Entra VENTIDIO triunfante [con SILIO y otros romanos, oficiales y soldados], precedidos del cadáver de PACORO.
VENTIDIO
Ya, Partia flechera[32], estás herida, y ahora
la suerte favorable me hace vengador
de la muerte de Craso. Llevad el cadáver
del hijo del rey ante la tropa. Orodes,
tu hijo Pacoro paga así por Marco Craso[33].
SILIO
Noble Ventidio, mientras tu acero
aún humea con sangre parta, persigue
a los que huyen. Cruza rápido la Media,
Mesopotamia, y llega a los refugios
de los derrotados. Así tu superior,
el gran Antonio, te pondrá sobre un carro triunfal
y tu frente ceñirá el laurel.
VENTIDIO
¡Ah, Silio, Silio! Ya he hecho bastante.
Un subordinado, toma nota,
puede excederse. Aprende esto, Silio:
mejor no hacer nada que, haciendo, alcanzar
demasiado renombre en ausencia del que manda.
César y Antonio siempre han conquistado
más por sus oficiales que por sí. Sosio,
su lugarteniente, de mi rango en Siria,
por aumentar tan rápido su fama,
a cada instante, perdió el favor de Antonio.
Quien en la guerra hace más que el jefe,
se hace jefe de su jefe, y la ambición,
virtud del soldado, prefiere la pérdida
antes que la ganancia que lo eclipsa.
Yo podría hacer más por el bien de Antonio,
pero le ofendería, y la ofensa
anularía mi actuación.
SILIO
Ventidio, tienes esa virtud sin la cual
no habría distinción entre un soldado
y su espada. ¿Escribirás a Antonio?
VENTIDIO
Humildemente le diré lo que hemos hecho
en su nombre, ese mágico grito de guerra;
cómo, con su estandarte y su bien pagada tropa,
hemos expulsado hasta el agotamiento
a la invicta caballería de Partia.
SILIO
¿Dónde está él ahora?
VENTIDIO
Piensa ir a Atenas, adonde llegaremos
antes que él con la urgencia que permita
el peso del botín. ¡En marcha, adelante!
Salen.
Entra AGRIPA por una puerta y ENOBARBO por la otra.
AGRIPA
¿Se han despedido los hermanos?
ENOBARBO
Han despachado con Pompeyo; él partió.
Los tres están sellando. Octavia llora
por tener que irse de Roma. César está triste
y, según Menas, desde el festín de Pompeyo
Lépido padece de clorosis[34].
AGRIPA
¡Noble Lépido!
ENOBARBO
Muy fino[35]. ¡Y cómo quiere a César!
AGRIPA
Sí, pero, ¡cómo adora a Marco Antonio!
ENOBARBO
¿César? ¡El Júpiter de los hombres!
AGRIPA
¿Y Antonio? ¡El dios de Júpiter!
ENOBARBO
¿Hablabas de César? ¡Oh, el incomparable!
AGRIPA
¡Ah, Antonio! ¡El fénix de Arabia![36]
ENOBARBO
Para elogiar a César, di «César»; nada más.
AGRIPA
Los ha colmado de alabanzas a los dos.
ENOBARBO
Pero quiere más a César —aunque quiere a Antonio.
¡Oh, pechos, lenguas, cifras, escribas, bardos, poetas
no saben pensar, decir, contar, escribir, cantar,
rimar, oh, su amor a Antonio! Pero a César,
¡de rodillas, de rodillas, veneremos!
AGRIPA
Quiere a los dos.
ENOBARBO
Son el estiércol de este escarabajo.
[Clarines.]
Hora de montar. ¡Adiós, noble Agripa!
AGRIPA
¡Buena suerte, gran soldado, y adiós!
Entran CÉSAR, ANTONIO, LÉPIDO y OCTAVIA.
ANTONIO
No sigas.
CÉSAR
Te llevas una parte de mí mismo;
trátame bien en ella. Hermana, sé la esposa
que veo en mi pensamiento, por cuya bondad
yo apostaría hasta el límite. Muy noble Antonio,
no permitas que el dechado de virtud
que afianza y consolida nuestro afecto
se convierta en el ariete que arremeta
contra su fortaleza, pues, si ambas partes
no lo aman, más valdría no habernos
hermanado de este modo.
ANTONIO
Que tu desconfianza no me ofenda.
CÉSAR
He dicho.
ANTONIO
Por mucho que rebusques, no hallarás
el más leve motivo de temor. ¡Los dioses
te asistan y el corazón de los romanos
apoye tus empresas! Aquí nos despedimos.
CÉSAR
Adiós, queridísima hermana, adiós.
Los elementos te acompañen y llenen
de ánimo tu espíritu. Adiós.
OCTAVIA
¡Mi noble hermano!
ANTONIO
Abril está en sus ojos; estas aguas
inician la primavera del amor. Ten ánimo.
OCTAVIA
Cuida bien la casa de mi esposo y…
CÉSAR
¿Qué, Octavia?
OCTAVIA
Te lo diré al oído.
ANTONIO
Su lengua no obedece al corazón,
ni el corazón puede guiar su lengua:
como el plumón del cisne antes de la marea,
que flota sin moverse a un lado u otro.
ENOBARBO [aparte a AGRIPA]
¿Va a llorar César?
AGRIPA [aparte a ENOBARBO]
Tiene una nube en la cara.
ENOBARBO
En un caballo sería una mancha,
y lo es en un hombre.
