El nombre de «Liga del Peloponeso» es moderno. La denominación oficial era «los lacedemonios y sus aliados», pero en realidad los griegos hablaban casi siempre de «los peloponesios», porque el Peloponeso era la matriz de la Liga, aunque Esparta logró influir más allá de sus fronteras. La Liga alcanzó su mayor expansión durante y después de la Guerra del Peloponeso (431-404 a. C.), cuando Esparta ejerció el dominio sobre toda Grecia; su origen data de la segunda mitad del siglo VI a. C., y su final coincide con la derrota contra Tebas en Leuctra, en el año 371 a. C.
La designación moderna de Liga del Peloponeso no solo no es correcta, sino que objetivamente también induce a error, pues el sistema de alianzas de Esparta no era comparable a una alianza estatal de nuestros días, como por ejemplo la OTAN. No había órganos comunes a cuyas sesiones asistieran regularmente los representantes de todos los miembros de la alianza. Esparta firmaba acuerdos particulares con cada una de las ciudades, de modo que estas solo estaban aliadas con Esparta, pero no entre ellas. Cuando Esparta hubo dominado de este modo casi todo el Peloponeso —las principales ciudades eran Corinto, Megara y Élide—, la alianza entró en una nueva fase. Lo más acertado parecía ahora poner especial énfasis en las ambiciones de Esparta en materia de política exterior también fuera del Peloponeso. Con esta finalidad, Esparta instauró asambleas federales que se celebraban a intervalos irregulares —solo cuando las convocaba la capital—, y que tenían por objetivo deliberar sobre asuntos comunes. La primera vez que se celebró una de estas asambleas fue en el año 506 a. C., cuando el rey Cleómenes quiso asegurarse la aprobación de sus aliados para volver a instaurar al tirano Hipias en Atenas. A partir de ese momento, la asamblea de la Liga se celebraba cada vez que se avecinaba una gran guerra federal, como por ejemplo en el 481 contra los persas, o en el 432 contra Atenas.
La «estructura» de la Liga del Peloponeso se desprende de lo anteriormente dicho. La principal cláusula de los acuerdos entre los aliados decía que la ciudad X «debía tener los mismos amigos y enemigos que los lacedemonios». Con esta cláusula, los aliados quedaban vinculados, por ejemplo, también a la guerra de Esparta contra los ilotas, que era declarada todos los años por los éforos. Mientras durara esta guerra, los acuerdos entre los aliados, aunque no tuvieran un plazo determinado, seguirían vigentes. Una segunda cláusula entregaba el mando (en griego: hegemonía) de las unidades militares de esa guerra a Esparta; decía lo siguiente: «… seguir a los lacedemonios adonde los llevasen, tanto por tierra como por mar». Quedaban prohibidas, por supuesto, las conclusiones de paz unilaterales; tampoco se podía acoger a enemigos prófugos. Y, por último, desde la segunda mitad del siglo V a. C., este acuerdo «original» fue ampliado mediante otra cláusula más: a saber, mediante una declaración de asistencia recíproca por si se daba el caso de que el territorio de las dos ciudades aliadas era atacado por una tercera potencia.
De estas disposiciones se desprende que las ciudades aliadas tenían que ayudar a Esparta tanto en caso de rebelión de los ilotas como de un ataque exterior, mientras que Esparta únicamente tenía que ayudar a las ciudades aliadas en caso de un ataque exterior. Para la política de Esparta de inmiscuirse en los asuntos internos de las ciudades griegas —no solo de las pertenecientes a la Liga del Peloponeso, política que fue practicada cada vez más desde finales del siglo VI a. C.—, la estructura de una alianza no era la más apropiada. De ahí que Esparta introdujera —como un recurso acreditado— la ya mencionada asamblea federal, con cuya ayuda pudo ampliar considerablemente su radio de acción. El derecho de convocatoria solo lo tenían los espartanos. A los acuerdos adoptados por la mayoría les seguía la conclusión de un tratado. En el 431, por ejemplo, se firmó un acuerdo formal entre Esparta y sus aliados, según el cual la guerra que se había decidido declarar a Atenas no debía ejercer ninguna influencia en la situación territorial adquirida de los aliados.
Este marco jurídico de la Liga demostró ser muy apropiado como instrumento de los intereses espartanos en materia de política exterior. Pues, por una parte, los acuerdos obligaban a los aliados expresamente a prestar ayuda en caso de rebelión de los ilotas, de tal modo que estos quedaran aislados y desmoralizados y, por otra parte, las asambleas federales introducidas desde finales del siglo VI a. C. aseguraban a los espartanos posibilidades de influencia en toda Grecia. Todo esto tenía lugar dentro del marco de los habituales procedimientos de relación interestatal, y dejaba a los aliados en posesión de su autonomía. Por eso, cuando en el siglo V los atenienses dominaron la Liga Marítima Ática de una manera hasta entonces desconocida en Grecia, las ciudades griegas «libres» se sintieron en mejores manos ligadas a Esparta y colaboraron a que Esparta, pese a su debilidad interna, bajo el lema de «autonomía para todos», lograra la victoria sobre Atenas y la hegemonía sobre Grecia. En el siglo IV a. C., con motivo de unos cambios internos que se llevaron a cabo en la ciudad, Esparta reformó varias veces su sistema de alianzas. Ahora cada miembro, en lugar de poner tropas, podía pagar también con dinero, y todo el territorio federal fue dividido en diez departamentos militares. Estas reformas, sin embargo, no dieron lugar a una mejora en lo relativo a la posición de liderazgo de Esparta, ya que los verdaderos problemas no residían en la Liga, sino en Esparta. Cuando los tebanos vencieron a Esparta en Leuctra en el 371 a. C., se hundió el sistema, y en el 366 la política de la Corinto aliada disolvió prácticamente la Liga del Peloponeso.
Para terminar, abordemos la cuestión de por qué Esparta, a pesar de todos sus éxitos, no logró nunca unificar bajo su mando el Peloponeso de una forma duradera. ¿Por qué no hubo un «Imperio Peloponesio» como había un «Imperio Ático» en el Egeo bajo el mando de Atenas? La respuesta a esta pregunta hay que buscarla en la estructura de la Liga y en la divergencia de los intereses de ambas partes, de Esparta y de los aliados. El sentido y la finalidad de todo el sistema de acuerdos era la conjura del peligro que amenazaba a Esparta: los ilotas; es decir, estaba completamente orientado al provecho propio. Naturalmente, así no se podía crear un vínculo integrador entre la capital y los aliados. La idea de la Liga Marítima Ática, por el contrario, era el rechazo común de los persas, es decir, el bienestar común de todos los aliados. Esparta se mostró siempre egoísta, negligente y apática cuando se trataba de apoyar los intereses de los aliados. En los años treinta del siglo V a. C., Corinto y otras ciudades peloponesias vieron con claridad que solo podían obtener la ayuda espartana contra la prepotente Atenas bajo amenazas.