LA TRAGEDIA DE ANTONIO Y CLEOPATRA
Entran DEMETRIO y FILÓN.
FILÓN
Sí, pero este loco amor de nuestro general
desborda el límite. Esos ojos risueños,
que sobre filas guerreras llameaban
como Marte acorazado, dirigen
el servicio y devoción de su mirar
hacia una tez morena. Su aguerrido pecho,
que en la furia del combate reventaba
las hebillas de su cota, reniega de su temple
y es ahora el fuelle y abanico
que enfría los ardores de una egipcia.
Clarines. Entran ANTONIO, CLEOPATRA con sus damas [CARMIA y EIRA], el séquito y eunucos abanicándola.
Mira, ahí vienen.
Presta atención y verás
al tercer pilar del mundo transformado
en juguete de una golfa. Fíjate bien.
CLEOPATRA
Si de veras es amor, dime cuánto.
ANTONIO
Mezquino es el amor que se calcula.
CLEOPATRA
Mediré la distancia de tu amor.
ANTONIO
Entonces busca cielo nuevo y tierra nueva.
Entra un MENSAJERO.
MENSAJERO
Señor, noticias de Roma.
ANTONIO
Me chirrían. Resúmelas.
CLEOPATRA
No, Antonio, óyelas bien.
Quizá Fulvia[1] esté enfadada, o quién sabe
si el imberbe César[2] no te cursa
alguna orden soberana: «Haz esto o aquello;
conquista este reino y libera este otro.
Obedece o te castigo.»
ANTONIO
¿Decías, amor?
CLEOPATRA
Quizá, no: lo más seguro[3].
No te quedes más aquí; César
ordena tu relevo, así que óyelo, Antonio.
¿Y la orden de Fulvia, digo de César? ¿De ambos?
¡Pasen los mensajeros! Como que soy reina de Egipto,
te has sonrojado, Antonio, y tu sangre
es vasalla de César; si no, tributa rubor
cuando Fulvia riñe a gritos. ¡Los mensajeros!
ANTONIO
¡Disuélvase Roma en el Tíber y caiga
el ancho arco del imperio! Mi sitio es éste.
Los reinos son barro, y la tierra con su estiércol
mantiene a bestias y a hombres. Lo grandioso
de la vida es hacer esto[4], cuando una pareja
tan unida puede hacerlo. Por lo cual,
¡bajo castigo reconozca el mundo entero
que somos inigualables![5]
CLEOPATRA
¡Admirable engaño!
¿Se ha casado con Fulvia y no la quiere?
No soy la boba que parezco, y Antonio
no va a cambiar.
ANTONIO
… si no lo excita Cleopatra.
Por amor del Amor y sus tiernas horas,
no perdamos el tiempo con disputas.
Que no corra un minuto más de vida
sin algún placer. ¿Qué diversión hay esta noche?
CLEOPATRA
Atiende a los embajadores.
ANTONIO
¡Quita allá, discutidora!
A ti todo te cuadra: reñir, reír,
llorar; en ti toda emoción
pugna por hacerse bella y admirada.
¡Nada de mensajeros! Los dos solos
pasearemos esta noche por las calles
observando a las gentes. ¡Vamos, reina mía!
Anoche lo deseabas. [Al MENSAJERO] ¡No me hables!
Salen [ANTONIO y CLEOPATRA] con su séquito.
DEMETRIO
¿Tan poco caso le hace Antonio a César?
FILÓN
A veces, cuando no es Antonio
deja muy atrás la distinción
que siempre debe acompañarle.
DEMETRIO
Me apena que confirme los rumores
que corren sobre él en Roma, aunque espero
que obrará mejor mañana. Queda en paz.
Salen.
Entran ENOBARBO [con otros oficiales romanos], un ADIVINO, CARMIA, EIRA, MARDIÓN el eunuco y ALEXAS.
CARMIA
Gran Alexas, buen Alexas, archi-todo Alexas, casi perfectísimo Alexas, ¿dónde está el adivino que tanto has alabado ante la reina? ¡Si yo supiera quién será el marido que, según tú, llevará los laureles en los cuernos!
ALEXAS
¡Adivino!
ADIVINO
¿Qué deseas?
