Lori se despertó sola y en una cama desconocida. Era la primera vez que le ocurría. Otra primera vez.
Sonrió en medio de la oscuridad, se sentó en la cama y miró a su alrededor en busca de un despertador. Solo eran las cinco de la mañana, y no podía decir que fuera una sorpresa. Al fin y al cabo, se habían quedado dormidos muy pronto.
Los músculos de su estómago se quejaron cuando volvió a tumbarse. Evidentemente, iba a pasar el día deliciosamente dolorida. La habían tratado con agresividad y pocas veces en su vida había estado tan excitada.
—¡Sí! —exclamó, y se alegró inmediatamente de que Quinn no estuviera a su lado.
Estaba avergonzada, tal y como había previsto. Pero solo necesitaba un minuto. Un minuto de mortificación y todo estaría superado, tanto si estaba lista para ello como si no.
Pero, durante sesenta segundos, se limitó a permanecer tumbada en la cama, tomando aire mientras el calor corría en oleadas sobre su piel. La parte de las ataduras no le resultaba demasiado vergonzante. Era el «lo siento, no me hagas daño», lo que la hacía sonrojarse. Aunque tenía que reconocer que también la excitaba. Pasó el resto del minuto de mortificación preguntándose cuántas veces estaría Quinn dispuesto a acostarse con ella durante las siguientes semanas.
El dulce y estudioso Quinn. ¿Quién habría podido imaginar que representaría tan bien el papel de dominador?
—Los mejores son siempre los más callados —había dicho Molly en una ocasión refiriéndose a Ben.
Evidentemente, Molly Jennings era una mujer que sabía de lo que hablaba.
Por si acaso Quinn hubiera salido solo unos minutos, Lori se estiró y volvió a relajarse en la cama. Si Quinn regresaba, fingiría que estaba dormida, se daría media vuelta y se destaparía estratégicamente. Quinn no sería capaz de resistirse a su desnudez, pero no la despertaría. Así que volvería a la cama y le acariciaría delicadamente el muslo. Deslizaría los dedos entre sus piernas, dispuesto a una rápida caricia, y entonces la descubriría empapada y lista para él. Lori gemiría ligeramente y doblaría las rodillas.
¿Estaba dormida o despierta? Quinn no podría saberlo, pero estaría tan condenadamente excitado que tendría que hacer el amor con ella. Se quitaría los calzoncillos y se arrodillaría entre sus piernas abiertas. Comenzaría a acariciarla con su sexo hasta que encontrara la entrada y…
Lori gimió y se acarició el clítoris. El placer comenzó a irradiar hacia su vientre, urgiéndola a terminar lo que había empezado, pero no tenía ningún motivo para disfrutar sola cuando seguramente Quinn estaba a solo unos metros de distancia. Era mejor sorprenderle con un revolcón matutino.
Se levantó de la cama, posó los pies en el suelo y sintió el calor que de él emanaba. Encontró rápidamente las bragas, pero resistió la tentación de ponerse el vestido. Agarró en cambio la camisa de Quinn y se abrochó solamente los dos botones del medio. Después de un rápido viaje al cuarto de baño, se dispuso a buscar a su presa.
La cocina y el cuarto de estar estaban vacíos y la puerta del patio cerrada, así que Lori subió al piso de arriba y se dirigió al que debía de ser el estudio de Quinn, una habitación abierta que ocupaba prácticamente todo el segundo piso. Tenía una pared abierta que daba al salón y las paredes exteriores tenían media docena de ventanas. Quinn estaba sentado frente a una de aquellas ventanas, junto a una mesa de dibujo iluminada por un enorme flexo. Estaba inclinado sobre la mesa con lo que parecía una complicada regla y un lápiz. No levantó la mirada
—Eh, Quinn —dijo Lori, sorprendida ella misma por el ronco susurro que salió de sus labios.
Quinn no parecía sorprendido. De hecho, ni siquiera parecía haber reparado en su presencia.
—Eh —musitó.
Bueno, realmente sexy. Lori pensó en quitarse la camisa, pero sabía que ni siquiera su completa desnudez funcionaría si Quinn no levantaba la mirada del trabajo. Era preferible mantener la camisa y el orgullo intactos. Además, las persianas estaban abiertas.
Miró a su alrededor, intentando imaginarse lo que podían ver los vecinos y fijó la mirada en el enorme escritorio cubierto de papeles que tenía Quinn a la derecha. Miró a Quinn y de nuevo al escritorio.
Mm. Si Quinn estaba demasiado ocupado para el sexo, a lo mejor ella también podía adelantar parte de su trabajo.
Sintiéndose como la mala de una película de James Bond, ¡espiando delante de las narices del protagonista!, Lori avanzó hacia el escritorio mirando a Quinn por el rabillo del ojo. Quinn ni siquiera miró en su dirección.
