Capítulo 10

Las negras sombras de los pinos volaban por la ventanilla abierta de Lori. Estaba conduciendo demasiado rápido, arriesgándose a chocar con un venado o, que el cielo la perdonara, con un alce, así que se obligó a levantar el pie del acelerador. Pero al mismo tiempo, alargó la mano hacia el volumen de la radio para subirlo.

El viento había cesado, pero el bajo de Liz Phair, una cantante de la vieja escuela, continuaba alimentando su frustración mientras disminuía la velocidad del coche.

Vancouver. Quería ir a Vancouver. Quería montar en un avión y quería beber champán con su amante mientras cruzaban el cielo volando hacia otro país. Canadá no era precisamente Tombuctú, pero por lo menos no era Tumble Creek. Quería alejarse de allí, aunque solo fuera durante cuarenta y ocho horas.

Pero no podía.

Había descubierto aquella desagradable verdad el año anterior: Lori Love necesitaba salir con un hombre para poder viajar.

Un vídeo imaginario comenzó a proyectarse en su mente. Allí estaba ella, en medio de una encrucijada de caminos, con pantalones cortos, una camiseta y un letrero pintado a mano que decía: ¡Cambio cita por viaje! El punto de la exclamación era un rostro sonriente y el letrero estaba decorado con corazones.

Sí, cambiaría una cita por un viaje. De hecho, ya lo había hecho en otra ocasión.

Cuando había conocido a Jean Paul, no sabía exactamente quién era. Por la información que ella tenía, era un hombre mayor, europeo y que sabía mucho de coches. Y que conducía el Aston Martin DB6 más bellamente restaurado que había visto en su vida.

Jean Paul había llegado al taller por casualidad, preocupado por una pequeña fuga en uno de los neumáticos. Tras pasar media hora hablando con ella, la había invitado a salir. La sorpresa de Lori había sido tal que inmediatamente había aceptado, a pesar de que lo único que sentía hacia él era cierta curiosidad.

Misteriosamente, aquella curiosidad había dado lugar a una relación de un mes. Aunque Lori ponía reparos cada vez que la invitaba a salir de Tumble Creek, había pasado la noche en su casa cerca de media docena de veces. Se había acostado con él muchas más. Se retiraban al dormitorio después de haber disfrutado de una cena preparada por su propio chef. Jean Paul era un hombre inteligente, interesante y más que decente en la cama. Y a la semana de conocerse le había pedido que le acompañara en un viaje a Grecia.

Por supuesto, no había sido una decisión consciente por parte de Lori. No se había dicho a sí misma «me acostaré con Jean Paul D’Ozeville porque va a llevarme a Grecia». Jamás se habría acostado con él si de verdad hubiera pensado que su único interés en aquel hombre residía en su avión privado y en su pasaporte.

Pero un buen día, Jean Paul había aparecido con la noticia de que Grecia tendría que esperar. Había surgido algo y no podría ir hasta el otoño siguiente. Y Lori se había enfadado. El sentimiento provocado por la noticia no había sido desilusión, sino enfado. Había inventado una excusa para abandonar la cama en medio de la madrugada y había vuelto a su casa. Desde luego, aquel no había sido uno de los momentos más acertados de su vida.

Después de aquello, había pasado días evitando las llamadas de Jean Paul, mientras intentaba averiguar los motivos por los que no quería verle. En realidad, ya no estaba enfadada, pero había dejado de interesarle. Jean Paul no le interesaba a menos que estuviera dispuesto a irse con ella a Grecia en menos de un mes.

Lori suspiró al recordarlo. Sintió que la ansiedad le tensaba el estómago cuando pasó por la carretera que conducía al terreno de su padre. Continuó conduciendo por las afueras de Tumble Creek. Sabía exactamente la procedencia de cada una de las luces que brillaban en la oscuridad, incluso de las más alejadas. Conocía cada edificio, cada casa, aunque no conociera a todas las personas que las habitaban. Aquel era su hogar, siempre lo había sido, y continuaría siéndolo hasta que ella descubriera cuál era su camino.

Por lo menos, eso era algo que había aprendido de su relación con Jean Paul. Tenía que hacer las cosas por sí misma. Era demasiado fácil confundir la desesperación o la ambición con sentimientos más auténticos. Demasiado fácil utilizar el sexo como fuente de recursos. Se había degradado y se había mentido a sí misma y a Jean Paul en el proceso.

Por lo menos, lo que tenía con Quinn era real. El deseo era real y ella también había puesto de manifiesto su apetito sexual. Los dos participaban en aquel juego en condiciones de igualdad y no iba a permitirse asumir de nuevo el rol de amante barata.