CARMIA
¿Es éste? — ¿Eres tú el que conoce el porvenir?
ADIVINO
En el libro infinito de Natura
sé leer algún secreto.
ALEXAS
Enséñale la mano.
ENOBARBO
¡Traed ya los postres! Y no falte vino
para beber a la salud de Cleopatra.
CARMIA
Buen señor, dame la buena ventura.
ADIVINO
No la doy, la digo.
CARMIA
Pues dímela.
ADIVINO
Estarás mejor de lo que estás.
CARMIA
Quiere decir de carnes.
EIRA
No, te pintarás cuando seas vieja.
CARMIA
¡Que no vengan arrugas!
ALEXAS
No importunéis su presciencia. Atended.
CARMIA
¡Chss…!
ADIVINO
Serás más amante que amada.
CARMIA
Prefiero calentarme con bebida.
ALEXAS
¡Escúchale!
CARMIA
¡Vamos con la buena ventura! Que me case por la mañana con tres reyes para enviudar de todos. Que tenga un hijo a los cincuenta al que rinda homenaje Herodes de Judea. Adivina que me caso con Octavio César y me igualo a mi señora.
ADIVINO
Vivirás más tiempo que tu ama.
CARMIA
¡Magnífico! La vida larga me gusta más que el plátano.
ADIVINO
Has visto y vivido mejor suerte
de la que llegará.
CARMIA
Entonces quizá no tengan nombre mis hijos. Dime, ¿cuánta familia he de tener?
ADIVINO
Si todos tus deseos tuvieran vientre
y todos fueran fecundos, un millón.
CARMIA
¡Quita, necio! Te perdono lo de mago.
ALEXAS
Te crees que sólo tus sábanas conocen tus deseos.
CARMIA
Vamos, ahora dísela a Eira.
ALEXAS
Todos queremos saber nuestra suerte.
ENOBARBO
Esta noche la mía y la de casi todos será acostarnos borrachos.
EIRA
Si no otra cosa, esta mano anuncia castidad.
CARMIA
Claro, y el Nilo desbordado anuncia hambruna[6].
EIRA
Calla, loca, que no sabes adivinar.
CARMIA
Pues si una mano húmeda no indica fecundidad, yo no sé arrimar la oreja.— Anda, dile una fortuna bien corriente.
ADIVINO
Las vuestras son iguales.
EIRA
Pero, ¿cómo, cómo? Explica.
ADIVINO
He dicho.
EIRA
¿Mi suerte no va a ser una pizca mejor que la suya?
CARMIA
Y si fuera a ser una pizca mejor que la mía, ¿dónde la meterías?
EIRA
En la nariz de mi marido, no.
CARMIA
¡De pensar mal nos libre el cielo! Alexas… ¡Vamos, su buena ventura! ¡Que se case con una que no llegue, te lo pido, buena Isis[7], y que se muera pronto, y dale otra peor, y luego otra peor, hasta que la peor le siga riéndose a la tumba, cincuenta veces cornudo! ¡Buena Isis, concédeme esta súplica, aunque me niegues algo más valioso! ¡Buena Isis, te lo imploro!
EIRA
Así sea. ¡Diosa querida, atiende la plegaria de tu pueblo! Pues, así como da pena ver a un hombre apuesto casado con una impúdica, también es doloroso ver a un tipo horrible sin cuernos. Así que, buena Isis, obra en razón y dale la suerte adecuada.
CARMIA
Así sea.
ALEXAS
¿Sabéis? Si estuviera en sus manos ponerme los cuernos, aunque tuvieran que hacerse putas, lo harían.
ENOBARBO
¡Chss…! Aquí viene Antonio.
Entra CLEOPATRA.
CARMIA
Él no, la reina.
CLEOPATRA
¿Habéis visto a mi señor?
ENOBARBO
No, señora.
CLEOPATRA
¿No estaba aquí?
CARMIA
No, señora.
CLEOPATRA
Estaba de ánimo alegre, y de pronto
le da por pensar en Roma. ¡Enobarbo!
ENOBARBO
¿Señora?
CLEOPATRA
¡Búscalo y tráelo aquí!
[Sale ENOBARBO.]
¿Dónde está Alexas?
