Entra CÉSAR con su consejo de guerra: AGRIPA, DOLABELA, MECENAS, [PROCULEYO y GALO].
CÉSAR
Vete a verle, Dolabela; dile que se rinda
y que, estando tan hundido, retrasarlo
es una extravagancia.
DOLABELA
Lo haré, César.
[Sale.]
Entra DERCETO con la espada de Antonio.
CÉSAR
¿A qué viene esto? ¿Y quién eres tú
que osas presentarte así?
DERCETO
Me llamo Derceto.
He servido a Marco Antonio, el más digno
de ser el más servido. Mientras estuvo en pie
y habló, fue mi amo, y yo empleé mi vida
contra sus enemigos. Si a bien tienes
aceptarme, igual que fui con él,
seré con César. Si no te complace,
te entrego mi vida.
CÉSAR
Pero, ¿qué dices?
DERCETO
Digo, César, que Antonio ha muerto.
CÉSAR
Al romperse un hombre así, tendría
que haber un gran estruendo. La tierra
tenía que haber lanzado leones a las calles
y a la gente a sus guaridas. La muerte de Antonio
no es una ruina aislada: en su nombre
estaba una mitad del mundo.
DERCETO
Ha muerto, César, y no
por el brazo ejecutor de la justicia,
ni por un puñal de esbirro: la misma mano
que escribió el honor de sus hazañas
es la que, con el arrojo de su pecho,
le ha partido el pecho. Ésta es su espada;
se la robé a su herida. Mírala: teñida
con su sangre nobilísima.
CÉSAR
¿Estáis tristes, amigos?
Ríñanme los dioses, mas tal noticia
bañaría los ojos de un rey.
AGRIPA
Lo asombroso es que el sentimiento
nos obligue a lamentar lo que anhelábamos.
MECENAS
Lacras y honores en él se equiparaban.
AGRIPA
Nunca guió a la humanidad
un alma tan digna, mas los dioses nos dais
defectos para hacernos hombres. César se conmueve.
MECENAS
Teniendo delante un ancho espejo,
ha de mirarse en él.
CÉSAR
¡Ah, Antonio! Te he llevado a esto, mas el cuerpo
doliente hay que sajarlo. Por fuerza
tenía que mostrarte mi hundimiento
o ver el tuyo. El ancho mundo no podía
albergarnos a los dos. Mas déjame llorarte,
con lágrimas tan vivas cual la sangre
de nuestro corazón, a ti, mi hermano y asociado
en las más altas empresas y el imperio,
amigo y compañero en la vanguardia,
brazo de mi cuerpo, y corazón en el que el mío
encendía sus pensamientos; y lamentar
que nuestros astros adversos hayan dividido
así nuestra igualdad. Amigos, escuchadme…
Entra un EGIPCIO.
Os lo diré en momento más propicio.
El aspecto de este hombre es apremiante;
oigamos lo que cuenta.— ¿De dónde eres?
EGIPCIO
Soy un pobre egipcio. La reina mi señora,
desde lo único que tiene, el mausoleo,
desea conocer tus intenciones
para, ya preparada, acomodarse
a lo que ahora se le imponga.
CÉSAR
Dile que tenga ánimo;
que pronto ha de saber por uno de los míos
lo honorables y benévolas que son
mis decisiones. Pues César no podría
comportarse con dureza.
EGIPCIO
¡Los dioses te guarden!
Sale.
CÉSAR
Ven, Proculeyo. Ve a decirle
que no pienso deshonrarla. Confórtala
según requiera el carácter de su angustia,
no sea que en su grandeza ahora me burle
con un golpe mortal: llevarla viva a Roma
hará inmortal mi triunfo. Corre,
y a toda prisa tráeme su respuesta
y cuéntame cómo la ves.
PROCULEYO
Sí, César.
CÉSAR
Galo, acompáñale.
Salen PROCULEYO [y GALO].
¿Dónde está Dolabela, para ir con Proculeyo?
TODOS
¡Dolabela!
CÉSAR
Dejadle, pues ahora he recordado
en qué se ocupa. Llegará en su momento.
Venid a mi tienda; os mostraré cómo fui
arrastrado a esta guerra a pesar mío,
la calma y cortesía con que siempre
procedí en mis cartas. Venid conmigo
y veréis lo que puedo enseñaros.
