La religión era, en cierto modo, el alma de la ciudad antigua, pues determinaba toda la vida política, social y privada. Los dioses y los héroes ayudaban en caso de apuro, eran consejeros, testigos cuando se prestaba juramento, vengadores, justicieros, garantes; dicho brevemente, se ocupaban tanto de la comunidad como del individuo. La religión se manifestaba de muy diversas formas en todos los ámbitos de la vida. El firmamento de los dioses griegos unía a los griegos tanto como la lengua común. Algunos cargos, como la realeza en Esparta, estaban reservados a familias cuyos orígenes se remontaban a determinadas divinidades especialmente veneradas. Dioses y héroes justificaban reivindicaciones de tierras y regiones codiciadas, así como el dominio sobre los otros. Con este fin, las divinidades locales podían ser «desnaturalizadas» de una ciudad sometida a otra dominadora, para así aplacar su esperada ira y familiarizarlas con su nuevo hogar. Otro medio de dominio consistía en combinar o variar los cultos de los dioses locales; la creación de puntos religiosos comunes entre dominadores y sometidos tenía una poderosa fuerza integradora.
Los cultos de cada ciudad en honor a los dioses estaban ligados a las necesidades concretas y a la evolución histórica de esa ciudad. No se puede hacer una descripción del mundo espartano sin abordar esos cultos y su sentido. Platón, por ejemplo, pensaba en Esparta cuando reclamaba, como ley fundamental necesaria para todas las ciudades, la buena práctica de la veneración de los dioses en Esparta. Venerar bien a los dioses significaba dotarlos de cultos acordes con su rango. El máximo rango lo ostentaban los dioses olímpicos, a los que seguían los dioses específicos de cada ciudad, los dioses del averno, los demonios, los héroes y, finalmente, los dioses domésticos. La religiosidad era, podemos decir, la verdadera fuente del orden espartano. La existencia entera de Esparta, sus particularidades, tales como la apropiación de tierras, la diarquía, la educación (agoge) o la política exterior, eran legitimadas mediante la veneración de los dioses y los héroes, los mitos, los oráculos o incluso la veneración de las reliquias. Sería, sin embargo, erróneo querer contemplar la religión de Esparta únicamente como un instrumento para tomar determinadas decisiones políticas. Antes bien, la religiosidad y la política iban siempre de la mano y eran dos caras de una misma moneda llamada Esparta. Nuestras noticias acerca de la religión de los espartanos proceden de diversas fuentes. Las excavaciones realizadas en Laconia y en la propia Esparta han sacado a la luz muchos santuarios que fueron construidos para dioses y héroes, y que han podido ser identificados y datados gracias a las ofrendas y a las inscripciones halladas en ellos. A esto hay que añadir las noticias procedentes de las fuentes escritas, entre las que destaca el narrador de viajes Pausanias, que recorrió Laconia en el siglo II a. C. y describió sus templos y lugares de culto. De ahí que estemos en condiciones de hablar sobre los principales héroes y divinidades.
El dios supremo del Olimpo, Zeus, fue venerado en Esparta con esa función y, sobre todo, como padre de Heracles, el cual, como dijo Tirteo en el siglo VII a. C., «dio esta ciudad a los Heraclidas». De Heracles y, por lo tanto, de Zeus hacían derivar los reyes su origen; y de ahí que también hicieran las veces de sacerdotes de un culto a Zeus específicamente espartano. Los dorios de Esparta expresaban así que debían su posesión de Laconia a una alianza con los Heraclidas, de cuya estirpe procedían los reyes.
La relación de los espartanos con los Dióscuros, Cástor y Polideikes (Pólux), fue tan importante para Esparta como la veneración al padre de los dioses. Su nombre, traducido, significa «hijos de Zeus». Su hermana era Helena, la esposa del rey homérico de Esparta Menelao. Los Dióscuros representaban las virtudes de los espartiatas: Cástor era domesticador de caballos, y Polideikes era luchador. Ellos eran los patronos de Esparta.
