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Cuando Xhex regresó a ZeroSum, eran las tres y media de la mañana, justo a tiempo para cerrar el club. También tenía que resolver cierto asunto personal que no admitía espera, así que decidió aplazar por un rato la tarea de concentrarse en las cajas registradoras y despachar al personal y a sus gorilas.

Antes de salir de la casa de campo de Rehv, había ido al baño y se había vuelto a poner los cilicios, pero los malditos no estaban funcionando. Seguía a mil revoluciones por segundo. Llena de energía. Justo al borde del abismo. Los cilicios resultaban tan inútiles como si lo que tuviera atado a los muslos fueran un par de cordones de zapato.

Después de deslizarse por la puerta lateral de la zona VIP, inspeccionó la multitud, consciente de que estaba buscando a un macho en particular.

Y ahí estaba.

Maldito John Matthew. Un trabajo bien hecho siempre la dejaba excitada y lo último que necesitaba era estar cerca de él.

Como si hubiese sentido los ojos de Xhex sobre él, John levantó la cabeza y sus ojos azul profundo brillaron. Él sabía perfectamente lo que ella quería. Y, considerando la manera como se reacomodó discretamente los pantalones, estaba listo para ser de utilidad.

Xhex no pudo contener los deseos de torturarse y torturarlo a él. Así que le envió una imagen mental que insertó directamente en su cabeza: ellos dos en un baño privado, él sentado sobre el lavabo y echado hacia atrás, ella con un pie sobre el lavabo, el sexo de él hundido en su interior. Los dos jadeando.

Mientras la miraba desde el otro lado del salón lleno de gente, John abrió ligeramente la boca y sus mejillas se pusieron rojas. Un rubor que no tenía nada que ver con vergüenza y sí mucho que ver con el orgasmo que, sin duda, estaba abriéndose camino hacia su polla.

Dios, cuánto lo deseaba.

Entonces el amigo de John, el pelirrojo, la sacó de su ensoñación. Blaylock regresó a la mesa con tres cervezas en la mano y, al ver la cara de lujuria de John, frenó en seco y la miró de reojo con sorpresa.

Mierda.

Xhex despidió a los gorilas que se le estaban acercando y salió de la zona VIP con tanta prisa que casi se estrella con una camarera.

Su oficina era el único lugar seguro y se dirigió allí a toda velocidad. El asesinato era un motor que, después de encendido, tardaba en apagarse y los recuerdos del crimen, del precioso momento en que había mirado a Montrag a los ojos y luego se los había sacado, estaban activando su lado symphath. Y para quemar esa energía, para volver a recuperar el control, necesitaba una de dos cosas.

Una era, definitivamente, tener sexo con John Matthew. La otra era mucho menos placentera, pero los mendigos no pueden ser exigentes y ya se sentía a punto de sacar su lys y usarlo con todos los humanos que se encontrara en el camino. Lo cual no sería bueno para el negocio.

Cerca de cien años después, Xhex cerró la puerta para alejar el ruido y a la gente que se hacinaba como ganado, pero no encontró reposo en su austero refugio. Demonios, ni siquiera podía reunir la calma que necesitaba para apretarse los cilicios. Comenzó a pasearse alrededor del escritorio, enjaulada, lista para estallar, tratando de tranquilizarse para poder…

Con un rugido, el cambio explotó dentro de ella y su campo visual se cubrió de un velo de matices rojos, como si alguien le hubiese puesto un visor sobre los ojos. De repente, la carga emocional de cada ser viviente que había en el club estalló en su cerebro, y las paredes y el suelo desaparecieron para ser reemplazados por los vicios y la desesperación, la rabia y los deseos lascivos, la crueldad y el dolor que le resultaban tan sólidos como la estructura del club.

Su lado symphath ya estaba harto de jugar a ser buen chico y estaba lista para convertir en embutidos a esa horda de humanos sonrientes y drogados.

