Capítulo 3

Las chinchetas de color rojo como el rubí estaban reservadas para las ocasiones especiales. Su aspecto de joya falsa hacía sonreír a Lori cada vez que las utilizaba. Giró la chincheta entre sus dedos y al final la clavó en la palabra «Córdoba».

La historia que Quinn le había contado bien se merecía una chincheta de color rubí. Había descrito los edificios de Córdoba con pasión y ojos chispeantes, reproduciendo con las manos la forma de los arcos y las puertas de aquella ciudad milenaria. Había hablado de cúpulas, chapiteles y mosaicos como otros hablaban de amor o de sexo. Y, para su enorme vergüenza, Lori se había excitado mientras le escuchaba. A lo mejor era una fetichista de la arquitectura…

En cuanto la chincheta estuvo al mismo nivel que las otras, Lori se apartó. Las chinchetas cubrían prácticamente toda Europa y se extendían más allá de sus fronteras. Azules, negras y verdes. Cada una de ellas representaba una historia que alguien le había contado o que había leído en un libro. Los diferentes colores daban la medida de su deseo de visitar un lugar. Y el rojo representaba a las ciudades que ocupaban el primer puesto.

Algún día las conocería, se prometió.

Había planeado aquella escapada desde el primer día de sexto grado, cuando su profesora les había enseñado las fotografías del viaje que había hecho aquel verano. Sesenta días recorriendo Europa con una mochila a la espalda. Lori había sentido entonces que su corazón se henchía de placer. Aquella pasión había continuado creciendo, iba alimentándola con cada libro que sacaba de la biblioteca, con cada documental de la televisión pública. La había nutrido de tal manera durante los años de instituto que ni siquiera le había dejado tiempo para pensar en los chicos. Estaba completamente concentrada en ahorrar y en estudiar para poder entrar en la Boston College.

Y lo había conseguido. Había logrado matricularse en Comercio Exterior e incluso había conseguido una codiciada beca para pasar un semestre en una universidad de Holanda durante su segundo año de estudios.

El corazón de Lori pareció tensarse, provocando espasmos de dolor contra las paredes de su pecho.

Su padre estaba tan orgulloso de ella que se había negado a admitir que se sintiera mínimamente solo durante los meses que Lori había pasado en la universidad. Y después…

—Dios mío…

Aislarse en el mundo de los recuerdos era una de las cosas que menos le gustaba. Se apartó del mapa y apagó la luz, dejando el que había sido años atrás su dormitorio a oscuras. Antes de que hubiera tenido tiempo de bajar al primer piso, oyó el timbre de la puerta y corrió a abrir.

En cuanto abrió, Molly entró en la casa y se fundió con ella en un abrazo.

—¿De verdad quieres ir de compras?

Lori se separó de ella y fijó la mirada en la revista Aspen Living, que había dejado en el sofá. Llevaba días contemplando un par de zapatos que aparecía en la contraportada, aunque, por supuesto, no podía permitírselo.

—Sí, creo que sí.

Molly desvió la mirada de la revista al rostro de Lori y asintió con aire de solemnidad.

—En ese caso, de acuerdo. Vamos a comprar unos zapatos.

—Vale. Y también… un vestido.

Molly, que se estaba volviendo ya hacia la puerta, se quedó paralizada. La miró con la boca abierta.

—¡Dios mío! ¿Lo dices en serio? Yo pensaba que solo te ponías vaqueros.

—Y así es. Pero estoy comenzando una nueva etapa. Creo.

—¡Una etapa nueva y mucho más sexy! Teniendo en cuenta lo bien que te sientan los vaqueros, creo que estás a punto de sacudir los cimientos de este pueblo. La semana pasada vi un vestido que sería perfecto para ti. ¡Nos vamos a divertir muchísimo!

Lori no pudo evitar devolverle la sonrisa.

—Seguro que sí.

—He reservado una mesa en el Peak a las nueve, así que tenemos cuatro horas enteras para nosotras. ¡Adelante!

Lori asintió.

—¡Adelante!

Una vez estuvieron montadas en el todoterreno de color cereza de Molly y dirigiéndose hacia Aspen, Molly le dirigió una mirada interrogante.

—¿Entonces?

—¿Entonces, qué?

Molly volvió a dirigirle una significativa mirada, pero Lori se limitó a encogerse de hombros, como si no entendiera lo que le quería decir.

