Tal vez no fuera un gran conquistador o un personaje que todos conocieran como parte de la historia universal. Sin embargo, la vida de Robert Ervin Howard fue tan intensa como la de otros autores literarios más conocidos, aunque también con la característica de ser bastante corta. A la edad de 29 años decidió suicidarse y se disparó en la cabeza a causa del penoso estado comatoso de su madre, enferma de un cáncer incurable. La difícil situación económica que vivía también influyó en gran medida para que Howard tomara tan drástica y trágica decisión.
Fue el creador y padre reconocido del género fantástico conocido como «Espada y Brujería», cuyo máximo personaje representativo fue Conan el Bárbaro.
Como todos los genios incomprendidos, Howard mostraba detalles propios de una personalidad especial. Como ejemplo baste citar su sonambulismo como uno de los hechos extraños y enigmáticos que rodearon a su persona a lo largo de su vida. Su pasión por el deporte y la historia, derivaron en un gusto por el relato salvaje y bárbaro. Por su ascendencia escocesa-irlandesa y en consecuencia celta se identificó plenamente con el barbarismo de las tribus antiguas. Su amistad con otro enigmático escritor, Howard Philip Lovecraft, célebre escritor y creador del universo de los mitos de Cthulu —quien le otorgaría el apelativo amistoso de Two-Gun Bob, «Bob Dos Pistolas», en alusión a su origen texano— ayudó también a que se rodease de una fama un tanto especial. Esta diferenciación del resto de sus conciudadanos de Cross Plains le hicieron célebre al correr de los años.
Robert E. Howard nació el 22 de enero de 1906 en la ciudad de Peaster, Texas. Hijo de Isaac Mordecai Howard, doctor de profesión, y Hester Jane Ervin, quien se mostraría muy posesiva con su hijo a lo largo de su existencia. Durante su infancia estuvo sujeto a constantes mudanzas entre Texas y Oklahoma, debido al trabajo médico de su padre. Estos traslados y viajes cesaron a los trece años, cuando en 1919 se establecieron definitivamente en Cross Plains, Texas, donde vivió la mayor parte de su corta vida.
Aquella ciudad era más bien una comunidad rural, donde se unieron ciertas circunstancias para formar a un Robert tímido, retraído y callado. Tal vez debido a ello y cierta soledad familiar interna y la falta de un sólido referente masculino paterno —el padre de Howard no pasaba mucho tiempo con su esposa e hijo—, el joven Bob halló refugio en la seguridad de los libros.
Como suele ocurrir en estos casos, de niño fue golpeado y sometido a duras pruebas y burlas por parte de los demás jóvenes del pueblo. Algo relativamente normal entre las pandillas de chiquillos de cualquier barrio de ciudad, pero que trasladado a un pueblo texano tenía un significado más profundo e importante. No hay que olvidar que la infancia y adolescencia del creador de Conan se desarrolló en una ambiente de la frontera entre estados, muy cercano todavía en el tiempo al ambiente de los «duros hombres de la frontera del Oeste» («Hard men of the border of the West», en palabras de uno de sus personajes), que más tarde él mismo retrataría magistralmente en sus relatos y personajes de western. Pero todos tenemos un modo de reaccionar ante la adversidad única y peculiar. El modo del joven Robert fue despertar un espíritu de superación que lo impulsó a ser mejor y más fuerte a través del ejercicio físico, al grado de llegar a practicar el noble deporte del pugilismo alternándolo con el levantamiento de pesas y montar a caballo.
Tanto perseveró en su empeño que llegó a pesar 90 kilos de puro músculo con 1,80 metros de estatura. Era muy moreno, salvo en sus ojos, azules de tipo céltico, y poseía la impresionante estructura de un luchador nato. Se convirtió en un hombre fuerte y corpulento. Siempre seguidor de una vida esforzada y llena de pruebas, a menudo hacía recordar a su propio y famoso personaje, el intrépido guerrero, aventurero y conquistador de tronos por la fuerza, Conan el Cimerio. Ese fue el modo en que superó las palizas y se ganó el respeto por parte de los demás, quienes ya no se burlaban de él, aunque tampoco se le acercaban mucho. Su gran interés por los deportes —necesidad interna que Howard sentía por el conflicto y la fortaleza de lo primitivo— le llevo a crear a su héroe, el boxeador profesional y marinero Steve Costigan, cuyas aventuras en lugares lejanos y exóticos entusiasmaron a los lectores de muchas revistas.
Howard escribió diferentes tipos de relatos, con argumentos variados en función de los géneros que le demandaban los lectores de las revistas pulps de la época, aunque siempre con el marchamo de la aventura, el misterio y la acción.
Los relatos protagonizados por sus dos marineros boxeadores, Dennis Dorgan y Steve Costigan, se envolvían en clave de comedía entre golpe y golpe. Películas de años posteriores, como pueden ser La taberna del irlandés y El hombre tranquilo, protagonizadas por el gran John Wayne, podrían ilustrar perfectamente este género de «puñetazos y aventuras» donde la acción, la aventura y la comedia están protagonizadas por boxeadores aventureros y socarrones.