‡ ‡ ‡

Cuando Xhex se marchó como si la pista de baile se estuviera incendiando y ella fuera la única que tenía un extintor, John se dejó caer sobre el respaldo de la silla. Después de que se disipó la imagen que había cruzado por su cabeza, el hormigueo que había sentido en la piel comenzó a disminuir, pero su polla no parecía querer aceptar eso de que tal-vez-en-otra-oportunidad.

La sentía dura entre los jeans, atrapada detrás de la bragueta.

Mierda, pensó. Mierda. Sólo… mierda.

—Siempre tan oportuno, Blay —murmuró Qhuinn.

—Lo siento —dijo Blay, mientras se sentaba y repartía las cervezas—. Lo siento… Mierda.

Bien, ésa parecía ser la verdadera conclusión de todo, ¿no?

—¿Sabes? Ella realmente parece interesada en ti —dijo Blay con un dejo de admiración—. Me refiero a que pensé que veníamos aquí sólo para que pudieras verla. Pero no sabía que ella también te miraba así.

John bajó la cabeza para ocultar sus mejillas, que estaban más rojas que el pelo de Blay.

—Tú sabes dónde está la oficina. —Los ojos de Qhuinn lo miraron de frente mientras echaba la cabeza hacia atrás para darle un sorbo a su cerveza—. Ve. Ahora. Al menos uno de nosotros podrá tener un poco de alivio.

John se recostó y se frotó los muslos, mientras pensaba lo mismo que Qhuinn. Pero ¿acaso tenía los cojones suficientes para hacerlo? ¿Qué pasaría si iba a buscarla y ella lo rechazaba?

¿Qué pasaría si se volvía a desinflar?

Aunque, al recordar lo que había visto en su cabeza, no se sintió tan preocupado por eso. Estaba listo para tener un orgasmo allí mismo.

—Podrías ir a la oficina solo —siguió diciendo Qhuinn en voz baja—. Puedo quedarme a la entrada del pasillo para asegurarme de que nadie interrumpa. Estarás a salvo y tendréis intimidad.

John pensó en la única oportunidad en que él y Xhex habían estado juntos en un espacio cerrado. Había sido en agosto, en el baño de hombres del entresuelo, y ella lo había encontrado tambaleándose, borracho como una cuba. A pesar de lo ebrio que estaba, con sólo mirarla se había sentido listo para follarla, desesperado por tener sexo… y gracias a la seguridad que le daba la cantidad de cervezas que llevaba en el cuerpo, había tenido la inmensa osadía de acercársele y escribirle un pequeño mensaje en una toalla de papel. Era el pago por lo que ella misma le había pedido una vez.

Un intercambio justo. Él quería que ella dijera su nombre cuando se masturbaba.

Desde entonces, se habían mantenido alejados en el club, pero increíblemente cerca cuando estaban en sus camas… y John sabía que ella había estado haciendo lo que él le había pedido; lo sabía por la manera como lo miraba. Y ese pequeño intercambio telepático de esa noche, cuando ella le había mandado la imagen de lo que deberían estar haciendo en uno de los baños, era la prueba de que, de vez en cuando, hasta Xhex seguía órdenes.

Qhuinn le puso una mano en el brazo y, cuando John lo miró, le dijo por señas:

—La clave es hacerlo en el momento oportuno, John.

Muy cierto. Ella lo deseaba y esa noche no se trataba sólo de una fantasía solitaria. John no sabía qué había cambiado en ella o qué la había impulsado, pero a su polla tampoco le importaban mucho esos detalles.

El resultado era lo único que importaba.

Tal cual.

Además, por Dios santo, ¿acaso pretendía seguir siendo virgen el resto de su vida por algo que le habían hecho hacía toda una eternidad? La clave era el momento oportuno y él estaba cansado de permanecer impasible, negándose lo que realmente deseaba.

