Una mariposa revoloteaba a solo unos centímetros de la rodilla bronceada de Lori. Se acercaba ligeramente, se alejaba y volvía a alejarse. Lori había oído decir que las mariposas se sentían atraídas por la sal presente en la piel de los humanos, pero estaba bastante segura de que todavía no había empezado a sudar. Solo eran las once de la mañana.
Fascinada, observó cómo se acercaba. Por alguna razón, le parecía importante que aterrizara sobre su piel. Aquella importancia exagerada probablemente era resultado de su reciente descenso a un estado de trance y absoluta falta de actividad. Durante los últimos siete días, lo único que había hecho había sido sentarse en una tumbona en la acera de su casa.
Todos los días, Quinn pasaba por allí para llevarle el almuerzo. A veces también se acercaba a cenar. Y, a veces, pasaba con ella toda la noche.
Lori se apoyaba en él, y eso le gustaba, pero la aterraba al mismo tiempo. En cualquier caso, parecía incapaz de hacer nada más allá de ducharse, prepararse un café y sentarse hasta que Quinn aparecía con algo de comer.
La mariposa por fin aterrizó en su brazo. Dobló sus alas del color de la caléndula y Lori exhaló con cuidado. ¡Bien!
Pocos minutos después, entraba un coche en el aparcamiento, haciendo rebotar la grava contra los bajos, pero la mariposa no se movió. Lori mantenía la mirada fija en sus antenas diminutas.
—Hola —la saludó Quinn—, ¿qué tal estás esta mañana?
—Bien.
Las alas de la mariposa temblaron cuando Quinn se acercó.
—¿Has hecho una amiga? —preguntó Quinn.
Lori sonrió.
—Creo que sí, aunque es posible que esté más interesada en la colonia de lavanda que en mi personalidad.
—Mm —Quinn se la quedó mirando fijamente y después se aclaró la garganta—, ¿quieres venir a dar una vuelta conmigo?
—Claro —contestó Lori antes de darse cuenta de que eso no solo entrañaría asustar a la mariposa, sino que también tendría que levantarse de su asiento. Mierda—. Bueno, yo…
—Vamos.
Quinn le tomó la mano y la mariposa salió volando, alejándose de su pierna.
Lori suspiró. En cualquier caso, ya no tenía sentido continuar allí sentada. Se obligó a levantarse y dejó que Quinn la condujera hasta el coche. Una vez sentada en el asiento de pasajeros y sintiendo el viento en el rostro, descubrió que comenzaba a despertarse.
—Hace un día precioso —comentó Quinn.
Lori miró a su alrededor. Sí, era un día precioso.
—Sí —se mostró de acuerdo—. Muy agradable para salir a dar una vuelta. Gracias.
Tomó aire y pareció abrirse una puerta cerrada dentro de ella. Una segunda respiración barrió el aire húmedo y estancado que hasta entonces la llenaba.
Había estado llorando sus pérdidas, comprendió. Por fin había llorado por su padre, por ella, y también por Joe. Quizá incluso por la mujer que había querido que fuera su madre.
Cuando volvió a mirar a Quinn, este le sonrió y le tomó la mano. Lori sonrió en respuesta.
—¿Adónde vamos?
—A mi casa. He pensado que a lo mejor te gustaría variar el ángulo de tu bronceado.
Lori arqueó una ceja.
—¿Ah, sí? ¿Pero eso implica también un almuerzo?
—Sí, el almuerzo está incluido. Tengo muy claras cuáles son mis obligaciones.
—Estupendo.
Quinn le acarició la muñeca con el pulgar, haciéndola recordar la primera vez que había sostenido su mano entre las suyas. Lori tenía la sensación de que había pasado toda una vida desde entonces. El verano estaba a punto de terminar. Quinn regresaría a Aspen. Y Lori… Bueno, Lori no sabía lo que iba a hacer con su vida.
Pero Quinn parecía tener mucha confianza en sus planes. Condujo a través de los árboles que flanqueaban el camino de acceso a su casa y aparcó al lado de la cabaña.
—¿Tirarás esta cabaña? —quiso saber Lori.
—Qué va. Me encanta esta casa.
—No sé si va a pegar mucho con tu casa.
Quinn se encogió de hombros.
—Es mi casa, si yo digo que pega, no hay nada más que hablar.
—Supongo que tienes razón.