Salen.
Entran CLEOPATRA, CARMIA y EIRA.
CLEOPATRA
Mi desolación ya me encamina
a una vida mejor. ¡Qué pobre es ser César!
Él no es la Fortuna: tan sólo su esclavo
y cumplidor de sus deseos. Lo grandioso
es hacer lo que concluye toda acción,
encadena todo azar y obstruye cambios,
lo que duerme y ya no saborea lo que da
la tierra, que nutre a César y al mendigo.
Entra PROCULEYO.
PROCULEYO
César envía un saludo a la reina de Egipto
y le ruega que piense en los favores
que él puede concederle.
CLEOPATRA
¿Cómo te llamas?
PROCULEYO
Proculeyo.
CLEOPATRA
Antonio te mencionó; me dijo que podía
fiarme de ti, mas poco importa que me engañen,
pues la confianza no me sirve. Si tu amo
quiere una reina pedigüeña, dile
que la majestad, si actúa con decoro,
no debe pedir menos que un reino. Si le place
darle a mi hijo el Egipto conquistado,
me dará tanto de lo mío que yo
de rodillas he de agradecérselo.
PROCULEYO
Ten ánimo. Estás
en manos principescas. No temas nada.
Pon tu entera confianza en mi señor:
tanta es su magnanimidad que se desborda
sobre quien la necesita. Permite que le informe
de tu dulce sumisión y verás
a un victorioso que ruega que le ayude a ser bueno
quien le pide clemencia de rodillas.
CLEOPATRA
Te lo suplico, dile
que me someto a su fortuna y que acato
la grandeza que ha adquirido. Cada hora aprendo
lecciones de obediencia y desearía
mirarle cara a cara.
PROCULEYO
Se lo diré, mi señora.
Anímate, pues sé que tu dolor
lo deplora su causante.
[Entra GALO con soldados.]
Ya véis lo fácil que es capturarla.
Custodiadla hasta que venga César.
EIRA
¡Soberana!
CARMIA
¡Ah, Cleopatra, Majestad, estás presa!
CLEOPATRA
¡Pronto, manos mías!
[Saca un puñal.]
PROCULEYO
¡Alto, noble dama, alto!
[La desarma.]
No te hagas ese daño: estás
rescatada, no traicionada.
CLEOPATRA
¿También de la muerte,
que libra a nuestros perros de dolencias?
PROCULEYO
Cleopatra, no agravies la largueza
de mi amo quitándote la vida.
Vea el mundo cómo ejerce una nobleza
que tu muerte impediría que se mostrase.
CLEOPATRA
¿Dónde estás, muerte?
¡Ven aquí, ven! ¡Ven, ven y llévate a una reina
que vale muchos mendigos y criaturas![65]
PROCULEYO
¡Ah, modérate, señora!
CLEOPATRA
Señor, no tomaré alimento, ni bebida;
si es preciso, diré trivialidades
con tal de no dormir. Esta casa mortal
derribaré, quiera o no César. Señor:
no seré una sierva maniatada en vuestra corte,
ni va a reñirme el ojo pudoroso
de la insulsa Octavia. ¿Que van a alzarme en brazos
y mostrarme a la plebe vocinglera
de una Roma acusadora? ¡Antes una zanja
de Egipto sea mi dulce fosa! ¡Antes desnuda
sobre el lodo del Nilo y que las moscas
críen sobre mí hasta dar asco! ¡Antes hágase
una horca con nuestras altas pirámides
y, encadenada, que me cuelguen!
PROCULEYO
Agrandas tus imágenes de horror
mucho más de lo que César da motivo.
Entra DOLABELA.
DOLABELA
Proculeyo, nuestro amo, César,
sabe lo que has hecho y desea que vayas.
A la reina yo la custodiaré.
PROCULEYO
Lo haré muy complacido, Dolabela.
Trátala bien.— Si quieres confiármelo,
a César le diré lo que desees.
CLEOPATRA
Dile que quiero morir.
Sale PROCULEYO [con GALO y los soldados].
DOLABELA
Mi noble emperatriz, ¿has oído hablar de mí?
CLEOPATRA
No sé.
DOLABELA
Seguro que me conoces.
CLEOPATRA
Señor, da igual lo que haya oído o conozca.
