20
Lash estacionó el Mercedes 550 debajo de uno de los puentes de Caldwell y el coche se fundió con las sombras proyectadas por las enormes columnas de cemento. El reloj digital del salpicadero le indicó que el momento del espectáculo estaba cerca.
Suponiendo que no hubiese errores.
Mientras esperaba, pensó en la reunión con el líder de los symphaths. Pensó que no le gustaba nada cómo se sentía cuando hablaba con ese tipo tan raro. Él follaba con hembras. Punto. No con tipos raros. Nunca.
Esa clase de cosas eran para mariquitas como John y sus amigos.
Cambiando de tema, Lash sonrió en la oscuridad mientras pensaba en cuánto le gustaría volverse a presentar ante esos imbéciles. Al principio, justo después de que su verdadero padre lo devolviera a la vida, quería correr a enfrentarse con ellos. Después de todo, John y sus amigos debían de seguir frecuentando el ZeroSum, así que encontrarlos no sería problema. Pero la clave era hacerlo en el momento oportuno. Lash todavía estaba descubriendo muchas cosas sobre su nueva existencia y quería estar seguro como una roca cuando aplastara a John y matara a Blay en presencia de Qhuinn y después asesinara al desgraciado que le había quitado la vida.
Era importantísimo hacerlo en el momento oportuno.
Como si se hubiesen puesto de acuerdo, dos coches cruzaron por entre los pilotes. El Ford Escort era de la Sociedad Restrictiva y el Lexus plateado era el coche del proveedor de Grady.
El Lexus era estupendo. Muy bonito.
Grady fue el primero que se bajó del Escort; y cuando lo siguieron el señor D y los otros dos restrictores fue como ver vaciarse un coche de payasos.
A medida que se acercaban al Lexus, dos hombres que llevaban abrigos de invierno se bajaron. Los humanos se metieron la mano derecha al bolsillo al mismo tiempo y lo único que Lash pudo pensar fue: «Será mejor que saquen un par de armas y no un par de placas de policías». Si Grady la había cagado y ésos eran policías encubiertos jugando a Miami Vice, las cosas se iban a poner complicadas.
Pero no… nada de placas, sólo un poco de conversación por parte de los del abrigo, sin duda algo como: «¿Quién diablos son esos tres idiotas? ¿Y cómo se te ocurre traerlos a una reunión de negocios privada?».
Grady miró al señor D con pánico y el tejano tomó las riendas del asunto y se adelantó con un maletín de aluminio. Después de poner el maletín sobre el maletero del Lexus, lo abrió y mostró lo que parecían fajos y fajos de billetes de cien dólares. En realidad sólo eran fajos de billetes de un dólar, con uno de cien encima. Los del abrigo bajaron la mirada…
Pum. Pum.
Grady dio un salto hacia atrás, al tiempo que los traficantes caían al suelo como muñecos, con la boca abierta como un inodoro. Antes de que el tipo pudiera comenzar a gritar: Ay-por-Dios-qué-habéis-hecho, el señor D se le acercó y le cerró la boca de una bofetada.
Los dos restrictores se guardaron las armas en sus chaquetas de cuero, al tiempo que el señor D cerraba el maletín, rodeaba el coche y se sentaba detrás del volante del Lexus. Mientras se alejaba, Grady miró las caras de los descoloridos como si estuviera esperando que le pegaran un tiro a él también.
Pero en lugar de eso, los dos asesinos regresaron al Escort.
Después de un momento de confusión, Grady los siguió con torpeza, como si todas sus articulaciones estuvieran chorreando aceite, pero cuando trató de abrir la puerta trasera del coche, los asesinos se negaron a dejarlo entrar. Cuando Grady se dio cuenta de que lo iban a dejar ahí tirado, el pánico se apoderó de él y comenzó a mover los brazos y a gritar. Lo cual era una idiotez, considerando que estaba a cinco metros de dos tipos que tenían una bala en la cabeza.
En ese momento lo más indicado era el silencio.
Evidentemente, uno de los asesinos pensó lo mismo, porque sacó una mano con tranquilidad y apuntó a la cabeza de Grady con el cañón de su arma.
Silencio. Quietud. Al menos había dejado de montar escándalo.
