas a hacerlo?

John volvió a negar con la cabeza.

Con un tono increíblemente suave, que él nunca le había oído ni había esperado de ella, Xhex murmuró:

—¿Por qué?

Él sólo se encogió de hombros. Francamente, estaba sorprendido de ver que ella no hubiese tratado de borrarle la memoria. Sin dejar rastro…

—Debí borrarte la memoria —dijo Xhex, al tiempo que él se preguntaba si le estaría leyendo la mente—. Pero estaba muy alterada anoche y tú te marchaste enseguida… Y, claro, ahora ya es un recuerdo de largo plazo, así que…

John se dio cuenta de que ésa era la razón por la que había vuelto al club. Quería asegurarle a Xhex que se iba a quedar callado.

La desaparición de Tohr había confirmado su decisión. Cuando John fue a hablar con el hermano y encontró que había vuelto a desaparecer, y otra vez sin decir palabra, algo cambió en su interior, como una piedra que alguien mueve de un lado a otro del jardín, un cambio permanente en el paisaje.

John estaba solo. Y, por lo tanto, tomaba sus propias decisiones. Respetaba a Wrath y a la Hermandad, pero él no era un hermano y tal vez nunca lo fuera. Claro, era un vampiro, pero había pasado la mayor parte de su vida fuera de la sociedad de la raza, así que el rechazo hacia los symphath era algo que nunca había entendido por completo. ¿Que eran unos sociópatas? Demonios, de eso también había en casa, a juzgar por la manera en que Zsadist y V solían comportarse antes de encontrar pareja.

John no iba a denunciar a Xhex ante el rey para que pudieran deportarla a la colonia. De ninguna manera.

Ahora la voz de Xhex adquirió un tono duro.

—Entonces, ¿qué quieres?

Teniendo en cuenta la clase de oportunistas y gente desesperada con la que tenía que lidiar noche tras noche, a John no le sorprendió la pregunta.

Mientras le sostenía la mirada, negó con la cabeza y se pasó el dedo por la garganta como si se la estuviera cortando. «Nada», moduló con los labios.

Xhex lo miró con unos fríos ojos grises y John la sintió entrando en su cabeza y tanteando sus pensamientos. La dejó explorar su mente, porque sabía que eso la tranquilizaría más que cualquier cosa que él pudiera decir.

—Eres uno entre un millón, John Matthew —dijo ella en voz baja—. La mayoría de la gente se aprovecharía de esto. En especial teniendo en cuenta el tipo de vicios que puedo conseguir aquí en el club.

John encogió los hombros.

—Entonces, ¿adónde te diriges esta noche? ¿Y dónde están tus amigos?

John negó con la cabeza.

—¿Quieres hablar sobre Tohr? —Al ver que él la miraba con desconcierto, ella dijo—: Lo siento, pero lo he visto en tu mente.

Cuando John negó con la cabeza una vez más, algo tocó su mejilla y él levantó la vista hacia el cielo. La nieve estaba comenzando a caer y el viento traía copos diminutos que revoloteaban en el aire.

—La primera nevada del año —dijo Xhex y se alejó de la puerta—. Y tú sin abrigo.

John bajó la mirada hacia su cuerpo y se dio cuenta de que sólo llevaba puestos unos vaqueros y una camiseta. Al menos se había acordado de ponerse zapatos.

Xhex se metió la mano en el bolsillo y le ofreció algo. Una llave. Una pequeña llave de bronce.

—Ya sé que no quieres ir a tu casa y tengo un lugar no lejos de aquí. Es seguro y subterráneo. Ve allí si quieres, quédate todo el tiempo que necesites. Allí tendrás la soledad que estás buscando, hasta que te sientas mejor.

John estaba a punto de rechazar la oferta, cuando ella dijo en Lengua Antigua:

—Déjame hacer algo por ti de esa manera.

John agarró la llave sin rozarle la mano y moduló con los labios: «Gracias».

Después de que ella le diera la dirección, él la dejó en ese callejón, mirándolo alejarse bajo la nieve. Mientras se dirigía a la calle del Comercio, miró por encima del hombro. Ella todavía estaba junto a la puerta, observándolo, con los brazos cruzados y las botas firmemente plantadas en el suelo.

Los delicados copos que caían entre su pelo negro y corto y sobre esos hombros desnudos y fuertes no lograban suavizar su imagen ni un poco. Ella no era ningún ángel que estaba siendo amable con él por una razón sencilla. Era perversa, peligrosa e impredecible.

Y él la amaba.

John levantó la mano en un gesto de despedida y dobló la esquina, al tiempo que se unía al desfile de humanos enfundados en gruesas chaquetas, que caminaban rápidamente entre un bar y otro.

