Capítulo 6

La piel azulada de Jamal se oscurecía bajo su atenta mirada. Amy sintió que se le aceleraba la respiración y apretó la toalla. Apenas acababa de acostumbrarse al hermoso azul zafiro de su piel y ya estaba comenzando a oscurecerse, adquiriendo un tono más cercano al cielo del anochecer.

—¿Estás bien? —preguntó.

Jamal recorrió su cuerpo con la mirada. Amy todavía estaba húmeda después del baño. La diminuta toalla con la que se tapaba ocultaba apenas la parte superior de sus muslos.

—Estoy excitado —contestó con aquella franqueza que le caracterizaba.

—¡Ah! Ya lo veo. En tu planeta es difícil ocultarlo —rio nerviosa y señaló después hacia el cuarto de baño de la nave—. Yo ya he terminado.

—¿Ahora me toca a mí? —alzó la mirada y cuando se encontró con la de Amy, esta jadeó.

Sus pupilas se habían dilatado hasta adquirir una forma felina. Jamal alargó la mano hacia el botón de sus pantalones.

Amy no podía dejar de mirarle y cuando abrió la tela, el corazón le dio un vuelco. Sí, estaba excitado. Tenía un miembro muy grande. De color azul y con pequeñas protuberancias a lo largo. Enervado, le dirían en la Tierra, para dar más placer.

La toalla de Amy cayó al suelo y Jamal comenzó a ronronear.

Lori cerró el libro en su cuento favorito y se abanicó con él. Le resultaría terriblemente embarazoso llegar excitada a la cita con Quinn. O a lo mejor no.

Miró el reloj que había sobre la repisa de la chimenea de su oficina. Quinn llevaba ya veinte minutos de retraso, pero Lori, y también su secretaria, habían asumido ya que no llegaría antes de las siete. La mujer, Jane, había esperado a que Lori llegara para marcharse.

—Le he dejado un mensaje en el móvil —le había explicado—. Probablemente llegue alrededor de las siete. Si hace planes con el señor Jennings, tendrá que contar siempre con una media hora de retraso.

—Sí, ya lo he hecho —había contestado Lori.

La fría expresión de la mujer había cambiado al instante.

—Un movimiento inteligente. Hay revistas en el…

—Me he traído un libro para leer.

Jane había arqueado entonces las cejas.

—Muy sensato por su parte. Tienen reserva en el restaurante para las ocho menos diez. Que disfrute de la velada.

Pasó al menos otro minuto antes de que Lori oyera el inconfundible sonido de la puerta de un coche al cerrarse. Guardó el libro en el bolso, se levantó y se alisó la falda. Antes de que terminara la noche, probablemente aquel vestido de lino gris estaría completamente arrugado, pero le encantaba. Lo había encontrado rebajado y, además, combinaba perfectamente con los zapatos rojos. Lori no podía permitirse el lujo de comprar otro par de zapatos para una cita y, en cualquier caso, no creía que Quinn se hubiera fijado en ellos la primera vez. Estaba ajustándose el escote del vestido cuando la puerta se abrió.

El escote estaba ya en su posición original en el instante en el que Quinn entró en la oficina con el teléfono pegado a la oreja. El propio teléfono de Lori comenzó a sonar, pero el sonido se interrumpió al tiempo que Quinn cerraba su teléfono y exclamaba:

—¡Lori!

—Hola, Quinn.

—Lo siento. He perdido la noción del tiempo.

—Lo sé.

Incluso en el caso de que hubiera estado enfadada con él, su enfado habría desaparecido en ese preciso instante. El pánico había desaparecido de la mirada de Quinn en cuanto la había fijado en su escote. Después, continuó descendiendo por sus caderas y sus piernas hasta llegar a los zapatos.

—¡Guau!

Lori sonrió.

Quinn alzó la mirada, más lentamente en aquella ocasión, hasta que sus ojos se encontraron.

—¡Dios mío, Lori!

—¿Qué? —preguntó Lori fríamente, sin dejar que su sonrisa se desbocara—. ¿Ocurre algo malo?

—No, sencillamente, me alegro de no estar comiendo en este momento, eso es todo. Me habría vuelto a atragantar.

Lori se echó a reír, y no fue consciente de que Quinn se estaba acercando hasta que sintió su mano sobre la suya. Abrió los ojos como platos justo en el instante en el que Quinn se inclinaba para darle un beso en la mejilla.

—¡Oh! —exclamó.

Era demasiada la información que acababa de llegarle en un momento. El calor que emanaba de Quinn, el olor de su champú, el roce de su mejilla contra su piel. Y el tacto de sus labios. Se apartó para no correr el riesgo de abalanzarse sobre él.

—Estás increíblemente guapa —la alabó Quinn con naturalidad, como si no fuera la primera vez que un hombre le decía algo parecido—. ¿Estás lista para que nos vayamos?