Se oyó que se cerraban dos puertas y luego el motor del Escort que arrancaba con un gemido. Los asesinos se marcharon a toda velocidad y al pasar salpicaron un poco de barro sobre las botas de Grady.
Lash encendió las luces del Mercedes y Grady dio media vuelta, con los brazos arriba y tratando de protegerse los ojos de la luz.
Tuvo la tentación de atropellarlo, pero, por el momento, el tipo les resultaba más útil si seguía respirando. Ya le llegaría su turno.
Lash arrancó el Mercedes, se acercó a donde estaba el pobre desgraciado y bajó la ventanilla.
—Sube.
Grady bajó los brazos.
—¿Qué demonios ha pasado?
—Cállate y sube al coche.
Lash cerró la ventanilla y esperó mientras Grady se montaba en el asiento del copiloto. Cuando se puso el cinturón de seguridad, los dientes le castañeteaban como castañuelas, y no precisamente por el frío. El desgraciado estaba blanco como un papel y sudaba como un travesti en un estadio.
—Es como si los hubieras asesinado a plena luz del día —tartamudeó Grady, mientras salían a la vía que corría paralela al río—. Hay ojos por todas partes…
—Y ésa era la intención. —El teléfono de Lash sonó y, mientras aceleraba por la rampa que llevaba a la autopista, respondió—: Muy bien, señor D.
—Creo que lo hemos hecho bien —dijo el tejano al otro lado del teléfono—. Sólo que no veo las drogas. Deben de estar en el maletero.
—Están en el coche. En alguna parte.
—¿Vamos a la granja a encontrarnos con los otros?
—Claro, en eso habíamos quedado.
—Oiga jefe, escuche… ¿tiene algún plan para este coche?
Lash sonrió en medio de la oscuridad, mientras pensaba que la codicia era un rasgo muy conveniente en los subordinados.
—Voy a pintarlo y a ponerle una nueva placa de matrícula.
Hubo un silencio, como si el restrictor estuviera esperando algo más.
—Ah, sí eso está muy bien, señor.
Lash colgó y se volvió hacia Grady.
—Quiero conocer a todos los otros grandes proveedores de la ciudad. Sus nombres, el territorio que controlan, la mercancía que venden, todo.
—No sé si tengo toda esa…
—Entonces será mejor que lo averigües. —Lash le arrojó el teléfono sobre las piernas—. Haz las llamadas que tengas que hacer. Investiga. Quiero a todos los proveedores de la ciudad. Y luego quiero al elefante que los alimenta. Quiero al mayor traficante de la ciudad.
Grady dejó caer la cabeza contra el respaldo.
—Mierda. Yo pensé que esto iba a ser… un negocio mío.
—Ése fue tu segundo error. Comienza a marcar y consígueme lo que quiero.
—Mira… No creo que esto sea… Probablemente debería irme a casa…
Lash le sonrió, mostrándole los colmillos y con una chispa de malicia en los ojos.
—Estás en casa.
Grady se encogió en el asiento y luego intentó abrir la portezuela del coche, aunque iban circulando por la autopista a ciento veinte kilómetros por hora.
Lash echó el seguro a todas las puertas.
—Lo siento. Ya estás en esto y no te puedes bajar en mitad del recorrido. Ahora haz las malditas llamadas y hazlo bien. O voy a descuartizarte miembro por miembro y a disfrutar cada segundo de tus gritos.
‡ ‡ ‡
Wrath se encontraba en la puerta de Safe Place, en medio de un viento arrasador, sin darse cuenta del mal clima que lo rodeaba. Frente a él, como salida de una película familiar, se alzaba la casa que se había convertido en refugio de las víctimas de la violencia doméstica, grande y acogedora, las ventanas cubiertas con cortinas de retazos, una guirnalda sobre la puerta y una alfombrilla a la entrada que decía Bienvenida, en letras cursivas.
Como no podía entrar por ser un macho, estaba esperando como una escultura sobre el césped quemado, rogando que su amada leelan estuviese dentro… y quisiera verlo.
Después de haber pasado todo el día en el estudio esperando que Beth fuera a hablar con él, finalmente había recorrido la mansión buscándola. Y cuando no la encontró, rogó que estuviera haciendo trabajo voluntario allí, como solía hacerlo con frecuencia.
