29
—Yo no soy ningún desconocido.
Mientras miraba fijamente los ojos amatista de Rehvenge, Ehlena pensó que eso era muy cierto. En ese momento de silencio, en medio de esa explosiva energía sexual que los unía y del olor a especias negras que flotaba en el aire, Rehvenge parecía reunir todo lo que ella conocía.
—Me vas a dejar besarte —dijo él.
No era una pregunta, pero ella asintió de todas formas y él cerró la distancia entre sus bocas.
Los labios de Rehvenge eran suaves y su beso fue todavía más suave. Pero se retiró muy rápido, en opinión de Ehlena. Demasiado rápido.
—Si quieres más —dijo él con voz ronca—, estoy dispuesto a dártelo.
Ehlena se quedó mirando la boca de Rehvenge y pensó en Stephan y en todas las opciones que ya no tenía. Deseaba estar con Rehvenge. No tenía sentido, pero en este momento eso no le importaba.
—Sí. Quiero más. —Sólo que en ese momento se le ocurrió: él no podía sentir nada, ¿o sí? Entonces, ¿qué pasaría si seguían adelante?
Sí, ¿y cómo podía mencionar ese pequeño problema sin ofenderlo? ¿Y qué había de esa otra hembra con la que él tenía relaciones? Era evidente que no dormía con ella, pero había algo serio entre ambos.
Rehv clavó sus ojos amatista en los labios de Ehlena.
—¿Quieres saber qué voy a obtener yo?
Joder, esa voz era puro sexo.
—Sí —dijo ella jadeando.
—Poder verte tal como estás ahora.
—¿Cómo… cómo estoy ahora?
Rehv le acarició la mejilla con un dedo.
—Estás ruborizada. —Luego le tocó los labios—. Tienes la boca abierta porque estás pensando en que vuelva a besarte. —Siguió bajando la caricia y deslizó el dedo hasta la garganta—. Tu corazón está palpitando aceleradamente. Puedo verlo en esta vena de aquí. —Se detuvo cuando llegó a los senos, al tiempo que él también abrió la boca y sus colmillos se alargaron—. Si siguiera bajando, creo que encontraría que tienes los pezones duros, y seguro que hay otros indicios de que estás lista para mí. —Se inclinó sobre su oído y susurró—: ¿Estás lista para mí, Ehlena?
Puta. Mierda.
Ehlena sintió que su pecho se contraía alrededor de los pulmones y esa dulce sensación de sofoco amplificó la energía que sintió de repente entre las piernas.
—Ehlena, contéstame. —Rehvenge le acarició el cuello con la nariz, mientras deslizaba un afilado canino sobre su vena.
Cuando dejó caer la cabeza hacia atrás, Ehlena se agarró de la manga del fino traje de Rehv y apretó la tela entre su puño. Había pasado mucho tiempo… una eternidad… desde la última vez que alguien la había tocado. Desde la última vez que había sido algo más que alguien que cuidaba a los demás. Que había sentido que sus senos, sus caderas y sus piernas eran algo más que partes que debía cubrir antes de salir en público. Y he aquí que ese hermoso macho, que no era ningún desconocido, deseaba estar con ella con el único propósito de complacerla.
Ehlena tuvo que parpadear, pues se sentía como si él acabara de darle un regalo y se estaba preguntando hasta dónde llegaría lo que estaban a punto de comenzar. Antes de que su familia cayera en desgracia con la glymera y fuera destruida, había estado comprometida con un macho. Ya estaba programada la ceremonia de apareamiento, pero no llegó a realizarse porque su familia se quedó en la ruina.
Cuando todavía estaban comprometidos, ella se había acostado con él aunque no debió hacerlo porque las normas de la glymera eran muy estrictas, y aún no estaban unidos formalmente. Pero en ese momento la vida parecía demasiado corta para esperar.
Y ahora sabía que era incluso más corta.
—¿Tienes una cama en este lugar? —preguntó Ehlena.
—Y sería capaz de matar para poder llevarte a ella.