—Sí, estoy lista —y más que lista.

Estaba preparada incluso para saltarse la cena. El libro que estaba leyendo era bueno, pero Quinn era todavía mejor. Los pantalones grises le sentaban perfectamente, realzaban de una forma maravillosa la delgadez de sus caderas. Y la camisa de color azul mostraba la anchura de sus hombros.

—Lo siento —volvió a decir Quinn.

Alargó la mano para tomar la chaqueta del traje que había dejado en un perchero. La camisa se tensó y volvió a aflojarse antes de quedar oculta bajo la chaqueta. Quinn sacó una corbata del bolsillo y procedió a ponérsela delante de ella. Como si se hubieran despertado juntos. Como si acabaran de acostarse juntos.

Lori se moría por acostarse con él.

Quinn miró el reloj.

—Será mejor que nos vayamos.

Si hubieran estado en uno de los libros que tanto disfrutaba, Lori habría puesto fin a todo lo relacionado con la cena. Se habría bajado la cremallera del vestido y se habría quitado las bragas y el sujetador a juego. Le habría dicho que quería que la comiera. Que la comiera rápido y en ese mismo instante.

Pero ella era Lori Love, mecánica, y no tenía las agallas que se necesitaban para confesar lo que realmente quería, aún a sabiendas de que aquel era el objetivo de aquella cita. Era patético.

A lo mejor debería renunciar. Si…

Quinn deslizó la mano por la parte superior de su brazo, dejando sobre él un rastro de fuego.

—¿Nos vamos?

Lori era incapaz de hablar. Tenía la garganta atenazada por los deseos y las demandas no expresadas. No podía decir lo que realmente quería, pero ¡Dios santo!, realmente lo deseaba. Lo quería solo para ella, para nadie más. Así que tomó el brazo que Quinn le ofrecía y se dirigió con él hacia la puerta.

Quinn tampoco pronunció una sola palabra. La llevó hasta un coche gris plateado que había aparcado muy cerca de la puerta. Lori miró el coche y sintió que el cuerpo volvía a amoldarse a su piel. Aquel era un terreno que conocía. Se le abrió la garganta.

—Bonito coche.

Quinn miró el Audi A6 como si fuera la primera vez que lo veía.

—Supongo que sí. Tiene tracción a las cuatro ruedas.

—¡Ah! Por supuesto.

Quinn no hizo ningún otro comentario sobre los caballos o las prestaciones del coche. El coche le llevaba a donde quería y eso era todo. Todo en su vida funcionaba como un simple medio que le permitía desarrollar su verdadera pasión.

Lori se preguntó de pronto si Quinn no habría salido directamente de la cabeza de Zeus, porque, desde luego, tenía muy poco que ver con sus padres. El señor Jenning tenía una tienda de alimentación y la señora Jennings era un ama de casa que no se andaba con tonterías, como digna hija de ranchero. Quinn procedía de una familia que conducía camionetas de motores enormes y grandes neumáticos. Gente que jamás soñaba con nada que no fuera tener más hectáreas de tierra que las que habían poseído sus padres. Eran gente como ella.

Pero Quinn era diferente. Un hombre pulido por el flujo constante de los sueños que jamás se había prohibido.

Cuando se sentó en el asiento del conductor y sonrió, a Lori volvió a cerrársele la garganta. Rebosaba hasta tal punto de deseo que por un instante pensó que iba a gritar. Quería acostarse con él, de eso no tenía ninguna duda. Pero a lo mejor quería algo más que eso. Quería que parte de aquel resplandor impregnara su piel desnuda, quería sentirse como se sentía cuando era más joven.

Su resplandor había desaparecido y la única opción que le quedaba era disfrutar del de Quinn.

El vino llegó como un regalo de un dios compasivo. O como si Quinn lo hubiera pedido cuando ella estaba mirando la carta y preguntándose si realmente se acostarían aquella noche. Evidentemente, el camarero había llegado y se había ido sin que lo notara siquiera. Y casi se alegraba, porque en aquel momento podía disfrutar del inesperado alivio de contar con toda una botella de vino para darse valor.

Todo aquel asunto apenas le había parecido ligeramente amenazador cuando Quinn continuaba siendo un ratón de biblioteca siempre absorto en sus cosas. Pero aquel carácter distraído parecía haber desaparecido en el momento más inoportuno. Y cada vez que levantaba los ojos de la carta, Lori veía los ojos castaños de Quinn fijos en ella, sin moverse, y sin que la sombra de algún pensamiento distante los oscureciera.

—¿Por qué me miras? —le preguntó.

—Estamos en una cita.

Lori le observó entonces mientras abría la botella de vino y servía el dorado líquido en sendas copas.

—¿Siempre eres tan atento en tus citas?

Cuando Quinn sonreía, se formaban arrugas alrededor de sus ojos.

