¿Qué capricho de la naturaleza produce un hombre de hierro? Sabemos que el cráneo humano está construido de tal modo que puede resistir la violencia, y que los músculos del cuerpo pueden desarrollarse hasta un punto en que se vuelven en algo tan duro como el acero. Sin embargo, eso no explica por completo la existencia de ese ser mortal, extraño e increíble conocido en el cuadrilátero y por sus fanáticos con el nombre de Hombre de Hierro. Sabemos que un hombre ordinario puede morir de un puñetazo en la cabeza relativamente flojo, y que incluso un boxeador profesional puede ser noqueado con un solo golpe que, si está bien situado, no necesita más. ¡Pero consideremos los triunfos de los hombres de hierro! Aquí sólo mencionaré a cinco de esos hombres de manera explícita: Joe Grimm, Battling Nelson, Tom Sharkey, Mike Boden y Joe Goddard.»
Antes de empezar, me gustaría decir unas palabras sobre Jim Jeffries, uno de los dos hombres de hierro que consiguieron el título. Sin ninguna duda, fue el grande de todos pero, contrariamente a los demás, asociaba una técnica real y un enorme virtuosismo a su resistencia. Pero en este momento hablo del hombre cuya principal, quizá única baza, era una resistencia excepcional.
Joe Grim era un italiano natural de Filadelfia. Si alguna vez ganó un combate, es algo que no figura en su palmares. No era ni un estilista ni un luchador, al menos no lo era en el verdadero sentido del término. Boxeaba con la guardia abierta —un ciego habría podido alcanzarle—, pero ni Bob Fitzsimmons, Joe Gans, Sam McVey o Jack Johnson consiguieron noquearle. En la báscula, Grim nunca dio más de ochenta kilos. ¡Sorprendente para un hombre que se enfrentaba a luchadores que pesaban casi siempre más de cien kilos! Stanley Ketchel era considerado como un boxeador de los más coriáceos; sin embargo, Jack Johnson, tras ser derribado, se levantó y le dejó K. O. con un golpe que le destrozó todos los dientes delanteros, que se quedaron clavados en el guante de su adversario. El mismo Johnson, en su mejor forma, con cien kilos de peso, demolió a Joe Grim, de ochenta kilos, hasta que ya no pudo levantar los brazos, agotado, y fue incapaz de derrotarle por K. O. Sam McVey era un golpeador aún más terrible que Johnson y mucho más agresivo. Se enfrentó a Grim en dos ocasiones, y en ninguna fue capaz de noquearle. ¡Un Hombre de Caucho!
Bob Fitzsimmons, el pegador más eficaz de toda la historia del boxeo, se enfrentó a Grim en seis asaltos. Examinen el palmarés de Fitzsimmons si piensan que no estaba a la altura. Se trata del hombre que noqueó al gran Corbett; el que dejó K. O. a Tom Sharkey, al gigantesco Ruhlin, a Ed Donkhorst, el «vagón de mercancías humano», de ciento cuarenta kilos de peso, a quien Bob derribó con un solo puñetazo. Fitzsimmons, cuando se enfrentó a Jeffreis, «el Calderero», libró una batalla de increíble violencia. Un boxeador murió a causa de sus golpes de formidable potencia.
¡Ahora, escuchen atentamente! Durante seis asaltos, Fitzsimmons machacó al italiano, que luchaba con la guardia abierta, propinándole todos los golpes conocidos en el boxeo. Sus demoledores puñetazos al cuerpo, que tan eficaces resultaron con Corbett, Sharkey y Ruhlin, ni siquiera afectaron a Grim. Fitzsimmons concentró sus golpes en la cabeza del italiano y le envió a la lona dieciséis veces... una media de tres derribos por asalto. Cuando sonó la campanada final, Fitzsimmons tenía los brazos como si fueran de plomo; Grim fue el que propinó el último golpe de aquel combate y, titubeando hasta las cuerdas, escupió varios dientes y, sonriendo, le regaló al público su discurso habitual: «¡Soy Joe Grim! ¡No temo a nadie! ¡Desafío al gran Jim Jeffries por el título!».
