¿Cómo pudo una mujer de estas características cobrar tal grado de persuasión y por lo tanto, en forma indirecta, tal grado de poder, mucho más que las otras que estamos analizando? En primer lugar, ambos eran personas muy prácticas. No tenían un atisbo ideológico que fuera el horizonte en sus vidas, salvo el culto al poder, el nacionalismo español y su anticomunismo. Eso hizo que Franco se rodeara de hombres de la Falange, de liberales, de monárquicos, o de todos aquellos que mejor pudieran servir a su primer objetivo: conservar el poder a toda costa. En ese aspecto no se puede dudar de que alcanzó el éxito, porque el país tuvo que esperar a su muerte para cambiar. ¿Qué significaba en todo esto Carmen Polo?
Aunque la imagen oficial era la de una mujer abnegada, callada y hogareña que no se metía en nada, era el motor de Franco. En particular en lo atinente a su ascenso social. La ambición de Doña Carmen promovió probablemente las ansias de revancha del caudillo por esa infancia infeliz.
Además, estaban convencidos de que Dios los había colocado en el lugar en el que estaban, algo que los fue alejando de la realidad, en especial en los últimos años. La influencia de Doña Carmen creció a medida que la decadencia física y mental se apoderaba de su marido, en especial a partir del Parkinson, que se manifestó a principio de los años sesenta, cuando no existían adelantos científicos que permitieran atenuar los efectos devastadores de la enfermedad. El aislamiento fue el carácter distintivo del régimen, que se desintegraba dentro de sí mismo. Fue cuando las inteligencias más claras comenzaron a apostar por una apertura, al menos en parte, para que todo quedara “atado, bien atado”. Como decía el escritor italiano Giuseppe di Lampedusa: “Cambiar algo para que todo siga igual”.
Doña Carmen era intensamente adulada por la nueva clase aristócrata de falangistas. Además se decía que la señora era la llave para el reparto de influencias y que podía impedir el acceso a los centros de poder. Respecto de las relaciones con los empresarios, Carmen Domingo opina que los hombres de negocios “lo tenían más complicado para llegar a ella, salvo si lo hacían a través de un regalo, algo que se acostumbraba bastante. Es muy fácil rodearte de una corte cuando, si tú pides algo y no te hacen caso, mañana le puedes decir a tu marido ‘Oye, yo creo que fulanito en lugar de ser ministro de Defensa debería estar en una cantera’. No lo mataban, pero claro, era degradado”, agrega.
Doña Carmen no toleraba ningún desliz amoroso en el entorno de políticos y militares. Ninguna desviación del modelo más tradicional de familia. Al parecer, incluso opinaba y se inmiscuía en la conveniencia de los noviazgos y de los matrimonios aunque fueran legítimos, y desde luego para permanecer en el círculo íntimo no se podía tener amantes o un matrimonio que no marchara bien. El divorcio no estaba permitido en la España franquista, pero ella ni siquiera admitía una separación o una convivencia que no fueran perfectamente católicas tradicionales.
Curiosamente, su cuñado Serrano Suñer, llamado también el Cuñadísimo porque en los primeros años del régimen adquirió una importancia enorme, terminó convirtiéndose en uno de los más íntimos enemigos de Doña Carmen, por varias razones. En primer lugar porque aconsejó que no vivieran en el Palacio Real; en segundo lugar porque era guapo, inteligente, culto y cada vez controlaba más poder y alcanzaba más brillo. Una de las gotas que colmó el vaso fue cuando ella se enteró de las infidelidades múltiples y abiertas de su cuñado a su hermana Zita, quien por otra parte sabía de esta situación y la aceptaba con resignación y sumisamente. Pero Doña Carmen no. El escándalo llegó a niveles intolerables cuando Serrano Suñer tuvo una hija con una de sus amantes, que para colmo estaba casada. De modo que el Cuñadísimo cayó en desgracia y fue alejado del poder, desde luego por razones políticas, porque era un encendido filofascista y resultaba incómodo cuando el Eje estaba hundiéndose. Pero la enemistad con Doña Carmen influyó decididamente para su caída tan abrupta.
Respecto de la influencia de Doña Carmen en el régimen, Preston considera que “evidentemente no hay ninguna prueba de las conversaciones en la cama o en privado, pero hay mucha evidencia circunstancial y comentarios de gente que les conocía mucho. Ella era muy ambiciosa, pero él también, nunca le faltó ambición. Sin embargo, había momentos en los que ella le alentaba, sobre todo a principios de la guerra, cuando él tenía dudas. Sobre ese particular hay mucha evidencia, y luego, una vez que ella empezó a gozar del poder, había intromisiones en la selección de ministros y cosas así”.
Quienes defienden las actitudes de Doña Carmen consideran estas afirmaciones como una tergiversación, y aseguran que no se inmiscuía porque en primer lugar Franco no lo hubiese permitido. Lo que no pueden negar es el grado de influencia que alcanzó la Iglesia, hasta niveles verdaderamente excesivos.
Una muestra de la incomodidad que sentía Carmen Polo ante el origen social de su marido fue la remodelación que realizaron en la casa materna de los Franco para borrar su modesto nacimiento y convertirlo en algo más selecto y distinguido. Cuando el museo fue inaugurado nada tenía que ver con la casa original, lo que entre otras cosas produjo la protesta de la hermana del Caudillo. Era evidente que Carmen quería reescribir la historia, en especial aquella parte que la hacía sentir inferior y que podía menoscabar su brillo en los tiempos en que detentaba un poder pleno, con su propia corte, revelando una influencia que ninguna otra mujer en España podía ostentar y que fue superior a la que ejerció el resto de las mujeres que estamos analizando.