Capítulo 4

El sol ardía con más fuerza de lo que lo había hecho durante todo el verano, abrasándole la espalda. Si hubiera estado trabajando en su casa, Quinn se habría quitado la camisa, pero no estaba trabajando. Estaba en Tumble Creek, observando a Lori.

No esperaba encontrarla en el taller un domingo, pero allí estaba, haciendo equilibrios sobre el parachoques de una camioneta mientras su diminuto cuerpo parecía estar siendo engullido por las profundidades del motor. Una maldición pareció rebotar contra el capó de la camioneta. Fue una expresión tan obscena que Quinn se excitó. ¿Quién habría pensado que una mujercita como aquella podía tener una boca tan sucia? Y, más increíble todavía, ¿quién se habría imaginado que debajo de aquellos monos se escondían semejantes curvas?

No podía decirse que fuera una mujer de pechos grandes, pero la noche anterior, Quinn había reconocido en ella la belleza de las proporciones perfectas. Aunque antes había tenido que recuperarse de la impresión que había sufrido al alzar la mirada y espiar a aquella versión ultrafemenina de Lori Love.

Y, hablando de espiar, a lo mejor no estaba bien que permaneciera allí sin anunciar su presencia.

De modo que dijo:

—¡Eh, Lori!

La vio levantarse con un rápido movimiento y golpearse contra el capó de la furgoneta.

—Maldita sea —musitó, y corrió a ayudarla.

Lori comenzó de nuevo a maldecir, lo que habría hecho sonreír a Quinn si no hubiera estado preocupado por el estado de su cabeza.

—¿Estás bien?

Mientras Lori se agarraba la cabeza, Quinn la sujetó por la cintura y la bajó al suelo.

—¿Estás sangrando?

Lori apartó las manos de la cabeza y volvió a maldecir.

—¡Me has dado un susto de muerte!

—Lo siento. ¿Quieres un poco de hielo? Vamos a buscarlo.

—Yo no… —pero dejó caer los hombros con un gesto de rendición—. De acuerdo, vamos.

Le condujo a través del taller hasta el interior de la casa. Durante todo el trayecto, estuvo explorando su cabeza con los dedos.

—Creo que estoy bien.

Pero Quinn ya no le prestaba atención. Estaba preocupado inhalando el aroma a comida casera.

—¡Dios mío, qué bien huele! Iba a preguntarte si querías que te invitara a cenar, pero supongo que ya tienes planes.

Miró a Lori y descubrió que le estaba mirando fijamente, con la mano todavía en la cabeza.

—¿A cenar?

—Sí. ¿Estás esperando a alguien?

—Sí.

Al ver que no decía nada más, a Quinn se le cayó el alma a los pies.

—Entonces, ¿estás ocupada?

Lori desvió la mirada hacia el horno y abrió sus ojos verdes mostrando una expresión de… ¿ansiedad, quizá?

—No, no estoy esperando a nadie.

Bueno, no se mostraba particularmente emocionada, pero Quinn no iba a renunciar tan fácilmente. Había estado pensando en Lori Love desde la tarde anterior. Y de forma particularmente seria desde la noche anterior.

—¿Te he dicho ya que huele muy bien?

Lori abandonó por fin su expresión de sorpresa y elevó los ojos al cielo ante tamaña falta de sutileza. Pero, al fin y al cabo, Quinn nunca había presumido de ser particularmente sutil con las mujeres.

—Muy bien, Quinn Jennings. Puesto que tengo la cena preparada, ¿te gustaría quedarte a cenar conmigo?

—¡Me parece una idea fantástica! Sí, me encantaría. Y ahora, vamos a buscar un poco de hielo.

—Mi cabeza está perfectamente. Solo tengo un chichón. Y un montón de pelo —miró el reloj mientras apoyaba el pie en una de las sillas de la cocina para atarse la bota—. Estaré lista en quince minutos. Deja que vaya a cambiarme. En la nevera tienes cerveza si te apetece.