John se puso en pie y le hizo un gesto con la cabeza a Qhuinn.

—Gracias a Dios —dijo su amigo, al tiempo que se levantaba—. Blay, enseguida volvemos.

—Aquí estaré. Y, John, buena suerte.

John le puso una mano en el hombro a su amigo y se acomodó los vaqueros antes de salir de la sección VIP. Qhuinn y él pasaron al lado de los gorilas que estaban al pie de la cuerda de terciopelo y luego junto a los sudorosos bailarines que llenaban la pista, las parejas que andaban besuqueándose y la gente que se acercaba al bar para tomarse la última copa de la noche. Xhex no se veía por ninguna parte y John se preguntó si no se habría marchado ya.

No, pensó. Tenía que quedarse para cerrar, porque Rehv no parecía andar por allí.

—Tal vez ya está en la oficina —dijo Qhuinn.

Mientras subían las escaleras hacia el entresuelo, John pensó en la primera vez que la había visto. A propósito de empezar con el pie izquierdo… Ella lo había arrastrado por ese corredor y lo había interrogado, después de pillarlo con un arma, para que Qhuinn y Blay pudieran tener un rato de tranquilidad. Así era como ella se había enterado de su nombre y de los vínculos que tenía con Wrath y la Hermandad; y la manera como lo había maniatado lo había dejado totalmente excitado… después de que superó la convicción de que lo iba a descuartizar miembro por miembro.

—Estaré aquí. —Qhuinn se detuvo a la entrada del pasillo—. Ya verás como todo sale bien.

John le hizo un gesto con la cabeza y luego comenzó a poner un pie delante del otro, uno delante del otro, mientras el corredor parecía ir oscureciéndose a medida que avanzaba. Cuando llegó a la puerta, no se detuvo a pensar, pues le daba terror perder el coraje y tener que regresar donde su amigo.

Sí, y eso sí que sería una mariconada.

Además, él deseaba hacerlo. Lo necesitaba.

John levantó los nudillos para golpear… y se quedó frío. Sangre. Sintió un olor a… sangre.

La sangre de Xhex.

Sin pensar, abrió la puerta de par en par y…

—Ay. Por Dios —exclamó, modulando las palabras con los labios.

Xhex levantó la cabeza de lo que estaba haciendo y esa imagen se grabó para siempre en los ojos de John. Se había quitado los pantalones de cuero, que estaban colgados del respaldo de la silla, y tenía las piernas machadas con su propia sangre… sangre que brotaba de las bandas con púas de metal que llevaba atadas a los dos muslos. Tenía una de sus botas negras sobre el escritorio y estaba en el proceso de… ¿apretárselas?

—¡Lárgate de aquí!

—¿Por qué? —moduló John con los labios, mientras se le acercaba y trataba de detenerla—. Ay… Dios, tienes que detenerte.

Con un rugido que brotó del fondo de su garganta, ella le apuntó con el dedo.

—No te me acerques.

John comenzó a hacer señas como loco, aunque ella no entendía el lenguaje por señas.

—¿Por qué te estás haciendo eso…?

—Lárgate de aquí. Ya.

—¿Por qué? —le gritó John aunque no se oyó nada.

A manera de respuesta, los ojos de Xhex relampaguearon con un destello rojo rubí, como si tuviera unas bombillas de colores en el cráneo y John se quedó helado.

Sólo había un ser en el mundo de los vampiros que podía hacer eso.

—Vete.

John dio media vuelta y regresó hasta la puerta. Al poner la mano en el picaporte, vio que la cerradura se podía cerrar por dentro y con un giro de la muñeca, cerró para que nadie más la viera.

Cuando llegó donde estaba Qhuinn, no se detuvo. Sólo siguió andando, sin importarle si su amigo y guardia personal iba tras él o no.

De todas las cosas que podía haber sabido acerca de ella, ésta era la única que no podía haber previsto.

Xhex era una maldita symphath.