Marissa apareció por las escaleras de atrás y cerró la puerta al salir. La shellan de Butch, y antigua compañera de sangre de Wrath, tenía todo el aspecto de una típica profesional, con su traje sastre de pantalón negro, el cabello rubio recogido en un elegante moño y su olor a océano.
—Beth se acaba de ir —dijo Marissa, al ver que Wrath se le acercaba.
—¿Ha ido para casa?
—Se fue hacia la avenida Redd.
Wrath se quedó helado.
—¿Qué demon…? ¿Por qué se fue para allá? —Mierda, ¿su shellan andando por ahí sola en Caldwell?—. ¿Ha ido a su antiguo apartamento?
Marissa asintió con la cabeza.
—Creo que quería regresar al lugar donde todo empezó.
—¿Está sola?
—Me parece que sí.
—Por Dios, ya la raptaron una vez —replicó bruscamente Wrath. Al ver que Marissa retrocedía con susto, se contuvo—. Mira, lo siento. No estoy razonando mucho en este momento.
Después de unos segundos, Marissa sonrió.
—Esto va a sonar muy mal, pero me alegra que estés frenético. Eso es lo que te mereces.
—Sí, me porté como un desgraciado. Peor que eso.
Marissa levantó la cabeza hacia el cielo.
—A propósito de eso, te doy un consejo para cuando vayas a verla.
—Te escucho.
El rostro perfecto de Marissa volvió a su posición normal y lo miró directamente, mientras su voz resonó con tristeza.
—Trata de no ponerte furioso. Pareces un ogro cuando estás enfadado, y en este momento Beth necesita que le recuerdes por qué debe bajar la guardia cuando está contigo, no por qué no debe hacerlo.
—Buena observación.
—Cuídate, milord.
Wrath se despidió de ella con un gesto rápido de la cabeza y se desmaterializó encaminándose hacia la dirección de la avenida Redd donde Beth tenía un apartamento cuando se conocieron. Mientras llegaba allí, pudo probar un poco de lo que sentía su shellan cada noche, cuando él estaba solo en la ciudad. Querida Virgen Escribana, ¿cómo hacía Beth para soportar ese pavor? ¿Cómo soportaba el miedo, el pánico que debía de producirle saber que él se estaba jugando la vida?
Cuando tomó forma frente al edificio de apartamentos, Wrath pensó en la noche en la que había ido a buscarla, después de la muerte del padre de ella. Había tenido que desempeñar el papel de salvador reticente e inapropiado, porque su amigo le había encomendado en su testamento y última voluntad que la acompañara a pasar la transición… cuando ella ni siquiera sabía lo que era.
Su primera aproximación había sido desastrosa, pero la segunda vez que había tratado de hablar con ella todo había ido muy bien.
Dios, Wrath deseaba estar con ella así otra vez. Desnudos, piel contra piel, moviéndose juntos, él profundamente hundido en ella, marcando su territorio.
Pero eso había sucedido hacía mucho tiempo y tal vez nunca volvería a ocurrir.
Rodeó el edificio buscando el patio trasero, sin que sus botas de combate hicieran ruido y dejando que su sombra se proyectara larga sobre el suelo congelado.
Beth estaba sentada sobre una mesa de picnic desvencijada, en la que alguna vez se había sentado él mismo, y estaba mirando fijamente el apartamento que estaba enfrente, tal como había hecho él el día que fue a buscarla. El viento helado jugueteaba con su pelo y parecía que ella estuviera sumergida en el agua, nadando a contracorriente.
El olor de Wrath debió de llegar hasta ella, porque Beth levantó la cabeza de repente y se volvió. Cuando lo vio, se sentó derecha y mantuvo los brazos alrededor de la chaqueta de invierno que él le había comprado.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Beth.
—Marissa me dijo dónde estabas. —Wrath miró de reojo hacia la puerta corredera del apartamento y luego volvió a concentrarse en ella—. ¿Te molesta que te acompañe?
—Ah… bueno. Está bien. —Beth se movió un poco mientras él se acercaba—. No me iba a quedar mucho tiempo.
