26

Cuando anocheció, Ehlena se puso su uniforme, a pesar de que no iba para la clínica. Lo hizo por dos razones: una, así su padre, que no toleraba muy bien los cambios de rutina, no se pondría nervioso. Así marcaría las distancias entre los dos cuando se encontrara con Rehvenge.

No había dormido nada durante el día. Las imágenes de la morgue y el recuerdo del sonido de la voz fatigada de Rehvenge habían formado un endemoniado equipo de relevos que había martillado su cabeza, mientras yacía en la oscuridad y sus emociones giraban hasta que le dolió el pecho.

¿Realmente se iba a encontrar con Rehvenge? ¿En su casa? ¿Cómo había sucedido eso?

Se recordó que sólo iba a entregarle unas medicinas. Era una misión clínica, profesional, de enfermera a paciente. Por Dios Santo, él había estado de acuerdo en que ella no debería salir con nadie, y no era como si la hubiese invitado a cenar ni nada parecido. Ella sólo dejaría las pastillas e intentaría convencerlo de que fuera a ver a Havers. Eso era todo.

Después de mirar a su padre y darle sus medicinas, se desmaterializó hasta la acera frente al edificio Commodore, en el centro. En medio de las sombras y mientras alzaba la vista hacia el rascacielos, le impresionó el contraste entre ese edificio y el sórdido lugar en el que ella vivía en alquiler.

Joder… vivir en medio de todo ese lujo debía costar dinero. Mucho dinero. Y el apartamento de Rehvenge estaba en el ático. Además, ése debía ser sólo uno de los lugares de los que era dueño, porque ningún vampiro en su sano juicio dormiría durante las horas del día rodeado de todas esas ventanas.

La línea que separaba a la gente normal de los ricos parecía tan ancha como la distancia entre el lugar en el que ella se encontraba y el lugar donde Rehvenge supuestamente estaba esperándola; por un breve momento, Ehlena acarició la fantasía de que su familia todavía tuviera dinero. Tal vez así ella llevaría puesto algo mejor que ese abrigo barato y su uniforme.

Mientras permanecía en la calle, debajo de él, pensó que parecía imposible que hubieran conectado tan bien Rehv y ella; pero, claro, en realidad podía decirse que sólo habían hablado por teléfono, y una conversación telefónica era prácticamente como una relación virtual, como si se hubieran conocido por Internet. Cada uno de ellos estaba en su propio ambiente, sin poder verse el uno al otro, sólo sus voces se mezclaban. Era una falsa intimidad.

¿Realmente había robado unas medicinas para ese macho?

Mira tus bolsillos, idiota, pensó.

Ehlena soltó una maldición y se desmaterializó hasta la terraza del ático, aliviada al ver que la noche estaba relativamente tranquila. De otra manera, con el frío que estaba haciendo, el viento a esa altura debía ser…

¿Qué demonios era… eso?

A través de muchos paneles de vidrio, el resplandor de cientos de velas convertía la noche en una niebla dorada. Dentro, las paredes del apartamento eran negras y había… cosas colgando de ellas. Cosas como látigos de metal y de cuero, y máscaras… y había una mesa que parecía muy antigua que estaba… No, espera, era una mesa de tortura. ¡Qué barbaridad! Con correas de cuero colgando de las cuatro esquinas.

Ay… demonios, no. ¿A Rehvenge le gustaba esa mierda?

Bien. Cambio de planes. Le dejaría los antibióticos, claro, pero sería frente a una de esas puertas correderas, porque no había manera de que ella entrara ahí. De… Ninguna… Manera.

Un macho formidable con perilla salió de un baño, secándose las manos y arreglándose los pantalones de cuero, mientras se dirigía a la mesa de tortura. Se subió fácilmente de un salto y luego comenzó a atarse el tobillo con una de las correas.

La cosa se estaba poniendo muy fea. ¿Un ménage à trois?

—¿Ehlena?

Ehlena se dio la vuelta con tanta rapidez que se golpeó la cadera contra el muro que rodeaba la terraza. Al ver quién la había llamado, frunció el ceño.

—¿Doctora Jane? —dijo, mientras pensaba que la noche iba del terreno del desconcierto al del horror—. ¿Qué está usted haciendo aquí?

—Creo que estás en el lado equivocado del edificio.

—Lado equivocado… Ay, espere, ¿no es el apartamento de Rehvenge?

—No es de Vishous y mío. Rehv está al otro lado.

—Ah… —Mejillas rojas. Muy rojas, y no precisamente a causa del viento—. Lo siento, me he confundido de lugar…

La doctora fantasma se rió.

—Está bien, no pasa nada.

Ehlena miró de reojo hacia el cristal, pero enseguida desvió la mirada. Desde luego, ése era el hermano Vishous. El de los ojos de diamante y los tatuajes en la cara.