Al principio, Lori se limitó a permanecer donde estaba, mirando las carpetas y las cartas que tenía Quinn apiladas sobre la mesa. No vio ningún documento en el que pusiera «Tumble Creek», ni tampoco ninguno con un enorme Top Secret sellado en rojo, lo que le habría servido de gran ayuda.
Después de mirar por encima del hombro para confirmar que Quinn continuaba completamente absorto en su trabajo, se atrevió a comenzar a mover los papeles con un dedo, fijándose en todas las etiquetas. Pero el sonido de la fricción del papel era mucho más fuerte de lo que jamás habría imaginado. Susurraba, raspaba, crujía.
¡Dios Santo! Tenía la frente empapada en sudor, pero Quinn continuaba trabajando sin inmutarse. Animada por su falta de atención, volvió a concentrarse en el escritorio y comenzó a revisar las carpetas.
Cuando levantó la tercera, la que encontró debajo hizo que se le paralizara el corazón: Anton/Bliss, Proyecto 29-10, decía la etiqueta. Lori la sacó de entre las otras carpetas y la abrió.
En el interior había una casa maravillosa de dos plantas con un porche enorme. Las columnas del porche eran troncos de madera de pino. La casa estaba ubicada en medio de un bosque de álamos. En una esquina del dibujo, un río remataba aquel idílico escenario.
¿Sería la zona del río que cruzaba el terreno de su padre? A lo mejor. Pero le resultaba difícil creer que hubiera tenido tanta suerte.
Levantó el dibujo para ver si había fotografías debajo, pero aparte de los planos de una planta, solo vio una serie de notas. Números y abreviaturas que era incapaz de descifrar. Al final, en la última página, encontró un correo electrónico de Anton/Bliss proponiendo la construcción de una serie de casas en la ribera del río.
—¿Qué estás mirando?
La voz de Quinn cayó sobre ella como una tonelada de ladrillos.
Lori tragó con tanta fuerza que se atragantó.
—Eh —dijo Quinn. Su voz sonaba más cercana—. ¿Estás bien?
Lori dejó la carpeta y se volvió.
—¡Sí, estoy bien!
Quinn bajó lentamente las cejas que acababa de arquear. Y también los ojos.
—Sí, desde luego, estás muy bien.
—Eh, gracias.
—Y un poco… despeinada.
Bueno, aunque ya había superado la fase de la vergüenza, Lori se llevó la mano a la cabeza, repentinamente consciente del estado en el que debía de encontrarse su melena. Quinn se acercó a ella y le rodeó la cintura con los brazos. Lori recibió con inmenso alivio su beso. Un alivio profundo que debilitó sus rodillas. Para cuando terminó, estaba sentada sobre las carpetas que había estado revisando.
Quinn retrocedió ligeramente.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí?
—Eh… solo un minuto.
—Estoy seguro de que ha sido algo más.
Lori, paralizada por el miedo, intentó encontrar una excusa para lo que había estado haciendo.
Pero Quinn la sorprendió diciendo:
—No pretendía ignorarte.
—Yo… eh…
—A veces me comporto como un estúpido.
No sospechaba absolutamente nada. Lori sacudió la cabeza y sonrió.
—No has podido ignorarme porque ni siquiera sabías que estaba aquí.
—Maldita sea —esbozó una mueca y la soltó—. Tienes razón. Es terrible. Lo siento mucho, Lori. ¿Si te hago el desayuno me perdonarás?
—Quinn, no es para tanto. Estabas trabajando. En cualquier caso, ¿qué estabas haciendo?
Quinn miró frustrado hacia la mesa de dibujo.
—Estoy trabajando en el plano de la casa. ¿Qué otra cosa iba a estar haciendo si no?
—¿De tu casa? ¿Puedo verlo?
—¿De verdad te interesa? No te aconsejo que me dejes hablar sobre mi casa. Dentro de una hora, me estarás suplicando que lo deje.
En cuanto pronunció aquellas palabras, el aire pareció electrificarse entre ellos. Se miraron a los ojos. Quinn sonrió.
—Vamos, ahora te tengo otra vez a mi merced. Podría atarte a una silla y obligarte a suplicarme más detalles sobre mi futura casa.
Lori elevó los ojos al cielo y se acercó a la mesa de dibujo, intentando disimular su sonrojo.
—¡Espera! —Quinn se le adelantó y alzó la mano—. Déjame prepararlo. Es solo un segundo.
Después de abrir varios tubos de cartón y sacar los dibujos que tenía en el interior, le hizo un gesto animándola a avanzar.
