28
—Pasar tiempo contigo es como ver secarse una pared recién pintada. —La voz de Lassiter resonó contra las estalactitas que colgaban del techo altísimo de la Tumba—. Sólo que sin la ventaja de las mejoras al hogar; lo cual es una lástima, considerando la apariencia de este lugar. ¿A vosotros siempre os gusta lo sombrío y lo triste? ¿Nunca habéis oído hablar de las tiendas de decoración?
Tohr se restregó la cara y miró alrededor de la cueva que servía desde hacía siglos como lugar de reunión secreto de la Hermandad. Detrás del gigantesco altar de piedra al lado del cual estaba sentado, se extendía hasta el fondo de la cueva la pared de mármol negro que tenía grabados los nombres de todos los hermanos. Velas negras montadas en pesadas antorchas proyectaban su luz titilante sobre todas las inscripciones en Lengua Antigua.
—Somos vampiros —dijo Tohr—. No hadas.
—A veces no estoy tan seguro de eso. ¿No has visto nunca el despacho de tu rey?
—Está casi ciego.
—Lo cual explica por qué no se ha ahorcado de una de esas horribles vigas color pastel.
—Creí que te estabas quejando de la decoración sombría.
—Estoy divagando.
—Evidentemente. —Tohr no miró al ángel, porque se imaginaba que el contacto visual sólo terminaría animándolo a hablar más. Ay, espera, Lassiter no necesitaba ayuda para eso.
—¿Acaso estás esperando que esa calavera que está en el altar te hable o alguna mierda así?
—De hecho, los dos estamos esperando a que tú por fin te tomes un descanso. —Tohr miró con odio al ángel—. Cuando quieras. Cuando quieras.
—Dices las cosas más encantadoras. —El ángel depositó su resplandeciente trasero sobre los escalones de piedra, junto a Tohr—. ¿Puedo preguntarte algo?
—¿Puedo decir que no?
—No. —Lassiter se movió con nerviosismo y levantó la vista hacia la calavera—. Esa cosa parece más vieja que yo. Y eso ya es mucho decir.
Era la calavera del primer hermano, el primer guerrero que luchó contra el enemigo de forma valerosa y potente, el símbolo de fuerza y propósito más sagrado de la Hermandad.
Lassiter dejó de bromear por un segundo y dijo:
—Debió ser un gran guerrero.
—Pensé que ibas a preguntarme algo.
El ángel se puso de pie, al tiempo que lanzaba una maldición y sacudía las piernas.
—Sí, me refiero a que… ¿Cómo diablos eres capaz de sentarte ahí durante tanto tiempo? El trasero me está matando.
—Sí, los calambres cerebrales son horribles.
Aunque el ángel tenía razón acerca de la cantidad de tiempo que había pasado. Tohr llevaba tanto tiempo sentado ahí, contemplando la calavera y la pared con los nombres grabados, que ya no podía distinguir su trasero de los escalones de piedra.
Había llegado la noche anterior, atraído por una mano invisible, con la intención de buscar inspiración, claridad, una manera de volverse a conectar con la vida. Pero, en lugar de eso, sólo había encontrado piedras. Piedras frías. Y una cantidad de nombres que alguna vez habían significado algo para él, pero que ahora sólo parecían una lista de gente muerta.
—Es porque estás mirando en el lugar equivocado —dijo Lassiter.
—Ya te puedes ir.
—Cada vez que dices eso me dan ganas de llorar.
—Curioso, a mí también.
El ángel se inclinó sobre él y una oleada de aire fresco lo precedió.
—Ni esa pared ni esa calavera te van a dar lo que estás buscando.
Tohr entornó los ojos y deseó tener más energía para poder discutir con el ángel.
—Ah, ¿no? Pues no es verdad, y tú estás quedando como un mentiroso. Todo el tiempo repitiendo lo mismo: «Ya es la hora. Esta noche todo va a cambiar». Eres un imbécil, ¿lo sabías?
Lassiter sonrió, mientras se apretaba con gesto indiferente el aro dorado que tenía en la ceja.
—Si piensas que me vas a provocar con tu grosería, estás muy equivocado.
—¿Por qué demonios estás aquí? —El cansancio de Tohr resonó en su voz, lo cual hizo que se sintiera aún más débil e irritado—. ¿Por qué diablos no me dejaste donde me encontraste?
