Un grito, «¡No, mierda!», despertó a Lori de un profundo sueño. Se irguió bruscamente en la cama, asaltada por las extrañas imágenes que volaban hacia ella, como salidas de una escena de Los pájaros. La luz del día. Las sábanas navegando por delante de su rostro. Un hombre desnudo saltando desde su cama. Quinn, desnudo, tirando de sus calzoncillos.
Lori se apartó los rizos de la cara y bajó la mirada hacia su propio cuerpo desnudo.
—¡Dios mío! —se tapó con las sábanas.
—Lo siento —Quinn se subió la cremallera del pantalón, alargó la mano hacia su móvil y se lo guardó en el bolsillo—. Me he quedado dormido y tengo una reunión a las ocho y media.
Lori, mientras continuaba intentando procesar el hecho de que habían dormido juntos, se volvió: eran las siete de la mañana.
—Tengo que ir a casa a ducharme y cambiarme.
Lori asintió.
—Te llamaré —Quinn dejó de abrocharse la camisa arrugada para mirarla—. Lo estoy diciendo en serio, te llamaré más tarde. No te estoy diciendo «gracias por los buenos momentos pasados y a lo mejor te llamo».
—Sí, ya lo he entendido. En cualquier caso, seguro que nos vemos por aquí.
Quinn se metió los faldones de la camisa por la cintura del pantalón y le dirigió a Lori una sonrisa que hizo tambalearse su pequeño mundo.
—Sí, claro que sí.
Después, con un sexy movimiento, agarró la chaqueta, cruzó la habitación para darle un beso en la boca y le quitó el libro que tenía en la mesilla de noche antes de dirigirse hacia la puerta.
—¡Me llevo los deberes! —exclamó, agitando el libro—. Que tengas un buen día, Lori Love.
Y sin más, el torbellino Quinn desapareció, dejando a Lori sola en medio de su asombro y su estupefacción.
—Dios mío…
Lo había hecho. Y todo había salido condenadamente bien. Alzó la sábana para mirar su cuerpo. Era el mismo cuerpo que veía en el espejo cada día y, aun así, llevaba impresa la huella de los recuerdos dejados por Quinn, como si fueran tatuajes invisibles. Esperaba que no fueran de aquellos tatuajes solubles en agua que desaparecían en la ducha.
Permaneció durante unos minutos más bajo las sábanas y sonrió con la mirada clavada en el techo. Le habría resultado embarazoso que Quinn se quedara. Raro. Pero gracias a su ausencia, podía regodearse en su satisfacción.
Era curioso que una chica pudiera llegar a excitarse tanto solo con los recuerdos. Todavía no tenía por qué levantarse, así que se dedicó a pensar en Quinn ordenándole que se diera la vuelta en la cama y se acarició a sí misma. No tardó mucho en encontrar lo que buscaba. Una rápida evocación del momento en el que Quinn la había agarrado por las muñecas y ya estaba mordiéndose el labio y temblando contra su propia mano. Era increíble. Aquel hombre era mágico incluso sin estar allí.
Temiendo volver a quedarse dormida, Lori se obligó a levantarse y fue casi flotando hasta el cuarto de baño. Por supuesto, allí también pensó en Quinn y sonrió al ver las baldosas de color rosa mientras esperaba a que se calentara el agua. A lo mejor podían hacerlo allí. Aunque era posible que Quinn se distrajera con el papel pintado de las paredes. Muy bien, nada de sexo en el baño.
Sin dejar de sonreír, se miró en el espejo y soltó un grito de horror. Por supuesto, todas las mañanas amanecía con los rizos despeinados, pero aquella mañana el caos de su pelo se había superado a sí mismo. La última imagen que Quinn se había llevado de ella aquella mañana era la de una mujer desnuda, sonrojada y con aspecto de loca diciéndole adiós. ¡Ostras!
Se metió bajo la ducha y domeñó los rizos con el agua caliente. Con un poco de suerte, las prisas le habrían impedido notarlo.
Para cuando terminó de desayunar después de haberse vestido, Lori tenía de nuevo los pies en el suelo, pero se sentía fuerte e invencible mientras caminaba hacia el garaje y pulsaba el botón para levantar la puerta. Mientras la puerta metálica chirriaba, Lori cuadró los hombros. Aquel día no iba a huir de los problemas. Aquel día, retomaría el control sobre su vida.
Como un reloj, Joe entró en el taller a las ocho en punto de la mañana.
—¿Puedo hablar contigo un momento? —le preguntó Lori.
—Por supuesto, ¿qué te pasa?
—¿Por qué crees que es tan apreciado el terreno de mi padre?
Joe se reclinó contra el mostrador, frunciendo el ceño tras los cristales de las gafas.
—Bueno, para empezar, es perfecto para pescar gracias a que el río se ensancha justo en ese lugar y las aguas son más tranquilas. Es un lugar muy tranquilo, solo hay una casa cerca. Hay suficientemente terreno para edificar. ¿Por qué lo preguntas? ¿No te parece justo el precio que te ofrezco?
—No, pero… ¿por qué no se te ha ocurrido pensar que a lo mejor a mí me apetece construirme una casa e irme a vivir allí?
—Lori, tú no puedes hacer una cosa así —la regañó Joe, cruzándose de brazos.
—¿Por qué?
—Ti tienes que salir de aquí. Tienes que volver a la universidad.
—Hay cuentas que pagar y…
Joe la interrumpió con un gesto.
—Sabes que esto no era lo que quería tu padre para ti. Sí, tienes cuentas que pagar y este lugar no vale mucho si no se hace toda la limpieza que lleva tiempo necesitando. Ese terreno del río es todo lo que tienes. Véndelo, paga las cuentas que tienes pendientes y sigue con tu vida. Es algo que deberías hacer por tu padre.
El enfado la ayudó a controlar las lágrimas que ardían en su garganta. Todo lo que Joe acababa de decir era cierto. Lo sabía. Pero el hecho de que fueran ciertas no quería decir que las matemáticas pudieran aplicarse en cualquier circunstancia.
—A no ser que ese terreno valiera mucho más de lo que realmente puedes pagar, venderlo no va a servirme de nada. ¿Tú sabes lo que costaron la estancia en el hospital y todos los tratamientos? ¿Sabes lo que valen diez años de asistencia domiciliaria? ¿La cama del hospital? ¿Las recetas? ¿La fisioterapia? El seguro médico apenas cubre un mínimo de los gastos. Y yo no podía abandonar a mi padre a ese mínimo, así que ahora tengo que pagar todo lo demás.
Joe se frotó la cara, la incipiente barba de su mandíbula raspó sus manos callosas. A Lori le pareció ver el brillo de las lágrimas en sus ojos.
—Lo sé y lo siento, pero si vendes ese terreno, por lo menos tendrás algo con lo que empezar. Tú no perteneces a este lugar, Lori.
El miedo la hizo estremecerse. El miedo, el dolor y el enfado. ¿Por qué demonios todo el mundo creía que no pertenecía a aquel lugar? Si no era aquel, ¿cuál era su lugar? Toda la feliz confianza con la que había comenzado el día se desvaneció. Ese era el problema de remover viejas heridas, incluso después de haber pasado la mejor noche de sexo de su vida. Pero tomó aire y continuó vadeando aquellas aguas oscuras.
—Quiero venderte ese terreno, de verdad, pero no puedo hacerlo hasta que no sepa exactamente lo que vale.
