Aquel fue el peor día que había tenido desde hacía meses. El peor día desde la muerte de su padre.
Lori miró disgustada el reloj de cuco que tenía en el garaje. Eran casi las cinco.
Se alegró de que uno de los mecánicos hubiera roto el pájaro tiempo atrás. Si hubiera estado todavía allí, Lori habría agarrado un mazo en cuanto hubiera visto aparecer su horrible rostro. Era increíble que un reloj pudiera tardar tanto en hacer pasar las horas.
Pero ya estaba casi al final de la jornada. En menos de tres minutos, saldría el dispositivo de detrás de la puerta con un graznido. Entonces aparecería Esteban para llevarse las llaves de la grúa, por si llamaba alguien por la noche. Joe recogería sus cosas y Lori sería prácticamente libre. Solo tendría que esperar a que pasara un cliente a recoger su coche alrededor de las cinco y media.
Sin molestarse en disimular un suspiro, Lori se pasó el brazo por la frente para secarse el sudor antes de volverse hacia los tornillos de la rueda trasera izquierda y girar la llave inglesa con todas sus fuerzas.
Odiaba cambiar ruedas. Era un trabajo pesado para ella, además de aburrido, y no satisfacía sus ganas de conseguir que algo roto volviera de nuevo a la vida. Cambiar ruedas era casi más aburrido que los cambios de aceite. Por lo menos, cuando cambiaba el aceite podía ser testigo del satisfactorio cambio del líquido negro al marrón claro.
Cuando se le resbaló la mano de la llave inglesa y se golpeó con la rueda, no la sorprendió en absoluto. Pero no por esperado el golpe le dolió menos.
—¡Mierda, mierda, mierda!
Deseó que no se hubiera roto el destornillador eléctrico la semana anterior. Iba a tener que invertir dinero en uno nuevo. Los hombres protestarían, sobre todo porque les había dado la noticia de que no pensaba arreglar el elevador hidráulico que había comenzado a fallar en junio.
Eran unos flojos.
—¡Lori! —la llamó Joe por encima de sus gritos—. Lawson al teléfono.
—¡Al infierno! Dile que le llamaré yo.
Maldito fuera. Ben había dejado un mensaje pidiéndole que se pusiera en contacto con él. Sonaba muy serio y profesional así que, por supuesto, Lori no le había devuelto la llamada. Y tampoco pensaba hacerlo aquella vez. Por lo menos ese día. Al día siguiente quizá, cuando no estuviera cansada, furiosa y herida.
Quinn la había dejado en su camioneta la noche anterior después de darle otro de aquellos profundos y apasionados besos y se había marchado. Muy bien. Lori había llegado a aceptarlo. La espera podía llegar a ser positiva, eso lo entendía. De hecho, había pasado más de una hora aquella noche imaginando a Quinn de nuevo entre sus piernas. Pero en el momento en el que el despertador había vuelto a la vida, también lo había hecho la libido de Lori. ¿Cuándo la llamaría? ¿Cuándo se decidiría a pasarse por allí?
De modo que sí, estaba tensa desde antes de levantarse de la cama, pero al principio había sido una tensión agradable. Una deliciosa anticipación que presionaba delicadamente su cuerpo. Y entonces había cometido el error de retirar el periódico de Aspen que le habían dejado en la puerta.
Ella ya compraba el Tumble Creek Tribune, de modo que, ¿por qué demonios tenía que suscribirse también a un periódico de Aspen? ¿Y por qué demonios había tenido que abrirlo por la sección de sociedad?
Quinn Jennings, uno de los solteros más codiciados de Aspen, muestra su apoyo a las artes acompañado de la señorita Tessa Smith en la recogida de fondos de la Aspen-Music.
Y allí aparecía él, fotografiado en blanco y negro en aquella «obligación previa» que había mencionado el martes. Debía de ser una fiesta muy glamorosa. Sting estaba sentado justo a su lado, y al otro lado, con la mano apoyada en su brazo, estaba aquella mujer que supuestamente se llamaba Tessa Smith.
Era muy guapa. Espectacular. Rubia, alta y delgada. Tenía el cuerpo de una modelo, excepto por aquellos senos gigantes que apenas ocultaba el corsé de un vestido claro. Los dientes eran de un blanco hollywoodienses. Tenía las pestañas gruesas y unos brazos largos y elegantes adornados por unas pulseras perfectas.
Era la misma mujer que Lori había visto en la mesa de Quinn el sábado por la noche.
Lori sentía náuseas solo de pensar en ello. Y al leer la columna de sociedad del periódico de Tumble Creek, se sintió todavía peor.
Nuestra pequeña Lori Love está floreciendo. Se dice que la semana pasada la vieron en Aspen con una amiga, comprando un vestido. ¿Qué será lo siguiente? ¿Unos gatitos de peluche pintados en la grúa?
El contraste era más que evidente. Lori era una marimacho jugando a arreglarse para diversión de sus vecinos. Quinn era un soltero perteneciente a la alta sociedad que se codeaba con hombres como Sting. Aquel era el resumen de la situación.
A Lori dejó de extrañarle la facilidad con la que Quinn había renunciado al sexo. Al fin y al cabo, había estado deslizándose por las salvajes y siliconadas curvas de mujeres como Tessa Smith. Necesitaba tiempo para acostumbrarse a un terreno más plano, como el de Lori.
Los hombres interesados por mujeres como aquella no tenían ningún interés en Lori. ¡Y ella que se había sentido tan guapa durante aquel par de incursiones por Aspen!
Y estaba guapa. O mona, quizá. Pero, definitivamente, no era una belleza. Su atractivo resultaba casi infantil comparado con el de aquellas mujeres.
Bajó la mirada hacia los guantes con los que se protegía las manos y se preguntó por qué había llegado a pensar que las cosas podían ser diferentes. Era, simple y llanamente, patética. Y todo aquello era humillante.
—¿Señorita Love? —preguntó una voz grave desde la puerta del taller. Lori se obligó a levantar la cabeza para mirar a Esteban—. Ya tengo las llaves. Estaré disponible hasta las seis.
—De acuerdo.
Esteban se volvió para recoger la tablilla mientras Lori clavaba la mirada en su espalda. Debería haberse fijado en un hombre como él. Un hombre fornido y silencioso. Con los brazos cubiertos de tatuajes y la cabeza afeitada. Sin otra aspiración que la de llegar a ser propietario de un coche de infarto, por lo menos por lo que Lori sabía. O a lo mejor estaba ahorrando para poder comprarse una grúa y no tener que trabajar para nadie. Fuera como fuera, Esteban era uno de su clase.
Aunque, probablemente, también a él le gustaran las mujeres de pechos de silicona gigantes. A todos les gustaban.
Esteban se enderezó y la descubrió mirándole. Frunció el ceño. Lori frunció el ceño en respuesta.
—¿Lori? —preguntó entonces Joe—. ¿Estás bien?
—Sí, estoy bien.
—¿Qué quería Lawson? Parecía serio.
—Nada.
Joe la miró con atención.
—Últimamente estás muy rara. ¿Quieres que hablemos? Podemos ir a tomar una cerveza.
—No, gracias.
Había conseguido no contestar de mala manera a los mecánicos a lo largo del día o, por lo menos, no les había tratado peor de lo habitual. Pero estaba comenzando a adentrarse en la zona roja del enfado y necesitaba estar sola. Sí, le apetecía tomar una cerveza, pero no necesitaba la compañía de nadie.
Se sintió culpable al ver que Joe fruncía el ceño con expresión preocupada, pero consiguió ignorarle. Joe no dijo una palabra más, se despidió con un gesto y se alejó pisando la grava. Esteban se había desvanecido. Estaba sola.
