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Mientras Wrath, hijo de Wrath, corría a lo largo de uno de los callejones de Caldwell, iba sangrando por dos partes. Tenía una herida en el hombro izquierdo, hecha por un cuchillo de sierra, y una herida en el muslo, causada por el borde oxidado de un contenedor de basuras. El restrictor de pelo blanco y ridículo olor a niñita que corría delante de él, el que estaba a punto de destripar como a un pez, no había sido responsable de ninguna de las dos lesiones: los responsables habían sido los dos amiguitos del pobre desgraciado.

Justo antes de quedar reducidos a un par de bolsas de abono para plantas, a trescientos metros de allí, hacía tres minutos.

Pero el verdadero objetivo era el maldito que corría delante de él.

El restrictor iba corriendo como un loco, pero Wrath era más rápido, no sólo porque tenía las piernas más largas, y a pesar de que estaba goteando como una cisterna oxidada. No había duda de que el tercero también iba a morir.

Era una cuestión de voluntad.

El restrictor había tomado el camino equivocado esa noche; aunque había tenido razón al elegir ese callejón en particular. Eso era lo único correcto que el desgraciado había hecho en décadas, pues la privacidad era importante para el combate. Lo último que necesitaban los hermanos y la Sociedad Restrictiva era que la policía humana se involucrara en su guerra.

No, la equivocación del maldito había sido matar a un macho civil hacía cerca de quince minutos. Con una sonrisa en el rostro. Frente a Wrath.

El rey había descubierto al trío de asesinos alertado por el olor a sangre de vampiro fresca; siguiendo el rastro del olor, había llegado al callejón donde esos tres estaban secuestrando a uno de sus súbditos. Al verlo, los asesinos debieron de darse cuenta enseguida de que Wrath era alguien importante, un miembro de la Hermandad: así que el asesino que corría delante de él había matado al civil para que él y sus amigos pudieran concentrarse en la pelea sin tener que preocuparse por un rehén.

Lo triste era que, aunque la llegada de Wrath le había ahorrado al civil una muerte larga y lenta a manos de los torturadores de uno de los campos de persuasión de la Sociedad, Wrath todavía hervía de la rabia al ver cómo un aterrorizado inocente era asesinado y arrojado al pavimento helado, como si fuera un envase desechable.

Así que ese desgraciado que corría delante de él iba a tener que morir.

Ojo por ojo, así eran las cosas.

Al final del callejón, el asesino giró sobre los talones, se plantó bien sobre el suelo y se preparó para el combate, sacando su cuchillo. Wrath no redujo el paso. En medio de la carrera, sacó una de sus hira shuriken y la lanzó con un movimiento rápido de la mano, haciendo toda una demostración de destreza.

A veces quieres que tu oponente sepa lo que le espera.

El restrictor siguió la coreografía perfectamente, cambiando de posición y perdiendo el equilibrio. Cuando Wrath acortó más la distancia, arrojó otra estrella mortal y otra más, hasta reducir al asesino a un bulto agazapado.

Entonces el Rey Ciego se desmaterializó justo frente al desgraciado y atacó desde arriba, clavando sus colmillos desnudos en la nuca del asesino. La penetrante dulzura de la sangre del restrictor le dio una prueba del triunfo y el coro de la victoria tampoco tardó en llegar, cuando Wrath agarró al desgraciado de los brazos.

La recompensa fue entonces un chasquido. O, mejor, dos.

El asesino gritó cuando sus huesos se rompieron, pero el alarido no duró mucho, pues Wrath le tapó la boca con la mano.

—Esto sólo es el calentamiento —siseó Wrath—. Es importante relajar los músculos antes de hacer ejercicio.

El rey le dio la vuelta al asesino y lo miró directamente a los ojos. Tras sus gafas oscuras, sus débiles ojos parecían más aguzados que de costumbre; aparentemente, la adrenalina que recorría sus venas aumentaba su agudeza visual. Lo cual era bueno. Pues Wrath necesitaba ver lo que estaba matando, pero no porque necesitara asegurarse de la precisión de sus golpes mortales.

Mientras que el asesino luchaba por respirar, la piel de su cara adquirió un brillo irreal, casi plástico, como si la estructura ósea estuviese recubierta por el material con el que se hacen las bolsas, y los ojos se le salieron de las órbitas mientras que el hedor dulzón del desgraciado parecía el de un animal atropellado en la carretera en una noche calurosa.