Años más tarde, cuando Howard comenzó a escribir «El Rostro de Calavera» («Skull-Face»), que en España fue publicado por Ediciones Mateu como «El Templo de Yun-Sathu», recuperó el nombre de Costigan, pero dotó al personaje de cualidades completamente distintas al original.
Tanto Dorgan como Costigan son dos camorristas que se meten en unos enredos increíbles. Aflora en estos relatos el peculiar sentido del humor de Howard, absolutamente brutal a veces, y la curiosa dicotomía de la fascinación por las tierras orientales, junto con la desconfianza por sus habitantes.
Puede llegar a sorprender al lector saber que el mayor número de relatos escritos no tuvieran como protagonistas a personajes como el rey picto Bran Mak Morn, ni el puritano inglés Solomon Kane, ni el aventurero y espía Francis X. Gordon, alias el Borak, ni siquiera Conan.
Este privilegio lo ostenta el marinero Steve Costigan, que surcó los Siete Mares a principios del siglo XX. Si unimos las historias de Costigan, junto con las de Dennis Dorgan, son más de treinta los relatos que tienen a uno u otro como protagonistas. El hecho de mezclarlas es debido a que ambos parecen ser el mismo personaje, pero con distinto nombre, utilizado para poder publicar en distintas revistas.
Sus descripciones físicas, su forma de actuar, el estilo de sus aventuras son idénticos, incluso coinciden muchos de sus amigos.
Robert E. Howard puso mucho empeño en estos personajes porque se hallaba muy cómodo escribiendo sus aventuras y desventuras como boxeador amateur que era y gran apasionado de este deporte. Su fascinación por los lejanos escenarios orientales donde transcurren sus aventuras y la férrea voluntad de los protagonistas nos describen a dos personajes netamente howardianos. En lugar de utilizar una espada usan sus duros puños. Lo realmente curioso es el sentido del humor que emplea en muchas de estas historias. Llama la atención el detalle que Howard, que normalmente gustaba de tipos serios y oscuros— como el puritano Solomon Kane—, impregne a sus boxeadores con un alegre humor socarrón y en cierto modo despreocupado de lo que deparará el siguiente segundo.
Originalmente los relatos de Steve Costigan fueron publicados en las revistas pulps Fight Stories y Action Stories. Pero al desaparecer éstas, Howard se encontró sin salida para ellos. La única solución que encontró fue enviarlos a las revistas que publicaban historias con argumentos y temas de aventura oriental. Como ya publicaba en ellas con su verdadero nombre, Howard utilizó una sencilla estratagema y se inventó el pseudónimo de Patrick Ervin. Modificó también los nombres de los personajes que aparecían en los relatos. Así fue como Steve Costigan pasó a llamarse Dennis Dorgan, su barco dejó de ser el Sea Girl, para ser conocido por The Python y su perro Mike, ahora es Spike.
Visto desde la perspectiva actual, no deja de sorprender que una idea tan básica funcionara en un entorno editorial... salvo si pensamos que las historias de Howard eran tan buenas que los editores de estas revistas orientales no quisieron dejar escapar la oportunidad de aumentar las ventas. Y además a los lectores no les iba a importar demasiado estas añagazas de escritor.
Ellos buscaban la aventura y la acción, y tanto Robert E. Howard como su alter ego Patrick Ervin se la proporcionaban en cantidad y calidad.
Los boxeadores de Howard eran especiales en muchas cosas. El más carismático es, sin duda, Steve Costigan.
Costigan es un tipo grande, de ojos azules y pelo negro y liso descendiente de irlandeses, como es la tónica siempre presente en Howard. No es un gigante como otros personajes de Howard, no esta dotado de una fuerza sobrehumana ni de una rapidez endiablada, o una técnica depuradísima en el combate. Su cara suele estar marcada por los golpes de los otros luchadores más poderosos, veloces o expertos. Pero si él siempre vence es por una razón, porque nunca se da por vencido, es un auténtico hombre de hierro. Es un fajador brutal que encaja y devuelve el castigo recibido. Su estilo de boxeo es primitivo y más cercano al Pankratio de la antigua Grecia y al Pugilato del Circo de Roma. Si hubiera vivido en aquellas épocas o Howard hubiera querido crear un personaje que fuera gladiador, ése sin duda hubiera sido Steve Costigan.
