Capítulo 14

La azafata estaba moviendo la boca.

—Que tenga un buen día —debía de estar diciendo.

O a lo mejor:

—Gracias por volar con nosotros.

Fuera lo que fuera, Quinn no era capaz de oír nada por encima del rugido de la sangre que atronaba en sus oídos. Lo único que fue capaz de hacer fue contestar educadamente y desviar la mirada en otra dirección.

Después de haber estado en Vancouver, el aire de Colorado le resultó muy cálido mientras descendía hacia la pista. Demasiada calidez para apaciguar su furia. Cuando había llamado a Ben y se había enterado del accidente sufrido por Lori, solo había sentido miedo. Después de que Ben le hubiera asegurado que Lori estaba fuera de peligro y que todo iba a salir bien, la preocupación por Lori y el dolor por el hecho de que no le hubiera llamado habían sustituido al miedo.

Durante toda la tarde, había intentado en vano conseguir un vuelo que le llevara antes a casa. Mientras viajaba de Vancouver a Denver y de Denver a Aspen, dejando mensaje tras mensaje en el contestador, había ido creciendo su enfado. Tenía la sensación de que acercarse a Tumble Creek era como ir acercándose a una parrilla al rojo vivo. Desde la distancia, no se apreciaba nada: ni llamas, ni humo. Pero a medida que uno se acercaba, se notaba el aire caliente vibrando sobre los rescoldos. Al acercarse un poco más, topaba uno con el peligro de que una bocanada de aire caliente le chamuscara el pelo y cuanto vello cubría su cuerpo. A Quinn no le habría sorprendido mirarse al espejo y descubrir que sus cejas habían desaparecido en el calor de su propia cólera.

Gracias a las pequeñas dimensiones del aeropuerto de Aspen, en cuestión de minutos estuvo ya en su coche y dirigiéndose hacia la fuente de su enfado. Veinte minutos más, durante los cuales apenas fue consciente de lo que ocurrió, y estaba aparcando sobre la grava del taller. El sol resplandecía como el fuego sobre los parabrisas de los vehículos allí aparcados. Salió del coche, lo cerró de un portazo y se dirigió hacia la casa de Lori.

Por lo visto, él no era el único que estaba enfadado, porque al acercarse, oyó a alguien gritando en el interior.

—¡Pero qué demonios pensabas que estabas haciendo! ¡Cómo se te ocurrió ponerte a andar en medio de ese desastre! —atronó una voz de hombre.

Las palabras se abrieron paso a través de la ventana abierta del cuarto de estar.

La respuesta de Lori fue demasiado queda para oírla.

—¡Podrías haberte matado!

Fuera cual fuera la respuesta de Lori, su interlocutor no la valoró.

—¡Maldita sea, vende esa propiedad y márchate de aquí! ¡Ya ni siquiera pretendo quedármela yo! Véndelo al mejor postor y lárgate.

Quinn frunció el ceño y llamó a la puerta. La voz enmudeció. Cuando se abrió la puerta, vio a Joe, el mecánico que trabajaba para Lori, sosteniendo el pomo.

—Eh —le saludó.

Después de dirigir una rápida mirada hacia el sofá, Joe pasó por delante de Quinn.

—Hasta mañana.

Quinn permaneció en la puerta abierta, con la mirada fija en el respaldo del sofá, por donde asomaba la cabeza de Lori. Debía de saber que era él. Le había dejado suficientes mensajes como para que supiera que estaba en camino.

Habían pasado más de veinticuatro horas desde el accidente. Más de veinticuatro horas y Lori no le había llamado. ¡De hecho, él todavía estaba en Aspen cuando se había caído!

Quinn cerró la puerta lentamente. Le temblaba la mano.

—¿Estás bien? —fue lo primero que preguntó.

Lori asintió en silencio.

—¿Te han dejado toda la noche en el hospital?

—Solo el periodo de observación —contestó Lori en un susurro.

Quinn rodeó el sofá y por fin la vio. Tenía los ojos hinchados, la piel pálida y la mano, rodeada por una escayola de un blanco radiante, en el pecho. Parte del enfado de Quinn se deshizo como una piedra de arena. Aun así, intentó recomponerlo.

—¿Qué demonios está pasando, Lori? —cuando Lori se encogió de hombros, el enfado de Quinn se solidificó de nuevo—. Te he echado de menos. Te echaba de menos y no contestabas a mis llamadas. Quería sentir algún tipo de conexión contigo, así que llamé a Ben para ver si tenía alguna noticia sobre ti. Lo último que esperaba era que me dijera que estabas en el hospital.

Lori clavaba la mirada en el regazo.

—Necesitaba sentir algún tipo de conexión contigo. ¿No te parece estúpido?

—Lo siento —susurró Lori—, pero esto no es asunto tuyo.

A pesar de la brutalidad de sus palabras, Quinn estaba sobrecogido por la repentina necesidad de acariciarla. Todavía furioso, posó la mano en su rostro para asegurarse de que estaba bien.

—Lori, no me puedo creer que alguien haya querido hacerte daño.

—La culpa fue mía. Fue un accidente.

—Pero fue otra persona la que hizo todo eso. Y, según Ben, no era la primera vez que actuaba. ¿Por qué?

—No lo sé.

Quinn apretó los dientes.

—¿No lo sabes o no quieres decírmelo?

Lori inclinó por fin la cabeza. Fijó sus ojos apagados en los de Quinn sin decir nada.