Lori intentó no sonreír al ver el nerviosismo con el que cruzaba los brazos, pero no pudo evitarlo. Aun así, su sonrisa desapareció cuando rodeó la mesa y vio el dibujo que tenía ante ella.
La casa de Quinn era maravillosa, por supuesto. Pero no era como ella esperaba. Había imaginado que sería una casa de estilo rústico, con troncos de madera de pino y madera tallada. Pero más que una cabaña de montaña, aquella casa parecía la oficina de una mina.
Las planchas de madera brillaban como la plata, como si la casa hubiera sobrevivido ya a cientos de inviernos. El tejado inclinado, era de un metal ondulado, las chimeneas y la base, de piedra rústica. En medio del ala que suponía era la parte principal de la casa, alta y estrecha, había tres enormes ventanales cuadrados que se alzaban hasta el tejado, creando lo que parecía un tercer piso de cristal.
—¡Guau! —exclamó Lori.
Quinn se volvió hacia ella y miró de nuevo hacia la mesa.
—La madera es reciclada —le explicó, señalando los paneles de las paredes—. El tejado es de acero y en la superficie orientada al sur, pondré placas solares —le explicó, antes de que Lori tuviera oportunidad de preguntar—. Por supuesto, utilizaré un sistema de calor radiante. Los avances en la investigación sobre energía solar son increíbles. Hay un nuevo sistema que conduce el glicol calentado por el sol a través de un lecho de arena que puede ser reforzado por un sistema geotérmico.
—¡Ah!
Quinn levantó la primera hoja y Lori soltó una exclamación de admiración al ver el otro lado de la casa.
De la parte de atrás de la casa salía el ala trasera, dándole al edificio la forma de una T un tanto desequilibrada. El extremo más alejado parecía desaparecer en la pared de un peñasco o, al menos, inclinarse contra él en busca de apoyo. Aquella parte de la casa consistía casi por completo en unos ventanales enormes.
—Es increíble, Quinn.
—¿Te gusta?
—No seas tonto. Claro que me gusta, es preciosa.
—¿Te gustaría hacer una visita?
Lori parpadeó, se volvió hacia Quinn y lo descubrió esperando con una sonrisa de niño, inseguro y expectante al mismo tiempo.
—¿Una visita?
La sonrisa de Quinn se transformó en una expresión de puro deleite.
—¡Sí, vamos!
La agarró de la mano y tiró de ella hacia la silla del escritorio.
—¡Espera! Estoy dispuesta a escuchar. Esta vez no tienes por qué atarme.
—No te ataré, todavía.
La sentó en la silla, se volvió hacia el ordenador y tecleó varias veces.
—¿Qué es eso?
—Un programa de diseño.
Se oyó el zumbido del ordenador durante varios segundos antes de que la casa de Quinn apareciera en la pantalla. Desde aquella perspectiva, que parecía la de alguien que estuviera justo enfrente de la casa, resultaba mucho más impresionante. Quinn le enseñó cómo orientar la mirada y Lori pronto estuvo caminando hacia la puerta principal.
—¡Hala! —exclamó mientras entraba en la casa y giraba para ver lo que la rodeaba.
Apenas había tenido tiempo de fijarse en las vigas de madera cuando Quinn señaló hacia la cocina, urgiéndola a continuar. La cocina era una habitación forrada de madera oscura con algunos toques cobrizos, iluminada por enormes ventanales situados por encima de la madera. A Lori le habría encantado permanecer allí, fingir que se apoyaba contra el mostrador mientras Quinn le preparaba el desayuno. Pero Quinn le hizo un gesto para que siguiera.
—¿Esto es una carrera? —se quejó Lori.
Pero Quinn estaba señalando ya la habitación que había junto a la cocina. Lori se dirigió obediente hacia allí. Y entonces vio lo que Quinn estaba deseando enseñarle: el cuarto de estar.
O a lo mejor su estudio, si el escritorio y las estanterías querían decir algo. En realidad, eso era lo de menos, porque en lo único que era capaz de fijarse era en la pared de cristal y en las vistas que desde allí se disfrutaban. Kilómetros y kilómetros de montañas, árboles y cielo. Era una vista preciosa en el ordenador. En la vida real, le robaría a cualquiera el aliento.
Después de disfrutar del paisaje que mostraba la pantalla durante varios segundos, Lori se fijó en algo extraño. El cristal no se detenía al final de la pared, porque no había pared alguna, sino solo una roca. La casa desaparecía en la montaña o, mejor dicho, la montaña formaba parte de la casa.
—¿Cómo has hecho eso? —susurró.
—Es roca seca —le explicó—. Eso quiere decir que no traspasa ninguna humedad. Cuando encontré ese terreno, supe inmediatamente lo que quería hacer con la casa, pero tuve que esperar hasta que llegara la primavera para estar seguro de que era factible. No quería tener que soportar que la nieve derretida estuviera goteando en mi casa durante tres meses al año.