—¿No?
—Iba a ir a verte. No estaba segura de la hora a la que saldrías a luchar y pensé que tal vez tenía tiempo antes de… Pero luego, no lo sé, yo…
Mientras ella dejaba la frase sin terminar, Wrath se sentó en la mesa junto a ella; los soportes crujieron al sentir el peso del rey. Él quería pasarle el brazo por la espalda, pero se contuvo y deseó que la chaqueta estuviera cumpliendo bien la misión de mantenerla caliente.
En medio del silencio, las palabras se atropellaban en su cabeza, todas con un tono de disculpa, pero todas ellas puras sandeces. Ya había dicho que lo sentía y ella sabía que era cierto e iba a pasar mucho tiempo antes de que Wrath dejara de desear que hubiese algo más que pudiera hacer para compensarla.
Suspendidos entre el pasado y el futuro, en medio de esa fría noche, lo único que él podía hacer era sentarse a su lado y contemplar las ventanas apagadas del apartamento en el que alguna vez ella había vivido… antes de que el destino los uniera.
—No recuerdo haber sido especialmente feliz aquí —dijo ella en voz baja.
—¿No?
Beth se pasó la mano por la cara para retirar unos mechones de pelo de los ojos.
—No me gustaba regresar a casa del trabajo y estar aquí sola. Gracias a Dios existía Boo. Ese gato me hacía mucha compañía. También ponía la televisión, para oír voces, pero eso no hace que dejes de sentirte sola.
Wrath odiaba pensar que ella estaba sola.
—Entonces, ¿no quieres volver a esta casa?
—Por Dios, no.
Wrath soltó el aire.
—Eso me alegra.
—Trabajaba para ese imbécil lascivo en el periódico, haciendo el trabajo de tres personas, sin lograr mucho porque yo era una mujer joven y los chicos buenos no formaban un club sino una logia secreta. —Beth sacudió la cabeza—. Pero ¿sabes qué era lo peor de todo?
—¿Qué?
—Vivía con la sensación de que algo estaba pasando, algo importante, pero no podía descubrir exactamente qué era. Era como… Yo sabía que había un secreto, y que era algo oscuro, pero no podía alcanzarlo. Eso casi me vuelve loca.
—Así que descubrir que no eras sólo una humana fue…
—Pero estos últimos meses contigo han sido terribles, peores que todo eso. —Beth lo miró—. Cuando pienso en el otoño… yo sabía que algo andaba mal. En el fondo de mi mente lo sabía, podía sentirlo con claridad. Dejaste de acostarte a la misma hora y, si lo hacías, no era para dormir. No podías quedarte tranquilo. Casi no comías. Nunca bebías sangre. El hecho de ser el rey siempre te había estresado, pero en los últimos dos meses… —Beth volvió a fijar los ojos en su viejo apartamento—. Yo lo sabía, sólo que no quería enfrentarme a la realidad de que me estuvieses mintiendo sobre algo tan grave y aterrador como que estabas saliendo a pelear solo.
—Mierda, no tenía intención de hacerlo.
El perfil de Beth era hermoso y duro al mismo tiempo. Siguió hablando:
—Creo que eso hace que me sienta aún más confusa… Estoy hecha un lío, la verdad. Estos últimos meses han sido para mí como volver a mi vida anterior, a algo que creía superado. Después de pasar por la transición y de que tú y yo nos mudáramos con los hermanos, me sentí muy aliviada porque por fin sabía con seguridad lo que siempre me había preguntado. La verdad me dio una confianza increíble. Hizo que por primera vez en mi vida me sintiera segura. —Beth volvió a mirarlo—. ¿Y este asunto contigo? ¿Esta mentira? Ahora me resulta difícil volver a confiar en algo… Ya no me siento segura. Me refiero a que todo mi mundo eres tú. Todo mi mundo está basado en ti, porque nuestra relación es el fundamento de mi vida. Así que esto tiene que ver con muchas más cosas que con el hecho de que estés luchando.
—Sí. —Mierda. ¿Qué demonios podía decir?
—Sé que tenías tus buenas razones.
—Sí.
—Y sé que no querías hacerme daño. —Esto último resonó casi como una pregunta, más que como una afirmación.