Recuperó la llave inglesa, ignoró el hecho de que la rueda parecía estar nublándose ante sus ojos y consiguió trabajar durante los cinco minutos que tardó en terminar su tarea sin derramar una sola lágrima. Después, sacó la camioneta que acababa de reparar a la zona de aparcamiento, escondió las llaves bajo una alfombrilla y llamó al dueño para que fuera a buscarla.
En cuanto cerró la puerta del taller, abrió la nevera.
—¡Oh, no! —gimió al ver el contenido.
En su intento por convertirse en una mujer sofisticada y sensual, había comprado una botella de vino en vez de cervezas. Pero la idea de cruzar la calle para ir a comprar cervezas le resultaba menos apetecible incluso que la de beber vino, de modo que agarró la botella, la descorchó y se dirigió a la bañera.
Se sentía deliciosamente melodramática bebiendo directamente de la botella y aquella noche necesitaba todas las delicias que pudiera conseguir. El alcohol funcionó. Media hora después estaba tumbada en la cama del dormitorio del piso de arriba, con la televisión a todo volumen. Su DVD favorito, editado por Travel Channel, la estaba llevando por los canales de Venecia, aunque se sentía inexplicablemente malhumorada mientras flotaba a lo largo de sus aguas opacas.
El vino tinto sabía suficientemente a Italia y el viento de la ventana evocaba la brisa de los canales acariciando sus brazos desnudos. Pero probablemente no debería estar paseando en góndola con una camiseta sin mangas y sus bragas favoritas.
Molly le había regalado un conjunto de bragas con todos los días de la semana y aunque Lori no había conseguido encontrar las del jueves después del baño, las brillantes cursivas que conformaban el sábado le hicieron sonreír. Aunque muy débilmente.
Justo en el momento en el que estaba flotando hacia el Gran Canal, llegó hasta ella un sonido inaceptable procedente del primer piso. Lori subió el volumen de la televisión y se cruzó de brazos. Pero volvieron a sonar los golpes en la puerta, seguidos en aquella ocasión de un timbrazo.
—¡Púdrete! —musitó.
Probablemente Quinn se había preparado mentalmente y había decidido lanzarse. Seguramente había llegado a la conclusión de que era preferible superar aquella situación de la forma más rápida posible. Era demasiado bueno. No debería haberle puesto al tanto de sus planes. Por supuesto, se sentía responsable de ella y había decidido hacerse cargo personalmente de aquella tarea para que no tuviera que terminar acostándose con un desconocido.
—Imbécil.
Para cuando volvió a sonar el timbre, Lori ya estaba furiosa otra vez. Lo único que había conseguido el vino había sido hacer su enfado más razonable.
—¿Quiere verme? Pues muy bien.
Lori enmudeció el televisor, agarró la botella y bajó las escaleras.
Cuando abrió la puerta y encontró a Ben frente a ella, no vaciló un instante. Al fin y al cabo, estaba delante de otro hombre empeñado en fastidiarla. Puso los brazos en jarras.
—¿Qué quieres?
Ben la recorrió rápidamente con la mirada y retrocedió, ampliando cada vez más la distancia entre ellos. El rubor cubría sus mejillas mientras fijaba la mirada en la frente de Lori.
—Te he dejado dos mensajes.
—¿Y?
—Quería hablar contigo. ¿Puedes vestirte, por favor?
—No —le espetó.
—Lori —suspiró—, ¿estás con Molly?
—No, ¿por qué?
—Porque he pensado que a lo mejor este era otro de sus intentos para conseguir que te mire el trasero. No entiendo porque os parece tan divertido.
—No, no está aquí. Y no quiero hablar contigo. Por eso no te he devuelto la llamada, genio. Y por eso no voy a vestirme. Y ahora, vete.
—Lori…
—No. Es obvio que traes una mala noticia y yo no estoy de humor.
Ben bajó la mirada desde su frente hasta sus ojos y la rigidez de sus hombros de granito se suavizó, acercándose más a la de la piedra caliza.
—¿Te ocurre algo?
—He tenido un mal día, eso es todo. ¿Y tú no deberías estar rescatando a la gente de los osos o algo así?
—¿Osos?
En aquella ocasión bajó la mirada hacia la botella de vino que tenía en la mano. Lori se habría sentido más segura en su papel si hubiera conseguido beber algo más que un cuarto de aquella botella.
—Creo que Molly es una mala influencia para ti.
—¿Tú crees? Mira —sacudió la botella—. Ahora mismo estoy borracha. Pero por lo menos no estoy bebiendo una de esas bebidas tan sofisticadas que le gustan a Molly.
El suspiro de Ben le resultó familiar. Lo utilizaba a menudo con Molly.
—¿De verdad quieres que vuelva mañana? Porque a lo mejor prefieres añadir mi visita a un mal día mientras todavía dura.
Maldita fuera, era difícil oponerse a aquella argumentación. Ben tenía razón, probablemente porque llevaba años dando malas noticias a la gente. Lori sintió que su resentimiento cedía ligeramente y se mezclaba con cierta compasión hacia él.
Teniendo mucho cuidado de que no cayera una sola gota de vino en la alfombra, Lori señaló con la botella hacia el sofá.
—Muy bien, adelante. De todas formas, no creo que nada pueda empeorarme el día.
Al final, la noticia fue menos mala de lo que esperaba, pero aun así, fue doloroso oírselo decir en voz alta. Ben no había encontrado ninguna foto olvidada con el nombre que su padre había dejado escrito en el polvo antes de morir. No, las pruebas eran totalmente circunstanciales.
—El análisis forense confirma el diagnóstico anterior de traumatismo craneal debido a golpe. La forense ha analizado también los escáneres y las radiografías —en ese momento, alzó la mirada de sus notas—. Según ella, esas heridas no podrían haber sido provocadas por una caída, a no ser que hubiera caído directamente de cabeza.
Lori hizo un sonido involuntario y desvió la mirada.
—Pero la herida estaba en la parte de atrás.
—Comentó algo sobre el ángulo de fuerza.
Lori asintió con la mirada fija en la televisión apagada y bebió un sorbo de vino.
—Lo siento —le dijo Ben.
Haciendo un esfuerzo para no llorar, Lori se obligó a decir con calma:
—He estado revisando todas sus cosas. Compró un terreno justo un mes antes de… caerse.
Ben se inclinó hacia delante.
—¿Un terreno?
—Sí, al parecer, se lo compró directamente al banco. He pensado que eso podría significar que era un terreno sobre el que se había ejecutado una hipoteca.
El bolígrafo de Ben se deslizaba con fuerza sobre el papel mientras este preguntaba por las fechas de aquella compra. Lori fue a buscar los documentos que había encontrado. Ben la siguió sin dejar de escribir.
—Me pondré con todo esto a primera hora de la mañana —le prometió cuando Lori le entregó los documentos.
—Gracias.
Comenzó a caminar hacia la puerta, pero Ben posó la mano en su hombro para detenerla.
—¿Estás bien, Lori? ¿Qué te pasa?
—¿Además de que asesinaron a mi padre?
Ben se detuvo y le apretó el hombro con cariño.
—Sí, además de eso.
«Soy una fracasada», dijo Lori, pero solo para sí misma. «Soy un fracaso sexual, económico, social, educativo y profesional». Pero eso era algo que jamás diría en voz alta, ni siquiera para sí misma, algo que jamás reconocería ante otro ser humano.
—¿Por qué no vienes a cenar con nosotros? —la invitó Ben, abandonando por completo el tono de policía—. Molly tiene una lasaña en el horno. Y es comprada, así que no tienes por qué preocuparte.
Lori se echó a reír, pero incluso ella percibió el temblor de su risa. Ben la envolvió en un abrazo. Sus fuertes brazos irradiaban calor y seguridad.
—Lori, por favor, cuéntame lo que te pasa.
Lori agarró con fuerza el cuello de la botella.