ALEXAS
Aquí, a tu servicio. Ahí llega mi señor.
Entra ANTONIO con un MENSAJERO.
CLEOPATRA
No quiero verlo. Venid conmigo.
Salen [todos menos ANTONIO y el MENSAJERO].
MENSAJERO
Tu esposa Fulvia entró en batalla la primera.
ANTONIO
¿Contra mi hermano Lucio?
MENSAJERO
Sí, mas la guerra acabó pronto y la situación
los hizo amigos: se aliaron contra César,
que, más afortunado, en el primer
encuentro los batió y expulsó de Italia.
ANTONIO
¿Hay peores noticias?
MENSAJERO
La mala noticia infecta al mensajero.
ANTONIO
Sólo si concierne a un necio o un cobarde. ¡Vamos! Para mí lo pasado ha concluido. Oyeme:
a quien me dice la verdad, aunque hable de muerte,
le escucho como si me adulara.
MENSAJERO
Labieno —la noticia es dura—
ha ocupado Asia. Su enseña victoriosa
ha ondeado desde el Éufrates, desde Siria
hasta Lidia y la Jonia, mientras…
ANTONIO
… Antonio, ibas a decir…
MENSAJERO
¡Señor!
ANTONIO
Háblame claro; no suavices los rumores.
Llama a Cleopatra como la llaman en Roma,
ríñeme como hace Fulvia, censúrame
con todo el desahogo que autorizan
la verdad y el odio. Si no soplan nuestros vientos
hacemos brotar la grama; oír nuestros males
es como arar la tierra[8]. Puedes irte.
MENSAJERO
A tus nobles órdenes.
Sale.
Entra otro MENSAJERO.
ANTONIO
¿Hay noticias de Sición? Habla.
MENSAJERO [2.°]
El hombre de Sición…
[ANTONIO]
¿Viene alguien de allí?
MENSAJERO [2.°]
… aguarda tus órdenes.
ANTONIO
Que pase.
[Sale el MENSAJERO 2.°]
O rompo estas fuertes cadenas egipcias
o caigo en la idiotez.
Entra otro MENSAJERO con una carta.
¿Quién eres?
MENSAJERO 3.°
Tu esposa Fulvia ha muerto.
ANTONIO
¿Dónde murió?
MENSAJERO [3.°]
En Sición. Su larga dolencia y las demás
noticias graves que te incumben aquí constan.
[Le entrega la carta. ]
ANTONIO
Déjame.
[Sale el MENSAJERO 3.°]
¡Nos deja una gran alma! Yo lo deseé.
Lo que el desdén arrojó de nuestro lado
lo queremos recobrar. El placer presente
con el giro del tiempo se transforma
en su contrario. Faltando, me es querida.
La mano que la empujó querría traerla.
De esta reina hechicera he de alejarme.
Mi ociosidad incuba mil desgracias,
más que los males que conozco. ¡Enobarbo!
Entra ENOBARBO.
ENOBARBO
¿Qué deseas, señor?
ANTONIO
Debo irme de aquí pronto.
ENOBARBO
Mataremos a las mujeres. Ya sabemos lo mortal que es para ellas un desaire. Padecer nuestra ausencia será su muerte.
ANTONIO
Tengo que irme.
ENOBARBO
En caso de necesidad, que se mueran las mujeres. Sería una pena abandonarlas por nada, pero si hay una causa importante, que no cuenten nada. Como tenga la menor noticia de esto, Cleopatra se nos va en el acto. Por mucho menos la he visto yo irse veinte veces. Será porque en ello hay un ardor que la hace amorosa: se va con mucha rapidez.
ANTONIO
Es más lista de lo que pensamos.
ENOBARBO
¡Ah, no, señor! Sus emociones están hechas de la flor del amor puro. No podemos llamar vientos y lluvias a sus suspiros y sus lágrimas: son tempestades y tormentas mayores que las que anuncia el almanaque. Eso no es ser lista. Si lo es, ella trae la lluvia igual de bien que Júpiter.
ANTONIO
¡Ojalá no la hubiera visto nunca!
ENOBARBO
Entonces te habrías quedado sin ver una gran obra maestra, y sin esta suerte menguaría tu fama de viajero.
ANTONIO
Fulvia ha muerto.
