Encuentros fugaces en la Sala del Zodíaco

Ya jefe del gobierno, Mussolini vivió con su familia oficial en Villa Torlonia hasta 1943. Giovanni Torlonia hijo le había ofrecido la posibilidad de residir en este magnífico palacio cobrando el ridículo alquiler de una lira.

Mussolini durmió en su cama en Villa Torlonia durante casi veinte años. Pasaba las noches solo porque Rachele utilizaba una habitación situada frente a la de él y separada por una terrazza abierta, mientras que los hijos y el servicio tenían sus cuartos en el segundo piso.

Pero fue el Palacio Venecia —construido en 1455, primero domicilio del Papa y luego, en 1917, propiedad del Estado italiano— el lugar desde donde gobernó Benito Mussolini con mano de hierro. En su balcón principal proclamó el Imperio italiano en mayo de 1936 cuando anunció la anexión de Etiopía, y en la gran plaza se celebraban las multitudinarias manifestaciones fascistas. Pero este palacio fue testigo de otra de las actividades favoritas de Benito: sus encuentros sexuales.

Un cálculo reciente habla de unas seiscientas mujeres en toda su vida, y entre éstas de aproximadamente sesenta se conocen algunos datos biográficos. “He llegado a tener cuatro mujeres cada noche”, alardeaba. Hoy esa promiscuidad compulsiva se consideraría un desorden de comportamiento diagnosticado como adicción al sexo. Este hombre había unido su enorme egocentrismo y el culto a su personalidad a ese frenético afán, que se avenía muy bien a su ideología virilista —se marginaba o agredía a los homosexuales—. “Cuando yo veía a una mujer, la desnudaba inmediatamente en mi mente”, dijo alguna vez. Y desde que fue jefe del gobierno, no necesitó “cazar”: muchas se sentirán seducidas por su creciente poder, otras por su “virilidad” o sus fanfarronadas. Así, al igual que Hitler pero con resultados diferentes, Mussolini recibió miles de cartas de tono entregado y suplicante de italianas que querían pasar un momento con él.

Los encuentros eran en el Palacio Venecia, y muchos de ellos se disfrazaban de audiencias. Él recibía a las elegidas en ese lugar prácticamente cada tarde. Y las poseía rápidamente, en la Sala del Mapamundi, muchas veces vestido enteramente y con las botas puestas. Con las más asiduas tenía sexo sobre la alfombra o sobre la mesa. Con las nuevas, en un banco de piedra, sobre el que antes acomodaba un gran cojín. A las que consideraba amantes de verdad las veía en la Sala del Zodíaco, que le parecía más romántica, bajo un cielo raso de planetas y estrellas.

Eran actos de naturaleza conejil, que duraban pocos minutos, pero ellas se sentían satisfechas de haber conocido al gran líder, orgullosas de haber sido tocadas por él, como fans encantadas de haber podido satisfacer los deseos del gran Duce. El gestor de este tráfico era su secretario Quinto Navarra, un informador de primera mano de las aventuras mussolinianas.