Entran POMPEYO, MENÉCRATES y MENAS, con atuendo de guerra.
POMPEYO
Si los grandes dioses son justos, protegerán
las acciones de los justos.
MENÉCRATES
Ten por seguro, Pompeyo,
que no niegan lo que aplazan.
POMPEYO
Mientras les imploramos ante el trono,
lo que pedimos se extingue.
MENÉCRATES
Sin saber lo que queremos, a veces
suplicamos nuestro mal, que los dioses
nos niegan por nuestro bien; ganamos
lo que rogando perdemos.
POMPEYO
Triunfaré. El pueblo me quiere, el mar es mío;
mi poder es creciente y mi esperanza
le augura plenitud. Marco Antonio,
con sus banquetes egipcios, no saldrá
a la guerra; César saca dinero
y pierde apoyos; Lépido adula a ambos,
ambos le adulan, mas no quiere a ninguno,
y ninguno le aprecia.
MENAS
César y Lépido salieron a campaña,
y con un ejército potente.
POMPEYO
¿Quién te lo ha dicho? Es falso.
MENAS
Silvio, señor.
POMPEYO
Ése sueña. Sé que están los dos en Roma
confiando en Antonio. Ardiente Cleopatra,
¡la magia del amor avive tus pálidos labios!
Que hechizos y belleza, y con ellos el placer,
apresen al vicioso en guerras de banquetes,
nublándole el cerebro; cocineros epicúreos[17]
abran su apetito con salsas golosas,
para que el sueño y la comida le adormezcan
el honor hasta el olvido del Leteo…[18]
Entra VARIO.
¿Qué hay, Vario?
VARIO
El mensaje que traigo es verdadero:
a Marco Antonio se le espera en Roma
a cada instante. Desde que salió de Egipto
ha tenido tiempo para un viaje más largo.
POMPEYO
A un asunto menos grave prestaría
mejor oído. Menas, nunca imaginé
que este amante insaciable se pondría el yelmo
por tan mísera guerra. Como soldado
vale el doble que los otros dos. Así que
valorémonos en más, ya que nuestra acción
arranca del regazo de la viuda egipcia[19]
a un Antonio nunca harto de placeres.
MENAS
No creo que Antonio y César se den la bienvenida.
Su difunta mujer agravió a César,
su hermano le combatió, aunque dudo
que Antonio los incitara.
POMPEYO
No sé, Menas, si una enemistad menor
cedería a una mayor. Si no fuera
porque vamos contra todos, seguro
que lucharían entre sí, pues motivos
no les faltan para empuñar la espada.
Mas no sabemos hasta dónde el temor
que infundimos unirá sus diferencias,
salvando las pugnas leves. ¡Que sea
como dispongan los dioses! Nuestra suerte
van a decidirla nuestros brazos fuertes!
Vamos, Menas.
Salen.
Entran ENOBARBO y LÉPIDO.
LÉPIDO
Buen Enobarbo, será una noble acción,
y habrá de honrarte, pedirle a tu capitán
que dialogue afablemente.
ENOBARBO
Le pediré que responda
como le es propio. Si César se enoja,
que Antonio se eleve sobre César
y grite con la voz de Marte. Por Júpiter,
que si yo llevase la barba de Antonio,
hoy no me afeitaría[20].
LÉPIDO
No es momento para rencores personales.
ENOBARBO
Cualquier momento es bueno
para lo que surja en él.
LÉPIDO
Mas lo pequeño debe ceder a lo grande.
ENOBARBO
No si lo pequeño está antes.
LÉPIDO
Estás excitado; no avives rescoldos.
El noble Antonio se acerca.
Entran ANTONIO y VENTIDIO.
ENOBARBO
Y por ahí César.
Entran CÉSAR, MECENAS y AGRIPA.
ANTONIO
Si hay avenencia, a Partia.
Escucha, Ventidio.
CÉSAR
No sé, Mecenas. Pregunta a Agripa.
LÉPIDO
Mis nobles amigos,
lo que nos unió fue grande; que no
nos divida una minucia. Lo que esté mal,
que se oiga cortésmente. Gritarnos
por leves diferencias es como matar
curando heridas. Así que, nobles compañeros,
tanto más por ser yo quien os lo implora,
tocad del modo más gentil lo más sensible
y no irritéis la llaga.
ANTONIO
Bien dicho. Si estuviéramos
al frente de las tropas y a punto de luchar,
así lo haría.
Clarines.
CÉSAR
Bienvenido a Roma.
ANTONIO
Gracias.
CÉSAR
Siéntate.
ANTONIO
Tú primero.
CÉSAR
Muy bien.
ANTONIO
Me dicen que tomas a mal lo que no es malo
o, si lo es, no te incumbe.
CÉSAR
Merecería la burla si por nada
o por muy poco me diese por ofendido,
y menos aún por ti; y más la merecería
si te nombrase con desdén porque nombrarte
no fuese de mi incumbencia.
ANTONIO
César, el estar yo en Egipto,
¿a ti qué te importaba?
CÉSAR
No más que el vivir yo en Roma
te importaría a ti en Egipto. Sin embargo,
si intrigabas contra mí, el estar tú en Egipto
sí era de mi incumbencia.
ANTONIO
¿Qué dices de intrigar?