—¿El cristal penetra en la roca?
—No, pero está cortado a mano para que los contornos encajen perfectamente. Y, por supuesto, calafateado. La viga que hay arriba sí que penetra en la roca, para proporcionarle un buen apoyo.
—Es increíble. Uno se siente como si estuviera fuera.
—Sí —Lori notó su sonrisa en la voz.
—Mira.
Quinn señaló hacia la puerta de la cocina, pero Lori le apartó la mano.
—Eres peor que un niño. Déjame relajarme y disfrutar un poco.
—De acuerdo, lo siento —intentó parecer avergonzado, pero no lo consiguió—. Te dejaré mirar.
Se apartó y señaló hacia la mesa de dibujo.
—Yo estaré allí. Tómate todo el tiempo que quieras.
—Gracias.
—Y si tienes alguna pregunta que hacer, avísame.
—Entendido —tomó el ratón y retrocedió varios pasos para comenzar por el principio otra vez.
—Y no te olvides de la puerta de atrás.
—¡Vale! Qué pesado —pero sonreía mientras se quejaba.
Disfrutaba del orgullo y el placer con los que Quinn le mostraba su casa. Era como un niño con su primer amor. Debía de ser increíble tener un talento como el suyo. Había sido capaz de hacer una obra de arte y era consciente de su propio valor.
Los ojos se le llenaron de lágrimas mientras contemplaba el sueño que Quinn estaba haciendo realidad. Fuera aquella una aventura de verano o no, Quinn había sido su amigo en otro tiempo y Lori estaba orgullosa de lo que había conseguido.
Cerca de media hora después, apartó la silla del escritorio y suspiró.
—Es increíble.
—Gracias —contestó Quinn tan rápidamente que Lori dudó de que hubiera estado trabajando.
—Nunca había visto nada parecido. Por supuesto, tampoco puedo decir que haya visto muchas casas que valgan millones de dólares —oyó que Quinn dejaba el lápiz en la mesa.
—Yo no soy rico.
Lori arqueó una ceja, giró la silla y le dirigió la mejor de sus miradas burlonas.
—No, claro.
—En serio.
—¿Esto tiene que ver con la discusión que tuvimos ayer?
—No. Pero no quiero que me veas como a uno de esos tipos ricos con los que estuvimos ayer. Todo el dinero que tengo está vinculado a este terreno. Estoy tardando tanto tiempo en construir la casa porque estoy trocando mi trabajo.
—¿Que estás qué?
—Hago trueques. Diseño casas para los contratistas y los capataces a cambio de descuentos considerables en la mano de obra. Con los proveedores la cosa se complica, pero estoy trabajando en ello. Y parte del trabajo lo hago yo mismo, por supuesto.
—Aun así, no puede decirse que estés pasando por una situación apurada.
Quinn se encogió de hombros y se inclinó hacia delante en su taburete.
—Tuve suerte. Hice las prácticas con un arquitecto increíble. Me acogió bajo su ala y cuando se retiró, urgió a muchas personas importantes a darme una oportunidad. Si no hubiera sido por Walter McInnis, ahora ni siquiera tendría un estudio.
Lori desvió la mirada hacia las carpetas que tenía sobre el escritorio y se preguntó si debería arriesgarse. Pero no tenía ninguna otra pista con la que continuar, de modo que las oportunidades eran escasas.
—¿McInnis te puso en contacto con gente como Peter Anton?
—Exacto. Esa clase de proyectos fueron mi principal fuente de ingresos durante un par de años. Ahora puedo ser más selectivo.
—Pero he visto que sigues trabajando para algunos de ellos.
Se inclinó hacia el escritorio y Quinn frunció el ceño. A Lori se le aceleró el corazón al ver que no decía nada.
—Antes he visto que le estabas proyectando una casa.
—¡Ah! Es solo una propuesta. Están intentando conseguir un terreno en la rivera del río, pero lo mantienen en secreto porque todavía no han cerrado el trato. Se pusieron en contacto conmigo porque en cuanto sea oficial, supongo que querrán lanzar una gran campaña.
Lori parpadeó con fuerza. ¿Un terreno en la rivera del río? Ese podía ser su proyecto. Pero no tenía sentido. Estaban hablando de Tumble Creek. ¿Quién demonios iba a comprar una casa de millones de dólares para disfrutarla solamente durante unos meses al año? Por supuesto, también podrían ir allí en invierno, pero todos sus amigos millonarios estarían al otro lado del puerto de montaña. Aquello era ridículo, no tenía ningún sentido.
—¿Te gusta la casa?