—Entonces —volvió a decir Molly— ¿esto quiere decir que has decidido que eres una mujer que quiere renovarse? ¿O que hay un hombre que te encanta y has decidido renovarte para él?

Lori bajó la mirada hacia sus uñas y advirtió que tenía una de ellas manchada de grasa. Cerró la mano en un puño.

—Las dos cosas. No sé por qué, pero me apetece comprarme unos zapatos de tacón. Tener un aspecto más femenino. Y, además, me apetece estar con alguien.

—¿Con quién? —Molly arqueó de tal manera las cejas que estuvieron a punto de salírsele de la frente—. ¿Quién es?

—No lo sé.

—¡Ah! ¿Le conociste en The Bar? ¿En la cafetería? ¿Es uno de esos ciclistas de montaña que han venido para la carrera? A lo mejor…

—¡Eh, tranquila, escritora! En realidad, no sé con quién quiero estar. Pero me apetece estar con alguien. Con un hombre guapo, alto y fuerte.

«Con las manos bonitas», añadió una voz en su cabeza sin que ella lo hubiera pensado siquiera.

—¡Oh, Dios mío! —gritó Molly.

Por un instante, Lori temió que estuviera a punto de decir algo sobre Quinn. Pero no fue así.

—¡Lori ha decidido unirse a la diversión! —exclamó en cambio, justo antes de comenzar a cantar Super Freak a pleno pulmón.

—Mira, Molly, quiero preguntarte algo en serio. ¿Estás preparada?

Molly apretó la boca en una dura línea, aunque las aletas de su nariz continuaban delatando su diversión.

Cuando estaban llegando a la zona más alta del puerto de montaña, comenzaron a caer sobre el parabrisas pequeñas gotas de lluvia y Lori decidió fijar la mirada en ellas, en vez de en el rostro de su amiga.

—Esas historias que escribes… ¿Son siempre? Eh…

—¿Excelentes? Por supuesto que sí.

—Cierra la boca —Lori tomó aire.

A Molly le gustaban las bromas, pero era una buena persona y una buena amiga, y la única con la que Lori se atrevía a hablar de ese tipo de cosas. Cuadró los hombros y se inclinó hacia delante.

—Lo que quiero saber es si son historias sobre cosas que te gustan a ti.

Molly se volvió hacia ella y la miró con los ojos entrecerrados.

—¿Me estás preguntando que si me gustan las prácticas sadomasoquistas?

—¡No! Lo que quiero decir es… Mira, lo último que quiero saber es si Ben te ata a la cama y te hace llamarle «papi».

—Mejor —contestó Molly con voz burlona.

—Lo que quiero saber es si puedes escribir sobre cosas que no has experimentado. Si crees que pueden ser excitantes aunque tú no las hayas hecho nunca.

—Por supuesto —respondió Molly.

Fue una respuesta tan rápida que Lori no pudo dejar de preguntarse si Molly y sus amigas escritoras mantenían constantemente conversaciones de ese tipo. Parte de la tensión de sus hombros cedió.

—Tengo una amiga, Delilah Hushes —continuó diciendo Molly—, que escribe novelas sobre sumisión y prácticas de servidumbre. Ambas son prácticas sexuales que no me atraen en absoluto. Pero sus libros están muy bien escritos, y llenos de emociones y conflictos. Son libros muy sensuales. A mí me encantan. Y a Ben le encanta que los lea. No sé si entiendes lo que quiero decir…

Lori elevó los ojos al cielo.

—Creo que me lo imagino.

—Pero a veces, la cuestión no es precisamente lo que te gusta. Eso depende de la persona con la que estés. Hay… —Molly arqueó las cejas—, ciertas cosas que haría con Ben, pero que jamás haría con otra persona.

—¡Un ciervo! —la avisó Lori, agradeciendo la oportunidad de cambiar de tema. Ya tenía la respuesta que buscaba.

Molly redujo la velocidad mientras el ciervo las miraba fijamente desde la cuneta. Las dos amigas estuvieron observando al venado hasta que, de repente y a la velocidad del rayo, volvió a desaparecer entre los árboles. Se hizo un completo silencio mientras Molly se concentraba en la carretera, pero si aquel animal formaba parte de un rebaño, el resto permanecía bien escondido. Dos minutos después, se despejó la niebla y el sol comenzó a brillar a su alrededor.