CÉSAR
Podrás captar mi intención si piensas
en lo que me ocurrió aquí. Tu mujer y tu hermano
me hicieron la guerra[21]. Tal agresión
te involucraba: tú fuiste el grito de guerra.
ANTONIO
Confundes el asunto. Mi hermano nunca
me usó como pretexto. Hice indagaciones;
tengo información verídica de algunos
que pelearon contigo. ¿Acaso, con la mía,
él no desprestigió tu autoridad,
y su guerra no se opuso a mis deseos,
compartiendo yo tu causa? En mis cartas
ya te convencí. Si tejes una disputa,
por mucho material de que dispongas,
éste no te sirve.
CÉSAR
Te ensalzas imputándome un error de juicio,
pero tú sí tejiste tus excusas.
ANTONIO
Nada de eso. Yo sabía
que por fuerza —estaba convencido—
te vendría al pensamiento la idea de que yo,
tu aliado en una causa que él combatía,
no verías con buenos ojos una guerra
contraria a mi propia paz. Respecto a mi mujer,
ojalá encuentres tú su brío en otra.
Un tercio del mundo es tuyo, y lo puedes llevar
con poco freno, mas no a una mujer así.
ENOBARBO
¡Ojalá fueran así nuestras esposas, para llevarnos mujeres a la guerra!
ANTONIO
Era indomable, César; sus tumultos,
nacidos de la impaciencia —y no carentes
de afán calculador—, admito con pena
que te causaron trastornos. Esto
no digas que pude remediarlo.
CÉSAR
Te escribí. De juerga en Alejandría
te guardaste mi carta y con escarnio
echaste al mensajero sin audiencia.
ANTONIO
Irrumpió allí sin permiso. Yo salía
de un festín con tres reyes y no era el mismo
que por la mañana. Al día siguiente
se lo dije, que es como si le hubiera
pedido perdón. No dejemos que ese tipo
entre en nuestro pleito. Si hay discusión,
bórralo de ella.
CÉSAR
Faltaste a tu juramento,
de lo cual no podrás nunca acusarme.
LÉPIDO
Calma, César.
ANTONIO
No, Lépido; déjale hablar.
El honor es sagrado y, por lo visto,
yo he faltado a él.— Sigue, César:
«Falté a mi juramento…»
CÉSAR
… de prestarme ayuda y armas cuando yo
te las pidiera, y tú me las negaste.
ANTONIO
Te descuidaste, dirás. Y fue
cuando horas enviciadas me robaron
el sentido. En la medida en que pueda
he de confesar mi culpa, mas mi honradez
no ha de humillar mi dominio, ni mi poder
obrar sin ella. Lo que ocurrió es que Fulvia
hizo esta guerra para sacarme de Egipto,
por lo cual yo, causa ignorante, pido
perdón hasta donde mi honor permita
rebajarme en este caso.
LÉPIDO
Nobles palabras.
MECENAS
Tened a bien no enconar esas quejas
que os dividen. Olvidarlas sería
recordar que la urgencia del momento
aconseja la concordia.
LÉPIDO
Honrosas palabras, Mecenas.
ENOBARBO
O, si ahora os prestáis vuestra amistad, os la devolvéis cuando ya no oigáis hablar de Pompeyo. Ya habrá tiempo de disputas cuando no tengáis qué hacer.
ANTONIO
Tú eres sólo un soldado. Ya basta.
ENOBARBO
Casi olvidaba que la verdad debe callar.
ANTONIO
Ofendes a los presentes, conque no sigas.
ENOBARBO
Muy bien. Servidor piedra pensante.
CÉSAR
Yo no desapruebo lo que dice, sólo
su modo de hablar; pues no podremos
mantener la amistad si nuestros actos
nos muestran tan dispares. Mas si supiera
de algún aro que nos tuviese unidos,
lo buscaría por todo el mundo.
AGRIPA
Permíteme, César.
CÉSAR
Habla, Agripa.
AGRIPA
Tienes una hermana por parte de tu madre,
la admirable Octavia. El gran Marco Antonio
es ahora viudo.
CÉSAR
Ya basta, Agripa.
Si te oyera Cleopatra, merecerías
que te afease tu inconsciencia.
ANTONIO
No estoy casado, César. Permite
que Agripa siga hablando.
AGRIPA
Para que os una la amistad perpetua,
para que os hermanéis y ligue vuestras almas
un nudo indisoluble, que Antonio tome a Octavia
por esposa: su belleza exige un marido
no peor que el mejor hombre del mundo;
su virtud y sus gracias se revelan
como en ninguna otra mujer. Con esta boda
los recelos que parecen hoy tan grandes
y el gran temor que entraña hoy peligro
se disiparán. Las verdades serán cuentos,
mientras que hoy son verdad los semicuentos.
Su amor a ambos ha de uniros y atraer
hacia vosotros el de todos. Perdonadme
por esta reflexión, y no ocurrencia,
que ha rumiado mi lealtad.
ANTONIO
¿Qué dice César?
CÉSAR
Nada, hasta que oiga cómo Antonio
responde a la propuesta.
ANTONIO
Si yo dijese «Sí, Agripa»,
¿qué poder tendría Agripa para obrar?
CÉSAR
El de César y su poder sobre Octavia.