Pero no se dirigieron hacia la cabaña. Quinn la condujo hacia los cimientos de su futura casa. Lori pensó que iba a ofrecerle otra visita por la casa, pero pasaron por delante de las incipientes paredes de cemento y rodearon lo que en el futuro sería la parte trasera de la casa. Cuando alzó la mirada, Lori se descubrió a sí misma frente a la hermosa vista que había contemplado desde el ordenador. Y en la realidad era tan arrebatadora como había imaginado. Mientras contemplaba aquel paisaje, un águila voló en círculos sobre el horizonte antes de desaparecer de su vista.
—Es impresionante.
La única respuesta de Quinn fue colocarle un rizo tras la oreja. Dejó que se deleitara en la belleza del paisaje durante unos segundos y después volvió a tirar de ella. La piedra descendía más de medio metro en aquel lugar, así que Quinn superó el desnivel y bajó después a Lori agarrándola por la cintura. Unos pasos más y una nueva bajada. En aquella ocasión, Lori saltó sola. Sus músculos parecían cobrar vida. Se sentía bien moviéndose.
—Aquí ten más cuidado —le advirtió Quinn, señalando hacia el borde de la roca.
Bajo ella, Lori no podía ver nada, salvo el cielo y las copas de los árboles. Siguió a Quinn hacia la derecha y sorteó otra piedra antes de ver una manta extendida sobre un saliente de la roca.
¡Un picnic en medio de la naturaleza! Miró a su alrededor.
—¿Por aquí no hay osos?
Quinn se detuvo y se volvió lentamente hacia ella.
—¿Qué problema tienes tú con los osos?
—Son peligrosos.
—No más que un puma o un arce. Y te juro que jamás en mi vida he visto un oso cerca de la cabaña. ¿Tienes fobia a los osos?
—¡No! Son animales peligrosos.
Quinn suspiró.
—Solo te falta reconocerlo.
—Vale, vale —Lori sopló hacia arriba para apartarse el pelo de los ojos—. No es nada particularmente importante. Cuando era pequeña, mi padre y yo fuimos a acampar a Yellowstone. Los vigilantes se pasan la vida explicando cosas sobre los osos. Dicen que no hay que salir de los coches para verlos y que la comida tiene que llevarse en recipientes a prueba de osos y no se puede dejar nunca dentro de la tienda. Francamente, yo estaba aterrada. Al tercer día de estancia del parque, mi padre me llevó hacia la parte norte y por fin pudimos ver algún oso. Y todo el mundo, absolutamente todo el mundo, salía de los coches para fotografiarlos. Yo estaba convencida de que los osos comenzarían a devorarlos en cualquier momento. Estaba realmente asustada. Aterrorizada. Seguro que después de aquello tuve pesadillas.
Tomó aire.
—Y un buen día, ya de vuelta en casa, salí a tirar la basura y allí estaba: me encontré con un oso rebuscando entre nuestra basura. Pensé que iba a morir. No sé cuánto tiempo estuve allí temblando, pero al final, el oso se levantó, me miró y se marchó. Punto final.
Quinn se cruzó de brazos e intentó mirarla con expresión seria.
—No digas una sola palabra —le amenazó Lori.
—Lo siento —tosió para disimular una risa—. No tiene gracia. Pero creo que aquí podemos considerarnos a salvo. No creo que a los osos les gusten los precipicios.
Lori sabía que se lo estaba inventando, pero intentó no preocuparse. Detrás de Quinn les esperaba el picnic. Desde donde estaba, podía ver los platos de porcelana y las copas de cristal, además de una botella de vino en una cubeta de hielo. Quinn se había tomado muchas molestias.
Lori caminó decidida hasta la manta y se sentó. Quinn se reunió con ella. Una vez superada la ansiedad inicial, Lori advirtió que oía correr el agua. Durante un breve instante, pensó en el río, pero rápidamente cerró la puerta a aquellos pensamientos. No estaban en el río. Era una pequeña caída del agua que descendía por la superficie de la roca.
—Qué lugar tan bonito —suspiró.
—Es mi lugar favorito. Voy a poner unos escalones rústicos, pero no cambiará en absoluto.
—Mejor. Es perfecto tal y como está.
Volvió a hacerse el silencio mientras Quinn servía la fruta, los sándwiches y la ensalada de pepino, todo ello todavía en recipientes de uno de los lujosos supermercados de Aspen. Contemplaban la vista mientras comían, cada uno de ellos cómodamente instalado en sus propios pensamientos.
Una vez se terminó el bizcocho de chocolate, Lori gimió y se tumbó en la manta.
—Gracias por haberme traído aquí. Me ha sentado muy bien salir.
—Pensaba que a lo mejor podríamos hablar —comenzó a decir Quinn.