—Probablemente, no. Pero estoy intentando conocerte. Y para ello necesito toda mi capacidad de concentración.

Lori cambió de postura.

—Soy una mujer muy simple.

—Lo dudo —bajó la mirada hacia el escote que minutos antes Lori estaba intentando subir—. Eres una mujer muy compleja.

—Sí, claro, soy profunda y misteriosa. Un auténtico enigma.

—Mmm —Quinn la miró con los ojos entrecerrados—. Tengo la sensación de que estás intentando parecer divertida.

—¿Intentándolo?

—Pero, en realidad, eres todo un misterio.

Lori arqueó una ceja, irritada por aquel escrutinio.

—¿Un exótico bocado de las clases bajas, Quinn?

La sonrisa de Quinn desapareció.

—¿Qué se supone que significa eso?

—Nada.

Nada, excepto que ella no tenía nada de misterioso. Era una chica como otra cualquiera, atrapada en su pueblo de origen y sin posibilidad de ir a ninguna parte.

—Como esta es nuestra primera cita, prefiero ignorar lo que acabas de decir. Pero no pienses que no te estoy prestando atención. Ya hablaremos de todo esto más adelante.

Lori negó con la cabeza.

—En una aventura como esta, no hay nada de lo que hablar. Es como un recipiente vacío.

—Mm —Quinn volvió a sonreír, y volvió también el brillo de deseo a su mirada—. A mí me pareces demasiado cálida y dulce para ser un recipiente vacío.

Lori resistió las ganas de volver a colocarse el escote.

—Y ahora, volvamos a esos temas sobre los que no quieres hablar —la presionó Quinn—. He estado pensando en ti, Lori Love. ¿A qué ha venido ese cambio de los tacones y los vestidos?

—Soy una mujer.

El vino le caldeaba los músculos y aliviaba parte de la tensión. Era una mujer. Y era suave y cálida.

—¿Ese cambio tiene algo que ver con los libros que escribe Molly?

El vino pareció retroceder, mostrándose traicionero y poco digno de confianza en cuanto a su capacidad para infundirle coraje se refería. Lori tragó una vez más para evitar atragantarse por culpa del pánico.

—¿Le has hablado de nosotros? ¿Y qué ha dicho? No tendría que haberte contado nada.

—No, no se lo he dicho. Pero mi hermana me comentó el otro día que te gustaban sus libros.

—Mejor.

—¿Por qué?

Fue entonces Lori la que se dedicó a analizarlo. Era un hombre atractivo y sexy, con imagen de intelectual. Tenía las manos tan elegantes que le entraban ganas de agarrarle una y acariciársela en ese mismo instante. De deslizar un dedo en el interior de su boca, solo para excitarse y excitarlo. Pero no podía hacerlo si pensaba en él como el hermano mayor de Molly. Quinn era, simple y llanamente, un objeto sexual. Y estaba esperando una respuesta.

—De esta forma todo es más excitante —se obligó a decir. Le vio fruncir el ceño—. Una aventura secreta. Discreta. Y perversa.

—Perversa —repitió Quinn sin mover apenas los labios.

—Sí.

Que el cielo bendijera al vino que le había soltado la lengua, porque la chispa de interés que apareció en los ojos de Quinn provocó un estallido de fuegos artificiales de lujuria.

—Yo tampoco tengo ningún interés en contarle nada a mi hermana.

—¿Qué hermana?

Quinn echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada, mientras Lori pensaba en lamer aquel cuello bronceado.

En aquel momento se acercó un hombre, interrumpiendo sus fantasías.

—¡Quinn! —le saludó sorprendido. Le tendió la mano—. ¿Cómo estás? —preguntó con un fuerte acento de Texas.

—¡Muy bien! Lori, te presento a Bill Adkinson. Es el propietario de una de las empresas más importantes de la ciudad.

Lori le estrechó la mano e intentó escuchar educadamente la conversación entre los dos hombres. Pero su mente estaba atrapada en una inesperada idea.

A lo mejor debería utilizar a Quinn para algo más que para el sexo. A lo mejor podía utilizarle para averiguar por qué había tanta gente interesada en su terreno.

—Siento la interrupción —se disculpó Quinn, haciéndola consciente de que su amigo se había marchado.

—No te preocupes. Me ha parecido una conversación interesante.

Quinn sonrió.

—¿De verdad? Porque parecías un poco distraída.

Mientras reía, Lori pensó en la forma de abordar el tema.

—Por cierto, ¿conoces a Chris Tipton? Iba conmigo al instituto y tengo entendido que se ha convertido en un constructor importante.

—Sí, tiene una empresa constructora, Tipton & Tremaine.

—¿Has trabajado para ellos?

Quinn negó con la cabeza. Justo en ese momento les llevaron la ensalada.

—La mayor parte de mis clientes son propietarios particulares. Las grandes constructoras no muestran demasiado interés por el diseño. A mí me gusta más partir de cero.