Ella fue la que se puso en pie y extendió la mano para que él la llevara.
—Vamos.
‡ ‡ ‡
Lo que hacía que a Rehv le pareciera correcto el paso que iba a dar era que se trataba exclusivamente de Ehlena. Su falta de sensibilidad lo dejaba a él fuera de juego, liberándolos a ambos de las horribles implicaciones que tendría el hecho de que también él estuviera involucrado.
Joder, era todo un placer. Estaba obligado a darle su cuerpo a la princesa. Pero estaba eligiendo darle a Ehlena…
Bueno, mierda, todavía no sabía exactamente qué, pero era mucho más que su polla. Y también valía mucho más.
Rehv agarró el bastón, porque no quería tener que apoyarse en Ehlena para caminar, y la llevó hasta la habitación, con esa cama inmensa, ese edredón negro de satén y esa espléndida vista.
Cerró la puerta con el pensamiento, aunque estaban solos en el apartamento, y lo primero que hizo fue girar a Ehlena de manera que quedara frente a él y soltarle el pelo. Las ondas rubias rojizas cayeron por debajo de los hombros y aunque él no podía sentir la suavidad de los mechones sedosos, podía oler la ligera fragancia a flores silvestres de su champú.
Ella era pura y fresca, como un arroyo en el que él pudiera bañarse.
Se detuvo de pronto, pues un extraño cargo de conciencia lo hizo contenerse. Si ella supiera lo que era él, si supiera lo que hacía para vivir, si supiera lo que hacía con su cuerpo, no lo elegiría. Rehv estaba seguro de eso.
—No te detengas. —Ehlena levantó la cara—. Por favor…
A fuerza de voluntad, Rehv sacó de la habitación todas las cosas malas… la vida de depravación que llevaba, y las peligrosas realidades a las que se enfrentaba… y las dejó afuera mientras se encerraba con ella.
Así que sólo quedaban los dos.
—No me detendré a menos que tú quieras que lo haga. —Si ella le dijera que parara, lo haría sin preguntar nada. Lo último que quería en la vida era hacerle daño a Ehlena, o que ella llegara a sentir que el sexo no era bueno, como le había pasado a él por culpa de sus malas experiencias.
Rehv se inclinó, puso sus labios sobre los de ella y la besó con delicadeza. Como no podía juzgar la intensidad de la sensación, no quería ser demasiado agresivo y pensó que si ella quería más, se apretaría contra él…
Y eso fue justamente lo que hizo, mientras lo envolvía entre sus brazos y apretaba contra él sus caderas.
Y… mierda, de repente Rehv sintió algo. Una llamarada de sensación se abrió paso a través de su entumecimiento y, aunque la luz no era muy fuerte, pudo sentir una oleada de tibieza. Por un instante, retrocedió con pánico… pero su visión seguía teniendo tres dimensiones y el único rojo que veía provenía de la luz del reloj digital que tenía en la mesita de noche.
—¿Estás bien? —preguntó ella.
Rehv esperó un par de segundos más.
—Sí… sí, todo está bien. —Rehv recorrió el rostro de Ehlena con la mirada—. ¿Me dejarás desnudarte?
Ay, Dios, ¿realmente acababa de decirle eso?
—Sí.
—Ah… gracias…
Rehv desabrochó lentamente la parte delantera del uniforme; cada centímetro de piel que descubría parecía una revelación, como si no se tratara de desnudarla sino de quitar el velo de una obra maestra. Y tuvo mucho cuidado cuando deslizó por los hombros y hasta la cintura la parte superior de lo que ella llevaba puesto. Cuando Ehlena quedó frente a él vestida solamente con su sujetador blanco, sus medias blancas y el indicio de las bragas blancas que se alcanzaban a ver debajo de las medias, Rehv se sintió extrañamente honrado.
Pero eso no fue todo. El olor del sexo de Ehlena encendió un zumbido en sus oídos que hizo que se sintiera como si hubiera estado consumiendo cocaína durante una semana y media sin parar. Ella lo deseaba. Casi tanto como él deseaba complacerla.