AGRIPA
Pero, Enobarbo, cuando Antonio
vio muerto a Julio César, casi rugía
del llanto, y lloró cuando en Filipos
halló muerto a Marco Bruto.
ENOBARBO
Ese año le aquejaba un lagrimeo;
lamentaba lo que adrede destruía.
Cuando me veas llorar, créelo.
CÉSAR
No, querida Octavia; sabrás
de mí continuamente. El tiempo
nunca hará que yo te olvide.
ANTONIO
Vamos, vamos. Sea mi abrazo
un forcejeo de amor contigo. Mira,
ya te tengo; y ahora te suelto
para entregarte a los dioses.
CÉSAR
Adiós. Sé feliz.
LÉPIDO
¡Que las innúmeras estrellas
iluminen tu hermoso camino!
CÉSAR
¡Adiós, adiós!
Besa a OCTAVIA.
ANTONIO
¡Adiós!
Clarines. Salen.
Entran CLEOPATRA, CARMIA, EIRA y ALEXAS.
CLEOPATRA
¿Dónde está ese hombre?
ALEXAS
Tiene miedo de entrar.
CLEOPATRA
¡Vamos, vamos!
Entra el MENSAJERO de antes.
Ven aquí.
ALEXAS
Majestad, ni Herodes de Judea osa mirarte
cuando no estás a gusto.
CLEOPATRA
Pediré la cabeza de ese Herodes.
Pero, ¿cómo, si no está Antonio? ¿Quién
dará por mí la orden? — Tú, acércate.
MENSAJERO
¡Augusta majestad!
CLEOPATRA
¿Has visto a Octavia?
MENSAJERO
Sí, temida reina.
CLEOPATRA
¿Dónde?
MENSAJERO
Señora, en Roma. Le vi la cara; vi
que iba entre su hermano y Marco Antonio.
CLEOPATRA
¿Es de mi estatura?
MENSAJERO
No, señora.
CLEOPATRA
¿La oíste hablar? ¿Es de voz chillona o baja?
MENSAJERO
Señora, la oí hablar: habla bajo.
CLEOPATRA
Mala cosa. No le gustará por mucho tiempo.
CARMIA
¿Gustarle a él? ¡Ah, Isis! ¡Imposible!
CLEOPATRA
Eso creo, Carmia. Voz oscura, enana.
¿Hay majestad en su paso? Recuérdalo,
si es que has visto majestad alguna vez.
MENSAJERO
Se arrastra. Es igual
andando que parada. Más que vida,
tiene cuerpo; una estatua que no alienta.
CLEOPATRA
¿Es verdad?
MENSAJERO
Sí, o yo no sé observar.
CARMIA
No hay tres en Egipto que miren mejor.
CLEOPATRA
Es muy listo, ya lo noto. No hay
nada especial en ella. Éste sabe juzgar.
CARMIA
Y muy bien.
CLEOPATRA
Anda, calcula su edad.
MENSAJERO
Señora, era viuda…
CLEOPATRA
¿Viuda? ¡Escucha, Carmia!
MENSAJERO
Creo que tiene treinta años.
CLEOPATRA
¿Recuerdas bien su cara? ¿Es larga o redonda?
MENSAJERO
Redonda en demasía.
CLEOPATRA
Las que así la tienen suelen ser bobas.
Y el pelo, ¿de qué color?
MENSAJERO
Castaño, señora. Y la frente, baja;
más baja no la querría[37].
CLEOPATRA
Aquí tienes oro. No tomes a mal
mi malhumor de antes. Volveré
a darte trabajo; creo que eres
el idóneo para hacerlo. Vamos, prepárate;
mis cartas están listas.
[Sale el MENSAJERO.]
CARMIA
Un tipo perfecto.
CLEOPATRA
Es verdad, y me arrepiento mucho
de haberle tratado mal. Según dice,
esa mujer no es nada extraordinaria.
CARMIA
Nada, señora.
CLEOPATRA
Éste ha visto majestad; sabe distinguir.
CARMIA
¿Que si ha visto majestad? ¡Por Isis que si ha visto,
habiéndote servido tanto tiempo!
CLEOPATRA
Mi buena Carmia, aún tengo algo más
que preguntarle. Es igual: podrás llevarle
adonde voy a escribir. Todo puede ir bien.
CARMIA
Seguro que sí, señora.
Salen.
Entran ANTONIO y OCTAVIA.
ANTONIO
No, no, Octavia, no sólo eso;
eso tendría excusa —eso y mil cosas más
de esa importancia—, pero vuelve a guerrear
contra Pompeyo; hace testamento
y lo lee públicamente; habla de mí
de mala gana; cuando, ya sin más remedio,
tiene que elogiarme, sus elogios
son fríos y pobres; no me hace justicia;
ni aun dándole ocasión él la aprovecha
o, si lo hace, es de boquilla.
OCTAVIA
Mi buen esposo,
no lo creas todo o, si has de creerlo,
no te ofendas. Si hubiera división, no habría
mujer más desgraciada entre dos hombres
rezando por los dos.
Los dioses se reirían de mí si yo
les implorase «¡Bendecid a mi esposo!»
y después me desdijera exclamando
«¡Bendecid a mi hermano!». Suplicar
que triunféis uno y otro deshace ya la súplica,
sin vía media entre los extremos.
ANTONIO
Noble Octavia, que tu sentido amor
te lleve hacia la parte que hace más
por preservarlo. Si yo pierdo mi honor,
me pierdo a mí mismo; mejor no ser tu esposo
que serlo despojado. Pero, como has pedido,
harás de mediadora. Mientras tanto,
haré un reclutamiento de guerreros
que deshonrará a tu hermano. Apresúrate,
y que se cumplan tus deseos.