Quinn se aferró entonces al comentario que acababa de oír.

—¿Tiene algo que ver con tu propiedad?

El rostro de Lori se tensó de una forma apenas perceptible.

—¿Por qué no se lo preguntas a tus amigos constructores?

La conversación acababa de dar un giro tan extraño que Quinn la miró completamente desconcertado.

—¿Qué interés puede tener un constructor en tu taller? ¡No parece que tenga nada de especial!

—No importa. Es imposible saber quién ha hecho esto. Seguramente se trata de un acto de vandalismo. Habrán sido unos adolescentes. Y yo fui tan estúpida que me caí. En realidad, nadie me ha hecho ningún daño.

—¡Esto no es solo un acto vandálico!

—Claro que sí. Pregúntaselo a Ben. A lo mejor es algún joven al que denuncié por conducir bebido después de un accidente.

Quinn comenzó a pasear nervioso por el cuarto de estar con todos los músculos en tensión, pero la visión de una enorme y fea chimenea de piedra le distrajo y aplacó su enfado.

—Estás en peligro. Y a pesar de lo que pienses sobre mí y sobre mi interés en tu vida, pienso quedarme aquí.

—No, no te vas a quedar.

—No pienso dejarte sola.

—Claro que vas a dejarme sola.

Quinn dio media vuelta y fulminó a Lori con la mirada.

—¿Qué demonios te pasa? Nos conocemos desde hace años. ¡Necesitas ayuda, Lori! Déjame ayudarte. No me dirijas siquiera la palabra, si eso es lo que quieres, pero déjame quedarme contigo.

Lori alargó la mano lentamente hacia la manta y se envolvió en ella. La escayola imprimía cierta torpeza a sus movimientos. Tardó casi un minuto en arroparse las piernas y arreglar los bordes de la manta. Comenzó a hablar sin alzar la mirada hacia Quinn.

—El taller está destrozado. Voy a necesitar miles de dólares para ponerlo de nuevo en marcha. La fosa séptica está llena de aceite y parte del aceite se ha filtrado a la grava, así que tendré que pagar al Departamento de Medio Ambiente para que controle el terreno y analice el agua del pozo durante los próximos dos años. La compañía de seguros considera que todo este asunto es muy sospechoso, así que solo Dios sabe cuánto tardarán en pagarme lo que estén dispuestos a darme. Y tengo que encontrar la manera de arreglarlo todo y comenzar a trabajar para poder pagar a mis empleados. Yo…

Quinn dio un paso hacia ella, pero Lori negó con la cabeza.

—Ahora lo único que quiero es estar sola, ¿lo entiendes? En este momento no soy capaz de llevar las cosas bien, Quinn. No soy capaz de hacer nada bien, así que, por favor, vete y déjame sola.

El enfado de Quinn se transformó en preocupación. Lori lo estaba diciendo en serio. Prefería estar sola y en peligro a seguir con él.

—Por favor, déjame quedarme. O, por lo menos, vete a casa de Molly. No puedes quedarte sola en esta casa. Por favor, Lori…

La mano buena de Lori emergió de debajo de la manta. Lori se frotó los ojos. Durante unos minutos, pareció estar considerando la perfectamente razonable petición de Quinn.

—Muy bien —musitó. Y la fiera que clavaba sus garras en el pecho de Quinn pareció detenerse para escuchar—. Puedes dormir en el sofá.

Sin mirar siquiera en su dirección, Lori se levantó y agarró un bote de la mesita del café.

—Me voy a la cama. Me duele la mano.

Y, sin más, comenzó a alejarse de allí.

—¡Eh! —la llamó Quinn—. ¿Has comido algo en todo el día?

La única respuesta de Lori fue un portazo antes de desaparecer tras la puerta de su dormitorio. Desafortunadamente para ella, ni siquiera así consiguió arruinar la sensación de alivio de Quinn. Podía quedarse. Podía observar a aquella mujer que no quería tenerle cerca y averiguar qué demonios le ocurría.

Después de tomar las llaves de la casa, que Lori había dejado en la mesita del café, se dirigió a la puerta principal y salió. Echó un rápido vistazo a los alrededores de la casa, sacó la bolsa de viaje que tenía en el coche y llamó después a Ben y amenazó a un agente de la ley con el fin de sonsacarle información.

Pero en vez de salir en busca del canalla que había estado asediando a Lori, Quinn decidió ir directamente a ver a la chaquetera de su hermana.

Molly le agarró del brazo en cuanto le vio.

—¿Cómo está?

—Está bien, pero no quiere ver a nadie.

—No pretenderás dejarla sola, ¿verdad?

—No, no voy a dejarla sola. ¡Y será mejor que empieces a pensar en disculparte o hay muchas posibilidades de que deje de hablarte!

Molly se cruzó de brazos.

—Me pidió que no te llamara. ¿Qué se suponía que tenía que hacer?

A Quinn le ardía la garganta al recordar el miedo que había pasado.

—Llamarme.

—Quería llamarte, Quinn, te lo prometo. Pero Lori me dijo que estabas fuera y… Bueno, al fin y al cabo, no eres su novio, ¿verdad?

—No, gracias por recordármelo. Es una frase que últimamente oigo bastante a menudo. Solo soy una especie de trabajador del sexo sin que medie ningún sentimiento entre nosotros. Ya he entendido el mensaje.

—¡Lo siento!

Alargó el brazo hacia su hermano, pero Quinn la rechazó.

