Capítulo 11

Aquello estaba mal, muy, pero que muy mal. Y estaba disfrutando cada segundo.

Las ataduras se tensaban alrededor de sus muñecas cada vez que tiraba de ellas o se retorcía contra las cuerdas que la sujetaban al cabecero de la cama. También tenía los tobillos atados, aunque no juntos. No, cada uno de ellos estaba atado a un poste de la cama, dejando su sexo expuesto y abierto. Caroline clavó los talones en el colchón y alzó las caderas, ofreciéndole a su amante una mejor vista de su sexo. Los ojos oscuros de su amante resplandecían tras la máscara negra que ocultaba la mayor parte de su rostro.

Caroline nunca había visto su rostro, no tenía la menor idea de quién era, y su anonimato hacía más dulce su perversión. El nerviosismo hacía fluir la sangre contra el clítoris palpitante. Caroline gimió.

Quinn también estuvo a punto de gemir, pensando en el cuento que había leído tres veces la noche anterior. Miró de reojo las piernas de Lori, en aquel momento sobre el asiento de cuero del coche. ¿De verdad quería Lori que le abriera las piernas y se las atara a los postes de la cama? ¿Quería que tuviera un control completo sobre su cuerpo?

Era evidente que el libro que le había robado del dormitorio había sido leído en más de una ocasión. Pero se había abierto precisamente en aquel cuento, el lomo había cedido de forma casi natural.

Se removió incómodo en el asiento. Lori le miró y sonrió.

—¿No vas a contarme en qué has estado trabajando hoy?

Quinn esbozó una mueca.

—¿Te he dicho ya lo mucho que siento haber llegado tarde?

—Sí, y creo que ya te he dicho que me lo esperaba, así que no te preocupes. De hecho, pensaba esperar otros diez minutos antes de llamarte, de modo que has superado mis expectativas.

—Lo siento. La verdad es que me he dado cuenta de que iba a salir demasiado temprano, así que me he sentado a revisar unos planos y… Bueno.

—No importa —se echó a reír—. Quinn, ya eras así en el instituto. No voy a tomármelo como algo personal.

—No quiero que pienses que no estaba pensando en ti o…

Lori posó la mano en su muslo y consiguió por fin que se callara. Quinn dejó entonces de preocuparse por su tardanza y comenzó a preguntarse si iba a empezar a subir la mano. Al fin y al cabo, él era un hombre incapaz de pensar en más de una cosa a la vez y se había olvidado por completo de la arquitectura en el instante en el que Lori le había abierto la puerta y le había sonreído. En aquel momento, el sexo con Lori era lo único que le importaba.

Su vestido azul era más bonito incluso de lo que recordaba, probablemente porque a esas alturas ya sabía que podría bajarle después la cremallera y dejarlo caer exponiendo su pálida piel. ¿Habría ido sin ropa interior? ¿O llevaría solo unas bragas blancas diminutas, como la primera vez que se habían acostado? Si así era, pensó Quinn, a lo mejor no era mala idea lo de atarla antes de quitárselas, dejándola que pareciera una jovencita dulce e inocente mientras él la obligaba a tumbarse en la cama.

¡No! Tenía que dejar de pensar en eso. El estado de su erección comenzaba a resultarle molesto. Los pequeños círculos que Lori dibujaba contra su muslo tampoco ayudaban. Advirtió alarmado que comenzaba a subir la mano.

—Lori…

—Vaya, vaya —ronroneó mientras acariciaba su erección—. Mira lo que tenemos aquí.

—No me animes —gruñó Quinn.

Lori se echó a reír. Quinn sintió aquella risa ronca como una caricia de seda contra su piel.

—Oh, pero es divertido. ¿En qué estabas pensando? —dibujó la silueta de su erección.

Quinn desvió el coche hacia un aparcamiento, pensando amargamente en el garaje subterráneo que había en el otro extremo de la ciudad. Si hubiera podido llevar el coche hasta allí, le habría mostrado encantado en qué estaba pensando, y las probabilidades de terminar arrestado por ello habrían sido mínimas.

Después de aparcar, Quinn se volvió hacia la mujer que le estaba torturando.

