Quinn se abrió paso hacia Lori a través de la multitud. Pretendía preguntarle por qué Jane y ella habían estado hablando con la mirada fija en una ventana a oscuras, pero la belleza de Lori le distrajo por completo cuando la vio sonreír a su secretaria.
Algunos podían considerarla poco femenina, pero él encontraba que había algo espectacularmente excitante en una mujer que escondía su feminidad tras camisetas grandes y zapatillas deportivas… o botas con puntera metálica. El vestido y los tacones formaban parte del juego erótico visual. Eran como un mensaje secreto.
Pero, a diferencia de algunas de las mujeres que había en la fiesta, Lori parecía real. No estaba posando. A pesar de que se había arreglado, no llevaba joyas, ni siquiera pendientes. Pero parecía fresca, cálida, abordable.
Y no fue él el único que lo notó. Peter Anton permanecía a solo unos metros de distancia, con los ojos fijos en la silueta de Lori.
Lori, completamente ajena a su mirada, se separó de Jane y miró a Quinn sonriente. A Quinn le dio un vuelco el corazón.
—¡Eh, Quinn! —le saludó.
—Hola, Lori Love —su sonrisa se ensanchó, como le ocurría siempre que pronunciaba su nombre—. ¿Te han presentado a Peter?
La sonrisa de Lori desapareció.
—¿Por qué? —miró hacia Peter Anton.
—Porque parece que tiene problemas para quitarte los ojos de encima. Pensaba que os habíais hecho amigos.
Lori se relajó ligeramente y recuperó la sonrisa.
—No, debe de ser el efecto gravitacional de mi atractivo.
Quinn se inclinó hacia ella, hasta que la esencia de su champú inundó todo su mundo.
—Creo que tiene buen ojo para las chicas malas.
Lori parpadeó coqueta y tomó aire. Quinn no pudo evitar fijarse en cómo se tensaba su vestido.
—Tengo que hablar con un par de personas más. Después, podemos marcharnos.
Lori asintió sin levantar la mirada. El suave sonrojo de su escote hizo que Quinn se acordara de sus pezones rosados. El corazón volvió a darle un vuelco en respuesta. Estaba tan lleno de anticipación que le dolía. ¡Qué extraña era aquella situación! Todo tan nuevo y, al mismo tiempo, tan cómodo y excitante. Los sentimientos se enredaban unos con otros, retorciéndose y expandiéndose por todo su cuerpo.
Las conversaciones que por cortesía quería mantener perdieron importancia repentinamente. Miró a su alrededor.
—Vete —lo animó Lori—. Estoy bien…
Quinn estudió los rostros que los rodeaban, evaluando el lugar que ocupaba cada uno de los allí reunidos en el mundo de la construcción de Aspen. Probablemente debería saludar al señor Whitson. El anciano caballero cruzó en aquel momento su mirada con la de Quinn, arqueó las cejas mirando a Lori y guiñó un ojo. Evidentemente, tenía claras sus prioridades: las mujeres guapas primero y después los negocios. Una lección que Quinn tendría que aprender.
—O… —se volvió hacia Lori—, podemos irnos ya.
Lori negó con la cabeza, haciendo bailar sus rizos.
—No, de verdad. Esto forma parte de tu trabajo. Nos iremos cuando hayas terminado.
Quinn abrió la boca para protestar, pero se detuvo al ver que Lori recorría con la mirada a los invitados a la fiesta. A lo mejor necesitaba tiempo para relajarse. Desde luego, parecía nerviosa.
—Muy bien.
—Ve tú. Yo estoy un poco harta de hablar de nada, así que iré a buscar otra copa. ¿Te parece bien?
—Perfecto. Pero procura mantenerte a distancia de Peter Anton. Tiene aspecto de no ser capaz de mantener las manos quietas y no me gustaría tener que darle un puñetazo.
—Trato hecho.
Quinn había cruzado ya medio salón cuando oyó que alguien pronunciaba el nombre de Lori. Era una voz muy masculina. Abandonó entonces su camino y giró sobre sus talones, solo por curiosidad.
—¡Lori Love! —repitió aquella voz de barítono.
Advirtió que el rostro de Lori palidecía antes de que comenzara a dirigirse hacia la barra. Quinn continuó mirando.
Un hombre delgado, con el pelo negro caminaba a ritmo tranquilo entre los invitados con los ojos clavados en Lori. Evidentemente, parecía alegrarse de verla, si es que aquella media sonrisa indicaba algo. ¿Pero cómo era posible que Jean Paul D’Ozeville, aquel reputado playboy, conociera a una chica de Tumble Creek?
Intrigado por aquel enigma, vio cómo Jean Paul le guiñaba el ojo a Lori. ¿De verdad le estaba guiñando el ojo? Y después abría los brazos. ¿Qué demonios?
Antes de que los brazos se hubieran cerrado sobre Lori, los pies de Quinn ya estaban en movimiento.
—¡Jean Paul! —exclamó Lori.
Parecía sorprendida, pero no demasiado impactada. Estaba empezando a sonreír cuando vio que Quinn se acercaba. Y entonces cambió su expresión.
—¡Oh! —susurró.
Pero la voz aterciopelada de Jean Paul se impuso a la suya.
—No volviste a llamarme, petite.
Quinn se quedó completamente paralizado
—Ah… —Lori miró a Quinn—. Bueno, yo…
—Deberías haber venido a Grecia —la regañó Jean Paul—. El mar era maravilloso, aunque no tan bello como lo estás tú esta noche.
—Gracias —farfulló—, pero…
Jean Paul por fin se dio cuenta de que no le estaba mirando a él y volvió la cabeza.
—¡Anda, Quinn! ¿Cómo estás, amigo mío?
Se volvió hacia él sin apartar una de las manos de la espalda de Lori, como si realmente fueran una pareja.
¿Qué era aquello? El rumor de las conversaciones zumbaba alrededor de los oídos de Quinn como el zumbido del vuelo de las moscas. Le entraban ganas de apartarlo de un manotazo.