—Si de verdad quieres hacer las paces conmigo, dile a tu novio que venga a verme. Quiero saber qué demonios está pasando aquí.

Molly, olvidándose de su arrepentimiento, elevó los ojos al cielo.

—Ben no va a revelar ninguno de sus secretos, ni siquiera a ti.

—Ya veremos.

—¡Oh, así que ahora vas de tipo duro! —musitó Molly, y retrocedió rápidamente al ver su mirada—. Muy bien, le diré a Ben que quieres hablar con él. Y tú dile a Lori que iré a verla más tarde.

Quinn asintió, pero ya estaba dirigiéndose de vuelta hacia la casa. La policía no podía hacerse cargo de ella y Lori necesitaba protección, tanto si quería como si no.

Diez horas después de haberse quedado dormida, Lori se despertó, todavía somnolienta. Su corazón parecía haberse mudado hasta la mano rota y allí latía con más fuerza que cuando residía en su pecho.

Parpadeó mientras buscaba a tientas los analgésicos que había dejado en la mesilla de noche y cerró los dedos alrededor del frasco.

—Gracias a Dios —musitó, agarrándolo con tanta fuerza que lo combó hacia dentro.

Todavía estaba tragando la pastilla con la ayuda de un trago de agua cuando sonó el teléfono. No era el teléfono móvil. El móvil había terminado ahogado en el aceite. Agarró el teléfono inalámbrico con un gruñido de furia.

—¿Diga?

—¿Lori Love? —preguntó una voz de mujer en un tono muy profesional.

¿Sería una abogada que había oído hablar de su accidente, quizá?

—Sí, soy yo.

—¿Lori, estás bien? —la tuteó—. El señor Jennings me ha dicho que habías tenido un accidente.

—¡Ah, hola, Jane! Sí, estoy bien. Me he roto la mano, pero estoy bien.

Se tumbó en la cama, esperando que el analgésico hiciera efecto. La noche anterior había tardado diecisiete minutos en funcionar. Era increíble que solo se hubiera roto dos huesos. La mano le dolía como si se hubiera roto veinte.

Jane estaba diciendo algo, pero en aquel momento, Lori estaba en la inopia.

—Lo siento, Jane, ¿qué has dicho?

—Estaba diciendo que a lo mejor debería dejar esta llamada para mañana.

—No, estoy bien. Lo que pasa es que todavía no he tomado el primer café del día, pero podemos hablar.

—Muy bien, en ese caso, quería decirte que al final me acordé de lo que había oído sobre la autopista diecinueve.

Lori abrió los ojos como platos.

—¿En serio?

—Sí, no es gran cosa, pero ¿conoces a Harry Bliss?

—¿De verdad se llama Harry Bliss? —Harry en inglés significaba también «hostigar».

Jane soltó una carcajada burlona.

—Sí. Y no sé si es por su nombre, pero es un poco fanfarrón. Habla siempre muy alto y le gusta parecer importante. Siempre está con el teléfono móvil en la mano. Hace un par de meses estaba en la oficina esperando a que apareciera el señor Jennings para reunirse con él y recibió una llamada. Si el señor Bliss no quiere que la gente se entere de lo que dice, debería bajar el volumen del teléfono.

Lori asintió, como si de esa manera pudiera animar a Jane a continuar.

Y pareció funcionar. Jane tomó aire y bajó considerablemente la voz.

—El hombre con el que estaba hablando dijo «el comité está abierto a la posibilidad de recalificación de la autopista diecinueve». ¿Sabes lo que significa eso?

—¿Recalificación? —Lori frunció el ceño—. No.

—Bueno, pues el señor Bliss dijo que, en el caso de que eso ocurriera, sería seguramente en diciembre y que tendrían que actuar antes de que lo supiera demasiada gente. En concreto dijo «antes de que todos los Tom, Dick y Harry pidan también su parte del pastel».

—¿«Del pastel»? —aquello no le aportaba ninguna información en absoluto—. ¿Y dijeron algo más sobre una posible recalificación de terrenos?

—No, eso fue todo, lo siento. Esperaba que pudieras encontrarle algún sentido.

Lori se llevó la mano buena a los ojos.

—No, pero por lo menos ya tengo algo por donde empezar. Muchas gracias.

—De nada. Espero que te ayude, sea lo que sea lo que estés haciendo.

A pesar del dolor, Lori consiguió sonreír.

—Te prometo que en cuanto averigüe algo, te avisaré, ¿trato hecho?

—Trato hecho.

Lori colgó el teléfono y tomó aire, intentando aliviar su dolor.

Muy bien. Tenía asuntos urgentes que resolver. No podía seguir perdiendo el tiempo.

Lori nunca había pensado en su deuda como en una montaña, como a menudo hacían las agencias de préstamo cuando se anunciaban por televisión. Las montañas eran maravillosas, majestuosas. Impresionantes en su belleza. No, su deuda era más bien una mina que iba hundiéndose cada vez más bajo la dura corteza del mundo. A medida que iban pasando los días, los intereses iban goteando, desgastando la piedra. Todas las semanas se producían nuevas explosiones que hacían que la mina descendiera varios metros. Y la fuerza de la gravedad era tal en aquellas bajuras que la presionaba hasta convertirla en algo diminuto. Sencillamente, ya no era capaz de manejar la situación.