ENOBARBO
¿Señor?
ANTONIO
Fulvia ha muerto.
ENOBARBO
¿Fulvia?
ANTONIO
Ha muerto.
ENOBARBO
Entonces ofrece a los dioses un sacrificio de gratitud. Cuando place a sus divinidades, nos enseñan quiénes son los sastres de este mundo. Y en ello está el consuelo de que, cuando un traje está gastado, los del oficio hacen otro. Si no hubiera más mujeres que Fulvia, ¡triste asunto! Tu pesar culmina en la consolación: el camisón viejo trae la enagua nueva, y en la cebolla hay lágrimas que bañarán tu dolor.
ANTONIO
El asunto que ella ha abierto en el Estado
no soporta más mi ausencia.
ENOBARBO
Y el asunto que tú has abierto aquí te necesita, especialmente el de Cleopatra, que exige enteramente tu presencia.
ANTONIO
Basta de frivolidad. Anuncia mi intención
a mis oficiales. Yo haré saber
a la reina la causa de este apremio,
y me dará licencia de partir. No es sólo
la muerte de Fulvia y motivos acuciantes
lo que me reclama: las noticias
de muchos de mis agentes romanos
solicitan mi retorno. Sexto Pompeyo
ha retado a César y domina
todo el mar. Nuestro pueblo inestable,
que no entrega su afecto al que merece
hasta que el mérito ha pasado, empieza a dar
el título de Pompeyo el Grande a su hijo
con todas sus dignidades. Y éste, cuya vida
y energía superan fama y poder, se presenta
como el mayor soldado; si crece, su bando
hace peligrar al mundo. Mucho se cría
que, como crin de caballo, guarda vida
y aún no tiene veneno de serpiente[9].
Anuncia a mis oficiales mi deseo
de que partamos en seguida.
ENOBARBO
A tus órdenes.
[Salen.]
Entran CLEOPATRA, CARMIA, ALEXAS y EIRA.
CLEOPATRA
¿Dónde está?
CARMIA
No lo he visto desde entonces.
CLEOPATRA [a ALEXAS]
Averigua dónde está, con quién, qué hace.
Yo no te he enviado. Si está serio,
di que estoy bailando; si alegre, dile
que me he puesto enferma. Y vuelve rápido.
[Sale ALEXAS.]
CARMIA
Señora, creo que si tanto le quieres,
de ese modo no vas a conseguir
que él te corresponda.
CLEOPATRA
¿Y qué debo hacer?
CARMIA
Consentirle todo, no contradecirle.
CLEOPATRA
¡Valiente maestra! Así le pierdo.
CARMIA
No le provoques tanto; modérate.
Con el tiempo, lo que se teme suele odiarse.
Entra ANTONIO.
Aquí viene Antonio.
CLEOPATRA
Estoy enferma y sin ánimo.
ANTONIO
Me apena dar voz a mi propósito…
CLEOPATRA
¡Ayúdame, buena Carmia! ¡Me desmayo!
No puede tardar mucho; este cuerpo
no va a resistirlo.
ANTONIO
Mi amada reina…
CLEOPATRA
¡No te acerques, te lo ruego!
ANTONIO
¿Qué ocurre?
CLEOPATRA
Veo buenas noticias en tus ojos.
¡Ah! ¿Dice la esposa que puedes irte?
¡Ojalá no te hubiera dejado venir!
Que no diga que soy yo quien te retiene.
Sobre ti yo no tengo poder: eres suyo.
ANTONIO
Bien saben los dioses…
CLEOPATRA
¡Ah, jamás traicionaron a una reina
tan ruinmente! Y eso que desde el principio
vi plantar la traición.
ANTONIO
Cleopatra…
CLEOPATRA
¿Puedo creer que eres fiel y mío,
aunque al jurarlo tiemble el trono de los dioses,
cuando has engañado a Fulvia? ¡Crasa locura,
dejarme enredar en falsos juramentos
que se violan ya al decirse!
ANTONIO
Queridísima reina…
CLEOPATRA
Vamos, no le busques pretextos a tu marcha;
di adiós y vete. Cuando pedías quedarte
había tiempo para hablar; no te ibas.