Quinn había comenzado a girar ya los hombros hacia el viejo refrigerador cuando la vio acercar la mano hacia la cremallera del mono. El mono se abrió y Quinn se quedó mirándola extasiado mientras dejaba una camiseta al descubierto.

Por un instante, medio esperó verla salir de su uniforme de trabajo llevando únicamente encima una camiseta blanca y unas bragas. Pero Lori dejó caer el resto de la prenda sin ceremonia alguna, revelando un par de vaqueros viejos. Y la camiseta no era especialmente estrecha. Maldita fuera.

Completamente ajena al curso de los pensamientos de Quinn, Lori se desató las botas, se quitó el mono y lo dejó sobre una silla de la cocina antes de dirigirse hacia el dormitorio.

Parecía moverse a cámara lenta. Quinn imaginó sus caderas meciéndose con nada encima, salvo unas braguitas azules y diminutas e inmediatamente alargó la mano hacia la puerta del refrigerador. Necesitaba beber algo. Sabía que era igual de torpe con las mujeres con una cerveza o dos encima, pero, por lo menos, olvidaba lo malo que era.

Después de abrirle también una botella a Lori, vació la mitad de la suya en un par de tragos. En cualquier caso, ¿qué demonios estaba haciendo allí? ¿Intentar arruinar una bonita amistad? Hasta el momento, su número de relaciones estables se reducía a cero y… ¡Diablos! Ni siquiera sabía con cuántas mujeres había estado, lo que demostraba exactamente su problema. Pero, últimamente, cada vez que dejaba de trabajar, empezaba a pensar en Lori y en su sonrisa.

Lori Love era un auténtico enigma. Aunque Molly y ella se conocían desde que estaban en el instituto, en aquella época no eran amigas íntimas. Molly era una chica muy popular y ligeramente veleidosa, mientras que Lori respondía al estereotipo de alumna aplicada. Siempre tenía la nariz enterrada en algún libro y planificaba sus actividades extra académicas con el ojo puesto en la universidad. O, al menos, eso era lo que Molly decía. Lori estudiaba mucho y pasaba su tiempo libre trabajando en el taller de su padre. Quinn no tenía la menor idea de lo que le había ocurrido después. Lo único que sabía era que había ido a estudiar a la Boston College gracias a una beca y que había regresado a su casa cuando su padre había sufrido aquel desgraciado accidente.

Mientras caminaba por el cuarto de estar, Quinn dejó que su mirada de arquitecto analizara las características de aquella vivienda construida en los años cincuenta. Por lo que él podía decir, no había cambiado nada de la construcción original. Ni siquiera estaba seguro de que hubieran pintado las paredes desde entonces. Desde luego, la decoración no había cambiado. En aquella habitación no había nada, absolutamente nada, que pudiera darle una pista de la mujer en la que Lori se había convertido.

Sobre la repisa de la chimenea descansaban antiguos trofeos de bolos. Encima de una mesa de roble normal y corriente había una lámpara hecha con un bolo de madera de pino. El sofá parecía salido de un piso de estudiantes.

El padre de Lori había muerto un año atrás. ¿Sería la tristeza la que le había impedido darle un aspecto más personal a su casa? Quinn subió las polvorientas persianas de una de las ventanas, descubriendo la vista del patio del taller. La tristeza de aquel paisaje era desoladora. Entendía los motivos por los que Lori mantenía las ventanas cerradas.

El crujido de la madera del suelo lo alertó de su presencia. Y cuando se volvió, se olvidó completamente de lo anticuado de la decoración y de los coches averiados. Los vaqueros y la camiseta habían desaparecido para ser sustituidos por unos pantalones piratas de color blanco y una coqueta camiseta de color rojo que dejaba sus hombros al descubierto. Se mordía los labios mientras intentaba dominar sus rizos. Quinn dejó que su mirada fuera descendiendo por su cuerpo hasta llegar a las uñas de los pies, pintadas de un rojo intenso.