—Estaba pensando que después de la fiesta voy a llevarte a mi casa. Tengo un cajón lleno de corbatas y tengo entendido que son bastante efectivas para mantener bajo control a las chicas malas.

Lori parpadeó y se llevó la mano al pecho.

—¿Qué?

—He pensado que podría utilizar una de ellas para atarte las muñecas y, a lo mejor otra para taparte los ojos. Y con las demás…

Lori palideció, pero la sangre no tardó en condensarse en dos rotundos coloretes en sus mejillas.

—Ya lo averiguarás… —Quinn sonrió al ver la sorpresa que reflejaba su rostro—. Y ahora, ¿estás lista para mantener una pequeña conversación conmigo?

Pretendía llevarla a su casa después de la reunión y sorprenderla con una sesión de bondage, pero comenzaba a estar ansioso porque llegara aquel momento. Así que, si él iba a sufrir la tortura de estar pensando en ello toda la noche, quería que también Lori pensara en lo que les esperaba. Quería que se excitara mientras bebía champán y saludaba educadamente al resto de invitados. La quería anhelante y ansiosa. Nerviosa. Un poco asustada. Y húmeda.

En aquel momento, Lori tenía la mirada fija en el parabrisas. Su expresión era ausente. Cuando Quinn le acarició el brazo con el dedo, se sobresaltó.

—¿Estás lista?

Lori se humedeció los labios. Le miró y volvió a desviar la mirada.

Quinn renovó entonces la confianza en sí mismo. Sintió tensarse los nervios en la parte más profunda de su cuerpo. Hasta entonces no estaba seguro, tenía miedo de traspasar aquella línea, pero por fin lo sabía. Lori lo deseaba tanto que le daba miedo admitirlo. Temía expresarlo de manera explícita. Así que Quinn no la presionaría, no la obligaría a decirlo en alto. Sencillamente, dejaría que ocurriera.

Esperando que su excitación hubiera disminuido lo suficiente como para no ponerle en un aprieto, Quinn salió del coche y lo rodeó para abrir la puerta de Lori. Esta apoyó la mano en la suya y Quinn la condujo hacia la fiesta sin decir una sola palabra.

¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios!

Lori no había prestado atención al libro que se había llevado Quinn del dormitorio. Si hubiera pensado en ello, se habría dado cuenta de lo que la esperaba, pero el sexo y las facturas pendientes habían absorbido todos sus pensamientos durante los últimos días.

Pero por culpa de ese libro, Quinn lo sabía. Sabía que quería que la atara, quizá incluso que la pegara.

—¡Oh, Dios mío!

Quinn miró en su dirección, pero no dijo nada.

El cerebro de Lori parecía a punto de comenzar a protestar. ¡Tenía que dejar de pensar en aquello! Lo que tenía que hacer era negarlo. Pero, por terrible que le pareciera, no quería hacerlo. Y, en cualquier caso, seguramente Quinn no la creería. ¡Pero si hasta se le había manchado el libro de helado de fresa! Además, después se sentiría avergonzada y frustrada. Era preferible terminar avergonzada, pero satisfecha.

Volvió a sonrojarse al evocar aquellas imágenes en el momento en el que Quinn le abrió la puerta del lugar al que iban y la instó a cruzarla. Lori se vio de pronto en medio de un salón de madera oscura y acero, rodeada de rostros que no reconoció. Algunos la miraron y desviaron la mirada con indiferencia. Allí ella no era nadie y, por una vez, pensó en ello con alivio. Incluso en el caso de que pudieran leerle los pensamientos, no volvería a cruzarse con ninguna de aquellas personas.

Pero Quinn… Quinn la conocía demasiado bien. Cuando posó la mano en su espalda, Lori aspiró con firmeza.

—¿Quieres una copa?

—Sí, por favor.

Quinn rozó su mejilla con los labios antes de acercarse a la barra, y Lori permaneció donde estaba, paralizada como una estúpida.

Tenía que tranquilizarse. La persona que había destrozado la puerta del taller podía estar en medio de toda esa gente y en lo único en lo que ella podía pensar era en que iban a atarle las muñecas a la cama, en los dedos fuertes de Quinn apretando la seda y en su rostro convertido en una máscara de hielo impenetrable.