A pesar de que el analgésico todavía no había hecho efecto, Lori se obligó a levantarse de la cama. Llenó la bañera para evitar que la escayola se le mojara con la ducha, pero apenas pasó unos minutos en ella. Se lavó rápidamente, se puso unos pantalones tobilleros y una camiseta y salió.

Al ver a Quinn en el sofá se detuvo en seco. Había olvidado ya el enfrentamiento de la noche anterior, y con él las ganas de pelea. A lo mejor influía en ello lo vulnerable que parecía con los pies colgando a los pies del sofá y el brazo estirado hacia la mesita del café. En aquel momento, era simplemente Quinn y no representaba ninguna amenaza para ella.

Debía de haber pasado la noche despierto si todavía estaba durmiendo tan profundamente, así que Lori se acercó de puntillas a la mesita del café para agarrar las llaves y salir. Todavía no sabía nada sobre la recalificación de la autopista, pero al menos tenía suficiente información como para comenzar a hacer algunas averiguaciones. Y cuanto antes comenzara, mejor. Tanto si Ben resolvía el misterio de la muerte de su padre como si no, tendría que vender ese terreno. Ya no tenía otra opción. Cualquier apego sentimental que tuviera hasta entonces, había muerto ahogado en el aceite derramado en el taller.

El trayecto hasta Aspen le pareció particularmente hermoso aquel día. A lo mejor porque ya le había hecho efecto el analgésico. O quizá porque había pasado demasiadas horas en la cama. Fuera como fuera, se sentía extrañamente tranquila mientras aparcaba frente a un edificio de oficinas de tres pisos y accedía al interior. No había ni vigilante ni recepcionista alguno, solo un panel con la lista de las oficinas que albergaba. Lori encontró la que buscaba y se dirigió al segundo piso.

Pero cuando abrió la puerta de la oficina de Chris Tipton, toda la paz murió fulminada por el impacto de lo que allí vio.

—¿Sí? —preguntó una rubia esquelética en tono desdeñoso.

Tessa, pensó Lori. Tessa Smith, también conocida como la «Barbie Prostituta». La mujer arqueó sus perfectamente depiladas cejas mientras Lori continuaba clavando en ella su mirada.

—Eh… lo siento —farfulló Lori, pero se obligó a salir de su estupefacción—. Necesito ver a Chris Tipton, por favor.

—Christopher Tipton no está disponible en este momento, pero si quiere dejarle un mensaje, se lo transmitiré encantada.

«Christopher», se burló Lori en silencio, pero se limitó a dirigirle una educada sonrisa.

—¿Está aquí? Porque estoy segura de que si está en la oficina, tendrá mucho interés en hablar conmigo.

Tessa arqueó las cejas todavía más y bajó las comisuras de sus brillantes labios.

—El señor Tipton está en una reunión.

—Solo dígale que Lori Love quiere hablar con él. Es importante.

Si esperaba ver algo parecido a los celos en el rostro de Tessa, la espera fue en vano. Por supuesto, Lori la mecánica no aparecía muy a menudo en las páginas de sociedad de los periódicos y Tessa no tenía pinta de ser lectora de la Tumble Creek Tribune.

De hecho, ni siquiera pareció particularmente ofendida por la petición.

—Bueno, en ese caso, deme un minuto. Iré a ver qué dice Christopher.

Cuando se levantó, Lori pudo verla en toda su altura. Los tacones que llevaba la elevaban por encima del metro ochenta. ¿Cómo podía ser tan alta?

Pero la envidia que Lori comenzaba a sentir pronto se transformó en algo más cercano al dolor. Estaba en Aspen, una ciudad en la que las recepcionistas eran como modelos. En la que las mujeres continuaban llevando abrigos de visón y los hombres tenían aviones privados. Aquel era un ambiente en el que Quinn encajaba. Era un artista que trabajaba para la élite. Pero aquel no sería lugar para ella ni siquiera en el caso de que fuera capaz de reunir el valor que necesitaba para enamorarse de Quinn.

Tessa Smith apareció de nuevo por el pasillo con una sonrisa en el rostro.

—El señor Tipton saldrá dentro de un momento. Por favor, siéntese.

Antes de que Lori hubiera tenido tiempo de mirar a su alrededor en busca de un asiento, Chris estaba ya avanzando a grandes zancadas hacia ella.

—¡Lori Love! —la llamó.

—Chris —contestó Lori.

Su única intención era hacerle saber que aunque llevara un traje caro y se hiciera llamar Christopher, ella todavía se acordaba del beso con lengua que le había dado cuando estaban en séptimo grado. Aunque en aquel entonces no llevaba una colonia tan cara.

—Pasemos a mi despacho. Tessa, ¿puedes traerle un vaso de agua mineral a la señorita Love?

—No necesito nada, gracias —protestó Lori.

Chris era un hombre atractivo, al modo en el que solían serlo los vendedores de coches. Una belleza demasiado blanda, para gusto de Lori. Pero cuando posó la mano en su espalda para que se encaminara hacia el despacho, no protestó. Si Chris pretendía encandilarla, ella actuaría como si lo estuviera consiguiendo.

—¿Qué te ha pasado en el brazo, Lori?

—En realidad es la mano —le observó mirándole de reojo—. Tuve un accidente en el taller.

—Vaya, parece algo serio.

—Fue terrible.

Chris parecía completamente inocente mientras la hacía pasar a su despacho. Pero, en realidad, los vendedores de coches siempre lo parecían.