Pues era una lástima.

—Entonces, ¿nunca trabajas con ese tipo de constructoras?

—Trabajé para algunas cuando estaba empezando. Es una manera de darse a conocer. Pero ahora solo hago algunos proyectos con Anton/Bliss. Hacen un trabajo muy interesante en urbanizaciones pequeñas de lujo.

Anton/Bliss. Aquel era uno de los nombres que le había pasado Helen. ¡Bingo!

—¿Y ahora mismo estás trabajando para ellos? —mordió una hoja de espinaca e intentó parecer natural.

—No, ahora mismo no —contestó, y la burbuja de esperanza que había crecido en su pecho explotó—. Ahora mismo estoy muy ocupado con la construcción de una docena de edificios. Los veranos son un auténtico infierno. Además, está el proyecto de mi casa, que me está llevando más tiempo del que pensaba y… —bajó la mirada hacia su pecho—. Eh… ¿Lori?

—¿Umm?

Bueno, ¿qué esperaba? ¿La gran revelación de que estaba trabajando en un proyecto secreto para Anton/Bliss relacionado con el terreno que había heredado de su padre?

Quinn se aclaró la garganta.

—Se te ha caído una gota de aliño.

Preocupada por la posibilidad de haber echado a perder su vestido, Lori bajó la mirada y descubrió que, afortunadamente, el lino estaba a salvo. Pero tenía una gota de miel justo en el principio del escote que comenzaba a deslizarse hacia el valle de sus senos. Lori la atrapó con el dedo, se llevó el dedo a los labios y lo lamió antes de darse cuenta de que estaba en un restaurante elegante, y no en The Bar.

—¡Uy! —exclamó, con el dedo todavía en la boca.

Alzó la mirada hacia Quinn, pensando que debería disculparse, pero su expresión la dejó paralizada.

Quinn observaba su boca con los párpados entrecerrados y los ojos encendidos. Cuando se sacó el dedo de la boca, entrecerró los ojos todavía más. Lori se humedeció los labios y le vio presionar los suyos. Cuando se secó la mano en la servilleta, Quinn clavó la mirada en su escote.

Lori se olvidó por completo de Anton/Bliss y decidió que sería mejor que se concentrara en comer. Y rápido.

Dios santo, Lori Love era un objeto sexual. ¿Quién podría habérselo imaginado?

El escote del vestido descendía hasta un lugar muy interesante, mostrando el inicio redondeado de sus senos y conduciendo al cerebro de Quinn a un intenso análisis que le permitiera adivinar si llevaba sujetador o no. Si llevaba, debía de ser minúsculo, y Quinn estaba loco por saber qué aspecto tendrían sus senos sin él.

Aun así, consiguió mantener la conversación durante toda la cena y contestar a todas las preguntas que le hizo Lori sobre las ciudades que había visitado en Europa. Pero al cabo de un rato, Lori se excusó para ir al cuarto de baño y Quinn tuvo que enfrentarse a la visión de su caminar y de aquellos tacones rojo sangre marcando la dirección de sus pálidas y delicadas pantorrillas. Sus muslos serían más blancos todavía. Y su trasero…

—Muy bien —tomó aire.

Había llegado el momento de recuperar la compostura si no quería pasarse excitado todo el postre.

Pero, maldita fuera, Lori estaba preciosa.

Si él fuera una persona razonable interpretaría aquella situación como lo que era: un regalo que le había caído, literalmente, en el regazo. Pero necesitaba saber el motivo de todo aquello. ¿Por qué él? ¿Por qué en aquel momento? Lori no había contestado a la pregunta sobre los libros de Molly.

Quinn cruzó los tobillos y se inclinó sobre la mesa para ver el bolso de color rojo que Lori había dejado en el suelo. Aquello le indicaba que, aunque temporalmente pareciera una de las protagonistas de Sexo en Nueva York, Lori no se comportaba como si lo fuera. No se había llevado el maquillaje al cuarto de baño. Mejor para él. Le gustaba el tono rosado de sus labios. Era casi un alivio después de las capas de brillo que Tessa llevaba siempre. Y ni siquiera con sabor a chicle ni nada parecido. Solo una substancia pegajosa.

Antes de sentarse, había visto el lomo del libro que Lori llevaba en el bolso y, aprovechando que ella no estaba, no pudo resistir la tentación de sacarlo para verlo.

Sí, era uno de esos libros. Literatura erótica, según Molly. Quinn esbozó una mueca al ver los impresionantes pectorales del hombre que aparecía en la cubierta. Buscó el nombre de la autora. Afortunadamente, no era Holly Summers, el pseudónimo que utilizaba su hermana.

Con los ojos abiertos de par en par, leyó rápidamente el resumen del primer cuento.

—¡Vaya!