Afortunadamente para los precarios nervios de Quinn, Lori fue separándose de Jean Paul hasta que este tuvo que apartar la mano.
—Eh… os conocéis, ¿verdad?
—Claro que sí —contestó Jean Paul alegremente—. ¡Quinn me está construyendo una casa! Es el mejor arquitecto de la cuidad, y ya sabes que yo solo me conformo con lo mejor.
—Sí.
Lori se apartó de Jean Paul para acercarse a Quinn y el sentimiento de posesión de este último cedió ligeramente, aunque no la tensión. Agarró a Lori de la mano y miró a su cliente.
—¡Ah! ¿Estáis juntos? —Jean Paul se echó a reír—. Vaya, Quinn, no pretendía enfadarte —volvió a guiñarle el ojo a Lori, el muy canalla—. No tienes ningún motivo para construirme una casa horrible. La señorita Love y yo fuimos amigos durante unas semanas, antes de que se fuera revoloteando hacia una nueva conquista. Eres un hombre afortunado.
—¡Vamos, Jean Paul, no digas tonterías! —musitó Lori.
Quinn les miraba alternativamente, cada vez más confundido. Más confundido porque aquello no tenía sentido. No tenía ningún sentido en absoluto. Lori no salía con tipos como aquel. Lo había dejado muy claro, ¿no?
Se le secó la boca antes de que se diera cuenta de que tenía la boca abierta.
Jean se mostraba tan desmesuradamente tolerante como si fuera su tío favorito.
—En ese caso, dejaré que disfrutéis de la velada. No tiene sentido que desperdicies un vestido como ese con un viejo amigo, ¿eh, Lori? Quinn, te veré la semana que viene, cuando vuelvas de tu viaje. Buenas noches, mes amis.
Tras besarle la mano a Lori como si fuera un condenado aristócrata francés, Jean Paul regresó por donde había llegado y dejó a Quinn mirando boquiabierto su espalda.
—¿Qué ha significado eso?
—Eh… bueno… —comenzó a musitar Lori.
No satisfecho con aquella respuesta, Quinn la soltó y se la quedó mirando fijamente mientras ella se cruzaba de brazos.
—Debo de estar confundido, porque después de este extraño episodio, tengo la sensación de que salías con Jean Paul D’Ozeville.
—Mmm.
—¿Perdón?
Lori se aclaró la garganta y miró a su alrededor, como si quisiera asegurarse de que nadie la estaba mirando antes de contestar:
—Sí.
—Déjame ver si lo entiendo. ¿Tú, Lori Love, salías con Jean Paul D’Ozeville, un francés millonario que es un auténtico playboy?
Lori alzó la barbilla.
—No es francés. Jean Paul es de Mónaco.
Quinn volvió a mirarla boquiabierto. ¿De verdad acababa de aclararle la nacionalidad de ese tipo?
—¿Qué?
—Es monaguense. Aunque, por supuesto, estuvo viviendo en Francia cuando participaba en el circuito de Fórmula 1 —se aclaró la garganta.
Quinn se la quedó mirando fijamente, hasta que Lori terminó dando golpecitos nerviosos con el pie contra el suelo.
—¿Qué pasa?
—¡Por Dios, Lori, ese hombre podría ser tu padre!
Lori apretó la mandíbula con un gesto de enfado.
—Tiene cincuenta años.
—¡Sí, cincuenta! Haz los cálculos.
—¡Eh, no hace falta ser tan grosero!
Permanecieron en el centro de la fiesta, fulminándose con la mirada durante por lo menos treinta segundos antes de que Quinn señalara hacia la puerta.
—¿Estás listas para marcharte?
Lori comenzó a dirigirse hacia la puerta antes de que Quinn hubiera terminado de formular la pregunta. Él la siguió, haciendo todo lo posible por no cruzar la mirada con nadie para no tener que verse obligado a esbozar una sonrisa afable. Porque la afabilidad estaba muy lejos de lo que en aquel momento sentía.
El enigma estaba resuelto. No tenía ningún sentido permanecer ni un segundo más en la fiesta. Después de que Jean Paul hubiera pronunciado su nombre completo al menos un par de veces, Lori había buscado a Peter Anton con la mirada. Le había visto a menos de tres metros de distancia, mirándola fijamente y con una sonrisa mucho menos amistosa que la que le había dirigido anteriormente.
Lori no solo había perdido la oportunidad de espiar a Anton, sino que después de aquel encuentro, la preocupaba que los planes de Quinn para el resto de la velada pudieran haber cambiado. No parecía de humor para lo que tenía planeado. O quizá sí. Porque, desde luego, parecía perfectamente capaz de darle una buena azotaina en el trasero. Cuando llegaron a la acera, Quinn se dirigió directamente hacia el coche. Lori consideró brevemente la posibilidad de no seguirle, pero al final, terminó cruzando la calle y se sentó tras el asiento de pasajeros.
—¿Por qué estás tan enfadado? —le preguntó en cuanto cerró la puerta.
—¿Por qué demonios crees que estoy enfadado? —le espetó Quinn.
Puso el coche en marcha y lo sacó de la acera sin mirarla siquiera.
—Bueno, digamos que tu actitud se parece mucho a la que adopté yo la última vez que nos encontramos con una mujer con la que te habías acostado. Así que supongo que tu enfado tiene que ver con los celos.
—No estoy celoso —musitó Quinn.
Aceleró el coche.
—¿No? Espera, ¡ya lo tengo! Te sientes moralmente ultrajado porque he disfrutado del sexo fuera del matrimonio. No, no, eso no puede ser…
Quinn frenó con fuerza y giró en una esquina de un barrio residencial. Probablemente era una mala señal que hubiera desactivado las marchas automáticas para activar las manuales. Cada vez que cambiaba de marcha, apretaba la barbilla.
—Lo que me indigna es que te hayas acostado precisamente con ese tipo.
