Bombones rancios

Durante el transcurso de la guerra civil, María del Carmen Franco Polo, Nenuca, la hija del matrimonio, con diez años en 1936, entraba con sus padres a las zonas ocupadas, ataviada con gorritos legionarios, y vivía con alegría los recibimientos triunfales de la población, mientras cantaba las marchas militares de las fuerzas rebeldes. Su educación, rodeada de lujos y poder, fue el fruto de profesores privados, de quienes recibió el título de bachiller.

El general Francisco Franco y el teniente coronel Millán Astray durante el acto de devolución del mando de la Legión a Astray.

Una de las pocas acciones políticamente generosas de Carmen Polo, que todos reconocen como de gran valentía, ocurrió cuando asistió el 12 de octubre de 1936, como esposa del Caudillo, a un acto en la Universidad de Salamanca. El ex jefe de la Legión, general José Millán de Astray, culminó una breve intervención gritando “¡Viva la muerte!”, a lo que el rector de la Universidad de Salamanca, Miguel de Unamuno, respondió “¡Viva la vida!”, y en medio de una trifulca monumental éste replicó: “¡Venceréis, pero no convenceréis!”. Los fanáticos quisieron agredir al viejo profesor y Carmen lo evitó tomándolo del brazo, protegiéndolo con su escolta y sacándolo del paraninfo en su automóvil.

Fue un hecho llamativo, porque Doña Carmen no se implicó en evitar ninguno de los miles de fusilamientos que ordenó su marido durante la guerra y después de 1939, y no porque no recibiera numerosas peticiones de ayuda. Al parecer hubo una sola excepción: “En un caso sí lo hizo —relata Losada—, fue con el hijo de una prima suya que estaba preso en la cárcel de León, si bien esta pobre mujer tuvo que esperar horas, suplicar y llorar hasta obtener una milagrosa carta liberadora del Caudillo. Este hecho refleja que Carmen sí hubiese podido influir hacia la indulgencia en su marido mucho más de lo que lo hizo. No se le conocen disputas por estos temas, ni peticiones de indulgencia. Apoyaba la represión, la mano dura. Sin duda, tenía un corazón muy duro”.

Además empezó a recibir con falsa modestia regalos ostentosos que la gente hacía a su marido por mero compromiso o por adulación. Por ejemplo, no tuvo dudas en aceptar una enorme finca en El Escorial que les regaló un noble como agradecimiento por haber salvado a España, y tampoco la casa señorial de Galicia, el Pazo de Meirás, que fue adquirida por una suscripción pública más o menos obligatoria, y otras muchas dádivas.

A juzgar por sus actos, Doña Carmen tenía la ilusión de ascender hasta lo más alto de la escala social. Cuando terminó la contienda su deseo era vivir en el Palacio Real, donde habían residido los reyes de España. También pretendía que, como recompensa a los méritos de Franco, le pagaran un sueldo mensual elevadísimo.

Pero Ramón Serrano Suñer, el hombre de confianza del dictador por aquellos años, consciente de que la sociedad española de posguerra estaba hambrienta y pauperizada recomendó a Franco que no viviera allí y que tampoco se fijara un sueldo tan elevado. Finalmente, decidieron residir en el Pabellón de caza de Carlos III en El Pardo, que fue decorado para que pareciera un pequeño palacio real.

Sobre este tema, Carmen Domingo señala que los deseos de Carmen Polo pasaban por vivir en el Palacio Real pero, claro, tuvieron que invitarla a ser más discreta. Sin embargo, siempre quería un poco más, incluso más que lo que le tocaba, que ya, siendo como era la mujer de Franco, tenía más que el resto de los españoles.

Con el tiempo el aspecto físico de Doña Carmen fue reflejando su personalidad. Así aquella adolescente esbelta, atractiva, de ojos oscuros y soñadores, empezó a parecerse a lo que los críticos del régimen decían que era: una urraca. Acaparaba absolutamente todo: joyas, antigüedades, cuadros, dulces, flores, bombones… Los numerosos regalos que recibía eran clasificados. Atesoraba lo que le interesaba, incluso productos perecederos, que luego regalaba sin advertir que estaban deteriorados, como sus famosos bombones rancios. Otra muestra de su avidez fue que fundió las medallas, bandejas y placas que había ido recibiendo Franco como obsequio y homenaje y los convirtió en lingotes de plata u oro.

Francisco Franco y su esposa en 1968.

“Carmen Polo era codiciosa —asegura Preston—. No era nada generosa, y tenía gustos muy extravagantes. Entonces, lo de los regalos llegó a un punto en que se presentó el problema de cómo almacenarlos. Y ciertas cosas, por ejemplo las bandejas de barcos con nombres grabados, con inscripciones muy políticas agradeciendo los servicios a la patria, todo eso ella lo mandaba a fundir en lingotes”.

Preston explica que pasó “muchos años estudiando a Carmen Polo y no sé de dónde sale la idea de que fuera sumisa, porque la imagen que yo tengo y que tienen muchos es de una mujer increíblemente mandona, incluso con su marido, o sea que en este caso dentro de la casa la persona sumisa era el propio Franco. Era religiosa en el sentido de ir a muchas ceremonias de la Iglesia, pero de sus creencias y de su espiritualidad no puedo comentar nada, porque sus acciones contrastan bastante con las ideas que tenemos de lo que es ser un cristiano de verdad”.