Una sencilla bibliotecaria contrata a un detective privado para que investigue su pasado. Pero el expolicía se niega a que le pague en dinero y exige un tipo de prestaciones mucho más íntimas a cambio de las numerosas y duras horas que ha dedicado a su trabajo.

Parpadeando, Quinn leyó el resumen de las otras cuatro historias y no hubo una sola de ellas que no le dejara impactado. Siempre había estado encantado con el éxito de Molly como escritora, pero había evitado conocer los detalles sobre su trabajo. Evidentemente, había sido lo más sensato. Por lo menos, era un respiro saber que su hermana no había escrito ninguno de aquellos relatos.

Abrió el libro y comenzó a leer. Estaba en medio de la página tres cuando una mano le arrebató el libro a la velocidad del rayo.

—¿Qué haces? —siseó Lori.

—Investigar.

—¿Investigar?

—Cuando te he preguntado por los libros, no has contestado.

Lori le fulminó con una mirada láser, volvió a guardar el libro en el bolso y se sentó.

—Esa era una forma de insinuar que deberías dejar el tema.

—Pero no lo he dejado. Quiero saber a qué viene todo esto.

—¿Todo el qué?

—Lori…

Lori bajó la mirada hacia la mesa. Tenía las puntas de las orejas rojas. Se agarraba las manos sobre el mantel y los nudillos estaban cada vez más pálidos. Al verla, Quinn se sintió como un auténtico estúpido.

—Lo siento.

Lori se limitó a negar con la cabeza. ¿Estaba llorando? ¿Qué le había dicho él que pudiera hacerla llorar?

Alargó la mano por encima de la mesa para posarla sobre sus manos.

Cuando Lori alzó la mirada, su expresión era de determinación. Tenía el semblante rojo, pero no había lágrimas en sus ojos.

—Yo nunca…

A Quinn se le cayó el estómago a los pies, dejando un vacío que absorbió el aire de sus pulmones.

—¿Estás diciendo que…? —se inclinó hacia ella—. Lori, ¿eres virgen?

—¡No! Dios mío, no. ¡Dentro de dos meses cumplo treinta años!

El estómago de Quinn volvió a su lugar, aunque un tanto debilitado por aquel inesperado viaje.

—Pero has dicho que… Bueno, quiero decir. No es que no me hubiera sentido honrado si…

—No es eso. Es que en realidad yo nunca… Hay algunas cosas que quiero experimentar y… No sé cómo decir esto, de verdad, no lo sé —miró nerviosa a su alrededor.

Quinn le sirvió la última copa de vino y la observó mientras la bebía a toda velocidad. La crema del postre llegó servida en un recipiente de cerámica con forma de pez. A Quinn se le escapaba por completo qué demonios podía significar eso. Estaba demasiado ocupado analizando a Lori y sus balbuceos.

Lori cerró los labios alrededor de una de las frambuesas que decoraban el plato. Una gotita de zumo rojo escapó de sus labios, pero la atrapó inmediatamente. Tenía una lengua maravillosa, pensó Quinn.

—¿Es que nunca has tenido un orgasmo? —aventuró al final.

La mirada firme de Lori pareció darle la respuesta, pero al cabo de unos segundos, inclinó la cabeza y le miró con extrañeza.

—No creo que sea eso —miró a su alrededor y continuó susurrando—. Sí, he tenido orgasmos. Pero, en cierto modo, un orgasmo solo es un orgasmo.

Entonces le tocó a Quinn mirarla con extrañeza, y tuvo la sensación de que lo estaba haciendo muy bien.

—No sé qué quieres decir.

—¡Y yo tampoco, maldita sea! —sonrió por fin, Quinn comenzaba a echarlo de menos—. Pero si me ayudas a averiguarlo, te prometo que me aseguraré de que merezca la pena.

—Trato hecho —contestó rápidamente Quinn, antes de que Lori pudiera retractarse—. Ahora, háblame de esos libros.

—No.

—Vamos, Lori. Vamos a acostarnos. ¿No es eso más íntimo que hablar de unos libros?

—No, claro que no —apartó las manos y se cruzó de brazos—. Me estás preguntando por mis fantasías sexuales y ni siquiera nos hemos besado.

—No nos hemos besado, pero sabemos que vamos a ser amantes. ¿Eso no tiene menos importancia para ti?

Lori alargó la mano hacia la copa, pero cuando vio que estaba vacía, se pasó la mano por el pelo. Parpadeó, apartó la mano de sus rizos y volvió a tocárselos.

—Será mejor que me lo digas, Lori, o es posible que lea una historia equivocada y aparezca en tu casa con una jeringuilla y un disfraz de conejo.

—¿Qué has dicho? —preguntó Lori en voz tan alta que varias cabezas se volvieron en su dirección.

Quinn arqueó las cejas y comenzó a moverlas hasta que Lori soltó una carcajada. Al final, tuvo que apoyar la cabeza en la mesa para intentar recobrar la compostura.