—¿Se dedica a maltratar animales o algo parecido?
Quinn la miró por fin. Sus ojos resplandecían de enfado.
—Me cuesta creer que me soltaras toda esa charla sobre mi gusto por las mujeres sofisticadas cuando tú habías estado saliendo con un playboy que te dobla la edad.
A pesar de su enfado, advirtió Lori, Quinn aminoró la velocidad al pasar por una zona llena de adolescentes en monopatín.
—Me ha sorprendido, ¿lo entiendes? —añadió Quinn—. Creía que normalmente no salías con hombres de Aspen.
Lori le miró boquiabierta.
—¡Dios mío! ¿Estás enfadado porque pensabas que eras el primer hombre de éxito con el que había salido?
—No —se mofó Quinn.
—¿Entonces por qué?
—Yo solo… —frunció el ceño—. Es que Jean Paul… Bueno, ¡es el típico hombre rico!
El bufido burlón de Lori no hizo gran cosa por el ego de Quinn, pero fue incapaz de evitarlo.
—Cuando dices rico, te refieres a que tiene un coche caro, se está construyendo una casa maravillosa y viaja por el mundo, ¿verdad? ¡Vaya, eso me suena familiar!
—Sí, pero te has olvidado del avión particular, las tres casas, su afición a las mujeres jóvenes y toda una flota de deportivos.
—Muy bien, es un poco más rico que tú. ¿Ese es todo el problema?
Quinn giró el coche hacia el camino de entrada de una bonita manzana de casas diseñadas de manera que parecieran cabañas individuales. Con mucha tranquilidad, echó el freno y apagó el motor antes de volverse hacia ella. Entonces, la fulminó con la mirada durante largo rato, con la boca convertida en una dura línea de contenida calma.
Después, tomó aire, suspiró y se relajó durante una fracción de segundo.
—Muy bien —musitó—. Es posible que esté un poco celoso. Se me ha hecho raro estar al lado de otro hombre sabiendo que te habías acostado con él. Estaba… sorprendido.
El alivio comenzó a fluir por la sangre de Lori. Quinn había tenido un arranque de genio, pero se le había pasado. No iba a comportarse como un estúpido y su cita no había terminado.
Lori arqueó una ceja.
—¿Sabes? Es posible que comprenda tu reacción. Si no recuerdo mal, yo tuve una respuesta parecida cuando conocí a esa exnovia tuya tan ridículamente alta.
—Muy bien. Así que los dos estamos completamente locos. Perfecto.
—Sí, perfecto —se mostró de acuerdo Lori, y sonrió ligeramente—. Pero es posible que tú estés un poco más loco que yo. ¿Cómo puedes estar celoso de un hombre que tiene edad suficiente como para ser mi padre?
Quinn la miró con los ojos entrecerrados.
—Muy graciosa. Pero te has acostado con él.
—Mmm —Lori se aclaró la garganta.
—Exactamente —musitó y buscó la mano de Lori provocando casi una descarga eléctrica—. Lo siento. ¿Aceptas mis disculpas aunque todavía estoy un poco enfadado?
—Supongo que, teniendo en cuenta que seguramente esta es tu casa, es lo mejor que puedo hacer.
Quinn por fin sonrió.
—¿Puedo invitarte a pasar?
—No estoy segura. ¿Has comprado vino de Málaga?
Quinn le dirigió una sonrisa traviesa.
—Sí.
—En ese caso, adelante, señor Jennings.
Quinn salió del coche y lo rodeó para abrirle la puerta antes de que Lori hubiera tenido tiempo de parpadear. Lori le tomó la mano y le siguió al interior de la casa. Era preciosa, por supuesto. Con superficies de madera y con un diseño asombroso. Lori deslizó la mirada por la barandilla de la escalera que, al igual que los marcos de las ventanas y las puertas, era de una madera pulida de tal manera que resplandecía. Las paredes estaban pintadas de un color verde salvia que hacía resaltar el cuero marrón del mobiliario.
—¡Guau! Menuda casa.
—Gracias. El mérito es de mi asistenta. Ella es la que consigue mantener actualizado esta imagen tan rústica. Soy consciente de cuando una casa de estilo rústico está cubierta de polvo, acaba recordando inevitablemente a un viejo corral.
—¿Y qué ocurre cuando añades papel pintado a las paredes de un viejo corral?
—¡Ahh…! ¿Que se convierte en un estilo retro de una sofisticada dejadez?
—Sí, eso de dejadez suena bien.
Quinn desapareció en la cocina, así que Lori se acercó hasta una fotografía en blanco y negro que inmediatamente reconoció como una de las obras de Ben. Lori consideraba que era suficientemente bueno como para dedicarse a la fotografía de manera profesional y aquella foto así lo demostraba. En ella aparecía la silueta negra de unos pinos altos como torres recortada contra un cielo cubierto de nubes blancas. Casi podía verse el movimiento de las nubes.
—He intentado convencerle de que venda sus fotografías —comentó Quinn tras ella. Alargó el brazo para tenderle una copa de vino—. Bastaría con que les pusiera un precio exorbitante a unas cuantas para que la mitad de mis clientes quisieran decorar las casas con fotografías de Ben.
—Molly dice que le gusta conservar esa parte de su vida en la intimidad.
—Bueno, teniendo en cuenta que su vida sexual está tan vinculada a la carrera profesional de mi hermana, supongo que quiere mantener algo fuera del dominio público —la agarró del codo—. Ven, te enseñaré las vistas.
La terraza era pequeña. En ella apenas había espacio suficiente para una mesita de café y un par de sillas, pero la vista la dejó boquiabierta. Las montañas se elevaban a través del velo verde de los álamos. En la cara norte de alguno de los picos más altos de las montañas todavía se conservaba la nieve que la puesta de sol teñía de un resplandor rosado.
—¡Cuánta paz!