OCTAVIA
Gracias, esposo.
¡Quiera el fuerte Júpiter que yo, tan débil,
sea quien os hermane! Una guerra entre vosotros
sería como el mundo abierto en dos,
que sólo los muertos cerrarían.
ANTONIO
Cuando veas claramente quién empezó todo,
dirige ahí tu disgusto, pues nuestras culpas
no podrán ser tan iguales que tu amor
trate con ellas por igual. Prepara el viaje,
elige compañía y haz los gastos
que te dicte el corazón.
Salen.
Entran ENOBARBO y EROS.
ENOBARBO
¿Qué hay, amigo Eros?
EROS
Noticias pasmosas.
ENOBARBO
¿Cuáles?
EROS
César y Lépido le han declarado la guerra a Pompeyo.
ENOBARBO
Ésa es vieja. ¿Y el resultado?
EROS
Que César, tras valerse de Lépido para luchar contra Pompeyo, muy pronto le niega la igualdad y le impide compartir la gloria de la empresa. Y no se para ahí: le acusa por cartas que escribió a Pompeyo tiempo atrás y, con esta acusación, le arresta. Así que el pobre triunviro está a la sombra hasta que la muerte le libre de su encierro.
ENOBARBO
Entonces, mundo, te quedan sólo dos mandíbulas;
aunque les eches todo tu alimento,
acabarán moliéndose entre sí. ¿Y Antonio?
EROS
Paseando en el jardín, así, dando
patadas a los juncos[38]. Grita «¡Torpe Lépido!»
y amenaza con degollar a ese oficial suyo
que asesinó a Pompeyo[39].
ENOBARBO
Nuestra gran flota ya está aparejada.
EROS
Contra Italia y César. Hay más, Domicio;
mi señor quiere verte pronto. Tenía
que haber dejado mis noticias para luego.
ENOBARBO
No será nada. Es igual, llévame a Antonio.
EROS
Vamos.
Salen.
Entran AGRIPA, MECENAS y CÉSAR.
CÉSAR
Despreciando a Roma, ha hecho en Alejandría
todo eso y mucho más. Te cuento cómo:
en la plaza pública, sobre tribuna plateada,
aparecen Cleopatra y él, sentados
en tronos de oro. A sus pies, Cesarión,
a quien llaman el hijo de mi padre[40],
y toda esa prole ilegítima
que ha engendrado su lascivia. A ella
le da posesión de Egipto y la hace
reina absoluta de la baja Siria,
Chipre y Lidia.
MECENAS
¿Eso en público?
CÉSAR
En el gimnasio y ante todos.
A sus hijos los proclama reyes de reyes:
a Alejandro le da la gran Media,
Armenia y Partia; a Tolomeo le asigna
Siria, Cilicia y Fenicia. Dicen
que ese día Cleopatra se mostró,
y que solía conceder audiencias,
vestida con las ropas de la diosa Isis.
MECENAS
Roma ha de saberlo.
AGRIPA
Que, asqueada ya de su insolencia,
le retirará su estima.
CÉSAR
El pueblo lo sabe y ya está enterado
de sus acusaciones.
AGRIPA
¿A quién acusa?
CÉSAR
A César. Dice que, habiendo saqueado
a Sexto Pompeyo en Sicilia, no le entregué
su parte de la isla, y que los barcos
que me prestó no se los devolví. Por último,
le irrita que se haya depuesto
a Lépido del triunvirato y que, entonces,
yo me quede con sus rentas.
AGRIPA
Señor, hay que contestarle.
CÉSAR
Ya está hecho; el mensajero ha partido.
Le he dicho que Lépido se había vuelto muy cruel,
que abusaba de su alta autoridad
y merecía el castigo. Respecto a mis conquistas,
le concedo parte, pero yo quiero lo mismo
de su Armenia y de sus otros reinos conquistados.
MECENAS
En eso no cederá.
CÉSAR
Tampoco yo a sus demandas.
Entra OCTAVIA con su séquito.
OCTAVIA
¡Salud, queridísimo César! ¡Salud, señores!
CÉSAR
¡Cómo pensar que había de llamarte abandonada!
OCTAVIA
Ni me lo has llamado, ni tienes motivo.
CÉSAR
¿Por qué vienes así, a escondidas? No pareces
la hermana de César. A la esposa de Antonio
debía anunciarla una tropa, y relinchos de caballos
avisar que se aproxima mucho antes
que aparezca. Los árboles del camino
debían estar atestados, desfalleciendo
la anhelante expectación. Hasta el cielo
tenía que haber subido todo el polvo
levantado por tu gran ejército. Mas tú llegas
a Roma como una campesina, impidiendo
las muestras públicas de afecto, que, oculto,
se estima que no existe, cuando había que acogerte
por tierra y por mar, aumentando en cada etapa
nuestra bienvenida.
OCTAVIA
Mi querido señor, no vengo aquí obligada;
lo hago libremente. Señor, Marco Antonio,
oyendo que preparabas una guerra,
me apenó con la noticia; por eso le pedí
permiso para verte.
CÉSAR
Que concedió al momento, al ser tú una obstrucción entre él y su lujuria.
OCTAVIA
No digas eso.
CÉSAR
Tengo espías y sus asuntos
me llegan como el viento. ¿Dónde está ahora?
OCTAVIA
Señor, en Atenas.
