XI
Intentos de reforma a la sombra
de las grandes potencias.
Esparta desde el 244 hasta el 146 a. C.

A pesar de todas las crisis, la estructura política de Esparta había permanecido ilesa, La Asamblea Popular, la gerusia y la realeza seguían siendo los pilares angulares del Estado. Con reformas comprometidas, los reyes espartanos Agis IV, Cleómenes III y Nabis intentaron durante medio siglo (244-192 a. C.) extraer lecciones del pasado y proteger a Esparta de la injerencia de grandes potencias como Macedonia, la Liga Aquea y Roma. Los primeros pasos los dio Agis IV. Perteneciente a la casa real de los Europóntidas, subió al trono muy joven, en el año 244 a. C., e inmediatamente empezó a confeccionar un programa de reformas sociales, cuya aplicación práctica en Esparta era casi más urgente que en ninguna otra parte de Grecia. Por doquier se abría un enorme abismo entre la pobreza y la riqueza; se alzaban voces reclamando la amortización de deudas y la redistribución del suelo; estallaban disturbios y revueltas. En Esparta, a estos conflictos que afectaban a todos los griegos, se añadía el problema de la falta de ciudadanos. La ciudad apenas contaba ya con 700 ciudadanos de pleno derecho, y hasta esta cifra corría peligro. Unos pocos ricos amenazaban la existencia de la mayoría. Cargada con esta hipoteca, Esparta también se había vuelto incapaz de actuar en materia de política exterior. Agis, junto con sus partidarios y sus poderosos parientes femeninos, quería cambiar esta situación. Presentaron un programa social que pretendía atajar los problemas de raíz y que preveía cambios fundamentales. El núcleo de este programa lo constituía una condonación general de la deuda, unida a una redistribución del suelo. Cuatro mil quinientos lotes de tierra de Laconia debían repartirse entre los nuevos espartiatas, y 15 000 lotes entre los periecos. Los nuevos espartiatas debían reclutarse entre los periecos y los extranjeros. Para que estos se sintieran estrechamente vinculados, junto con los ciudadanos antiguos, al Estado espartano y a sus principios, Agis reanimó viejas instituciones como la agoge y las sisitias, aunque otorgándoles un nuevo rostro; a las sisitias, por ejemplo, las dotó de 200 a 400 miembros en lugar de los 15 tradicionales.

Pero el ambicioso proyecto de Agis fracasó, porque los ricos se resistieron a aceptarlo y porque algunos de sus partidarios resultaron ser poco fiables. El conflicto dentro de la ciudadanía espartana llegó incluso a provocar que Agis fuera apresado y asesinado (241/240 a. C.).

Su sucesor, el rey Cleómenes III (235-222 a. C.), tomó a su cargo y amplió el programa de reformas de Agis, y tuvo más éxito que su antecesor. Ello se debió a que Cleómenes eligió un momento más propicio para su política reformista que Agis. Los éxitos del rey en política exterior hicieron enmudecer de momento la resistencia a los cambios. Sus reformas políticas estuvieron encaminadas a eliminar al adversario que tenía en política interior y, en especial, a organizar de manera más eficaz la toma de decisiones en Esparta; el rey extraía así las consecuencias del fracaso de Agis. Los éforos que se hallaban en funciones fueron asesinados (cuatro de cinco), y el cargo se suprimió como «no licúrgico»; asimismo se limitaron las competencias de la gerusia; se instauró el cargo de los guardianes de la constitución (patronomoi) y se reactivó la monarquía dual (para lo que Cleómenes, naturalmente, colocó a su propio hermano como segundo rey). Para otorgar a sus reformas unas buenas condiciones de partida, mandó matar a diez espartiatas de la oposición, así como desterrar a otros ochenta; de todos modos, prometió una reconciliación con sus adversarios y con los desterrados por él mismo.