Rehv la levantó del suelo rodeando su cintura con los brazos. No pesaba nada y lo supo porque su respiración no se alteró en lo más mínimo mientras la llevaba hasta la cama y la acostaba.
Cuando retrocedió para contemplarla, pensó que Ehlena no se parecía a las hembras con las que había estado. Ella no estiró las piernas ni las abrió, no comenzó a acariciarse, ni se arqueó ni hizo ninguno de esos gestos provocativos de ven-y-cómeme.
Tampoco quería causarle dolor, ni tenía ningún interés en degradarlo; no tenía una expresión de crueldad erótica en los ojos.
Sólo se quedó mirándolo con asombro y sincera expectativa, una hembra alejada de los artificios y los cálculos, que resultaba tres millones de veces más sexy que cualquier otra con la que hubiera estado o que conociera.
—¿Quieres que me quede vestido? —preguntó Rehv.
—No.
Rehv se quitó la chaqueta sin ningún cuidado, como si la hubiera comprado en un mercadillo, y tiró al suelo la obra de arte de Gucci. Se quitó los mocasines, se desabrochó el cinturón y dejó caer los pantalones. Luego se quitó rápidamente la camisa. Y los calcetines.
Vaciló un momento al llegar a los bóxers, con los pulgares metidos en la cinturilla, listo para quitárselos pero sin decidirse a hacerlo.
Lo avergonzaba el hecho de que su polla estuviera flácida.
Rehv no había pensado que eso pudiera tener importancia. Joder, el hecho de que su polla estuviera flácida era precisamente lo que hacía que todo esto fuera posible. Sin embargo, se sentía menos macho.
En realidad, no se sentía como un macho.
Así que sacó las manos de los bóxers y se las puso sobre la polla.
—Me voy a dejar éstos puestos.
Ehlena estiró la mano para tocarlo, con una expresión de deseo en sus ojos.
—Quiero estar contigo como puedas.
O no puedas, según era el caso.
—Lo siento —dijo él en voz baja.
Hubo un momento de incomodidad porque ¿qué podía responder ella? Y, sin embargo, él se quedó esperando, deseando… algo de parte de ella.
¿Reafirmación?
Por Dios, ¿qué diablos le pasaba? Todos esos extraños pensamientos y reacciones estaban enredando el paisaje de su lóbulo temporal, abriendo caminos hacia destinos de los que sólo había oído hablar a otros, lugares como la vergüenza, la tristeza y la ansiedad. También la inseguridad.
Tal vez las hormonas sexuales que ella estaba estimulando en él eran como la dopamina y lo impulsaban en la dirección opuesta. Convirtiéndolo en un afeminado.
—Te sienta muy bien esta luz. Estás muy guapo —dijo ella con tono ronco—. Tienes unos hombros y un pecho tan grandes… No me puedo imaginar qué se siente al ser tan fuerte. Y tu estómago… Cómo me gustaría tener un abdomen así de plano y duro. Tus piernas son tan fuertes, todo músculo, ni un gramo de grasa.
Mientras movía las manos hacia arriba, deslizándolas por encima de sus abdominales hacia los pectorales, Rehv bajó la mirada hacia el vientre suavemente redondeado de Ehlena.
—Y yo creo que tú estás perfecta tal y como estás.
—Y yo siento lo mismo con respecto a ti —dijo ella con tono más serio.
Rehv tomó aire.
—¿De verdad?
—Me resultas muy sexy. El solo hecho de mirarte… me hace desearte.
Bueno… ahí lo tienes. Y sin embargo Rehv todavía necesitó una extraña especie de valor para volver a deslizar los pulgares por la cinturilla de los bóxers y bajarlos lentamente por los muslos.
Cuando se acostó junto a ella, sintió que el cuerpo le temblaba y se dio cuenta porque podía ver sus músculos vibrando.