Lori bebió el primer sorbo de vino y cerró los ojos para disfrutar aquella fría dulzura mientras inhalaba el verdor de los árboles. Sintió el calor del cuerpo de Quinn acercándose al suyo y, de pronto, el roce de sus labios en el hombro. Sin abrir los ojos, suspiró.
—Espero no haber echado a perder la velada —susurró Quinn contra su piel.
Lori negó con la cabeza y bebió un largo sorbo de vino. Quinn deslizó la barbilla por su hombro desnudo y rozó la barbilla de Lori con la barba que apenas se insinuaba en su mandíbula. Aquella aspereza le hizo recordar a Lori los planes que Quinn tenía para la noche.
Al tomar aire, sintió un ligero dolor en los pulmones.
Sí, Quinn le había dicho que sería rudo con ella.
—Eres tan hermosa —musitó Quinn con la boca contra su piel. Posó las manos en sus antebrazos, como si quisiera tenerla atrapada contra la barandilla de madera—. Tan hermosa…
Lori no quería romper el hechizo, el repentino peligro que parecía vibrar en el aire, así que no se molestó en protestar, en recordarle que ella no era preciosa. Dejaría que también él disfrutara de su fantasía. Quería mostrarse delicada e indefensa y él la quería femenina y hermosa. Perfecto.
Y entonces, Quinn presionó el cuerpo contra ella, excitado y rebosante de deseo.
Lori notó la presión de la barandilla en el vientre y las manos de Quinn presionando sus brazos. La fantasía floreció, ahogando en ella la realidad. Lori se mostraba indefensión ante su fuerza y le bastaba el tacto de la boca de Quinn sobre su piel para sentirse hermosa.
Apoyó la copa en la barandilla e inclinó la cabeza hacia un lado. Los labios, la lengua y los dientes de Quinn abandonaron el cuello de Lori para deslizarse por su hombro, succionando y mordisqueando a lo largo de aquel corto camino. Lori no se presionaba contra su erección, se limitaba a permanecer quieta, dejando que fuera él el que tomara lo que quería. Al final, Quinn presionó las caderas con firmeza contra su espalda y le beso el cuello. Lori tuvo que entreabrir los labios para respirar.
Cuando Quinn bajó las manos, Lori apenas lo notó, pero, definitivamente, fue imposible no darse cuenta del momento en el que le colocó las manos en la espalda y le agarró con una mano las muñecas. ¡Oh, Dios! Fue tal la virulencia del deseo durante tantas horas reprimido que, por unos instantes, el cerebro de Lori se quedó completamente en blanco. Tenía la vaga sensación de haber gemido, pero no podía estar segura. Su mente estaba demasiado ocupada regocijándose por el hecho de que por fin alguien estuviera haciendo algo que jamás se había atrevido a pedir.
Sintió la otra mano de Quinn entre los hombros antes de distinguir el sonido inconfundible de una cremallera al bajarse. La parte superior de su vestido se aflojó ligeramente, pero entonces, Quinn se detuvo.
La luz del sol comenzaba a desaparecer. Los álamos dejaban el balcón en sombra, protegiéndolo de miradas y dejándolo más oscuro que el resto del mundo. ¿La desnudaría en la terraza? ¿Harían el amor contra la barandilla? Lori elevó los ojos al cielo, intentando decidir si alguien podría verlos. A Quinn no parecía importarle. En aquel momento, estaba posando las manos sobre su pecho y deslizándolas por el escote del vestido.
—Esta noche has sido muy mala conmigo —susurró mientras le acariciaba el seno con delicadeza.
Lori se mordió el labio y negó con la cabeza.
—Claro que sí. Has presumido de un antiguo amante delante de mí.
Así que estaba dispuesto a participar en su juego, a entregarse por completo a su fantasía, y no solo a través de sus caricias. Lori apretó con fuerza los mulsos ante el puro placer que la situación le provocaba.
—Lo siento —musitó.
—No te creo —contestó Quinn mientras le presionaba ligeramente el pezón con el pulgar y con el índice.
—Pues es verdad.
Quinn continuó provocándola durante algunos segundos con su delicada caricia.
—No creo que tu disculpa sea… sincera.
Mientras susurraba la última palabra, le pellizcó el pezón con cierta rudeza.
Jadeante, Lori se arqueó, alejándose de él, y Quinn le sujetó la muñeca con fuerza. En realidad, no le hizo daño. Y la sorpresa de aquella presión repentina e inexorable venció definitivamente su timidez. Pero Quinn no podía saberlo. Continuó acariciándole el pezón con el pulgar.
—Necesitas una palabra de seguridad. Porque así… —le mordisqueó el lóbulo de la oreja, incrementando la presión hasta hacerla gemir—, podrás decirme que no tantas veces como quieras y yo no tendré necesidad de parar.
¡Ohh! Lori ya no aguantaba más. Notaba una intensa presión en el clítoris. Estaba a punto de estallar. Pensó en gemir: «No, Quinn, por favor, no…». Pero la intensidad de su propia reacción ante aquel pensamiento la asustó.
«No puedo», quiso decir, pero, curiosamente, la palabra que salió de su boca fue:
—Anochecer. Mi palabra de seguridad es «anochecer».
Quinn le apretaba el seno con los dedos, pero su voz era tan suave como el satén.
—Excelente. Ahora, volvamos de nuevo a tu disculpa.
Aquello le resultaba muy violento. No podía hacerlo. No debía hacerlo. Estaba tan sonrojada que le dolía.
Quinn volvió a apretarle el pezón y Lori cedió.
—¡Lo siento! —gritó.
Quinn asintió y frotó la mejilla contra su pelo.
—A lo mejor. Pero no estoy seguro de creerte. ¿Crees que podrás convencerme?
—Sí.
¡Sí, claro que sí! Estaba segura de que podría.
Quinn sacó la mano del escote del vestido y retrocedió, aunque sin soltarle la muñeca. La seda se tensó alrededor de las costillas de Lori mientras él le subía la cremallera. La condujo después hacia una puerta situada a la derecha de aquella por la que habían accedido a la terraza. Quinn pasó por delante de Lori y la abrió, mostrándole una enorme cama. Su cama.