—Por supuesto, yo nunca he querido hacerte daño…
—Pero tú sabías que me dolería cuando me enterara, ¿verdad?
Wrath apoyó los codos sobre las rodillas y se inclinó sobre sus pesados brazos.
—Sí, lo sabía. Por eso no podía dormir. Me sentía mal por no decírtelo.
—¿Acaso tenías miedo de que yo me opusiera a que salieras a pelear o algo así? ¿Temías que te denunciara por violar la ley? ¿O…?
—No, no es eso, verás… Al final de cada noche regresaba a casa y me decía que no iba a volver a hacerlo. Y cada atardecer me sorprendía poniéndome mis dagas. No quería que tú te preocuparas y me decía que esa situación no iba a durar, que no merecía la pena preocuparte porque ésa sería la última vez. Pero me engañaba a mí mismo; tenías razón cuando me preguntaste si de verdad pensaba detenerme. No, no pensaba hacerlo. —Wrath se restregó los ojos por debajo de las gafas oscuras y sintió que la cabeza comenzaba a palpitarle—. Era un error y yo no era capaz de enfrentarme a lo que te estaba haciendo. Eso me estaba matando.
Beth le puso una mano sobre la pierna y él se quedó frío, pues pensó que eso era más de lo que merecía. Cuando ella le acarició el muslo un poco, él dejó caer las gafas en su lugar y le agarró la mano con cuidado.
Ninguno de los dos dijo nada y sólo se quedaron agarrados de la mano.
A veces las palabras eran menos valiosas que el aire que las transportaba, cuando se trataba de estar cerca.
Cuando el viento helado arremetió contra el jardín, levantando algunas hojas secas, las luces del apartamento se encendieron y la luz invadió la cocina y la única habitación. Beth y Wrath miraron intrigados hacia la casa. Alguien había entrado.
Beth se rió. La luz había inundado las habitaciones y ahora tenían una excelente panorámica de la casa.
—Los muebles están exactamente en el mismo sitio en que yo los tenía: el futón contra la única pared larga.
Lo cual significaba que desde donde estaban disfrutaban de una magnífica vista de la pareja que entró en el estudio tambaleándose y se dirigió a la cama. Los humanos se besaban con pasión, cadera contra cadera, y aterrizaron en el futón de un golpe, el hombre encima de la mujer.
Como si se sintiera avergonzada por el espectáculo, Beth se bajó de la mesa y carraspeó.
—Supongo que será mejor regresar a Safe Place.
—Esta noche no voy a salir a pelear. Estaré en casa, ya sabes, toda la noche.
—Eso está bien. Trata de descansar un poco.
Dios, la distancia era horrorosa, pero al menos estaban hablando.
—¿Quieres que te acompañe?
—No hace falta. Estoy bien. —Beth se cerró bien la chaqueta y su cara quedó oculta tras el cuello inmenso—. Joder, vaya frío.
—Sí, hace un tiempo horrible. —Cuando llegó la hora de partir, Wrath estaba nervioso pues no sabía cuál era la situación entre ellos y el miedo hizo que su vista se volviera bastante nítida. Dios, cómo odiaba esa expresión de soledad que cubría el rostro de Beth—. No sabes lo arrepentido que estoy.
Beth estiró la mano y le tocó la mandíbula.
—Lo oigo en tu voz.
Wrath le agarró la mano y se la puso sobre su corazón.
—No soy nada sin ti.
—Eso no es cierto. —Beth se soltó—. Tú eres el rey. No importa quién sea tu shellan, tú eres todo.
Beth se desmaterializó y su presencia vital y tibia fue reemplazada por el viento gélido de diciembre.
Wrath esperó cerca de dos minutos; luego se desmaterializó hasta Safe Place. Después de muchos años de alimentarse el uno del otro, ella tenía tanta sangre de él en sus venas que Wrath podía sentir su presencia aun a través de los muros de seguridad de la casa. Sólo quería estar seguro de que Beth se encontraba a salvo.
Con el corazón pesado, Wrath se desmaterializó de nuevo y se dirigió a la mansión: tenía que hacerse quitar unos puntos y toda una noche por delante, que pasaría solo en su estudio.