23

Wrath frunció el ceño mientras hablaba por su móvil.

—¿Ahora? ¿Quieres que vaya al norte del estado ahora mismo?

La voz de Rehv resonó con un tono de no-estoy-jodiendo.

—Este asunto es personal y yo no me puedo mover.

Al otro lado del estudio, Vishous, que había ido a informarle de cómo iba con la tarea de rastrear las cajas llenas de armas, moduló con los labios una pregunta: ¿Qué diablos sucede?

Que era exactamente lo que Wrath se estaba preguntando. Un symphath te llama dos horas antes de que amanezca y te pide que vayas hasta el norte del estado porque tiene «algo que entregarte». Sí, claro, el desgraciado era el hermano de Bella, pero su naturaleza estaba bien clara y, con seguridad, lo que tenía que entregarle no era precisamente una cesta de frutas.

—Wrath, esto es muy importante —dijo Rehv.

—Está bien, voy para allá. —Wrath cerró su teléfono y miró a Vishous—. Yo…

—Phury está de cacería esta noche. No puedes ir hasta allá solo.

—Las Elegidas están en la casa. —Habían estado yendo y viniendo entre el Otro Lado y la casa de campo de Rehv desde que Phury tomara las riendas, en su calidad de Gran Padre de la raza.

—Ésa no era exactamente la clase de protección en la que estaba pensando.

—Puedo defenderme solo, muchas gracias.

V cruzó los brazos sobre el pecho y sus ojos de diamante relampaguearon.

—¿Nos vamos ya? ¿O prefieres desperdiciar un tiempo precioso tratando de hacerme cambiar de opinión?

—Está bien. Lo que quieras. Te veré en el vestíbulo en cinco minutos.

Mientras salían del estudio, V dijo:

—Y sobre esas armas, todavía estoy tratando de rastrearlas. Por ahora no tengo nada, pero ya me conoces. Esto no va a durar para siempre, lo juro. No me importa que borraran los números de serie, averiguaré de dónde diablos las sacaron.

—Tengo mucha confianza en ti, hermano. Estoy seguro de que así será.

Después de armarse de pies a cabeza, los dos viajaron hacia el norte en una danza de moléculas, en dirección a la casa de campo de Rehv en los Adirondacks, y tomaron forma a la orilla de un tranquilo lago. Arriba, la casa era una enorme mansión campestre de estilo victoriano, con ventanas en forma de rombo y balcones de cedro en los dos pisos.

Muchos rincones. Muchas sombras. Y muchas de esas ventanas parecían ojos.

La mansión ya parecía bastante aterradora por sí sola, pero rodeada de ese campo de fuerza que era el equivalente symphath del mhis, realmente podías creer que dentro vivía una banda de asesinos con motosierras. Alrededor de todo el lugar, el miedo formaba una barrera intangible hecha de alambre de púas mental e incluso Wrath, que sabía de qué se trataba, se alegró de atravesarla.

Mientras obligaba a sus ojos a enfocar mejor, Trez, uno de los guardias personales de Rehv, abrió las puertas dobles del porche que daba al lago y levantó la mano a manera de saludo.

Wrath y V atravesaron el césped helado y, aunque mantuvieron las armas enfundadas, V se quitó el guante con el que cubría su mano incandescente. Trez era la clase de macho que respetabas y no sólo porque fuera una Sombra. El Moro tenía el cuerpo de un luchador y la mirada astuta de un estratega; y su lealtad estaba con Rehv y nadie más. Para protegerlo, sería capaz de arrasar un barrio entero en un instante.

—Qué tal, grandullón —dijo Wrath, al tiempo que subía los escalones de la entrada.

Trez se adelantó y se dieron la mano.

—Bien. ¿Y tú?

—Bien, como siempre. —Wrath le dio un golpecito en el hombro—. Oye, si alguna vez quieres un trabajo de verdad, ven a luchar con nosotros.

—Estoy contento donde estoy, pero gracias. —El Moro sonrió y se volvió hacia V, al tiempo que sus ojos oscuros se clavaban en esa mano incandescente—. No te ofendas, pero no pienso estrecharte esa cosa.

—Sabia decisión —dijo Vishous, y le extendió la mano izquierda—. Espero que entiendas que haya venido con él…

—Absolutamente, yo haría lo mismo por Rehv. —Trez los condujo hacia la puerta—. Él está en su habitación y os está esperando.

—¿Está enfermo? —preguntó Wrath, cuando entraron a la casa.