ANTONIO
¡Jamás sueñe yo con ningún impedimento
a un propósito tan noble y tan prometedor!
Que tu mano apoye este acto de gracia
y a nuestro afecto y nuestros grandes designios
los guíe desde ahora un corazón fraterno.
CÉSAR
Ten mi mano.
Te doy una hermana a la que nunca
hermano quiso tanto. ¡Que viva para unir
nuestros reinos y nuestros corazones,
y que nunca nos deserte nuestro afecto!
LÉPIDO
¡Así sea, y con dicha!
ANTONIO
No pensé que lucharía contra Pompeyo,
pues últimamente me dispensa
una extrema cortesía. Le daré las gracias,
no sea que me acusen de olvidarlo;
acto seguido, le reto.
LÉPIDO
El tiempo apremia.
O vamos por Pompeyo sin demora
o él vendrá por nosotros.
ANTONIO
¿Dónde está?
CÉSAR
Por el Monte Miseno.
ANTONIO
¿Qué fuerzas tiene por tierra?
CÉSAR
Grandes y crecientes; por mar
es el amo absoluto.
ANTONIO
Según es fama. ¡Ojalá
hubiéramos hablado![22] Démonos prisa.
Pero antes de empuñar armas, concluyamos
el asunto convenido.
CÉSAR
Con sumo placer,
y te invito a que veas a mi hermana;
te llevo a ella de inmediato.
ANTONIO
Lépido, no falte tu compañía.
LÉPIDO
Noble Antonio, no me retendrá ni estar enfermo.
Clarines. Salen todos menos ENOBARBO, AGRIPA y MECENAS.
MECENAS
Bien venido de Egipto.
ENOBARBO
¡Noble Mecenas, uña y carne de César! ¡Agripa, mi honorable amigo!
AGRIPA
¡Mi buen Enobarbo!
MECENAS
Podemos alegrarnos de que todo haya ido tan bien. Cumpliste bien en Egipto.
ENOBARBO
Sí: durmiendo alterábamos el día y bebiendo alumbrábamos la noche.
MECENAS
Para el desayuno, ocho jabalíes asados y sólo doce personas. ¿Es verdad?
ENOBARBO
Eso fue como una mosca junto a un águila. Tuvimos festines mucho más pasmosos, muy dignos de mención.
MECENAS
Si lo que dicen es cierto, Cleopatra será grandiosa.
ENOBARBO
Todo fue conocer a Marco Antonio y robarle el corazón en el río Cidno[23].
AGRIPA
Allí se mostró a lo grande, salvo que mi informante lo soñara.
ENOBARBO
Yo te lo cuento.
El bajel que la traía, cual trono relumbrante,
ardía sobre el agua: la popa, oro batido;
las velas, púrpura, tan perfumadas que el viento
se enamoraba de ellas; los remos, de plata,
golpeando al ritmo de las flautas, hacían
que las olas los siguieran más veloces,
prendadas de sus caricias. Respecto a ella,
toda descripción es pobre: tendida
en su pabellón, cendal recamado en oro,
superaba a una Venus pintada aún más bella
que la diosa. A los lados, cual Cupidos sonrientes
con hoyuelos, preciosos niños hacían aire
con abanicos de colores, y su brisa
parecía encender ese rostro delicado,
haciendo lo que deshacían.
AGRIPA
¡Ah, qué esplendor para Antonio!
ENOBARBO
Sus damas, a modo de nereidas,
de innúmeras sirenas, la servían haciendo
de sus gestos bellas galas. La del timón
parece una sirena. El velamen de seda
se hincha al sentir las manos, suaves como flores,
que gráciles laboran. De la nave,
invisible, un perfume inusitado
embriaga las orillas. La ciudad
se despuebla para verla, y Antonio,
entronizado, se queda solo en la plaza
silbando al aire, que, por no dejar un hueco,
también habría volado a admirar a Cleopatra,
creando un vacío en la naturaleza.
AGRIPA
¡Asombrosa egipcia!
ENOBARBO
Cuando desembarca, la invita a cenar
un enviado de Antonio. Ella contesta
que prefiere —lo suplica— que sea él
su convidado. El galante Antonio,
a quien nunca oyó mujer decir que no,
va al festín rasurado y recompuesto
y su corazón paga la cuenta
de lo que comen sus ojos.
AGRIPA
¡Regia moza! Por ella
el gran César llevó al lecho su espada;
él la surcó y ella dio fruto.
ENOBARBO
La vi una vez andar a saltos por la calle;
perdió el aliento, pero hablaba y jadeaba
de suerte que al defecto daba perfección
y, sin aliento, alentaba poderío.
MECENAS
Y ahora Antonio ha de dejarla totalmente.
ENOBARBO
¡Jamás! Nunca lo hará.
La edad no la marchita, ni la costumbre
agota su infinita variedad. Otras son
empalagosas, pero ella, cuando más sacia,
da más hambre. A lo más vil le presta
tal encanto que hasta los sacerdotes,
cuando está ardiente, la bendicen.
MECENAS
Si belleza, prudencia y recato
pueden moderarle el brío a Antonio,
Octavia es un don bendito.
AGRIPA
¡Vamos! — Buen Enobarbo,
mientras estés aquí serás mi huésped.
