13
Cuando escuchó al otro lado del teléfono el «hola» de Rehvenge, Ehlena se levantó de inmediato de la almohada en que había estado reposando y contuvo un «puta mierda…». Pero enseguida se preguntó por qué estaba tan sorprendida. Ella lo había llamado y, por lo general, la manera como la gente reaccionaba a este tipo de acto era… bueno, devolver la llamada. Joder.
—Hola —dijo ella.
—No te contesté antes porque no reconocí el número.
Por Dios, la voz de Rehvenge era sexy. Profunda. Grave. Como debía ser la voz de un macho.
En el silencio que siguió, Ehlena se preguntó por qué lo había llamado. No se acordaba… Ah, sí.
—Quería ver cómo estaba después de su cita. Cuando procesé los registros de su historia clínica noté que no le habían recetado nada para su brazo.
—Ah.
La pausa que siguió fue algo que ella no supo cómo interpretar. ¿Tal vez le molestaba la interferencia?
—Sólo quería asegurarme de que se encuentra bien.
—¿Siempre haces esto con los pacientes?
—Sí —mintió Ehlena.
—¿Havers sabe que estás supervisando su trabajo?
—Pero ¿él llegó a ver sus venas?
Rehvenge se rió entre dientes.
—Preferiría que me llamaras por otra razón.
—No entiendo —dijo ella de manera cortante.
—¿Qué? ¿Que alguien quiera tener una relación contigo fuera del trabajo? No eres ciega. Seguramente te has visto en el espejo. Y sin duda sabes que eres inteligente, así que no sólo es un asunto de apariencias.
En lo que tenía que ver con Ehlena, él estaba hablando en otro idioma.
—No entiendo por qué no quiere preocuparse por su salud.
—Hummm. —Rehvenge se volvió a reír en voz baja y Ehlena sintió cómo el ronroneo de esa risa le recorría el cuerpo—. Ah… así que tal vez esto sea sólo un pretexto para que nos volvamos a ver.
—Mire, la única razón por la que le llamé fue…
—Porque necesitabas una excusa. Me rechazaste en la sala de reconocimiento, pero en realidad sí querías hablar conmigo. Así que llamaste a preguntar por mi brazo para hablar conmigo por teléfono. Y aquí me tienes. —Rehvenge bajó la voz todavía más—. ¿Puedo elegir lo que me vas a hacer?
Ella se quedó callada, hasta que él dijo:
—¿Aló?
—¿Ya ha terminado? ¿O quiere seguir dándole vueltas a lo que supuestamente estoy tratando de hacer?
Hubo un prolongado silencio y luego él estalló en una carcajada de barítono.
—Ya sabía yo que había más de una razón para que me cayeras tan bien.
Ella decidió no dejarse halagar. Aunque de todas maneras se sentía halagada.
—Le llamé para preguntarle por su brazo. Punto. La enfermera de mi padre se acaba de ir y estábamos hablando sobre su…
Ehlena cerró la boca cuando se dio cuenta de lo que acababa de revelar y se sintió como si acabara de tropezar y estuviera a punto de caerse.
—Sigue —dijo él con solemnidad—. Por favor.
Silencio.
—¿Ehlena? Ehlena… ¿Estás ahí, Ehlena?
Más tarde, mucho más tarde, ella pensaría que esas tres palabras habían sido el precipicio desde el que había saltado: «¿Estás ahí, Ehlena?».
Realmente esas tres palabras fueron el comienzo de todo lo que siguió, el punto de partida de un viaje desgarrador, disfrazado bajo la forma de una sencilla pregunta.
Y Ehlena se alegró de no saber adónde la llevaría. Porque a veces lo único que te ayuda a salir del infierno es que ya estás demasiado hundida para sumergirte más.
‡ ‡ ‡
Mientras esperaba una respuesta, el puño de Rehv se apretó con tanta fuerza sobre el teléfono móvil que lo presionó contra su mejilla y una de las teclas dejó escapar un pitido que pareció decirle: «Por favor, hombre, relájate un poco».