El ángel subió los escalones de mármol negro y comenzó a pasearse en frente de la pared con los nombres grabados, deteniéndose aquí y allá a inspeccionar algunos.
—El tiempo es un lujo, lo creas o no —dijo.
—A mí me parece una maldición.
—Sin tiempo, ¿sabes qué te queda?
—El Ocaso. Que era a donde me dirigía justo cuando tú apareciste.
Lassiter pasó los dedos por encima de una línea de caracteres y Tohr desvió la mirada rápidamente cuando se dio cuenta de lo que decían. Era su nombre.
—Sin tiempo —dijo el ángel— sólo te queda el infinito lodazal de la eternidad.
—Para tu información, la filosofía me aburre.
—No es filosofía. Es la realidad. El tiempo es lo que le da significado a la vida.
—Vete a la mierda. De verdad… vete a la mierda.
Lassiter ladeó un poco la cabeza, como si hubiese escuchado algo.
—Por fin —murmuró—. El desgraciado me estaba volviendo loco.
—¿Perdón?
El ángel regresó al lado de Tohr, se inclinó para mirarlo de frente y dijo de manera clara y fuerte:
—Escucha, cariño. Tu shellan, Wellsie, fue quien me envió. Ésa es la razón por la que no te dejé morir.
Tohr sintió que el corazón se le paralizaba en el pecho, al tiempo que el ángel levantaba la cabeza y decía:
—¿Por qué has tardado tanto?
La voz de Wrath se oyó en la distancia mientras las pisadas de sus botas retumbaban contra el altar. Parecía muy enfadado.
—Bueno, la próxima vez dile a alguien dónde demonios estás…
—¿Qué estabas diciéndome? —dijo Tohr jadeando.
Lassiter no parecía arrepentido en lo más mínimo, mientras volvía a concentrarse en Tohr.
—Esa pared no es lo que deberías estar mirando. ¿Por qué no miras más bien un calendario? Hace un año que el enemigo le disparó a tu Wellsie en la cara. ¡Despierta de una vez, imbécil, y haz algo!
Wrath soltó una maldición.
—Tranquilos, vamos, Lassi…
Tohrment se abalanzó por el suelo de la cueva con algo parecido a la energía que solía tener y golpeó a Lassiter con todas sus fuerzas, lo cual hizo que el ángel cayera sobre el suelo de piedra. Luego puso sus manos alrededor del cuello del ángel y se quedó mirando sus ojos blancos, mientras le apretaba la garganta y enseñaba los colmillos.
Lassiter sólo se quedó mirándolo y le transmitió un mensaje directamente a su lóbulo temporal: ¿Qué vas a hacer, idiota? ¿Vas a vengarla o vas a faltarle al respeto dejándote morir de esa manera?
La mano enorme de Wrath aterrizó sobre el hombro de Tohr como si fuera la garra de un león y lo contuvo.
—No… —dijo Tohr con la respiración entrecortada—. Nunca… te…
—¡Ya basta! —gritó Wrath.
Tohr cayó sobre su trasero y, mientras rebotaba como un palito que se cae al suelo, salió de su trance asesino y se despertó.
No sabía de qué otra forma describir lo que acababa de sucederle. Fue como si hubiesen accionado un interruptor y su panel de luces se hubiese encendido de nuevo, después de estar apagado durante mucho tiempo.
De pronto vio la cara de Wrath junto a la suya.
—¿Estás bien? —le estaba diciendo el rey.
Tohr estiró la mano y tocó los fuertes brazos de Wrath, tratando de comprobar si lo que estaba sintiendo era real. Luego miró a Lassiter y otra vez al rey.
—Siento… lo que ha pasado.
—¿Acaso estás bromeando? Todos queremos estrangular a este pesado.
—¿Sabéis? Voy a terminar por acomplejarme —Lassiter tosió y trató de recuperar el aliento.
Tohr se agarró de los hombros de su rey.
—Nadie había dicho nada sobre ella —gimió—. Nadie pronuncia su nombre, nadie habla… sobre lo que sucedió.
Wrath agarró a Tohr de la nuca.
—Es por respeto a ti.
Tohr clavó la mirada en la calavera del altar y luego en la pared con las inscripciones. El ángel tenía razón. Sólo había un nombre que podía despertarlo y ese nombre no estaba allí.