—Son cosas de chicas, Ben. Y no es nada serio. Solo un poco deprimente.
—¿Menopausia precoz?
—¡Cierra el pico!
Lori se echó a reír y lo empujó con la mano libre.
Ben le dirigió una de sus raras sonrisas.
—Últimamente mi madre está teniendo conversaciones muy misteriosas con Molly. No puedo evitar asimilar lo que oigo.
—No es nada, de verdad. Problemas con los hombres. Y ahora, vete.
La sonrisa de Ben desapareció. La miró con el ceño fruncido.
—¿Qué hombres?
—¡Fuera!
—Muy bien, pero buscaré pistas en la Tribune.
—Genial.
Le empujó por el hombro para obligarle a volverse, posó la mano en su espalda y comenzó a empujarle hacia la puerta. O, mejor dicho, Ben dejó que le empujara. En cualquier caso, consiguió hacerle salir del cuarto de estar y abrir la puerta de la calle. Lori volvió a empujarle entonces, haciéndole saltar los dos escalones que lo separaban de la acera.
Lo único que la alertó del cambio fue la repentina rigidez de los músculos que tenía bajo los dedos. La fuerza del empujón dejó de funcionar.
—¿Ben? —preguntó Lori, dándole un último empujón con el que ni siquiera consiguió hacerle girar.
Se encogió de hombros y giró sobre sus talones con intención de regresar al interior de la casa. Y fue entonces cuando vio a Quinn en medio del aparcamiento. Y fulminándola con la mirada.
—¿Qué miras? —le gritó.
Quinn no vaciló.
—A una mujer que está en ropa interior en la puerta de su casa y con un hombre que se supone que es el novio de mi hermana.
Ben soltó aire entre los dientes y Lori intentó rebuscar rápidamente a través de los recuerdos, intentando recordar si alguna vez se habían peleado dos hombres por ella. Ben y Quinn eran amigos íntimos desde hacía años y ninguno de ellos tenía una particular inclinación a la violencia, pero había una primera vez para todo. Por si acaso, Lori posó la mano en el brazo de Ben.
—Vete al infierno, Quinn —gruñó Ben.
Pero Lori no percibió un verdadero enfado detrás de sus palabras. El policía miró a Lori por encima del hombro, y después a Quinn, con la misma expresión de alerta que había reflejado su rostro cuando los había encontrado juntos. Pero no dijo nada más antes de meterse en el coche patrulla y alejarse de allí.
Quinn tampoco dijo nada. Se limitó a mirarla fijamente, con el ceño fruncido con una expresión con la que parecía estar debatiéndose entre la confusión, la frustración y el enfado.
Lori hizo todo lo posible para que su propia mirada reflejara solamente un sentimiento. Un completo y absoluto fastidio. Se cruzó de brazos, ignorando el daño que le hizo la botella en el codo, y se le quedó mirando fijamente.
Sobre la mente de Quinn parecía haberse instalado una nube oscura de escombros que plagaba sus pensamientos de arenilla y metralla. Le resultaba difícil pensar en medio de aquel caos.
Lo único que podía procesar era que Lori estaba en ropa interior.
En la calle.
Sí, en la calle, pero tal y como él la había imaginado cuando la visualizaba en ropa interior.
El problema era que en sus fantasías no aparecía con su mejor amigo.
Y no estaba enfadada. Ni tan borracha como para beber directamente de una botella.
Como si le hubiera leído el pensamiento, Lori arqueó una ceja con un gesto de impaciencia y se llevó la botella a los labios para darle un largo trago. La furia atravesó entonces a Quinn, una furia imprevista y completamente real.
—¿Qué demonios está pasando aquí? —gritó.
Lori señaló con la botella la casa y el aparcamiento.
—Es mi fiesta del martes por la noche, Quinn. Yo y las otras chicas que trabajan en el taller nos reunimos para tener una pelea de almohadas y excitar a los hombres que pasan por la calle con nuestra ropa interior de lesbianas. ¿Está funcionando?
Quinn intentó morderse la lengua, pero no lo consiguió.
—Por lo visto, sí. Ben ya ha estado en tu casa, ¿no?
Lori sonrió, pero no había humor alguno en su mirada.
—Sí. Ha entrado y ha salido. Puedes tomar todo el café que quieras, pero es posible que salgas con algo de grasa.
Los grandes planes de seducción de Quinn estaban sumiéndose en la oscuridad. Lo último que esperaba era encontrarla en ropa interior y con Ben. ¿Y por qué demonios estaba tan enfadada?
Lori debió de cansarse de fulminarle con la mirada, porque al final, se encogió de hombros y se dirigió hacia los escalones de la entrada. Quinn avanzó y llegó a la puerta antes de que Lori pudiera darle con ella en las narices.
—¿Qué te pasa? ¿Todavía estás enfadada por lo que pasó el miércoles por la noche?
—Sí, porque fui tan sensata como para no acostarme contigo.
Quinn la siguió al interior de la casa y cerró la puerta tras él. Con fuerza. Pero el portazo no sirvió para aliviar su desconcertante enfado. De hecho, lo aumentó.
—¿Qué problema tienes conmigo? No he sido yo el que ha sido descubierto en una situación comprometida. ¿No eres tú la que tiene que dar explicaciones? ¡Ni siquiera estás vestida!
—¿En algún momento hemos acordado que la nuestra tenía que ser una relación cerrada?
—¿Perdón?
—No hemos dicho nada sobre si podemos o no salir con terceras personas. Lo nuestro es solo una aventura.
La visión de Quinn enrojecía con cada latido de su corazón.
—Ni siquiera nos hemos acostado todavía. ¡Y Ben es el novio de tu mejor amiga!
Lori elevó los ojos al cielo.
—Mira, así te quito un peso de encima. No quiero que hagas grandes sacrificios por mí, Quinn. Así que ya puedes volver con tus mujeres de Aspen.
—Yo no… ¿Qué demonios? ¿Qué mujeres de Aspen?
—Sí, ya sabes, esas con pechos de silicona, pestañas postizas y falso bronceado. Mujeres con aspecto de chicas de calendario, y no de marimachos.
¿De qué demonios estaba hablando? Quinn alzó las manos y se encogió de hombros. La exasperación añadía violencia a su gesto. Y, al parecer, también Lori se sentía violenta, porque se acercó a la mesa, dejó la botella con un golpe sobre ella y agarró un periódico. Quinn supo que era un periódico porque aterrizó en su rostro segundos después.
—¡Eso no ayuda a aclarar las cosas! —gritó Quinn, mientras arrugaba el periódico que tenía en la mano.
—En ese periódico apareces en una fotografía con la Barbie Prostituta. Supongo que esa era la obligación que mencionaste. Y supongo también que no fue muy desagradable, ¿verdad?
Aunque el enfado continuaba bullendo en su pecho, Quinn sintió que el estómago se le caía varios centímetros. ¿La Barbie Prostituta? Solo podía estar refiriéndose a…
Alisó el periódico y bajó la mirada hacia la radiante y blanca sonrisa de Tessa Smith.
—No me extraña que no quisieras acostarte conmigo la otra noche. Probablemente todavía estabas agotado del esfuerzo de la noche anterior. Seguro que esa mujer hace Pilates.
Sí, hacía Pilates, maldita fuera. Quinn sacudió la cabeza.
—No te equivoques, Lori. Esa no era una verdadera cita.
—¿Ah, no? ¿Quieres decir que no te estás acostando con ella?
Quinn la vio arquear una ceja con un gesto desafiante que no podía contradecir.
—No, ya no —contestó patéticamente.
—¿Ya no?
Aunque la frustración comenzaba a reavivar de nuevo el enfado, Quinn comprendió de pronto que Lori se sentía herida. Había herido sus sentimientos. La mayor parte de su rabia desapareció y se escurrió como hielo derretido hacia el suelo. Menuda manera de seducir a una mujer.