—Bueno —empezó a decir Chris mientras se sentaba tras su reluciente escritorio—. Espero que estés aquí para hablar de tu terreno. Aunque, por supuesto, serías igualmente bien recibida si vinieras a hablar de cualquier otra cosa.

—Pues tienes suerte, porque he venido precisamente a hablar de ese terreno.

—¡Vaya! No sabes lo mucho que te agradezco que hayas venido a hablar conmigo.

—No tienes por qué. Y es posible que dentro de un momento no me estés tan agradecido.

Chris no perdió la sonrisa.

—¿Por qué?

—Porque estoy al tanto de las conversaciones para recalificar la autopista diecinueve.

La sonrisa de Chris perdió parte de su esplendor.

—¿De qué?

Lori cruzó las piernas y deseó haberse puesto un vestido y unos tacones para poder representar el papel de propietaria poderosa de forma más convincente.

—Vamos, Chris, si pretendes jugar conmigo, iré directamente a Anton/Bliss. Ellos parecen estar tomándose muy en serio la posibilidad de adquirir ese terreno. Seguramente me tratarán con más respeto.

La sonrisa de Chris se achicó varios centímetros más, hasta terminar convertida en una dura línea.

—Me estoy tomando todo esto muy en serio. ¿Qué quieres?

—Quiero una buena oferta, no la porquería que me has propuesto hasta ahora —se quitó una pelusa imaginaria del pantalón—. Los dos sabemos que la recalificación de ese terreno podría cambiarlo todo.

—Dios mío, ¿cómo te has enterado?

—¿Quieres saber cómo me he enterado de que estabas intentando engañarme?

Chris se reclinó en la silla. Parecía un poco desmoralizado mientras buscaba en un cajón una botella de agua.

—Mira Lori, yo no estaba intentando engañarte.

—Sí, claro.

—Dame una tregua, Lori. No hay ninguna garantía de que el estado se muestre de acuerdo en las mejoras propuestas. El mero mantenimiento de los accesos en invierno supondría cerca de un millón de dólares. En este momento, comprarte ese terreno es asumir un riesgo. Es posible que al final todo quede en nada.

¿El mantenimiento en invierno? ¡Increíble!

—¿Pretenden mantener el puerto abierto durante todo el año? —musitó, sin atreverse a creérselo.

Si mantenían el puerto abierto, todo cambiaría, y no solamente para ella.

Chris la miró fijamente. Parte del color había vuelto a su rostro.

—¡Maldita sea! No puedo creer que me hayas sacado esa información. No lo sabías, ¿verdad? Me has engañado por completo.

—Sabía algo, pero no todo. Y, en cualquier caso, es mi terreno, así que si te he fastidiado, lo siento.

Chris tuvo al menos la decencia de intentar sonreír, aunque apenas consiguió esbozar una mueca.

—Qué diablos, en cualquier caso, era muy difícil que ese terreno acabara siendo mío. Anton/Bliss tiene mucho más capital e influencia que yo. Mi única esperanza era que me la vendieras porque hace años que nos conocemos.

—Pues la verdad es que no pretendía dejarme llevar por las reglas más románticas del negocio, así que no habrías tenido suerte.

Chris volvió a sonreír.

—En cualquier caso, estaba a punto de renunciar. Ya hay demasiada gente al tanto de los rumores y están comenzando a hacer ofertas a otros propietarios. Tú has sido la primera con la que nos hemos puesto en contacto porque tu terreno es el más virgen de todos. Está justo en la rivera del río, el acceso es fácil y es suficientemente grande como para dividirlo en una docena de parcelas en el caso de que fuera necesario.

Lori asintió, intentando absorber toda aquella información.

—Las cabañas en zonas de pesca se han convertido en un importante reclamo para llevar una vida saludable: esquiar en invierno y pescar en verano. Todo a una conveniente distancia de un aeropuerto y de restaurantes de cinco estrellas. Por supuesto, esos tipos ricos siempre sobreestiman la cantidad de tiempo libre que tienen. Al final, sus empleados pasan más tiempo en las casas que ellos.

Bueno, en ese caso, acababa de resolver parte del misterio. Pero no todo. Le costaba creer que todo aquello tuviera algo que ver con lo que le había ocurrido a su padre diez años atrás.

—¿Cuánto tiempo lleva hablándose de esto?

Chris se encogió de hombros.

—Yo me enteré hace unos meses porque Peter Anton y yo estábamos saliendo con la misma mujer —Chris le guiñó el ojo—. Al final, me eligió a mí.

—Enhorabuena. Y ya que estamos siendo sinceros…

Chris bebió un sorbo de agua y arqueó las cejas, invitándola a continuar.

—¿Tienes idea de quién puede estar intentando intimidarme para que venda?

Chris se atragantó con el agua. Dejó la botella en la mesa.

—¿Intimidarte? ¿De qué manera?

Lori alzó la mano escayolada.

—Dios mío, ¿estás de broma? ¿Eso te lo ha hecho alguien?

Lori se encogió de hombros en respuesta, dejando que creyera lo peor con la esperanza de que terminara revelándole algo. Pero Chris se limitó a negar con la cabeza.

—De ninguna manera. No conozco a nadie capaz de comprometerse hasta ese punto. Sí, sé que algunos de esos tipos pueden llegar a presionar, pero tienen otras formas de hacerlo. Y no se tomarían tantas molestias por un terreno como el tuyo.

—No —musitó Lori—, supongo que no. Gracias, Chris.