La amonestación electrónica pareció romper el embrujo.
—Lo siento —balbuceó Rehv.
—Está bien. Yo, ah…
—¿Me estabas diciendo?
Rehv no esperaba que ella respondiera, pero, de repente… lo hizo.
—La enfermera de mi padre y yo estábamos hablando sobre una herida que está tardando en curar y eso me hizo recordar su brazo.
—¿Tu padre está enfermo?
—Sí.
Rehv se quedó esperando a que ella hablara más, mientras trataba de decidir si sería buena idea insistir… pero ella resolvió su duda enseguida.
—Algunas de las medicinas que toma afectan a su equilibrio, así que se choca contra las cosas y no siempre se da cuenta de que se hace daño. Es un problema.
—Lo siento. Cuidarlo debe ser un trabajo difícil para ti.
—Soy enfermera.
—E hija.
—Así que el motivo de mi llamada es sólo profesional.
Rehv sonrió.
—Déjame preguntarte algo.
—Yo primero. ¿Por qué no quiere que le examinen ese brazo? Y no me diga que Havers vio el estado de sus venas. Si lo hubiese hecho, le habría recetado antibióticos, y si usted se hubiese negado a tomarlos, habría habido una nota en su historia clínica diciendo que usted los rechazaba a pesar del consejo del médico. Mire, lo único que tiene que hacer para tratarse eso es tomarse unas píldoras, y ya sé que usted no les tiene fobia a las medicinas, pues toma una cantidad absurda de dopamina.
—Si estabas preocupada por mi brazo, ¿por qué no me dijiste nada en la clínica?
—Sí lo hice, ¿recuerda?
—Pero no de esta manera. —Rehv sonrió en medio de la oscuridad y deslizó la mano por su manta de piel de visón. No podía sentirla, pero se imaginaba que la piel debía de ser tan suave como el cabello de Ehlena—. Sigo pensando que lo único que querías era hablar conmigo por teléfono.
La pausa que siguió le hizo temer que ella decidiera colgar.
Entonces se sentó en la cama, como si el hecho de adoptar una posición vertical evitara que ella terminara la llamada.
—Sólo digo que… bueno, mierda, el caso es que me alegra que me hayas llamado. Sea cual sea la razón.
—No hablé más con usted sobre el asunto porque usted se marchó antes de que yo metiera las notas de Havers en el sistema. Ahí fue cuando me di cuenta.
Rehv todavía no creía que la llamada fuera completamente profesional. Ella podría haberle mandado un correo electrónico. Podría habérselo dicho al médico. Podría haberle pasado una nota a una de las enfermeras del siguiente turno.
—Entonces, ¿no es porque te sientes mal por haberme rechazado de una forma tan brusca?
Ehlena se aclaró la garganta.
—Sí, eso también. Lo siento.
—Bueno, entonces te perdono. Totalmente. Parecía que no estabas teniendo una noche muy buena.
La exhalación que Ehlena soltó dejó ver su estado de agotamiento.
—Sí, no ha sido mi mejor noche.
—¿Por qué?
Otra larga pausa.
—Usted es mucho más agradable por teléfono, ¿lo sabía?
Rehv se rió.
—¿En qué sentido?
—Es más fácil hablar con usted. En realidad… resulta muy fácil hablar.
—Soy muy buen conversador.
De repente, Rehv frunció el ceño al pensar en el corredor de apuestas con el que había ajustado cuentas en su oficina. Mierda, ese pobre desgraciado sólo era uno de los muchos vendedores de droga o lacayos de Las Vegas, camareros o proxenetas, a los que había persuadido a base de golpes a lo largo de los años. Su filosofía siempre había sido que la confesión era buena para el alma, en especial cuando venía de sinvergüenzas que pensaban que él no se iba a dar cuenta de que estaban tratando de estafarlo. Ese estilo administrativo también enviaba un mensaje importante en un negocio en el que la debilidad era fatal: el comercio clandestino requería tener mano fuerte, y él siempre había creído que ésa era la realidad en la que vivía. Punto.