Le importaba mucho lo que ella pensara de él. De su cuerpo. De lo que iba a ocurrir en esa cama. ¿Con la princesa? Le importaba un bledo si ella disfrutaba lo que él le hacía. Y en esas pocas ocasiones en que había estado con sus putas, no había querido hacerles daño, claro, pero sólo había sido un intercambio de sexo por dinero.
Lo de él y Xhex había sido sencillamente un error. Ni bueno ni malo. Sólo fue lo que fue y nunca se iba a repetir.
Ehlena subió las manos por los brazos de Rehv hasta los hombros.
—Bésame.
Rehv la miró a los ojos e hizo exactamente eso, acercando sus labios a los de ella y acariciándolos. Luego sacó la lengua y le acarició la boca. Y siguió besándola hasta que ella se arqueó sobre la cama y cerró los puños con tanta fuerza que un extraño eco de sensación volvió a encenderse dentro de él. La sensación le hizo detenerse y abrir los ojos para revisar su visión, pero todo estaba normal, sin ningún matiz rojo.
Entonces regresó a lo que estaba disfrutando tanto, teniendo mucho cuidado, debido a que no podía medir la presión del contacto, y dejando que ella lo buscara para no aplastarla con su boca.
Rehv quería ir mucho más allá… y ella le leyó el pensamiento.
Ehlena fue la que se quitó el sujetador, desabrochando el broche frontal, y se desnudó. Ay… mierda, sí. Sus senos eran perfectamente proporcionados y terminaban en un par de pezones duros y rosados, los cuales Rehv succionó rápidamente en su boca, uno por uno.
El sonido de los gemidos de Ehlena despertó el cuerpo de Rehv y reemplazó el frío por una sensación de vida y energía, tibieza y deseo.
—Quiero besarte allá abajo —gruñó Rehv.
El «por favor» con que ella le contestó fue más un gemido que palabras reconocibles, y su cuerpo le dio una respuesta mucho más clara. Ehlena abrió las piernas, ofreciéndole una invitación imposible de ignorar.
Tenía que quitarle las medias o acabaría desgarrándolas a mordiscos.
Rehv lo hizo con toda la lentitud que pudo, liberando la piel de Ehlena de sus restricciones y acariciándola con la nariz hasta los tobillos, respirando profundo a medida que bajaba.
Pero le dejó las bragas puestas.
‡ ‡ ‡
Lo que más sorprendió a Ehlena fue la delicadeza de Rehvenge.
A pesar de su tamaño, fue lo más cuidadoso que pudo, moviéndose suavemente sobre su cuerpo y dándole todas las oportunidades de decirle que parara, o cambiara de dirección, o que la dejara en paz definitivamente.
Pero ella no tenía intenciones de hacer nada de eso.
En especial cuando su mano inmensa empezó a subir por la parte interna de la pierna desnuda y, sutilmente, inexorablemente, le abrió los muslos un poco más. Cuando los dedos de Rehv rozaron las bragas, Ehlena sintió una descarga eléctrica que chisporroteó en su sexo y ese miniorgasmo la dejó jadeando.
Rehvenge se levantó un poco apoyándose en los brazos y le gruñó al oído:
—Me gusta ese sonido.
Entonces la besó y comenzó a acariciarle el sexo por encima de las modestas bragas de algodón que lo cubrían. Rehv alternaba las profundas arremetidas de su lengua con roces suaves y ella dejó caer la cabeza hacia atrás, mientras se perdía irremediablemente en él. Ehlena deseaba que él se metiera por debajo de las bragas y levantó un poco las caderas, rogando que Rehv entendiera la insinuación, pues no tenía aliento ni cabeza para hablar en esos momentos.
—¿Qué es lo que quieres? —le dijo él al oído—. ¿No quieres que haya nada entre nosotros?
Al ver que ella asentía, Rehv deslizó el dedo del medio por debajo del elástico de las bragas y ahí sí quedaron piel contra piel y…
—Ay… Dios —gimió ella, al sentir un orgasmo que se abría paso hasta su centro.