Joe sacudió la cabeza.
—¿Qué quieres decir? ¿No lo habías hecho tasar? Estoy dispuesto a pagarte un precio justo.
—Sí, lo sé. Pero aquí está ocurriendo algo raro.
Joe abrió los ojos como platos.
—¿Eso tiene que ver con las llamadas del jefe de policía de ayer?
—No, es solo…
—Lori, si está pasando algo, deberías contármelo. Tu padre ya no está aquí para protegerte, y para mí eres como una hija.
Lori intentó reprimir el sentimiento de culpa.
—No hay nada de lo que tengas que preocuparte. Solo estoy confundida porque llevo algún tiempo recibiendo llamadas de constructores que también están interesados en ese terreno.
Joe se apartó del mostrador y la miró a los ojos.
—¿Estás de broma?
—No, pero no voy a quitarte la posibilidad de comprar ese terreno por diez mil dólares más. Es posible que no seamos parientes, pero, en realidad, eres la única familia que me queda. Solo tengo que averiguar por qué esos constructores de Aspen tienen tanto interés en el terreno. Es posible que signifique algo.
—Lo que significa es que el precio del terreno edificable en Aspen es mucho más caro que aquí y están intentando acabar también con esta zona.
—Es posible. ¿Pero estás seguro de que no has oído nada sobre eso?
—Ni una sola palabra. Pero, escucha, Lori. Si vender ese terreno a uno de esos constructores te ayuda a volver a la universidad, no lo dudes, ¿me oyes? No te preocupes por mí. Te mereces una vida mucho mejor que esta y yo no voy a hacer nada que te impida disfrutarla.
—Joe… —no sabía qué decir—. Gracias. En cuanto averigüe algo, te lo contaré.
—Yo siempre quiero lo mejor para ti, sea eso lo que sea.
—Lo sé —estaba a punto de hacerle otra pregunta sobre el terreno de su padre cuando sintió la vibración del teléfono en la cadera—. ¡Ay!
Lo sacó rápidamente del bolsillo. Tenía aquella zona particularmente sensible.
—¿Diga?
—Buenos días, Lori Love —ronroneó Quinn.
Toda la tensión se desvaneció. Lori curvó los labios en una sonrisa estúpida y tan ancha que le dolieron las mejillas.
—Buenos días.
—He terminado la reunión unos minutos antes de lo que esperaba, así que se me ha ocurrido llamarte para ver si quieres que cenemos juntos esta noche.
—Mm —Lori se enredó un rizo en el pelo y sonrió—. ¿No nos acabamos de ver esta noche, señor Jennings?
—¿Qué quieres que te diga? Es una tórrida aventura. Noche tras noche de… vernos el uno al otro.
Lori se echó a reír, pero su risa se transformó en un suspiro.
—Lo siento, Quinn, no puedo. Ya había quedado con tu hermana esta noche.
—Cancélalo. Mi hermana lo comprenderá.
—No, no puedo. No puedo explicarle los motivos por los que no puedo quedar con ella y seguro que sospecha.
—Deja que sospeche. Quiero llevarte a un lugar especial. No pasa nada. Soy su hermano. Yo te absuelvo de cualquier posible responsabilidad hacia ella.
Lori negó con la cabeza sonriendo.
—No creo que puedas hacer eso.
—Claro que puedo —la contradijo—. Mis padres viven fuera de este estado. Yo soy el cabeza de familia en Colorado, así que mi hermana está bajo mi control.
—Quinn —Lori se echó a reír y enmudeció al oír una voz de fondo.
—¡Ups, me han pillado! —Quinn bajó la voz y susurró—. ¿Nos vemos entonces esta noche? Por favor, no puedo esperar.
Muy bien, continuaba ateniéndose a sus fantasías. Una aventura tórrida y apasionada. Un hombre desesperado por estar con ella. Y a Lori no le importaba lo más mínimo.
—De acuerdo —susurró en respuesta—. Pero no muy tarde. A las diez estaré de guardia.
—¿A las seis y media en mi oficina?
Lori se estremeció.
—Sí —respondió, y colgó.
Era una irresponsabilidad suspender una cita con Molly, pero de pronto, se sentía bien siendo irresponsable, salvaje y perversa. En cualquier caso, lo de llamar a Molly tendría que esperar. Antes tenía que ponerse en contacto con algunos constructores que, era más que evidente, estaban intentando aprovecharse de una niña buena. Pero estaban de mala suerte, porque por fin había dejado de serlo.
—Mierda, mierda, mierda —maldijo Lori mientras corría por la autopista.
Llegaba tarde. Ella odiaba llegar tarde. Pero hasta las cinco en punto no se había dado cuenta de que no tenía nada que ponerse, así que había corrido rápidamente a darse una ducha y había salido de compras.
La carrera hasta su tienda favorita había merecido la pena: había tres vestidos rebajados de su talla y había terminado con un bonito vestido de lana que se ajustaba perfectamente allí donde debía. Afortunadamente, iba a juego con los zapatos de tacón negro que había encontrado también en oferta en la tienda de al lado. Perfecto. El problema era que llegaba diez minutos tarde. Y de mal humor.
Las llamadas de teléfono que había hecho aquella mañana no habían revelado nada, salvo que las constructoras continuaban esperando a que vendiera. Las personas con las que había hablado eran auténticos profesionales. Utilizaban palabras como «criterios de inversión», «el mejor uso posible», e insistían en que era la belleza del entorno la que daba valor a aquel terreno. Pero seguramente, no tanto valor.
Frunciendo el ceño, Lori giró el volante de la camioneta para entrar en el aparcamiento del edificio de oficinas que albergaba el estudio de Quinn y frenó. El coche de Quinn no estaba allí, por supuesto. Lori suspiró aliviada y corrió hacia el interior de la oficina.
—¡Ah, hola, Jane!
La secretaria de Quinn alzó la mirada del ordenador.
—¡Señorita Love! ¿Qué tal está?
—Llámame Lori, por favor. Estoy bien. ¿Está Quinn?
—No, pero ha llamado hace dos minutos para ver si habías llegado. Está a punto de llegar. Realmente impresionante.
—¿Cómo?
—Es la primera vez desde hace años que le veo hacer algo así.
—¡Oh, gracias!
Lori no pudo menos que sentirse halagada por aquel cumplido.
—Siéntate, por favor. ¿Puedo ofrecerte algo? ¿Agua, un café?
Lori sacudió la cabeza y se sentó mientras intentaba recuperar el ritmo normal de la respiración. Observó a Jane mientras esta se ponía de nuevo a trabajar. A pesar de su aire reservado, Jane no tenía tantos años como Lori en un principio había sospechado. De hecho, probablemente las dos tenían la misma edad.
La secretaria llevaba el pelo recogido en un moño muy apretado y su ropa apenas revelaba nada sobre su figura, pero si uno se fijaba un poco, descubría a una mujer realmente atractiva. De hecho, encajaría perfectamente en aquellos libros que ella leía. La tímida secretaria esperando la llegada de un hombre que se fijara en ella y le hiciera disfrutar de una noche que jamás olvidaría. Mmm…
—Lo siento —dijo Jane, alzando la mirada—, ¿has dicho algo?
¿De verdad había emitido algún sonido?
—No, nada —contestó al instante.