CÉSAR
No, mi engañada hermana: ha cedido
a un gesto de Cleopatra. Le ha dado su imperio
a una zorra, y los dos para la guerra han alistado
a todos los reyes de la tierra. Están con él
Boco, rey de Libia; Arquelao
de Capadocia; Filadelfo, rey
de Paflagonia; Sadalas, rey de Tracia;
el rey Malco de Arabia; el rey del Ponto;
Herodes de Judea; Mitrídates, rey
de Comagena; Polemón y Amintas,
reyes de los medos y de los licaonios,
y una larga lista de coronas.
OCTAVIA
¡Desgraciada de mí, que tengo el corazón
dividido entre dos amigos en contienda!
CÉSAR
Sé bienvenida.
Tus cartas impidieron que estallase
hasta que vi que te engañaban y que yo
peligraba al no actuar. Ten ánimo.
No te inquiete el momento, que impone
estas penalidades a tu dicha,
y sin lamentos deja que lo predestinado
siga su camino. Bienvenida a Roma;
para mí no hay nada más querido.
Te han burlado hasta lo impensable, y los dioses,
para hacerte justicia, buscan sus agentes
en mí y en cuantos te aman. Ten consuelo
y sé muy bienvenida.
AGRIPA
Bienvenida, señora.
MECENAS
Bienvenida, señora. Toda alma
de Roma te ama y compadece.
Sólo el adúltero Antonio, sin freno
en sus indignidades, te rechaza
y da su alto poder a una buscona
que clama contra nosotros.
OCTAVIA
¿Es cierto?
CÉSAR
Muy cierto. Hermana, bienvenida. Te lo ruego,
cultiva la paciencia. ¡Queridísima hermana!
Salen.
Entran CLEOPATRA y ENOBARBO.
CLEOPATRA
Ya me las pagarás, no tengas duda.
ENOBARBO
Pero, ¿por qué, por qué?
CLEOPATRA
Te has opuesto a que yo vaya a esa guerra
y dices que no es propio.
ENOBARBO
¿Lo es, lo es?
CLEOPATRA
¿No la han declarado contra mí?
¿Por qué no he de estar allí en persona?
ENOBARBO
Podría responderte que si fuéramos
con caballos y yeguas, sobrarían
los caballos: soldados y caballos
montarían a las yeguas.
CLEOPATRA
¿Qué estás diciendo?
ENOBARBO
Tu presencia será un estorbo para Antonio;
de su ánimo, tiempo, pensamiento
quitarás lo que precisa. Ya le han
acusado de liviano, y dicen en Roma
que son Plotino, un eunuco[41] y tus damas
quienes llevan esta guerra.
CLEOPATRA
¡Húndase Roma y púdranse
las lenguas maldicientes! He gastado en esta guerra
y, cual señora de mi reino, allí estaré
igual que un hombre. No te opongas.
Atrás no voy a quedarme.
Entran ANTONIO y CANIDIO.
ENOBARBO
He dicho. Aquí llega el emperador[42].
ANTONIO
Canidio, ¿no es sorprendente
que desde Brindis y Tarento él pudiera
cruzar el mar Jonio tan deprisa
y capturar Torine? — ¿Lo sabías, mi amor?
CLEOPATRA
A quien más asombra la presteza
es al negligente.
ANTONIO
Buena réplica, y como reproche
a la indolencia cuadraría bien
al mejor de los hombres. Canidio,
le haré frente por mar.
CLEOPATRA
¿Por mar? ¿Cómo, si no?
CANIDIO
¿Por qué por mar, señor?
ANTONIO
Porque él me reta así.
ENOBARBO
Y tú, señor, le retaste a singular combate.
CANIDIO
Sí, a pelear en Farsalia, donde César
luchó contra Pompeyo. Mas él ha rechazado
las propuestas que no le convenían,
como tú debes la suya.
ENOBARBO
Tu marinería no es buena: la componen
muleros, segadores, reclutados
deprisa y a la fuerza. En la de César están
los que solían combatir a Pompeyo;
sus barcos son ligeros; los tuyos, pesados.
No sufrirás deshonra por negarte
a ir por mar, estando dispuesto a ir por tierra.
ANTONIO
Por mar, por mar.
ENOBARBO
Noble señor, así arrojas por la borda
tu superioridad por tierra; divides
a tu ejército, integrado por infantes
aguerridos; no despliegas la estrategia
que te ha dado tu renombre; abandonas
la vía que promete la victoria y te entregas
por entero al azar y a la ventura
teniendo certidumbre.
ANTONIO
Lucharé por mar.
CLEOPATRA
Tengo sesenta barcos, mejores que los de César.
ANTONIO
Quemaremos las naves que nos sobren;
con las demás, bien tripuladas, batiremos
a César desde Accio. Si fallamos,
combatiremos por tierra.
Entra un MENSAJERO.
¿Hay noticias?
MENSAJERO
Y muy ciertas, señor. Le han avistado;
César ha tomado Torine.
ANTONIO
¿Él allí en persona? Es imposible.
Ya sorprende que esté allí su ejército. Canidio,
mandarás mis diecinueve legiones en tierra
y mis doce mil jinetes. Yo voy a mi barco.
¡Vamos, mi Tetis![43]
Entra un SOLDADO.
¿Qué hay, buen soldado?
SOLDADO
¡Noble emperador, no luches por mar!
No te fíes de viles tablas. ¿No confías
en mi espada y mis heridas? Que naden
egipcios y fenicios; lo nuestro
es conquistar pisando suelo firme
y luchando cuerpo a cuerpo.