A pesar del calor del sol y de la calidez de la brisa, todos los músculos de Lori se tensaron.
Hablar. Eso no presagiaba nada bueno. Nunca. Permanecía paralizada como un cervatillo al oír quebrarse una rama.
—He estado pensando… —comenzó a decir Quinn. Otra mala señal—. Tú sabes que yo no quiero terminar esta relación. Creo que eso lo he dejado muy claro.
—Mmm.
—Quiero vivir contigo.
—¿Qué?
Lori tenía miedo de que Quinn estuviera a punto de hacer la declaración de amor de la que ella había estado huyendo, ¿pero aquello? ¡Aquello era una locura!
—¡No puedo vivir contigo!
—Claro que puedes.
—Yo vivo en Tumble Creek.
—Vamos, Lori. Ya no te queda nada en Tumble Creek. Tú no perteneces a ese lugar.
Lori lo miró boquiabierta. Lo había dicho con tanta naturalidad que parecía imposible que le estuviera hablando de dejar toda su vida de lado.
—Ahí está mi hogar —se obligó a decir, a pesar de la tensión de su garganta.
—Sí, claro, es el lugar en el que vives.
—Y en el que tengo toda mi vida.
Quinn suspiró como si estuviera tratando con una niña cabezota.
—Lori, tú no tienes una verdadera vida.
Vaya. Lori cerró los ojos con fuerza. Cuando los abrió y alzó la mirada, vio una pequeña nube rodando por aquel cielo interminable.
—¿De verdad acabas de decir lo que creo haber oído?
—Alguien tiene que decírtelo. En Tumble Creek no tienes una verdadera vida. Tú misma dijiste que pensabas vender el terreno de tu padre. Creo que este es el momento perfecto para cambiar de vida… Y he pensado, bueno, he pensado que me encantaría que vinieras a vivir conmigo.
La nube fue separándose lentamente hasta dividirse en dos.
—Has pensado que podría irme a vivir contigo, que no tendría ningún problema.
Quinn tardó algunos segundos en contestar.
—Sí.
—Has pensado que podía vender el terreno de mi padre, cerrar el taller, hacer las maletas e irme a vivir contigo.
A pesar de su falta de perspicacia, Quinn por fin pareció reparar en su tono de voz.
—Eh… sí.
—¿Y tú me mantendrías? ¿Pagarías todos mis gastos? ¿Me llevarías por todo el mundo para que te hiciera compañía en los viajes? ¿Yo no tendría que preocuparme ni de las cuentas, ni del trabajo ni de asumir ninguna responsabilidad?
Aquella vez la respuesta de Quinn no llegó ni a la categoría de palabra. Fue apenas una onomatopeya.
—Gracias, pero no.
Cuando comenzó a incorporare, Quinn se levantó de un salto para seguirla.
—Lori, no estoy sugiriendo que te dediques a haraganear y a comer bombones mientras yo me encargo de llevar la comida a casa. Tienes que volver a la universidad.
—Quinn, me considero perfectamente capaz de dirigir mi propia vida, gracias.
—¿Ah, sí? —la contradijo Quinn—. Porque tengo la sensación de que en los últimos diez años no lo has hecho.
Lori se detuvo tan rápidamente que Quinn tropezó con ella y estuvo a punto de tirarla.
—¡Vete al infierno! Durante estos últimos diez años he estado bastante ocupada, ¡idiota! No podía dedicarme precisamente a atender mi vida social.
Cuando comenzó a alejarse, Quinn la agarró del brazo.
—No me hagas eso —dijo malhumorado—. Me gustas demasiado como para ver que te dejas llevar por la autocompasión. Podrías haber estudiado durante los veranos en la Western State. Podrías haberte matriculado en alguna universidad a distancia. ¡Podías haber hecho muchas más cosas, aunque solo hubiera sido este último año! Podrías haber viajado, en vez de encerrarte a ver vídeos de viajes en tu antiguo dormitorio.
La exclamación de Lori pareció rebotar en las piedras que los rodeaban.
—¡Tú…! —Dios santo. ¿Había estado en su antiguo dormitorio?
La humillación se extendía por la piel de Lori como una ola de fuego.
—Mierda —maldijo Quinn, pasándose la mano por la cara—. Lo siento. Sé que no está bien lo que te estoy diciendo, pero Lori, no puedes seguir malgastando tu vida.
Lori tragó las lágrimas que amenazaban con desbordarla.
—No tiene nada de malo ser mecánica. No sé cómo puedes ser tan arrogante.