Wrath soltó la cadena que colgaba del hombro de su chaqueta de motero y desenrolló los eslabones brillantes por debajo de su brazo. Sosteniendo el peso de la cadena con la mano derecha, se envolvió el puño en ella, ampliando la envergadura de sus nudillos para volverlos más duros.

—Di «whisky».

Wrath golpeó al asesino en el ojo. Una. Dos. Tres veces. Su puño era como un ariete y la órbita ocular que golpeaba fue cediendo como si no fuera más que una puerta de juguete. Con cada golpe, un chorro de sangre negra brotaba derramándose por todas partes, cayendo sobre la cara, la chaqueta y las gafas de Wrath, que podía sentir las salpicaduras, aun a través de la ropa de cuero que llevaba. Y quería más.

Era un glotón cuando se trataba de este tipo de banquetes.

Con una sonrisa amarga, Wrath dejó que la cadena se desenrollara de su puño; cuando golpeó el asfalto sucio, la cadena soltó una carcajada metálica, como si hubiese disfrutado la paliza tanto como su dueño. A sus pies, el restrictor no estaba muerto. Aunque sin duda debía de estar desarrollando inmensos hematomas en la parte frontal y posterior de la cabeza; seguiría viviendo porque sólo había dos maneras de matar a un restrictor. Una era apuñalarlo en el pecho con las dagas negras que los hermanos llevaban fajadas al pecho. Eso enviaba al desgraciado de regreso a su creador, el Omega, pero sólo era una muerte temporal, porque el maligno podía usar esa esencia para convertir a otro humano en una máquina de matar. Eso no era muerte sino postergación del daño.

La otra manera sí era permanente.

Wrath sacó su teléfono móvil y marcó. Cuando contestó una voz masculina profunda y con marcado acento de Boston, el rey dijo:

—Octava y Comercio. Tres caídos.

Butch O’Neal, alias el Destructor, descendiente de Wrath, hijo de Wrath, respondió de manera particularmente exaltada. Poco conciliadora. Intolerante. Sin dejar mucho espacio a la interpretación:

—Ay, demonios. ¿Estás bromeando? Wrath, tienes que dejar esas mariconadas. Ahora eres el rey. Ya no eres un Herma…

Wrath cerró el teléfono.

Sí. La otra manera de deshacerse de estos hijos de puta, la forma permanente, estaría allí en cinco minutos. Lleno de recriminaciones, lamentablemente.

Wrath se acurrucó sobre los talones, recogió la cadena, se la puso de nuevo en el hombro y miró hacia el cuadrado de cielo nocturno que se podía ver entre los techos. A medida que el nivel de su adrenalina bajaba, apenas podía distinguir las siluetas de los edificios contra el plano de la galaxia y aun así tenía que hacer un esfuerzo.

«Ya no eres un hermano».

Claro que sí. No le importaba lo que dijera la ley. Su raza necesitaba que él fuera algo más que un burócrata.

Mientras maldecía en Lengua Antigua, retomó su tarea y comenzó a revisar los bolsillos del asesino en busca de una identificación. En un bolsillo de los pantalones encontró una cartera que contenía un carné de conducir y dos dólares…

—Ustedes pensaban… qué él era uno de ustedes…

La voz del asesino resonó con un tono agudo y malicioso y esa voz de película de terror volvió a disparar los instintos agresivos de Wrath. En unos segundos, su visión se hizo más nítida y pudo enfocar más o menos al asesino.

—¿Qué has dicho?

El asesino sonrió débilmente, al parecer sin notar que la mitad de su cara parecía una tortilla francesa.

—Siempre fue… uno de los nuestros.

—¿De qué diablos estás hablando?

—¿Cómo… crees que… —el asesino tomó aire y se estremeció— encontramos… todas esas casas durante el verano…?

La llegada de un vehículo interrumpió sus palabras y Wrath se volvió a mirar. Gracias a Dios se trataba del Escalade negro que estaba esperando y no de algún humano con un móvil pegado a la oreja y marcando al número de emergencias.

Butch O’Neal se bajó del puesto del conductor, con el arma en la mano.