Inmediatamente se prometió hacer todo lo posible para mantener sus pensamientos para sí.
Mientras Lori continuaba perdida en sus pensamientos, valorando las probabilidades de que Jane fuera la amante secreta de un millonario griego, la puerta se abrió.
—¡Hola, Jane!
Quinn miró rápidamente a su alrededor. Al ver a Lori allí sentada, se le iluminó la mirada. Sí, Lori estaba segura de que no habían sido imaginaciones suyas. Su corazón comenzó a latir con más fuerza, a modo de celebración.
—Lori —Quinn le dirigió una sonrisa cargada de sensualidad—. Me alegro de que hayas podido anular tu cita. A lo mejor, un día de estos me dejas que vaya a buscarte a tu casa. Lo digo para que tengamos una cita que no se parezca tanto a la del médico.
—Ya veremos —contestó Lori mientras se levantaba.
Quinn intentaba parecer frío, pero la estaba devorando con la mirada.
—Jane, ¿necesitas que haga algo más? —su mirada no abandonaba el cuerpo de Lori.
—No, señor Jennings, no tiene ningún asunto pendiente hasta mañana por la mañana, pero no olvide que tiene una cita a las nueve. En cuanto a esta noche, la reserva es para las siete, pero llamaré para decir que llegarán un poco antes. Que disfruten de una noche agradable.
—Gracias —contestaron los dos al unísono.
Quinn alargó la mano hacia Lori y la condujo hacia la puerta.
—Estás preciosa. Una vez más —musitó mientras cerraba la puerta tras ellos.
Antes de que Lori hubiera podido responder, la agarró por la cintura y le hizo volverse para darle un beso. Fue un beso dulce y delicado, pero el sabor de su boca avivó los recuerdos de la noche anterior, dándoles plena vida. Cuando la soltó, Lori estaba jadeando. Se le hacía raro pensar que solo unos días atrás consideraba a Quinn como un hombre completamente inofensivo.
Quinn le tomó la mano.
—Podemos ir andando si quieres. No vamos muy lejos. Aunque yo no llevo tacones, así que decide tú.
—Prefiero ir andando, ¿pero adónde vamos, exactamente?
Mientras comenzaban a caminar, Quinn le guiñó el ojo.
—Es una sorpresa.
—¿Y tiene algo que ver con jeringuillas para sazonar el pavo?
—No, nada de jeringuillas ni de pavo. Podría ser que ofrecieran conejo en el menú, pero yo no tengo nada que ver con eso.
Continuaba mirándola de reojo y Lori se sonrojó. La avergonzaba ser objeto de tanta atención.
—Hoy he estado a punto de llegar tarde a una reunión por tu culpa —dijo Quinn.
—¿Y debería decir que lo siento?
Quinn se echó a reír.
—No, claro que no. De hecho, no me gustaría que te arrepintieras. Hacía años que no dormía tan bien.
—¿Quieres decir que te dejé agotado?
—No, lo que estoy diciendo es que fue un duro trabajo. Casi acabo con agujetas.
Lori se echó a reír de tal manera que estuvo a punto de tropezar en la acera, pero Quinn lo evitó sujetándola con su fuerte brazo. Lori se aferró a su mano y le recorrió de pies a cabeza con la mirada. Aquel día no iba de traje. Llevaba una camisa rosa pálido con las mangas arremangadas que dejaba al descubierto sus bronceados antebrazos.
—¿En qué estás pensando, Lori Love?
Cada vez que decía su nombre, algo parecía derretirse en el interior de Lori. Lorilove. Todo junto, como una palabra única y preciosa. Una palabra de cariño, en vez de su nombre. Lori intentó ignorar el ligero temblor de su cuerpo y mintió.
—Estaba pensando que Jane es muy guapa.
—¿Jane?
—Sí, ¿no te lo parece?
—Jane… sí, supongo que sí.
—Eh… ¿la conoces desde hace mucho tiempo?
—Sí, gracias a ella, mi vida funciona. No podría vivir sin ella.
—¿No podrías vivir sin ella y ni siquiera te habías fijado en que era guapa?
—No, para mí es como una hermana. Y, francamente, estoy seguro de que ella me ve a mí como una especie de hermano pequeño completamente inútil. Así que no me he fijado en si es atractiva o no.
Lori sonrió ante el ligero horror que delataba su tono. Era evidente que veía a Jane como a una hermana.
—Pues es una mujer atractiva, además de reservada y profesional, aunque yo tampoco me di cuenta la primera vez que la vi. Esa mujer tiene una fuerza digna de reconocimiento.
—Sí, probablemente sería capaz de organizar un golpe militar, por supuesto, no sangriento, sin salir de la oficina. Es una mujer increíblemente valiosa. Bueno, ya hemos llegado.
Señaló entonces una puerta bastante anodina. Encima de ella había un letrero que decía: Andalucía.
—¿Qué es esto?
Quinn abrió la puerta y la guio al interior posando la mano en su espalda. Inmediatamente, Lori se sintió envuelta en un olor intenso.
—Un rincón de Córdoba —le susurró Quinn al oído.
—¿Qué?
La oscuridad de la habitación pareció tragárselos.
—No puedo llevarte a Córdoba, pero este lugar se parece bastante. El propietario es de Málaga, otra ciudad andaluza. La comida es increíble.
—¡Oh!
A Lori se le encogió de tal manera el corazón que resultó casi doloroso. Justo en ese momento se abrió una cortina de color burdeos situada en el otro extremo del pasillo, dejando pasar la luz.
—¡Señor Jennings! —exclamó un hombre delgado y con un marcado acento—. ¡Cuánto tiempo!
—¡Eduardo! —contestó Quinn.
Y comenzó a hablar en español. Fue increíble. Incluso arrastraba las eses de esa forma tan maravillosa propia de algunas zonas de España. Aquel hombre le parecía cada vez más excitante.
Eduardo se echó a reír por algo que Quinn había dicho y señaló a Lori.
—Lori Love —dijo entonces Quinn—, te presento a Eduardo Arroyo.
A la presentación le siguió todo un torrente de palabras en castellano mientras Eduardo los conducía a una sala iluminada con la luz del atardecer. En lo primero en lo que se fijó Lori fue en los árboles. Había lo que parecían cientos de árboles en macetas entre las mesas. Naranjos y… bueno, también otros árboles que no parecían tener naranjas colgando de sus ramas. La claraboya del techo, abierta para dejar entrar la brisa, acentuaba la sensación de estar en un jardín.
—¡Es increíble! —musitó Lori mientras seguía a Eduardo a través de la sala casi desierta.
Eduardo les hizo cruzar unas puertas que daban a un patio de ladrillo. Las mesas estaban colocadas alrededor del patio, formando un cuadrado. Las notas de la guitarra clásica fluyeron hacia Lori en la cálida brisa nocturna.
—¡Qué bonito!
—Gracias, señorita Love, aunque no es tan bonito como usted.
Quinn posó la mano en el brazo de Lori.
—Sí, tienes toda la razón, pero te agradecería que no siguieras por ahí, Eduardo.
Eduardo se echó a reír. Los instaló en una mesa situada en una esquina y no se marchó hasta haberle colocado a Lori la servilleta en el regazo con una elaborada reverencia y un pícaro guiño.
—Este lugar es sorprendente —susurró Lori.
—¿Confías en que sea yo el que elija la cena?
—Claro.