—El apartamento que buscas está al otro lado. A la izquierda.

Y eso era lo que Rehvenge le había dicho, claro.

—Entonces voy para allá.

—Te invitaría a pasar por aquí, pero…

—Sí. Será mejor que me desmaterialice y vaya por mi cuenta.

La doctora Jane sonrió con una buena dosis de malicia.

—Sí, creo que es lo mejor.

Ehlena se tranquilizó y se desmaterializó hasta el otro lado del techo, mientras pensaba: ¿La doctora Jane practica sexo duro?

Bueno, cosas más extrañas habían sucedido.

Al volver a tomar forma, tenía casi miedo de mirar a través del cristal de la terraza, considerando lo que acababa de ver. Si Rehvenge tenía más de lo mismo, o peor, cosas como ropa femenina del tamaño de un macho, o animales domésticos andando por ahí, no sabía si podría serenarse lo suficiente para desmaterializarse y salir de allí.

Pero no. Nada de travestis ni cosas raras. Nada que necesitara un abrevadero o una cerca. Sólo un encantador apartamento, decorado con la clase de muebles esbeltos y sencillos que debían de haber importado de Europa.

Rehvenge salió de un arco y se detuvo cuando la vio. Cuando levantó la mano, las puertas correderas que estaban frente a ella se abrieron por la fuerza de la voluntad de él y ella sintió el delicioso aroma que salía del apartamento.

¿Qué era ese olor a… rosbif?

Rehvenge se acercó, moviéndose con paso elegante, a pesar de que siempre se apoyaba en su bastón. Esa noche llevaba un suéter negro de cuello alto, que era lógicamente de cachemira, y un impresionante traje negro y, con esa ropa tan fina, parecía salido de la portada de una revista: elegante, seductor, siempre inalcanzable.

Ehlena se sintió como una tonta. Al verlo allí, en su hermosa casa, no se sintió inferior. Era simplemente que no tenían nada en común. ¿Qué clase de alucinaciones había tenido cuando hablaron por teléfono y cuando se vieron en la clínica?

—Bienvenida. —Rehvenge se detuvo en la puerta y le tendió la mano—. Te habría esperado afuera, pero hace demasiado frío.

Dos mundos totalmente diferentes, pensó Ehlena.

—¿Ehlena?

—Lo siento. —Ella le agarró la mano y entró, porque sería una grosería no hacerlo. Pero mentalmente ya se había marchado.

‡ ‡ ‡

Cuando sus palmas se tocaron, Rehv se sintió estafado, robado, asaltado: no sintió nada cuando sus manos se fundieron y deseaba con desesperación poder sentir el calor de Ehlena. Sin embargo, aunque tenía el cuerpo adormecido, el solo hecho de ver cómo se unían sus pieles fue suficiente para hacer que su pecho chisporroteara como si fuera fuego recién atizado.

—Hola —dijo ella de manera brusca, mientras él la invitaba a pasar.

Rehv cerró la puerta y le mantuvo la mano agarrada hasta que ella se soltó, supuestamente para mirar a su alrededor. Sin embargo, Rehv sintió que necesitaba un poco de espacio físico.

—La vista es extraordinaria. —Ehlena se detuvo y se quedó observando la ciudad que, abajo, brillaba con miles de luces—. Curioso, parece casi una maqueta desde aquí arriba.

—Estamos bastante alto, claro. —Rehv la observaba con ojos obsesivos, absorbiéndola con la mirada—. Me encanta la vista —murmuró.

—Puedo ver por qué.

—Y es tranquilo. —Privado. Sólo ellos y nadie más en el mundo. Y al estar solo con ella en ese momento, Rehv casi creía que todas las cosas horribles que había hecho en la vida habían sido crímenes cometidos por un desconocido.

Ehlena sonrió un poco.

—Claro que es tranquilo. En el apartamento de al lado están usando mordazas…

Rehv se rió.

—¿Te equivocaste de lado?

—Y que lo digas.

Ese rubor le hizo saber que Ehlena debía de haber visto algo más que la colección de objetos sadomasoquistas de V y de repente Rehv se puso muy serio.

—¿Acaso tengo algo que reclamarle a mi vecino?

Ehlena negó con la cabeza.

—No fue culpa suya y, por fortuna, él y Jane no habían… comenzado. ¡Gracias a Dios!

—A juzgar por tu reacción, supongo que no te gustan esa clase de cosas.

Ehlena volvió a concentrarse en la vista.

—Bueno, son adultos que saben lo que hacen, así que está bien. Pero ¿personalmente? Nunca en la vida.

Y hablando de cosas escandalosas, si el sadomasoquismo era demasiado para ella, Rehv se imaginó que tampoco entendería que él estuviese follando con una hembra a la que odiaba para pagar un chantaje. Una hembra que, además, era su medio hermana y, ah, era symphath.