ENOBARBO
Con humildad lo agradezco.
Salen.
Entran ANTONIO, CÉSAR y, entre ellos, OCTAVIA.
ANTONIO
El mundo y mis altos cometidos
me alejarán a veces de tu pecho.
OCTAVIA
Cuando suceda, elevaré mis plegarias
a los dioses para que te protejan.
ANTONIO
Buenas noches, César.— Octavia, no leas
mis faltas en los dichos de las gentes.
No me he atenido a la regla, mas desde hoy
por ella he de guiarme. Buenas noches, mi señora.
[OCTAVIA]
Buenas noches.
CÉSAR
Buenas noches.
Salen [CÉSAR y OCTAVIA].
Entra el ADIVINO.
ANTONIO
A ver, tú. ¿Querrías estar en Egipto?
ADIVINO
¡Ojalá no hubiera venido, ni tú
hubieras ido allí!
ANTONIO
¿Por qué, si lo sabes?
ADIVINO
Está en mis adentros, no en mi lengua;
mas tú vuelve a Egipto a toda prisa.
ANTONIO
Dime, ¿quién verá más alta su fortuna?
¿César o yo?
ADIVINO
César. Así que, Antonio, no sigas a su lado.
El espíritu guardián que te protege
es noble, arrojado, inalcanzable
si el de César está lejos. Si está cerca,
el tuyo se asusta y anonada,
así que pon mucha distancia de por medio.
ANTONIO
No hables más de esto.
ADIVINO
Sólo a ti; a nadie más que a ti.
Si juegas con él a cualquier juego,
tú pierdes. Por su natural fortuna,
te gana por mal que esté. Cuando brilla a tu lado,
te desluce. Te lo repito: si él está cerca,
tu espíritu teme gobernarte;
si está lejos, es noble.
ANTONIO
Márchate.
Di a Ventidio que quiero hablar con él.
Sale [el ADIVINO].
Irá a Partia.— Sea arte o azar,
está en lo cierto. Hasta los dados le obedecen,
y en el juego mi destreza sucumbe
a su fortuna. Si echamos suertes, triunfa;
sus gallos siempre ganan a los míos
contra toda predicción y, en desventaja,
sus codornices vencen a las mías[24].
Volveré a Egipto: aunque esta boda me dé paz,
mi placer está en Oriente.
Entra VENTIDIO.
¡Ah, Ventidio, ven!
Irás a Partia. Tu nombramiento está listo.
Ven a recogerlo.
Salen.
Entran LÉPIDO, MECENAS y AGRIPA.
LÉPIDO
No os preocupéis ya más y corred
tras vuestros generales.
AGRIPA
Señor, así que Marco Antonio bese a Octavia,
le seguiremos.
LÉPIDO
Hasta que os vea en traje militar,
que a los dos sienta tan bien, adiós.
MECENAS
Tal como preveo el viaje, Lépido,
llegaremos al Monte Miseno antes que tú.
LÉPIDO
Vuestra ruta es más corta. Mis planes
me obligan a dar rodeos. Llegaréis
dos días antes.
MECENAS y AGRIPA
Señor, mucha suerte.
LÉPIDO
Adiós.
Salen.
Entran CLEOPATRA, CARMIA, EIRA y ALEXAS.
CLEOPATRA
Tocad música —música, melancólico
sustento de los que de amor tratamos.
TODOS
¡Aquí música!
Entra MARDIÓN el eunuco.
CLEOPATRA
Déjalo, vamos al billar[25]. Ven, Carmia.
CARMIA
Me duele el brazo. Mejor juega con Mardión.
CLEOPATRA
Jugar una mujer con un eunuco es como
jugar con otra.— Ven, ¿quieres jugar conmigo?
MARDIÓN
Señora, haré lo que pueda.
CLEOPATRA
Si hay buena voluntad, el actor
puede excusar sus carencias. No tengo gana.
¡Mi caña de pescar! Vamos al río. Allí,
con música a lo lejos, engañaré a peces
de aletas cobrizas. Mi anzuelo enganchará
sus fauces viscosas y, al sacarlos,
pensaré que cada uno es un Antonio
y diré: «¡Ajá, te he pescado!»
CARMIA
Fue graciosa aquella apuesta de pescar,
cuando tu buceador le colgó aquel pez seco
y él lo sacó entusiasmado.
CLEOPATRA
¿Aquella vez? ¡Qué tiempos!
Mi risa lo descompuso y esa noche
mi risa lo recompuso y, al día siguiente,
antes de las nueve, lo emborraché y acosté
y le puse mis tocados y mis mantos
mientras yo ceñía su espada de Filipos.
Entra un MENSAJERO.
¡Ah, de Italia!
¡Mete la fértil noticia en mi oído,
estéril por tanto tiempo!
MENSAJERO
Señora, señora…
CLEOPATRA
¡Antonio ha muerto! No digas eso, infame,
o matarás a tu ama. Mas di que está
bien y libre, y aquí tienes oro y aquí,
para besar, mis venas más azules, una mano
que, temblando, han besado reyes.
MENSAJERO
Ante todo, señora, está bien.
CLEOPATRA
Pues toma más oro. Pero, oye:
también se dice que los muertos están bien.