La eternidad estaba en mis ojos y mis labios;
la gloria, en el arco de mis cejas; la menor
de mis gracias, celestial. Pues nada ha cambiado,
o tú, el soldado más grande del mundo
te has vuelto el más embustero.
ANTONIO
¿Cómo, señora?
CLEOPATRA
¡Ah, si yo fuera de tu talla! Verías
el tamaño de un ánimo de Egipto.
ANTONIO
Escúchame, reina.
La dura necesidad presente exige
mis servicios por un tiempo, mas toda mi alma
en ti la deposito. Italia centellea
de espadas en civil combate: Sexto Pompeyo
se aproxima al puerto de Roma[10];
la igualdad de las fuerzas interiores
crea bandos susceptibles; poderosos,
los odiados son amados; el proscrito Pompeyo,
cargado de la fama de su padre, se insinúa
en el ánimo de los que aún no han medrado
con este gobierno, cuyo número crece;
y la paz, enferma de inacción, quiere purgarse
por medios extremos. Mi razón más personal,
que debe hacerte proteger mi marcha,
es la muerte de Fulvia.
CLEOPATRA
Aunque la edad no me libre de ser necia,
no me hará ser infantil. ¿Puede morir Fulvia?
ANTONIO
Ha muerto, reina.
[Le da la carta.]
Mira esto y, sin premura, ten a bien
leer los tumultos que ha causado. Al final,
lo mejor: cuándo y dónde ha muerto.
CLEOPATRA
¡Qué amor tan falso!
¿Dónde están los vasos sagrados que debes
llenar de lágrimas? Llorándola así,
veo cómo mi muerte vas a recibir.
ANTONIO
Basta ya de riña; disponte a saber
lo que me propongo, y yo lo haré o no
según aconsejes. Por el fuego
que da vida al lodo del Nilo, que parto
cual soldado y siervo tuyo, para la guerra
o la paz, según tus deseos.
CLEOPATRA
¡Ah, desabróchame, Carmia, vamos!
No, déjalo, que me siento bien o mal
según me quiera Antonio.
ANTONIO
Preciada reina mía, cálmate
y da fiel testimonio de un amor
que a una prueba honorable se somete.
CLEOPATRA
Eso me enseña Fulvia.
Te lo ruego, vuélvete y llora por ella;
después dime adiós y di que lloras
por Cleopatra. Vamos, representa una escena
de impecable fingimiento y haz que pase
por auténtico honor.
ANTONIO
Me enciendes la sangre. ¡Basta!
CLEOPATRA
Lo puedes hacer mejor, pero así está bien.
ANTONIO
Por mi espada…
CLEOPATRA
… y mi escudito… Va ganando,
pero no da lo mejor. Mira, Carmia,
mira cómo este hercúleo romano
hace su colérico papel[11].
ANTONIO
Te dejo, señora.
CLEOPATRA
Gentil señor, aguarda.
Tú y yo debemos separarnos, mas no es eso;
tú y yo nos hemos amado, mas no es eso;
bien lo sabes. Lo que quiero…
¡Ah, mi olvido es un Antonio
y no recuerdo nada!
ANTONIO
Si no fuese porque reinas sobre todas
esas ligerezas, te tomaría
por la propia ligereza.
CLEOPATRA
Es un dolor de parto
llevar la ligereza tan cerca del alma
como Cleopatra la lleva. Señor, perdóname:
lo que me adorna me mata cuando tanto
te disgusta. Tu honor te reclama:
vete sin apiadarte de esta necia
y los dioses te acompañen. Honre a tu acero
la victoria laureada, y la gloria
alfombre las calles a tu paso.
ANTONIO
Vamos, ven.
Nuestra separación se queda y se va,
pues tú permaneces, mas vienes conmigo,
y yo, aunque me alejo, me quedo contigo.
¡Vamos!
Salen.
Entran OCTAVIO [CÉSAR] leyendo una carta, LÉPIDO y la comitiva.
CÉSAR
Lo puedes ver[12], Lépido, y ten por cierto
que no es vicio natural de César el odiar
a nuestro gran corregente. Según noticias
de Alejandría, pesca, bebe y consume
las luces de la noche en fiestas; no es más hombre
que Cleopatra, ni la reina de Tolomeo[13]
más mujer que él; se resiste a dar audiencia
y a pensar que tiene asociados. Ahí está
el compendio de todos los defectos
que aquejan a los hombres.