A los Dióscuros como domesticadores de caballos podemos relacionarlos con Artemisa Orthia, en cuyo templo, al sur de Esparta, fueron halladas muchas representaciones de caballos. Artemisa era, junto con su hermano Apolo, una de las diosas más veneradas en el ámbito griego. Numerosos festejos, rituales y ofrendas en honor a Artemisa Orthia dan noticia de su función pública en el marco del nacimiento y de la educación de la juventud. En su honor había en Esparta una competición en la que los muchachos tenían que robar queso; otro ritual famoso del templo de Artemisa, la flagelación de los adolescentes, seguía atrayendo siglos más tarde turistas a Esparta. Su templo fue primero construido en torno al 700 a. C., cuando Esparta venció en la I Guerra Mesenia; su reconstrucción se hizo necesaria tras una inundación que tuvo lugar hacia el 600-580 a. C.
El hermano de Artemisa, Apolo, fue venerado por todos los griegos como el dios de la luz, capaz de iluminar la oscuridad del futuro, así como de la curación y de la música. Pero, como ya hemos visto en el caso de Artemisa, también el culto de Apolo en Esparta tuvo que ser adaptado a las necesidades de la ciudad. Como dios de Delfos, cuyo oráculo poseía una autoridad eminente, se convirtió en la fuente de todo el orden estatal espartano, ya que la Retra de Licurgo era atribuida a Apolo. Por eso Esparta se esforzó siempre tanto por conseguir el favor de Delfos y por influir en él.
Tres de las fiestas espartanas más importantes estaban vinculadas a este dios: las Karnias, las Hiakintias y las Gymnopaides. El Apolo de Karnos, un dios dotado de cuernos, es una mezcla de Apolo y del dios local Karnos. La fiesta en su honor, de nueve días en el mes de agosto, tal y como se desarrolló en la época clásica es un reflejo del cosmos espartano: una fiesta de la vendimia y, al mismo tiempo, una fiesta de la convivencia entre los soldados, lo que simboliza la dependencia de Esparta de la cosecha y, al mismo tiempo, de sus hazañas bélicas. Las Karnias, además, desempeñaban un papel importante como recuerdo de la inmigración de los dorios junto a los Heraclidas. En algún sentido era comparable a la fiesta judía de los Tabernáculos.
Las Gymnopaides, los «juegos desnudos» guardaban relación con los efebos espartanos. Se trataba de certámenes de coros en los que participaban, a finales de julio, tres grupos de hombres de distintas edades (adolescentes, jóvenes y hombres maduros) y que constituían una prueba de resistencia, al parecer, enormemente fatigosa. La tercera fiesta en honor a Apolo eran las Hiakintias. Esta fiesta recordaba anualmente (a finales de mayo y principios de junio), durante más de tres días, la trágica muerte del bello adolescente Hiakintos (Jacinto), que había sido amado por el dios y luego muerto por él en trágicas circunstancias.
Otra divinidad principal de los espartanos era Atenea, una diosa de la guerra llamada en Esparta «guardiana de la ciudad» y, por lo tanto, muy venerada como tal. Por eso los éforos, en su calidad de guardianes de la constitución, mantenían una especial relación con Atenea, a la que ofrecían sacrificios en el templo de Atenea Calciocos (es decir, «de la casa de bronce»).
Fueron además venerados como dioses, y no solo como héroes, Menelao y Helena, la pareja real de la Esparta pre-doria en las epopeyas homéricas. A ellos fue consagrado, al sudeste de Esparta, el templo Menelaion, arqueológicamente identificado. Licurgo, el supuesto fundador del orden espartano, era venerado como héroe. En esta sinopsis hemos descrito no todos, pero sí los principales dioses y héroes, así como sus fiestas en Esparta. La religiosidad de Esparta, más allá de los templos, los festejos y los cultos, estaba muy arraigada en la vida pública. Como ya se ha dicho, las reivindicaciones jurídicas sobre otros territorios eran justificadas mediante mitos, del mismo modo que la propia existencia del estado espartano era atribuida a una resolución de Zeus. El mito del regreso de los Heraclidas servía para explicar cómo fue realizada esta pretensión legítima.