—¿Es que no tienes cerebro? ¿Qué vamos a hacer contigo? Tú nos vas a dar…

Mientras que el policía recitaba su diatriba, Wrath volvió a mirar al asesino.

—¿Cómo las encontraron? ¿Cómo encontraron las casas?

El asesino comenzó a reírse, con esa risita sibilante que se les oye a los locos.

—Porque él había estado en todas ellas… así fue como lo hicimos.

El maldito se desmayó y no sirvió de nada sacudirlo. Tampoco abofetearlo un par de veces.

Wrath se puso en pie movido por la frustración.

—Haz lo tuyo, policía. Los otros dos están un poco más abajo, detrás del contenedor de basura.

El policía sólo se quedó mirándolo.

—Se supone que tú no debes combatir.

—Soy el rey. Puedo hacer lo que me dé la gana.

Wrath comenzó a alejarse, pero Butch lo agarró del brazo.

—¿Sabe Beth dónde estás? ¿Sabe lo que estás haciendo? ¿Se lo has contado? ¿O yo soy el único al que le has pedido que guarde el secreto?

—Preocúpate por eso —dijo Wrath y señaló al restrictor—. No por mí y mi shellan.

Cuando Wrath se soltó, Butch le dijo:

—¿Adónde vas?

Wrath se paró frente al policía.

—Pensé que podía ir a recoger el cadáver de un civil y traerlo al Escalade. ¿Tienes algún problema con eso, hijo?

Butch se mantuvo firme. Ése era otro de los rasgos comunes a los dos hombres, que no podían negar que compartían la misma sangre.

—Si te perdemos como rey, toda la raza quedará jodida.

—Y sólo nos quedan cuatro hermanos en el campo de batalla. ¿Te gusta esa cifra? A mí no.

—Pero…

—Ocúpate de tus asuntos, Butch. Y no te inmiscuyas en los míos.

Wrath caminó unos trescientos metros, hasta donde había comenzado la pelea. Los restrictores abatidos estaban justo donde los había dejado: quejándose en el suelo, con las extremidades dobladas de manera extraña y un chorro de sangre negra brotando de su cuerpo y formando un charco grasiento. Sin embargo, ellos ya no le importaban. Se dirigió hasta donde se encontraba el cadáver del civil; cuando lo vio, durante unos segundos le costó trabajo seguir respirando.

Se arrodilló y retiró con cuidado el pelo que cubría la cara golpeada del macho. Era evidente que había tratado de pelear y había recibido una buena cantidad de golpes antes de que lo apuñalaran en el corazón. Un chico valiente.

Wrath pasó una mano por debajo de la nuca del chico, deslizó el otro brazo por debajo de las rodillas y se levantó lentamente. El peso del muerto era mayor que los kilos que sumaba su cuerpo. Mientras se alejaba del basurero y comenzaba a caminar hacia el Escalade, Wrath sintió que llevaba en sus brazos a toda la raza y se alegró de tener que usar gafas oscuras para proteger sus débiles ojos.

Los cristales oscuros de sus gafas ocultaban el brillo de las lágrimas.

Pasó junto a Butch, mientras el policía corría hacia los otros asesinos para hacer lo suyo. Después de oír que los pasos de Butch se detenían, Wrath oyó una inhalación larga y profunda que parecía como el siseo de un globo que se está desinflando. La arcada que siguió resonó con más fuerza.

Cuando se oyó otra vez una inhalación y una arcada, Wrath puso el cadáver en la parte trasera de la camioneta y le revisó los bolsillos. No había nada… ni cartera, ni teléfono, ni siquiera la envoltura de una goma de mascar.

—Mierda. —Wrath dio media vuelta y se sentó en el parachoques trasero de la camioneta. Uno de los asesinos debía de haberle quitado la documentación antes de que él llegara… y eso significaba que, como todos los asesinos ya habían pasado a mejor vida, la identificación del civil ya debía de estar hecha cenizas.

Cuando Butch comenzó a acercarse por el callejón hacia el Escalade, iba tambaleándose como un borracho y ya no olía a Acqua di Parma. Apestaba a restrictor, como si hubiese limpiado su ropa con toallitas de suavizante Downy, se hubiese metido un par de ambientadores de coche con olor a vainilla debajo de las axilas y se hubiera revolcado sobre un pez muerto.

Wrath se levantó y cerró la puerta trasera del Escalade.