—Bonitas uñas —dijo estúpidamente, y observó cómo ella encogía los dedos de los pies sobre la alfombra.

Evidentemente, necesitaba terminarse la cerveza. ¿A quién se le ocurría decirle a una chica que tenía las uñas bonitas?

Cuando decidió que ya no quería que Quinn continuara mirándole los pies, Lori dio media vuelta y abrió la puerta del horno de la cocina.

—Solo faltan unos minutos —musitó—. Ahora voy a preparar la ensalada.

Por «preparar» quería decir sacarla de la bolsa, porque eso fue lo que hizo: abrir una bolsa de plástico y echar la ensalada en dos cuencos mientras Quinn sonreía tras ella.

Tenía los hombros rectos y de una pálida belleza. Sus brillantes rizos los acariciaban cada vez que se movían. Quinn se fijó en su perfil mientras se inclinaba en la nevera para sacar el aliño de la ensalada, y no pudo evitar perderse en las delicadas líneas de su garganta y su pecho. Tenía los senos pequeños, pero se elevaban en una atractiva curva que atrapó por completo su mirada. No le extrañaba que utilizara aquellos monos en el taller. Los hombres que trabajaban con ella serían incapaces de hacer nada si apareciera de aquella guisa.

—¿Quieres que vayamos a The Bar después de cenar? —le propuso de pronto.

Lori alzó la cabeza y frunció el ceño.

—¿Por qué?

—Porque no he traído vino.

—¿Y crees que allí se puede comprar un buen vino?

En realidad, tenía razón. Aquel bar era tan viejo y tan cutre que ni siquiera tenía un verdadero nombre.

—Entonces podemos ir a Aspen —se corrigió—. En Hopkins Avenue hay un establecimiento con muy buenos vinos.

—¿Has hablado hoy con Molly? —preguntó Lori de pronto.

—Yo…

Lori le interrumpió dejando la botella de aliño con un gesto brusco en el mostrador.

—¡Maldita fuera, le dije que no quería salir contigo!

Quinn se preguntó entonces si el aire acondicionado habría decidido activarse en aquel momento como una forma de venganza. Porque todo el agradable calor de la tarde pareció desvanecerse en un instante.

—¿De verdad?

—¡Sí! —Lori se pasó la mano por la cara y sacudió la cabeza antes de mirarle a los ojos—. Lo siento, Quinn. Me encantaría quedar contigo, de verdad, pero ahora mismo no es esto lo que estoy buscando.

Quinn la miró completamente confundido. Aquello sonaba de una forma muy parecida al típico «el problema no eres tú, soy yo», pero ellos ni siquiera habían tenido una cita.

—Sí, lo comprendo —fue lo único que pudo decir.

—No me lo puedo creer —susurró Lori.

—Mira, yo solo quería invitarte a tomar una copa y a lo mejor podríamos…

—No sé lo que te ha dicho tu hermana, pero no pienso utilizarte en la cama.

El imaginario aparato de aire acondicionado se desconectó. Y también el cerebro de Quinn.

—Por supuesto, me encantaría —continuó diciendo Lori—. Pero en realidad, yo estoy buscando algo pasajero, un poco de diversión, y no una cita. Ahora mismo no estoy en un buen momento para las citas. Siento que te hayas visto arrastrado a esto. No debería haberte dicho nada.

—¿Quién? —preguntó Quinn con voz ronca.

—¡Molly! ¿Por qué ha tenido que decirte que vinieras?

Quinn apretó la botella con fuerza entre sus dedos, sintiendo la presión del cristal contra sus huesos mientras intentaba activar de nuevo su cerebro.

—Hace semanas que no hablo con Molly.

Lori, que acababa de alargar la mano para agarrar su propia cerveza, se quedó completamente paralizada.