Los hombres de ciencia examinaron a Grim y constataron que su cráneo era de un grosor excepcional, que las células de su cerebro eran tan pequeñas que sus nervios estaban como aletargados. Cuando Joe declaraba que no sentía los golpes, decía la verdad. Un golpe que habría hecho retorcerse de dolor, o machacado, a un hombre ordinario, no producía en él más que una ínfima sacudida y un ligero fastidio.
Pero eso no explica la dureza de acero de su cuerpo: en cierta ocasión le pidió a un hombre que le rompiera un bate de béisbol en el estómago. Al recibir el impacto, cayó al suelo, pero sin resultar herido en modo alguno.
El que más cerca estuvo de noquear a aquella «maravilla» del cuadrilátero fue Joe Gans, cuando éste se encontraba en su mejor forma. Mucho más bajo que Grim y con un peso de tan sólo setenta kilos, el Viejo Maestro le infligió a Grim un terrible correctivo. Buscó el cuerpo a cuerpo y se dio cuenta de que
Grim tenía una técnica muy reducida... que se limitaba a un continuo balanceo de los brazos y a golpear con todas sus fuerzas. Gans mantuvo la presión, esquivando los golpes de su adversario, incorporándose y replicando, lanzando ganchos de derecha o izquierda contra la mandíbula de Grim. Así siguieron, asalto tras asalto, hasta que se hincharon las mandíbulas de Grim. En el decimotercer asalto, éstas se rompieron y el jefe de la policía, horrorizado, puso fin al combate. Gans estuvo de acuerdo, desanimado por los daños que había causado, pero Grim se volvió loco de rabia, afirmando que no estaba herido y que quería continuar. Pese a todo, los numerosos golpes recibidos en su carrera acabaron por dejar marcas irreparables, y Grim fue dejado K. O. por «Marinero» Burke, un boxeador de segunda fila pero todo un pegador, que aprovechó una escala en sus viajes para participar en aquel combate. Aquello le rompió a Grim el corazón.
Podría pensarse que caer desde un ring, desde un metro cuarenta de altura, y golpear con la cabeza en un suelo de cemento armado sería algo capaz de dejar sin sentido a un hombre y que le haría perder por completo el conocimiento, por no decir más. En su primer combate contra Joe Choynsky, Tom Sharkey tuvo esa experiencia. No solamente no resultó herido, sino que subió de nuevo a la lona y gano el combate. Choynsky era un pegador terrible. Aunque solamente pesaba ochenta kilos, Corbett dijo de él que era uno de los luchadores más peligrosos que había conocido. El gigantesco Jeffries siempre reconoció que Choynsky le propinó uno de los golpes más violentos que tuvo que encajar en su vida. En su combate a veinte o veinticinco asaltos, combate nulo, Choynsky le largó un directo con la derecha que alcanzó a Jeffries en toda la boca, aplastándole el labio y encajándoselo entre los dientes delanteros; uno de los segundos de Jeffries tuvo que cortarle el labio con una navaja para liberarlo.
Sharkey era un novicio sin experiencia; Choynsky un veterano aguerrido. Con un golpe poderoso, Choynsky hizo que Sharkey pasase por encima de las cuerdas, desde donde cayó del ring. Sharkey cayó de cabeza y golpeó en el suelo de cemento armado con todo el peso de sus noventa kilos. Aquella caída habría roto la mayoría de los cráneos como si fueran cáscaras de huevo. Pero Sharkey subió de nuevo al cuadrilátero y dejó K. O. a Choynsky.
Choynsky, un pegador por excelencia, se enfrentó en Chicago a otro boxeador de «cráneo duro», Mike Boden. Aquel hombre boxeaba con la guardia abierta, como Grim, y era tan violento como él... y un poco más coriáceo. Durante los seis asaltos que libraron, no colocó ni un solo golpe apoyado, mientras que Choynsky estuvo a punto de sufrir una crisis cardíaca llevado por sus ansias de dejar K. O. a su adversario. En Australia, Choynsky fue derrotado a los puntos, en dos ocasiones, por un tal Joe Goddard, un boxeador que pretendía que ningún ser humano podía ser noqueado y perder el conocimiento, ni siquiera con los golpes más fuertes.