Cuando Quinn apareció de nuevo a su lado, Lori volvió a sonrojarse.

—¿Champán?

—Gracias.

Se llevó la copa a los labios y bebió, deseando poder presionar aquella copa helada contra la frente que le ardía.

—Ese es Peter Anton —Quinn señaló con la copa mientras la agarraba del brazo con la otra mano—. Voy a presentártelo.

Lori se quedó paralizada.

—¡No!

La mirada interrogante de Quinn la confundió todavía más.

—Eh… no. Necesito ir al cuarto de baño. Ve tú a hablar con el señor Anton y ahora me acercaré yo.

Quinn fijó en ella la mirada durante largos segundos antes de asentir.

—Muy bien. ¿Estás segura de que no quieres que te espere?

—Sí, puedo encontrar sola el cuarto de baño. Y si no lo consigo, tengo el móvil.

—Me alegro de oírlo.

Lori giró hacia la pequeña habitación que tenía a la izquierda y desde allí se dirigió hacia la cabina de teléfono, convencida de que el cuarto de baño debía de estar cerca. Ni siquiera sabía que seguían existiendo cabinas telefónicas, salvo como medio para localizar un cuarto de baño. Volvió la cabeza y vio que Quinn ya se había dado la vuelta. Permaneció donde estaba, contó hasta veinte y volvió a asomar la cabeza.

Y allí estaba Quinn, estrechándole la mano a un hombre rubio con gafas de alambre. Era idéntico al hombre que había aparecido en las fotografías que había buscado en Internet, aunque un poco más pequeño de lo que esperaba. Delicado como el caballero que era, llevaba un reloj de oro que parecía pesar cerca de un kilo. Definitivamente, era un hombre rico.

En ese momento, Lori tenía a su favor el elemento sorpresa. Por supuesto, no esperaba que le contara ningún oscuro secreto a una desconocida, pero sus labores de espionaje no servirían de nada si aquel hombre supiera que aquella mujer de melena indomable y tacones rojos era Lori Love.

De modo que se escondió tras la pared, terminó la copa con unos cuantos tragos y fue al cuarto de baño a ganar tiempo. Quería que Quinn terminara de hablar con Anton y continuara recorriendo la habitación. Entonces podría llevar a cabo su plan: compartir un par de copas con Quinn, empezar una conversación entre él y algún otro ingeniero tan loco por su profesión como él y proponer algún tema de conversación fascinante. Algo así como «los problemas estructurales de los puentes». Ella se alejaría para poder recorrer a gusto la reunión mientras Quinn se pasaba toda la noche hablando de puentes. Un plan perfecto, siempre y cuando se le presentara la oportunidad de llevarlo a cabo. Quinn no se iba a concentrar en una conversación sobre las deficiencias de los puentes con la mujer florero de alguno de aquellos ricos. No, tenía que encontrar al interlocutor perfecto.

Después de colocarse tras la oreja unos cuantos rizos y de retocarse el lápiz de labios, regresó a la fiesta. Localizó a Quinn buscando los hombros más anchos de la fiesta. A Peter Anton no se le veía ya por ninguna parte.

Levantó la barbilla y caminó hacia él.

—¡Hola! —le susurró Quinn cuando Lori deslizó la mano por su brazo—. ¿Va todo bien?

—Bien. Era una situación de riesgo, pero he conseguido solventarla.

—Excelente trabajo.

Cuando Quinn alzó la cabeza, Lori se vio obligada a salir del pequeño mundo que había creado junto a su amante y a volver con aquel grupo de extraños.

—Déjame presentarte.

Alrededor de Lori flotaron toda clase de nombres y títulos que olvidaría en cuestión de segundos, pero sonrió obediente y estrechó cuantas manos le tendían.

—Y, por supuesto, ya conoces a Jane —añadió Quinn.

—¡Jane! —Lori se sintió estúpidamente aliviada al ver a la ayudante de Quinn al final del grupo—. No sabía que estabas aquí.