Había llegado el momento de las explicaciones precipitadas.
—Estuvimos saliendo juntos. Hace un par de semanas rompimos y…
—Estaba contigo en el restaurante hace una semana.
—Eh, sí, fue un malentendido. Y el día que rompí con ella insistió en que tenía que llevarla a esa fiesta benéfica. Todavía no estaba saliendo contigo. Pero lo único que hice fue llevarla a la fiesta y después a su casa. Ni siquiera le di un beso de despedida.
Lori no suavizó su expresión.
—Pero salías con ella. Y te acostabas con ella.
—Eh…
¿Había una buena respuesta para esa pregunta? No, definitivamente, no. De modo que se conformó con un «eh».
—Te gustaba.
Lori se acercó lo suficiente como para golpear el periódico con tanta fuerza que terminó cayéndosele a Quinn de la mano y voló hasta el suelo.
—Te gustaba eso. Eso, y no esto —pasó la mano con un gesto despectivo por su pecho.
—No, desde luego que no.
Cuando vio que el rostro de Lori adquiría el color de la sangre, Quinn fue consciente de lo que acababa de decir.
—No me gustan esa clase de mujeres —le aclaró.
Lori retrocedió para recuperar la botella de vino y volvió a beber un trago. Cuando miró a Quinn de nuevo, parecía más tranquila, pero tenía los ojos demasiado brillantes.
—Deja de ser tan bueno conmigo, Quinn. Déjalo, de verdad. Salías con ella, y eso quiere decir que te gustaba. Yo no soy una florecilla delicada. Te agradezco lo que estás haciendo por mí, pero yo quiero una aventura, no una limosna. Muchas gracias, pero no soy una granada que tengas que hacer explotar…
—¿Una granada…?
Quinn sacudió la cabeza, preguntándose cómo era posible que todo estuviera saliendo tan mal. Se había pasado la noche leyendo. Primero, los relatos que Lori le había sugerido y después todos los demás. Y estaba deseando ver a Lori y comenzar su pequeña aventura. Más que deseándolo, incluso. No había sido capaz de dormir, algo que no era extraño en él. Pero tampoco había sido capaz de concentrarse en el trabajo, y eso sí que era una novedad. Tenía tantas ganas de que pasaran las horas que había terminado presentándose en casa de Lori para darle lo que quería.
Y, sin embargo, todo parecía haberse desquiciado de pronto y si de verdad esperaba tener alguna oportunidad en absoluto, tendría que decirle la verdad. La vergonzosa verdad.
—Tessa no es mi tipo. La verdad es que no me interesaba en absoluto. Pero… fue muy insistente.
Lori le miró con los ojos entrecerrados, mostrando claramente sus dudas.
—Supongo que quería salir conmigo. Porque un buen día, levanté la mirada y me encontré con que estaba saliendo con ella.
—Eso es ridículo.
—Sí, lo es. Pero en algún momento, durante una conversación, me distraje y dije que sí cuando propuso que saliéramos a cenar. Así que quedamos, no fui capaz de ser desagradable con ella y unas horas después, estábamos en la cama.
—¿Así de sencillo?
—¡Sí, maldita sea! Ya sé que suena ridículo, pero así es mi vida, Lori. Absurda. Si no prestas atención al mundo en el que vives, terminas involucrándote con…
—La Barbie Prostituta.
—No me parece un nombre muy afortunado.
—No, no lo es. Pero aunque tenga aspecto de duende, no puedo ser siempre buena.
—Un duende muy atractivo —dijo Quinn automáticamente.
Por lo visto, la sorprendió, porque Lori dejó de fruncir el ceño y soltó una carcajada.
—Hablas como tu hermana.
La sonrisa de Lori provocó una oleada de alivio que descongeló parcialmente la rigidez de los músculos de Quinn.
—Sinceramente, fue una obligación. Y, de verdad, Lori, no es mi tipo.
—¡Ja!
No le creía, pero por lo menos, parecía dispuesta a considerarlo una mentira piadosa.
—Entonces, ¿estamos en tregua?
—Ah, ¡al infierno! —musitó Lori, alargando la mano hacia la botella—. Muy bien, estableceremos una tregua —bebió un sorbo y le ofreció después la botella a Quinn.
No queriendo ser mal educado, y todavía un poco desconcertado por aquel encuentro tan extraño, Quinn también bebió. Y bebió un buen trago.
—Es un buen vino —dijo con voz ronca cuando al final dejó la botella—. Ahora, ¿no se supone que deberías explicarme qué hacías en ropa interior en la puerta de tu casa?
Lori se encogió de hombros.
—Acababa de salir de la bañera y he tenido la mala suerte de que Ben pasara justo en ese momento por mi casa.
Una cuestión de la mala suerte. Muy bien. Cuando por fin pudo dedicarse a contemplar tranquilamente a Lori, Quinn se sintió más estremecido incluso. Las bragas no enseñaban nada, pero, de alguna manera, eso le daba un aspecto más sexy. Y la camiseta… bueno, no era precisamente de franela. Parecía directamente dibujada sobre sus senos. Los pezones presionaban contra ella y se podía incluso adivinar la sombra de las aureolas.
Y hablando de sombras… Quinn bajó la mirada. No era una sombra, pero le llamaron la atención los destellos procedentes de la parte delantera de las bragas. No estaba suficientemente cerca como para leer lo que decían aquellas letras, pero lo estaría.
—Ya he hecho los deberes —musitó.
Vio que Lori se tensaba al oírle. Le miró a los ojos.
—¿Los deberes?
—Sí.
En los dos relatos que a Lori le gustaban había un nexo común. Los dos protagonistas eran algo agresivos. No podía decirse que fueran rudos, pero no dudaban a la hora de conseguir lo que realmente querían. Durante el trayecto hacia la casa de Lori, Quinn había estado pensando en ello con cierto nerviosismo. Él no era un hombre pasivo en la cama, pero siempre había sido muy considerado. Educado, incluso. Pero esos relatos no hablaban de encuentros delicados. En ellos el sexo era algo brusco.
Quinn ya no estaba nervioso en absoluto.
Llevaban cerca de treinta segundos mirándose sin que ninguno de ellos se moviera. Lori con los ojos cada vez más abiertos. Quinn con los ojos cada vez más entrecerrados. Su enfado se había metamorfoseado en algo mucho mejor.
Dio un paso adelante uniendo las manos.
—¿Quinn?
—¿Um?
Como no quería dejarle pensar, Quinn acortó los escasos metros que los separaban y la abrazó.
—¿Qué…? —consiguió jadear Lori justo antes de que Quinn se apoderara de sus labios.
Sí, justo el sabor que había estado recordando durante todo el día, pensó Quinn. Pero aderezado con el dulzor del vino.
Lori todavía estaba algo tensa entre sus brazos, pero, mientras que el antiguo Quinn habría retrocedido al instante para dejarla marchar, en aquel momento estaba actuando un hombre diferente. Un hombre decidido a ofrecerle a Lori lo que necesitaba. Un hombre dispuesto a proporcionarle los más perversos placeres.
Sonrió contra sus labios y deslizó la lengua en el interior de su boca. El minúsculo gemido de Lori le pareció muy buena señal. Lori le rodeó la cintura con el brazo. Él la sentó en la mesa, se colocó entre sus piernas y retomó las caricias allí donde las habían dejado la noche del miércoles.
Aquello no estaba bien. Lori estaba enfadada. Tan enfadada que era imposible que Quinn la deseara de verdad. Pero su boca estaba obrando milagros y su lengua prometía todas las delicias que podía llegar a hacer el resto de su cuerpo. Y sus manos…
—Mmm —suspiró al sentir que Quinn deslizaba los dedos por el dobladillo de la camiseta.