Tú ríes cuando niños y mujeres
te cuentan sus sueños. ¿No es tu costumbre?
DOLABELA
No entiendo, señora.
CLEOPATRA
Soñé que había un emperador Antonio.
¡Ah, querría dormir de nuevo para ver
a un hombre igual!
DOLABELA
Si me permites…
CLEOPATRA
Su rostro era como el cielo, y en él
un sol y una luna que, girando,
alumbraban la menuda «o», la Tierra.
DOLABELA
Excelsa criatura…
CLEOPATRA
Sus piernas cabalgaban el océano; su brazo
en alto fue cimera del mundo; su voz sonaba
a sus amigos con la armonía de las esferas[66],
mas, si quería espantar o sacudir el orbe,
era el retumbar del trueno. En su largueza
no había invierno: él era un otoño
que crecía más segándolo. Sus placeres,
cual delfines, mostraban la espalda por encima
del elemento en que vivían. En su séquito
iban coronas y diademas; reinos e islas
eran como plata caída de su bolsa.
DOLABELA
Cleopatra…
CLEOPATRA
¿Crees que hubo o puede haber un hombre
igual que el que soñé?
DOLABELA
Noble dama, no.
CLEOPATRA
¡Mientes, y los dioses han de oírlo!
Mas si hubo o hay un hombre así, es más grande
que los sueños. La naturaleza no tiene
con qué emular la fantasía en raras formas;
pero imaginar a un Antonio sería una obra maestra
natural que anularía toda ilusión.
DOLABELA
Escúchame, señora. Tu pérdida
es, como tú misma, grande, y la llevas
acorde con su peso. Ojalá que nunca
alcance yo mis metas si no siento,
por el reflejo del tuyo, un dolor
que me aflige hasta el fondo de mi alma.
CLEOPATRA
Te lo agradezco. ¿Sabes
lo que César se propone hacer conmigo?
DOLABELA
Me resisto a decirte lo que deseo que sepas.
CLEOPATRA
Vamos, te lo ruego.
DOLABELA
Por noble que él sea…
CLEOPATRA
… me llevará en su triunfo.
DOLABELA
Señora, lo hará. Lo sé.
Clarines. Entran PROCULEYO, CÉSAR, GALO, MECENAS y otros del séquito.
TODOS
¡Paso a César!
CÉSAR
¿Quién es la reina de Egipto?
DOLABELA
Es el emperador, señora.
CLEOPATRA se arrodilla.
CÉSAR
¡En pie! No estés de rodillas.
Te ruego que te alces. Álzate, reina.
CLEOPATRA
Señor, así lo quieren los dioses.
A mi amo y señor he de obedecerle.
[Se levanta.]
CÉSAR
No temas nada hostil.
El índice de agravios que me has hecho,
aunque escrito en nuestras carnes, será visto
como efecto del azar.
CLEOPATRA
Único señor del mundo,
yo no sé explicar mi causa con tal arte
que demuestre mi inocencia, mas confieso
haber caído en flaquezas que a menudo
han sido la deshonra de mi sexo.
CÉSAR
Cleopatra: antes que endurecer pienso atenuar.
Si te avienes a mis planes, que son
de lo más benévolo contigo, obtendrás
ganancia con el cambio. Mas si aspiras
a imputarme crueldad siguiendo tú
el camino de Antonio, te privarás
de mis buenas intenciones, y tus hijos
sufrirán una ruina de la que los libraré
si en mí confías. Me retiro.
CLEOPATRA
¡Al mundo entero! Tuyo es, y yo,
tu trofeo y signo de conquista, luciré
donde tú quieras colgarme. Toma esto, señor.
CÉSAR
En lo que afecte a Cleopatra, oiré tu consejo.
CLEOPATRA
Es la lista de dinero, plata y joyas
que poseo, cabalmente valoradas,
excepto menudencias. ¿Y Seleuco?
[Entra SELEUCO.]
SELEUCO
Aquí, señora.
CLEOPATRA
Es mi tesorero. Señor,
que responda de que no me he reservado
cosa alguna. Di la verdad, Seleuco.
SELEUCO
Señora, antes coserme la boca
que responder de lo que es falso.
CLEOPATRA
¿Qué me he guardado yo?