Wellsie.
—¿Cómo supiste dónde estábamos? —le preguntó al rey, todavía con los ojos clavados en la pared.
—A veces la gente necesita volver al principio. Al lugar donde todo empezó.
—Ya es hora —dijo el ángel con voz suave.
Tohr bajó la vista y contempló su cuerpo disminuido, debajo de la ropa que le quedaba grande. Se había convertido en la cuarta parte del macho que solía ser, tal vez menos. Y no era sólo por la cantidad de kilos que había perdido.
—Ay, Dios… mírame.
La respuesta de Wrath fue franca y directa.
—Si estás listo, estamos preparados para recibirte. Nos alegraría tenerte otra vez entre nosotros.
Tohr miró al ángel y por primera vez notó el aura dorada que lo rodeaba. Era un enviado del cielo. Un enviado de Wellsie.
—Estoy listo —dijo, sin dirigirse a nadie en particular.
‡ ‡ ‡
Mientras Rehv observaba a Ehlena desde el otro lado de la mesa, pensó: «Bueno, al menos no ha salido huyendo de aquí después de haber oído que soy impotente».
Impotente no era una palabra que un macho quisiera usar cuando estaba con una hembra que le gustaba. A menos que fuera para decir todo lo contrario a lo que él había dicho, algo así como «no, ¡claro que no soy impotente!».
Ehlena se recostó costra el respaldo de la silla.
—Es… ¿Es por la medicación?
—Sí.
Ehlena desvió la mirada, como si estuviera haciendo cálculos, y el primer pensamiento que cruzó por la cabeza de Rehv fue: «Pero mi lengua todavía funciona, al igual que mis dedos».
Aunque se guardó eso para sus adentros.
—La dopamina tiene un extraño efecto sobre mí. En lugar de estimular la testosterona, parece que me la chupara.
Ehlena esbozó una sonrisa.
—Esto es totalmente inapropiado, pero considerando lo viril que es, sin…
—Todavía podría hacerte el amor —dijo él en voz baja—. Así es como sería.
Ehlena clavó los ojos en los de Rehv. Ay-por-Dios-¿realmente-él acababa-de-decir-eso?
Rehv se pasó una mano por la cabeza.
—No me voy a disculpar por el hecho de desearte, pero tampoco te voy a faltar al respeto intentando algo inapropiado contigo. ¿Quieres un café? Ya está hecho.
—Ah… claro. —Como si un café pudiera aclararle la cabeza—. Escuche…
Rehv se detuvo mientras se estaba levantando.
—¿Sí?
—Yo… ah…
Al ver que ella no seguía, Rehv encogió los hombros.
—Sólo déjame traerte el café. Quiero atenderte. Eso me hace feliz.
¿Feliz? A la mierda. Mientras regresaba a la cocina, una exuberante satisfacción se abrió paso a través de su sopor. El hecho de que la estuviera alimentando con comida que él había preparado para ella, y dándole algo de beber para apagar su sed, y ofreciéndole abrigo del frío…
La nariz de Rehv percibió un extraño aroma y al comienzo pensó que era el rosbif que había quedado, porque lo había frotado por fuera con especias. Pero no… no era eso.
Considerando que tenía otras cosas más urgentes de que preocuparse, abrió uno de los armarios de la cocina y sacó una taza y un plato. Después de servir el café, subió las manos para arreglarse las solapas de la chaqueta…
Y se quedó helado.
Entonces se llevó la mano a la nariz y respiró profundamente; no podía creer lo que estaba sintiendo. No podía ser posible que…
Sólo que esa fragancia no podía ser más que una cosa, y no tenía nada que ver con su naturaleza symphath: el olor a especias negras que despedía su cuerpo era el olor de los machos enamorados, la marca que dejan los machos en la piel y el sexo de sus hembras cuando se aparean para que los otros machos sepan a quién se arriesgan a enfurecer si se atreven a acercarse a esa hembra.
Rehv bajó el brazo y miró hacia la puerta, atónito.
Cuando se llega a cierta edad, uno ya no espera que su cuerpo le dé ninguna sorpresa, porque ya le ha dado todas las que le tenía reservadas. Al menos, no sorpresas buenas. Dolor de articulaciones, asma, problemas cardiacos… Claro, todo eso llega con el tiempo. Pero cuando han pasado novecientos años de tu transición, lo que tienes es lo que tienes.