Aquellos dedos largos y elegantes estaban explorando su espalda. En aquel momento corrían por su columna vertebral. Los sintió extenderse sobre su espalda, sobre su piel desnuda.
Quinn la estrechó contra él con un movimiento ligeramente brusco y la presionó contra su sexo. ¡Oh, Dios! Estaba excitado, pensó Lori. Un dato tranquilizador, considerando su propio estado. Quinn presionó su sexo contra ella, haciéndole consciente de su intenso calor. Lori se presionó en respuesta contra él y lo sintió estremecerse.
Quinn interrumpió el beso con la respiración jadeante y deslizó los dedos por la mandíbula de Lori. Lori jadeó desesperada, sobrecogida por la caricia de sus dientes sobre su cuello desnudo. Él continuaba acariciándola con la mano y levantándole la camiseta mientras se movía.
Estaba a punto de quedarse completamente desnuda, expuesta a sus ojos, a sus manos y a su boca, pero también estaba suficientemente emocionada como para no sentir ninguna vergüenza. Alguna parte más maligna de su cerebro le susurraba que debería estar preocupada por la posible comparación con los senos de silicona, pero aplastó aquella voz con sus imaginarias botas de trabajo. Por fin servían para algo aquellas monstruosas botas con la puntera de acero.
Quinn encontró por fin sus senos, curvó la mano bajo uno de ellos y le acarició el pezón con el pulgar.
—¡Ahh! —jadeó Lori, incapaz de contener aquella exclamación de placer y sorpresa.
La avergonzaba sentirse tan afectada por una caricia tan mínima, pero le encantó. No sabía si gracias al vino, a la adrenalina o a Quinn. No lo sabía y no le importaba. Así de sencillo. Eso era justo lo que estaba buscando.
Quinn apartó la boca de su cuello con una maldición y estuvo agarrando con cierta torpeza su camiseta antes de conseguir quitársela por encima de la cabeza. Antes de que Lori hubiera tenido tiempo de apartarse el pelo de la cara, Quinn estaba de rodillas ante ella con la mirada resplandeciente.
—Inclínate hacia atrás —gimió.
—¿Qué…?
—Apóyate en las manos y échate hacia atrás.
Insegura, pero deseando aprovechar aquella oportunidad, Lori posó las manos tras ella y arqueó la espalda.
Quinn le dirigió una sonrisa digna de un pirata.
—Así.
Cuando bajó la mirada para ver qué era lo que Quinn pretendía, Lori pensó en lo pequeños que parecían sus senos en aquella postura. Pero antes de que pudiera protestar, vio la mano de Quinn volando hacia ella como una mariposa y deteniéndose en la curva de su seno.
—Es precioso —musitó—. Increíble. Llevo días imaginándolos.
Volvió a acariciarle el pezón con el pulgar y la piel de Lori se tensó a su alrededor. Lori contenía la respiración mientras le observaba.
Quinn dibujó entonces la aureola con uno de aquellos dedos tan largos y elegantes.
—Tiene el color de los últimos momentos del amanecer. Un cielo frío y blanco caldeado por los rayos rosados del sol del amanecer.
Habría sonado muy romántico si no hubiera cerrado el pulgar y el índice sobre el pezón, presionando un nervio que parecía conectar directamente con su sexo.
Lori cerró los ojos e intentó respirar, sentir y memorizar todo lo que estaba pasando. Quinn suavizó la presión de sus dedos y volvió a apretar. Lori estaba jadeando para tomar aire cuando sintió un calor húmedo alrededor del pezón y, casi inmediatamente, los dientes de Quinn, desatando un infierno.
—¡Ohh! —gritó, arqueando la espalda todavía más.
Quinn cerró la mano sobre el otro seno mientras continuaba trabajando su boca y Lori se elevaba hasta el más puro placer. Nunca había disfrutado de forma particular cuando un hombre prestaba atención a sus senos. De hecho, a veces lo encontraba incluso vagamente desagradable e irritante. Pero en aquel momento, estaba tan excitada que quería que Quinn presionara más, con más fuerza, necesitaba sentir algo cercano al dolor.
Lori renunció a aquella postura y acercó la mano a la cabeza de Quinn, invitándole ansiosa a que se acercara. Quinn la mordió, como recompensa o como castigo, no estaba segura, pero, de todas maneras, le encantó.
—¡Más, más! —gimió.
Sintió entonces la mano de Quinn cerrándose sobre el otro seno. Después, Quinn succionó con más fuerza y cerró los dientes sobre el pezón. Lori llegó a preguntarse si le dejaría un moratón.
Cuando Quinn intentó apartarse, no vaciló a la hora de hundir los dedos en su pelo y retenerlo con fuerza.
Quinn alzó la mirada para encontrarse con la suya. Sus ojos llameaban con una salvaje pasión. Lori enfrentó aquella mirada con una pasión idéntica. Quería herirle, quería hacerle arrastrarse y gemir de placer, así que apretó los puños con todas sus fuerzas, intentando obligarle a retomar la tarea.
Quinn gimió, pero no obedeció. En vez de inclinar la cabeza, se incorporó y levantó a Lori de la mesa.
—¿Vamos al dormitorio?
—¿No podemos hacerlo aquí?
—Vamos al dormitorio.
Lori señaló con el dedo la dirección del dormitorio y Quinn comenzó a caminar sin que la forma en la que Lori le rodeaba la cintura con las piernas supusiera ningún impedimento. Todavía iba vestido, con traje y corbata. La tela del traje acariciaba la piel desnuda de Lori, haciendo más patente su vulnerabilidad. A Lori no le importó en absoluto. De hecho, se sentía perversamente bien. Se inclinó hacia delante y le mordisqueó el cuello a Quinn. Y le encantó hacerle tambalearse ligeramente.
Quinn avanzaba dando bandazos por el pasillo que conducía al dormitorio, que les estaba esperando con la puerta abierta, buscando directamente la cama. Lori le clavaba los talones en la cintura para animarle a avanzar.
Funcionó. Quinn continuó caminando hasta que tropezó con las rodillas en la cama. Dejó entonces que ambos cayeran, apoyando las manos en el colchón para evitar dejar caer todo su peso sobre Lori. Pero ella no quería aquella distancia de seguridad. Quería sentirle encima de ella, presionando todos los rincones de su cuerpo.
Alargó la mano hacia él, pero Quinn se apartó. Antes de que hubiera podido recuperar la respiración y protestar, Lori advirtió que se estaba quitando la chaqueta.
La miró.
—Quítate las bragas, Lori Love.
Lori parpadeó. Y volvió a parpadear otra vez, debatiéndose entre la sorpresa y una repentina vergüenza.
—¡Ahora! —la urgió Quinn.
¿Y qué podía hacer ella, sino obedecer? Mientras Quinn se ocupaba del nudo de la corbata, ella se quitaba la ropa interior. Quería cerrar los ojos, pero no lo hizo. De alguna manera, la seguridad de Quinn hacía que todo le resultara mucho más fácil. Así que, con los ojos bien abiertos y clavados en los de Quinn, Lori encogió las piernas y se quitó las bragas.
Durante largos segundos, Quinn le sostuvo la mirada. Sus ojos parecían arder, fijos en los de Lori. Continuó quitándose la corbata, sin dejar de mirarla.
Sus manos siguieron encargándose de la corbata cuando comenzó a deslizar la mirada por su cuerpo desnudo. Tiró del cabo que había liberado del nudo con un largo y susurrante movimiento que resultó casi amenazador. Lori se estremeció y Quinn volvió a mirarla a los ojos.
Se desabrochó la camisa, dejando su pecho al descubierto.
—Vas a tener que retractarte de lo que has dicho antes sobre que esto era un sacrificio para mí. Una limosna. Te aseguro que tendrás que retirar tus palabras.