La vacilación de Lori fue sincera, aunque solo estuvo provocada por la sorpresa. Quinn la empujó, cerró la puerta con el pie y se hundió con ella en la oscuridad de la noche.
Genial. Podría hacerlo con él a oscuras, fingir que el que tenía delante no era un rostro que continuaría viendo con frecuencia durante los años que tenía por delante. Podría ponerse de rodillas ante él, suplicarle que no le hiciera daño, hacer todo lo que le pidiera…
Un pequeño clic y la habitación se llenó de luz. Lori esbozó una mueca, el corazón le dio un vuelco. Afortunadamente, la intensidad de la luz fue disminuyendo hasta convertirse en un suave resplandor antes de que Quinn apartara la mano del interruptor. No estaban a oscuras, pero la luz tenía una cualidad casi onírica.
Aun así, el primer resplandor la había alejado momentáneamente del deseo, la había hecho sacar la cabeza del agua durante un breve e infeliz instante.
—Quinn, no yo… ¿Estás seguro de que quieres hacer esto? Porque yo no quiero que lo hagas si no…
—Shh —no era una orden.
En absoluto, era una caricia. La caricia amable de una palabra. Era una forma de tranquilizarla.
—Llevo todo el día deseándolo, así que ahora, silencio.
Lori intentó tragarse su mortificación.
—De acuerdo.
Al parecer, mientras ella se había dedicado a preocuparse, Quinn había aprovechado para sacar una corbata, porque la hizo volverse y unir las muñecas para atárselas. La seda era demasiado fina como para hacerle daño, pero era evidente que no estaba dispuesto a dejarla escapar. Enrolló los dos cabos varias veces para proporcionarle una amortiguación e hizo un nudo antes de repetir la operación. Lori no podía moverse. Intentó separar los brazos, pero lo único que consiguió fue excitarse un poco más en el proceso. Quinn observó su intento y sonrió.
—Date la vuelta —le ordenó.
Lori se volvió con un movimiento entre vacilante y nervioso. Apoyó los pies en la alfombra y estuvo a punto de caerse justo antes de que Quinn posara las manos en sus hombros para darle estabilidad. Comenzó a decir «gracias», pero la segunda sílaba se quedó trabada en su lengua cuando Quinn le rodeó la cabeza con otra corbata para taparle los ojos.
El mundo pareció apagarse, pero estaba sola en su oscuridad. Quinn podía verlo todo. La sangre corría por sus venas, abriendo todas sus terminales nerviosas al movimiento del aire que provocaba Quinn cada vez que se movía.
—¿Estás bien? —le susurró.
¿Estaba bien? Se sentía terriblemente vulnerable. Pero había sido ella la que había elegido aquel juego. En el espacio desnudo de un segundo, en el instante en el que Quinn ataba con un nudo la corbata, Lori tomó una decisión. Si iba a hacerlo, iba a hacerlo bien.
Así que le ofreció la respuesta correcta:
—No.
Las manos de Quinn, que acababan de abandonar el nudo, se quedaron paralizadas. Quinn se detuvo un momento, pero Lori notó que casi al instante, comenzaba a moverlas, intentando deshacer el nudo que acababa de atar.
—Ya me he disculpado —continuó diciendo Lori—. Por favor, no me hagas esto.
En aquella ocasión, Quinn apartó las manos definitivamente. Lori le sintió apartarse, alejarse de ella y sintió frío en los hombros al estar sin él. No oía nada, ni siquiera la respiración de Quinn. Y tampoco oía la suya, porque no estaba respirando.
Al final, Quinn dejó escapar un sonoro suspiro.
Un tirón en el vestido, el roce de una mano y la cremallera bajada.
En aquel momento, Lori se acordó de respirar y la expansión de sus costillas ayudó a que se abriera el vestido. Se deslizó por sus hombros. Lori ya no llevaba nada encima, salvo las bragas, los tacones y las dos corbatas de seda.
Quinn agradeció al cielo que Lori no pudiera verle la cara, porque no creía que hubiera nada ni remotamente parecido a un férreo control en su expresión. Probablemente parecía un adolescente delante de la primera mujer que veía desnuda, porque era así como se sentía.
De alguna manera, al atarle las manos y taparle los ojos, la había dejado más expuesta, más desnuda que cualquiera de las mujeres con las que había estado. Y eso que todavía conservaba las bragas. Unas bragas de satén azul y diseño discreto que le resultaron mucho más excitantes de lo que le habrían parecido un liguero o un tanga. Lori no parecía haberse vestido para el sexo. Parecía como si la situación la hubiera pillado desprevenida.
Quinn se volvió y la ayudó a sentarse en la cama para quitarle los zapatos. Vio los labios de Lori entreabiertos y sus pezones endurecidos. La seda de la corbata resplandecía contra su piel pálida.
Deslizó las manos sobre las rodillas de Lori y le abrió las piernas para poder arrodillarse entre sus muslos.
—Esta noche eres mía, Lori.
Sorprendentemente, aquellas palabras salieron sinceramente de sus labios. Había estado celoso. Todavía lo estaba. ¿Tanto le había molestado saber que aquel viejo bastardo había estado entre las piernas de Lori? Quinn necesitaba llevarla muy lejos para hacerla olvidar que habían existido otros hombres en su vida. La fuerza de sus sentimientos no estaba en condiciones de soportar examen alguno. No, en aquel momento, no.
—Eres mía —repitió, explorando lentamente las curvas de la parte superior de sus muslos.
—Sí.
Quinn nunca había tenido interés en las prácticas de dominación, y ni siquiera estaba seguro de que le interesaran en aquel momento. Lo que le excitaba era Lori. Su respuesta. Saber que podía hacer aquello por ella. Excitarla como nadie la había excitado jamás. Era eso lo que hacía latir su miembro. Eso y la idea de que lo que estaba haciendo formaba parte de las fantasías de Lori. Definitivamente, era un juego en el que estaba más que dispuesto a participar.