ANTONIO
Muy bien, vamos.
Salen ANTONIO, CLEOPATRA y ENOBARBO.
SOLDADO
Por Hércules, que estoy en lo cierto.
CANIDIO
Lo estás, soldado. Mas él no basa
sus planes en su fuerza: nuestro guía
va guiado y servimos a mujeres.
SOLDADO
Tú mandas en tierra las legiones
y toda la infantería, ¿verdad?
CANIDIO
Marco Octavio, Marco Justeyo,
Publícola y Celio van por mar,
pero yo mando en tierra. La rapidez
de César le dispara lo indecible.
SOLDADO
Mientras estaba en Roma, sus tropas
se dividían de tal modo que burlaban
a todos los espías.
CANIDIO
¿Quién es su lugarteniente? ¿Lo sabes?
SOLDADO
Dicen que un tal Tauro.
CANIDIO
Le conozco bien.
Entra un MENSAJERO.
MENSAJERO
El emperador llama a Canidio.
CANIDIO
El tiempo está preñado de noticias
y cada minuto pare alguna.
Salen.
Entran CÉSAR [y TAURO] con el ejército en marcha.
CÉSAR
¡Tauro!
TAURO
¿Señor?
CÉSAR
No ataques por tierra ni dividas las tropas;
nada de batalla hasta que yo acabe por mar.
Atente a lo ordenado en este escrito:
nuestra suerte depende de este azar.
Salen.
Entran ANTONIO y ENOBARBO.
ANTONIO
Pongamos nuestras filas a ese lado del monte,
a la vista de las tropas de César;
desde allí podemos ver los barcos
y actuar según el número.
Salen.
Entran CANIDIO con su ejército, cruzando el escenario por un lado, y TAURO, lugarteniente de César, [con el suyo] por el otro. Salen, y entonces se oye el fragor de un combate naval. Trompetas. Entra ENOBARBO.
ENOBARBO
¡Perdido, todo perdido! ¡Mirar más no puedo!
La Antoniada, la nave almirante de Egipto,
y sus sesenta barcos han virado y huyen.
De verlo me arden los ojos.
Entra ESCARO.
ESCARO
¡Dioses, diosas y todo su concilio!
ENOBARBO
¿Por qué esa excitación?
ESCARO
¡Perdida la mayor parte del mundo
de pura torpeza! Los besos se han llevado
reinos y provincias.
ENOBARBO
¿Cómo va la batalla?
ESCARO
Por nuestro lado, cual la mancha de la peste:
muerte segura. A esa yegua rijosa de Egipto
(¡la lepra se la lleve!), en medio del combate,
cuando nuestras suertes parecían gemelas,
ambas iguales o la nuestra aún mayor,
le pica el tábano como a vaca en junio,
iza velas y huye.
ENOBARBO
Eso ya lo he visto. La escena
repugnó a mis ojos y no pude
continuar mirando.
ESCARO
En cuanto ella orzó,
Antonio, noble ruina de su magia,
bate las alas veleras y, cual pato encelado,
vuela tras ella en el ardor del combate.
Nunca he visto acción tan deshonrosa.
Experiencia, hombría, honor, jamás
se infamaron de ese modo.
ENOBARBO
¡Qué dolor, qué dolor!
Entra CANIDIO.
CANIDIO
Nuestra suerte en el mar está agotada
y se hunde tristemente. Si nuestro general
hubiera estado a su altura, todo habría ido bien.
¡Ah, su huida es un ejemplo flagrante
para la nuestra!
ENOBARBO
¿Ésa es tu idea? Entonces sí que se acabó.
CANIDIO
Huyeron hacia el Peloponeso.
ESCARO
Llegar allí es fácil. Allí esperaré
lo que ocurra luego.
CANIDIO
Yo me rindo a César con las legiones
y la caballería. Seis reyes
me han mostrado ya el camino.
ENOBARBO
Yo seguiré aún la suerte herida de Antonio,
aunque el viento de la razón me sople en contra.
[Salen.]
Entran ANTONIO y acompañamiento.
ANTONIO
¡Oíd! La tierra me ordena que ya no la pise;
le avergüenza sostenerme. Acercaos, amigos.
Se me ha hecho tan de noche en este mundo
que me he perdido para siempre. Tengo un barco
cargado de oro: tomadlo, repartidlo.
Huid y haced la paz con César.
TODOS
¿Huir? Nada de eso.
ANTONIO
Yo mismo he huido y enseñado a los cobardes
a salir huyendo. Amigos, marchaos.
He tomado una determinación
que no precisa de vosotros. Marchaos.
Mi tesoro está en el puerto. Tomadlo.
Seguí lo que mirar me da vergüenza.
Aun mis cabellos se pelean, pues las canas
acusan de exaltados a mis pelos negros,
y éstos a ellas de necias y miedosas. Marchaos,
amigos. Os daré cartas para amigos
que os allanarán la senda. Vamos, no estéis tristes,
ni respondáis a disgusto: lo que ofrece
mi desesperanza, aprovechadlo. Abandonad
al que a sí mismo se abandona. ¡A la orilla!
Seréis dueños del barco y su tesoro.
Dejadme ahora un rato, os lo ruego;
dejadme. Ya no tengo autoridad,
por eso ruego. Os veré pronto.
Se sienta. [Sale el acompañamiento.]
Entra CLEOPATRA llevada por CARMIA y EROS. [Les sigue EIRA.]
EROS
Mi noble señora, ve con él, anímale.