Antes de cada partida del ejército, antes de cruzar cualquier frontera y antes de cada batalla, se ofrecían sacrificios y se buscaban presagios enviados por los dioses. Debido al papel que desempeñaba la religión en la vida pública de la ciudad, se sobrentiende que los sacerdotes y las sacerdotisas, los profetas y las profetisas figuraban entre las personalidades más respetadas de Esparta, por lo que les correspondían asientos y raciones de honor, así como entierros especiales. Estos honores les eran dispensados por su labor destacada a favor del Estado, del mismo modo que los héroes de la guerra y las madres contribuían a la conservación del Estado y, por lo tanto, eran contemplados como merecedores de numerosos honores. Lo privado, en cambio, ocupaba un segundo plano también en lo religioso; de ahí que los cultos domésticos quedaran relegados tras el culto estatal. Así, por ejemplo, los costosísimos funerales particulares estaban sujetos a regulaciones legales.
La inclusión de la religión en la vida pública de Esparta se manifiesta, no en último lugar, en el ordenamiento jurídico. También Platón debía de pensar así, pues, según él, donde se venera a los dioses también se respetan los derechos de los congéneres: «La justicia sigue siempre las huellas de Dios como vengadora de aquellos que no se atienen a la ley divina» (Leyes, 716 a). Si se está convencido de la conexión entre el derecho y el temor de Dios, entonces la división de poderes, es decir, la separación entre el poder legislativo, ejecutivo y judicial en el Estado, no tiene ningún sentido. Porque esta división parte de la base de que no son los dioses o un dios los que regulan la convivencia y castigan los quebrantamientos de las leyes, sino los propios hombres, por lo que estos, dada la imperfección de sus atribuciones, han de ser limitados y controlados. No era este el caso de una ciudad temerosa de Dios como Esparta. No obstante, tenemos escasas noticias acerca del sistema jurídico y procesual espartano.
La administración de justicia, puesto que no había una división de poderes en el sentido moderno de la palabra, estaba en manos de las instituciones políticamente más importantes: los reyes, la gerusia y los éforos. La Asamblea Popular no tenía competencias judiciales, y además —a diferencia de Atenas— tampoco había tribunales especiales. Generalizando, se puede decir que las competencias judiciales estaban divididas entre las siguientes instituciones políticas: el tribunal supremo era la gerusia, que se ocupaba de procesos capitales y podía fallar sentencias de muerte. Los éforos, como guardianes de las leyes, tenían a su cargo todas las cuestiones relacionadas con el Estado, como los crímenes de alta traición, la prevaricación o la violación de la ley. Al mismo tiempo, en su calidad de representantes del pueblo, fallaban en procesos privados, de lo que se ocupaban a diario y no de forma colectiva, es decir, que cada éforo podía entender en una causa sin contar con el conjunto de la corporación. Los reyes, finalmente, tenían competencias judiciales, sobre todo en el campo de batalla, pero también «en la elección de un esposo para las hijas herederas que el padre ya no pudiera desposar, así como en las vías públicas», como escribe Herodoto (6, 57, 4). Aquí vemos cómo la antigua función de los reyes en la guerra y en la adjudicación de tierras se refleja también en el derecho.
Además del asesinato, se consideraba crimen merecedor de la muerte el delito contra los intereses del Estado, pues estos, según el sentir de los espartanos, eran al mismo tiempo los intereses de los dioses. Quien no obedecía al orden estatal legitimado por los dioses, merecía la muerte. Junto a la pena de muerte figuraba entre el repertorio de castigos el destierro, multas muy elevadas, así como la proscripción social y la pérdida de los derechos civiles.
El ordenamiento jurídico funcionaba conforme a las líneas directrices del orden estatal espartano. Los malhechores eran expulsados de la sociedad porque con sus actos infringían el orden divino.