Quinn hizo un gesto amistoso a las personas que continuaban observándolos, mientras Lori intentaba recuperar la respiración.

—¿Una jeringuilla? —graznó.

—¿Entonces, lo del disfraz de conejo te parece bien?

—¡Ya basta! —le suplicó Lori—. Me vas a arruinar el maquillaje.

Aprovechándose de su incapacitación temporal, Quinn alargó la mano para quitarle el libro.

—Dame solo una pista. Un título. Un cuento.

Lori tomó aire y dejó escapar un largo suspiro. Volvió a inhalar lentamente, dejando a Quinn esperando, hasta que al final, renunció.

—El número uno y el número cuatro.

Quinn bajó la mirada.

—Pero el primero es sobre un extraterrestre.

—Lo sé.

—Y yo soy humano.

Lori alzó la cabeza y le fulminó con la mirada.

—¡Por el amor de Dios, Quinn! Lo único que le diferencia de un ser humano es que es azul. En todo lo demás es igual. Nunca tienen tentáculos ni nada extraño, bueno, a veces, sí. Pero el protagonista de esta historia es normal.

—Muy bien, el uno y el cuatro.

Y agradeció que la dulce Lori no hubiera mencionado la historia número dos, porque trataba de una mujer, un hombre y el mejor amigo del segundo. Quinn no estaba dispuesto a pasar por nada parecido, ni siquiera por Lori.

Les llevaron la cuenta y en cuanto Quinn pagó, Lori se enderezó y asintió.

—Muy bien, ¿en tu casa o en la mía?

Quinn se reclinó en la silla.

—¿Perdón?

—¿Dónde vamos a hacerlo?

—«¿Dónde vamos a hacerlo?». Desde luego, sabes como conseguir que un hombre se sienta realmente especial.

Lori cerró los ojos y arrugó la frente.

—Lo siento —sacudió las manos delante de su rostro, como si lo tuviera cubierto de telarañas—. No sé cómo hablar de lo que vamos a hacer. Me siento un poco rara y, no pretendo ser brusca, pero me gustaría acabar cuanto antes.

Cuando abrió los ojos, Quinn todavía parecía estar intentando averiguar si se sentía ofendido, sorprendido o divertido.

—Quinn, lo siento. Sé que estoy siendo muy brusca, pero necesito superar esta primera vez, ¿lo entiendes? —los ojos se le llenaron de lágrimas—. Me estoy convirtiendo en un monstruo.

—Y yo me siento como si fuera una mujer de un harén a la que llama el sultán para disfrutar con ella de los últimos placeres.

—Relato número cinco —susurró Lori.

—Exactamente. ¿Me preparo entonces para usted, mi ama?

—¡Dios mío!

Lori se levantó de golpe, se meció ligeramente sobre aquellos tacones que no estaba acostumbrada a llevar, dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta.

Quinn agarró el bolso y el libro y la siguió.

—¿Lori?

Tardó algunos segundos en encontrarla. Estaba en la esquina de la siguiente calle, de cara a su coche, justo en el borde del círculo de luz que proyectaba una farola. Mientras Quinn la miraba, se quitó primero un zapato y después el otro. Se volvió hacia él y alzó los zapatos con un gesto de derrota.

—Esto no se me da nada bien.

—Sería un poco extraño que se te diera bien.

Lori se limitó a negar con la cabeza.

A pesar de sus grandes planes, la necesidad que tenía Quinn de levantarla en brazos, besarla y llevarla a su casa y a su cama era casi insoportable. Normalmente, Lori era una mujer fuerte y segura, pero en aquel momento, parecía tan frágil como el cristal. ¿Y por qué eso le resultaba tan excitante? ¿Tendría que ver con alguna fantasía primitiva relacionada con salvar a la damisela en peligro? ¿En qué siglo vivía?

Un golpe de viento ondeó la falda de Lori y revolvió sus rizos.

—Lori, lo único que buscamos con todo esto es que tú disfrutes. Se supone que tiene que ser algo excitante y frívolo. Pero tengo la sensación de que esta noche estás pensando demasiado.

—Lo siento.

—No tienes por qué sentirlo. No quiero que seas otra persona. Quiero que seas tú misma.

Lori abrió los brazos con un movimiento tan brusco que estuvo a punto de golpearle con los zapatos.

—¡No quiero seguir siendo yo misma! ¿No lo entiendes? En eso precisamente consiste todo esto.

—Ahora lo entiendo.

Su frustración ahogaba su anterior fragilidad, pero Quinn continuaba deseando acariciarla. Se guardó el libro en el bolsillo de la chaqueta y alargó la mano para animarla a acercarse.

—Pero yo quiero hacer esto contigo precisamente porque eres tú. Me parece bien que estés buscando otras facetas diferentes de ti misma, pero no quiero que juegues a ser otra persona.