Acto seguido, Cleómenes reorganizó la situación económica y social de la ciudad. La cancelación de las deudas y el reparto de tierras debían compensar el contraste social y, sobre todo, aumentar el número de ciudadanos. Se repartieron 4000 lotes de tierra de igual tamaño entre los hombres capacitados para llevar armas de entre los «inferiores» y los periecos; además, se examinó la aptitud de algunos extranjeros para convertirse en ciudadanos. Cuando Cleómenes, al final de su reinado, fue sucumbiendo cada vez más a la presión militar, se pusieron en libertad muchos ilotas, a cambio del pago de dinero, para incrementar de nuevo el número de ciudadanos. A estas reformas sociales estaban vinculadas otras militares, encaminadas a aumentar la fuerza de combate del ejército; además, se impuso de nuevo para todos los ciudadanos el tipo de vida licúrgico orientado a la guerra.

El éxito de estas medidas en cuanto a la política exterior fue arrollador, y no solo atribuible a las mejoras militares, inmediatamente perceptibles. Fue sobre todo el revolucionario programa social de Cleómenes el que despertó muchas esperanzas en las ciudades del Peloponeso y de la Liga Aquea. De este modo, el rey fue de éxito en éxito: ganó para Esparta ciudades como Mantinea, Tegea, Dymae, Élide y otras más. Durante cinco años, Cleómenes fue capaz de restablecer la posición hegemónica de Esparta en el Peloponeso. Arato, el jefe de la Liga Aquea, se hallaba próximo a su final político y, enfrentado incluso a sus propios partidarios, se vio obligado a proponer al rey espartano que asumiera en su lugar el mando de la Liga Aguea. Hallándose en un callejón sin salida, Arato se decidió a dar un paso desesperado: se alió con Antígono III Dosón de Macedonia (227-221 a. C.), precisamente el estado en cuya enemistad, a los ojos de muchos, residía la base de la existencia de la Liga Aquea. Antígono, como no cabía esperar de otro modo, no se dejó someter por Cleómenes. Sin embargo, al fracaso final de Cleómenes también contribuyó el hecho de que no cumplió, seguramente porque no podía, las exigencias de muchos ciudadanos empobrecidos, sin tierras y endeudados tras la cancelación de las deudas y el reparto de tierras en las ciudades «liberadas» por él, como por ejemplo Argos. La estructura social de Esparta (ilotas y periecos) se diferenciaba demasiado de la de otras ciudades de Grecia, con lo que la mera transmisión de su programa social a otras ciudades quedaba descartada. Esparta no podía ser un modelo para todos. Probablemente tampoco los espartanos estaban dispuestos a considerar como útil a sus intereses el apoyarse en los inestables movimientos democráticos de masas, lo cual desde luego no habría sido «licúrgico». Así fue como, en el 222 a. C., se entabló una batalla en Selasia, al norte de Esparta, contra la coalición de aqueos y macedonios, cuyo resultado fue la derrota de las tropas espartanas. Cleómenes se salvó y huyó a Egipto, cuyo rey Ptolomeo III Evergetes (246-222/221 a. C.) lo acogió de buena gana. Pero con esta derrota de Selasia concluyó el gran sueño de una nueva Esparta, que podría haber recuperado su antigua posición de poder en Grecia.

Las graves consecuencias para Esparta consistieron en que la ciudad del Eurotas, por primera vez en su historia, fue conquistada por una potencia extranjera, los macedonios; además, fueron acometidos algunos cambios (no sabemos cuáles) en el orden político. En materia de política exterior, Esparta pasó, entre el 222 y el 206, por un período de debilidad, a lo largo del cual surgieron los primeros contactos entre espartanos y romanos, y, en cuanto a política interior, trajo consigo el final definitivo de la monarquía dual. En el año 206 accedió al trono la última personalidad espartana significativa, Nabis. Este era rey, como lo acreditan las monedas y las inscripciones acuñadas por él, pero ciertos «grupos de opinión» greco-romanos hostiles lo convirtieron, más aún que a Cleómenes, en la suprema encarnación del tirano. Es probable, aunque hoy día aún no se sabe con certeza, que Nabis —un nombre que no se repite en Esparta— proviniera de una casa real con todas las de la ley (¿los Europóntidas?).