—¡Eh, ya hemos abandonado las nubes! —exclamó Molly con alegría.

Y era cierto. Acababan de salir a una hermosa y soleada tarde de verano y la temperatura del interior del coche se había elevado varios grados gracias a los rayos del sol.

Cuando Lori bajó la ventanilla, la verde esencia de la hierba las envolvió. Respiró hondo.

—¿Entonces, qué es lo que a ti te gusta? —preguntó Molly, bajando la voz hasta convertirla en un susurro—. ¿Los azotes?

Un mosquito voló hasta la garganta de Lori. O a lo mejor se había atragantado por culpa de la vergüenza. Tosiendo, la fulminó con la mirada y sacudió la cabeza.

—¡Oh, vamos! A todo el mundo le gusta leer sobre ese tipo de cosas. Y también sobre tríos. ¿Es en eso en lo que has estado pensando? Yo nunca he hecho nada parecido. Pero a lo mejor deberías probarlo.

—¡No, no y no! No creo que quiera probar ninguna de esas cosas. Es solo que… echo de menos algo.

—Muy bien —Molly aminoró la marcha y le palmeó la mano—. Ya lo he entendido. Estás inquieta y excitada. A lo mejor deberías quedarte en Aspen todo el fin de semana. Alquilar un nidito de amor y elegir a un tipo guapo. Yo podría acompañarte para darte apoyo moral, pero me temo que Ben se opondría.

—Desde luego.

—¿Pero pensarás en ello?

Lori sintió un pequeño escalofrío provocado por los nervios.

—No sé. Veamos cómo nos va esta noche.

—Trato hecho —Molly apartó la mirada de la carretera para dirigirle a Lori una sonrisa propia de una madre orgullosa—. Mi hijita ya es toda una mujer.

—Me estás violentando, mamá.

Molly soltó una de sus sonoras carcajadas, la clase de carcajada que hacía que todo el mundo se contagiara, quisiera reírse o no. Y Lori no era una excepción.

De modo que rio al viento sintiendo cómo iba desapareciendo la carga que llevaba sobre sus hombros y se perdía en el bosque. Pero tras desprenderse de aquella carga, cuando acabaron las risas, se sintió vacía.

—Así que Ben cree que es posible que alguien matara a mi padre.

El coche dio un tirón y rozó el arcén durante un breve instante, haciendo sonar la grava.

—¿Qué? —preguntó Molly estupefacta.

—Se pasó el otro día por mi casa, cuando fuiste a comprar, para decirme que había vuelto a abrir el caso.

—¿Qué quieres decir? ¿Cree que entró alguien en tu casa y mató a tu padre?

—No, cree que alguien le golpeó intencionadamente en la cabeza hace años. ¿No te lo ha dicho?

—¡Dios mío! —musitó Molly. Redujo la velocidad considerablemente—. No, no me lo ha dicho. Ya sabes que es muy estricto con la cuestión de la confidencialidad. ¿Pero por qué cree que intentaron matar a tu padre?

—Por lo visto hay alguna prueba, aunque nada concreto. Sinceramente, esta noche no tengo muchas ganas de hablar sobre ello, pero quería decírtelo por si en el tercer Martini me pongo a hablar de más.

—Pero Lori, ¿estás…?

—No, en serio. No hablemos de ello. Necesito salir más que nunca. Vamos a divertirnos. Quiero que me enseñes a pasarlo bien.

—¿Estás segura?

—Completamente.

Molly la miró durante varios segundos y después volvió a fijar la mirada en la carretera con un gesto de determinación.

—En ese caso, adelante. Soy una mujer con una misión.

El maître le sonrió por encima del hombro por segunda vez desde que había empezado a conducirlas a su mesa. Lori sintió que Molly le clavaba el codo en las costillas y le dio un codazo en respuesta, pero no pudo evitar sentir un hormigueo de excitación. ¡Aquel hombre estaba coqueteando con ella! ¡Con la mismísima Lori Love! Y ella estaba respondiendo a su flirteo.

Se pasó la mano nerviosa sobre la falda de vuelo de un vestido de verano de color azul. Sin los ánimos de Molly, jamás se habría probado aquel vestido de seda sin tirantes y, mucho menos, se habría comprado unos zapatos de color rojo intenso para acompañar el modelo. Pero gracias a su amiga, en aquel momento se sentía divertida, femenina y sexy. Y también frívola y divertida.

