Mi sparring-partner, sobre las cuerdas con un hábil zurdazo cuando una voz femenina exclamó:
—¡Oh, soberbio! ¡Y qué rostro!
Miraba a mi alrededor para ver a la elusiva dama que decía tales palabras y, para mi intensa sorpresa, mi mirada recayó en una muchacha que se sentaba tan cerca del cuadrilátero como podía, con las manos entrelazadas casi en éxtasis y con la mirada clavada en mí con tan ardiente intensidad que empecé a ponerme nervioso. No es lo normal que las damas desconocidas se me coman con los ojos. Aquella damisela era toda una belleza para lo que llevaba visto, de cabello rubio y ojos de color violeta, con un traje de lo más indicado para el actual entorno si nos hubiéramos encontrado en un té chino. Quiero decir que tenía clase; de la alta sociedad, ¿me siguen? La vida social, ¿lo pillan ahora?
Mientras la miraba con la boca abierta de sorpresa, la joven se puso de puntillas y deslizando su pequeña y hermosa naricilla entre las cuerdas, dijo:
—Oh, señor boxeador, ¿querría...?
En aquel punto se produjo una pequeña interrupción. Batallador O'Toole es un tarambana, pero a veces resulta peligroso. Le había sacudido su escasa provisión de sesos y el único instinto que le quedaba era el de asesinar a cualquiera que estuviera con él en el cuadrilátero. El hecho de que se encontrara medio acabado no significaba nada para O'Toole en su actual condición. Es uno de esos tipos que hacen una regla el luchar veinte asaltos tras estar ya noqueados. En aquel momento, él sabía que estaba sobre un cuadrilátero y aquello le bastaba. Yo me inclinaba hacia delante impaciente por oír lo que la dama tenía que decirme cuando O'Toole me largó un zurdazo que me hizo trastabillar y que casi me sacó los sesos de la cabeza. Con un ligero rugido de enfado, le endilgué a O'Toole en la barbilla con la derecha y el anochecido pegador se desvaneció sobre las cuerdas al otro lado del cuadrilátero, con su torpe pie sacudiéndose sombrío durante un instante por encima de la cuerda más alta, mientras los enfurecidos alaridos de los que esperaban sacar tajada de todo aquello anunciaban que sí había caído cuando ellos pronosticaron.
Dejando que mis segundos se ocuparan de él, crucé las cuerdas y, con mucha educación, pregunté:
—Señora, ¿qué me estaba diciendo cuando ese maldito merluzo la interrumpió?
—¿Es usted Iron Mike Costigan, el que luchó y empató con el campeón? —preguntó entusiasmada.
Sonrojándome modestamente lo admití.
—Yo soy Marilyn Taverel —dijo la joven—. He visto la película de su combate con el campeón, y es la cosa más emocionante que he visto en mi vida... oh, perdóneme... —Medio arrastró a un pajarraco enclenque en quien yo no me había fijado hasta ese momento—. Este es Tommy Densington —dijo de improviso, y el tipo estiró la mano como si le diera miedo que yo fuera a cogérsela.
Me deslicé entre las cuerdas y la dama observó mis tríceps como si yo fuera un semental premiado.
—¡Dios mío, vaya músculos! —exclamó—. ¿Cuánto pesa usted, señor Costigan?
—Doscientas cinco libras... desnudo —dije con orgullo, hinchando el torso para que la joven pudiera averiguar lo que era un pecho de cuarenta y ocho pulgadas.
En aquel mismo momento se aproximó, con su aspecto más siniestro, mi entrenador, Furtivo O'Leary. Aquella peste permanecía despierto por la noche imaginando modos y maneras de aguarme la fiesta de mis pequeños placeres; la única razón por la que no estábamos más tiempo juntos era porque nos conocíamos demasiado bien el uno al otro.
—El premio gordo para ti, Costigan —dijo aquel animal—. ¿Cómo has estado tan lento?
Mirándole de tal manera que le hice perder el color y retroceder a toda prisa, dije:
—Señorita Taverel, la presento a este tipo; su nombre es O'Leary y por ahora tiene el honor de ser mi representante.
—Me alegra conocerle, señor O'Leary —dijo la dama—. Estaba diciéndole al señor Costigan lo mucho que me gustó la película de su combate con el campeón. Fue tan emocionante cuando tiró a la lona al campeón en el décimo asalto.
—Sí, claro —dijo Furtivo con maldad—. El campeón tropezó y cayó encima del árbitro... Mike, ¿no tendrías que ir a aporrear el saco o algo parecido?
—Escucha, escoria —le dije con sanguinaria mala intención—, si no cierras la boca, te usaré a ti de saco, ¿entendido?
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