Lori dejó de morderse el labio e intentó adoptar la expresión de alguien que no estaba pensando en robar a su amante documentación secreta.
—Por supuesto, es preciosa. Pero estaba pensando en qué terreno podría ser. Casi todo el Roaring Fork fluye por terrenos federales.
Quinn se encogió de hombros.
—A lo mejor es uno de sus afluentes. Desde luego, un constructor no dudaría en bautizar como río a un simple arroyo si con eso puede aumentar sus ventas.
—¿No sabes dónde está?
—Todavía no es oficial, así que no he podido ir a inspeccionar el terreno. Y ellos tampoco. Solo me dieron unas ideas generales para que empezara a trabajar —perdió parte de su sonrisa—. ¿Por qué? ¿Qué pasa?
—Nada —contestó Lori con demasiada rapidez.
—Espero que esto no tenga nada que ver con la forma en la que Peter te miraba el trasero ayer por la noche. Porque si es eso lo que quieres oír, a mí también me gusta tu trasero.
Lori sonrió con una oleada de alivio.
—Sí, eso era justo lo que necesitaba. Gracias.
Pero Quinn no acompañó su sonrisa. No parecía aliviado en absoluto.
—Lori… —comenzó a decir.
Su voz encerraba una pregunta que murió antes de que la hubiera formulado.
¡Mierda! Seguro que sospechaba que se proponía algo. Lori hizo un esfuerzo sobrehumano para no mirar la carpeta que tanto le interesaba. En cualquier caso, ¿a qué clase de chica se le ocurriría robar algo al hombre con el que se estaba acostando?
Quinn la miró a los ojos un instante y casi inmediatamente, desvió la mirada hacia el suelo.
¡A lo mejor era él el que tenía algo que ocultar! A lo mejor se estaba acostando con ella para enterarse de las dimensiones exactas de su propiedad. ¡El muy canalla!
—Lori —comenzó a decir otra vez—, he estado pensando.
—¿Ah, sí?
—Lo de esta noche ha sido…
Lori parpadeó, intentando no cambiar de expresión a pesar del repentino cambio de tema. Se había preocupado por nada.
—¿Sí? —graznó.
¿Cómo habría sido lo de aquella noche para Quinn? ¿Sorprendente? ¿Aterrador? ¿La clase de locura en la que jamás había imaginado que podría participar?
El cambio de tema le había parecido ideal en un primer momento, pero de pronto, pensó con añoranza en el campo minado de la conversación sobre su propiedad.
—Lo de esta noche ha sido divertido. Más que divertido.
—Eh… gracias.
Quinn la miró a los ojos.
—De hecho, todo esto es mucho más que una diversión.
—Gracias —repitió, tensa por una repentina ansiedad—. Y estoy de acuerdo contigo. Todo esto ha sido magnífico. Desde luego que sí.
Quinn la miró con los ojos entrecerrados, como si estuviera intentando averiguar algo. Lori sintió que se ruborizaba, el calor fluía dentro de ella, filtrándose en lo más profundo de su cuerpo.
—En cualquier caso… —comenzó a decir, preparándose para levantarse y correr hacia la puerta.
Pero Quinn interrumpió su vuelo.
—Creo que deberíamos darle una oportunidad a nuestra relación.
Aquellas palabras cayeron como una piedra en medio de la habitación. Una piedra pesada que podía terminar rompiendo algo si continuaba rodando hacia Lori. Lori retrocedió un paso y sacudió la cabeza.
—¿Qué has dicho?
—He dicho que deberíamos darnos una oportunidad.
—Eh…
—Esto no tiene por qué ser solo una aventura de verano. Puede ser algo más. Mucho más.
La piedra cayó sólidamente en el pecho de Lori y allí permaneció, desafiando las leyes de la gravedad. Molly tenía razón. Los estallidos de Quinn eran una mala señal.
—No —respondió, porque fue lo único que se le ocurrió.
—Vamos, Lori. Disfrutamos mucho juntos. Nos conocemos desde que aprendiste a caminar. El sexo entre nosotros es increíble —su sonrisa delataba su nerviosismo—. Y somos amigos.
—Estoy es… —tragó saliva, intentando deshacer el nudo que tenía en la garganta—. No sé de qué estás hablando. Esto no puede seguir.
—¿Por qué no?
—Eh… ¿Porque cuando cierren el puerto me pasaré más de seis meses sin verte?
Quinn se encogió de hombros, como si eso no tuviera ninguna importancia.
—Hay mucha gente que tiene relaciones a distancia.
—Sí, en la universidad. Y normalmente acaban genial —contestó con ironía.
—Lori, nosotros no estamos en la universidad. Somos adultos. No hay ningún motivo para que no funcione. Podríamos hacer un esfuerzo para vernos una vez al mes.