Al igual que él.

El silencio de Rehv le hizo preguntarle.

—Lo siento. ¿Acaso le he ofendido?

—A mí tampoco me gusta eso. —Ah, claro que no. Él era una puta con principios… la perversión sólo estaba bien cuando te obligaban a ello. En cambio la relación consensual entre V y su pareja, eso estaba muy mal.

Por Dios, él estaba muy por debajo de ella.

Ehlena caminó un poco; sus zapatos de suela de goma no producían ningún sonido sobre el suelo de mármol negro. Mientras Rehv la observaba, se dio cuenta de que, debajo de su abrigo de lana negra, llevaba puesto el uniforme. Lo cual era lógico, se dijo a sí mismo, si tenía que ir a trabajar después.

Vamos, se dijo Rehv. ¿Realmente había pensado que ella se iba a quedar toda la noche?

—¿Quieres darme el abrigo? —dijo Rehv, a sabiendas de que ella debía de tener calor—. Tengo que mantener este lugar un poco más caliente de lo que la gente acostumbra.

—De hecho… debería irme. —Ehlena se metió la mano en el bolsillo—. Sólo he venido a darle estos antibióticos.

—Tenía la esperanza de que te quedaras a cenar.

—Lo siento. —Ehlena le extendió una bolsa de plástico—. No puedo.

De pronto algunas imágenes de la princesa cruzaron por la cabeza de Rehv y luego se recordó lo bien que se había sentido haciendo lo correcto por Ehlena y borrando su número de su teléfono. Él no debía cortejarla. En absoluto.

—Entiendo. —Rehv sacudió la bolsita de las medicinas en su mano—. Y gracias por esto.

—Tiene que tomar dos, cuatro veces al día. Durante diez días. ¿Me lo promete?

Rehv asintió con la cabeza una vez.

—Lo prometo.

—Bien. Y vaya a ver a Havers, ¿vale?

Hubo un momento de tensión y luego ella levantó la mano.

—Bueno… entonces, adiós.

Ehlena dio media vuelta y él abrió el panel de vidrio con el pensamiento, pues no confiaba en lo que podía hacer si se le acercaba mucho.

Ay, por favor, no te vayas. Por favor no, pensó Rehv.

Sólo quería sentirse… limpio por un rato.

Al salir, Ehlena se detuvo y Rehv sintió que el corazón se le subía a la garganta.

Miró hacia atrás y el viento agitó algunos mechones pálidos alrededor de su hermoso rostro.

—Con comida. Tiene que tomar las píldoras con algo de comer.

Correcto. Información médica.

—Tengo mucho de eso aquí.

—Bien.

Después de cerrar la puerta, Rehv la vio desaparecer entre las sombras y tuvo que obligarse a dar media vuelta.

Caminando lentamente y apoyándose en el bastón, se alejó de la pared de cristal y dobló la esquina para entrar al comedor.

Había dos velas encendidas. Dos cubiertos en la mesa. Dos copas de vino. Dos vasos de agua. Dos servilletas cuidadosamente dobladas y puestas sobre los platos.

Rehv se sentó en el asiento que le iba a dar a ella, el que estaba a su derecha, el puesto de honor. Apoyó el bastón contra su pierna, puso la bolsa sobre la mesa de ébano y empezó a alisarla, de manera que los antibióticos quedaran uno al lado del otro, formando una fila ordenada.

Se preguntó por qué no vendrían en un pequeño frasco marcado con su nombre, pero, en fin… Ella se los había llevado. Eso era lo más importante.

En medio del silencio, rodeado por la luz de las velas y el olor del rosbif que acababa de sacar del horno, Rehv acarició la bolsa con el pulgar y el índice. Estaba seguro de sentir algo. En el centro de su pecho sentía un dolor detrás del corazón.

Había hecho muchas cosas malas a lo largo de su vida. Cosas grandes y pequeñas.

Les había tendido trampas a muchas personas, sólo para joderlas, ya fueran vendedores de droga que traspasaban su territorio, o machos que trataban mal a sus putas, o idiotas que andaban jodiendo en su club.

Se había aprovechado de los vicios de los demás para su beneficio. Vendía drogas. Vendía sexo. Vendía la muerte en forma de los talentos especiales de Xhex.

Había follado por todas las razones equivocadas.

Había mutilado.

Había asesinado.

Y, sin embargo, nada de eso le había molestado en su momento. Nunca había tenido dudas, ni remordimientos, ni compasión. Sólo más complots, más planes, más ángulos por descubrir y explotar.

No obstante, ahí, frente a esa mesa vacía, en ese apartamento vacío, sentía un dolor en el pecho y sabía qué era: arrepentimiento.

Habría sido extraordinario ser digno de Ehlena.

Pero ésa era otra cosa que nunca iba a sentir.