Confiando en que Lori le detuviera en cuanto pensara que estaba yendo demasiado lejos, deslizó la mano por su cadera y ascendió por su espalda. Hundió la mano entre sus rizos, la cerró y le echó la cabeza hacia atrás. Lori arqueó la espalda, exponiendo sus senos. Y Quinn aprovechó rápidamente aquella postura.
El pezón rosado de Lori era como un duro guijarro contra su lengua y cuando Quinn lo succionó, incluso aumentó su dureza. Posó los dientes delicadamente sobre aquella dura carne, arañándola. El suave gemido de Lori inundó la habitación y fue haciéndose más fuerte a medida que Quinn iba aumentando la presión. Después de lamerlo para aliviar el dolor, repitió la operación con el otro seno.
—¡Oh, Dios mío! —jadeó Lori—. ¡Oh, Dios!
Apenas habían empezado y ya estaba falta de respiración y a punto de perder el control. Con cada mordisco, los gemidos se hacían más intensos.
—¡Por favor! —le suplicó—. ¡Por favor, no!
El miembro de Quinn se henchía hasta adquirir una dureza casi insoportable. Seguramente, Quinn nunca había estado tan excitado.
—¿«Por favor no» qué?
Lori apretó los labios bajo aquella presión. No contestó.
—¿Quieres que me detenga?
Quinn acarició el pezón perezosamente con la lengua y después succionó con fuerza hasta hacerla jadear.
—¿No? Dime cuánto te gusta —le ordenó.
—No.
—Su tarea, señorita Love, consiste en demostrarme lo arrepentida que estás —deslizó la lengua por la curva de su seno y ascendió hasta su cuello—. Pero no está haciendo muy buen trabajo —le mordisqueó el cuello.
—¡Lo siento! —gritó Lori.
—Demuéstramelo.
Agarrándola con fuerza, posó por fin los labios sobre los suyos y le dio un duro y apasionado beso. Lori respondió como si quisiera devorarle. Cuando Quinn se alejó, intentó seguirle, pero él le echó la cabeza hacia atrás.
—Convénceme de que estás arrepentida —casi gruñó.
Lori asintió, sujeta todavía por su mano. Quinn la soltó y se levantó. Aquello no debería gustarle tanto. Definitivamente, las manos no deberían temblarle con aquel furioso y desesperado deseo mientras se desabrochaba el cinturón. Pero cuando la hebilla se abrió con un tenue chasquido metálico, Lori se humedeció los labios. ¡Se humedeció los labios como si ya estuviera saboreándolo! Y Quinn renunció incluso a la idea de reprimirse. Una vez más, había hecho suya la fantasía de Lori.
Cuando se bajó la cremallera, a Lori se le aceleró la respiración.
Quinn no iba a aguantar mucho más. Diablos, probablemente podría alcanzar el orgasmo en ese mismo segundo. Y no tendría ninguna oportunidad de saciar las necesidades de Lori si pasaba la siguiente hora obsesionado con aguantar. De modo que se requería una rendición estratégica.
Sonriendo, colocó su mano derecha en la base de su miembro y deslizó la izquierda sobre el cuello de Lori.
—Convénceme de que estás arrepentida —gimió.
Y Lori lo tomó con su boca.
Vibrando de excitación, Lori permanecía tumbada en la cama, atada, con los ojos vendados y completamente inmersa en aquel juego. El sabor de Quinn permanecía en su lengua. Le había oído subirse la cremallera del pantalón justo antes de abandonar el dormitorio. ¿Qué querría decir eso?
Aguzando el oído, intentaba oír algo por encima del rugido de la sangre.
Quinn la había utilizado. Le había metido el miembro en la boca hasta que había terminado explotando. Y Lori había adorado cada segundo. Se retorcía, sentía palpitar su propio cuerpo, y con cada una de las embestidas de Quinn, había estado a punto de alcanzar el orgasmo. Había tragado cada gota y le había lamido hasta que, al final, Quinn se había alejado de ella temblando.
¿Dónde estaba? ¿Pensaría volver? Lori tenía una vaga noción de que la soledad y el abandono formaban parte de aquellas prácticas, pero aquel aspecto del sadomasoquismo no le resultaba en absoluto divertido. Ella no quería ser una esclava. Solo quería sentirse dominada durante una noche. Bueno, a lo mejor dos. O, como mucho, una vez a la semana.
Porque estaba disfrutando tanto como temía.
—Vamos —la voz de Quinn la sobresaltó—. Siéntate bien.
Lori se irguió en la silla y Quinn presionó algo frío y suave entre sus manos. Era una copa de vino. Lori se la llevó a los labios y bebió un sorbo. No para borrar el sabor de Quinn en su boca, sino para darse valor.
El frío líquido llevó más calor a sus venas. Quinn le apartó la copa.
—¿Has terminado? —preguntó Lori, sin pretenderlo.
—¿Que si he terminado?
Lori tragó saliva. A pesar de que acababa de beberse una copa de vino, tenía la boca seca.
—¿Ya has terminado de hacerlo conmigo?
El sonido cristalino de la copa de Quinn sobre la mesa sonó suficientemente fuerte como para provocar un eco.
—Contigo todavía no he empezado.
—Lo sé, pero…
—Y me parece ofensivo que no lo hayas notado. Levántate.
En cuanto se levantó con las rodillas temblorosas, Quinn le bajó inmediatamente las bragas. Todos los temores sobre la posibilidad de que hubiera perdido el interés por ella se desvanecieron en cuanto Quinn deslizó la mano bruscamente por su sexo. Aunque el movimiento fue brusco, la sensación que generó no lo fue en absoluto. Lori estaba suficientemente húmeda como para que cualquier fricción se convirtiera en un suave desliz. Un gemido vibró en su garganta.
—Supongo que todavía no has conseguido lo que querías.