Rehvenge sonrió como un tigre, mientras la acariciaba y la ayudaba a remontar las pulsaciones del orgasmo. Cuando ella por fin se quedó quieta, se sintió avergonzada. Llevaba tanto tiempo sin estar con nadie, y nunca había estado con alguien como él.
—Eres increíblemente hermosa —le susurró Rehv, antes de que ella pudiera decir nada.
Ehlena volvió la cara hacia los bíceps de Rehv y besó la piel suave que recubría el músculo.
—Hacía mucho tiempo que no vivía algo así.
El rostro de Rehv pareció iluminarse discretamente.
—Y eso me gusta. Mucho. —Rehv dejó caer la cabeza sobre los senos de Ehlena y le besó un pezón—. Me gusta que respetes tu cuerpo. No todo el mundo lo hace. Ah y, a propósito, todavía no he terminado.
Ehlena enterró las uñas en la nuca de Rehv, mientras él le bajaba las bragas por los muslos. El hecho de ver cómo le acariciaba los senos con la lengua la excitó, en especial cuando esos ojos amatista se clavaron en los suyos, al tiempo que trazaba un círculo alrededor del pezón y comenzaba a lamerlo, como si le estuviera dando un anticipo de lo que debía esperar allá abajo.
Ehlena volvió a llegar al clímax. Con fuerza.
Esta vez se dejó ir completamente y fue un alivio estar dentro de su piel y con él. Mientras se recuperaba del placer, no hizo ningún gesto de sobresalto cuando él comenzó a besarla hacia abajo y a abrirse camino por su estómago hacia…
Gimió tan fuerte que el sonido produjo un eco.
Al igual que lo había hecho con los dedos, la sensación de la boca de Rehv sobre su sexo resultaba todavía más vívida porque apenas la tocaba. Una lluvia de caricias suaves cayó sobre ese lugar ardiente y vulnerable de su cuerpo, mientras ella se esforzaba por sentir cada aleteo, convirtiendo cada roce de los labios y la lengua en una fuente de placer y frustración al mismo tiempo.
—Más —exigió Ehlena y alzó las caderas.
Rehv la miró con sus ojos amatista.
—No quiero ser demasiado rudo.
—No lo serás. Por favor… me estás matando…
Con un gruñido, Rehv se sumergió entre sus piernas y cubrió el sexo de ella con su boca, succionándola dentro de él. Ella volvió a tener un orgasmo, más fuerte y explosivo, y él la ayudó a disfrutarlo. Siguió acariciándola, succionándola, acompañándola a través de los espasmos, y el sonido de ese encuentro de labios se elevaba al mismo ritmo que sus gritos guturales, mientras que él seguía excitándola y prolongando el clímax una y otra vez.
Después de sólo Dios sabía cuántos orgasmos, ella se quedó quieta, al igual que él. Los dos estaban jadeando, él con la boca húmeda dentro de las piernas de ella y tres de sus dedos dentro de la vagina, mientras sus olores se mezclaban en medio del aire cargado con…
Ehlena frunció el ceño. Parte del fuerte olor que invadía la habitación era… un aroma a especias negras. Y cuando él tomó aire, la miró enseguida.
La expresión de desconcierto de Ehlena debía mostrar exactamente la conclusión a la que había llegado.
—Sí, yo también siento el olor —dijo él con voz ronca.
Sólo que no podía haberse enamorado de ella, ¿o sí? ¿Realmente ocurría tan rápido?
—Así es para algunos machos —dijo Rehv—. Evidentemente.
De repente ella se dio cuenta de que él le estaba leyendo la mente, pero no le importó. Considerando el sitio donde acababa de estar, meterse dentro de su cabeza no parecía ni la mitad de íntimo.
—No esperaba esto —dijo ella.
—Tampoco estaba en mi lista —dijo él. Rehvenge sacó los dedos de la vagina de Ehlena y se los lamió con un gesto lento y deliberado.
Lo que naturalmente la volvió a excitar.