—Yo…
¿Quería ya una respuesta? Porque Lori estaba ligeramente distraída por la piel que comenzaba a revelarse. Los músculos del pecho de Quinn se movían al mismo tiempo que sus manos. Se tensaban y se relajaban. ¿Cuándo había desarrollado Quinn aquellos músculos? Cuando tiró de los faldones de la camisa, descubrió que la prenda ocultaba una auténtica tableta de chocolate. Entonces vio surgir sus hombros bajo la tela azul claro de la camisa y exclamó:
—¡Oh, Dios mío!
¡Qué hombros! Anchos, fuertes y… extraordinariamente anchos.
—¿Ocurre algo? —preguntó Quinn, volviendo la cabeza hacia el pasillo.
—¿Haces pesas?
—No, ¿por qué?
—No tenías ese aspecto cuando jugabas al baloncesto en el instituto.
—¿Qué aspecto? —Quinn sacudió la cabeza—. Ahora nado.
—¿Hacia dónde?
El ego masculino de Quinn se activó, aunque con cierto retraso. Quinn rio complacido.
—Cuando no puedo dormir, a veces voy a nadar.
—Umm. Molly dice que tienes insomnio.
—Y es cierto.
—Ya lo veo.
Quinn volvió a reír y su risa fue como una promesa cargada de sexualidad.
—Me estás haciendo sonrojarme.
Lori quería decir algo divertido, algo que le diera verdaderos motivos para sonrojarse. Pero Quinn alargó la mano hacia el botón de los pantalones y las palabras se deshicieron en su boca. Cuando Quinn dejó el botón e intentó infructuosamente bajar la cremallera, las palabras volvieron a cobrar forma. Lori le miraba como un tigre a punto de abalanzarse sobre su presa.
«Vamos, vamos. Un paso más y te tendré».
Quinn ronroneó.
—Me gusta que me mires así.
—Genial —graznó Lori—. Sigamos mirando.
—Parece que tienes hambre.
—Ajá.
Quinn avanzó hacia ella, con los pantalones todavía en su lugar.
—Pero quiero que sigas hambrienta.
—¿Qué? No, vamos, Quinn. Has leído demasiados libros.
Quería que se desnudara e hiciera el amor con ella en ese mismo instante. Quinn apoyó la rodilla en la cama.
—¡Quítate los pantalones, maldita sea!
—Calla —contestó Quinn, antes de apoderarse de su boca.
«Un beso castigador». ¿Cuántas veces había leído aquella estúpida expresión? Siempre le había parecido ridícula, pero si realmente existía algo parecido a un beso castigador, era aquello. Un beso apasionado, tórrido y demandante. Quinn deslizó la lengua sobre la suya y, con el brazo, la obligó a inclinarse hacia atrás. Aquel beso no pedía nada, exigía que cediera a su pasión. Un beso castigador. Y, de pronto, Lori se convirtió en una mujer sensual y perversa que necesitaba que la dominaran. «¡Dios mío, por fin! ¡Por fin me he convertido en una mujer perversa!», pensó complacida.
Quinn no dejó de besarla, pero comenzó a explorar el resto de su cuerpo, dibujando su costado con los dedos y subiendo después hasta sus senos. Lori se aferraba a él estremecida, emocionada al poder acariciar por fin su desnudez; aquella piel que parecía de seda al tensarse sobre sus poderosos músculos. Deslizaba las manos por doquier, arriba, abajo, alrededor de su espalda… Era una piel tensa y suave, al menos hasta que alcanzó su pecho, cubierto por un vello hirsuto que descendía hasta la cintura de los pantalones.
Quinn iba excitándola con sus caricias, se aventuraba hasta su ombligo y volvía a retroceder otra vez. Para cuando interrumpió el beso, Lori estaba jadeando y su corazón bombeaba demasiado oxígeno en su sangre. En el momento en el que Quinn comenzó a lamerle alternativamente los pezones, Lori presionó la boca contra su hombro y le mordió, intentando ahogar un grito de deseo.
Quinn gruñó, pero ni la presión ni la dirección de sus manos cambió. Lori se sentía húmeda, tensa y vacía, necesitaba que Quinn acariciara su sexo en ese mismo instante. Quinn deslizó la mano por su cadera.
«Ahora, ahora», Lori abrió las rodillas, «por favor», le suplicaba en silencio.
Los dedos de Quinn, aquellos dedos largos y elegantes, se deslizaron sobre sus rizos oscuros, haciendo arder todas sus terminales nerviosas. La barbilla le temblaba mientras jadeaba contra el hombro de Quinn.
—¡Quinn! —le suplicó.
Y por fin, por fin, Quinn la acarició y deslizó los dedos por los húmedos pliegues de su sexo.
Lori jadeó con fuerza, pero aun así, le oyó suspirar. Como si el acariciarla hubiera liberado algo dentro de él.
—Maldita sea, estás empapada —musitó Quinn mientras buscaba el clítoris.
Lori alzó las caderas, desesperada por conseguir más atenciones. Su cuerpo entero suplicaba ser acariciado. Quinn le rodeó el clítoris una vez más y deslizó un dedo en su interior. A Lori le encantó la sensación, pero cuando Quinn se retiró para al instante deslizar dos dedos dentro de ella, el placer fue mucho mayor.
—¡Dios mío, Quinn, me encanta!
Quinn continuó acariciándola con la mano. Lori renunció entonces a su hombro y se aferró a su cintura.
—¡Sí, sí, Quinn! ¡Ah…!
Quinn había curvado la mano de una forma casi milagrosa. Con cada movimiento, le frotaba el clítoris al mismo tiempo que se hundía dentro de ella. Lori le clavó las uñas en el brazo, haciéndole sisear y él se vengó cerrando la boca sobre su pezón y succionando con fuerza.
—¡Quinn! —gritó Lori mientras comenzaba a temblar.
Durante un largo momento, se sintió como si estuviera flotando por encima del mundo. Después, regresó al interior de su cuerpo justo en el instante en el que este parecía estar descomponiéndose en miles de pedacitos. Llegó hasta sus oídos su propio grito mientras arqueaba las caderas contra la mano de Quinn.
Cuando cayó por fin derrotada en la cama, Quinn dejó de acariciarla y el colchón se movió. Lori quería abrir los ojos para ver qué se proponía su apasionado amante, pero estaba demasiado ocupada preguntándose cómo habría podido vivir sin aquel placer durante tres décadas. Aquel orgasmo había sido mucho más que un orgasmo. Una fusión imposible de fuerza y debilidad batallando por el control de su cuerpo.
El sonido de la cremallera se deslizó a través de su confusión. El letargo se desvaneció como una burbuja al explotar y Lori abrió los ojos de par en par.
—¡Hola! —la saludó Quinn.
—Hola —suspiró y se estiró con fuerza.
Sus músculos parecían suspirar de placer.
—Dios mío —gimió Quinn—. Eres maravillosa.
—Mmm. Creo que estás excitado.
—Sí, eso también.
Se sentó en la cama para quitarse los calcetines y los zapatos y Lori no pudo resistir la tentación de darle un beso en la espalda.
Quinn volvió a gemir.
A Lori le encantó, así que continuó lamiéndole la espalda, primero hacia arriba y después en sentido descendente. En aquella ocasión, Quinn gimió. A Lori le gustó todavía más. Le envolvió la cintura con los brazos, presionó la mejilla contra la piel de su espalda y respiró con fuerza, absorbiendo la esencia de su piel, en la que se insinuaba un ligero olor a sudor. Estaba sudando por ella. Por ella.
Extendió los dedos sobre la espalda y bajó las manos hasta los muslos. Retrocedió después, dejando que las uñas arañaran la tela de los pantalones. Quinn tomó aire y aquella respiración profunda vibró en todo su cuerpo, llegando hasta el oído de Lori. Después, se interrumpió. Quinn estaba esperando.