EIRA
Hazlo, mi querida reina.
CARMIA
Pues, ¿qué, si no?
CLEOPATRA
Dejad que me siente. ¡Ah, Juno!
ANTONIO
¡No, no, no, no, no!
EROS
¿Ves quién está, señor?
ANTONIO
¡Ah, vergüenza, vergüenza!
CARMIA
¡Señora!
EIRA
¡Señora, buena emperatriz!
EROS
¡Señor, señor!
ANTONIO
Sí, mi señor, sí. Él en Filipos con la espada
en la vaina como un bailarín[44], mientras yo hería
al flaco y arrugado Casio; y fui yo
el que acabó con el loco de Bruto[45]. Luchaban
sus subordinados, pues él no tenía práctica
en la grandes disputas de la guerra. Mas no importa.
CLEOPATRA
¡Ah, quedaos a mi lado!
EROS
La reina, señor, la reina.
EIRA
Ve con él, señora, háblale.
La vergüenza le tiene avasallado.
CLEOPATRA
Muy bien, sostenedme. ¡Ah!
EROS
Mi señor, levántate; se acerca la reina.
Viene abatida y la acecha la muerte
si no logras animarla.
ANTONIO
He ultrajado mi honra:
un extravío de lo más vil.
EROS
Señor, la reina.
ANTONIO
¡Ah! ¿Adónde me has llevado, Egipto?
Ve cómo escondo a tus ojos mi vergüenza,
mirando lo que he dejado atrás
destruido con deshonra.
CLEOPATRA
¡Ah, mi señor, mi señor! Perdona
a mis cobardes barcos. ¡Cómo iba yo a pensar
que irías a seguirme!
ANTONIO
Reina, sabías muy bien que a tu timón
las fibras del corazón llevaba atadas
y que me remolcarías. Bien sabías
tu pleno poderío sobre mi alma
y que a una seña tuya yo te obedecería
aun oponiéndome a los dioses.
CLEOPATRA
¡Ah, perdóname!
ANTONIO
Ahora he de hacer la humilde paz
con ese joven, maniobrar, urdir
tretas viles; yo, que jugué siempre
con la mitad del mundo como quise,
haciendo y deshaciendo fortunas. Sabías
a qué extremo tú eras mi conquistadora
y que mi espada, aun decaída por mi amor,
le obedecería en lo que fuese.
CLEOPATRA
¡Perdóname, perdóname!
ANTONIO
No viertas ni una lágrima; sólo una vale
todo lo ganado y lo perdido. Dame un beso.
Esto solo ya me paga.— Envié al tutor[46].
¿Ha vuelto ya? — Amor, me siento de plomo.—
¡Vino y comida! Bien sabe la fortuna
que más la desprecio cuando más injuria!
Salen.
Entran CÉSAR, AGRIPA, DOLABELA, [TIDIAS] y otros.
CÉSAR
Que pase el enviado de Antonio.
¿Le conoces?
DOLABELA
César, es su preceptor: señal
de que está desplumado, pues envía
a esta mísera pluma de su ala,
cuando no hace tantas lunas le sobraban reyes
para hacer de mensajeros.
Entra el EMISARIO de Antonio.
CÉSAR
Acércate y habla.
EMISARIO
Vengo como humilde servidor de Antonio.
He contado tan poco en sus empresas
como el rocío matinal que cubre el mirto
al lado de su océano.
CÉSAR
Muy bien. Di tu mensaje.
EMISARIO
Señor de su destino te saluda
y te pide que le dejes en Egipto;
si no, rebaja el ruego y se conforma
con vivir entre la tierra y el cielo
cual ciudadano de Atenas. Esto en cuanto a él.
Respecto a Cleopatra, admite tu grandeza,
se pliega a tu poder y solicita
la corona de los Tolomeos para sus hijos,
que ahora pende de tu gracia.
CÉSAR
A los ruegos de Antonio no hago oídos.
A la reina daré audiencia y lo que pida
si de Egipto expulsa a su amigo deshonrado
o le quita allí la vida. Si esto cumple,
no rogará en vano. Llévales esta respuesta.
EMISARIO
¡La fortuna te acompañe!
CÉSAR
Escoltadlo entre las tropas.
[Sale el EMISARIO.]
Es hora de que pruebes tu elocuencia. ¡En marcha!
A Cleopatra apártala de Antonio; prométele
en mi nombre lo que pida; añádele
cuantas ofertas se te ocurran. Las mujeres
no son fuertes ni en la dicha: la necesidad
hace perjura a una vestal. Emplea tu maña,
Tidias. Decreta el pago de tu esfuerzo,
que yo aceptaré como una ley.
TIDIAS
César, ya parto.
CÉSAR
Observa cómo Antonio soporta su infortunio
y juzga si su ánimo se muestra
en todas sus acciones.
TIDIAS
Así lo haré, César.
Salen.
Entran CLEOPATRA, ENOBARBO, CARMIA y EIRA.
CLEOPATRA
¿Qué vamos a hacer, Enobarbo?
ENOBARBO
Morir de tristeza.
CLEOPATRA
¿Quién tiene la culpa, Antonio o yo?
ENOBARBO
Sólo Antonio, por hacer de su deseo
el rey de su razón. ¿Qué importaba que tú huyeses
del rostro de la guerra, si cada bando
se asustaba uno del otro? ¿Por qué te siguió?
El picor de su deseo no debiera
haber truncado su poder en ese trance
en que el mundo en dos mitades se enfrentaba,
y la sola causa, él. Fue vergüenza no peor
que la derrota correr tras tu enseña fugitiva
para asombro de su armada.