—Deberías hablar con la policía —le recomendó antes de que saliera del despacho.

Y tenía toda la razón del mundo. Había llegado el momento de poner aquel asunto en manos de Ben. Cuanto más averiguaba, menos entendía qué relación podía tener todo aquello con lo que le había pasado a su padre. En primer lugar, las probabilidades de que aquellos actos vandálicos tuvieran algo que ver con los cambios en la carretera del puerto eran remotas. E incluso en el caso de que no lo fueran, era absurdo pensar que diez años atrás alguien había tenido acceso a esa información y había decidido acabar con su padre.

La verdad era que el ataque que había sufrido su padre podía haber sido algo casual: una noche oscura, un bar barato… No, no había mucho misterio. ¿Y los actos de vandalismo que habían acabado con el taller? En realidad, podía haber sido cualquiera de la media docena de personas que tenían cuentas pendientes con el taller. O algún adolescente. Un mecánico enfadado: James Webster, por ejemplo.

Durante algunos días, casi había representado un alivio poder atribuir sus problemas a algún desconocido maligno. Poder culparle de los años de sufrimiento de su padre, de su muerte, de su vida estancada. Incluso de sus problemas financieros. Pero la vida era complicada. La gente rara vez caía por culpa de un solo golpe del destino, era más frecuente que fuera hundiéndose lentamente por culpa de centenares de pequeños golpes apenas perceptibles. Como le estaba ocurriendo a ella en ese momento. Era un proceso lento y suficientemente indoloro como para ignorarlo durante el tiempo suficiente como para que terminara resultando fatal.

—Canallas —musitó en el coche.

Apagó la radio y regresó a Tumble Creek en silencio.

—Está aquí —anunció Ben, poniendo freno a la preocupación que estaba devorando a Quinn.

—¿Dónde? —ladró Quinn por teléfono.

—Acaba de aparcar delante de la comisaría. Está entrando y tiene buen aspecto.

—Ahora mismo voy hacia allí —Quinn colgó el teléfono y salió a la puerta.

Había pasado toda una hora volviéndose loco. Después de hablar con Ben la noche anterior y enterarse de lo que realmente estaba pasando, se había pasado la noche dando vueltas en la cama. La pequeña sorpresa que había encontrado en la mesa de la cocina no había ayudado a disminuir la tensión. Era la carpeta de Anton/Bliss que Lori había sacado de su casa. Y después de enterarse de la existencia del terreno junto al río, comprendía de pronto el extraño interés de Lori en sus socios. A lo mejor eso también explicaba el interés que tenía en él. Al fin y al cabo, su aventura había empezado poco después de que Ben iniciara la investigación.

Sí, al parecer, había muchas posibilidades de que Lori le estuviera utilizando para algo más que para el sexo. Y por alguna extraña razón, aunque no le importaba que le hubiera utilizado por su cuerpo, la idea de que se estuviera sirviendo de él para sacarle información le dolía.

De modo que la noche había sido muy larga. Apenas había podido dormir y, al despertar, había descubierto que Lori había desaparecido. Bueno, no «desaparecido», según los absurdamente estrictos criterios de Ben. Ben sostenía que lo único que había hecho Lori había sido tomar la camioneta y dirigirse a alguna parte, pero a Quinn no le hacía ninguna gracia.

¿Y si se le había ocurrido ir a investigar a gente peligrosa? ¿O si estaba todavía desorientada por el golpe que se había dado en la cabeza y estaba conduciendo sin rumbo por carreteras desconocidas? ¿O si había tomado demasiados analgésicos y terminaba con la camioneta en el río?

Quinn quería que, ya que se negaba a montar una partida, enviara al menos a alguno de sus hombres en su busca. Habían discutido por culpa de aquel tema, pero en realidad ya no importaba. En cuestión de segundos, Quinn estaba corriendo por la calle principal y no tardó en pasar por delante de la camioneta de Lori.

Lori estaba a salvo. ¡Lori estaba viva!

Aunque él estaba a punto de matarla.

Cruzó la puerta de la comisaría y oyó a Ben diciéndole a Lori con firmeza:

—No deberías haberlo hecho.

Quinn llegó al lado de Lori en el momento en el que esta estaba encogiéndose de hombros.

—¿Qué has hecho? —le preguntó mientras la abrazaba—. ¿Estás bien?

—¡Sí, estoy bien! —protestó Lori.

—¿Qué ha pasado? ¿Adónde has ido?

Lori dejó que la abrazara, pero no contestó directamente.

—Tranquilízate, no ha pasado nada. He ido a ver a Chris Tipton.

Al oír nombrar a Chris Tipton, Quinn volvió inmediatamente a la realidad.

—Ya entiendo —dejó caer los brazos y retrocedió—. ¿Robaste también información sobre él cuando estuviste en mi casa?

Lori echó la cabeza hacia atrás como si acabara de golpearla. Movía la boca como si quisiera hablar, pero no pronunciaba una sola palabra. Aquella respuesta desencadenó cierta sensación de culpa en el corazón de Quinn, pero decidió ignorarla.

—Por lo menos podías haber escondido la carpeta —se lamentó.

—Lo siento, de verdad.

—¿Por qué no me lo dijiste?

Lori se encogió de hombros y clavó la mirada en el suelo.

—Pensé que a lo mejor ya lo sabías.

Quinn tomó aire, convencido de que estaba a punto de comenzar a gritar, pero Ben se interpuso entre ellos con las manos en alto.