Ahora, sin embargo, en medio de este momento de sosiego, sintiendo a Ehlena tan cerca, pensó que si ella conociera las conversaciones que mantenía a diario con sus conocidos no se sentiría muy complacida.
—Veamos, ¿por qué no has tenido un buen día? —preguntó Rehv, desesperado por acallar su conciencia.
—Mi padre. Y después… bueno, me dejaron plantada.
Rehv frunció el ceño con tanta fuerza que llegó a sentir un ligero tirón entre los ojos.
—¿Tenías una cita?
—Sí.
Rehv odiaba la idea de verla con otro macho. Y sin embargo envidiaba a aquel desgraciado, quienquiera que fuera.
—¡Qué imbécil! Lo siento, pero debe de ser un imbécil.
Ehlena se rió y a Rehv le encantó el sonido de su risa, en especial la manera como su cuerpo parecía calentarse al oírla. Joder, al diablo con las duchas de agua caliente. Lo que él necesitaba era esa risa suave y discreta.
—¿Estás sonriendo? —le preguntó él con voz suave.
—Sí. Quiero decir que sí, supongo. ¿Cómo lo ha sabido?
—Sólo tenía la esperanza de que estuvieras sonriendo.
—Bueno, usted puede ser bastante encantador. —Rápidamente, como si quisiera matizar el cumplido, Ehlena dijo—: No era una cita muy importante ni nada parecido. En realidad no lo conocía muy bien. Sólo íbamos a tomarnos un café.
—Pero has terminado la noche hablando conmigo por teléfono. Lo cual está mucho mejor.
Ella se volvió a reír.
—Bueno, creo que nunca sabré cómo habría sido salir con él.
—Ah, ¿no?
—Yo… bueno, lo he pensado mucho y no creo que sea bueno para mí comenzar a salir con alguien en este momento. —El aire de triunfo que Rehv pareció sentir se vio opacado cuando ella concluyó—: Con nadie.
—Hummm.
—¿Hummm? ¿Qué significa hummm?
—Significa que tengo tu número.
—Ah, sí, claro que lo tiene… —Ehlena se quedó callada cuando él se dio una vuelta para acomodarse—. Espere, ¿está usted… acostado?
—Sí. Y antes de que lo preguntes, no quieres saberlo.
—No quiero saber ¿qué?
—Lo que no llevo puesto.
—Ah… —Rehv se dio cuenta de que ella estaba sonriendo otra vez. Y probablemente se había sonrojado—. Entonces no lo preguntaré.
—Sabia decisión. Porque sólo llevo las sábanas encima… Uuups, ¿no me digas que lo he dicho?
—Sí. Sí, lo ha hecho. —La voz de Ehlena adquirió un tono más grave, como si se lo estuviera imaginando desnudo. Y la imagen no la molestara en absoluto.
—Ehlena… —Rehv se contuvo, pues sus instintos de symphath lo ayudaron a mantener el control que necesitaba para no ir demasiado rápido. Sí, Rehv quería tenerla tan desnuda como él estaba. Pero, más que eso, quería seguir hablando con ella por teléfono.
—¿Qué? —dijo ella.
—Tu padre… ¿lleva mucho tiempo enfermo?
—Yo, ah… sí, sí, lleva enfermo un tiempo. Tiene esquizofrenia. Aunque ahora está tomando medicinas y está mejor.
—Dios… mierda. Eso debe de ser realmente difícil. Porque está ahí pero no está, ¿cierto?
—Sí… eso es exactamente lo que pasa.
Así era, más o menos, cómo él vivía, pues su naturaleza symphath era una realidad paralela y constante que lo perseguía mientras que él trataba de llevar una vida normal.
