Engatusado

Las aventuras del Duce eran conocidas por todos los italianos quienes, como buenos latinos, las aceptaban tranquilamente y con un ápice de ironía y hasta de envidia. Sólo el Vaticano, sobre todo con el papa Pío XII, en el fondo favorable al fascismo, se mostró “escandalizado” y trató de aconsejarlo para que pusiese fin a la relación… claro que sin éxito.

Para Suttora, “al principio Claretta era parecía ser una de tantas… y luego, poco a poco, logró ahuyentar a las demás y se transformó en la principal, algo que le llevó años. Justamente a través de sus diarios se alcanza a entender cuán celosa era del resto de las mujeres. Se sabe además qué pensaba Mussolini al respecto. En realidad, son diarios sobre él, no sobre la propia Claretta porque ella, que era inteligente a pesar de no haber recibido una gran educación —había terminado sus estudios a los quince años—, escribía bien. Sólo durante 1938 redactó ochocientas páginas. El hecho mismo de que no se interesara por la política y fuera una total adoradora de su líder le hacía escribir cosas tremendas, por ejemplo respecto de los judíos… A los italianos nos gusta pensar que, a diferencia de Hitler, Mussolini fue apenas un poco antisemita y que lo fue tan sólo por imitar a aquél. Sin embargo, Claretta cuenta que Mussolini le dijo en una oportunidad: ‘¡Ah, judíos, pueblo maldito, los exterminaré a todos!’. Y esto lo había manifestado en 1938, cuando impuso las leyes antijudías y cuatro años antes de que empezara la Solución Final de Hitler.

”Hay también episodios más bien cómicos. Por ejemplo, cuando Mussolini vuelve del balcón de la Plaza Venecia, donde daba sus discursos, y le dice a Claretta: ‘¡Ay! ¡Las botas me lastiman, no puedo más!’. Son escenas en las que nos parece estar viendo El gran dictador, la película de Charlie Chaplin. Se podría decir que fue Claretta quien dominó a Mussolini. Era impensable pero ocurría que Mussolini estuviese obligado, como cualquier otro pobre marido de una esposa celosa, a llamar por teléfono cinco, seis, diez, doce veces por día a Claretta, que no era su esposa sino su amante. Entonces, tenemos este absurdo total del dictador de Italia que, a su vez, era dominado por una jovencita de veinticinco años”.

En cuanto a los encuentros sexuales entre ambos, dice Suttora: “Naturalmente, eran la base de la relación. […] Esta joven logró engatusarlo y obtener la exclusividad casi absoluta en materia amorosa. Y es muy divertido ver cómo consignaba con precisión en el diario cada vez que hacían el amor con una sigla secreta. Y le ponía calificaciones diciendo por ejemplo: ‘Esta vez lo hizo bien… Esta vez estaba un poco desganado… Esta vez lo hizo con gran fogosidad’. Y de ese modo lo controlaba. Porque pensaba que si tenían sexo y él estaba cansado, significaba que probablemente la había traicionado el día anterior o en los días previos. Mussolini siempre tenía que rendir al máximo, algo difícil para un hombre que ya tenía cincuenta y cinco años. Pero él, a su vez, era muy orgulloso de su sexualidad y quería demostrar que era potente, potentísimo, no sólo en política sino también en la cama, y que todavía era joven”.