Pero a pesar de sus grandes ideales, le había resultado difícil decir no a la propuesta de Vancouver.

La próxima vez que decidiera utilizar a un hombre para disfrutar del sexo, sería mejor que optara por un hombre pobre, porque parecía no tener demasiados escrúpulos en ese aspecto y no quería volver a despertarse dándose cuenta de que se había acostado con un hombre a cambio de un billete de avión.

Estaba tan absorta en aquellos deprimentes pensamientos que prácticamente había cruzado ya toda la zona de aparcamiento del taller cuando su cerebro registró que allí había algo que no cuadraba.

Las sombras que se proyectaban sobre las dos puertas mecánicas del taller parecían… extrañas. Distorsionadas. Y los faros del coche se cruzaron con el reflejo de otras luces cuando giró.

Sacudiendo la cabeza, Lori bajó de la camioneta y cerró la puerta de un portazo. El foco que había entre las dos puertas estaba apagado, así que aquella podía ser la explicación para las extrañas sombras de las puertas. Lori se estaba acercando cuando pisó con los talones algo más blando que la grava. Se paró en seco, bajó la mirada y vio unos cristales rotos iluminados por la luz de la luna.

La sensación de que había algo que no terminaba de cuadrar dio paso a una sensación de alarma. Lori retrocedió y giró lentamente. No veía ninguna sombra acechándola. Todo parecía normal, así que regresó a la camioneta en busca de una linterna.

El haz de luz de la linterna reveló una franja de grava cubierta de cristales que conducía hasta las puertas metálicas del garaje. Alzó la linterna y soltó una exclamación tan fuerte que a ella misma la sorprendió su propia voz.

Lo que había pensado que eran unas sombras extrañas eran, de hecho, mellas profundas en las puertas metálicas, como si alguien hubiera intentado romperlas con un martillo. El foco colgaba de la pared, sujeto apenas por los cables, y las bombillas de grueso cristal estaban hechas añicos, al igual que las ventanas del garaje.

La linterna estuvo a punto de caérsele al suelo. La sujetaba con fuerza, pero las manos le sudaban de tal manera que temía que pudiera resbalársele, así que la cambió de mano y volvió a la camioneta para buscar el móvil. El haz de luz tembló.

Por supuesto, el viento eligió aquel momento para levantarse. A unos metros de distancia, algo se deslizó entre las sombras. Probablemente fuera una bolsa de plástico, o unas hojas secas, pero la adrenalina que corría por sus venas insistía en que la situación era peligrosa. Lori presionó la espalda contra la puerta abierta de la camioneta e iluminó el aparcamiento con la linterna, moviéndola frenéticamente. El haz de luz atrapaba las sombras y las abandonaba, creando movimiento allí donde no lo había. El pánico crecía de tal manera que estaba segura de que incluso en el caso de que alguien se acercara, sería incapaz de oír algo que no fuera su propio miedo.

—¡Tranquilízate! —le temblaba la voz, así que volvió a repetírselo—. ¡Tranquilízate!

Su cerebro consiguió calmarse durante el tiempo suficiente como para recordarle que volviera a la camioneta, y eso fue exactamente lo que hizo. En cuanto hubo cerrado la puerta y el seguro, se sintió mejor. Y cuando puso el motor en marcha y encendió las luces, se sintió completamente a salvo.

—Muy bien —susurró—. Estás bien. Aquí no hay nadie.

Aun así, no quería correr riesgos, así que llamó a la policía y contuvo la respiración hasta que oyó una voz de hombre al otro lado de la línea.

—Soy Lori Love. Creo que ha entrado alguien en el taller, aunque a lo mejor solo han destrozado la puerta. No lo sé.

—¿Todavía está allí?

—Sí.

Reconoció la voz del nuevo policía que trabajaba con Ben. Le habían asignado el trabajo de oficina hasta que tuviera más experiencia. Lori deseó estar hablando con alguien que tuviera más práctica que él.

—¿Y está en un lugar seguro?

—Creo que sí.

Se oyeron voces al otro lado de la línea.

—Voy a enviar un coche patrulla hacia allí. Dígame dónde está exactamente para que no la confundan con el intruso.

Lori asintió.

—Estoy en mi camioneta, en el aparcamiento.

—¿Ha visto al sospechoso?

—No, no creo que esté aquí. No lo sé. ¿Quiere que vaya a investigarlo? He pensado que…

—No, permanezca dentro del vehículo. La policía no tardará en llegar.