—Señoras —dijo el maître con un encantador ronroneo, señalando con la mano una mesa con vistas a la calle.

—Gracias —contestó Lori, intentando no echarse a reír como una adolescente cuando le guiñó el ojo.

—Esta noche les atenderá Paul. Yo me llamo Marcus —se presentó—. Por favor, si necesitan cualquier cosa, háganmelo saber.

—Lo haremos, gracias.

Para cuando terminó de sentarse, alisándose la falda para que no se arrugara mientras Paul le sostenía la silla, Lori ya era consciente de que Molly estaba a punto de estallar en carcajadas. Alzó la mirada y la descubrió sonriendo por encima de sus manos unidas.

—Estás guapísima. ¡Y se te ve resplandeciente, Lori!

—A lo mejor me he puesto demasiado colorete.

—¡O a lo mejor estás demasiado acalorada! —bajó la mirada—. ¡Soy un genio! Ese vestido te queda perfecto.

—Gracias por ayudarme. Hasta parece que tengo pecho.

—¿Qué tontería es esa?

Lori le dio una patadita con la punta de su flamante zapato.

—Muy bien —continuó diciendo Molly—. Ahora, hablaré en serio. Estás maravillosa, así que mantén los ojos bien abiertos porque hoy no se te resistirá ningún hombre.

—¿Y eso es hablar en serio? Soy ridículamente bajita, tengo cara de duende y grasa en las uñas.

—Esta noche eres un duende muy atractivo. Y todo el mundo sabe que algunas duendes son pequeñas prostitutas.

—Sí, creo que yo también he leído ese libro.

Las dos estaban riendo de forma muy poco atractiva cuando llegó el camarero a tomarles nota.

Cuando se marchó, Molly abrió de pronto los ojos como platos.

—¡Dios mío! ¡Mira!

Lori se volvió e inmediatamente vio a la persona que había provocado la sorpresa de Molly. Era un hombre atractivo, alto y de manos exquisitas, aunque Lori no podía verlas desde aquella distancia. Quinn estaba sentado en una mesa situada en el otro extremo del restaurante, apretando la servilleta con la mano y con la mirada fija… en ella.

El corazón le dio un vuelco y bajó la mirada inmediatamente hacia sus cubiertos. Cuando se había mirado en el espejo de la tienda en la que había comprado el vestido, por un breve y loco instante, había deseado encontrarse con Quinn aquella noche. Y allí estaba. A lo mejor sí era un duende, capaz de hacer realidad cualquier deseo…

Cuando vio que Molly sonreía y alzaba la mirada como si su hermano estuviera acercándose, el corazón comenzó a latirle con fuerza.

¿Dónde demonios estaban las bebidas que habían pedido? Coquetear con un desconocido era una cosa, pero en aquel momento, tenía la desagradable sensación de resultar ridícula. Un fraude. Como si estuviera intentando hacerse pasar por algo que no era. Nerviosa, se colocó un mechón de pelo tras la oreja y se preguntó si ya habría terminado de arruinar todo el lápiz de labios.

—¡Eh, Quinn! —saludó Molly.

Lori estuvo a punto de tirar la botella de agua mineral sobre la mesa.

Incapaz de seguir soportando el suspense ante la falta de respuesta de Quinn, Lori alzó la mirada… para encontrarse directamente con los ojos castaños de Quinn.

—¿Lori? —musitó Quinn.

Lori sintió subir el calor por su pecho, arrasando cuanto encontraba a su paso.

—¡Hola! —consiguió graznar.

No la ayudó mucho el hecho de que Quinn fuera tan elegante. El traje gris oscuro combinaba perfectamente con la camisa blanca y la corbata verde plateada. Aquella mañana, cuando había ido a arreglarle la excavadora, le había parecido el mismo Quinn sencillo de cuando iban los dos al instituto. Pero acababan de recordarle bruscamente lo lejos que estaba su mundo del suyo.

—¿Hola? —intervino entonces Molly—. Soy Molly, tu cariñosísima hermana.

—Hola, Molly —contestó Quinn, sin apartar la mirada de la de Lori—. ¿Qué le has hecho a Lori?

—Excitarla con mis tan laureadas novelas.