Jane inclinó la cabeza y la luz hizo resplandecer su sencillo moño.

—Señorita Love —contestó Jane, olvidándose de tutearla—, me alegro de verla otra vez. ¿Puedo ofrecerle una copa?

Quinn hizo un gesto con la cabeza.

—¿Por qué no vas a divertirte? Esta noche no estás trabajando.

—Mmm —Jane arqueó una ceja—. Entonces, ¿no necesito recordarle que han cambiado el vuelo del lunes a las once de la mañana antes de marcharme?

—Eh —Quinn la miró con los ojos entrecerrados—, solo como un gesto de amistad.

—Por supuesto, señor Jennings.

Antes de marcharse y perderse entre la multitud, Jane le dirigió a Lori una sonrisa.

Lori sacudió la cabeza mientras la veía desaparecer entre los invitados.

—¿Siempre es tan formal?

—Sí, siempre. Pero cuando la conoces, es una persona de lo más agradable. Creo que se siente segura guardando las distancias.

—¿La educaron en un internado suizo o algo parecido?

—No tengo ni idea. Pero es muy inteligente. Hace unos minutos me ha dicho que le caías bien.

—¿De verdad?

A Lori no le gustó la agradable sensación que provocó aquella revelación. Quinn solo era un amigo al que estaba utilizando para disfrutar del sexo. A pesar de lo que Molly pensaba, su relación no iba a ninguna parte, de modo que no debería importarle la opinión que tenían los amigos de Quinn sobre ella.

Durante la siguiente media hora, se lo estuvo repitiendo constantemente mientras hablaba con aquella gente adinerada con la que Quinn se codeaba a diario. Cuando no entendía alguna conversación, se limitaba a asentir. Reía cuando tocaba hacerlo y fingía alegría cada vez que le presentaban a alguien mientras su cerebro continuaba funcionando a toda velocidad.

Pero por fin, ¡por fin!, Quinn le presentó al candidato ideal. Edwards era un hombre de pelo rizado y unas gafas con los cristales tan sucios que, al igual que sus vaqueros y la camisa de cuadros, le hacían parecer un intruso en medio de aquella fiesta.

—Edward acaba de comenzar a trabajar en Mountain Alliance como ingeniero solar. ¿Cómo te va por aquí?

Edward farfulló algo en respuesta y sacó a relucir un problema surgido en un terreno con un acuífero. Comenzó así una conversación sobre técnicas de excavación que derivó en una discusión amistosa sobre los beneficios de las voladuras frente a… Bueno, a Lori no le importaba. Se limitó a dar las gracias al cielo y se alejó disimuladamente.

Necesitaba un objeto de atrezo más convincente que una copa vacía de champán, así que ese fue el primer objetivo. En cuanto tuvo un vaso de agua entre las manos, comenzó a deslizarse por la fiesta, manteniendo los oídos bien abiertos e intentando localizar a Peter Anton. No sabía qué iba a conseguir espiándolo. Probablemente, aquel no era el lugar más adecuado para hablar de la molesta propietaria del taller. Y si ya eran muy remotas las posibilidades de que fuera él el responsable de la lesión de su padre diez años atrás, menos probable era que quedaran restos de sangre bajo sus uñas o arrugas de culpabilidad en su frente.

Antes de que hubiera encontrado a su presa, oyó nombrar a Quinn Jennings. Cuando se volvió, descubrió que estaba a solo un metro de Peter Anton.

—Sí —estaba diciendo—. Dice que todo va según lo previsto, pero quiero que firmemos el contrato dentro de unos meses.

El otro tipo, ¿Bliss, quizá?, asintió.

—Bueno, si no lo hemos conseguido para entonces, ya no lo tendremos. Supongo que comprende que todo este asunto es muy incipiente y que no hay que divulgarlo. No quiero que la noticia siga difundiéndose más de lo que lo ha hecho hasta ahora.