Nabis era un revolucionario. Cuando murió, en el año 192 a. C., apenas quedaba ya nada del tradicional orden espartano. Siguiendo las huellas de Agis y de Cleómenes, también Nabis se había propuesto hacer que Esparta fuera independiente en política exterior y fortalecerla militarmente; con ello pretendía alcanzar igual rango que las grandes potencias de entonces: Macedonia, la Liga Aquea, la Liga Etolia y Roma. Para lograr este objetivo, utilizó todos los registros de la actuación política: violencia y persuasión, «guerras relámpago» y manejo bien calculado de sus enemigos, atizar los conflictos sociales y aferrarse a las tradiciones conservadoras. Al principio, Nabis tuvo éxito con su política. En el año 197 a. C., por una alianza con el rey Filipo V de Macedonia, que necesitaba urgentemente todo tipo de apoyo en su guerra contra Roma, obtuvo Argos. También en esta ciudad llevó a cabo Nabis su programa de reformas. Dos años más tarde, sin embargo, tuvo que abandonar Argos por presiones de Roma y, además, renunciar a las ciudades lacónicas de los periecos. Pues poco antes, en el verano del 196 a. C., tras su victoria sobre Filipo V en la batalla de Cinocéfalos, en Tesalia, el general Flaminino había proclamado solemnemente la libertad y la autonomía de todas las ciudades griegas; así pues, una expansión del poder como la de Nabis ya no se ajustaba a los tiempos, salvo si era romana, naturalmente. Así fue como, en el 195 a. C. los romanos llegaron a sostener una especie de guerra de liberación contra el tirano Nabis. No obstante, este logró resistir durante cierto tiempo, pues los romanos, por razones de política interior, se contuvieron de tomar directamente el poder sobre Grecia. En el 192 a. C., Nabis fue asesinado, con lo que Esparta tuvo que ingresar en la Liga Aquea, que se hallaba bajo el mando de Filopoimen, renunciar expresamente al orden de Licurgo y acatar las estructuras y los cargos políticos de los aqueos. Lo licúrgico, como para entonces ya sabían los enemigos de Esparta, no significaba otra cosa que la conquista del poder en el Peloponeso.

En los primeros decenios del siglo II a. C., para todas las potencias griegas había comenzado una nueva época. Tanto Macedonia como la Liga Aquea, la Liga Etolia, Esparta o Atenas… todas ellas tuvieron que doblegarse —como muy tarde en el 146 a. C., cuando Roma se hizo militarmente con el dominio sobre Grecia— a la nueva autoridad durante muchos siglos. Esparta siguió siendo, al menos formalmente, una ciudad griega libre incluso bajo el régimen provincial de los romanos; y al cabo de más de un siglo, en tiempos del emperador Augusto, el espartano Gayo Julio Euricles (obsérvese bien el nombre) logró adquirir influencia en el sur de Laconia y sobre algunas ciudades periecas. De todos modos, este episodio no cambió nada de la sumisión de Esparta a la soberanía romana.

Así hemos llegado al final de nuestra historia espartana. Son pocas las noticias que nos hablan del posterior destino de la ciudad: del saqueo y destrucción por Alarico y los visigodos en el 395 d. C.; de las inmigraciones eslavas hacia Laconia; de la ocupación por el franco Guillaume II de Villehardouin en 1248. Este construyó Mistra al oeste de Esparta, que desde el siglo XIII hasta el XV desempeñaría un papel de gran importancia en la historia bizantina, y que se convirtió en el escenario de poemas tan famosos como Hyperion, de Hölderlin, y Fausto (2.a parte), de Goethe. En 1834 fue construida la Esparta moderna.

Pero la antigua Esparta sigue viva como atracción turística y como idea. Esto último será el tema del capítulo siguiente. En cuanto a lo primero, ya en la época romana Esparta fue un centro turístico que atrajo a numerosos visitantes desde todos los rincones del Imperio. Se había convertido en una ciudad museo que ofrecía su mito a cambio de pago. Muchas inscripciones y relatos de viajes de la época dan testimonio de esa Esparta, que ya no es, sin embargo, la Esparta de cuya historia, sociedad y cultura pretendía tratar este libro.