Si es eso, el oro que te doy lo fundiré
y lo echaré por tu maléfica garganta.
MENSAJERO
Señora, escúchame.
CLEOPATRA
Bueno, adelante.
Aunque si Antonio está libre y sano,
tú no pones buena cara. ¡Tan agria
para anunciar buenas nuevas! Si no está bien,
debías venir como Furia de sierpes coronada,
no con figura común.
MENSAJERO
¿Tendrás a bien oírme?
CLEOPATRA
Estoy por pegarte antes de oírte.
Aunque si dices que Antonio vive, está bien,
es amigo de César, no su prisionero,
te pondré bajo lluvia de oro y haré
que sobre ti granicen ricas perlas.
MENSAJERO
Señora, está bien.
CLEOPATRA
¡Bien dicho!
MENSAJERO
Y es amigo de César.
CLEOPATRA
¡Eres un hombre de bien!
MENSAJERO
César y él son más amigos que nunca…
CLEOPATRA
¡Haz tu fortuna conmigo!
MENSAJERO
… aunque, señora…
CLEOPATRA
No me gusta el «aunque». Rebaja
lo bueno anterior. ¡Maldito «aunque»!
«Aunque» es un carcelero que libera
a un inmenso malhechor. Anda, amigo,
vierte tus mercancías en mi oído,
las buenas con las malas. Es amigo de César,
dices que está sano y libre.
MENSAJERO
¿Libre, señora? Eso no lo he dicho.
Está ligado a Octavia.
CLEOPATRA
¿Por qué favor?
MENSAJERO
Por el mejor de la cama.
CLEOPATRA
Carmia, palidezco.
MENSAJERO
Señora, se ha casado con Octavia.
CLEOPATRA
¡Así te lleve la peste más infecta!
Le derriba a golpes.
MENSAJERO
¡Cálmate, señora!
CLEOPATRA
¿Cómo dices?
Le pega.
¡Fuera, vil infame, o te saco los ojos
y les doy de puntapiés, te arranco el pelo!
Le arrastra por el suelo.
¡Haré que te azoten con alambres y te cuezan
en salmuera a fuego lento!
MENSAJERO
Regia dama, yo no hice la boda,
yo traigo la noticia.
CLEOPATRA
Di que es falsa; te daré una provincia
y una espléndida fortuna. Mis golpes
serán tu castigo por exasperarme.
Y, además, te daré cualquier regalo
que tu humildad solicite.
MENSAJERO
Se ha casado, señora.
CLEOPATRA
¡Granuja, has vivido demasiado!
Saca un puñal.
MENSAJERO
Entonces huiré. Señora,
¿qué pretendes? Yo no tengo la culpa.
Sale.
CARMIA
Señora, domínate.
Ese hombre es inocente.
CLEOPATRA
Los inocentes no escapan al rayo.
¡Disuélvase Egipto en el Nilo y vuélvanse
víboras los seres de bondad! ¡Llamad al infame!
Aunque esté rabiosa, no le morderé. ¡Vamos!
CARMIA
Le da miedo volver.
CLEOPATRA
No le haré daño.
Estas manos pierden su nobleza
pegando a un inferior, pues el motivo
me lo he dado yo misma.
Vuelve a entrar el MENSAJERO.
Ven, acércate. Será honrado, mas no es bueno,
traer malas noticias. Tú dale mil lenguas
a un mensaje grato, pero al que es ingrato
déjalo hablar solo cuando hiere.
MENSAJERO
Yo he cumplido mi deber.
CLEOPATRA
¿Se ha casado? Si me repites que sí,
ya no podré odiarte más.
MENSAJERO
Señora, se ha casado.
CLEOPATRA
¡Los dioses te maldigan! ¿Sigues en ello?
MENSAJERO
¿Quieres que mienta?
CLEOPATRA
¡Ojalá, aunque Egipto se inunde
y se vuelva un cenagal de serpientes!
¡Vamos, fuera! Aun con rostro de Narciso
me parecerías horrendo. ¿Se ha casado?
MENSAJERO
Perdóname, Majestad.
CLEOPATRA
¿Se ha casado?
MENSAJERO
No te ofenda que no quiera ofenderte.
Castigarme por algo a que me obligas
parece muy injusto. Se ha casado con Octavia.
CLEOPATRA
¡Ah, pensar que su falta te vuelve un ruin
sin tener la culpa del mensaje! ¡Vete!
Las mercancías que traes de Roma
no puedo pagarlas. ¡Que se queden
en tu mano y sean tu perdición!
[Sale el MENSAJERO.]
CARMIA
Majestad, calma.
CLEOPATRA
Alabando a Antonio, condenaba a César.
CARMIA
Señora, muchas veces.
CLEOPATRA
Bien lo he pagado. Sacadme de aquí;
me desmayo. ¡Eira, Carmia! No importa.
Buen Alexas, busca a ése; que te hable
de la presencia de Octavia, de su edad,
su carácter. Y que no olvide el color
de su pelo. ¡Infórmame rápido!
[Sale ALEXAS.]
¡Quédese para siempre! ¡Que no se quede, Carmia!
Si por un lado lo pintan de Gorgona,
por otro es Marte[26].— ¡Que Alexas
me diga cómo es de alta! — Tenme lástima,
Carmia, mas no me hables. Llévame a mi cuarto.