‡ ‡ ‡

Xhex se quedó donde estaba, incluso después de que el inmenso cuerpo de John desapareciera de su vista.

Uno entre un millón, volvió a pensar. Ese chico era uno entre un millón.

Al regresar al club, sabía que sus dos amigos no tardarían en aparecer, tal vez acompañados por algún miembro de la Hermandad, tratando de encontrarlo. Pero su respuesta sería que no lo había visto y no tenía idea de dónde estaba.

Punto.

Él la había protegido; ella lo iba a proteger.

Fin de la historia.

Cuando se dirigía a la zona VIP, sonó el audífono que llevaba en la oreja. Cuando el gorila dejó de hablar, ella lanzó una maldición y levantó el reloj para hablar por el transmisor.

—Llévalo a mi oficina.

Después de asegurarse de que el lugar estaba libre de prostitutas, entró en la parte del club que estaba abierta al público general y vio al detective De la Cruz, que se dirigía a su oficina a través de la masa de clientes.

También detectó otra presencia.

—¿Sí, Qhuinn? —dijo sin volverse.

—Por Dios, debes de tener ojos detrás de la cabeza.

Ella miró por encima del hombro.

—Y tú deberías tenerlo en cuenta.

El ahstrux nohtrum de John era el tipo de macho con el que quieren follar la mayoría de las mujeres. Y también muchos tipos. Estaba vestido de negro, con su camiseta de Affliction y su chaqueta de motero, pero exudaba estilo. Llevaba el pelo negro peinado en punta, un piercing en el labio y siete aros negros en la oreja izquierda. Las botas de New Rocks de suela de diez centímetros eran góticas. Y los tatuajes en el cuello, al estilo Hart & Huntington.

¿Y qué había de las armas que Xhex estaba segura de que llevaba escondidas debajo de los brazos? Parecía todo un Rambo, y los puños que colgaban a sus lados hablaban de mucho entrenamiento en artes marciales.

El paquete entero, independientemente de la procedencia de los componentes, hablaba de sexo, y por lo que Xhex había podido ver en el club, hasta hacía poco Qhuinn había sabido aprovechar esa ventaja. Hasta el punto de que los baños privados del fondo se habían convertido en su oficina.

Después de ser nombrado guardia personal de John, sin embargo, Qhuinn había bajado el ritmo.

—¿Qué sucede? —preguntó ella.

—¿John ha estado aquí?

—No.

—No lo has visto, entonces.

—No.

Mientras Qhuinn la miraba fijamente, Xhex sabía que no podía ver nada. Pues mentir era su segundo mejor talento después de matar.

—Maldición —murmuró él, mientras miraba alrededor del club.

—Si lo veo, le diré que lo estás buscando.

—Gracias. —Qhuinn volvió a clavar los ojos en ella—. Escucha, no sé qué diablos pasó entre vosotros dos, no es de mi incumbencia…

Xhex entornó los ojos.

—Lo que explica claramente por qué hablas de ello.

—Es un buen tipo. Sólo recuérdalo, ¿vale? —La mirada azul y verde de Qhuinn estaba llena de esa claridad que sólo te da una vida realmente dura—. A mucha gente le molestaría que alguien lo tratara mal. Sobre todo a mí.

En el silencio que siguió, Xhex pensó que debía reconocerle algo a Qhuinn: la mayoría de la gente no tenía los cojones de enfrentarse a ella, y era evidente que detrás de esas palabras había una amenaza.

—Eres buen tipo, Qhuinn, ¿lo sabías? Eres buen amigo.

Xhex le puso una mano en el hombro y después se dirigió a la oficina, mientras pensaba que el rey había sido muy inteligente al elegir al ahstrux nohtrum de John. Qhuinn era un maldito pervertido, pero era un asesino letal y Xhex se alegró de que fuera él quien cuidara a su chico.

Es decir, a John Matthew.

Porque John no era su chico. En lo más mínimo.

Cuando Xhex llegó a la puerta de su oficina, la abrió sin vacilar.

—Buenas noches, detective.

José de la Cruz llevaba un traje barato; y tenía el aspecto de estar muy cansado.

—Buenas noches —respondió él.

—¿Qué puedo hacer por usted? —Xhex se sentó detrás del escritorio y le hizo un gesto para que tomara asiento en el mismo lugar donde se había sentado la última vez.

Pero no se sentó.

—¿Podría decirme dónde estuvo usted anoche?

No exactamente, pensó Xhex. Porque en cierto momento estaba matando a un vampiro y eso no era de la incumbencia del oficial.

—Estuve aquí en el club. ¿Por qué?

—¿Hay algún subalterno que pueda confirmarlo?