—¿Perdón?

—No sé de qué estás hablando.

Lori dejó caer lentamente la mano.

—¿Entonces no? No… ¿Pero por qué has venido si Molly no te ha dicho nada?

A lo mejor no era tan inteligente como él siempre había pensado.

—Lori, he venido para invitarte a salir. Nada más. No creo que sea tan complicado de entender.

—¡Ah!

El rubor se inició debajo de la camiseta y comenzó a extenderse hacia arriba, tiñendo sus clavículas y alcanzando el cuello y la barbilla. Al final, tenía las mejillas tan rojas como el resto de su piel.

—Dios mío, ¿estás seguro?

—Completamente. Pero ¿qué estabas diciendo sobre utilizarme en la cama?

Lori inclinó su cuerpo ligeramente hacia la izquierda. Luego, hacia la derecha. Alarmado, Quinn se acercó a ella con intención de agarrarla del codo y ayudarla a sentarse, pero justo en aquel momento, sonó la alarma del horno y Lori se enderezó bruscamente.

Se acercó al horno, agarró un guante y, en cuestión de segundos, estaba frente al mostrador, clavando la mirada en un pollo perfectamente asado y en una hogaza de pan.

—De acuerdo —dijo con la mirada fija en el pollo—. De acuerdo…

—Lori.

—No, yo… Vamos a cenar. Siento que no haya nada más. Solo tenía un poco de ensalada y… ¡Dios mío!

Quinn permaneció en silencio, sin estar muy seguro de cómo proceder. Sus pensamientos eran como pelotas de pingpong. Rebotaban y chocaban los unos contra los otros como adolescentes borrachos en un concierto. Cuando Lori comenzó a moverse y puso los platos en la mesa, él aprovechó la oportunidad para darse un tiempo. Agarró la cerveza de Lori y la botella con el aliño.

Sexo. Lori Love quería sexo.

Tomó los cuencos de las ensaladas y los llevó a la mesa mientras Lori llevaba el pollo.

Nada de citas. Sexo. Solo sexo.

Observó sus caderas mientras se acercaba al refrigerador y dejó volar su imaginación. Sexo. Con Lori. Las imágenes fluyeron con enorme facilidad.

En cuanto la comida estuvo servida y ya no hubo que llevar nada a la mesa, los dos se sentaron lentamente, intentando mirar a cualquier parte que no fuera el otro y comenzaron a dar cuenta de la ensalada.

Aunque nunca había buscado relaciones basadas únicamente en el sexo, Quinn no descartaba del todo aquella posibilidad. Y, además, eso resolvería uno de los principales problemas de su vida: era un novio terrible. Preocupantemente malo. Ninguna de las mujeres con las que había salido había sido feliz con él durante más de un mes.

Se olvidaba de cosas tan importantes como las citas o los cumpleaños. Cuando hablaban por teléfono, le costaba mantener la atención. Trabajaba más que la mayoría y cuando llegaba a casa le gustaba leer libros de ingeniería. Que una mujer terminara teniendo celos de la revista New Phyisics in Architecture decía muy poco a favor de una relación.

Quinn comenzó a comer el pollo.

Teniendo en cuenta su historial, seguramente, había sido estúpido pedirle a Lori que saliera con él. Pero si conseguían mantener una relación completamente informal, sin ataduras, ninguno de sus defectos tendría ninguna importancia. En cuanto terminara la relación, seguirían caminos separados y lo único que quedaría tras ellos serían buenos momentos para recordar.

Al cabo de unos segundos, Quinn dejó el tenedor en el plato y alzó la mirada. Lori continuó masticando durante unos segundos, hasta que fue consciente de que Quinn estaba pendiente de ella y tragó bruscamente.

—¿Qué pasa? —preguntó.

—¿Lo que has dicho antes lo decías en serio?

El alivio suavizó la ansiedad de su expresión, pero su sonrisa fue excesivamente radiante.

