Las luces se apagan,
salvo las que hay encima del cuadrilátero;
la multitud empieza a tronar y a gritar;
al toque de la campana giro y salto.
Y escucho el rugido de mi enemigo cargando,
el Cobra Kid del Viejo México.
Y las cuerdas desaparecen, y la gente desaparece;
sólo quedamos él y yo bajo el resplandor de las luces del cuadrilátero;
como cavernícolas enemigos de la Edad de Piedra
en la cresta de un mundo en silencio y a solas.
Esquiva mi plomo y sale en tropel
y estrella su gancho de izquierda contra mi barbilla,
y me cierra el ojo de un firme portazo
que parece el impacto de un ariete.
Las luces giran alrededor del cuadrilátero;
ciego, me trabo a él;
el árbitro ruge mientras nos separa,
y el Kid me larga un zurdazo por debajo del corazón.
Y me aporrea por todo el cuadrilátero,
directo y gancho, gancho y con giro...
un torrente de golpes sin descanso...
Siento las cuerdas en la espalda.
Fuertes cañonazos en la cabeza
y doy con los omóplatos en la lona.
Tengo el cerebro lleno de niebla, la boca de salmuera,
y oigo la cuenta del árbitro: «Nueve!».
Me levanto tambaleante, aunque las piernas no me funcionan
y las luces del cuadrilátero giran en una oscuridad carmesí.
Cobra Kid se apresura, listo para desangrarme
enloquecido y totalmente abierto, ciego por acabar conmigo.
Y desesperado, tambaleándome, le lanzo la derecha,
el último golpe a ciegas de un combate perdido.
Y mi derecha conecta y su cabeza rebota hacia atrás,
tanto que parece que se le va a romper el cuello.
Nuevas fuerzas surgen en cada una de mis venas
y el leopardo despierta en mi cerebro grogui.
Sus rodillas se doblan, sus blancos labios se entreabren
cuando explota mi derecha debajo de su corazón.
Su mandíbula cuelga, y sus ojos parpadean,
pues mi puño se le ha hundido hasta el fondo del vientre;
luego, cada gramo de mi carne se abalanza
a la derecha para alcanzarle en la floja barbilla.
Explosiones de cuero y mi mano se abre paso,
y es el final de un día perfecto.
No se despierta en la cuenta de diez,
el árbitro me levanta la mano y, a continuación,
vuelvo a oír los gritos de la multitud.[5]