—Sí. Puede hablar con iAm o con cualquiera de mis empleados. Siempre y cuando me diga qué demonios sucede.

—Anoche encontramos una prenda de ropa que pertenece a Grady en el escenario de un crimen.

Ay, joder, si alguien había matado a ese desgraciado, ella se iba a poner furiosa.

—¿Pero no su cuerpo?

—No. Encontramos una chaqueta que tiene en la espalda un águila bordada, algo que todo el mundo sabía que usaba. Algo así como su distintivo.

—Interesante. Entonces, ¿por qué me está preguntando dónde estuve?

—La chaqueta tenía manchas de sangre. No estamos seguros de que sea de él, pero mañana lo sabremos.

—Y, nuevamente, ¿por qué quiere usted saber dónde estaba yo?

De la Cruz apoyó las palmas de las manos contra el escritorio y se inclinó hacia delante, mientras que sus ojos color chocolate la miraban con seriedad.

—Porque tengo el presentimiento de que a usted le gustaría verlo muerto.

—No me gustan los hombres que golpean a las mujeres, es verdad. Pero lo único que usted tiene es una chaqueta, no un cuerpo, y, más aún, yo estuve aquí toda la noche. Así que, si alguien lo mató, no fui yo.

El policía se enderezó.

—¿Va a organizar el funeral de Chrissy?

—Sí, mañana. La noticia ha salido hoy en el periódico. Es posible que no tuviera muchos parientes, pero la gente la estimaba en la calle del Comercio. Aquí somos una gran familia. —Xhex esbozó una sonrisa—. ¿Se va a poner un brazalete negro en el brazo para honrar su memoria, detective?

—¿Acaso estoy invitado?

—Éste es un país libre. Y usted de todas maneras pensaba asistir, ¿no es así?

De la Cruz sonrió con sinceridad y sus ojos perdieron la mayor parte de su expresión agresiva.

—Sí, así es. ¿Le molesta que hable con sus subalternos para comprobar su coartada?

—En absoluto. Los llamaré ahora mismo.

Mientras Xhex hablaba a través del transmisor que llevaba en el reloj, el detective miró alrededor de la oficina y, cuando ella bajó el brazo, el detective dijo:

—No le gustan mucho los adornos, ¿verdad?

—Me gusta tener las cosas que necesito y nada más.

—Ya veo. En cambio a mi mujer le encanta la decoración. Tiene el don de hacer que un lugar se vuelva acogedor. Eso es agradable.

—Parece una buena mujer.

—Ah y lo es. Además, hace el mejor pastel de queso que he comido nunca. —El detective miró a Xhex—. ¿Sabe? He oído hablar mucho de este club.

—¿Ah, sí?

—Sí. En particular en el Departamento de Control de Vicios.

—Ah.

—Y también he hecho mi tarea sobre Grady. Fue arrestado el verano pasado por posesión de drogas. El caso todavía está pendiente.

—Bueno, sé que lo llevarán ante la justicia.

—Pero poco antes de ser arrestado, fue despedido de este club, ¿no?

—Por robar dinero del bar.

—Pero ustedes no presentaron cargos.

—Si llamara a la policía cada vez que mis empleados roban unos billetes, los tendría que poner en un número de marcación rápida.

—Pero he oído que ésa no fue la única razón por la que fue despedido.

—¿Ah, no?

—La calle del Comercio, como usted bien dijo, es una sola familia, pero eso no significa que no haya rumores. Y la gente dice que lo despidieron porque estaba vendiendo drogas aquí, en el club.

—Bueno, eso es comprensible, ¿no? Nunca permitiríamos que alguien vendiera droga en nuestra propiedad.

—Porque éste es el territorio de su jefe y a él no le gusta tener competencia.

Xhex sonrió.

—Aquí no hay ninguna competencia, detective.

Y ésa era la verdad. Rehvenge era el jefe. Punto. Cualquier idiota que tratara de vender pequeñas cantidades bajo el techo del club terminaba mal. Muy mal.

—Para ser sincero, no sé cómo lo hacen —murmuró De la Cruz—. Desde hace años se especula acerca de este lugar, pero nadie ha podido encontrar una justificación para conseguir una orden de registro.

Y eso era porque las mentes humanas, aunque estuvieran enchufadas a los hombros de un policía, eran fácilmente manipulables. Cualquier cosa que vieran o hablaran se podía borrar en un parpadeo.

—Aquí no sucede nada turbio —dijo Xhex—. Así es como lo hacemos.

—¿Su jefe anda por ahí?

—No, esta noche no está.

—Entonces confía plenamente en usted para que maneje el negocio cuando él no está.

