VIII
La cultura espartana

«Allí florece la lanza de los hombres jóvenes, y la Musa esclarecida, y la justicia, que camina por una ancha calzada», escribía Terpandro, uno de los músicos más significativos de la Antigüedad, que vivió en la Esparta del siglo VII a. C. Estos versos describen la vida en Esparta, de la que, además de la guerra, la religión y el derecho, formaba también parte la Musa. Esto no es nada sorprendente, pues la Musa establecía el contacto de los espartanos con los dioses, los cuales, como ya hemos visto, eran muy venerados en Esparta. Todas las fiestas y las danzas en honor a los dioses precisaban de la música para expresar la alegría y el agradecimiento de los hombres. Otra clase de música estaba destinada a armar los corazones de los guerreros para una dura batalla. Tirteo y Alcmán, los dos compositores y poetas más importantes del siglo VII a. C. en Esparta, encarnan estas dos caras solo aparentemente opuestas de la poesía espartana. Pero ambos son una misma cosa: el amable, lírico, alegre y danzarín Alcmán, y el serio, combativo, enardecido y político Tirteo. La música y la poesía eran políticas y constituían, por así decirlo, los cimientos de la vida espartana. Nada demuestra más claramente esta dimensión política de la música que la anécdota según la cual el éforo Ecprepes, en su función de «supervisor de las leyes», atendía también a la idoneidad de los instrumentos musicales, y por eso no quiso permitir que el músico Firnis introdujera una lira de nueve cuerdas en lugar de la tradicional de siete.

El punto culminante de la poesía y de la música espartanas se halla en el siglo VII a. C. El paralelismo en el tiempo con la formación del estado espartano no es casual, sino que ambas cosas están estrechamente relacionadas entre sí. Cuando «se congeló» el orden político, a partir del siglo V a. C., Esparta perdió también su fama como sede de la Musa. Aunque se seguían cantando canciones de Tirteo y de Alcmán en la guerra y en casa, Esparta ya había perdido el impulso de la inspiración.

Alcmán no era espartano, pero vivió en Esparta desde la segunda mitad del siglo VII. Sus canciones adornaban todos los festejos espartanos. De ahí se explica que, a pesar de ser forastero, utilizara el dialecto local lacónico, un poco tosco. Sus poemas trataban de dioses y de héroes, del amor y el agradecimiento, de la naturaleza, las comidas, los bailes y la belleza. Creados con ritmos y metros bien medidos, servían para adornar y engalanar los actos y festejos religiosos en honor a los dioses. Mucho más tarde, sus canciones fueron recopiladas en cinco libros, de los que hoy solo se conservan unos pocos fragmentos.

De manera muy distinta, pero no menos espartana, escribía Tirteo, que vivió en Esparta casi al mismo tiempo que Alcmán. Probablemente, tampoco él procediera de esta ciudad; corrían rumores de que su patria chica había sido Atenas. Tirteo, con un estilo poético elevado, hablaba a la conciencia de los hombres espartiatas, para que jamás rehuyeran la lucha y para que contemplaran como gloria suprema el morir por la patria. Pues esta patria era amada por los dioses y había sido creada por ellos; su fundación y su buen orden (eunomía) fueron cantados por Tirteo para infundir a los guerreros espartiatas amor por la patria y, al mismo tiempo, valor para luchar por ella. Tirteo, a diferencia de Alcmán, escribía en dialecto jónico, pues el lenguaje heroico de Homero, el hexámetro y el dialecto jónico respondían más a su intención que el lacónico, más tosco y de sonido menos heroico. Tirteo fue un poeta de la guerra y de la política.

Estos dos poetas espartanos más famosos y otros, como el mencionado Terpandro, llegaron a Esparta desde el «extranjero», de Lesbos, Creta o Jonia, y recibieron de las autoridades locales el encargo de apoyar musicalmente el orden religioso, político y militar. El hecho de que para el embellecimiento de las Gymnopaides se hiciera venir un colegio de músicos de todos los países, demuestra el elevado valor que se atribuía en Esparta a la música con fines públicos.