Lori negó con la cabeza, tratándole como si realmente fuera un sádico violento, pero Quinn se echó a reír.
—Túmbate —le ordenó.
Lori obedeció. Cuando Quinn la agarró por las muñecas y le colocó las manos por encima de la cabeza, Lori intentó reprimir una sonrisa. Pero no lo consiguió. Llevaba mucho tiempo esperando aquel momento y en el instante en el que Quinn hizo otro nudo y la aseguró al cabecero de la cama, no pudo evitar una sonrisa que era al mismo tiempo de placer y de nervios.
Quinn la besó. Fue un beso amistoso en aquellos labios sonrientes.
—Para —le susurró—, estás echando a perder el efecto.
—Lo siento.
Pero la risa desapareció en el instante en el que Quinn se levantó. El colchón se hundió un instante y recuperó su forma en cuanto Quinn lo abandonó. Lori estaba tumbada en la cama, completamente desnuda, con los ojos vendados y las manos atadas por encima de su cabeza.
Un rápido tirón le confirmó que no podía moverse.
¿Estaría mirándola Quinn? ¿Se habría desnudado ya? Ni siquiera sabía si estaba en el dormitorio.
En aquel momento fue plenamente consciente de su vulnerabilidad y las ganas de sonreír desaparecieron. Comenzó a removerse inquieta en la cama.
—Abre las piernas.
La voz llegaba desde los pies de la cama. Apretó los muslos con fuerza.
—Lori, abre las piernas, quiero verte.
El ruido de la hebilla del cinturón contestó a una de sus preguntas. Quinn estaba desnudándose, y aunque el deseo se había aplacado hasta convertirse en un agradable borboteo, aquel sonido casi inaudible lo hizo resurgir con todas sus fuerzas.
—No —contestó.
Un suave susurro le advirtió de la cercanía de Quinn un segundo antes de que posara la mano sobre su muslo. Lori intentó apartarse, intentó girar en la cama, y la adrenalina explotó por todo su torrente sanguíneo. Sus terminales nerviosas, que creía ya en plena tensión, adquirieron un nuevo nivel de conciencia.
Quinn la agarró con fuerza, hundió los dedos en su cadera e hizo saltar chispas de placer a lo largo de todo su cuerpo. De pronto, Lori sintió su pecho desnudo y caliente contra la espalda y su muslo presionándole las piernas para que se mantuvieran unidas.
—¿Dónde crees que vas, cariño? Estás atada a mi cama.
Sí, estaba atada a su cama. ¡Oh, Dios, estaba atada a su cama! Tenía las manos atadas por encima de la cabeza y sentía el brazo fuerte de Quinn alrededor de su cintura, estrechándola contra él. Ya estaba excitado, podía notar la larga y firme presión de su sexo sobre su trasero y cerraba la mano sobre su vientre, rozando apenas los rizos oscuros de entre sus piernas.
—Puedo hacer todo lo que quiera —le susurró al oído—. Todo. Y no podrás detenerme. Así que abre las piernas.
Lori intentó apartarse, pero no consiguió moverse un milímetro. Quinn hundió la mano entre sus piernas y encontró la humedad que él mismo había provocado. Cuando le acarició el clítoris, Lori gritó.
—Estás empapada. Por mucho que digas que esto no te gusta, te encanta. Admítelo, Lori. Suplícame.
—¡No! ¡No! —sus propias palabras la hacían estremecerse—. Por favor, no…
Las caricias de Quinn se hicieron más bruscas. Lori estaba a punto de… Y justo en ese momento, Quinn la soltó.
—¿Quieres que me detenga?
Apartó las manos de su vientre, se alejó de su sexo, y Lori estuvo a punto de gemir de tristeza. Entonces posó la mano sobre su seno y le acarició el pezón mientras frotaba su sexo contra su trasero. Lori se arqueó contra él en una súplica silenciosa.
—Quieres que te penetre, ¿verdad? —gruñó.
Su voz era como el rugido de un animal en su oreja, y Lori le deseaba tanto que comenzaba a olvidarse de aquella representación. Su cuerpo se rebelaba. Le deseaba y no dejaría que la palabra «no» saliera de sus labios. Pero no podía decir «sí,», no podía.
Quinn dio media vuelta en la cama, dejándola a sola. El aire frío acarició su espalda.
«Por favor», movió los labios contra las sábanas. El suave sonido del papel le hizo aguzar el oído. Alzó la cabeza, intentando localizarle. ¿Sería el envoltorio de un preservativo? ¿Por fin iba a hundirse en ella? Tiró de sus manos y sintió la presión de las ataduras.
La sensación le encantó.
Quinn le abrió las piernas sin que ella pudiera hacer nada para impedirlo y se colocó entre ellas mientras Lori se arqueaba y alzaba las caderas.
Intentó resistirse, pero Quinn era demasiado fuerte para ella. La agarró por el trasero, manteniéndola levantada sobre el colchón y salió a su encuentro. De pronto, su miembro estuvo dentro de ella en una impactante invasión. Se enterró en ella con una embestida brutal suavizada por la humedad que él mismo había causado. Lori gritó.
Quinn se sobresalto al oírla y se detuvo, como si estuviera esperando a que pronunciara la palabra de seguridad.
Pero Lori continuó gimiendo y retorciéndose.
—Dios mío, eres maravillosa —dijo entonces Quinn—. Podría estar haciendo esto eternamente.
¿Aquello era una amenaza? ¿O se trataba de algo más profundo? ¿Algo que no tenía nada que ver con aquel juego? Pero Lori no quería pensar en aquel momento. Lo único que deseaba era sentir su cuerpo llenándola completamente, quería disfrutar del olor de su piel y del peso de sus caderas presionándola.
La embestida de Quinn arrancó un grito profundo de su garganta, al que Quinn contestó con un gruñido.
—Dime que te gusta.
—No —gimió Lori—. No te lo diré.