Lori no creía que los tacos y las enchiladas formaran parte de un menú en España y sus conocimientos sobre comida española eran nulos.
—¿Tienes algún tipo de alergia?
—Solo a los champiñones y al pescado crudo.
—Muy bien, nada de sushi —Quinn se inclinó hacia delante y le sonrió—. Me alegro mucho de que hayas decidido dejar plantada a mi hermana.
—Cierra el pico. Me vas a hacer sentir mal.
—¡Pobre Lori!
Le tomó la mano por encima de la mesa y se la llevó a los labios para darle un beso en la yema de los dedos.
Lori dejó de respirar durante unos instantes, pero cuando Quinn le succionó sensualmente el dedo índice, no pudo evitar un jadeo. El jadeo se convirtió en una exclamación de sorpresa porque el camarero eligió justo aquel momento para acercarse a ellos. Lori apartó la mano tan bruscamente que estuvo a punto de tirar la copa vacía mientras Quinn sonreía tranquilo.
Después de que el camarero les informara de los platos del día, Quinn se lanzó de nuevo a hablar en aquel español tan musical. Lori entendía algunas palabras porque había estudiado algo de español estando en el instituto: «vino», «botella», y «¿cuarto de baño?». No. No era eso. Al final, renunció y se limitó a disfrutar del espectáculo.
A lo mejor, pensó de pronto, si se lo pedía amablemente, Quinn aceptaba hablarle en español mientras hacían el amor. Podía fingir que era un bandolero que la había secuestrado y la había convertido en su esclava. Completamente a su merced y sin ninguna esperanza de poder ser rescatada, tendría que hacer todo lo que él le pidiera. Tendría que hacer cosas sobre las que una dama inocente no debería saber nada.
Cuando se dio cuenta del silencio que se había hecho a su alrededor, alzó y la mirada y descubrió a Quinn y al camarero observándola con atención. Abrió los ojos como platos.
—¿Qué pasa? —¿habría vuelto a hablar en voz alta?
—¿Natural o con gas? —preguntó Quinn divertido.
—¿Eh?
—El agua —dijo Quinn lentamente, como si se lo estuviera repitiendo.
—¡Ah! Agua normal, quiero decir, natural. Gracias. Lo siento. Estaba…
En cuanto el camarero se volvió, Quinn soltó una carcajada.
—Te has puesto colorada, ¿en qué estabas pensando, Lori Love?
Lori sacudió la cabeza con fuerza, haciendo que los rizos le acariciaran el cuello.
—Hoy no he tenido tiempo de hacer los deberes —se lamentó Quinn—. ¿Estabas pensando en algo que me convendría saber?
—No. Yo… eh…
—Mmm, creo que sí.
El camarero regresó entonces, rescatándola de aquel momento embarazoso. Le mostró a Quinn una botella de vino pequeña. Los dos hombres siguieron entonces el protocolo del vino, imprescindible en cualquier restaurante de Aspen, y después Quinn le ofreció a Lori una copa llena de un líquido dorado.
—Vino de Málaga —dijo en español—. Es un poco dulce. Espero que no te importe —cuando Lori negó con la cabeza, alzó su propia copa y la inclinó hacia la de Lori—. Por España —brindó—, y por la fantasía.
Lori asintió y cuando el dulce líquido rozó su lengua, no pudo evitar un gemido de aprobación. Era un vino con aromas florales e intensos. Era una pena que no pudiera achisparse aquella noche.
Quinn la miró con los ojos entrecerrados.
—Recuérdame que compre este vino mañana mismo. Me ha gustado ese gemido.
—¿Ahora resulta que necesitas apoyarte en el atrezo?
La diversión de Lori se transformó en una punzada de deseo cuando Quinn recorrió su cuerpo con la mirada.
—Atrezo, ¿eh? Tendré que tenerlo en cuenta. Gracias por la idea.
—En realidad, era casi un insulto.
Quinn arqueó una ceja.
—No me hagas repetir lo que dijiste anoche. Tus insultos caen en oídos sordos. Aunque… hubo ciertas risas que debería reconsiderar.
—¡Eh! Reconoce que por lo menos no te estaba señalando cuando me reía.
—¡Dios mío! —rio Quinn—. ¡Eres cruel! Y estás empezando a minar mi confianza en mí mismo.
—No quiero que te confíes. La complacencia es la enemiga de la pasión.
—Mm. ¿Benjamin Franklin?
Afortunadamente, Lori no tenía vino en la boca en aquel momento, porque en caso contrario, habría salido volando en todas direcciones.
Quinn volvió a tomarle la mano, pero en aquella ocasión no intentó llevarse sus dedos a la boca, así que Lori se relajó.
—Antes has dicho que estabas de guardia esta noche. ¿Eso qué significa? —quiso saber Quinn.
—Tengo que estar pendiente de la grúa. Me ocupo de atender los avisos hasta las seis de la mañana.
Quinn frunció el ceño.
—¿Y qué haces si alguien llama en medio de la noche? ¿Tienes que salir conduciendo en medio de la oscuridad para rescatarle?
—Sí. A menudo tengo que remolcar el coche. Por eso he dicho que tengo que estar pendiente de la grúa.
Quinn frunció el ceño con evidente preocupación.
—¿Y va alguien contigo?
Lori intentó no elevar los ojos al cielo. Y tuvo que hacer un esfuerzo considerable para evitarlo.
—No, Quinn, no viene nadie conmigo. Salgo y voy a buscar el coche. A veces simplemente cargo la batería o ayudo a cambiar una rueda.
El camarero regresó con una serie de platitos, pero Quinn no interrumpió el contacto visual. Su ceño se había convertido en una mirada furiosa.
—¡Lori, eso es ridículo! Podrían hacerte daño. ¡Una mujer sola en medio de la noche! ¿Y si te encuentras con un hombre borracho o violento?
Por supuesto, se había encontrado con hombres que habían intentado pasarse de la raya. Hombres que pensaban que una mujer en la cuneta y a las tres de la madrugada estaba abierta a toda clase de sugerencias. No podía negarlo, y eso enfadó a Quinn todavía más.
—Forma parte de mi trabajo —respondió Lori.
—¡Pero si no mides ni un metro sesenta!
—¡Mido más de un metro sesenta! Y deja de decir tonterías.
—¿Perdón?
—Es mi trabajo, Quinn. Llevo diez años haciéndolo, y si durante estos diez años no te ha preocupado en absoluto, no cometas la idiotez de preocuparte ahora.
Quinn bajó la voz.
—No sabía que salías en medio de la noche. ¡Pueden llegar a violarte! ¡O a matarte, maldita sea!
—Sí, y también podrían matar a los hombres que trabajan en el taller.
Quinn enrojeció y apretó los dientes.
—Eres la mujer más tozu…
—Ya basta —le interrumpió Lori.
Advirtió entonces que todavía le estaba dando la mano. De hecho, en aquel momento se la estaba apretando con fuerza. La apartó bruscamente.
—Lori…
—No, no tienes ningún derecho a regañarme por la vida que llevo.
Cuando Quinn se reclinó en su silla con los ojos resplandecientes de frustración, Lori se sorprendió al sentir una punzada de tristeza provocada por aquella distancia repentina. Solo iban a salir juntos durante unas semanas. No quería discutir con él cuando podrían estar haciendo cosas mucho más relajantes.
Quinn tomó aire y sacudió la cabeza.