—Ejem…

Lori se atragantó y apartó la mirada de Quinn durante el tiempo suficiente como para dirigirle a Molly una mirada fulminante.

Su amiga sonrió en respuesta, pero se puso seria y miró alternativamente a Quinn y a Lori.

—¿Por qué lo preguntas? —preguntó, arrastrando las palabras—. ¿Y tú? ¿Qué le has hecho tú a Lori?

Quinn abrió la boca para contestar, pero no dijo una sola palabra. Después, pareció sacudirse de encima la impresión bajo la que le había dejado aquel encuentro.

—Estás guapísima, Lori. Es asombroso. Me temo que mi cliente ha pensado que estaba a punto de sufrir un ataque epiléptico. Cuando te he visto entrar, me he atragantado con un trozo de verdura.

—¡Oh, gracias!

—Ese color es increíble. Es un azul acero…

—Yo solo…

Molly le palmeó el brazo.

—Quinn, esa rubia te está haciendo señas. Y parece enfadada.

—¡Vaya! Será mejor que me vaya. No creo que sea muy profesional que me vea babeando encima de mi mecánica. Nos vemos pronto, ¿vale?

—Sí, claro.

A pesar de sus palabras, continuó mirándola fijamente durante tanto tiempo que Lori comenzó a sentir vértigo. Al final, Quinn sonrió y regresó al sofisticado mundo al que pertenecía.

Lori no pudo evitar seguirle con la mirada, y cuando se volvió hacia ella a medio camino y le guiñó un ojo, se le pusieron los pelos de punta.

—Lori —dijo Molly con voz firme. Sospechosamente firme.

Lori, preparándose para lo que la esperaba, se volvió hacia ella. Su rostro fue sometido a un duro escrutinio.

—¿Mmm?

—Lori, ¿tienes algún interés en ser azotada por mi hermano?

El frío y el calor recorrieron sus venas al mismo tiempo. Se inclinó hacia delante de tal manera que estuvo a punto de hundir la barbilla en el Martini que ni siquiera había visto llegar.

—Eres la peor amiga del mundo —susurró—. ¡No me puedo creer que me hayas preguntado una cosa así!

Molly no pareció inmutarse en absoluto. Alzó la copa y bebió un sorbo sin apartar la mirada de su objetivo.

—Hace muy poco eras tú la que me estaba preguntando sobre ese tipo de perversiones, Lori Love. ¿No te acuerdas? Y de pronto aparece Quinn y se te queda mirando como si fueras una frambuesa envuelta en chocolate y crema de miel.

—Quinn… ¿Una qué?

—Lo siento. Ha sido demasiado para ti. ¿Una imagen demasiado erótica, quizá? ¿Demasiada crema?

Lori agarró con fuerza la copa de Martini.

—¡Dios mío, mira que eres rara!

—No cambies de tema. ¿Quieres hacer cosas perversas con mi hermano o no?

—¡No! —su cerebro pareció vibrar al oír aquella palabra como si tuviera un detector de mentiras interno—. Claro que no. Lo único que he hecho ha sido arreglarle la excavadora.

—¿Y has conseguido que funcione el motor?

—Ya basta.

—¡Eh! —protestó Molly—. Podría haber dicho algo sobre excavaciones, pero no lo he hecho.

Lori sintió crecer la frustración en su interior, pero cuando alcanzó el punto de ebullición, se limitó a desvanecerse en el aire. Las maldiciones que quería gritar a su amiga se transformaron en risas y al final terminó derrumbándose sobre el mantel.

—¿Es que no puedes hablar en serio? —le preguntó casi sin respiración.

—Lo estoy intentando, te lo juro. Pero tengo que reservar toda la seriedad para Ben, para que no pierda el juicio. Tú solo me soportas durante períodos cortos. Y, en cualquier caso, se supone que tenía que enseñarte a divertirte, ¿no?

¿Qué podía hacer Lori, salvo asentir? Molly era su mejor amiga y su vida era monótona y gris antes de que Molly hubiera vuelto a Tumble Creek el año anterior. Desde entonces, tenía mucho más color.

—De acuerdo, supongo que podré soportarte. Por cierto, ¿Quinn ha dicho que estaba babeando?

A los labios de Molly comenzó a asomar una sonrisa que fue creciendo poco a poco. Sus ojos chispeaban de felicidad.

—Eso es exactamente lo que ha dicho —contestó.