Aunque «bueno» no era el calificativo que él usaría para ese nuevo desarrollo.
Sin ninguna razón aparente, Rehv pensó en la primera vez que tuvo sexo. Fue inmediatamente después de su transición y cuando todo terminó, estaba seguro de que la hembra con la que había estado y él se iban a emparejar y vivirían juntos y felices durante el resto de su vida. Ella era muy hermosa, una hembra que el hermano de su madre había llevado a la casa para que Rehv se alimentara después de pasar por el cambio.
Era morena.
Por Dios, ya no recordaba su nombre.
Al mirar hacia atrás, con todo lo que había aprendido desde entonces acerca de la atracción entre los machos y las hembras, él sabía que ella se había sorprendido al ver lo grande que era su cuerpo después del cambio. Ella no esperaba que le gustara lo que había visto. No esperaba sentir deseos de estar con él. Pero así fue y se habían apareado y el sexo había sido una revelación, la sensación de toda esa piel, el deseo adictivo, la sensación de poder que había sentido cuando tomó el control después de las primeras dos veces.
Fue entonces cuando descubrió que tenía una púa, pero como ella estaba tan ávida de estar con él, ninguno de los dos se dio cuenta de que tenían que esperar un poco antes de que él se retirara de su interior.
Cuando todo acabó, se sintió muy tranquilo, muy contento. Pero no había habido un final feliz. Con el sudor aún sobre su cuerpo, ella se había vestido y se había dirigido a la puerta. Justo antes de salir, le había sonreído con dulzura y le había dicho que no le iba a cobrar a su familia por el servicio.
Su tío había comprado a una puta para que lo alimentara.
Curioso, cuando lo pensaba ahora, no le parecía extraño cómo había acabado él… Desde muy pequeño, le habían enseñado que el sexo era una mercancía; aunque ese primer orgasmo había sido por cuenta de la casa, por decirlo de alguna manera.
Así que, sí; si ese olor a especias negras significaba que su naturaleza vampira se había enamorado de Ehlena, y eso no era una buena noticia.
Rehv llevó el café con cuidado a través de la puerta hasta el comedor. Cuando lo puso frente a ella, quería tocarle el pelo, pero se sentó.
Ella se llevó la taza a los labios.
—Prepara buen café.
—Todavía no lo has probado.
—Pero puedo olerlo. Y me encanta el olor.
No es el café, pensó Rehv. Al menos, no por completo.
—Bueno, a mí me encanta tu perfume —dijo él, porque era un estúpido.
Ella frunció el ceño.
—No llevo perfume. Bueno, sólo uso un jabón y un champú normales.
—Ya. Pues me gustan. Y me alegra que te hayas quedado.
—¿Esto es lo que tenía planeado?
Se miraron a los ojos. Mierda, ella era perfecta. Tan radiante como la luz de las velas.
—¿Que te hayas quedado hasta el café? Sí, supongo que quería que tuviéramos una cita.
—Pensé que había estado de acuerdo conmigo.
Joder, esa forma de hablar, como si le faltara el aliento, hacía que quisiera tenerla apretada contra su pecho desnudo.
—¿De acuerdo contigo? —dijo él—. Demonios, si eso te hace feliz, diría que sí a cualquier cosa. Pero ¿a qué te refieres específicamente?
—Usted dijo que… no debería salir con nadie.
Ah, cierto.
—No debes.
—No lo entiendo.
Que Dios lo perdonara, pero no podía contenerse. Rehv apoyó el codo adormecido sobre la mesa y se inclinó hacia ella. A medida que fue acortando la distancia entre los dos, Ehlena abrió los ojos, pero no se echó hacia atrás.
Rehv se contuvo para darle la oportunidad de decirle que parara. ¿Por qué? No tenía idea. Su lado symphath sólo se contenía para analizar las cosas o aprovechar mejor una debilidad. Pero la simple presencia de Ehlena hacía que quisiera portarse de manera decente.
Sin embargo, no le dijo que se detuviera.
—No… lo entiendo —susurró ella.
—Es sencillo. No creo que debas salir con ningún desconocido. —Rehv se acercó todavía más, hasta que alcanzó a ver las manchas doradas en los ojos de ella—. Pero yo no soy ningún desconocido.