SELEUCO
Lo bastante para comprar lo que declaras.
CÉSAR
No te sonrojes, Cleopatra. Yo apruebo
la cordura de tu acción.
CLEOPATRA
¡Ya ves, César! ¡Ah, mira
cómo sirven al poder! Los míos serán tuyos
e, invirtiendo nuestra suerte, los tuyos serían míos.
La ingratitud de este Seleuco me pone
hecha una furia. ¡Ah, ruin y menos de fiar
que amor en venta! ¿Qué, me huyes?
¡Seguro que has de huirme! Mas, aunque tengan alas,
yo te apresaré los ojos. ¡Vil, desalmado!
¡Perro! ¡Ruin de ruines!
CÉSAR
Reina, déjame que te suplique.
CLEOPATRA
¡Ah, César, qué vergüenza tan hiriente!
Te dignas venir a visitarme,
haciéndole el honor de tu grandeza
a esta humilde, y mi propio servidor
aumenta la suma de mis males
añadiendo su maldad. César, ¿y si me hubiera
reservado unas cosillas de mujer,
minucias sin valor, pequeñeces
para obsequiar a las amigas? ¿Y si hubiera
guardado alguna prenda más valiosa
para Livia[67] y Octavia por lograr
su mediación? ¿Por eso ha de traicionarme
uno al que he criado? ¡Dioses! Me hunde
más que mi caída.— Anda, vete
antes que asomen las brasas de mi ánimo
en las cenizas de mi suerte. Si fueras hombre,
yo habría de darte lástima.
CÉSAR
Retírate, Seleuco.
[Sale SELEUCO.]
CLEOPATRA
Sépanlo todos: a los grandes se nos juzga
por errores ajenos y, caídos,
respondemos de las culpas de otros.
Por eso se nos debe lástima.
CÉSAR
Cleopatra, ni lo que has guardado o declarado
constará como despojo. Tuyo sea,
empléalo como gustes y cree esto:
César no es un mercader que regatee
contigo precio alguno. Así que, ten ánimo.
Tus ideas no sean prisiones. No, querida reina,
pues me propongo disponer lo tuyo
según tus consejos. Come y duerme.
El desvelo y compasión que en mí despiertas
me hace ser tu amigo. Y ahora, adiós.
CLEOPATRA
¡Señor y amo!
CÉSAR
Nada de eso. Adiós.
Clarines. Salen CÉSAR y su séquito.
CLEOPATRA
Ya veis, palabras y palabras para que yo
no haga lo que es noble. Carmia, escucha.
[Le habla al oído.]
EIRA
Termina, Majestad. El claro día se apaga
y vamos a las sombras.
CLEOPATRA
Vuelve pronto. Ya lo he dicho
y está preparado. Hazlo aprisa.
CARMIA
Sí, señora.
Entra DOLABELA.
DOLABELA
¿Y la reina?
CARMIA
Mírala.
[Sale.]
CLEOPATRA
¡Dolabela!
DOLABELA
Señora, pues lo juré por orden tuya
(y mi afecto hace sagrada la obediencia),
te digo esto: César viajará
cruzando Siria y, de aquí a tres días,
te enviará delante con tus hijos.
Haz de esto lo que puedas. Yo cumplo
tu deseo y mi promesa.
CLEOPATRA
Dolabela, seré tu gran deudora.
DOLABELA
Y yo servidor tuyo. Adiós, Majestad.
He de servir a César.
CLEOPATRA
Adiós y gracias.
Sale [DOLABELA].
Bien, Eira, ¿qué te parece?
Te mostrarán en Roma, igual que a mí,
como un títere egipcio. Rudos operarios
con mandiles pringosos, reglas y martillos,
nos alzarán bien a la vista. Envueltas
en su aliento, que apesta a dieta inmunda,
tragaremos sus vapores.
EIRA
¡Los dioses nos guarden!
CLEOPATRA
No lo dudes, Eira. Descarados lictores[68]
nos prenderán como a golfas, y ruines copleros
nos cantarán disonantes. Los cómicos
nos improvisarán trayendo a escena
las fiestas de Alejandría, a Antonio
exhibirán borracho y un crío chillón
hará Cleopatra niñeando mi grandeza
en postura de una zorra.
EIRA
¡Santos dioses!
CLEOPATRA
No lo dudes.