—Si salieras esta noche y te ocurriera algo, ¿cómo se supone que iba a poder superarlo?
Lori necesitaba reconducir la situación.
—Escucha, gracias por preocuparte por mí, pero yo no soy responsabilidad tuya. Este es mi trabajo. Solo estoy de guardia una vez a la semana, por lo menos habitualmente, y soy una mujer inteligente y prudente. Si veo que alguien está borracho, no dudo en llamar a Ben o a cualquiera de los policías que trabajan con él. Incluso llevo una pistola de electrochoque en la camioneta, ¿de acuerdo?
—Me parece bien.
La frustración continuaba siendo patente en el rostro de Quinn, pero no dijo una palabra más. Se limitó a tamborilear la mesa con el dedo con un ritmo frenético.
Lori bajó la mirada intencionadamente hacia la mesa.
—Cuéntame qué vamos a cenar —le pidió.
Quinn permaneció en un obstinado silencio durante varios segundos, después, bajó la mirada con un gesto de resignación.
—Vamos —le urgió Lori—, hagamos una tregua.
Quinn alzó la mirada y la línea de sus labios pareció suavizarse.
—¿Otra tregua?
—Sí, ¿qué te pasa? Parece que te gusta mucho discutir.
—No con todo el mundo —musitó Quinn, pero la tensión ya estaba desapareciendo.
—Debe de ser por toda la pasión que crepita entre nosotros —bromeó Lori.
En aquella ocasión, Quinn sonrió, y su sonrisa fue ancha y seductora.
—Es posible. Toma —le ofreció un bocado de uno de los entrantes.
A continuación, le explicó cada una de las tapas y Lori estuvo animándole a contarle cosas de España hasta que llegó la paella. A partir de entonces, se concentró de tal modo en aquel delicioso plato que apenas podía hablar. El vino era el complemento perfecto para la intensidad de sus sabores y Lori se descubrió terminando su segunda copa con un suspiro de tristeza.
—¿Te gusta? —preguntó Quinn.
—¿El vino?
Quinn miró a su alrededor ligeramente avergonzado.
—El viaje a España.
—Me encanta —contestó Lori con total sinceridad.
Realmente, era como estar en otro país. Los camareros hablaban entre ellos en español. La música, sencilla y sensual, acariciaba su cuerpo mientras caía la noche, tiñendo el aire de azul oscuro. Unas lucecitas diminutas asomaban de entre las hojas de los árboles y las parras y cada vez que las acariciaba la brisa, brillaban como estrellas.
—Es perfecto.
Quinn se levantó de pronto.
—¡Vamos!
—Pero si todavía no has pagado, ¿no?
En vez de aceptar la mano que Quinn le tendía, miró preocupada a su alrededor, pero Quinn la agarró de la mano y tiró suavemente. En ese momento, Lori se fijó en las dos parejas que bailaban sobre una plataforma de madera.
—¡Oh, no!
—¡Oh, sí! ¿Cómo vamos a disfrutar de un viaje romántico a Europa sin bailar?
—¡No seas ridículo! ¡No pienso bailar!
Pero ya estaba de pie y Quinn tiraba de ella hacia el centro del patio.
—Lo único que tienes que hacer es mecerte. En realidad, solo tienes que agarrarte a mí. Yo te llevaré.
Bueno, eso sonaba muy sexy. Lori dejó de resistirse y le siguió.
Quinn entrelazó los dedos con los suyos y la convidó a colocarse frente a él.
—Así está mejor —musitó, poniéndole una mano en la cintura—. Mucho mejor.
La música, lenta y placentera como el sexo, sonaba cada vez más fuerte y Quinn comenzó a moverse con aquel ritmo cargado de promesas. Lori aceptó la sugerencia de Quinn. Se dejó llevar, y descubrió que tenía razón. Bailar era algo muy agradable. Quinn bailaba maravillosamente o, por lo menos, se mecía maravillosamente, y Lori se relajó lo suficiente como para apoyar la mejilla en su pecho.
Olía tan bien que la esencia natural de su piel era como el puro sexo en aquel momento. Cerró los ojos y aspiró, imaginándolo desnudo sobre ella. La caricia de sus labios contra su frente provocó un estremecimiento de deseo que reverberó a lo largo de su espalda. Quinn abrió la mano y la posó en su cadera.
—Esta noche estaremos juntos otra vez —le susurró al oído.
Sí, otra vez, como la vez anterior. Ojalá…
Lori cerró los ojos con fuerza. No podía pedírselo.
—Por favor —musitó Quinn, y Lori se derritió contra él.
Se suponía que aquella era su fantasía. Si no podía pedirle en aquel momento lo que quería, estaría echando a perder la oportunidad de vivir un sueño. Lori contuvo la respiración, reunió valor y susurró lo que quería contra su camisa.
Quinn sacudió la cabeza.
—¿Qué?
Lori tragó saliva y alzó su rostro hacia Quinn mientras este continuaba meciéndose y estrechándola contra él.
—¿Podrías… hablarme en español?
A pesar de que estaba distraída por el intenso calor provocado por la vergüenza, Lori notó que los músculos de Quinn se tensaban bajo sus manos. ¡Dios mío! Después, Quinn sonrió.
—Así que en español, ¿eh?
Lori presionó el rostro contra la camisa y no contestó.
—Sí, te hablaré en español. ¿Quieres que me cambie el nombre o preferirías no saber siquiera cómo me llamo?
—¡Cállate! —le ordenó Lori con toda la firmeza que pudo mientras enterraba el rostro en el algodón de la camisa.
—Pero si me callo, ¿cómo voy a hablarte en español, gatita? —preguntó Quinn, diciendo la última palabra en español.
Lori tenía dos opciones: escapar o echarse a reír. Optó por la última. Si salía huyendo, no podría ver al bandolero en acción. Y aquello no era la vida real. Si lo fuera, no estaría bailando con un hombre tan atractivo en una taberna andaluza.
De modo que, en cuanto volvió a reunir valor, alzó la cabeza, se inclinó hacia él y le lamió el cuello. Quinn gruñó como un auténtico bandolero.
—Estás arriesgándote mucho —le dijo en español.
¡Oh, sí! No sabía qué le había dicho, pero sonaba maravillosamente. Le mordisqueó ligeramente el cuello y volvió a deslizar la lengua contra su piel, deleitándose en la barba que comenzaba a crecer.
—Eres una hechicera. ¡Ya basta! —continuó Quinn en español, y la sacó de la pista de baile—. Vámonos.
La cuenta les estaba esperando, gracias a Dios. Al parecer, el camarero ya había comprendido que el postre que querían no formaba parte del menú. Quinn dejó varios billetes encima de la mesa y estaban ya volviéndose dispuestos a escapar cuando una voz de mujer obligó a Lori a detenerse en seco.
—Quinn Jennings, ¿eres tú?
Quinn se detuvo con tal gesto de frustración que habría resultado cómico si a Lori no se le hubiera caído el corazón a los pies. Por encima del hombro de Quinn, vio a la mujer que se acercaba. Por supuesto, era maravillosa.
Quinn se volvió y también la vio. Y Lori vio la sonrisa que asomó a sus labios cuando la reconoció.
—Yasmine —le dijo.