Lori alzó la barbilla.

—¿Y si esa otra persona lleva un vestido de animadora?

—Eh… bueno, en ese caso, podríamos hablarlo.

Lori se echó a reír, pero las risas cedieron cuando Quinn la presionó ligeramente hacia él, y no se detuvo hasta que pudo sentir el calor de su cuerpo a menos de un milímetro del suyo.

Deslizó entonces la mano por sus rizos, dejando que estos se enredaran entre sus dedos.

—Nunca te había tocado el pelo.

Lori parpadeó.

—Claro que sí. La vez que me atacaste con un gorro de lana.

—Pero no de esta forma. Aquello no fue una verdadera caricia. Me gustan tus rizos. Y creo que yo también les gusto.

—Les gusta cualquier cosa, ramas y arbustos incluidos. Si fuera tú, no me sentiría halagado.

Cuando deslizó el dedo por su sien, la sonrisa irónica de Lori desapareció. Se estremeció y cerró los ojos. A pesar de la advertencia de Lori, Quinn se sintió halagado.

—Lori —se inclinó hacia delante y presionó los labios contra los suyos en un delicado beso.

—¿Mm?

Lori inclinó la cabeza, invitándole a besarla otra vez, y Quinn la besó. ¿Por qué no iba a hacerlo? Y aunque fue un beso tan delicado como el primero, todos sus nervios se tensaron al sentir el suspiro de Lori contra sus labios. El corazón le latía con fuerza. Había estado a punto de decir algo, algo importante.

Muy bien.

—Lori, esta noche no vamos a acostarnos.

—¿Umm?

Cuando se inclinó un poco más, rozó con los senos la camisa de Quinn.

Aquel parecía un triste lugar para detenerse, de modo que Quinn salvó los milímetros que los separaban y sintió por primera vez el cuerpo firme y fuerte de Lori contra él. La electricidad fluyó por su cuerpo como si fueran hilos de hierro candente. Tanto si el sexo iba a ser inminente como si no, no tenía ningún motivo para no acariciarla.

Así que la besó otra vez. En aquella ocasión, fue un verdadero beso, un beso que le pedía que abriera la boca y le permitiera entrar. Y Lori lo hizo.

Quinn jamás había imaginado a qué podía saber Lori, así que no sabía por qué le sorprendió su sabor. Pero sí, le sorprendió que fuera justo el sabor adecuado, un sabor dulce y sexual, y el más femenino que había probado jamás.

Quinn no se molestó en resistir la tentación de volver a tocarla. Moviéndose lentamente hacia delante, la apartó del charco de luz y la hizo apoyarse en el coche. Cuando presionó las caderas contra las suyas y profundizó el beso, Lori jadeó, le agarró por las caderas y tiró con fuerza de él. Deslizaba la lengua sobre la de Quinn, con más urgencia y más deseo con cada segundo que pasaba, hasta el punto de que lo que tenían que hacer a continuación se hizo completamente evidente.

Quinn dejó caer el bolso de Lori y la sentó sobre el capó del coche. Se colocó entre sus piernas, ciñéndola contra su creciente erección.

Jamás se había sentido tan bien. Y Lori parecía estar sintiendo lo mismo, si estaba interpretando correctamente sus gemidos. Aunque la verdad era que no estaba en condiciones de pensar, así que a lo mejor no…

Lori hundió las manos bajo la chaqueta de Quinn, tiró de los faldones de la camisa y deslizó las manos por su espalda. Sí, definitivamente, le gustaba.

Besaba a Quinn con la respiración agitada mientras su sexo ejercía la presión perfecta contra el de Quinn. Todo era sublime. Hermoso. Quinn le succionó delicadamente el labio inferior, memorizando su textura antes de besar la suave curva de su cuello.

Sí, sabía maravillosamente. Una fragancia limpia y sencilla. Ningún perfume, solo el sabor de su piel. La respiración de Lori era como una corriente bajo su boca, tan fuerte que podía sentirla cuando succionaba sus labios y la besaba.

—¡Oh! —jadeó Lori—. Yo no…

Enmudeció cuando Quinn la meció contra su sexo. Este quería que sintiera lo excitado que estaba. Necesitaba que supiera el efecto que tenía en él. Cuando le mordisqueó el cuello a la altura de la oreja, se irguió.

—¡Quinn! No creo que… ¡Dios mío, eso me ha encantado!

Quinn deslizó la boca por su cuello hasta alcanzar su clavícula.

—Tenemos que irnos a otra parte. No podemos seguir aquí —continuó diciendo Lori.

De pronto se tensó de tal manera que incluso en medio de aquella oleada de placer, Quinn lo notó.

—Espera, ¿qué has dicho hace un momento? —le preguntó.

Quinn sacudió la cabeza. Había estado demasiado ocupado deleitándose en la textura de su piel contra su lengua como para decir una sola palabra. Alzó la mano, la posó en el delicado montículo de su seno y le lamió el cuello y la mandíbula.