Lori se levantó tan rápidamente que tuvo que apoyar la mano en el escritorio para no perder el equilibrio.
—No, esto no va así. Creo que lo dejé muy claro. Te ofreciste voluntario para tener conmigo una relación puramente sexual. No soy capaz de asumir nada más. Ahora mismo mi vida es un auténtico desastre.
—¿Y? Nuestra relación no tiene por qué formar parte de ese desastre.
—¿Y? ¿Eso es todo? ¿Esa es tu respuesta?
—Sí, esa es mi respuesta. No te estoy pidiendo que te cases conmigo, Lori. Solo quiero seguir viéndote.
Muy bien, muy bien. A lo mejor su pánico era un poco exagerado. Quinn tenía razón. No le estaba pidiendo matrimonio. Ni siquiera había mencionado la palabra «amor». Pero entonces, ¿por qué le latía el corazón con tanta fuerza y le gritaba que saliera corriendo?
—No discutamos por esto, ¿de acuerdo? —propuso Quinn suavemente. Hacía tiempo que había desaparecido de su rostro cualquier insinuación de una sonrisa—. No pretendía que esto fuera como una gran declaración. Lo único que te estoy pidiendo es que pienses en ello. Eso es todo. No creo que sea para tanto.
¿Qué clase de persona era, que lo único que quería hacer en ese momento era gritar «no» y salir corriendo? Quinn estaba siendo razonable, aunque estaba cambiando todas las premisas de su relación. Al final, Lori se limitó a asentir e ignoró el rabioso revoloteo de las mariposas que tenía en el estómago.
Quinn no estaba enamorado de ella. No había dicho nada parecido. Lo único que pretendía era prolongar unos encuentros sin ataduras con una amante fetichista. ¿Qué hombre no lo querría?
Cuando Quinn volvió a mencionar el desayuno, Lori aprovechó inmediatamente la oportunidad de dejar de lado aquel horrible tema.
Todo iba a salir bien. Podrían continuar con aquel sexo explosivo y sin ataduras sin que nadie terminara sufriendo.
Lori aparcó en el aparcamiento desierto con un suspiro de alivio. Eran solo las siete de la mañana, estaba saciada de tortitas, físicamente agotada y regodeándose todavía en el torbellino emocional que representaba ser amante de Quinn Jennings. A pesar de los diez minutos de tensión del despacho, habían conseguido disfrutar de unos cuantos orgasmos más antes de llegar a la cocina. Un cambio de tema mucho más divertido. Lori había hecho todo lo posible por demostrarle a Quinn su agradecimiento.
Pero, en cualquier caso, se alegraba de haber podido escapar sin necesidad de una conversación más profunda. En aquel momento de su vida no estaba en condiciones de enfrentarse a la sinceridad. Sencillamente, no podía. Y había eliminado cualquier posibilidad de mantener una conversación sincera al correr escaleras arriba para hacerse con la carpeta de Anton/Bliss antes de salir de casa de Quinn. No podía sentir nada particularmente profundo por un hombre si todavía estaba dispuesta a robarle, ¿no era cierto? Y Quinn jamás la querría si se enteraba. Pero aquellos documentos no solo eran una buena pista, sino que serían un seguro en el caso de que surgieran más complicaciones.
El objeto robado que tenía en la mano le recordaba lo terrible que podía ser su vida, así que Lori apenas le dirigió alguna mirada pasajera mientras cruzaba el patio y se dirigía hacia la puerta de la entrada. Todo parecía perfecto. Durante aquella noche, su propiedad no había sufrido ningún daño.
Giró la llave y empujó la puerta, intentando ignorar las sombras que la recibieron. La casa estaba a oscuras y en silencio. No había amigos ni familiares dentro. Ni una cocina de colores alegres o un jardín que reclamara su atención. No, solo su sofá, triste y marrón sobre una alfombra igualmente triste y marrón. Vaya, si hasta las paredes parecían sucias.
Hacía tiempo que aquella casa estaba pidiendo a gritos una renovación. Al principio había esperado porque aquella era la casa de su padre. Tanto si estaba consciente como si no, no habría estado bien cambiar la decoración de su casa sin consultárselo.
Pero una vez muerto su padre, ¿por qué no había cambiado nada?
Lori dejó el bolso con un suspiro. Continuaba sin tener dinero, pero ese no era el verdadero problema. Podría haber pintado, por lo menos. O quitar los trofeos de los bolos y comprar una colcha con la que cubrir ese horrible sofá. Pero no lo había hecho. Porque comenzar a arreglar aquella casa era admitir que pretendía quedarse. Convertir la casa de su padre en su hogar sería como una declaración de principios: este es mi espacio, este es mi mundo. Este pueblo, esta casa y este trabajo son míos.