¿Yasmine? Increíble. Casi tanto como lo atractiva que era. Piel caoba, pelo negro y liso con unas mechas castañas que realzaban el color de sus ojos incluso con aquella luz tan tenue. Era una mujer delgada y muy alta. Con los tacones, incluso más alta que Quinn.
La blusa que llevaba flotó a su alrededor mientras se acercaba a Quinn para darle un beso en la mejilla. Los vaqueros oscuros parecían pintados sobre su piel. Aquella mujer no podría haberse puesto bragas aunque lo hubiera intentado. Lori tuvo que reprimir las ganas de gruñir y mostrarle los dientes.
—¡Quinn, hacía años que no te veía!
—Sí, ha pasado mucho tiempo —respondió él, mientras Lori le fulminaba con la mirada.
—Demasiado. Deberíamos quedar para tomar algo —propuso Yasmine con un sensual ronroneo.
Quinn se echó a reír.
—Creo que a tu marido no le haría ninguna gracia —por fin se volvió y buscó la mano de Lori—. Yasmine, te presento a Lori Love. Lori, esta es Yasmine Harrington.
—Un placer —respondió Yasmine, recorriendo a Lori de arriba abajo con una rápida mirada.
—Encantada de conocerte —se obligó a decir Lori.
La piel de aquella mujer brilló como la seda cuando alzó la mano para posarla en el codo de Quinn.
—Ya veo que estoy interrumpiendo una cena de trabajo, así que será mejor que os deje tranquilos.
—No… —comenzó a decir Quinn.
Pero Yasmine ya estaba despidiéndose con la mano antes de que él hubiera podido añadir nada más. En cualquier caso, ¿qué sentido tenía? La aclaración podía haber sido peor que el error. «Sí, aunque parezca extraño, en realidad, estoy saliendo con ella».
—Siento lo que ha pasado —musitó Quinn.
A Lori comenzaba a dolerle la mandíbula, seguramente por la fuerza con la que estaba apretando los dientes. Abrió la boca.
—No te preocupes. Mira, estaba a punto de dejarme el bolso —lo levantó del suelo—. ¿Nos vamos? Tengo que ir a casa.
—¿A casa? ¿Por qué? ¿Qué ha pasado?
—Nada.
—¿Nada? Hace un momento estábamos a punto de arrancarnos la ropa y ahora estás enfadada.
—¿No podemos irnos ya?
Quinn bajó la mirada hacia los brazos cruzados de Lori.
—No, no podemos irnos. ¿Por qué estás tan enfadada?
Después de mirar a su alrededor para asegurarse de que nadie los estaba observando, Lori se acercó de nuevo a su mesa, buscando un poco de intimidad.
—¿Por qué crees tú que estoy enfadada? Has salido con esa mujer, ¿verdad?
Quinn la miró con recelo.
—Sí, estuve saliendo con ella hace un par de años.
—¡Maldita sea! —siseó Lori—. ¡Me dijiste que las Barbies no eran tu tipo!
—Yasmine no está operada —protestó.
—¡No era eso lo que yo pretendía…!
Quinn la interrumpió.
—Yasmine es abogada, por el amor de Dios.
—¡Oh, genial! Es alta, tiene el cuerpo y la cara de una modelo y encima es inteligente. Mejor todavía.
Quinn alzó las manos.
—¿Y? ¿Te sentirías mejor si solo hubiera salido con monstruos? ¿Qué pensarías entonces de ti?
—Olvídalo. Si quieres salir con una chica de los barrios bajos para encontrar un poco de emoción, el problema es tuyo.
—¡Los barrios bajos! —Quinn apretó los músculos. La furia llameaba en sus ojos que parecieron cambiar del castaño a un verde pálido mientras Lori le miraba—. Sí, en Aspen no es fácil codearse con gente pobre. Tuve que ir hasta Tumble Creek para encontrar una chica como tú.
—Vete al infierno —le espetó Lori.
Quinn se inclinó hacia ella y bajó la voz para decir con una peligrosa calma:
—Ni se te ocurra convertir esto en algo que no es, Lori. Crecimos en el mismo lugar, así que ya puedes ir superando tus complejos. A no ser que esto forme parte de tu fantasía. El hombre rico y mezquino y la chica de familia pobre con un corazón de oro.
—No digas tonterías —gruñó Lori.
Quinn la agarró con fuerza del hombro.
—Vámonos.
Pero tiró de ella en una dirección diferente a la que Lori esperaba.
—¿Adónde vamos?
—Hay una puerta trasera.
Al parecer, estaba demasiado enfadado como para despedirse de Eduardo. Lori lo agradeció, porque había muchas posibilidades de que su frustración diera paso a las lágrimas en cualquier momento. Estaba siendo ridícula. Aquello solo era una aventura pasajera. No tenía por qué importarle el tipo de mujer que habitualmente atraía a Quinn.
Pero le importaba. Se sentía pequeña, poco femenina y basta. Como si estuviera caminando en medio de un elegante café europeo con el mono que utilizaba en el taller.
Parecían estar acercándose a una pared cubierta por una parra y Lori, confundida, aminoró el ritmo de sus pasos, pero Quinn alargó la mano hacia la vegetación, giró un pomo y la pared resultó ser una puerta por la que se salía a un callejón oscuro.
Las fachadas de aquella elegante manzana de Aspen podían parecer bonitas y pintorescas, pero por la parte de atrás, aquellos edificios de dos plantas estaban sin pintar y tenían un horrible color ceniza. Lori todavía estaba mirando a su alrededor cuando la puerta se cerró tras ellos con un «clic» sobrecogedor.
—Creía que ya habíamos superado todo esto.
La voz de Quinn retumbaba como el trueno de una tormenta y su sombra estaba cada vez más cerca.
Lori retrocedió un paso. Quinn la siguió.
—Te deseo —dijo Quinn en tono amenazador—. ¿Lo entiendes?
Lori asintió. Sus ojos comenzaban a acostumbrarse a la oscuridad y pudo ver cómo Quinn acercaba la mano a la curva de su cuello. Sintió sus dedos cálidos y fuertes y en absoluto delicados.
—Te deseo ahora.
El corazón de Lori dejó de latir durante unos segundos. Sintió enmudecer el eco de su palpitar antes de que volviera a ponerse en marcha con un violento latido.
—Muy bien —susurró.
Quinn la besó entonces. Con un beso castigador, le recordó el cerebro de Lori. Era innegable, Quinn estaba enfadado. Y cuando la estrechó contra él, supo que no solo estaba enfadado, sino también completamente excitado. Y ella también. Estaba húmeda y caliente para él. Quinn la apoyó contra la pared del edificio de al lado y Lori cedió complaciente a su presión.
Cuando sintió el duro cemento contra su espalda, comenzó a estremecerse. Cuando Quinn tiró del escote del vestido y dejó uno de sus senos al descubierto, gimió. No se había puesto sujetador con aquel vestido, y al sentir la mano de Quinn cerrándose sobre su pecho, se alegró de haber prescindido de aquella prenda.
Aquello era una locura. Seguía oyendo la música del restaurante, oía a la gente reír, llegaba hasta ella el sonido de los cubiertos. Intentó moderar el volumen de sus gemidos cuando Quinn le pellizcó el pezón y succionó su lengua para deslizarla en el interior de su boca. Pero cuando presionó su dura erección contra ella, no pudo controlarse. Interrumpió el beso para llevar aire a sus esforzados pulmones.