Sonriendo contra su espalda, Lori deslizó las manos lentamente hacia la cremallera. También ella contuvo la respiración, anticipando ya el primer contacto. El tacto metálico de la cremallera, la tela de los boxers, y debajo se adivinaba… Su sólido y largo miembro llenó su mano.
«¡Oh, sí!», Lori comenzó a acariciarlo.
El aire entró de nuevo en los pulmones de Quinn, pero los abandonó casi al instante.
Lori curvó los dedos todo lo que la barrera de los calzoncillos le permitía. Era grande. Excitantemente grande. «Sí, sí, que sea grande, por favor».
Normalmente, no le importaban ese tipo de cosas. Pero aquella era su fantasía. Y las fantasías no se ajustaban a la medida de lo razonable. En aquel momento lo quería todo.
Con los ojos cerrados, Lori deslizó las manos bajo la tela y pudo acariciarle por fin. Otro gemido escapando de los labios de Quinn. Lori contestó con un suspiro de placer.
Sí, estaba excitado. Quinn estaba condenadamente duro.
Lori se incorporó sobre las rodillas y presionó los senos contra la espalda de Quinn. Ambos gimieron, aunque el gemido de Quinn podría haber sido el resultado de la mano firme de Lori sobre su sexo. No importaba. La sensación fue maravillosa. Realmente maravillosa.
Para recompensarle por tan adorable erección, Lori deslizó la mano hacia arriba, sobre su miembro, y después hacia abajo. Le acariciaba, le presionaba, tentándolo hasta lo imposible. Frotó el glande con el pulgar, deslizó después las uñas a lo largo de su erección y a continuación le acarició los testículos.
Se oyó el sonido de un papel al arrugarse. ¿Arrugarse?
—Eh… Quinn, ¿qué ha sido eso?
Quinn le mostró un preservativo. El envoltorio se había arrugado por la fuerza con la que cerraba el puño a su alrededor.
—Un preservativo —contestó Quinn jadeante.
Lori sonrió.
—¿Y qué le estás haciendo a esa pobre criatura?
—Agarrándolo, con fuerza.
—Mmm.
Lori continuó acariciándolo, frotando los senos contra su espalda con cada uno de sus movimientos. No cesó hasta que le sintió temblar. Entonces, se separó de él y se tumbó en el colchón.
Quinn se levantó a una velocidad que la sorprendió. Los pantalones parecieron desaparecer, revelando apenas una pequeña parte de su trasero antes de que diera media vuelta y se tumbara en la cama.
—Si estabas intentando hacerme enloquecer, lo has conseguido.
Lori soltó una risita nerviosa. Ella, que jamás había reído de esa forma tan tonta. Pero tampoco le había gustado tanto nunca un hombre.
Quinn le rodeó el tobillo con la mano y la tensó, haciendo que le temblara la pierna entera. Después, le agarró el otro tobillo. Lori notó el impacto de aquella caricia por encima incluso de la pierna. Su sexo pareció olvidar que minutos antes estaba entumecidamente satisfecho. Ya no había ningún entumecimiento.
Quinn tiró de Lori para acercarla a él y se irguió de rodillas frente a ella. Entonces fue Lori la que se olvidó de respirar.
Sí. Era muy grande. No era descomunal, ni de un tamaño desorbitado. Sencillamente…
—Eres maravilloso… —musitó.
Quinn sacudió la cabeza y recorrió su cuerpo con la mirada.
—Claro que sí. Eres perfecto.
Lori se sentó para acariciarle de nuevo, en aquella ocasión, por el mero placer de ver sus propios dedos sobre la piel oscura de su erección. El miembro de Quinn se tensó ante aquel contacto.
Quinn gimió su nombre y se inclinó hacia ella, obligándola a tumbarse. La siguió en aquel movimiento y su cuerpo fue como el sol contra su cuerpo desnudo: un astro ardiente y felizmente relajante.
Lori le rodeó con las piernas y dobló las rodillas para poder apresar sus caderas. Le besó con todo el júbilo y el alivio que corrían por sus venas y Quinn le devolvió el beso con una pasión casi desesperada. Después, hundió los dedos en su rizada melena y la hizo inclinar la cabeza hacia atrás.
¡Guau!
En el instante en el que cerró los dientes sobre su cuello con un mordisco que no podía describirse como delicado, Lori gritó, pero su grito se transformó en un gemido cuando le sintió agarrar sus rizos con los puños
¡Vaya! Resultaba casi… brusco. Sintió un agradable cosquilleo en la piel y el vello se le puso de punta.
—Voy a penetrarte, Lori.
—¡Sí, sí, claro que sí!
El glande de Quinn rozó su sexo húmedo y se deslizó en su interior justo antes de gritar:
—¡Mierda! —y retirarse.
—¡No, no, no! —musitó Lori.
Pero Quinn era un buen tipo y la ignoró. El envoltorio del preservativo volvió a crujir cuando Quinn lo abrió. Por supuesto, tenía razón, pero aquel roce fugaz de su sexo desnudo la había hecho codiciosa e imprudente. También aquello le hizo sonreír. Nunca había estado tan excitada como para perder de aquella manera la cabeza.
Se le ocurrió entonces que a lo mejor debería hacer algo más que permanecer tumbada esperando sus servicios. Pero no quería hacer ninguna otra cosa. A pesar de que estaba en una autopista que la llevaba de nuevo a la más delirante excitación, sus brazos y sus piernas continuaban todavía en estado líquido. De modo que permaneció tumbada, observándole trabajar, viendo cómo sostenía su impresionante erección en la mano mientras se ponía el preservativo y observándole desviar de nuevo hacia ella toda su atención con la mirada de un depredador.
—¿Ya? —musitó.
Intentaba no parecer demasiado ansiosa, pero, en realidad, su pregunta fue casi una súplica.
Quinn no se dejó engañar. Una sonrisa cruzó su rostro. Sus ojos resplandecían.
—¿Ahora? Mmm. No estoy seguro…
—Quinn Jennings… —Lori alzó la pierna y presionó el pie de forma en absoluto delicada contra su estómago—, vas a hacer el amor conmigo ahora mismo, maldita sea.
Quinn recorrió con la mirada su pie desnudo, ascendió por la rodilla hasta el muslo y después la fijó entre sus piernas.
—De acuerdo —se limitó a decir.
Y casi inmediatamente estaba sobre ella, besándola y deslizando la mano entre sus cuerpos para asegurarse de que estaba preparada. Una medida completamente innecesaria, por supuesto. Lori estaba más preparada de lo que lo había estado en toda su vida.
Los besos de Quinn se hicieron más bruscos, y también la caricia de sus dedos. Se arqueó contra él, intentando urgirlo a penetrarla. Cuando la abandonó su mano, gimió de anticipación, y para cuando Quinn guio su miembro enorme y romo hacia su apertura, estaba frenética.
Hasta la última neurona del cerebro de Lori se concentró en aquella gloriosa presión sobre su sexo. Los besos ya no servían para distraerla, así que volvió el rostro y se esforzó en respirar mientras Quinn la llenaba.
Y realmente la llenó. Quinn pensaba que ya había llegado hasta lo más hondo cuando le sintió retroceder y embestir de nuevo. Lori gimió mientras Quinn presionaba sus caderas contra las suyas.
—Lori —susurró—. ¡Lori!
—¡Oh, Dios mío! —respiraba con demasiada fuerza, demasiado rápido. Y se sentía… tan diferente. Absolutamente sobrecogida. Llena de Quinn y de placer—. Dios mío, ¡es tan grande! —jadeó—. ¡Tan grande y tan maravillosa!
La risa de Quinn fue poco más que un gruñido cargado de tensión.
—Hay hombres que pagan a mujeres para que les digan cosas de ese tipo.