Salen.
Clarines. Entran POMPEYO y MENAS por una puerta, con tambores y trompetas; por otra, CÉSAR, LÉPIDO, ENOBARBO, MECENAS, AGRIPA y soldados marchando.
POMPEYO
Tengo vuestros rehenes; vosotros, los míos.
Parlamentemos antes de luchar.
CÉSAR
Empezar dialogando es conveniente, y por eso
te enviamos las propuestas por escrito.
Si las has considerado, dinos si harán
que envaines la espada enemiga y devuelvas
a Sicilia a tantos jóvenes briosos
que, si no, perecerían.
POMPEYO
Oíd vosotros tres,
regidores únicos del mundo
y delegados de los dioses: no sé
por qué a mi padre han de faltarle vengadores,
teniendo un hijo y amigos, cuando Julio César,
que se apareció en Filipos al buen Bruto,
os vio sudar por él allí. ¿Qué fue
lo que le hizo conspirar al pálido Casio?
¿Qué llevó al honrado y honorable Bruto
y conjurados a ensangrentar el Capitolio,
sino que, amantes de la hermosa libertad,
querían que un hombre sólo fuese un hombre?[27]
Por eso he aparejado yo mi armada;
bajo su peso espumea en cólera el océano.
Con ellas he querido flagelar la ingratitud
de la perversa Roma con mi noble padre.
CÉSAR
Ve con calma.
ANTONIO
Pompeyo, no nos asustes con tus barcos.
Hablaremos en el mar. Por tierra ya sabes
qué ventaja te llevamos.
POMPEYO
Por tierra sí me llevas
la ventaja de la casa de mi padre[28].
Mas, como el cuco no hace nido para sí,
quédate en ella mientras puedas.
LÉPIDO
Como eso no hace al caso, ten a bien decirnos
si te parecen bien nuestras propuestas.
CÉSAR
Ése es el asunto.
ANTONIO
No es que te roguemos,
mas piensa en las ventajas de aceptarlas.
CÉSAR
Y en los efectos de probar mayor fortuna.
POMPEYO
Me ofrecéis Sicilia y Cerdeña, y yo dejo
el mar libre de piratas y mando
a Roma tanto de trigo. Si acepto,
nos volvemos con la espada sin mellar
y el escudo sin quebranto.
CÉSAR, ANTONIO y LÉPIDO
Ésa es nuestra oferta.
POMPEYO
Entonces sabed que vine aquí
dispuesto a aceptarla, pero Marco Antonio
ha tentado mi paciencia.— Aunque contarlo
le pueda quitar mérito, has de saber
que cuando César combatía a tu hermano,
tu madre vino a Sicilia y fue
acogida con afecto.
ANTONIO
Ya me informaron, Pompeyo, y de buen grado
quiero darte mis gracias más sinceras.
POMPEYO
Dame la mano. No pensé
que iría a encontrarte aquí.
ANTONIO
Las camas de Oriente son muy blandas.
Y gracias por traerme antes de lo previsto:
he salido ganando.
CÉSAR
Desde la última vez que te vi
te veo cambiado.
POMPEYO
Yo no sé el total que haya sumado en mi cara
la fortuna; en mi pecho no ha de entrar
para avasallarme el ánimo.
LÉPIDO
¡Bienvenido!
POMPEYO
Espero que sí, Lépido. Entonces, de acuerdo.
Pido que el pacto conste por escrito
y lo sellemos.
CÉSAR
Se hará en seguida.
POMPEYO
Antes de partir, nos convidamos.
Echemos a suertes quién empieza.
ANTONIO
Yo empiezo, Pompeyo.
POMPEYO
No, Antonio: a suertes. Aunque, primero o último,
triunfará tu gran banquete egipcio.
He oído decir que Julio César
engordó allí en los festines.
ANTONIO
Has oído muchas cosas.
POMPEYO
Lo digo sin intención.
ANTONIO
Y con buenas palabras.
POMPEYO
Pues es lo que me han dicho,
y que Apolonio llevó…
ENOBARBO
¡Ya basta! Sí que llevó.
POMPEYO
Pues, ¿qué?
ENOBARBO
Cierta reina en un colchón a César.
POMPEYO
Ahora te conozco. ¿Cómo estás, soldado?
ENOBARBO
Bien. Y creo que seguiré bien,
pues hay cuatro banquetes a la vista.
POMPEYO
Dame la mano. Jamás te odié.
Te he visto pelear y tu actuación
me ha dado envidia.
ENOBARBO
Señor, yo nunca te he querido bien,
mas, cuando te he elogiado, merecías
diez veces más de lo que dije.
POMPEYO
Cultiva tu franqueza,
que no te sienta nada mal. Os invito
a mi galera a todos. ¡Adelante!
CÉSAR, ANTONIO y LÉPIDO
Llévanos.
POMPEYO
Vamos.
Salen todos menos ENOBARBO y MENAS.
MENAS
Pompeyo, tu padre no habría hecho un pacto así.— Tú y yo nos hemos visto.
ENOBARBO
Creo que en el mar.
MENAS
Cierto.
ENOBARBO
En el mar te ha ido bien.
MENAS
Y a ti en tierra.