—¿Esto es lo que quieres? —preguntó Quinn en español y con voz ronca. Continuó después en inglés—. ¿Quieres que te demuestre la fuerza de mi lujuria? ¿Necesitas que te demuestre hasta qué punto te deseo?
—¡Sí! —jadeó Lori.
Sí, quería que le demostrara lo mucho que la deseaba. Quería que borrara todas sus dudas, quería que su cuerpo se llenara de él.
Quinn maldijo contra su cuello y Lori le oyó abrir un preservativo. El sonido de la cremallera del pantalón al bajarse pareció arañar todos sus nervios. Su sexo se tensó como si estuviera a punto de llegar al orgasmo.
Quinn le levantó el vestido y tiró de sus bragas. Lori se deshizo de ellas liberando su pie justo antes de que Quinn la levantara. Le rodeó el cuello con los brazos y las caderas con las piernas. Antes de que se hubiera preparado, Quinn comenzó a hundirse en ella.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó.
—Sí —gruñó mientras se hundía completamente en ella—. Eres preciosa.
Movió ligeramente las caderas y comenzó a embestir con movimientos rápidos, llenándola una vez más. Lori gritó, incapaz de contenerse, pero ni siquiera su grito fue capaz de detener a Quinn.
—¡Tómalo! —le ordenaba en español—. ¡Tómalo todo!
—Sí —gimió Lori, sin importarle lo que Quinn pudiera estar diciéndole. Lo único que necesitaba era complacerle—. Sí, por favor.
Tensó las manos sobre su cuello y se arqueó para que se hundiera plenamente en ella. Estaba tan excitado, era tal el volumen de su erección, que incluso estando tan húmeda, notaba la fricción de la goma.
Quinn le lamió el cuello y le mordisqueó el lóbulo de la oreja.
—Eres mía.
—¡Sí!
—Serás mía siempre que yo quiera.
—¡Sí!
Quinn presionó los hombros de Lori con firmeza, utilizándola como palanca para endurecer sus embestidas.
—¡Oh, Dios mío! ¡Dios mío, Quinn! —gemía ella.
Volvió a besarla en el cuello y la mordisqueó suavemente mientras Lori presionaba la cabeza contra la pared.
—Córrete para mí, Lori —le dijo en español. Y lo tradujo inmediatamente—: Córrete para mí.
—No —musitó Lori—, todavía no.
Relajó los muslos y dejó que fuera la fuerza de la gravedad la que tensara sus embestidas. Con aquella nueva postura, el miembro de Quinn le rozaba el clítoris y Lori no pudo evitar un grito de placer.
—Eso me gusta —musitó Quinn.
Pero alzó la mano hasta su rostro para taparle la boca. Continuaba tomando todo de ella, presionándola contra la pared y amortiguando sus gritos con la mano mientras Lori intentaba decirse a sí misma que aquella no era una fantasía admisible y su lado más sensual le decía que cerrara el pico.
Quinn aceleró el ritmo de sus movimientos.
—Vamos, nena, hazlo por mí.
Lori negó con la cabeza con un gesto desafiante, pero cuando Quinn aumentó la firmeza de sus movimientos y comenzó a gruñir algo en español, palabras que sonaban sospechosamente ofensivas y amenazadoras, dejó que su alma se entregara completamente a aquella sensación. Sí, iba a llegar al orgasmo, y quería que aquello durara eternamente. No quería separarse de aquel cuerpo musculoso y del enorme miembro que la llenaba. Pero sus nervios se habían tensado de tal manera que ya no había vuelta atrás.
Justo en el momento en el que Quinn estaba musitando «¡Ah… no, no puedo!», los músculos de Lori se tensaron alrededor de su cuerpo. Lori gritó contra él mientras la noche se fundía en una explosión de placer. Quinn temblaba, se estremecía mientras clavaba los dedos en su mejilla.
Lori cerró los ojos y se dejó empapar por todo cuando la rodeaba. El sonido de la gente hablando a solo unos metros de distancia, el roce del cemento contra su espalda. El seno desbordando su escote, los dedos de Quinn sujetándole con fuerza la barbilla. Y él… él todavía en el interior de su cuerpo.
Aquello era sórdido. Sucio. Políticamente incorrecto. ¡Ilegal, incluso! Pero el corazón le latía de felicidad dentro de su cansado cuerpo. El aire de su respiración vibraba en el interior de sus pulmones. Su cuerpo parecía lanzar chispas. Estaba segura de que si abría los ojos vería un resplandor bajo su piel.
Quinn deslizó la mano por su cuerpo y susurró contra su cuello:
—¿Lori? ¿Estás bien?
—¡Sí, claro que sí! —tenía la voz ronca, así que se aclaró la garganta y volvió a intentarlo—. ¿Lo preguntas en serio?
—Bueno, a lo mejor no era la clase de fantasía que tenías en mente.
—Puedes estar seguro de que sí.
Creyó notar cierto alivio en la risa de Quinn.
—¿Estás bien? —volvió a preguntar.
La empujó suavemente para separarse de ella.
Lori descruzó los tobillos y descendió lentamente hasta el suelo, pero continuó aferrándose a sus brazos hasta que dejaron de temblarle las manos. La falda del vestido cayó de nuevo en su lugar.
—Ha sido…
Quinn apoyó la frente contra la suya.
—Por favor, di algo bueno.
—Umm. ¿A ti qué te ha parecido?
—A mí… me ha gustado.
—¿Solo eso?
Quinn maldijo entre dientes.
—¿Se me permite decir que ha sido asombroso? Me siento muy culpable. No debería haber hecho una cosa así. Pero ha sido espectacular —asintió—. Y absolutamente inapropiado.
Lori se echó a reír y le hizo agacharse para darle un rápido y ardiente beso.
—Ha sido espectacular e inapropiado. Me alegro de que estemos de acuerdo.
—Perfecto, y ahora, si me perdonas, todavía corro el riesgo de que me detengan.
Mientras Lori reía, Quinn se volvió. Lori le oyó subirse la cremallera del pantalón y le vio buscar un cubo de basura en el callejón. Tardó algunos segundos en comprender que también ella tenía que ocuparse de su propio aspecto. Todavía tenía las bragas bajadas, sujetas solo por el tobillo, y aunque hasta entonces se había sentido bastante atrevida, no lo era tanto como para volver a ponérselas y averiguar qué clase de enfermedad podría llegar a transmitirse en un sucio callejón.
De modo que recogió las bragas, las hizo un ovillo y las guardó en el bolso. Se subió el escote del vestido e intentó no imaginarse el aspecto que tenía minutos antes.
Cuando se apartó de la pared, se balanceó ligeramente, pero tras unos segundos de vacilación, recuperó la fuerza en las piernas. Aquella renovada energía debía de proceder de alguna parte cercana al corazón, porque de pronto se sintió repentinamente sola. Una punzada de vergüenza hizo que le ardieran las mejillas.
¿De verdad acababa de tener relaciones sexuales en un callejón, a solo unos metros de distancia de los inocentes clientes del restaurante? ¿Y si alguien los había oído?
Lori agarró el bolso que había dejado en el suelo y le sacudió el polvo.
—Salgamos de aquí.
Quinn se acercó entonces a ella.
—¿Has visto una cámara se seguridad o algo que te haya inquietado?
La exclamación de Lori pareció rebotar contra las paredes de ladrillo del callejón. Miró frenética a su alrededor.