—¡Yo estoy dispuesta a pagarte! Y mucho…
Se le quebró la voz al pronunciar la última palabra, porque Quinn volvió a retroceder y cuando se hundió otra vez en ella, fue casi tan brusco como lo había sido con sus dedos.
En una cosa Quinn tenía razón. No estaba haciéndolo con ella por compasión. La penetraba con embestidas duras, largas y firmes, y con cada una de ellas parecía hundirse más profundamente que la vez anterior. Lori se aferró a sus hombros, acercándolo a ella y deleitándose al sentir la dureza de sus músculos bajo sus manos.
Sus labios intentaban decir: «Sí, sí, sí», una y otra vez, pero no sabía si de ellos salía un susurro o un grito.
—Dios, estás muy tensa.
—Sí —contestó.
—¡Dios mío!
—¡Sí!
Quinn embistió con fuerza.
—¿Era esto lo que querías?
—¡Sí!
Quinn cambió de postura. Alargó la mano hacia la muñeca de Lori y presionó hasta hacerla apoyarla en la cama. Repitió la misma operación con la otra, dejándola atrapada contra el colchón.
Temblando por la impresión, Lori abrió los ojos y descubrió a Quinn observándola fijamente. El movimiento de sus caderas era cada vez más rápido, más intenso.
—¡Eso era lo que querías! —gruñó Quinn, sin preguntarlo en aquella ocasión.
Y sí, era lo que quería. ¡Sí, sí, era eso! Quinn la sujetaba con sus fuertes manos mientras continuaba disfrutando de ella sin que mediaran en aquel encuentro la ternura y el amor. Era solo deseo. Un deseo que le hacía comportarse de manera tan brusca que sus caderas golpeaban las de Lori con cada embestida.
Lori apretó los puños y alzó las rodillas todavía más. Todo parecía tensarse a su alrededor, envolviéndola como un bucle. No quería que aquello terminara. Quería que durara eternamente.
Pasaron los segundos, los minutos. O quizá no pasó ningún tiempo en absoluto. Quinn la sujetaba con más fuerza todavía. Contuvo la respiración con un ronco gemido…
—Todavía no —le suplicó Lori—. Todavía no. Quiero mucho más.
—Yo…
—Un poco más, por favor. ¡Un poco más!
Una gota de sudor resbaló por la frente de Quinn.
—De acuerdo. Vale. Muy bien —apretó los dientes—. Un poco más.
—¡Gracias! —Lori presionó los talones contra sus muslos para que se hundiera en ella.
Quinn obedeció, pero comenzaron a temblarle los brazos.
—Sí, no te pares. ¡No pares! ¡No!
—¡Maldita sea, Lori! Me estás matando.
De pronto, todo era absolutamente maravilloso. No solo estaba disfrutando de la mejor experiencia sexual de su vida, sino que estaba poniendo a Quinn al límite. Comenzó a reír. A reír a carcajadas.
Las carcajadas eran cada vez más fuertes.
—Espera un momento, ¿te estás riendo de mí?
—¡Lo siento!
No tenía ninguna gracia en absoluto. Era, sencillamente, perfecto. Delicioso. Maravilloso.
—Bueno, por lo menos así me resulta más fácil aguantar.
—¡Lo siento! —repitió.
Pero continuaba riendo de tal manera que apenas podía ver a Quinn a través de las lágrimas. Cuando parpadeó para apartarlas, lo primero que vio fue la sonrisa de Quinn. Quinn se inclinó para darle un beso en la nariz.
—Desde luego, sabes cómo hacer daño a un hombre.
—¿Quieres que volvamos a hablar de lo grande que la tienes?
Quinn la besó en los labios.
—Se está volviendo muy descarada, señorita Love.
Cuando salió por completo de ella, Lori perdió gran parte de su descaro.
—¡Eh!
—Ponte de rodillas, Lori.
—¿Perdón?
Aparentemente, lo pedía por pedir, porque con mucha calma, le hizo volverse boca abajo. Antes de que Lori hubiera podido recuperarse de la impresión, Quinn le dio un azote suficientemente fuerte en el trasero como para que le escociera.
Lori gritó e intentó averiguar si le gustaba. ¿Iba a azotarla? ¿Y ella de verdad quería que lo hiciera? ¿Y si no le gustaba? Podía echarlo todo a perder.
Pero volvió a sentir casi al instante las manos de Quinn curvándose sobre sus caderas e invitándola a incorporarse.
—Pon las manos en el cabecero.
De su voz había desaparecido todo rastro de diversión. Las palabras parecieron vibrar en la habitación y acariciar la piel de Lori.
Lori obedeció.
La eléctrica caricia de Quinn sobre su espalda la hizo estremecerse.
—Buena chica.
Para su más absoluta mortificación, sintió en su vientre una oleada de puro deseo. «A ti no te gustan los juegos de dominación», le advirtió la moralista que habitaba en ella. Su cuerpo respondió arqueando la espalda en un evidente esfuerzo por complacer a Quinn. «Te estás comportando como una cualquiera», le siseó aquella firme voz. Pero aquello no era ofensa suficiente para su cuerpo hambriento.
Quinn deslizó las manos por su espalda arqueada y su trasero. Lori estaba más que preparada para un contacto más íntimo, pero aun así, en el instante en el que Quinn posó la mano sobre su sexo húmedo, jadeó.
Quinn volvió a hundirse en ella, haciéndola preguntarse cómo podía haber olvidado aquella sensación tan deliciosa en tan corto espacio de tiempo.
La madera pulida del cabecero se le clavaba en las manos, tal era la fuerza con la que se aferraba, pero no llegó el golpe fiero que esperaba. Quinn se mostraba delicado, cuidadoso. Lori se retorció contra él.
—¿Te pasa algo, Lori? —le preguntó.
—Mmm —se quejó ella, echándose hacia atrás para salir al encuentro de su embestida.
Quinn se inclinó contra ella, posando las manos a cada lado de su cuerpo. Le acarició el cuello con la lengua, abrasándola, y sin dejar en ningún momento de acariciar el interior de su cuerpo.
De pronto, un suave pitido llegó a los oídos de Lori.
—¿Quinn?
—¿Umm?
Quinn continuó moviéndose con aquella deliciosa lentitud.
—Creo que está sonando tu teléfono.
—No creo —contestó Quinn en un susurro.
—Creo que sí.
—No importa.
Había dejado de apoyar una mano en el cabecero para curvarla sobre el seno de Lori. Descendió hasta su vientre y continuó bajando. El teléfono continuó sonando, pero para cuando Quinn llegó al clítoris, Lori ya había dejado de pensar en él.
—¡Ah! —gritó cuando Quinn la embistió al tiempo que le acariciaba el clítoris con movimientos circulares—. ¡Quinn, Dios mío!
Era imposible que volviera a tener un orgasmo y debería decirle que no se molestara, pero su lengua se negaba a pronunciar aquellas palabras. Quinn continuaba embistiendo cada vez con más fuerza.
Lori tensó los brazos y presionó contra él, haciéndole hundirse en ella.
—¡Oh, Dios mío! —gimió.
Toda su capacidad de concentración se limitaba a los maravillosos dedos de Quinn y a su más que adorable erección. Y antes de que pudiera darse cuenta, sucedió lo imposible. Llegó de nuevo al orgasmo. Y gritó.
Cuando el grito se transformó en un gemido, Quinn renunció a toda pretensión de delicadeza. La agarró por las caderas de una forma casi brutal y la penetró con todas sus fuerzas. Mientras Quinn movía las caderas espasmódicamente contra ella y gemía con todos los músculos en tensión, Lori dejó caer la cabeza en la almohada.
Lo había conseguido.
Había disfrutado de un sexo sin ataduras, de un sexo perverso y sin otro propósito que el mero disfrute. Todo había salido maravillosamente bien.