—¡No, no! Claro que no. Solo era una broma.

—Ya.

Continuó mirándola fijamente, hasta hacerla retorcerse nerviosa en su asiento.

Al final, la sonrisa de Lori se desvaneció.

—¿Qué pasa?

—Porque si en realidad no fuera una broma, y yo creo que no lo era, me gustaría ofrecerme como voluntario.

—¿Como voluntario? —preguntó Lori casi sin respiración—. ¿Para qué?

Quinn tomó aire y posó la mano en la mesa para no perder el equilibrio.

—Me gustaría acostarme contigo, Lori Love.

La habitación daba vueltas y la temperatura había subido de forma considerable a causa del horno de convección y un poco de vergüenza sazonada con unas gotas de deseo.

Quinn Jennings acababa de hacerle proposiciones y en la forma menos adecuada. Era lo último que se esperaba.

—No podemos hacer eso —le espetó.

—¿Por qué no?

«Porque me gustas», fue lo primero que pensó, pero era ridículo. ¿Pretendía acostarse con alguien que no le gustara? Y si la respuesta era afirmativa, ¿de verdad pensaba que de esa forma podría disfrutar? Probó otra excusa.

—Nos conocemos.

—Eh… ¿Pensabas conocer a alguien en medio de la calle o algo parecido?

Lori le miró horrorizada.

—¡No!

—¿En el cuarto de baño de un bar?

—¡Quinn!

—Bueno, sabes mi nombre y dónde trabajo, y espero que si alguna vez eliges a alguien al azar, tengas por lo menos esa información sobre él.

—Yo solo…

El problema era que cuando Quinn lo describía sonaba terriblemente sórdido. Pero eso era precisamente lo que ella quería, algo sórdido. Aun así, cuando el maître del restaurante, que en todo momento había sido agradable y educado con ella, había mostrado su interés, la idea de llevárselo a casa le había dejado fría.

—Sé muchas más cosas sobre ti, Quinn. Conozco a tu hermana y a tu mejor amigo. Sería una situación demasiado violenta.

Quinn frunció el ceño al oírla.

—No tan violenta como terminar siendo herida, o algo peor, por un desconocido con el que hayas decidido experimentar. Sería verdaderamente estúpido por tu parte acostarte con un completo desconocido, si es que es en eso en lo que estás pensando.

—¡Eh! —protestó, pero no se le ocurrió nada más que decir.

Además, bastaron aquellos argumentos de Quinn para hacerla ruborizarse de vergüenza, porque tenía razón. El riesgo era divertido hasta que se convertía en algo verdaderamente arriesgado. Y aun así…

—Hablas como un padre.

El enfado relampagueó en la mirada de Quinn, pero cerró los ojos y lo aplacó rápidamente. Cuando volvió a abrirlos, su expresión expresaba arrepentimiento.

—Lo siento, tienes razón. Pero no quiero que te pongas en peligro. Sobre todo cuando tienes aquí delante una víctima voluntaria.

—Una víctima, ¿eh? Muy halagador, pero no, gracias.

Cuando se levantó de la mesa dispuesta a marcharse, Quinn la agarró de la muñeca. Lori se quedó completamente paralizada.

—No pretendía decirlo de ese modo, Lori, de verdad. Yo soy el candidato perfecto.

—Haces esto muy a menudo, ¿verdad?

—¡Claro que no! De hecho, no lo había hecho nunca.

Lori no había sido consciente de sus celos hasta que no desaparecieron. ¿Celosa por qué? ¿Por Quinn? Cuando las piernas empezaron a temblarle de cansancio, se dejó caer en la silla.

Quinn la miró entonces muy serio.

—No se me dan bien las relaciones, Lori. Trabajo demasiado, me olvido de cosas de las que se supone que tiene que acordarse un novio y termino descuidando y haciendo sufrir a mis parejas. Soy un hombre distraído, poco atento… —se encogió de hombros y la miró con cierto recelo—. Como novio soy un desastre, pero tú no quieres un novio.