EIRA
Yo no lo veré. Seguro que mis uñas
son más fuertes que mis ojos.
CLEOPATRA
Es el modo de burlar sus previsiones
y vencer sus propósitos absurdos.
Entra CARMIA.
¡Ah, Carmia!
Mujeres, mostradme como reina. Traed
mis mejores galas. Vuelvo al Cidno[69]
a reunirme con Antonio. Vamos, Eira.
Noble Carmia, en seguida acabaremos
y, al final de esta labor, podrás jugar
hasta el día del juicio. Tráeme la corona y todo.
[Sale EIRA.]
Ruido dentro.
¿Qué ruido es ése?
Entra un SOLDADO de la guardia.
SOLDADO
Aquí hay un rústico empeñado
en verte en persona, Majestad.
Te trae higos.
CLEOPATRA
Que pase.
Sale el SOLDADO.
¡Ah, que tan pobre instrumento
sirva para un acto noble…! Me trae libertad.
Mi resolución es firme, y en mí
no hay mujer: de los pies a la cabeza
soy puro mármol. La luna mudable
ya no es mi astro.
Entran el SOLDADO y el RÚSTICO.
SOLDADO
Éste es el hombre.
CLEOPATRA
Vete y déjalo aquí.
Sale el SOLDADO.
¿Traes la linda culebra del Nilo
que mata sin dolor?
RÚSTICO
Ya lo creo, pero yo no sería de los que quieren que la toques, pues su mordisco es inmortal. Los que mueren de eso rara vez o nunca se reponen.
CLEOPATRA
¿Te acuerdas de alguien que se haya ido con eso?
RÚSTICO
De muchísimos: hombres y también mujeres. Ayer, sin ir más lejos, una mujer honrada (aunque algo dada al enredo, que si no es el de mentir, no es de mujer decente) me habló de cómo se fue con el mordisco y del dolor que sintió. La verdad es que habla muy bien de la bicha, aunque el que crea todo lo que dicen nunca se salvará por la mitad de lo que hacen[70]. Pero lo que es infallable es que la bicha es una bicha rara.
CLEOPATRA
Adiós, puedes marcharte.
RÚSTICO
Que disfrutes de la bicha.
CLEOPATRA
Adiós.
RÚSTICO
Tú descuida, ¿eh?, que la bicha hará lo suyo.
CLEOPATRA
Sí, sí. Adiós.
RÚSTICO
Y oye: que sólo esté al cuidado de gente con seso, que, de veras, la bicha es cosa mala.
CLEOPATRA
No te preocupes; ya nos cuidaremos.
RÚSTICO
Muy bien. Y oye, no le des de comer: no merece la pena.
CLEOPATRA
¿Va a comerme a mí?
RÚSTICO
No me creerás tan simple que no sepa que ni el mismo diablo se come a una mujer. Sé que una mujer es manjar de dioses si no la aliña el diablo. Pero, de veras, esos putos diablos le hacen mucho daño a los dioses con sus mujeres, pues, de cada diez que hacen, los diablos estropean a cinco.
CLEOPATRA
Muy bien, vete. Adiós.
RÚSTICO
Sí, claro. Que disfrutes de la bicha.
Sale.
[Entra EIRA con las vestiduras regias.]
CLEOPATRA
Dame la túnica. Ponme la corona. Tengo
ansias inmortales. Nunca más el jugo
de uva egipcia mojará estos labios.
¡Vamos, Eira, rápido! Parece
que me llama Antonio. Le veo alzarse
y alabar mi noble acción. Le oigo reírse
de la suerte de César, que los dioses dan al hombre
para luego exculparse del castigo. ¡Ya voy, esposo!
¡Mi valor me autorice a usar tal nombre!
Soy fuego y aire; mis otros elementos[71]
los doy a la vida ruin. ¿Qué, ya está?
Entonces tomad el último calor de mis labios.
Adiós, querida Carmia. Eira, un largo adiós.
[Las besa. EIRA cae muerta[72].]
¿Tengo el áspid en los labios? ¿Mueres?
Si tú y la vida os separáis con tal dulzura,
el golpe de la muerte es cual pellizco de amante,
que duele y se desea. ¿Yaces tan quieta?
Si así te vas, le estás diciendo al mundo
que no merece despedida.