Y aunque no se atrevía a marcharse, y aunque no podía marcharse, tampoco era capaz de dar los pasos que implicarían quedarse. Pasos como volver a decorar la casa, sentar cabeza o enamorarse.
Su vida era un limbo permanente.
—Dios mío, soy una auténtica fracasada —musitó mientras se quitaba los zapatos.
Pero una fracasada que había puesto su mundo del revés la noche anterior, y eso ya significaba algo.
Tenía el teléfono casi sin batería, así que se dirigió a la cocina para cargarlo. Arrugó la nariz al sentir un fuerte olor. Otro defecto para atacar su casa. Probablemente, el olor a gasolina y aceite de motor no era tan popular como el de la vainilla y la lavanda. Pero si compraba velas aromáticas corría el peligro de que toda la casa saliera volando. Aunque los vapores de la gasolina no alcanzaran el fuego, sin duda alguna lo harían todas las capas de polvo que cubrían sus muebles.
Cuando tomó aire con intención de exhalar un profundo suspiro, la intensidad del olor hizo que le escociera la nariz.
—Qué demonios…
Definitivamente, aquello no era normal. Ni siquiera ella viviría en una casa que olía como una refinería de petróleo. Lori dejó el teléfono en el mostrador y corrió a abrir la puerta de la oficina del garaje.
La recibió una vaharada de aire tan espeso que le provocó un ataque de tos, pero la fuente de aquel olor no estaba en la oficina. Allí todo parecía en su lugar. Corrió a la puerta de al lado, con la mente completamente en blanco. Y así siguió su mente cuando la abrió. No registró nada extraño. Dio un paso al frente y se detuvo.
El suelo del taller estaba cubierto de remolinos dorados y negros que se fundían en un marrón oscuro a la altura del desagüe. Lori se los quedó mirando fijamente hasta que se dio cuenta de que en realidad era un líquido espeso: aceite. ¡Uno de los bidones de aceite tenía una fuga!
—¡Oh, no! —gimió.
La desesperación anidó en su pecho y se elevó hasta su cerebro mientras contemplaba aquel desastre. El horror le impedía pensar, así que tardó varios segundos en procesar lo que sus ojos le estaban diciendo. De hecho, continuó con la mirada fija en un barril volcado antes de que su mente diera la señal de alarma.
No, no era una fuga. Miró a derecha e izquierda, intentando recopilar información. No había solo un barril volcado, eran tres. Dos del aceite más utilizado para motores y otro en el que almacenaban el aceite para reciclar. Los habían abierto y los habían volcado. Continuó moviendo la mirada, fijándose en diferentes cosas: el desagüe atascado, la cubierta del foso y los reguladores del aire a presión, empapados en aceite. ¿Cómo se suponía que iba a limpiar todo aquello? ¿Cómo iba a arreglar aquel desastre?
Dio un paso más y se detuvo de pronto. El teléfono. Las botas. Cuando se volvió, sus piernas protestaron bajo su peso, apenas podía sentirlas. Pero no importaba. Temblando o sin temblar, funcionaban y en cuestión de segundos, se había puesto las botas y había agarrado el teléfono.
—Llamo para informar de un acto de vandalismo —informó a la policía.
Dio todos los detalles que consideró necesarios y colgó. Le dolía la mandíbula, la garganta le ardía y no tenía sentido decir nada más.
Necesitaba un poco de aire fresco y al final del taller parecía haber un camino relativamente seco. Cuando el teléfono sonó en su mano, Lori aminoró el paso y se dirigió hacia los armarios situados en la pared más alejada. Estaba casi allí, acababa de pasar por el sistema de aire a presión que el aceite había dañado cuando tuvo un descuido. Pisó a demasiada velocidad, perdió el equilibrio y comenzó a resbalar. De pronto, vio sus piernas ante ella.
Alargó el brazo para intentar amortiguar la caída, pero se golpeó la mano con la esquina del depósito de aire. Sintió un intenso dolor en la mano y se dejó caer. Un sonido sordo y profundo penetró en su cabeza justo antes de que el mundo pasara a convertirse en un líquido espeso y oscuro.
—¡Lori! ¡Lori! Maldita sea, Frank, ten cuidado. No queremos que tú también te hagas daño. Lori, ¿me oyes?
Lori ignoró la voz de Ben mientras se concentraba para no vomitar. La cabeza le daba vueltas. Continuaba moviéndose insegura. Tenía la sensación de que quienquiera que estuviera llevándola en brazos, había conseguido detenerse antes de caer. Aunque pensaba que debería preocuparse, no era capaz de encontrar la fuerza que necesitaba para ello.