Tomó aire y continuó diciendo:

—Me gustas y te respeto. Me conoces, pero no tanto como para que no pueda encajar en tu sórdido plan. Solo lo suficientemente bien como para que puedas estar segura de que no me drogo y de que no se me va a ocurrir colgar fotografías tuyas en Internet.

Otro punto a su favor, aunque su carrera como mecánica no dependiera de una reputación sin mácula. Quizá hasta fuera emocionante verse atrapada en un escándalo de sexo en Internet. A lo mejor conseguía más clientes. O a lo mejor se moría de vergüenza.

Quinn movió la mano y Lori fue entonces consciente de que todavía la estaba agarrando por la muñeca. El corazón le dio un vuelco al sentir el calor de su piel contra su pulso, el tacto cálido de su mano contra aquel punto delicado que llevaba normalmente cubierto por los guantes de cuero que se ponía para trabajar. Las terminaciones nerviosas situadas en aquel minúsculo lugar revivieron e hicieron correr rápidamente la voz a sus vecinas. El cosquilleo se extendió entonces a lo largo de su brazo.

Apartó bruscamente la mano y se levantó.

—¿Quieres un poco de helado?

Sin molestarse en esperar una respuesta, Lori corrió al refrigerador y abrió la puerta.

—Además, te encuentro muy atractiva —añadió Quinn, como si esa fuera la última de las preocupaciones de Lori.

Pero aquellas palabras le paralizaron los pulmones en el momento en el que estaba sacando el helado.

¿La encontraba atractiva? ¿Muy atractiva? A lo mejor era cierto, pero también podía ser un intento de disfrutar libremente del sexo con una mujer que se le estaba ofreciendo. De la misma forma que ella comía los productos de muestra que le ofrecían gratuitamente en el supermercado de Aspen. Por ejemplo, no le gustaban especialmente los gofres con mermelada de arándanos, pero si le ofrecían uno, no lo rechazaba.

De la misma forma que Quinn se la comería a ella si se tumbaba desnuda ante él.

Las mejillas le ardían mientras servía el helado de vainilla e imaginaba a Quinn lamiéndola. La fuerza de su deseo rozó entonces el pánico.

—¡No puedo! —gimió—. Yo…

En ese preciso instante, retumbó en toda la casa una llamada a la puerta.

Suspirando de alivio, corrió a abrir. El alivio no murió ni siquiera al ver a Ben de uniforme y con aspecto de ser portador de malas noticias. Pero cualquiera que fuera el motivo que lo había llevado hasta allí, acababa de salvarla de tener que rechazar a Quinn. O de no rechazarle. Cualquiera de las dos posibilidades le parecía terrible.

—Lori —la saludó Ben, llevándose la mano a su sombrero Stetson.

Lori frunció el ceño. Era un gesto terriblemente formal por parte de un hombre al que conocía desde siempre.

Cuando Lori le devolvió el saludo, Ben miró tras ella y arqueó las cejas un instante, antes de volver a adoptar la expresión seria de un policía.

—Quinn —dijo sin ningún matiz acusatorio al encontrar a su mejor amigo en el cuarto de estar de Lori—. ¿Qué tal estás?

—Muy bien —contestó Quinn—, creo.

Lori se sonrojó y sintió la mirada de Ben percibiendo hasta el último matiz de rosa de sus mejillas. ¡Maldita mirada de policía!

—Siento interrumpir la velada —se disculpó Ben.

Lori sacudió la cabeza.

—¡No, tranquilo! Solo estábamos cenando y acabamos de terminar. Quinn estaba a punto de irse.

—Eh… —comenzó a decir Quinn tras ella.

Lori ni siquiera se volvió hacia él.

Ben arqueó las cejas.

—¿Estás segura?