—Al igual que yo, nunca se ausenta mucho tiempo.

De la Cruz asintió con la cabeza.

—Buena política. Y a propósito de eso, no sé si ya está enterada, pero parece que se ha declarado una guerra entre bandas por el control del territorio.

—¿Una guerra por el control del territorio? Pensé que las dos mitades de Caldwell estaban en paz. Que el río ya no representaba una división.

—Una guerra entre bandas de narcotraficantes.

—Ah, de eso no sé nada.

—Ése es el otro caso que tengo en este momento. Encontramos a dos traficantes muertos junto al río.

Xhex frunció el ceño, mientras pensaba que le sorprendía no haber oído nada sobre eso antes.

—Bueno, las drogas son un negocio peligroso.

—Les dispararon en la cabeza.

—¿Ve lo que le digo?

—Ricky Martínez e Isaac Rush. ¿Los conoce?

—He oído hablar de ellos, pero, claro los dos han salido en los periódicos. —Xhex puso la mano sobre el ejemplar del periódico de Caldwell que tenía doblado sobre el escritorio—. Y yo leo el periódico todos los días.

—Entonces, debe de haber leído el artículo que ha salido hoy sobre ellos.

—Aún no, pero ahora iba a tomarme un descanso. Necesito mi dosis de tiras cómicas.

—¿Le gusta esa sobre la oficina? Yo antes era un fanático de Calvin y Hobbes. Me enfadé mucho cuando dejaron de publicarse sus tiras, y todavía no me he enganchado con ninguna de las nuevas. Supongo que soy un poco anticuado.

—Contra gustos no hay disputas.

—Eso es lo que dice mi mujer. —De la Cruz volvió a inspeccionar la oficina con los ojos—. Pues imagínese que un par de personas me han dicho que los dos vinieron a este club anoche.

—¿Calvin y Hobbes? Uno era un chico y el otro era un tigre. Creo que mis gorilas no habrían dejado pasar a ninguno de los dos.

De la Cruz sonrió.

—No, Martínez y Rush.

—Ah, bueno, usted ha visto lo que es este club. Viene muchísima gente…

—Cierto. Éste es uno de los clubes más de moda de la ciudad. —De la Cruz se metió las manos en los bolsillos traseros del pantalón, de modo que el abrigo se le echó hacia atrás y la chaqueta se le infló a la altura del pecho—. Uno de los yonquis que vive debajo del puente vio un Ford viejo, un Mercedes negro y un Lexus cromado saliendo de la zona un poco después de que dispararan a esos dos.

—Los narcotraficantes se pueden comprar buenos coches. Aunque no sé qué pensar acerca del Ford.

—¿Qué conduce su jefe? Un Bentley, ¿no? ¿O acaso tiene un coche nuevo?

—No, todavía tiene el Bentley.

—Es un coche muy caro.

—Muy caro.

—¿Conoce a alguien que tenga un Mercedes negro? Porque los testigos también vieron uno cerca del apartamento donde apareció la chaqueta de Grady.

—No sabría decirle si conozco a algún propietario de Mercedes.

Se oyó un golpe en la puerta y entraron Trez y iAm.

—Bueno, los dejaré para que hablen tranquilos —dijo Xhex con absoluta fe en los amigos de Rehv—. Lo veré en el funeral, detective.

—Si no nos vemos antes. Oiga, ¿nunca ha pensado en conseguir una planta para este lugar? Podría marcar una diferencia.

—No, soy muy buena para matar las cosas. —Xhex esbozó una sonrisa forzada—. Ya sabe dónde encontrarme. Hasta luego.

Cuando cerró la puerta detrás de ella, dejó de fingir y frunció el ceño. Las guerras entre bandas no eran buenas para el negocio y si Martínez y Rush habían sido asesinados, era señal de que, a pesar del clima invernal, en los bajos fondos de Caldwell estaba empezando un ataque de fiebre.

Mierda, eso era lo último que necesitaban.

Una vibración que provenía de su bolsillo la avisó de que alguien estaba tratando de encontrarla y respondió la llamada tan pronto como vio quién era.

—¿Ya habéis encontrado a Grady? —preguntó en voz baja.

La voz de bajo de Rob el Grande parecía llena de frustración.

—El maldito debe de estar escondido. Tom y yo hemos ido a todos los clubes. También estuvimos en su casa y en la de dos amigos suyos.

—Seguid buscando, pero tened cuidado. Han encontrado la chaqueta de Grady en el escenario de otro crimen. Los policías le están siguiendo la pista de cerca.

—No vamos a descansar hasta que tengamos alguna pista.

—Bien. Ahora, cuelga y vuelve al trabajo.

—No hay problema, jefa.