CLEOPATRA
Calla, te lo ruego.
Entra el EMISARIO con ANTONIO.
ANTONIO
¿Ésa es su respuesta?
EMISARIO
Sí, mi señor.
ANTONIO
Que dará buen trato a la reina
si ella me entrega.
EMISARIO
Eso dice.
ANTONIO
Que ella se entere: envíale
esta cabeza canosa al niño César;
él colmará tus deseos con principados.
CLEOPATRA
¿Esa cabeza, mi señor?
ANTONIO [al EMISARIO]
Vuelve a verle. Dile que lleva en él la rosa
de la juventud, por la que el mundo espera de él
algo especial. Su oro, sus naves, sus legiones
podrían ser de un cobarde; los suyos
vencerían al servicio de un muchacho
igual que bajo el mando de César. Que por eso
le reto a que prescinda de sus regios adornos
y se enfrente a este postrado, con la espada,
los dos solos. Voy a escribirlo. Ven conmigo.
[Salen ANTONIO y el EMISARIO.]
ENOBARBO [aparte]
¡Sí, seguro que el César triunfador
destrona su ventura y se presta a ese teatro
contra un espadachín! El juicio de los hombres
varía con su fortuna, y lo externo
arrastra tras de sí a la índole interna
hasta la ruina. Él, que conoce altibajos,
¡soñar que César, ahora lleno, va
a atender su vaciedad! César,
le has derrotado hasta el juicio.
Entra un CRIADO.
CRIADO
Un mensajero de César.
CLEOPATRA
¡Cómo! ¿Sin más ceremonia? — Ya veis, mujeres:
ante la rosa mustia se tapa la nariz
quien floreciendo la adoraba.— Que pase.
[Sale el CRIADO.]
ENOBARBO [aparte]
Mi honor y yo entramos en disputa.
La lealtad a los necios se convierte
en pura necedad, mas quien porfía
en seguir fielmente a su señor caído
derrota lo que derrotó a su amo
y tiene un puesto en la crónica.
Entra TIDIAS.
CLEOPATRA
¿Qué desea César?
TIDIAS
Óyelo a solas.
CLEOPATRA
Son todos amigos. Habla sin miedo.
TIDIAS
Tal vez sean amigos de Antonio.
ENOBARBO
Él necesita cuantos tiene César
o no nos necesita. Si quiere César, él
será al instante amigo suyo. Y nosotros
somos de quien sea él, es decir, de César.
TIDIAS
Muy bien. Entonces, a la muy insigne:
César te ruega que no pienses en tu caso,
ya que él es César.
CLEOPATRA
Muy regio. Prosigue.
TIDIAS
Él sabe que no te uniste a Antonio
por amor, sino por miedo.
CLEOPATRA
¡Oh!
TIDIAS
Por tanto, esas cicatrices en tu honra
él las compadece como estigmas forzados,
nunca merecidos.
CLEOPATRA
Es un dios y sabe lo que es cierto.
Mi honra no la di; fue del todo conquistada.
ENOBARBO [aparte]
Para estar seguro, preguntaré a Antonio.
Señor, estás haciendo agua, tanto
que dejaremos que te hundas, pues
tus más amados te abandonan.
Sale.
TIDIAS
¿Quieres que diga a César tus deseos?
Pues él en buena parte desea que le pidan.
Complacido quedaría si de su suerte
te hicieras un bastón en que apoyarte.
Y le caldearía el ánimo saber
que has dejado a Antonio y que te pones
a su amparo de señor universal.
CLEOPATRA
¿Cómo te llamas?
TIDIAS
Me llamo Tidias.
CLEOPATRA
Gentilísimo emisario, transmítele
al gran César que beso su mano victoriosa,
que estoy presta a rendir a sus plantas
mi corona, y allí ante él postrarme.
Dile que de su voz omnipotente
oiré la suerte de esta reina.
TIDIAS
Tu más noble proceder.
Enfrentadas la prudencia y la fortuna,
si la primera se atreve a decidir,
no hay azar que la perturbe. Permíteme
que te ofrezca mis respetos en tu mano.
CLEOPATRA
El padre de tu César[47],
cuando soñaba con tomar imperios,
solía poner sus labios en ese indigno sitio
en un llover de besos.
Entran ANTONIO y ENOBARBO.
ANTONIO
¿Conque favores? Por Júpiter tonante,
¿tú quién eres?
TIDIAS
Uno que sólo cumple órdenes
del hombre más perfecto y el más digno
de ser obedecido.
ENOBARBO [aparte]
Te van a azotar.
ANTONIO
¡Que venga alguien! — ¡Ah, sanguijuela! — ¡Dioses, diablos!
Mi autoridad se hunde. Hace poco los llamaba
y, como críos en rebatiña, los reyes acudían
diciendo: «¿Qué deseas?» — ¿No me oís? —
Aún soy Antonio.
Entran criados.
Llevaos a este ruin y azotadle.
ENOBARBO [aparte]
Más vale jugar con un leoncillo
que con león viejo y moribundo.
ANTONIO
¡Luna y estrellas! ¡Azotadle!
Fueran veinte de los más grandes tributarios
de César, si los viera insolentarse
con la mano de ésta… ¿Cómo se llama
desde que fue Cleopatra? Azotadle
hasta que retuerza esa cara como un niño
y pida a gritos compasión. ¡Lleváoslo!