—Ya hablaréis de esto más tarde. Lori, necesito saber qué ha pasado con Chris.

Señaló con la cabeza hacia su despacho y Lori se dirigió hacia allí sin mirar atrás.

Quinn ni siquiera se había dado cuenta de que había más gente en la comisaría, pero la había, y todos le estaban mirando como si fuera un extraño. Y lo era. Un extraño para la gente de su propio pueblo y un extraño para la mujer con la que se había acostado.

Era bastante raro que la que pretendía ser una aventura sin trascendencia alguna estuviera sumiendo su corazón en tal estado. Decidido a ignorar el daño catastrófico que parecía estar sufriendo su corazón, Quinn se dirigió al despacho de Ben.

—Es el puerto de montaña —estaba diciendo Lori cuando cerró la puerta tras él.

Ben alzó la mirada hacia Quinn y miró después a Lori. Al ver que no protestaba por la presencia de Quinn, se relajó en la silla.

—¿Qué pasa con el puerto?

—Se está hablando de la posibilidad de mantenerlo abierto durante el invierno. Al parecer, el Estado está haciendo números.

—¿Qué? —la silla de Ben protestó cuando este se inclinó hacia delante—. ¿Durante todo el año?

Quinn se apoyó contra la puerta. La lógica de todo aquel asunto le golpeó de pronto con todas sus fuerzas.

Ben se frotó la cara.

—Estás de broma, ¿verdad?

—No, todavía no es definitivo, pero, al parecer, hay suficientes probabilidades de que el proyecto salga adelante como para que haya gente interesada en mi terreno.

Quinn apretó los puños mientras en su interior batallaban la sorpresa y el enfado.

—Así que alguien está intentando presionarte para que vendas antes de que averigües el verdadero valor de tu terreno.

—A lo mejor. No lo sé. He hablado con Chris Tipton y, sinceramente, no cree que esté involucrado en esto. Y él tampoco cree que alguien pudiera llegar a hacer algo así —miró por encima del hombro—. En cualquier caso, son tus amigos. ¿Tú crees que Peter Anton, Harry Bliss o cualquiera de los constructores de la zona podría destrozarme el taller?

¿Serían capaces de hacer algo así? Quinn se encogió de hombros.

—No lo sé, pero estoy dispuesto a arrancarles la verdad. Y, desde luego, de lo que estoy seguro es de que intentaron engañarte.

Lori sonrió y la visión de aquella sonrisa tuvo un efecto inmediato en el pecho de Quinn. Hacía días que no la veía sonreír.

—Gracias —le dijo—, pero ya estoy dispuesta a dejar que Ben se ocupe de esto…

—¡Oh, gracias! —respondió Ben con sarcasmo.

—Yo no puedo continuar ocupándome de este asunto. Es demasiado para mí. Tengo que vender el terreno cuanto antes. En cuanto resuelvas el caso, Ben, podré vender libremente el terreno sin preocuparme de estar vendiéndoselo a un criminal.

Quinn asintió y le preguntó a Lori por los constructores a los que había estado investigando. Por supuesto, se tomó también su tiempo en regañarla por no haberle mantenido informado.

—¿Has investigado a James Webster? —preguntó al final Lori sin entusiasmo.

—Sí —contestó Ben en el mismo tono apagado—. Tiene una coartada. Todavía la estoy comprobando, pero parece bastante sólida.

Mientras Ben estaba ocupado tomando notas y Quinn estaba intentando aliviar la tensión de su cuello, Lori echó la cabeza hacia atrás y fijó la mirada en el techo.

—En cualquier caso, no creo que todo este asunto del terreno haya durado casi más de una década.

Ben suspiró y dejó el bolígrafo.

—No, yo tampoco lo creo. Lo investigaré por si acaso, pero me parece poco probable. Y, por cierto, también he seguido la pista a Héctor Dillon.

Aquel nombre no significaba nada para Quinn, pero Lori alzó inmediatamente la cabeza.

—¿Y?

—Se fue a vivir a Arizona y murió hace dos años.

—Vaya. ¿Y crees que podría tener algo que ver con la muerte de mi padre?

—Es posible, pero no lo sé.

Lori se reclinó en su asiento.

—Ben, sinceramente, no creo que ese ataque tenga nada que ver con el terreno. Fue una casualidad.

¿Tendría Quinn derecho a arrodillarse a su lado y tomarle la mano? Lori había dejado muy claro que no quería que se entrometiera en su vida, pero le resultaba imposible dejarla sola mientras la oía hablar de cómo habían golpeado a su padre. Acercó una silla a la de Lori y le tomó la mano mientras se sentaba. Lori no le rechazó. De hecho, le apretó la mano y cerró los ojos.

—No lo sé. Yo no creo que fuera una casualidad. Creo que se nos está escapando algo.

Lori se encogió de hombros con un gesto de cansancio.

—Estaba en un bar de moteros casi de madrugada. ¿Qué mejor lugar para buscarse problemas?

—Sí —contestó Ben.

Pero la frustración que encerraba aquella palabra les llegó alta y clara. Era obvio que no creía lo que estaba diciendo, pero no podía hacer nada al respecto. Quinn la comprendía porque él se sentía exactamente igual. Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para ayudar a Lori, ¿pero qué podía ofrecerle? Aparte de darle una buena paliza a alguno de sus socios de negocios, por supuesto.

—Podría ir con una grabadora y preguntarle a Peter Anton lo que sabe.