—¿Queréis beber algo? ¿Un aperitivo? —dijo Trez.

Al ver que la pregunta quedaba en el aire, Wrath miró de reojo a V.

—Estamos bien, gracias.

El lugar estaba decorado al estilo de Victoria y Alberto, con pesados muebles estilo imperio y ornamentos granate y dorados por todas partes. Fiel al gusto victoriano, cada habitación estaba decorada representando un tema distinto. Una salita estaba llena de relojes antiguos, desde relojes de pie hasta relojes de cuerda y otros de bolsillo expuestos en vitrinas. Otra albergaba una colección de conchas, corales y maderos antiguos. En la biblioteca había una serie de jarrones orientales impresionantes y el comedor estaba decorado con iconos medievales.

—Me sorprende que no haya más Elegidas —dijo Wrath, mientras avanzaban de una habitación vacía a otra.

—El primer martes del mes Rehv siempre viene. Y como las hembras se ponen un poco nerviosas en su presencia, la mayoría regresan al Otro Lado. Selena y Cormia siempre se quedan, sin embargo. —Una nota de orgullo resonó en su voz cuando concluyó—: Esas dos son muy fuertes.

Subieron por unas magníficas escaleras hasta el segundo piso y luego recorrieron un largo pasillo hasta un par de puertas talladas que, sin duda, debían de ser las de la habitación del señor de la casa.

Trez se detuvo.

—Escuchad, Rehv está un poco enfermo, ¿vale? No es nada contagioso. Sólo que… quiero que estéis preparados. Le estamos atendiendo bien y va a recuperarse.

Cuando Trez llamó y abrió las dos puertas, Wrath frunció el ceño y sintió que la visión se le aguzaba y sus instintos se alertaban.

En medio de una cama tallada, Rehvenge estaba acostado tan inmóvil como un cadáver, debajo de un edredón de terciopelo rojo que le subía hasta la barbilla y con el cuerpo envuelto en el abrigo de piel. Tenía los ojos cerrados, respiraba con cierta dificultad y tenía la piel pálida y amarillenta. El penacho de la cabeza era lo único en él que parecía más o menos normal… eso y el hecho de que Xhex estaba a su derecha, esa hembra mestiza, medio symphath, que parecía hacer castraciones para divertirse.

Rehv abrió sus ojos color amatista, que parecían haberse oscurecido hasta adquirir un color violeta.

—Es el Rey.

—¿Qué tal?

Trez cerró las puertas y se cuadró a un lado, y no en el centro de la habitación, como gesto de respeto.

—Ya les he ofrecido bebidas y comida.

—Gracias, Trez. —Rehv hizo una mueca y trató de incorporarse un poco. Cuando se volvió a caer, Xhex se inclinó para ayudarlo a sentarse y él le lanzó una mirada de odio que parecía decir ni-se-te-ocurra, pero ella la ignoró.

Se recostó contra las almohadas y se subió el edredón hasta el cuello, cubriendo las estrellas rojas que tenía tatuadas en el pecho.

—Tengo algo para ti, Wrath.

—Ah, ¿sí?

Rehv le hizo un gesto con la cabeza a Xhex y la hembra se metió la mano en la chaqueta de cuero que llevaba puesta. Tan pronto se movió, el cañón del arma de V se levantó en una fracción de segundo y quedó apuntándole directamente al corazón.

—¿Quieres calmarte? —le espetó Xhex a V.

—No. No quiero calmarme.

—Está bien, vamos a relajarnos todos —dijo Wrath e inclinó la cabeza hacia Xhex—. Adelante.

La hembra sacó una bolsita de terciopelo y la arrojó en dirección a Wrath. Mientras volaba hacia él, Wrath oyó el suave zumbido a través del aire y la agarró más por el sonido que porque la hubiese visto.

Dentro había un par de ojos azul pálido.

—Tuve una reunión muy interesante anoche —dijo Rehv, arrastrando las palabras.

Wrath miró al symphath.

—Con el dueño de estos ojos que tengo ahora en mi mano.

V y Wrath se miraron intrigados.

—Montrag, hijo de Rehm. Recurrió a mí para pedirme que te matara. Tienes enemigos muy peligrosos en la glymera, amigo mío, y Montrag sólo era uno de ellos. No sé quién más estaba en el complot, pero no me iba a arriesgar a averiguarlo antes de tomar cartas en el asunto.

Wrath volvió a guardar los ojos en la bolsa.