—¡Sí!

Quinn se aclaró la garganta.

—Bien, en ese caso, Lori, ¿por qué no te llamo mañana para terminar de cerrar lo de la cuenta?

—Yo no…

—Arreglaremos entonces los detalles.

Eso significaba que no iba a renunciar fácilmente. Pero, por lo menos, le daría tiempo para pensar. Y conociendo a Quinn, era posible que hasta se olvidara de llamar.

—Gracias por la cena, Lori. Ha sido una sorpresa muy agradable.

Pasó por delante de ella mientras Lori asentía y contenía la respiración al notar su mano en el hombro. Tenía la piel tan caliente…

Bueno, claro que estaba caliente. Estaban a más de treinta grados, de hecho. Una temperatura alta para cualquiera, a no ser, por supuesto, que fuera un hombre lobo.

—¿Lori?

—¿Qué? —contestó Lori, intentando fingir que no tenía la mirada clavada en la puerta que se había cerrado tras Quinn segundos atrás.

—Mira, pensaba venir mañana, pero pasaba por aquí y he decidido venir a verte esta noche. Si he interrumpido algo, lo siento.

Había una pregunta velada tras aquellas palabras, pero Lori fingió no oírla.

Ben se aclaró la garganta.

—Tengo algunos datos sobre el tratamiento que recibió tu padre cuando ingresó en urgencias, ¿pero crees que podrías conseguirme alguna copia de las radiografías y los escáneres que le hicieron?

—Claro, ¿por qué?

—Quiero que los forenses les echen un vistazo.

Lori se cruzó de brazos y asintió.

—¿Has pensado en un posible móvil? —preguntó Ben—. ¿Crees que hay alguna posibilidad de que alguien quisiera acabar con él?

—No, ninguna.

—¿Ninguna? ¿No tenía enemigos? ¿No había discutido con nadie?

—No, que yo sepa.

—¿Y alguna novia?

La idea de que su padre tuviera alguna novia continuaba resultándole tan extraña como dos días atrás. Pero a lo mejor lo verdaderamente extraño era que le pareciera tan raro.

—Sinceramente, no lo sé. Le pregunté a Joe sobre ello y me dijo que mi padre había salido de vez en cuando con alguna mujer, pero que no había sido nada serio. Yo ni siquiera sabía que salía con alguien. Supongo que me lo ocultaba —rio sin alegría—. Estoy empezando a pensar que lo que es raro es que no pueda contestar esa pregunta, Ben.

—No —contestó Ben al instante—. Es algo bastante frecuente cuando a un niño, o incluso a un adulto, le preguntan por su padre. Créeme, que un hijo sepa demasiado a veces es una mala señal. Tu padre era tu padre y es lógico que mantuviera su vida más íntima para él. Se supone que es eso lo que tiene que hacer un padre.

—Vale —sintió el escozor de las lágrimas y asintió rápidamente.

—Los policías que investigaron el caso en su momento llegaron a la misma conclusión. Por lo que ellos pudieron averiguar, no había ninguna mujer en su vida, de modo que no estabas tan desinformada.

Las lágrimas comenzaron a desbordar sus ojos. Intentó ignorarlas, pero Ben no se lo permitió. Soltó una maldición y posó la mano en su hombro.

—Lo siento. No debería haberme presentado aquí y haberte arruinado la velada de esta forma. Dentro de media hora he quedado con Molly. ¿Por qué no vienes conmigo?

Por unos instantes, Lori se sintió tentada. Pero recordó entonces la ropa interior que su amiga se había comprado en Aspen.

—Eh, no, creo que me quedaré en casa y dejaré que vosotros disfrutéis de la velada. Tengo que revisar facturas y cosas de ese tipo.

Ben protestó varias veces, pero al final, Lori consiguió hacerle salir y cerró la puerta tras él.

Necesitaba un poco de helado. O una copa.

O, probablemente, las dos cosas.