Lori hundió los dedos en su espalda y abrió las rodillas.

Sí, eso era mucho mejor. Quinn estaba encerrado entre sus muslos y el sexo de Lori se presentaba como la cavidad perfecta para albergar su erección.

—Quinn.

—Sí —contestó.

Sí, sí, sí. Lori se estremeció y arqueó la espalda, pero volvió a tensarse repentinamente y se irguió. Quinn sintió la fuerza de sus dedos en su pelo justo antes de que le empujara. Cuando abrió los ojos, descubrió a Lori mirándole con una frialdad sorprendente.

—¿Has dicho que esta noche no íbamos a acostarnos?

—Sí.

—¿Y por qué has dicho una cosa así?

El mundo comenzaba a aparecer de entre una espesa niebla y Quinn comprendió de pronto que había estado a punto de hacer el amor con Lori allí mismo. En público. Encima de su coche.

Le alisó la falda del vestido, bajándosela hasta las rodillas.

—Lo siento. ¿De qué estábamos hablando?

Lori se cruzó de brazos y le fulminó con la mirada, pero Quinn no prestó atención a su enfado. Estaba distraído observando la forma en la que sus brazos cruzados elevaban sus senos. Por el borde del escote de lino asomaba el encaje negro del sujetador.

—¡Quinn Jennings! —Lori volvió al suelo y le obligó a volverse.

—Lo siento. ¿Qué? Ah, sí, nada de sexo.

—¿Me estás diciendo que no vas a acostarte conmigo?

—Sí.

—En primer lugar, creo que no eres tú el único que decide si va a acostarse conmigo o no. En segundo lugar…

Quinn negó con la cabeza.

—Lo siento, cariño, pero me has contratado para este proyecto y necesito llevar a cabo algunas investigaciones antes de que empecemos.

—Yo… tú —farfulló—. ¡Yo no te he contratado!

Aquella mujer era adorable.

—Es tan fácil provocarte, Lori.

Lori tensó los labios hasta hacerlos desaparecer.

—Es posible que ahora mismo esté desarmada, pero quiero que seas consciente de que tengo acceso a cientos… —le clavó el dedo en el pecho— y cientos de herramientas pesadas.

Quinn la agarró por la muñeca y la estrechó de nuevo entre sus brazos.

—No te enfades. Quiero acostarme contigo. Esta noche, en ese oscuro callejón y mientras pasa la gente por la calle. Quiero levantarte el vestido, bajarte las bragas y… Por cierto, ¿llevas bragas?

—¡Sí!

—Estupendo, porque quiero bajártelas y deslizar los dedos en tu interior mientras intentas reprimir un grito. Y cuando tú…

—¡Sí! ¡Ahora! —insistió Lori.

—No —intentó alejar la tristeza de su voz—. Tú querías una…

—Mira, para esto es para lo que te he contratado, así que vamos.

Quinn se echó a reír, aunque no perdía de vista el puño cerrado de Lori.

—No. Quedamos en que querías tener una tórrida aventura. No un revolcón de una noche.

—Entonces, podemos volver a hacerlo mañana —apretó la mandíbula con un gesto de frustración cuando le vio negar con la cabeza—. No pienso suplicarte.

Quinn sacó el libro del bolsillo de la chaqueta y tamborileó la cubierta.

—Eso depende de lo que lea en el libro.

Al final, Lori le dio un puñetazo en el hombro con una fuerza sorprendente.

—¡Ay!

—Lo siento —musitó Lori sin mucho entusiasmo.

—Bueno, dejando las bromas a un lado, tú misma dijiste que querías algo más de lo que habías tenido hasta ahora. Eso es poner mucha presión en un hombre. Sobre todo en un hombre que no sale demasiado. Así que lo menos que puedes hacer es confiar en mí. Todo saldrá mucho mejor si esperas un poco.

—¿Si espero?

Qué chica tan cabezota.

—Estamos hablando de ti, de lo que quieres y de lo que necesitas.

Lori le escrutó con la mirada como si estuviera buscando alguna señal de verdad en sus palabras. A medida que iban pasando los segundos, iba desapareciendo la frustración de su rostro.

—En realidad, tú también tienes ganas de hacerlo, ¿verdad?

—Sí, claro.

Lori asintió, sacudiendo al hacerlo sus rizos.

—Muy bien. En ese caso, puedo esperar. ¿Cuánto tiempo?

—No mucho. No soy ningún mártir.

—Mejor.

Aparentemente, Lori no era una mujer a la que le duraran los enfados, porque selló el pacto con un beso que le hizo estremecerse y apretar los puños con fuerza. Su sabor volvió a golpearle con la misma fuerza que la primera vez.

Quinn supo entonces que aquel iba a ser el mejor verano de su vida.