Ehlena lo siguió mirando fijamente, mientras que él se acomodaba sobre las almohadas que ella había desperdigado por todas partes.
—Si no sabes qué decir, bienvenida al club.
—No tenemos que decir nada —murmuró ella—. Simplemente ha sucedido.
—Sí.
Rehvenge se tumbó boca arriba, y mientras yacían acostados en medio de la oscuridad, a diez centímetros de distancia, ella se sintió tan abandonada como si él acabara de marcharse del país.
Entonces Ehlena se acostó de lado, apoyó la cabeza sobre el brazo y se quedó mirándolo mientras él observaba fijamente el techo.
—Quisiera poder darte algo —dijo, al tiempo que decidía dejar para más tarde el asunto del olor que indicaba que él había hecho un vínculo con ella. Si hablaban demasiado, arruinarían lo que acababan de compartir y ella quería prolongarlo un poco más.
Rehv la miró de reojo.
—¿Estás loca? ¿Acaso necesito recordarte lo que acabamos de hacer?
—Quiero darte algo como eso. —Ehlena se sintió incómoda de repente—. No quiero que parezca que algo falta… Me refiero a que… Mierda.
Rehv sonrió y le acarició la mejilla.
—Eres muy dulce, pero no te sientas mal. Y no subestimes lo bien que me lo he pasado haciendo esto.
—Quiero que sepas algo. Nadie podría haberme hecho sentir mejor. Gracias, has hecho que me sienta deseada y hermosa.
Rehv se volvió hacia ella y adoptó la misma posición, con la cabeza sobre su grueso bíceps.
—¿Ves por qué ha sido bueno también para mí?
Ella le agarró la mano y le besó la palma, pero luego frunció el ceño.
—Te estás enfriando. Puedo sentirlo.
Entonces se enderezó y lo cubrió con el edredón; después se acostó junto a él y lo abrazó, pero por encima del edredón.
Se quedaron en esa posición durante un siglo.
—¿Rehvenge?
—¿Sí?
—Bebe de mi vena.
Ehlena se dio cuenta de que lo había dejado aterrado, por la forma en que dejó de respirar.
—Perdón… ¿Qué?
Ehlena sonrió, mientras pensaba que Rehv no era el tipo de macho que tartamudeara.
—Bebe de mi vena. Déjame darte algo.
A través de la boca entreabierta, vio cómo se alargaban los colmillos como un par de cuchillos que salieran de su cráneo.
—No estoy seguro… no sé si eso será… —Como le faltaba el aliento, la voz de Rehvenge se hizo más profunda.
Ehlena se llevó la mano al cuello y se acarició la yugular lentamente.
—Creo que es una excelente idea.
Los ojos de Rehvenge irradiaban una luz púrpura. Ehlena se recostó sobre la espalda y volvió la cabeza para dejar expuesta su garganta.
—Ehlena… —Rehv la contempló de arriba abajo.
Él estaba jadeando y ruborizado, y una fina capa de sudor cubría la parte de los hombros que asomaba por fuera de las mantas. Y eso no era todo. El aroma a especias negras se intensificó hasta saturar el aire, al tiempo que la química interna de Rehvenge reaccionaba al deseo que sentía de estar con ella.
—Ay… mierda, Ehlena…
Bruscamente, Rehvenge frunció el ceño y bajó la mirada hacia su cuerpo. Su mano, la misma con la que hacía un momento le había acariciado la mejilla, desapareció debajo del edredón y la expresión de su rostro cambió: la pasión y el sentimiento parecieron evaporarse, dejando solamente un gesto de desconcierto y disgusto.
—Lo siento —dijo con voz ronca—. Lo siento… no puedo…
Rehvenge se levantó rápidamente de la cama y se llevó el edredón. A pesar de que se movió deprisa, a Ehlena no le pasó desapercibido el hecho de que estaba excitado.
Tenía la polla dura. Tan grande y tan larga como un fémur.
Y sin embargo, desapareció en el baño y cerró la puerta.
Luego echó la llave.