Anton abrió la boca, pero antes de que hubiera podido contestar, su mirada aterrizó en Lori. Antes de estudiar su rostro, recorrió su cuerpo con la mirada. Con el corazón en un puño, Lori sonrió y continuó caminando, intentando fingir que no estaba pendiente de su conversación. Dio media vuelta y le miró por encima del hombro como si estuviera coqueteando con él, por si acaso la estaba mirando. Y así era. De hecho, Anton le dirigió una sonrisa propia de un depredador antes de volverse hacia su interlocutor para retomar la conversación. Lo último que Lori pretendía era que se fijara en ella.

—¡Mierda! —farfulló, mientras se acercaba a un enorme ventanal, situado justo enfrente de donde estaba Anton.

Lo único que se veía al otro lado del cristal era la oscuridad de la noche, pero la gente que había tras ella no podía saberlo. Lori clavó la mirada en la oscuridad y fue bebiendo agua. Los oídos parecían vibrarle mientras los aguzaba para recoger cualquier información pertinente.

Pasó un largo rato sin que oyera nada más que el zumbido formado por las conversaciones de docenas de personas. Una mujer rio como si hubiera bebido demasiado. Al final, volvió a oír otra vez la voz de Peter Anton.

—Ya hemos hablado de esto. Él no representará ningún problema.

¿Quinn? ¿Continuaban hablando de Quinn? ¿Y por qué iba a estar involucrado Quinn en algo secreto que podría ser un problema? Seguramente, aquello no tenía nada que ver con el terreno de su padre. Sería demasiada coincidencia. O quizá no fuera una coincidencia en absoluto.

El otro hombre habló.

—No me gusta que lo sepa tanta gente.

—Eres tú el único que parece incapaz de dejar de hablar sobre el tema —replicó Anton malhumorado.

Bajaron la voz. Lori se tensó para oírlos mejor.

—¿Qué está haciendo aquí?

Lori se sobresaltó al oír aquella voz a su espalda. Con los dedos empapados por el agua que había desbordado el vaso con aquel sobresalto, se volvió y encontró a la secretaria de Quinn mirándola con el ceño fruncido.

—¡Hola, Jane! —casi graznó.

—Hola. ¿Está bien?

—¡Sí, claro! Genial.

—¿Y qué hace mirando la oscuridad?

—Yo… ¡oh! —entrecerró los ojos, fijándose por primera vez en que no se veía ni una sola luz en la oscuridad—. Sí, está todo muy oscuro. Parece que esta noche no hay luna.

Jane frunció el ceño.

—¿Está segura de que está bien?

Lori intentó dejar la vergüenza a un lado.

—Sí, solo estaba perdida en mis pensamientos.

—¿Ha discutido con el señor Jennings? Por favor, si le parece que la está ignorando, no se lo tome como algo personal. Le he visto hablando con Edward Rubin y…

—No, no. No tengo ningún problema con Quinn. Es solo la fiesta. Este tipo de conversaciones me ponen nerviosa.

Cuando superó el hecho de haber sido descubierta mientras estaba espiando, se le ocurrió pensar que Jane podía conocer muchos secretos. Y acababa de descubrir que ella era un fracaso como espía. Quizá fuera mejor intentar averiguar lo que le interesaba preguntándolo abiertamente.

—¿Qué relación tiene Quinn con Anton/Bliss?

—¿Qué relación? Bueno, es uno de sus arquitectos favoritos. Estoy segura de que le encantaría que trabajara en su constructora, pero a él no le interesa.

—¿Y ahora mismo está trabajando para ellos?

—Por supuesto, como casi siempre.

Lori advertía cierto recelo en la voz de Jane, pero tomó aire y se lanzó a preguntar:

—¿Está trabajando en algo relacionado con Tumble Creek?

Jane frunció el ceño.

—¿Con Tumble Creek? ¿Por qué iba a estar trabajando allí?

—Eh… creo que he oído rumores.

—¿Sobre Tumble Creek? Yo no he oído absolutamente nada. A no ser que… Un momento, ¿la autopista diecinueve pasa por allí?

—Ese es el puerto de montaña.

—Mmm. Juraría que he oído algo sobre esa carretera hace poco.

La pequeña punzada de anticipación que había tensado los hombros de Lori desapareció.

—La casa de Quinn está en esa carretera. Probablemente por eso te suena.

—Sí, a lo mejor. Supongo que es eso —pero bajó la mirada y frunció el ceño.