No había terminado de pronunciar la frase cuando el débil sonido de una sirena llegó hasta ella. En cuestión de segundos las luces giratorias estaban iluminando la pared del edificio. Aquellos hombres eran muy eficientes. O Tumble Creek era muy pequeño. Probablemente se trataba de una combinación de ambas cosas.

El primer policía en entrar en escena la ignoró completamente. Aparcó el vehículo, desenfundó la pistola y comenzó a recorrer los alrededores. Cuando llegó el segundo vehículo, vio salir a Ben y dirigirse inmediatamente a la camioneta. Lori tuvo que reprimir las ganas de correr a sus brazos. Era indigno y, probablemente, estaba fuera de lugar.

Así que se limitó a bajar la ventanilla.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Ben.

Lori le explicó lo ocurrido tan rápido como pudo y, casi al instante, todo comenzó a moverse a un ritmo reconfortantemente rápido.

Ben la urgió a salir de la camioneta y a montarse en la suya mientras él parecía transmitir lo que a oídos de Lori era un auténtico galimatías por el aparato de radio que llevaba en el hombro. Encendió una linterna y dejó a Lori encerrada en el interior de la camioneta. Después de una rápida conversación con el oficial, los dos hombres desaparecieron de la vista de Lori.

Una vez segura en la camioneta de Ben, Lori comenzó a sentirse un poco ridícula por sus temores. Los latidos de su corazón habían aminorado la velocidad y le había bajado la tensión. Todo el terror había desaparecido de escena, se había evaporado bajo la luz de los focos. Habían destrozado la puerta del garaje, eso era todo. La casa parecía no haber sido atacada. Por lo que podía ver desde allí, no había puertas ni ventanas abiertas. Ni animales muertos clavados en la pared. No creía que hubiera ningún acosador entre las sombras. Solo habían mellado las puertas del garaje.

Bueno, una la habían mellado. La otra estaba completamente destrozada.

—Mierda.

Aquello le iba a costar unos cuantos dólares. Cuando le pusiera las manos encima a ese estúpido… Al parecer, la línea que separaba el miedo del enfado era muy fina, porque Lori se sintió de pronto furiosa. Quería estrangular a alguien. La energía corría por sus venas, mostrando su faceta más combativa. Pero el miedo regresó con furia cuando la puerta en la que tenía apoyado el brazo se abrió. Soltó un grito.

—Lo siento —se disculpó Ben—. Soy yo.

En cuanto consiguió separar las uñas de la cazadora de cuero, Lori bajó de la camioneta y se secó las manos sudorosas en la falda del vestido. Recordó entonces que no llevaba bragas y se lo alisó rápidamente.

—No hemos encontrado a nadie —le informó Ben—. Has dicho que no has visto nada, excepto los daños en la puerta, ¿verdad?

—Exacto.

—Muy bien. Ahora vamos a supervisar la zona juntos y después entraré en tu casa contigo. Tenemos que hacer fotografías de los desperfectos y rellenar los informes, así que tardaremos un buen rato.

Abrió la libreta y se fijó entonces en los tacones.

—¿Volvías de algún lugar cercano?

Lori se tensó.

—No, de Aspen.

En aquella ocasión, Ben alzó la mirada antes de clavarla de nuevo en la libreta.

—¿Has visto a algún peatón por la calle o algún vehículo mientras te acercabas?

—No.

—¿Estabas sola?

Aquel tono profesional estaba atacándole los nervios.

—¿Podrías dejar ya esa actitud de policía? Es irritante.

Ben frunció el ceño y cerró la libreta.

—Muy bien. Parece que vienes de una cita. ¿Es cierto?

—¿Por qué lo preguntas? ¿Tiene algo que ver con esto?

Definitivamente, la forma en la que Ben se encogió de hombros no era en absoluto propia de un policía. Y tampoco su sonrisa.

—No, nada. Solo quería saber qué demonios estaba pasando contigo. ¡Lori Love con un vestido! El mundo debe de estar enloqueciendo.

—Lo que tú digas.

—Y lo más extraño de todo es que Molly no me ha comentado que estuvieras saliendo con nadie.

—Mmm. ¿Podemos volver al escenario del crimen? ¿Cuándo llegarán los técnicos?

—¿Los técnicos? —repitió Ben, y soltó una carcajada—. Me temo que aquí solo estamos el bueno de Frank y yo. Lo siento. El otro día comentaste que tenías problemas con algún hombre. ¿Te importa hablarme de ello?

—Pero bueno, ¿estás aquí para hacer tu trabajo o solo te interesan los cotilleos?