LÉPIDO
Yo no creo que sus males
sean tantos que empañen sus virtudes.
Sus defectos son como las motas del cielo,
que brillan más en las sombras de la noche;
más bien heredados que adquiridos;
inevitables más que deseados.
CÉSAR
Eres muy indulgente. Admitamos
que no es falta retozar en el lecho de Tolomeo,
dar un reino por broma, sentarse
y turnarse con innobles en los brindis,
tambalearse en la calle a mediodía y encajar
golpes de granujas apestosos. Digamos
que le cuadra (aunque hay que ser muy especial
para que esto no nos manche); pero Antonio
no puede excusar sus lacras, cuando el peso
de su liviandad lo llevamos nosotros.
Si llenara su ocio con placeres,
que le pidan cuentas las indigestiones
y la sífilis. Pero derrochar el tiempo
que le llama cual tambor con la fuerza
de su rango y del nuestro, debe reprenderse
como se riñe al muchacho que, maduro,
por un placer fugaz sacrifica la cordura
traicionando a la razón.
Entra un MENSAJERO.
LÉPIDO
Aquí hay más noticias.
MENSAJERO
Ya se han cumplido tus órdenes, y cada hora,
noble César, tendrás información
de cuanto ocurre. Pompeyo está fuerte en el mar,
y parece que le aman los que sólo
seguían a César por temor. Los quejosos
acuden a los puertos, y la voz popular
le cree muy agraviado.
CÉSAR
Debí preverlo. Desde que hay gobiernos
nos lo han enseñado: quien rige
sólo fue deseado hasta llegar;
quien decae, que jamás gozó de estima,
es amado porque falta. El pueblo,
como caña a la deriva en la corriente,
va acá y allá siguiendo el flujo vacilante
cual lacayo, y se pudre de moverse.
[Entra otro MENSAJERO.]
MENSAJERO [2.°]
César, te hago saber
que Menécrates y Menas, famosos piratas,
dominan el mar, al que hieren y surcan
con quillas de toda especie. Hacen fieras
incursiones en Italia (palidecen
sus costas de pensarlo), y se subleva
la ardiente juventud. En cuanto asoma algún navío,
ya lo apresan. El nombre de Pompeyo
daña más que resistirle con las armas.
CÉSAR
Antonio, abandona tus orgías.
Cuando te echaron de Módena (donde mataste
a los cónsules Hircio y Pansa), te seguía
a ti pegada el hambre y, aunque criado
con primor, la combatiste con mucha
más paciencia que un salvaje. Bebiste
orines de caballo y de la charca dorada,
que asquea a las bestias. Tu paladar no rehusó
la baya más ruda del seto más áspero.
Sí, y como el ciervo en los pastos nevados,
roíste la corteza de los árboles. Se dice
que en los Alpes comiste carne extraña[14],
que de verla hubo quien moría. Todo esto
(hiere tu honor que ahora yo lo diga)
cual soldado lo sufriste, y tanto
que tu cara ni siquiera adelgazó.
LÉPIDO
Da pena.
CÉSAR
Que su vergüenza le empuje
muy pronto a Roma. Es hora de que ambos
vayamos a la batalla; para ello
reunamos al consejo sin demora.
Con nuestra inacción Pompeyo crece.
LÉPIDO
Mañana, César, podré informarte
de lo que dispongo en este momento
para combatir por mar y tierra.
CÉSAR
Hasta entonces, yo también lo haré. Adiós.
LÉPIDO
Adiós, señor. Mientras, si te llega
alguna noticia, te suplico
que me la hagas saber.
CÉSAR
Descuida. Será mi obligación.
Salen.
Entran CLEOPATRA, CARMIA, EIRA y MARDIÓN.
CLEOPATRA
¡Carmia!
CARMIA
¿Señora?
CLEOPATRA [bostezando]
¡Ah…! Dame de beber mandrágora [15].
CARMIA
¿Por qué, señora?
CLEOPATRA
Para dormir durante el gran vacío
en que Antonio esté fuera.
CARMIA
Piensas demasiado en él.