Hay otro ámbito de la cultura espartana, junto con la poesía y la música, que merece ser mencionado, porque en él obtuvieron éxitos notorios los artistas espartanos incluso en el «extranjero»: las artes plásticas. Aunque el arte espartano estaba un poco a la sombra del de Corinto o Atenas, sin embargo era muy independiente. Lo más llamativo es la amplia difusión que lograron en todo el mundo los productos artísticos espartanos a principios del siglo VI a. C. Cerámica pintada en vasijas, cántaros o copas, trabajos en bronce, tallas de marfil y figuras de terracota de origen espartano han sido hallados en Grecia, Italia, España, Francia, Suiza, Hungría, Ucrania, África y Asia Menor, lo que nos permite diferenciar el arte lacónico por sus tendencias estilísticas y emitir un juicio con respecto a su calidad.

Lo que seguramente extrañe más a simple vista es que el arte de Esparta en el siglo VI da testimonio de numerosos contactos con otras ciudades y regiones. En su creación artística se reflejan influencias extranjeras; sus productos artísticos se exportan a todo el mundo, y poetas de toda Grecia se miden con Esparta. Como ya ocurriera en el terreno de la música, también fueron traídos a Esparta artistas plásticos extranjeros. Las aportaciones de Alcmán, Terpandro y Tirteo a la poesía musical se corresponden con un Bathycles como escultor, o con un Teodoro de Samos como arquitecto; estos son solo unos pocos, aunque destacados, ejemplos de una política cultural espartana activa que sobrepasaba fronteras. Platón, basándose en este modelo espartano, decía que un estado ideal forzosamente debía hacer llegar a artistas extranjeros.

Todo esto no acaba de encajar con la imagen de una Esparta huraña, ocupada solo de sí misma y enemiga de lo extranjero, que generalmente se tiene de esta ciudad. ¿Se podría hablar entonces de «otra Esparta», una ciudad de la poesía y la música, del arte y la cultura? La expresión «otra Esparta» induce a error. Para juzgar la creación artística espartana durante la época arcaica y clásica de Grecia, hay que tener en cuenta dos cosas: 1) La cultura en Esparta estaba sujeta a una limitación muy considerable: debía redundar en provecho del Estado. Los artistas eran traídos a Esparta para que compusieran música para fiestas, y marchas y canciones que sirvieran de estímulo para la guerra, así como para que crearan estatuas para los templos, ofrendas y vasijas de cerámica para uso religioso. De modo que la cultura también tenía su hogar en Esparta, sin duda, pero tenía que ser, por utilizar una expresión moderna, socialmente relevante y estar al servicio del orden. 2) El pensamiento, la filosofía, la historiografía, la comedia, la tragedia y la retórica, en cambio, no hallaron cabida en Esparta; es inútil buscar allí un Platón o un Aristóteles, un Herodoto o un Tucídides, un Eurípides o un Sófocles, ni tampoco un Aristófanes. Y es que el afán por adquirir conocimientos más profundos, por entretener o por lograr el éxito como orador solo son provechosos para el individuo, pero no para un orden estatal firmemente cohesionado.

Así pues, la cultura espartana está entretejida en el orden social. No existen dos caras de Esparta ni una oposición entre la Esparta de la guerra y la de la cultura. Antes bien, las «dos» Espartas son partes de un mismo cosmos, partes del orden espartano. De ahí que las evoluciones de ambas también discurran en paralelo: cuando el orden espartano fue entumeciéndose cada vez más a partir del 500, y ya solo variaba de forma superficial pero no sustancial, concluyó también la creatividad cultural. A partir de entonces dejaron de crearse obras de arte nuevas, se acabó la producción para la exportación, así como la importación de arte y artistas, y solo se cantaban ya viejas canciones.