—¿Le molesta que le pregunte —dijo ella con cuidado— para qué necesita la dopamina? En su historial no hay ningún diagnóstico reciente.
—Probablemente porque Havers lleva muchos años tratándome.
Ehlena se rió con torpeza.
—Sí, supongo que es por eso.
Mierda, ¿qué diablos podía decirle?
El symphath que llevaba dentro le aconsejó que dijera cualquier cosa, una mentira que le permitiera salir del paso. El problema era que de repente parecía haber surgido otra voz dentro de él, una que había salido de la nada y rivalizaba con la primera, y que, a pesar de que le resultaba desconocida y débil, era muy convincente. Pero como no tenía idea de qué podía ser ese otro impulso, Rehv siguió adelante con la rutina que conocía.
—Tengo la enfermedad de Parkinson. O, mejor dicho, el equivalente vampiro de esa enfermedad.
—Ah… lo lamento. Entonces para eso es el bastón.
—Sí, no tengo buen equilibrio.
—Pero parece que la dopamina le está sentando muy bien. Casi no tiene temblores.
Esa débil voz que sentía en su cabeza se convirtió en un extraño dolor que se instaló en el centro de su pecho y, por un momento, le hizo dejar a un lado las mentiras para decir la verdad:
—No tengo idea de qué haría sin esa droga.
—Sí, los medicamentos de mi padre también han obrado en él como un milagro.
—¿Tú eres la única que se ocupa de cuidarlo? —Al oír que ella contestaba afirmativamente, él preguntó—: ¿Dónde está el resto de tu familia?
—Sólo somos él y yo.
—Entonces tienes que soportar una carga tremenda.
—Bueno, yo lo quiero mucho. Y si la situación fuera a la inversa, estoy segura de que él haría lo mismo. Eso es lo que los padres y los hijos hacen unos por otros.
—No siempre. Es evidente que vienes de una familia muy bondadosa. —Antes de que pudiera detenerse, siguió diciendo—: Pero ésa es la razón por la que estás sola, ¿no es cierto? Te sientes culpable si lo dejas solo aunque sea una hora, pero si te quedas en casa no puedes pasar por alto el hecho de que la vida te está dejando atrás. Estás atrapada, pero tampoco quieres cambiar nada.
—Tengo que colgar.
Rehv apretó los ojos, mientras que ese dolor en el pecho se dispersaba por todo el cuerpo, como un incendio en un bosque. Entonces encendió una luz con el pensamiento, pues sintió que la oscuridad era un símbolo de su propia existencia.
—Es sólo que… yo sé cómo es eso, Ehlena. No por las mismas razones… pero entiendo cómo es eso de sentirse separado. Ya sabes, la idea de que ves a todo el mundo pasar por tu vida y… Ah, mierda, no sé… Espero que duermas bien…
—Así es como me siento la mayor parte del tiempo. —Ehlena le hablaba con una voz suave y él se alegró de que ella hubiese entendido lo que estaba tratando de decirle, a pesar de que había sido tan elocuente como un burro.
Ahora fue él quien se sintió incómodo. No estaba acostumbrado a hablar así… o a sentir lo que estaba sintiendo.
—Escucha, te voy a dejar descansar un poco. Me alegra que hayas llamado.
—¿Sabe? Yo también me alegro.
—Y, ¿Ehlena?
—¿Sí?
—Creo que tienes razón. No es buena idea que te involucres con nadie ahora.
—¿De verdad?
—Sí. Que tengas buen día.
Hubo una pausa.
—Buen… día. Espere…
—¿Qué?
—Su brazo. ¿Qué va a hacer con ese brazo?
—Estaré bien. Pero gracias por preocuparte. Significa mucho para mí.
Rehv fue el primero en colgar y puso el teléfono sobre la manta de piel. Luego cerró los ojos, dejó la luz encendida y no durmió ni un segundo.