ENOBARBO
Yo elogio a quien me elogia, aunque no pueda negarse lo que he hecho en tierra.
MENAS
Ni lo que yo he hecho en el mar.
ENOBARBO
Pues sí, hay algo que puedes negar por tu propio bien: has sido un gran ladrón en el mar.
MENAS
Y tú en tierra.
ENOBARBO
Ahí te niego el servicio. Pero dame la mano, Menas. Si nuestros ojos fuesen guardias, podrían detener a dos ladrones abrazándose.
MENAS
La cara del hombre es veraz, sean como sean sus manos.
ENOBARBO
Pero con cara veraz no hay mujer hermosa.
MENAS
No es calumnia: roban corazones.
ENOBARBO
Vinimos aquí a luchar con vosotros.
MENAS
Pues yo siento que todo acabe en juerga. Pompeyo ha tirado su futuro alegremente.
ENOBARBO
Llorando no va a recuperarlo.
MENAS
Tú lo has dicho. No esperábamos aquí a Marco Antonio. Oye, ¿se ha casado con Cleopatra?
ENOBARBO
La hermana de César se llama Octavia.
MENAS
Cierto, la que fue esposa de Cayo Marcelo.
ENOBARBO
Y ahora lo es de Marco Antonio.
MENAS
¿Qué dices?
ENOBARBO
La verdad.
MENAS
Entonces César y él quedan unidos para siempre.
ENOBARBO
Si tuviera que adivinar el resultado, yo no haría esa predicción.
MENAS
Parece que en este matrimonio ha contado más la conveniencia que el amor.
ENOBARBO
Eso creo yo también. Y verás que el lazo que parece unir esa amistad será el que la estrangule. Octavia es de carácter piadoso, frío y tranquilo.
MENAS
¿Quién no quiere una mujer así?
ENOBARBO
Quien no es así: Marco Antonio. Volverá con su manjar egipcio, y los suspiros de Octavia avivarán el fuego en César. Y, como digo, lo que da fuerza a esta amistad será lo que traiga la ruptura. Antonio satisfará sus deseos donde están. Aquí se casó con su interés.
MENAS
Quizá sea así. Vamos, ¿vienes a bordo? Te echo un brindis.
ENOBARBO
Aceptado. Ya adiestramos las gargantas en Egipto.
MENAS
Vamos.
Salen.
Música. Entran dos o tres CRIADOS con postres.
CRIADO 1.°
Ahí vienen. Algunos tienen ya las plantas sin agarre: al menor soplo, los vuelan.
CRIADO 2.°
Lépido ya está empapado.
CRIADO 1.°
De hacer caridad bebiendo.
CRIADO 2.°
Cuando el carácter los enzarza, él grita «¡Calma!», los reconcilia y tiene que beber.
CRIADO 1.°
Pero así le declara la guerra a su buen juicio.
CRIADO 2.°
Eso pasa por figurar en compañía de los grandes. Yo prefiero una caña que no sirva a una lanza que no puedo levantar.
CRIADO 1.°
Ser llamado a un alto puesto y no moverse en él es como tener cuencas sin ojos: te desgracian la cara.
Clarines. Entran CÉSAR, ANTONIO, POMPEYO, LÉPIDO, AGRIPA, MECENAS, ENOBARBO, MENAS con otros capitanes [y un MUCHACHO].
ANTONIO
Hacen esto: miden el nivel del Nilo
por las marcas de obeliscos. Según vaya
alto, bajo o medio, saben si habrá
escasez o abundancia. Cuanto más sube,
más promete; conforme baja, el sembrador
esparce el grano en el lodo cenagoso
y muy pronto hay cosecha.
LÉPIDO
¿Hay allí serpientes extrañas?
ANTONIO
Sí, Lépido.
LÉPIDO
La serpiente de Egipto nace en el lodo por efecto del sol; igual que el cocodrilo.
ANTONIO
Muy cierto.
POMPEYO
¡Sentaos y a beber! ¡A la salud de Lépido!
LÉPIDO
No estoy tan bien como debiera, pero nunca me echo atrás.
ENOBARBO [aparte]
No hasta que te duermes. Me temo que, mientras, te echarás muy adelante.
LÉPIDO
Sí, claro, me han dicho que las piramises de los Tolomeos son formidables. Y no me lo han desmentido.
MENAS [aparte a POMPEYO]
Pompeyo, escucha.
POMPEYO [aparte a MENAS]
Háblame al oído.
MENAS [al oído de POMPEYO]
Te lo ruego, capitán, deja tu asiento
y préstame atención.
POMPEYO
Aguarda un rato.— ¡A la salud de Lépido!
LÉPIDO
¿Qué clase de bicho es el cocodrilo?
ANTONIO
Pues tiene la forma de sí mismo y todo el ancho de su anchura. De alto es como es y se mueve con sus órganos. Vive de lo que le nutre y, cuando se le va la vida, transmigra.
LÉPIDO
¿Qué color tiene?
ANTONIO
El suyo propio.
LÉPIDO
¡Extraña serpiente!
ANTONIO
Cierto, y sus lágrimas mojan.
CÉSAR
¿Le bastará tu descripción?
ANTONIO
Como el brindis de Pompeyo,
que, si no, es un epicúreo[29].
