Adolf Hitler nació en Austria el 20 de abril de 1889 en los suburbios de la ciudad de Salzburgo, en un pueblo llamado Braunau am Inn, en una casa que en la actualidad aún sigue en pie. Florian Kontako, presidente de la Braunau Society for Contemporary History, explica que por aquellos años la vivienda era en realidad una posada, es decir que tanto en la planta baja como en el primero y el segundo piso se alquilaban habitaciones, y que el edificio, tal como era entonces, sigue siendo una propiedad privada.
El padre de Adolf, Aloïs, había llegado en 1871 a Braunau a trabajar como empleado en la aduana austríaca. Casado en tres oportunidades, tuvo varios descendientes legítimos y otros no reconocidos. De la unión con su tercera esposa, Klara Pölzl, nació Adolf, quien junto a su hermana Ángela fueron los únicos hijos sobrevivientes de la pareja.
La familia vivió un corto período en esta casa y al poco tiempo del nacimiento de Adolf se mudó a otra en la Linzen Strasse. (Es interesante destacar que en 1938, luego de la anexión de Austria al Reich, los dueños de la propiedad tuvieron que venderla al Partido Nacionalsocialista por pedido de su máximo jerarca, Martin Bohrmann. Y entre 1938 y 1945 fue reconstruida, utilizada como galería de arte y más tarde se convirtió en biblioteca pública).
Adolf fue el cuarto de los cinco hijos que tuvo Klara. Tres de sus hermanos murieron siendo niños, por lo que creció mimado y obsesivamente protegido por su madre, tanto de las enfermedades infantiles como de los continuos enojos del padre por sus malos resultados escolares.
El historiador y especialista en la Segunda Guerra Mundial David Solar señala: “Lo primero que llama la atención acerca de Hitler es que fue un niño muy mimado por su madre. Klara había perdido varios hijos, le quedaban dos y trataba de tenerlos entre algodones. Así Adolf fue un niño malcriado y un estudiante bochornoso, al que su padre no sabía cómo meter en cintura. En la casa seguramente reinarían los bochinches habituales cuando uno de los padres trata de proteger al hijo y el otro de exigirle”.
Adolf Hitler con mujeres alemanas.
Solar precisa: “Se diría que Hitler había sido víctima de una madre arisca, maltratado por sus hermanas, zaherido por sus tías, rechazado por las mujeres de su entorno, humillado por una novia, fracasado en sus amores, burlado por el sexo femenino, abandonado por su amada… ¡Todo lo contrario! Tuvo una madre dulce y cariñosa que le cuidó y mimó en exceso; una hermanastra, Angela Raubal, quien le ayudó en los peores momentos y fue su fiel ama de llaves durante muchos años; una tía generosa, Johanna Pölzl, quien le auxilió con cuanto tenía para sacarle de sus apuros económicos”.
Previsiblemente, al morir Aloïs no hubo capricho que Klara se ahorrase para que aquel niño estuviera contento, pese a lo cual nunca logró que se convirtiera en un alumno de provecho. Fue un mal estudiante en Linz, donde su familia residió durante su pubertad, y no pudo ingresar en la carrera de Arquitectura de Viena ni en la Escuela de Bellas Artes por no superar las pruebas de aptitud. Huérfano a los diecisiete años y con pocos recursos, se dedicó a una vida bohemia en Viena: pintor de postales, discurseador tabernario. Y se transformó en alguien a quien las mujeres apreciaron, financiaron, pulieron como hombre público e impulsaron en su escalada política: matronas pudientes que le quisieron por yerno, esposas dispuestas a traicionar a sus maridos, jóvenes enamoradas que se le entregaron generosas, mujeres que le quisieron hasta la muerte y millones de alemanas que le votaron y lo llevaron al poder.