—¡No levantes la mirada, por el amor de Dios! —exclamó Quinn—. ¿No has visto nunca Los más buscados de América? Ahora tendrán una fotografía de tu rostro.
—¿Qué?
—Lori, te estoy tomando el pelo.
Lori luchó contra las ganas de patear el suelo con un gesto de frustración, pero no tuvo éxito.
—¿No podemos irnos de una vez por todas?
Le agarró la mano y salió corriendo a toda la velocidad que le permitían los tacones, tirando de Quinn hacia la calle principal. Allí todavía se apreciaba el profundo azul del anochecer. La luz de las farolas parpadeaba mientras ella miraba disimuladamente a su alrededor. No, no se había reunido toda una multitud a observarlos, y tampoco parecía haber luces rojas y azules por la zona.
—Mira que suerte, ¡hemos salido impunes! —musitó Quinn.
—¡Eh! —le espetó Lori. El alivio alimentaba su frustración—. Tú eres el único que tiene una reputación que proteger. Creo que tú estabas más nervioso que yo.
Él le dirigió una sonrisa que rezumaba autosatisfacción.
—No seas tonta. Yo soy uno de los solteros más codiciados de Aspen. Cuando lo hago en un callejón, lo sórdido se considera sencillamente, sexy.
—Tú… —farfulló Lori—. Tú…
Quinn bajó la cabeza y la besó, interrumpiendo definitivamente su indignación. Con la lengua fue capaz de hacer desaparecer toda la vergüenza. Lori se estrechó de nuevo contra él.
—¿Te encuentras mejor? —susurró Quinn contra sus labios.
—Un poco.
E inmediatamente puso a su lengua a trabajar para obligarle a callarse. Era impresionante. Acababan de disfrutar del sexo, pero ya estaba dispuesta a hacerlo otra vez en ese mismo instante. En el callejón, en su camioneta o en el coche de Quinn.
¡Su camioneta!
Lori interrumpió el beso y miró el reloj. Las nueve y media.
—¡Vaya! Ya es hora de volver.
Aunque le dirigió una mirada sombría, Quinn no protestó. En cambio, comenzó a caminar con ella en medio de la noche, siguiendo el mismo camino que habían hecho horas antes, pero de una forma mucho más íntima. Cerró la mano alrededor de la de Lori, rozando con las yemas de los dedos su pulgar.
—Lo siento —musitó Lori—. No tenía ningún motivo para enfadarme.
Quinn la miró. La sombra oscura de su perfil se recortaba contra el cielo.
—No, no tenías ningún motivo para enfadarte. Estaba en el restaurante contigo porque era contigo con quien quería estar. Si hubiera querido más a esa mujer, habría seguido saliendo con ella.
Lori asintió.
—¿Sabes, Lori? Los dos somos del mismo lugar.
—No, ya no.
—Maldita sea, Lori. Si me hubiera pasado algo parecido a lo que te pasó a ti, si mis padres me hubieran necesitado, habríamos estado en la misma situación. Somos del mismo pueblo. Tu padre tenía un taller y el mío un supermercado. Los dos nos esforzamos durante la adolescencia porque teníamos un proyecto de futuro. Pero después, a ti te sucedió algo que te obligó a volver al pueblo. Esa es la única diferencia entre nosotros.
—Supongo que tienes razón —Lori suspiró—. Pero es una gran diferencia.
—No, no lo es —la contradijo Quinn, haciéndole sonreír.
—En cualquier caso, no es motivo para comportarse como una arpía cargada de inseguridades. Te pido disculpas.
—¿Sabes? —comenzó a decir Quinn, arrastrando las palabras—. Si gritarme te excita hasta este punto, creo que soy capaz de soportarlo.
—No me excita gritarte. Y, de hecho, no te he gritado.
—Bueno, pero estabas muy enfadada. Tenías las mejillas sonrojadas y tu pecho se elevaba como si tuvieras dificultades para respirar.
—Creo que es a ti al que le excita enfadarme.
—Me temo que tienes razón. ¿Te apetece que volvamos a pelearnos?
Lori rio, a pesar de la intensidad del deseo que de pronto la atravesó.
—Si tuviera tiempo, sí. Creo que incluso podría llegar a pegarte.
—¿Mañana?
Estaban ya en la entrada del aparcamiento y Lori no quería que la noche acabara. Y, si tenía que hacerlo, quería que volvieran a verse al día siguiente.
¡Maldita fuera!
Lori gimió:
—No puedo —contestó en el momento en el que acababan de llegar a su camioneta—. Mañana he quedado con Molly y no puedo volver a anular la cita. He quedado con ella en The Bar.
—¿A qué hora? —preguntó Quinn inmediatamente.
—¡No puedes venir!
—No se me va a ocurrir irrumpir en una reunión de mujeres. ¿Qué clase de hombre piensas que soy?
—¿Un hombre excitado?
—¡Ja! No, estaba pensando que estaría bien convertirme en un acosador excitado y pasarme a verte después de que hayas estado con mi hermana.
—¿Sí? ¿Te vas a conformar con un encuentro nocturno, con convertirte en un juguete sexual? Señor Jennings, ¿dónde ha quedado su dignidad?
Quinn frunció el ceño y se palpó los bolsillos.
—Vaya, debe de haberse quedado en ese callejón. Vi un poco de dignidad en el suelo, cerca del cubo de basura, pero pensé que era tuya.
—Idiota.
Lori intentó darle una patada en la espinilla mientras reía, pero Quinn estaba demasiado cerca como para permitir que se moviera. Aun así, en cuanto Quinn le dio un beso en la mejilla, le resultó muy fácil perdonarle.
—Tengo que ir un par de días a Vancouver. Ven conmigo.
A Lori se le heló la sonrisa en el instante en el que la sorpresa pareció cerrarse alrededor de sus pulmones, dificultándole la respiración.
—¿A Vancouver?
—Es una ciudad preciosa, ¿has estado allí alguna vez?
Lorin negó con la cabeza.
—El lunes tengo que dar una conferencia, pero tendré toda la noche libre para enseñarte la ciudad.
Las imágenes de Vancouver invadían la cabeza de Lori a una velocidad de vértigo. Era una ciudad muy hermosa. No tan exótica como otras de las ciudades que soñaba con visitar, pero le encantaría ir.
—No puedo —contestó, sacudiendo de nuevo la cabeza—. No puedo.
Quinn dejó caer los hombros con un gesto de decepción.
—¿Estás segura?
No. Sintió en los ojos el escozor de las lágrimas, así que miró al cielo para evitar que comenzaran a rodar por sus mejillas.
—Tengo que ocuparme del taller. No puedo marcharme sin haberlo planificado previamente.
—¡Pero Lori, nunca lo hemos hecho en Canadá! Además, quería enseñarte un poquito de Francia en el proceso.
Lori se obligó a forzar una sonrisa.
—Tú ocúpate de Francia y yo me encargaré de comprar una cerveza canadiense. Nos vemos el martes.
—Trato hecho.
Lori inclinó la cabeza, se acercó a él y se apoyó en su pecho. El latido del corazón de Quinn fue suficientemente intenso como para alejar su tristeza.
—Pero hasta entonces, procura mantener el teléfono encendido. Es posible que de pronto necesite que lo dejes todo y vengas a verme en medio del día.
—Estoy dispuesto a hacer todo lo que tú me digas.