Una carta por día

Hubo otras mujeres importantes en la vida del Duce. Una de ellas fue Romilda Ruspi, quien logró desatar los celos de Claretta Petacci como una de las rivales de mayor filo. Casada con un tal Mingardi, exiliado en Francia, incluso llegó a vivir con su hermana en la propia residencia de Mussolini. Ruspi tuvo un hijo con el Duce en 1929, de quien nunca se supo nada. Parece ser que el padre le asignó una pensión. Y aunque después de muchos artilugios Claretta consiguió por fin que la Ruspi fuera trasladada a otro domicilio en 1938, Mussolini continuó viéndola a escondidas.

Otra de las amantes del Duce fue Alice de Fonseca, casada con Francesco Pallottelli. Era una mujer bellísima, alegre e inteligente. Se conocieron en Londres en 1922 y tuvieron dos hijos. Su historia es poco conocida, aunque se sabe que en sus viajes por Francia, Inglaterra y los Estados Unidos era “embajadora” del Duce y del fascismo, y también que logró despertar los celos de doña Rachele y de la Petacci. Pese a todo, su relación duró nada menos que hasta 1945, cuando ella se encontraba refugiada en el lago de Como, en los últimos tiempos de la República Social Italiana (RSI), o República de Saló.

La condesa Giulia Brambilla Carminati, ferviente fascista, escribió decenas de cartas al Duce alertándolo obsesivamente acerca de todo tipo de peligros. En una de esas cartas le expresó refiriéndose a la Petacci: “Me asombra que una persona como tú haya caído tan bajo como para estar con esa mujerzuela”, y en 1938 le dirigió otra carta amenazadora. También mantuvo relaciones íntimas con el Duce, pero al llegar a los cuarenta años éste la marginó. “Era cruel con las mujeres ‘ya marchitas’.”

Hay una Leda Rafanelli Polli —cuenta G. C. Fusco—, escritora y pintora anarquista, sacerdotisa de Zoroastro, que circulaba por Milán vestida de odalisca.

Angela Curti, hija de un admirador del Mussolini, fue una amante importante durante años, una Claretta Petacci en pequeño, y convivió esporádicamente con Mussolini en los últimos días de la República de Saló, adonde lo había seguido trabajando para él como secretaria. Con Angela Benito tuvo una hija, Elena —nacida en 1922, el año de la toma del poder—, quien siempre mostró gran admiración por su padre. Su madre fue procesada en 1945 por colaborar con el fascismo.

También cayó en sus brazos la famosa poeta Ada Negri (1870-1945), trece años mayor que Benito y próxima a los socialistas. Él le tenía consideración, aunque parece que la veía “vieja”; en 1931 se le otorgó el Premio Mussolini de Literatura.

Otra escritora-amante fue Cornelia Tanzi, quien le escribía una carta al día. Era muy guapa, pero como él le comentó a la Petacci, “frígida”.

Hubo otras mujeres, que aquí sólo mencionaremos: la inspectora de organizaciones femeninas fascistas Olga Medici del Vascello; Elisa Lombardi, dirigente de la organización infantil fascista Opera Nazionale Balilla; Rina Gatteschi Fondelli, fundadora del Servicio Auxiliar Femenino de la República de Saló; Elisa Majer Rizzioli, fundadora de los Fascios Femeninos… Y también periodistas, pianistas, curiosas, francesas, inglesas, españolas, sudamericanas…

Como señalan Caranci y otros autores, una amante inesperada fue María José de Bélgica (1906-2001), la princesa consorte de Italia, casada en 1930 con el heredero al trono, Umberto. De una dinastía abierta y tolerante la belga cayó en otra, los Saboya, cerrada, dura y puritana. Sus amoríos con Mussolini fueron mínimos, pero parece ser que existieron, según la propia familia de Mussolini. María José no apoyaba la guerra, y como pensaba que el Eje jamás saldría victorioso —lo que finalmente ocurrió— pretendía evitar sufrimientos innecesarios a la población. Mussolini la hizo vigilar por la policía. Se dice que la princesa llegó a proponer la eliminación del Duce y del fascismo y tomó contactos con los aliados, lo que irritó a su suegro Víctor Manuel III. La caída de Mussolini y el cambio de alianzas de Italia la llevaron a unirse a la Resistencia antifascista y se piensa que incluso aportó armas a los partisanos.