POMPEYO [aparte a MENAS]
¡Maldito seas! ¿Aún sigues? ¡Quita!
Haz lo que digo.— ¿Y la copa que pedí?
MENAS [aparte a POMPEYO]
Por mis servicios, si me quieres escuchar,
deja ya tu asiento.
POMPEYO
Te has vuelto loco.
[Se levanta y los dos se apartan.]
¿Qué ocurre?
MENAS
Yo siempre me he plegado a tu fortuna.
POMPEYO
Me has servido muy fielmente. ¿Qué más? —
¡Alegría, señores!
ANTONIO
Lépido, esas arenas movedizas
evítalas, que te hundes.
MENAS
¿Quieres ser el amo del mundo?
POMPEYO
¿Qué dices?
MENAS
¿Quieres ser el amo del mundo? Van dos veces.
POMPEYO
¿Y eso, cómo?
MENAS
Tú acéptalo y, aunque me creas pobre,
yo he de darte el mundo entero.
POMPEYO
¿No has bebido de más?
MENAS
No, Pompeyo. Ni acercarme a una copa.
Si te atreves, serás un Júpiter humano.
Lo que abarcan los mares y envuelven los cielos
será tuyo si lo quieres.
POMPEYO
Dime el modo.
MENAS
Los tres corregentes, los triunviros,
están en tu barco. Déjame cortar el cable
y, ya navegando, los degüello.
Entonces todo será tuyo.
POMPEYO
¡Ah! Eso tenías que haberlo hecho
y no decirlo. Para mí sería una infamia;
para ti, un buen servicio. Óyeme bien:
lo que guía mi honor no es la ganancia,
sino al contrario. Arrepiéntete de que tu lengua
te haya traicionado. Hecho a mis espaldas,
me habría parecido bien, pero ahora
debo condenarlo. Desiste y bebe.
MENAS [aparte]
Tu débil suerte ya nunca seguiré.
Quien no toma lo que busca cuando se lo ofrecen
nunca volverá a encontrarlo.
POMPEYO
¡A la salud de Lépido!
ANTONIO
Llevadlo a tierra. Yo respondo al brindis, Pompeyo.
ENOBARBO
¡A tu salud, Menas!
MENAS
¡A la tuya, Enobarbo!
POMPEYO
¡Vino, y que inunde las copas!
ENOBARBO
Éste sí que es fuerte, Menas.
[Señala a un criado que se lleva a LÉPIDO.]
MENAS
¿Por qué?
ENOBARBO
Porque carga con un tercio del mundo. ¿No ves?
MENAS
Ese tercio está borracho. Así lo estuviera
el resto: el mundo se pondría a bailar.
ENOBARBO
Pues bebe y habrá más baile.
MENAS
¡Vamos!
POMPEYO
Esto no es aún un festín de Alejandría.
ANTONIO
Pero madura. ¡Eh, a chocar copas!
¡Por César!
CÉSAR
Me valdría más dejarlo. Cansa muchísimo
empaparse así el cerebro y enturbiarlo.
ANTONIO
Sé hijo del momento.
CÉSAR
Poséelo, diría yo. Prefiero
abstenerme del todo cuatro días
a beber tanto en uno solo.
ENOBARBO [a ANTONIO]
Mi gran emperador[30], ¿bailamos ya
las bacanales egipcias y consagramos la fiesta?
POMPEYO
Venga, buen soldado.
ANTONIO
Vamos todos de la mano
hasta que el vino triunfante nos hunda
el sentido en el dulce y plácido Leteo[31].
ENOBARBO
Todos de la mano.
Asaltadnos los oídos con la música;
mientras, os coloco, y cantará el muchacho.
Y haced que retumbe el estribillo
disparándolo con toda vuestra fuerza.
Suena música. ENOBARBO les junta las manos.
[MUCHACHO] Canción.
Ven, gran rey de los vinos,
gordo Baco de ojos tintos.
Ansias mueran en tus cubas
Y corónennos tus uvas.
[TODOS]
¡Vino, hasta que el mundo baile!
¡Vino, hasta que el mundo baile!
CÉSAR
¿Aún más? Pompeyo, buenas noches. Cuñado,
te ruego que vengas. Nuestros serios asuntos
desaprueban esta ligereza. Señores, vámonos.
Nos arde la cara. Enobarbo ya no tiene
la fuerza del vino y mi lengua
atropella lo que dice. Este alboroto
nos ha vuelto bufones. Más no diré.
Buenas noches. Antonio, la mano.
POMPEYO
Te pondré a prueba en tierra.
ANTONIO
Ya lo harás. Dame la mano.
POMPEYO
¡Ah, Antonio! Tienes la casa de mi padre.
¿Qué importa? Somos amigos. Vamos al bote.
ENOBARBO
Cuidado, no te caigas.
[Salen todos menos ENOBARBO y MENAS.]
Menas, yo no voy a tierra.
MENAS
¡No! ¡A mi camarote! ¡Tambores, clarines, flautas!
¡Que oiga Neptuno nuestro fuerte adiós
a estos grandes tipos! ¡Tocad ya y que os cuelguen!
Suenan clarines y tambores.
ENOBARBO
¡Hurra, dice uno! ¡Ahí va mi gorro!
MENAS
¡Hurra! Ven, noble capitán.
Salen.