Lori se terminó el Martini y clavó la mirada en la copa vacía. Intentó respirar, pero parecía, incapaz de conseguirlo.

—Creo que quiero hacer cosas perversas con Quinn —se obligó a confesar. Después, miró a Molly con expresión grave—. Pero no puedo.

Las chispas desaparecieron de la mirada de su amiga, que por fin se puso seria.

—¿Por qué? Admito que no seré capaz de comentar contigo los detalles, pero no voy a poner ninguna otra objeción.

—Es tu hermano.

Molly posó las manos en la mesa y se inclinó hacia delante.

—Solo tengo alguna prueba circunstancial —susurró—, pero estoy casi segura de que no es virgen.

—Esa no es la cuestión. La cuestión es que no estoy buscando una relación. Solo quiero una persona con la que acostarme.

Alguien se aclaró la garganta. Al volver la cabeza, Lori vio un camarero tras ella. Pero no se sintió en absoluto avergonzada. Al contrario, fue un inmenso alivio que no fuera Quinn.

—¿Lo dejo para otro momento?

Antes de que Lori pudiera terminar de explicarle que todavía no habían mirado la carta, ya se había dado media vuelta.

—Está muy tenso —comentó Molly.

—Bueno, eso le pasa por acercarse de una manera tan sigilosa.

—No, me refiero a Quinn. Está muy tenso. Creo que podría soportar el ser utilizado. A lo mejor incluso le sienta bien. Tiene problemas para dormir.

—¡No voy a utilizar a tu hermano! Y no creo que él esté dispuesto a dejarse.

—¡Claro que está dispuesto! —respondió Molly en tono burlón—. Creo que está preparado para poner los neumáticos a rodar. No sé si entiendes lo que quiero decir.

—No, no entiendo lo que quieres decir. ¿Se supone que es algo sexy?

—Desde luego.

—Muy bien. Ya veo que no es posible mantener una conversación seria —Lori suspiró—. Así que déjame decirte esto de la forma más sencilla: necesito un poco de diversión, no un compromiso. Y, definitivamente, no con alguien a quien después voy a continuar viendo constantemente. No, Quinn no es una opción.

Molly elevó los ojos al cielo.

—¿Cuántas veces has visto a Quinn durante los últimos diez años? ¿Cinco? ¿Seis veces?

Lori se derrumbó en el asiento e hizo un gesto con la mano para restarle importancia a su argumento.

—¿Estás dispuesta a explotar sexualmente a tu hermano?

Molly se dejó caer contra el respaldo de la silla e hizo un gesto con la mano, rindiéndose por fin.

—Muy bien. No importa. Haz lo que te apetezca. No te acuestes con Quinn. De todas formas, tienes otra opción. Nuestro camarero está hablando con el maître. Creo que le está pasando un mensaje para ti.

Lori se giró y vio a los dos hombres sonriendo y mirando en su dirección. Genial. De pronto, en vez de sentirse como una criatura poderosamente sexual, se sentía como una posible presa. Había dejado sus delicadas carnes al descubierto y en ese momento, uno de ellos estaba preparándose para entrar a matar.

Al final, tomó la carta y sacudió la cabeza.

—Creo que este fin de semana me conformo con los tacones y el vestido. El fin de semana que viene cruzaré el puente del sexo

—¡Oh, el puente del sexo! —musitó Molly, mirándola por encima de la carta—. Muy bien, ya veremos cómo se te da. Por cierto. Ben me ha pedido que te dijera que se pasará el lunes por el taller.

—¿Para qué?

Molly se encogió de hombros.

—No sé. Yo pensaba que era por algo relacionado con la camioneta, pero después de lo que me has contado sobre tu padre, no estoy tan segura. En cualquier caso, asegúrate de no estar cruzando el puente del sexo cuando llegue allí. Podría pillarte y seguramente la situación sería un poco embarazosa.

Al imaginar a Ben descubriéndola en una situación comprometida, Lori estalló en carcajadas. Ya había tenido que soportar suficientes situaciones violentas por culpa de Molly durante el año anterior y no quería volver a pasar por lo mismo, pero, aun así, la imagen le resultaba desternillante.

Pero ya estaba bien de preocuparse por los hombres. Aquella noche era para divertirse. Dejaría que los chicos la miraran desde lejos. Y, incluso quizá, que babearan un poco.