CLEOPATRA
¡Ah, fue traición!
CARMIA
Señora, yo no lo creo.
CLEOPATRA
¡Eh, tú, eunuco Mardión!
MARDIÓN
¿Qué deseas, Majestad?
CLEOPATRA
Oírte cantar, no. Lo que tiene un eunuco
no me satisface. Feliz tú, porque,
castrado, tus libres pensamientos
nunca huirán de Egipto. ¿Sientes deseos?
MARDIÓN
Sí, augusta señora.
CLEOPATRA
¿De verdad?
MARDIÓN
Deseos de verdad, no, señora, pues la verdad
es que no puedo hacer nada deshonesto.
Con todo, siento deseos vehementes
y pienso en lo que hicieron Marte y Venus[16].
CLEOPATRA
¡Ah, Carmia! ¿Dónde crees que está él ahora?
¿De pie, sentado? ¿Andando? ¿A caballo?
¡Feliz su caballo, que lleva el peso de Antonio!
Pórtate bien, caballo, pues, ¿sabes a quién llevas?
¡Al semiatlas del mundo, al brazo
y yelmo de los hombres! Ahora está diciendo
o murmurando: «¿Dónde está mi serpiente del Nilo?»
Así me llama. Ahora me nutro
del más rico veneno. ¿Piensa en mí, que estoy negra
de los pellizcos amorosos del sol
y arrugada por los años? César de frente ancha,
cuando pisabas la tierra, yo era
bocado de reyes, y al gran Pompeyo,
absorto, le crecían los ojos en mi cara;
en ella los anclaba y se moría
de contemplar su vida.
Entra ALEXAS de parte de Antonio.
ALEXAS
¡Salud, soberana de Egipto!
CLEOPATRA
¡Qué poco te pareces a Marco Antonio!
Aunque, viniendo de su parte, el gran elixir
con su licor te ha transmutado.
¿Cómo está mi gran Marco Antonio?
ALEXAS
Lo último que hizo, Majestad, fue
dar un beso, el último de miles, a esta perla
oriental. Sus palabras se clavaron en mi pecho.
CLEOPATRA
Y de ahí mi oído ha de arrancarlas.
ALEXAS
«Buen amigo —dice—, haz saber
que el fiel romano envía a la gran egipcia
el tesoro de una ostra y que, además,
por compensar tan vil regalo, rodearé
su rico trono de otros reinos. Todo el Oriente
—díselo— la llamará señora.» Saludó
y con dignidad montó un airoso corcel,
que relinchó con tal brío que silenció
brutalmente mi respuesta.
CLEOPATRA
¿Estaba serio o alegre?
ALEXAS
Como la época del año que media
entre el calor y el frío: ni serio ni alegre.
CLEOPATRA
¡Qué temple tan ponderado! Fíjate,
fíjate, querida Carmia, es él. ¡Fíjate!
No estaba serio, pues quería estar radiante
entre los que le imitaban; ni alegre,
pues les diría que el pensamiento
estaba en Egipto con su dicha: entre uno y otro.
¡Ah, mezcla divina! Y aunque estés serio o alegre,
te sienta como a nadie la violencia
del extremo. ¿Viste a mis mensajeros?
ALEXAS
A veinte distintos, señora.
¿Por qué los envías tan seguidos?
CLEOPATRA
Quien nazca el día en que yo olvide
mandar mensaje a Antonio, morirá en la miseria.
¡Papel y tinta, Carmia! — ¡Bienvenido,
Alexas! — Carmia, ¿amé yo tanto a César?
CARMIA
¡Ah, el regio César!
CLEOPATRA
¡Así se te atragante la alabanza!
Di «el regio Antonio».
CARMIA
¡El valeroso César!
CLEOPATRA
¡Por Isis, que te haré sangrar los dientes
si con César comparas otra vez
a mi hombre de hombres!
CARMIA
Con tu augusta venia,
yo repito lo que cantas.
CLEOPATRA
En el verdor de mis años,
cuando mi juicio era tierno y fría mi sangre;
entonces cantaba así. ¡Venga, vamos,
tráeme papel y tinta!
¡Le enviaré cada día un mensajero,
aunque se despueble Egipto!
Salen.