—¿Estás seguro de que puedes conducir? —preguntó, mientras Butch se acomodaba detrás del volante y parecía a punto de vomitar.

—Sí. Estoy bien.

Wrath sacudió la cabeza y le echó un vistazo al callejón. Los edificios que lo formaban no tenían ventanas; podía llamar a Vishous para que fuera a ayudar al policía, pero entre los distintos enfrentamientos y la labor de limpieza ya había pasado más de media hora; no podían quedarse más tiempo en ese lugar. Tenían que marcharse.

La idea original de Wrath era tomarle una foto a la identificación del asesino con la cámara de su móvil, ampliarla hasta que pudiera leer la dirección e irse a recoger el frasco del maldito. Pero no podía dejar solo a Butch.

El policía pareció sorprenderse cuando Wrath se sentó en el puesto del copiloto.

—¿Qué estás…?

—Llevaremos el cadáver a la clínica. V puede encontrarse contigo ahí y encargarse de ti.

—Wrath…

—Discutamos mientras vamos andando, ¿quieres, primo?

Butch arrancó la camioneta y recorrió el callejón marcha atrás hasta que encontró una salida. Cuando llegaron a la calle del Comercio, se hizo a la izquierda y se dirigió a los puentes que cruzaban el río Hudson. Mientras conducía, agarraba el volante con fuerza, pero no porque estuviera asustado, sino porque sin duda debía de estar tratando de contener la bilis que luchaba por salir de sus entrañas.

—No puedo seguir mintiendo de esta forma —susurró Butch cuando llegaron al otro lado de Caldwell y luego tosió para aliviar una pequeña arcada.

—Sí, claro que puedes.

El policía miró a Wrath.

—Esto me está matando. Beth tiene que saberlo.

—No quiero que ella se preocupe.

—Eso lo entiendo… —Butch pareció ahogarse por un momento—. Espera.

El policía aparcó, abrió la puerta de par en par y trató de vomitar como si su hígado hubiese recibido órdenes del colon de evacuar.

Wrath dejó caer la cabeza hacia atrás, mientras sentía un dolor agudo que se instalaba detrás de los ojos. El dolor no era ninguna sorpresa. Últimamente tenía migrañas con la frecuencia con la que estornudan los alérgicos.

Butch estiró una mano hacia atrás, como si estuviera buscando algo a tientas, mientras todavía tenía todo el tronco arqueado por fuera de la camioneta.

—¿Quieres el agua? —preguntó Wrath.

—Ss… —Una nueva arcada interrumpió la respuesta.

Wrath tomó una botella de agua, la abrió y se la puso en la mano.

Cuando dejó de vomitar, el policía tomó un poco de agua, pero no pudo retenerla.

Wrath sacó su teléfono.

—Voy a llamar a V.

—Sólo dame un minuto.

Le tomó más de diez, pero después de un rato el policía volvió a acomodarse en el coche y arrancó. Avanzaron en silencio durante un par de kilómetros, mientras que a Wrath le daba vueltas la cabeza y su dolor empeoraba.

Ya no eres un hermano.

Ya no eres un hermano.

Pero tenía que serlo. Su raza lo necesitaba.

Wrath se aclaró la garganta.

—Cuando V llegue a la morgue, le dirás que te topaste con los restrictores cuando acababan de matar al civil.

—Él querrá saber por qué estás conmigo.

—Le diremos que yo estaba con Rehvenge en ZeroSum, y que sentí que necesitabas ayuda. —Wrath se inclinó hacia un lado y puso una mano sobre el brazo de Butch—. Nadie lo sabrá, ¿entiendes?

—Esto no es buena idea. En absoluto.

—A la mierda; sí que lo es.

Cuando se quedaron callados, las luces de los coches que venían en sentido contrario hacían que Wrath apretara los ojos, aunque tenía los párpados cerrados y las gafas puestas. Para evitar el resplandor, volvió la cara hacia un lado como si estuviera mirando por la ventana.

—V sospecha que está pasando algo —musitó Butch después de un rato.

—Y puede seguir sospechando. Necesito salir al campo de batalla.

—¿Y qué va a pasar si te hieren?

Wrath se puso el antebrazo sobre la cara con la esperanza de bloquear esas malditas luces. Joder, ahora era él el que tenía náuseas.

—No me van a herir. No te preocupes.