Ben arqueó las cejas al oír aquella propuesta, pero, lo más importante fue que consiguió hacer sonreír otra vez a Lori.

—Qué conmovedor —le dijo, como si le hubiera ofrecido un ramo de flores.

—Bueno —musitó Ben secamente—, en el caso de que sea necesario, tendré tu ofrecimiento en cuenta.

No quedaba mucho más que hablar. Cinco minutos después, Quinn y Lori estaban saliendo de la comisaría, envueltos ambos en un embarazoso silencio, como si se hubiera interpuesto una tercera persona entre ellos. Quinn se montó en la camioneta de Lori sin pedir permiso y continuaron callados durante todo el trayecto hasta la casa. Para cuando llegaron, Quinn sentía que los hombros le ardían por la tensión, pero se mordió la lengua y dejó que Lori continuara ocupándose de sus cosas.

Lori escuchó los mensajes que tenía en el contestador y se dirigió al cuarto de baño. Después, fue a por un vaso de agua, se tomó un analgésico, sacó un paquete envuelto del refrigerador y lo colocó en la nevera para que fuera descongelándose. Quinn se limitaba a observarla apoyado contra el respaldo del sofá.

Al final, Lori se encogió de hombros y se volvió hacia él.

—Muy bien —dijo, y volvió a tomar aire.

—¿De verdad pensabas que yo podía estar involucrado en todo esto?

Lori negó con la cabeza. Un rizo escapó de su frente y permaneció allí durante unos segundos antes de que lo apartara.

—No, en realidad no. En algún momento llegué a plantearme la posibilidad, cuando me enteré de que trabajabas para Anton/Bliss, pero sé que tú no eres esa clase de persona.

—¿Y tú?

—¿Yo qué? ¿Me estás preguntando que si yo soy de esa clase de personas?

A Quinn se le tensó la garganta mientras esperaba la respuesta. ¿Su cuerpo solo habría sido una gratificación? ¿Un premio añadido en su intento de resolver el misterio? Porque si había sido así, eso solo podía significar que su relación le importaba mucho menos de lo que él pensaba.

—Se me ocurrió pensar que a lo mejor sabías algo, pero eso fue después de que empezáramos a salir, no antes. Y creo que eso supone una gran diferencia.

Desde luego. Pero el alivio de Quinn fue tal que tenía dificultades para poner su boca en funcionamiento.

—Lo siento, Quinn —añadió Lori rápidamente—. Tenía la sensación de que no podía decírtelo, pero yo sabía que no estaba bien lo que hacía. Cuando te utilicé para acercarme a Peter Anton y después te robé esa carpeta, estaba desesperada…

—Si hubieras confiado en mí y me lo hubieras contado todo, podría haberme enterado de lo del puerto mucho antes.

—Sí, lo sé —musitó Lori—. Pero todas esas personas forman parte de tu trabajo, Quinn. Y tu trabajo significa todo para ti. Lo que teníamos tú y yo… era solo sexo.

«Lo que teníamos», había dicho. Él ya había comenzado a acostumbrarse a lo de «solo sexo», ¿pero hablar en pasado? Cada vez estaba descendiendo más peldaños en la escalera del orgullo. Al principio le incomodaba la idea de ser utilizado únicamente como una máquina sexual y a esas alturas se descubría rezando para que Lori continuara sirviéndose de él unos cuantos días más.

—Ben está de acuerdo en que no deberías quedarte sola hasta que haya interrogado a todos los constructores. A mí me gustaría quedarme aquí contigo. Y también puedes venir a mi casa.

Al ver que Lori clavaba la mirada en el suelo, decidió que no era una buena señal. Y le pareció incluso peor cuando la vio negar con la cabeza.

—Creo que me quedaré con Molly. Ahora mismo estoy demasiado confundida.

Tenía razón, por supuesto. Todo era muy confuso. Él todavía estaba enfadado con ella, continuaba herido, y aquel no era momento para hablar del futuro. Además, ninguno de los dos estaba de humor para dedicarse a hacer realidad sus fantasías sexuales. Y Lori ya no le necesitaba. Así que, ¿por qué estaba tan desesperado por quedarse?

Pero todavía no iba a rebajarse a suplicar.

—Muy bien. Te ayudaré a preparar tus cosas.

No tardaron mucho. El taller ya estaba cerrado y Lori se llevó una sola bolsa.

Cuando se vio al lado de la camioneta, despidiéndose de ella a través de la ventanilla abierta, Quinn tenía la sensación de que apenas habían pasado unos segundos.

—Llámame si necesitas información sobre alguien —le ofreció.

Lori asintió.

—O si quieres hablar del terreno, o de lo que le pasó a tu padre.

—De acuerdo.

—Ten mucho cuidado, y no te separes de Molly.

—Lo haré.

Quinn permaneció allí durante varios segundos más, fantaseando una vez más con la posibilidad de rescatar a Lori Love. Al final, había resultado ser una damisela en apuros, aunque de un tipo muy diferente. La clase de damisela que robaba, mentía, luchaba y disfrutaba perversamente del sexo con el caballero de brillante armadura justo antes de mandarle de vuelta a su casa con una palmadita cariñosa en la espalda.

Quinn retrocedió y movió lentamente la mano para despedirse de Lori. La camioneta color lavanda se alejó de su vida envuelta en una nube de polvo.

La dejaría marchar, sí, pero no por mucho tiempo.