Al cabo de un rato, el mundo pareció estabilizarse. El calor le empapaba la espalda y sentía la dureza del cemento contra la piel. Veía la acera cálida y acogedora bajo el sol de la tarde, como cuando corría bajo el ascensor siendo una niña. Comenzaba a suspirar de placer cuando alguien la agarró las manos, rozando su hueso dolorido.
—¡Ahhh! —gritó—. ¡Me duele! —las palabras parecían rebotar en su cabeza y se sintió repentinamente furiosa—. ¡Suélteme!
—Lori —murmuró Ben con evidente alivio—. Dios mío, ¿qué ha pasado?
—¡Mi mano! —gimió, y Ben la soltó.
—Lo siento, no me he dado cuenta. La ambulancia está a punto de llegar.
—No necesito una ambulancia.
—Tranquila.
Un mosquito particularmente irritante comenzó a zumbarle en el oído. Intentó apartarlo, pero antes de que lo hubiera conseguido, el zumbido se transformó en el ulular de una sirena. Había demasiada gente rodeándola. Sentía una substancia fría deslizarse por el escote del vestido. Un sonido metálico le taladraba los oídos.
—¿Qué demonios están haciendo? —maldijo, mientras intentaba levantarse.
—Lori —la voz de Ben Lawson la interrumpió—. Tienen que desnudarte porque el aceite puede dañarte la piel.
Lori bajó la mirada hacia la extraña vista de su vestido nuevo combinado con las botas del taller, como si estuviera echando un inocente vistazo a lo que era su vida actual. Pero su precioso vestido azul estaba lleno de grasa y rasgado. Hasta las botas estaban destrozadas.
—Muy bien, pero dame una manta, ¿quieres?
Los paramédicos le tendieron una manta y Ben se apartó para llamar por teléfono. A Lori le tomaron la tensión, le pusieron un collarín en el cuello y le entablillaron la mano. Las luces la cegaban mientras permanecía tumbada, con la mirada fija en el saliente del tejado. No eran unas luces normales. Eran naranjas.
—¿Qué es eso? —preguntó, sin dirigirse a nadie en especial.
Fue Ben el que contestó tras ella.
—Vienen del condado. Han llamado a la Agencia de Protección Ambiental para que controlen el vertido.
—¡Hijos de…! Genial, sencillamente, genial.
—¿Puedes contarme lo que ha pasado antes de que te lleven al hospital?
Lori le hizo un resumen de lo sucedido. La verdad era que tampoco había mucho que contar.
—¿Estuviste con Quinn toda la noche?
El cuello no le obedeció cuando intentó asentir.
—Sí.
Y de pronto vio a Molly, llorando y sosteniéndole la mano sana. Y supuso un alivio tan grande el ver a alguien llorar por ella que se sintió mejor, a pesar de que todavía le martilleaba la cabeza.
—Eh, Molly —musitó—, di algo divertido.
Molly sacudió la cabeza, pero obedeció en ese mismo instante.
—Lori, por favor, no camines hacia la luz —sollozó.
Hasta a la propia Lori le resultó extraño ser capaz de soltar una carcajada.
—Trato hecho. En cuanto vea a mi padre haciéndome señales, le diré que desaparezca de mi vista.
Molly asintió con un húmedo y sonoro sollozo.
—De acuerdo, muy bien —abrió su teléfono sin soltarle la mano a Lori—. Voy a llamar a Quinn.
—¡No! ¿Por qué?
—Debería estar aquí.
—No tiene por qué estar aquí. No es mi novio. Y, de todas formas, hoy va a estar fuera.
Molly se limitó a mirarla fijamente, con el teléfono amenazadoramente abierto.
—No se te ocurra llamarle —gruñó Molly.
—Se enfadará si no le llamo.
Lori decidió jugarse entonces su mejor carta.
—¡Me está doliendo la cabeza con todas esas tonterías!
No tuvo necesidad de fingir las lágrimas; ya estaban allí, esperándola.
—¡Por favor, Lori, no llores! —le suplicó Molly—. Lo siento, lo siento. No le llamaré.
Cerró inmediatamente el teléfono y lo guardó.
Mejor.
Lori quería que Quinn estuviera a su lado. Quería apoyarse en él y dejar que la cuidara. Pero después de la conversación que habían tenido aquella mañana, apoyarse en Quinn no era una opción. Un acercamiento en ese momento les llevaría a llorar, a acurrucarse el uno contra el otro y a momentos de conversaciones profundas. Un acercamiento en un momento como aquel podía llevarlos al amor. Y si aquella mañana ya pensaba que su vida era un fracaso… En fin, horas después estaba completamente hundida y envuelta en llamas. Allí no quedaba espacio para ninguna compañía.