—¿Cuándo lo iban a hacer?

—En la reunión del consejo, pasado mañana.

—Hijo de puta.

V guardó el arma y cruzó los brazos sobre el pecho.

—Ya sabes cuánto desprecio a esos desgraciados.

—Igual que nosotros —dijo Rehv, antes de volver a concentrarse en Wrath—. No acudí a ti antes de resolver el problema porque me gusta la idea de que el rey me deba un favor.

Wrath se rió.

—Devorador de pecados.

—Ya lo sabes.

Wrath agitó la bolsa que tenía en la mano.

—¿Cuándo sucedió?

—Hace cerca de media hora —respondió Xhex—. Y no limpié nada.

—Bueno, me imagino que captarán el mensaje. Y todavía pienso ir a esa reunión.

—¿Estás seguro de que será prudente? —preguntó Rehv—. Quienquiera que esté detrás de esto, no va a volver a recurrir a mí, porque ya saben dónde parecen estar mis lealtades. Pero eso no significa que no puedan encontrar a otro.

—Dejemos que lo hagan —dijo Wrath—. Acepto el combate. —Luego miró a Xhex—. ¿Montrag delató a alguien?

—Le corté la garganta de un lado al otro. Era difícil hablar.

Wrath sonrió y miró de reojo a V.

—¿Sabéis? Me sorprende que vosotros dos no os llevéis mejor.

V y Xhex se miraron, pero ninguno dijo nada.

—Puedo posponer la reunión del consejo —murmuró Rehv—. Si quieres investigar un poco por ti mismo para ver quién más está involucrado.

—No. Si tuvieran suficientes cojones, habrían tratado de matarme ellos mismos y no habrían recurrido a ti para que lo hicieras. Así que va a pasar una de dos cosas. Como no saben si Montrag los delató antes de quedar privado de la vista, se van a esconder, porque eso es lo que hacen los cobardes, o van a echarle la culpa a alguien. Pase lo que pase, la reunión sigue en pie.

Rehv sonrió con malicia y su naturaleza symphath se hizo evidente.

—Como quieras.

—Pero quiero que me respondas algo con sinceridad —dijo Wrath.

—¿Cuál es la pregunta?

—¿De verdad no pensaste en matarme cuando él te lo pidió?

Rehv se quedó en silencio por un momento. Luego asintió con la cabeza lentamente.

—Sí, lo hice. Pero, como ya te he dicho, ahora me debes una y, teniendo en cuenta las… circunstancias de mi nacimiento… eso es mucho más valioso que lo que cualquier aristócrata adulador pueda hacer por mí.

Wrath asintió con la cabeza una vez.

—Es una lógica que puedo respetar.

—Además, reconozcámoslo… —dijo Rehv y volvió a sonreír—, mi hermana está casada con la familia.

—Así es, symphath. Así es.

‡ ‡ ‡

Después de guardar la ambulancia en el garaje, Ehlena atravesó el aparcamiento y bajó a la clínica. Necesitaba sacar sus cosas de su taquilla, pero eso no era lo que la impulsaba. Por lo general, a esa hora de la noche Havers estaba revisando las historias clínicas en su oficina y fue allá hacia donde se encaminó. Cuando llegó a la puerta, se quitó la cinta que le sujetaba el pelo, se lo alisó y volvió a recogérselo contra la base de la nuca. Aún llevaba el abrigo puesto; no era de marca, pero tenía un buen corte y era elegante, así que se imaginó que estaba bien presentada.

Dio un golpecito en la puerta.

—Pase. —La voz de Havers era profunda y modulada, la voz de alguien culto y refinado.

La antigua oficina de Havers era un estudio espléndido, lleno de antigüedades y libros encuadernados en cuero. Ahora que estaban en esta clínica nueva, su oficina privada no se diferenciaba en nada de todas las demás: paredes blancas, suelo de linóleo, un escritorio de acero inoxidable y una silla de ruedas negra.

—Ehlena —dijo Havers, cuando levantó la vista de la historia que estaba revisando—. ¿Cómo se encuentra?

—Stephan está con los suyos…

—Querida, no tenía idea de que lo conocía. Catya me lo dijo.

—Yo… sí, lo conocía. —Pero tal vez su amiga no debería habérselo mencionado a Havers.

—Querida Virgen Escribana, ¿por qué no dijo nada?

—Porque quería rendirle mis respetos.

Havers se quitó las gafas y se restregó los ojos.