Quinn buscó su boca y la frotó con la lengua con una presión brutal mientras volvía a hundirse en ella. La agarró del pelo y le hizo echar la cabeza hacia atrás.
Deslizó entonces la boca por su mandíbula, arañándole la piel con los dientes. Lori dejó que el impacto de aquel dolor penetrara en su carne como la luz del sol.
El sudor empapaba su piel, haciendo que Quinn se deslizara contra sus muslos cuando volvió a hundirse en su interior.
—¡Dímelo! —le ordenó.
Lori tiró de las corbatas y apretó los dientes, resistiéndose a la presión que la sometía. Sus muñecas, su pelo, sus hombros… Y, por supuesto, la presión del sexo, que Quinn colmaba con cada una de sus brutales embestidas.
En aquel momento, Quinn podía ser cualquiera. Podía ser un hombre al que acababa de conocer en el bar de un hotel y al que había invitado a subir a su habitación. Podía ser un desconocido sin rostro que estaba utilizándola, obligándola a someterse a todos sus deseos.
Pero era mucho mejor saber que estaba con Quinn.
Justo en ese momento, Quinn la besó en el cuello con ternura, posando los labios justo debajo de su oreja.
—Dímelo. Dime lo que quieres —susurró con la ternura de un amante.
Pero continuaba agarrándola del pelo con firmeza y echándole la cabeza hacia atrás.
—Fóllame —susurró por fin Lori—. Por favor. Quiero que me folles.
Quinn retrocedió y deslizó el brazo por detrás de sus rodillas para hacerla abrir las piernas. Entonces le ofreció lo que Lori le pedía, aumentando el ritmo y la velocidad de sus embestidas. Sus caderas impactaban con tanta fuerza contra las de Lori que la empujaba hacia el cabecero de la cama. Lori se arqueaba contra él, intentando que se hundiera cada vez más en ella.
—Dilo —repitió Quinn.
Para entonces, Lori apenas le oía. Su mente estaba anticipando el orgasmo que lentamente bañaba su cuerpo, era como una marea, como una ola que se elevaba antes de romper contra la orilla.
—Esto es lo que quieres, maldita sea. ¡Suplícamelo!
Y Lori obedeció. Suplicó que la hiciera suya con toda su dureza. Y utilizó para ello palabras vulgares, cargadas de desesperación, que elevaron la ola del clímax hasta nuevas alturas, hasta que al final, Lori explotó, gritando y retorciéndose contra las ataduras. Su voz fue quebrándose hasta que enmudeció poco antes de que cesara el orgasmo. Quinn continuó moviéndose hasta que al final se derramó dentro de ella con un grito gutural.
El tiempo pasaba. Los minutos corrían y el sudor comenzaba a enfriarse en su rostro. Lori sentía la respiración de Quinn sobre su hombro, el sonido de un hombre que acababa de volcar en ella su corazón y su alma. Por primera vez desde que la noche había comenzado, deseó que le desatara las muñecas para poder abrazarle y estrecharle hasta lo imposible contra ella. Quería abrir los ojos y ver su rostro, necesitaba ver qué sentimientos expresaba.
Debió de moverse, porque Quinn levantó el hombro varios centímetros con un movimiento lento.
—Ya está —musitó.
Le quitó la venda de los ojos, pero Lori continuó con los ojos cerrados, intentando acostumbrarse a la escasa luz que se filtraba a través de sus párpados. Quinn se sentó en la cama y se concentró en aflojar el nudo de la corbata que sujetaba sus muñecas para liberarla. Lori movió los brazos, abrazó a Quinn por la espalda y apoyó su rostro contra su hombro.
Quinn susurró su nombre y se tumbó a su lado para poder abrazarla también él.
—Lori —volvió a decir—. Ha sido increíble.
—Sí —se mostró de acuerdo ella.
Quería disculparse, necesitaba asegurarse de que a Quinn le había gustado tanto como a ella. Pero temía que la contestación de Quinn fuera negativa. ¿Y qué haría en ese caso? Tendría que agarrar la ropa y salir volando por la puerta, y la verdad era que en aquel momento no era capaz de moverse.
Quinn le dio un beso en la cabeza.
—No te he hecho daño.
Debería haber sido una pregunta, pero a lo mejor estaba pensando lo mismo que ella. A lo mejor no se atrevía a preguntar por miedo a que le matara la respuesta.
Lori tomó aire, se apartó de él, alzó la cabeza y le miró a los ojos, que encontró rebosantes de preocupación.
—Quinn Jennings —le dijo con la voz ligeramente temblorosa—, esto ha sido lo mejor que he hecho en mi vida.
Quinn la miró con los ojos abiertos como platos. Lori advirtió, no sin cierto resentimiento, que tenía las pestañas mucho más largas que las suyas.
—¿En tu vida? —repitió Quinn.
—En mi vida. Supera con mucho la vez que me monté en la montaña rusa más alta de East Coast.
Quinn continuaba abriendo los ojos de par en par.
—¿Esa ha sido la mejor experiencia de tu vida?
—Tenía miedo a las alturas, de modo que sí, me sentía muy orgullosa.
—¿Y ahora estás orgullosa de que acabemos de hacer una locura?
—Sí —contestó, antes de que la cobardía la superara.
Se miraron en silencio durante cinco o seis segundos, durante los cuales, Lori iba sintiendo cómo se le hundía cada vez más el estómago. Hasta que al final… Quinn sonrió.
—Sí, yo también estoy muy orgulloso de mí mismo. Ha sido como tener relaciones a lo Ninja.
A Lori le había parecido maravilloso el orgasmo, pero la risa fue incluso mejor. Terminaron los dos secándose las lágrimas y durante cerca de quince minutos, antes de que la venciera el sueño, Lori estuvo riendo cada pocos segundos.
Aquella noche soñó con máscaras ninjas rondando por la habitación. Curiosamente, a pesar de que eran máscaras espeluznantes y del resplandor de los ojos que tras ellas asomaba, todas parecían bastante amistosas.