TIDIAS
Marco Antonio…
ANTONIO
¡Lleváoslo a rastras! Una vez azotado,
traedlo. Este esclavo de César
le llevará un mensaje de mi parte.
Salen [criados] con TIDIAS.
Tú estabas casi mustia antes de conocerte. ¿Eh?
¿Dejé la almohada sin hundir en Roma,
me abstuve de engendrar descendencia legítima
con una joya de mujer para que me engañe
una que complace a los parásitos?
CLEOPATRA
Mi señor…
ANTONIO
Siempre fuiste veleidosa,
mas, cuando nos embrutecemos en el vicio
—¡ah, desgracia!—, los sabios dioses nos ciegan,
nos sumen en nuestra inmundicia el claro juicio,
nos hacen adorar nuestros errores y se ríen
de ver que vamos a la ruina pavoneándonos.
CLEOPATRA
Pero, ¿es posible?
ANTONIO
Te encontré como un resto ya pasado
en el plato de Julio César; fuiste las sobras
de Gneo Pompeyo; más cuantas horas ardientes
escogiera tu lascivia y al rumor
del pueblo no le constan. Pues, sin duda,
aunque adivinas lo que sea la continencia,
tú no la conoces.
CLEOPATRA
¿A qué viene esto?
ANTONIO
¡Permitir que un tipo que recibe dádivas
y dice «Dios te lo premie» se tome
confianzas con mi amiga, tu mano, sello regio
y prenda de nobles corazones! ¡Así estuviera
yo en el monte de Basán para rugir
más que los cornúpetas![48] Salvaje motivo tengo,
y expresarlo gentilmente sería
como tener la soga al cuello y dar las gracias
al verdugo por ir rápido.
Entra un CRIADO con TIDIAS.
¿Le han azotado?
CRIADO
Sí, mi señor, y bien.
ANTONIO
¿Gritó, pidió perdón?
CRIADO
Rogó piedad.
ANTONIO
Si tu padre vive aún, que se apene
de que no hayas sido hija, y tú deplora
haber seguido a César en su triunfo,
pues te azotan por seguirle. Desde hoy
la mano blanca de una dama te dé fiebre;
tiembla con mirarla. Vuelve con César,
cuéntale el recibimiento y dile claro
que me irrita su conducta, pues parece
soberbio y desdeñoso, repitiendo lo que soy,
no lo que él sabe que fui. Me enfurece,
lo que ahora es más fácil de lograr,
cuando la buena estrella que antes me guiaba
se ha salido de su esfera[49] y lanza el fuego
a los abismos infernales. Si le disgustan
mis palabras y mi acción, dile que tiene
a Hiparco, mi liberto, a quien puede
azotar, ahorcar o torturar a su gusto
para desquitarse. Pondéraselo.
¡Fuera! ¡Largo con tus cicatrices!
Sale TIDIAS.
CLEOPATRA
¿Has terminado?
ANTONIO
Ah, nuestra luna terrena está eclipsada
y sólo anuncia la caída de Antonio.
CLEOPATRA
Tendré que esperar.
ANTONIO
Por adular a César,
¿te cruzas la mirada con uno
que le abrocha los botones?
CLEOPATRA
¿No me conoces aún?
ANTONIO
¿Así de fría conmigo?
CLEOPATRA
Mi amor, si así fuera,
¡que el cielo engendre granizo en mi alma
y en ella lo envenene! ¡Que la primera piedra
caiga sobre mí y derrita mi vida al derretirse!
¡Que la segunda derribe a Cesarión[50],
y así hasta que todos los recuerdos
de mi vientre y todos mis grandes egipcios,
al deshacerse esta granizada,
queden insepultos para que los entierren
las moscas y mosquitos del Nilo!
ANTONIO
Me convences. César ha acampado
en Alejandría, donde pienso enfrentarme
a su destino. Nuestras fuerzas de tierra
se mantienen noblemente, nuestra armada
dispersa se ha agrupado y flota amenazante.
¿Dónde estabas, amor? ¿Me oyes, mujer?
Si vuelvo de la lucha una vez más
a besarte los labios, vendré lleno de sangre.
Mi espada y yo pasaremos a las crónicas.
Aun hay esperanza.
CLEOPATRA
¡Bien por mi señor!
ANTONIO
Lucharé con triple nervio, ánimo y tesón,
como una furia. En mis días deleitosos
y felices liberaba a los hombres
por nada, pero ahora voy a plantarme
y a quien me pare he de mandarlo a las tinieblas.
¡Venga otra noche rumbosa! Llamad
a mis tristes capitanes. Llenemos las copas.
Burlemos la señal de medianoche.
CLEOPATRA
Hoy cumplo años. Pensaba celebrarlo
pobremente, mas, ya que mi señor
vuelve a ser Antonio, yo seré Cleopatra.
ANTONIO
Todo irá bien.
CLEOPATRA
¡Llamad a los nobles capitanes!
ANTONIO
Sí, yo hablaré con ellos. Esta noche
les voy a sacar el vino por las cicatrices.
Ven, reina mía, aún queda savia.
En mi próxima lucha la muerte habrá de amarme,
pues emularé a su guadaña de la peste.
Salen [todos menos ENOBARBO].
ENOBARBO
Quiere cegar al relámpago. Estar furioso
es perder el miedo, y en ese estado
la paloma ataca al gavilán. Siempre
que a mi capitán le mengua el seso,
le crece el ánimo. Si el valor come del juicio,
devora la espada con que lucha.
Buscaré la manera de dejarle.
Sale.