—No, no tiene nada de malo ser mecánica si eso es lo que quieres hacer. Y tampoco Tumble Creek tiene nada de malo. Pero tú nunca quisiste quedarte aquí y, menos aún, trabajar en el taller. Ni siquiera has fingido nunca que fuera eso lo que quisieras. Siempre soñabas con marcharte. Ahora ya puedes hacer realidad tus sueños.
Lori apartó bruscamente el brazo.
—Ya no tengo dieciocho años.
—No, no tienes dieciocho años, pero si quieres ir a la universidad, puedes buscar trabajo entre clase y clase, como cualquier estudiante. Ni siquiera tendrías que preocuparte por pagar un apartamento si aceptaras vivir conmigo. No entiendo dónde está la diferencia. ¿De qué tienes miedo ahora?
—¿No entiendes dónde está la diferencia? ¿Lo dices en serio?
—Sí, lo digo en serio.
—La diferencia está en que cuando me fui de aquí para ir a la universidad, tenía una familia y un hogar. Tenía un padre. Pertenecía a algún lugar. Hiciera lo que hiciera, estuviera donde estuviera, siempre podía volver a mi hogar. Pero si lo vendo todo y me marcho de Tumble Creek sin nada… no perteneceré a ningún lugar, Quinn. Si no soy Lori Love, la mecánica, no soy nadie.
—Eso no es verdad. Tú no eres solamente Lori Love la mecánica.
—¿Entonces quién soy? —preguntó desesperada.
—Lori… —Quinn alzó las manos con un gesto de frustración—, tú puedes ser quien tú quieras.
—Como, por ejemplo, tu amante, y vivir contigo, claro.
—¡Oh, vamos! Yo quiero estar contigo. Y tú ni siquiera estás dispuesta a considerar la posibilidad de una relación a distancia.
—Quinn… Dios mío —escapó una lágrima de sus ojos—. Me estás pidiendo que renuncie a todo para ser tu novia.
—No, no es eso.
—¿No? En ese caso, perfecto, ¿por qué no vendes tu negocio y te vienes a vivir conmigo?
—No seas ri…
Se interrumpió de pronto y se detuvo con la mano todavía en el aire, como si también quisiera cortar aquel gesto.
—Sí, sería ridículo, así que, por favor, no me pidas que renuncie a mi vida para vivir la tuya.
Quinn dejó caer la mano y clavó la mirada en el suelo. Lori le observó durante largo rato. Miró sus hombros anchos, la forma en la que las mangas de la camisa verde se tensaban contra sus bíceps. Acarició los músculos de sus antebrazos y pensó en el tacto de su vello bajo la palma de sus dedos. Conservaría aquel recuerdo en la memoria mientras viviera. Era un recuerdo que necesitaba atesorar y llevarse consigo. Recordaría su pelo despeinado por el viento y el torbellino castaño y verde de sus ojos.
Jamás tendría un amante como él. Lo sabía. Aunque recorriera el mundo entero.
Quinn se encogió de hombros y sacudió la cabeza.
—No quiero que renuncies a nada por mí.
—Me parece bien.
—Es solo que… quiero algo mejor para ti. Eso es todo.
Lori tomó aire y lo soltó todo lo lentamente que pudo. La necesidad de llorar y gritar pareció ceder. Le miró a los ojos.
—Aunque mi vida no sea perfecta, no eres tú el que tiene que decidir si merece o no la pena. Nadie tiene derecho a decidirlo por mí.
—Yo no…
—Y ahora, ¿te importaría llevarme a mi casa? Lo único que me apetece en este momento es estar allí.
—Lori… —aquella palabra era una súplica, pero ¿qué quería de ella en realidad?
Lori sacudió la cabeza y pasó por delante de él. Cuando llegó al coche, oyó que se abrían las puertas y entró. Quinn no tardó en reunirse con ella. El silencio que había entre ellos había dejado de ser cómodo, pero, aun así, duró todo el camino de vuelta a casa.
Cuando aparcó delante de la casa, Quinn alargó la mano hacia el encendido, pero Lori le detuvo posando la mano en su brazo.
—No. Esto se ha acabado. Ya estamos casi en septiembre, Quinn. La aventura ha terminado. Sabías que se suponía que no tenía que convertirse en nada serio.
Quinn miró su mano durante largo rato, observó sus dedos curvándose sobre su brazo. Miró su piel en contacto con la suya. Al final, cambió de postura y la miró con los ojos entrecerrados.
—Estás siendo una cobarde, Lori, y lo sabes.
Lori no podía dejar de estar de acuerdo con él. Así que salió del coche, cerró lentamente la puerta y se dirigió sola a la casa de su padre.