El silencio que se hizo entre ellas comenzaba a ser embarazoso, así que Lori decidió abordar otro tema.

—¿Desde hace cuánto trabajas para Quinn?

Jane alzó la mirada como si acabara de sacarla de sus pensamientos, pero después sacudió la cabeza y olvidó su preocupación.

—Ya estaba trabajando en esa firma cuando él entró para hacer las prácticas, nada más terminar la carrera. Al señor McInns le impresionó tanto su trabajo que le pidió que se quedara a trabajar con él. Nunca lo había hecho. Dos años después, McInnis se retiró y animó a Quinn a abrir su propio estudio. Me urgió a irme a trabajar para él y lo hice.

Lori parpadeó sorprendida.

—Esta es la primera vez que te he oído llamarle Quinn.

—¡Oh, lo siento! Cuando pienso en él en aquella época, le pienso como Quinn. Pero ahora es el señor Jennings.

Aquello sí que era extraño. Jane parecía incómoda y, de pronto, Lori no tuvo ninguna duda sobre la edad de aquella mujer. La miraba con unos ojos enormes que reflejaban una gran inseguridad. Tenía la piel sonrosada y suave como la seda. Definitivamente, era una mujer muy joven y atractiva.

Jane se mordió el labio y miró a su alrededor. Después, se inclinó hacia Lori:

—Trabajo en un mundo de hombres, señorita Love. No es que crea que el señor Jennings podría llegar a tener una conducta inapropiada, pero los hombres que pasan por la oficina… Suelen ser ingenieros, constructores, y contratistas —se estremeció ligeramente—. La profesionalidad es la clave. Incluso con las mujeres, porque muchas de ellas dan por sentado que por el hecho de ser joven y estar trabajando para un hombre con éxito que además es atractivo, estoy haciendo con él algo más que trabajar —elevó los ojos al cielo y continuó—. Yo no tengo mucha formación. No soy de su clase. Lo único que tengo es la decencia.

Algo que se parecía mucho a un profundo cariño se inflamó en el pecho de Lori y se elevó por su garganta, obligándola a susurrar:

—Lo comprendo.

—¿De verdad?

—Jane, ¿estás de broma? ¿Sabes a qué me dedico yo?

Jane se encogió de hombros y sacudió la cabeza, pero el moño no se movió un solo centímetro.

—Soy mecánica. Me pasé toda mi infancia en el taller de mi padre. Y ahora sigo pasando toda mi vida de adulta metida en ese taller. Así que, sí, sé exactamente lo que quieres decir. Maldigo como un marinero y nunca cedo un solo centímetro. Y me mancho más de lo necesario para que no puedan acusarme de ser remilgada. ¡Hasta les dejo que piensen que soy lesbiana! Así que, sí, lo comprendo. Somos las dos caras de la misma moneda, Jane. Y tú tienes la suerte de que te ha tocado la cara más brillante.

Jane retrocedió y recorrió el vestido de Lori con la mirada.

—Pero si eres guapísima, y muy femenina.

—Esta no soy yo.

—Claro que sí.

—No, Jane, no soy yo. Estoy jugando a disfrazarme. Y aunque es divertido, no es real.

Jane abrió la boca como si estuviera a punto de comenzar a regañarla y Lori se preparó para lo que la esperaba. A pesar de su juventud, aquella mujer parecía plenamente capaz de ponerla en su lugar. Pero de pronto, su expresión cambió y su ceño se transformó en una sonrisa.

—El señor Jennings la está buscando. Por fin.

Lori se relajó.

—A ese hombre le encanta hablar de ingeniería, pero si ya ha terminado, será mejor que me vaya.

Un suave contacto en el brazo la detuvo:

—Escuche, si recuerdo lo que he oído, se lo diré. Siempre y cuando no sea ninguna información confidencial de Jennings Architecture, por supuesto.

En aquella ocasión, Lori no se reprimió las ganas de darle a Jane un rápido abrazo.

—Gracias. Si alguna vez necesitas cambiar las bujías o fingir que estás saliendo con una lesbiana, llámame. Las dos cosas se me dan bien.