Sus combates están basados en un intercambio de golpes brutales hasta que su rival, oponente o enemigo, según la situación en la cual se halle inmerso, cae al suelo para no levantarse. Incluso cuando parece que todo va a terminar en desastre, siempre continúa y triunfa gracias a sus puños devastadores y su cuerpo indestructible. El estilo de Steve es tan brutal como parece, y sus historias son a veces lúgubres. Pero no todas, pues algunas son de lo más humorístico que Howard escribió, solo comparable con su personaje Beckenridge Elkins (de pronta aparición en esta misma editorial). Steve es ignorante e inculto y estos defectos, junto con su gran corazón y fiero temperamento, permiten a Howard situarle en terribles situaciones con un resultado final victorioso. Costigan personifica a la perfección las historias de tipos con mala suerte, que nunca se harán ricos por su cara bonita. Nunca consigue a la chica, ni un tesoro, simplemente otra pelea más, y después otra, pero sin llegar a sentirse como un perdedor. Quizás más que ningún otro héroe de Howard, Costigan representa el modelo de hombre que se deja arrastrar a la lucha sin pensar, un ser dado a la acción que sale de cualquier situación a golpe de puño. Es irracional, impetuoso, temperamental, generoso, violento y con un particular código del honor que nunca rompe. Los protagonistas «secundarios» de las historias de Costigan también complementan un cuadro de los más variopinto y necesario para el entramado de los relatos. Así, el perro de Steve, Mike, es un bulldog blanco, bajo y robusto, tan parecido a su amo como lo puede llegar a ser un perro. Tan feo como leal y de noble espíritu. Otros compañeros de Costigan son Hill O'Brien, Mushy Hanson y el irascible Viejo, patrón del Sea Girl.
El barco de Costigan es un velero y es el marco perfecto para las aventuras de un tipo como él. Era uno de los últimos de estos navios que surcaron los mares, antes de que los de vapor dominasen completamente los océanos. Esto provocaba una enorme rivalidad entre sus tripulaciones que se arreglaba organizando una continua serie de peleas y combates. La vida de Costigan es un continuo vagabundear por todo el mundo, luchando en increíbles combates de boxeo. Podemos encontrarlo desde Alaska a Cantón, desde Port Said hasta San Francisco. Sus contrincantes proceden de todas partes del mundo como Tigre Valois, Battling Santos, el Tigre de Malasia, Kid Delrano o Bucko Brent. Aunque pudiera parecerlo, no es una serie aburrida y monótona, Steve se ve envuelto en muchos y extraños sucesos allá donde va, enfrentándose a ladrones de perros (por su mascota Mike), vengándose de las derrotas de su hermano Michael, o luchando contra las organizaciones criminales de Shangai.
La magnífica selección de relatos boxísticos publicados en este volumen están unidos por un hilo conductor continuo. Este no es otro que la poca honorable trastienda del mundo del boxeo— sus dirigentes— y las primitivas pasiones y sentimientos que mueven a los duros protagonistas de los combates en el ring.
Casi todos los personajes de los relatos de boxeo de Howard, o al menos sus nombres, son mencionados, en mayor o menor medida en toda la serie boxística, como si el texano de Cross Plains estuviera escribiendo sobre un único personaje pero que al tiempo tuviera múltiples caras, peculiaridades, defectos y virtudes.
Sus personajes habrían encajado a la perfección en el guión de la magnífica película Más dura será la caída, dirigida por Mark Robson en el año 1956 y protagonizada por Humprey Bogart. En ella, Bogart encarna a Eddie Willi, un veterano periodista que es contratado como agente de prensa por Nick Benko (Rod Steiger), un hombre sin escrúpulos, para que consiga hacer popular a Toro Moreno, un gigantesco pero torpe aspirante a boxeador, a quien hacen creer que es un gran campeón a base de amañar sus combates. Al final, Bogart redime a su personaje recuperando su ética periodística y sentido de la moralidad. Como curiosidad, apuntar que esta fue la última película del gran Humphrey Bogart
Hay un momento, en la presentación del personaje de Kirby Karnes en la historia «Puños del desierto», en el que el lector tiene la impresión que el protagonista de la misma es el Howard de carne y hueso. Bien hubiera podido ser que la estación de tren del pueblo de Yucca fuera una reconstrucción de la de Cross Plains.
Así, luchadores como el simple y algo bobo Spike Sullivan, el durísimo Iron Mike Brennon, el honesto Kirby Karnes, Iron Slade Costigan, el obtuso Sauce Llorón, Steve Harmer, Iron Mike Costigan y Ace Jessel, entre otros, se hallan motivados por el amor, los celos, la venganza, el agradecimiento, el ansia sanguinaria y otras pasiones humanas.
Quizás el único relato que se aleja un tanto de esta dinámica es «La aparición sobre el cuadrilátero», («The Apparition in the Prize Ring»), relato corto publicado en el año 1929 en Ghost Stories, una revista pulp, y que es el único ambientado en Nueva York y de temática sobrenatural.
Para concluir nuestro paso por el ring howardiano sólo nos queda desearos que mantengáis la guardia cerrada, el mentón al pecho, las piernas flexionadas y al rival contra las cuerdas.
Buena lectura y no arrojéis la toalla. ¡Segundos fuera!