—Bueno, eso lo puedo entender. Sin embargo, me gustaría haberlo sabido. Ocuparse de los muertos nunca es fácil, pero es especialmente difícil si uno los conoce personalmente.

—Catya me ha dado el resto de la noche libre…

—Sí, yo le pedí que lo hiciera. Ha tenido una noche muy larga.

—Bueno, gracias. Pero antes de irme, quisiera preguntarle por otro paciente.

Havers se volvió a poner las gafas.

—Claro. ¿Cuál?

—Rehvenge. Vino ayer.

—Sí, lo recuerdo. ¿Acaso ha tenido algún problema con sus medicinas?

—¿Llegó usted a verle el brazo?

—¿El brazo?

—La infección que tiene en el brazo derecho.

El médico de la raza se acomodó las gafas sobre la nariz.

—No me dijo que el brazo le estuviera molestando. Si quiere volver a verme, estaré encantado de atenderlo. Pero, como usted bien sabe, no puedo recetar nada sin haberlo examinado.

Ehlena abrió la boca para decir algo, cuando otra enfermera asomó la cabeza por la puerta.

—¿Doctor? —dijo—. Su paciente está esperándolo en la sala de reconocimiento número cuatro.

—Gracias. —Havers volvió a mirar a Ehlena—. Ahora vaya a casa y descanse un poco.

—Sí, doctor.

Ehlena salió de la oficina y vio cómo el médico de la raza salía apresuradamente detrás de ella y desaparecía por el pasillo.

Rehvenge no iba a regresar a la clínica para ver a Havers. No había ninguna posibilidad. En primer lugar, parecía muy enfermo y, en segundo lugar, el que le hubiera ocultado la infección a Havers demostraba que era un idiota testarudo.

Macho estúpido.

Y ella también era una estúpida, teniendo en cuenta lo que le estaba dando vueltas en la cabeza.

En términos generales, la ética nunca era un problema para ella: hacer lo correcto no era algo que tuviera que pensarse mucho, no era una cuestión de principios. Por ejemplo, estaría mal que fuera hasta donde se guardaba la reserva de penicilina de la clínica y sacara, digamos, algunos frascos.

En especial si luego le diera las pastillas a un paciente al que el doctor no había examinado.

Eso sería incorrecto. Desde todo punto de vista.

Lo correcto sería llamar al paciente y convencerlo de que fuera a la clínica para que el médico le hiciera un reconocimiento. Pero si el paciente no quería ir… ¿qué podía hacer ella? No tenía alternativa.

Sí. No había otra solución.

Ehlena se dirigió a la farmacia.

Decidió dejar las cosas en manos del destino. Y, vaya sorpresa, resultó que el farmacéutico se estaba fumando su cigarrillo de rigor y el relojito del cartelito que colgaba en la puerta cuando se marchaba estaba puesto a las tres y cuarenta y cinco.

Ehlena miró el reloj. Eran las tres y treinta y tres.

Después de mirar para cerciorarse de que nadie la veía, entró en la farmacia, fue directamente a donde estaban los frascos de penicilina y vertió ochenta pastillas de quinientos miligramos en el bolsillo de su uniforme, exactamente lo que le habían recetado a un paciente con un problema parecido hacía tres noches.

Rehvenge no iba a volver a la clínica en los próximos días. Así que ella le llevaría lo que sabía que necesitaba.

Ehlena se dijo que estaba ayudando a un paciente y que eso era lo más importante. Demonios, tal vez le estaba salvando la vida. También le señaló a su conciencia que no se trataba de Oxycontin ni de Valium ni de morfina. Por lo que sabía, nadie había machacado antibióticos para aspirarlos intentando drogarse.

Cuando entró en el cuarto de las taquillas y recogió el almuerzo que había llevado y que aún no se había comido, no se sintió culpable. Y cuando se desmaterializó hasta su casa, tampoco se avergonzó de ir a la cocina y guardar las pastillas en una bolsa con cierre hermético, que luego metió en su bolso.

Ése era el camino que había elegido. Stephan ya estaba muerto cuando ella lo encontró y lo mejor que había podido hacer por él había sido ayudar a amortajar sus extremidades rígidas y frías. Rehvenge estaba vivo. Estaba vivo y estaba sufriendo. Y aunque él fuera el causante de su situación, ella todavía podía ayudarlo.

El resultado era ético, aunque el método no lo fuera.

Y a veces eso era lo mejor que se podía hacer.