El vestido negro

La relación se volvió enfermiza. Eran una de esas parejas que se mantienen a través de un vínculo de amor y odio. A esto se sumaba que, cuando ella fue a estudiar a la academia, se vio confrontada con una realidad muy diferente y espantosa. Eran los años de la colectivización agraria, que causaron la muerte de diez millones de campesinos que eran pequeños propietarios de tierras. Nadia le contaba a Stalin lo que le decían sus compañeros de clase, tal vez como una manera de delación o quizá para fastidiarlo. En cualquier caso, esas murmuraciones fueron uniéndose a otros datos irrebatibles, y todo ello terminó convirtiendo a Nadia en una opositora de la brutal política de Stalin. Una de las escenas más descriptivas de esta situación se produjo cuando, en una de sus peleas, el dictador se encerró en el baño mientras ella le gritaba: “¡Eres un torturador, torturas a tu hijo, a tu mujer y a todo el pueblo ruso!”.

El 8 de noviembre de 1932 Kliment Voroshilov, el militar favorito de Stalin, organizó una fiesta para celebrar un nuevo aniversario del asalto al Palacio de Invierno. Iba a ser un gran acontecimiento. Su hermano Pavel y su esposa Zhenya le habían llevado a Nadia desde Alemania un vestido largo de fiesta, negro y con rosas rojas bordadas. Ella abandonó su estilo monjil y decidió usarlo para esa noche. También se arregló el cabello de forma más moderna, dejó de lado el moño que siempre la acompañaba e incluso se puso en la cabeza una rosa roja, que con su negro pelo imitaba el contraste de las rosas del vestido. Fue una decisión estética que sorprendió a los concurrentes.

Pero ni bien comenzó la celebración todo derivó en desastre. Stalin no hacía ni caso de Nadia y en cambio coqueteaba con una actriz muy bella llamada Galia Zekrovskaya, que tenía a todos embelesados porque iba con un traje muy sexy y porque además tenía un largo historial de aventuras amorosas.

A medida que pasaba la noche, Stalin se iba emborrachando. Empezó a tirarle bolitas de pan a Galia, cosa que provocó unos celos terribles en Nadia, quien, para devolver las atenciones de su marido, salió a bailar con otros.

El clima se fue espesando hasta que en un momento determinado Stalin propuso un brindis. Nadia no brindó y él entonces le dijo: “Eh, tú, brinda”, a lo que ella respondió: “A mí no me llames Eh tú”. Acto seguido, se puso de pie y se marchó, momento en el cual los aduladores de Stalin aprovecharon la ocasión para criticarla.

Ella se dirigió al Palacio Poteshny mientras Stalin se iba con una mujer a una dacha cercana a Moscú. Hay versiones que aseguran que Nadia llamó por teléfono al lugar y se enteró de la nueva infidelidad. Según contó su hija Svetlana, Nadia escribió una carta terrible para Stalin (una carta que después desapareció) y a continuación se pegó un tiro en el pecho con una pistola pequeña. Fue descubierta por el ama de llaves al día siguiente en medio de un charco de sangre.

Nadie se atrevía a despertar a Stalin para darle la horrible noticia. Y cuando éste se enteró se hundió en una de sus depresiones habituales, hasta el punto de que el hermano de Nadia y su mujer Zhenya tuvieron que acompañarle en forma casi permanente para disuadirlo de matarse también él. El hombre más poderoso de la Unión Soviética lloraba amargamente diciendo: “No puedo seguir viviendo así, no puedo seguir viviendo así”.

Cuenta Reyes Blanc: “Muchos le vieron llorar en su casa, e incluso no podía contener las lágrimas en público, durante el ceremonioso entierro de bolchevique —con escolta de soldados del Ejército Rojo y acompañamiento de bandas de música— que le dieron a Nadia, hasta el punto de que su pequeño hijo Vasili se sintió en la necesidad de consolarlo cogiéndole la mano y murmurando: ‘Papá, no llores’”.

Por su carácter, Nadia representaba un peligro para Stalin, asegura Romanovna. “No la podías obligar a hacer algo que ella no estuviese dispuesta a hacer, era imposible. Por eso, qué iba a hacer, ¿matarla? Aparentemente de alguna manera la llevó al suicidio, o directamente él la mató tras aquella terrible última noche, el día del banquete en el Kremlin… Pero ella ya sentía mucha repugnancia de todo eso, además sabía que cuando él se emborrachaba era horrible. Por eso le contestó ‘¡No soy ninguna Ey!’ Y él le tiró algo a la cara, no recuerdo si una cáscara de naranja o un trozo de pan. Ella se levantó y se fue. Así que ya era complicado lidiar con ella también, lo que determinó su final tan trágico… Así era Nadezhda Serguéievna”.