CARMIA
¡Disuélvete en lluvia, nube espesa,
que yo pueda decir que hasta los dioses lloran!
CLEOPATRA
Esto me envilece.
Si el pulcro Antonio ve primero a ella,
cuando le pregunte, le dará el beso
que sería mi paraíso. Ven, ser mortal;
[Se aplica el áspid al pecho.]
deshaz con tus colmillos este nudo
inextricable de la vida. Pobre venenoso,
enójate y acaba. ¡Ojalá hablases
para oírte decir que el magno César
es un tonto sin astucia!
CARMIA
¡Estrella de Oriente![73]
CLEOPATRA
¡Calla, chss…!
¿No ves que la criatura toma el pecho
y adormece a la nodriza?
CARMIA
¡Ah, estalla, estalla!
CLEOPATRA
Grato como un bálsamo, suave como brisa,
tierno… — ¡Ah, Antonio! — Tú ven también.
[Se aplica otro áspid al brazo.]
¿Por qué esperar…?
Muere.
CARMIA
¿… en este mundo vil? Adiós.
Ufánate, muerte: en tu poder yace ahora
una muchacha sin par. Suaves cortinas, cerraos,
y, Febo radiante, ¡nunca más te miren
tan reales ojos! Tu corona está torcida.
Te la pongo derecha y después juego[74]…
Entran los SOLDADOS de la guardia precipitadamente.
SOLDADO 1.°
¿Dónde está la reina?
CARMIA
Habla bajo. No la despiertes.
SOLDADO 2.°
César ha enviado…
CARMIA
… un mensajero muy lento.
[Se aplica un áspid.]
¡Pronto, aprisa! Creo que te siento.
SOLDADO 1.°
¡Ven aquí! Algo no va bien. Han burlado a César.
SOLDADO 2.°
César envió a Dolabela. ¡Llámalo!
[Sale un soldado.]
SOLDADO 1.°
¿Qué es esto, Carmia? ¿Te parece bien?
CARMIA
Muy bien, y digno de una soberana
que descendía de tantos reyes.
¡Ah, soldado!
Muere.
Entra DOLABELA.
DOLABELA
¿Qué ocurre aquí?
SOLDADO 2.°
Todas muertas.
DOLABELA
César, lo que imaginabas
se ha consumado. Llegas para ver
realizada la acción tan temida
que deseabas impedir.
Entra CÉSAR con todo su séquito en marcha.
TODOS
¡Paso, paso a César!
DOLABELA
¡Ah, señor! Eres un augur infalible.
Lo que temías se ha cumplido.
CÉSAR
Grande hasta el final.
Adivinó mi propósito y, al ser reina,
tomó su camino. ¿Cómo han muerto?
No las veo sangrar.
DOLABELA
¿Quién fue el último que estuvo con ellas?
SOLDADO 1.°
Un pobre hortelano que le trajo higos.
Aquí está la cesta.
CÉSAR
Envenenados.
SOLDADO 1.°
César, esta Carmia aún vivía; estaba en pie,
hablaba. La vi poniendo bien la corona
a su difunta reina. Estaba temblando
y, de pronto, cayó al suelo.
CÉSAR
¡Ah, noble flaqueza!
De haberse envenenado, se vería
una hinchazón externa, mas parece dormida
cual si fuera a atrapar a otro Antonio
en las redes de su encanto.
DOLABELA
Aquí en el pecho hay un hilo de sangre
y algo que ha quedado. En el brazo, igual.
SOLDADO 1.°
Es el rastro de un áspid, y en estas hojas
de higuera hay una baba, como la que el áspid
deja en las cuevas del Nilo.
CÉSAR
Seguramente murió así, pues su médico
me dijo que, a través de muchas pruebas,
buscaba un modo fácil de morir. Llevadla
en su lecho y sacad del mausoleo a sus mujeres.
Será enterrada junto a Antonio.
No habrá tumba en el mundo que encierre
a pareja tan famosa. Sucesos tan grandes
afectan a quienes los causan; la pena
que inspira su historia no es menor que el renombre
de quien la hizo lamentable. Nuestras fuerzas
asistan solemnemente a las exequias.
Después, a Roma. Dolabela, hazte cargo
de la pompa y ceremonia de este acto.
Salen todos.