Los ojos bien abiertos

¿Qué significa ser descendiente de Stalin en la sociedad rusa de hoy?

Su nieto Alexander Burdonsky refiere: “Si yo estuviera pensando en eso todo el día, seguramente sería como vivir otra vida. En realidad, vivo prácticamente sin pensar en eso, sólo voy de entrevista en entrevista, para televisión o cine, con quienes tengo que hablar de este tema, y hasta cierto punto lo que hago es sacar todo eso desde el fondo de mi alma. ¿Si es difícil? Por supuesto que lo es. […] Dice Chéjov en La gaviota: ‘Que sepas llevar tu cruz y tengas fe’. Yo pienso en él con frecuencia, llevo mi cruz. Ahora está de moda una especie de antisovietismo, donde por supuesto entra la figura de Stalin. Pero yo considero que, por decirlo brevemente, para mí no es ni Dios ni el Diablo, es a la vez una gran persona y un hombre complicado”.

Burdonsky explica cómo su padre le hablaba de su abuelo: “Decía: ‘Yo recuerdo a Stalin en los desfiles en la Plaza Roja durante las festividades del Día de la Revolución o del Día de la Victoria, en mayo. Lo veíamos a lo lejos, hablando desde la tribuna’. Pero lo que me contaba mi padre es que él era considerado el gran amo; era para nosotros lo que para los españoles representaría Felipe II, como un símbolo que existe por fuera de los límites de la casa. Mi padre le temía. No podía presentarse de repente o llamar e ir a ver a Stalin, necesitaba pasar por varias llamadas, varios ríos Rubicón para poder llegar hasta él. Por eso, me quedó la sensación para toda la vida de que Stalin estaba ahí y nosotros aquí.

”En cuanto a la imagen de mi abuela Nadia, que murió casi diez años antes de mi nacimiento, tenía más protagonismo en la casa. Además, sé mucho por su hermana, Ana Serguéievna Alliluyeva, quien solía contar muchos detalles de ella y también de la gente que la conocía. Recuerdo además lo que decía mi tía Svetlana, quien también hablaba de ella. Por eso, si bien su imagen es trágica, en mi memoria es más humana que la de Stalin. Hasta recuerdo cuando nos trajeron del Kremlin un cofre con su ropa y, mientras mi mamá sacaba lo que había dentro, un sentimiento extraño recorría la habitación. Se sentía su presencia.

”Dice Tolstoi en Ana Karenina: ‘Hay tantas clases de amor como corazones’. Y ella, cerca del final, sentencia: ‘Se han hecho todas las tentativas, pero la máquina se ha estropeado’. Eso describe la causa principal de la muerte de Nadia. Ella vivía con los ojos bien abiertos; estudió en una academia industrial, viajaba en transporte público y no en automóvil, trataba con gente, veía lo que le pasaba a esa gente… Por eso yo, conociendo bastante acerca de ella, de su carácter, sus costumbres, de su gran bagaje cultural, acerca de su alma, si bien cerrada, pero para algunos abierta y cercana, en ocasiones trato de mirar a Stalin a través del prisma de la mirada de ella”.

Nadia fue una revolucionaria bastante puritana, que no se vestía para los hombres ni se ponía joyas ni perfumes, sino que lucía siempre trajes muy sencillos. Además era muy estoica: cuando nació su primer hijo no dijo nada y llegó caminando sola al hospital. Pero pese a su estoicismo, no consiguió soportar a Stalin, un hombre terriblemente mujeriego, que además la mortificaba e insultaba, sobre todo durante sus muy frecuentes borracheras. Entonces se transformaba en alguien no sólo muy grosero, sino además agresivo y violento.