—Esto no es ningún cotilleo. Lo único que estoy intentando averiguar es qué motivos puede tener alguien para querer estrellar una camioneta contra la puerta del taller.

Lori parpadeó.

—¿Una camioneta?

—Sí, afortunadamente, no ha sido la grúa. Los faros están destrozados, pero no ha sufrido ningún otro daño.

—¿Los faros?

Ben la condujo hacia el otro extremo del garaje, donde estaba aparcada la camioneta. Sí, efectivamente, habían roto los faros y el foco que había en el lado del conductor.

—Evidentemente, son todos destrozos intencionados. ¿Tienes idea de quién ha podido hacerte una cosa así?

—No. Y supongo que tú no tienes ni idea de lo que cuesta reemplazar esa puerta, ¿verdad?

—Lori, estoy hablando en serio. ¿Has roto con alguien últimamente? ¿Has rechazado a alguien?

—Eh… solo a Aaron.

Ben lo apuntó.

—En serio, Ben, no creo que a él le haya importado tanto.

—Eso nunca se sabe —alzó la mirada—. ¿Y Quinn? ¿Todavía estás saliendo con él?

Lori se atragantó. Ben esperó pacientemente a que terminara de toser.

—¿Eh? —preguntó Lori con voz ronca.

Ben se frotó los ojos y suspiró.

—Vamos, aunque no fuera policía lo habría averiguado. ¿Molly no lo sabe?

—No sé de qué estás hablando.

—Muy bien, llamaré a Quinn para preguntarle.

Lori le dio un golpe en el brazo, antes de que se le ocurriera pensar que podría arrestarla por ello. Después, volvió a golpearle, porque estaba segura de que Ben jamás presentaría cargos contra ella.

—¡No se te ocurra llamar a Quinn!

—No le llamaré, a menos que me vea obligado a hacerlo —dejó que la amenaza quedara flotando en el aire durante unos segundos—. Muy bien, vamos a dar un paseo por la propiedad, después, entraremos en tu casa y repasaremos todo lo que has estado haciendo durante esta última semana. Es posible que haya sido un robo frustrado, pero mi intuición me dice que se trata de algún asunto más personal, así que quiero que me cuentes toda la verdad, ¿entendido?

Lori pensó en el callejón oscuro del restaurante andaluz y dijo la primera mentira.

—Lo haré.

Pero al final, resultó que Ben no necesitaba esa información. Cuando una hora después se marchó de allí, estaba convencido de que en el caso de que aquel acto vandálico tuviera una motivación personal, estaba relacionado con las llamadas que Lori había hecho ese mismo día. Lori no estaba tan segura. ¿Qué relación podía tener una constructora con algo tan nimio?

Aunque la expresión de Ben le decía que él no consideraba que fuera un asunto sin importancia.

—A partir de ahora, nada de llamadas telefónicas sobre ese terreno. Si alguien está intentando intimidarte, podría ser la misma persona que asaltó a tu padre. ¿Y por qué no me has hablado antes de esas constructoras?

—No había pensado en ello hasta hoy.

—Muy bien, pero la próxima vez, en vez de llamar a tu agente, llámame a mí.

—Me parecía muy poco probable que fuera una información relevante. No sé por qué te empeñas en pensar que aquello fue algo más que una pelea de borrachos.

Ben frunció el ceño.

—Si has visto suficientes programas de televisión sobre policías como para pensar que tenemos un departamento técnico, sabrás también que la policía no cree en las coincidencias. Reabro el caso de tu padre, haces unas cuantas llamadas telefónicas y, de pronto, aparece la puerta de tu taller con el mismo aspecto que la delantera de mi primer coche. No quiero que vuelvas a hacer ese tipo de llamadas, ¿de acuerdo?

Bueno, por lo menos no había tenido que contarle todo.

—De acuerdo.

—¿Qué otra información me estás ocultando?

—Ninguna —negó con la cabeza—. ¿Has averiguado algo más sobre la parcela?

Ben asintió.

—Tu padre la compró en una subasta. Tal como tú sospechabas, fue la ejecución de una hipoteca. El propietario anterior era Héctor Dillon. ¿Le conoces?

—¿Héctor? —Lori frunció el ceño—. Creo que sí. ¿No es el propietario de la gravera? Mi padre le compraba arena.

—Sí, era el propietario de la gravera y también tenían un rancho de tamaño considerable que habían heredado de su padre su hermano y él.

—¿Esa es la tierra que compró mi padre?

—Sí. Parte de ella. El banco la dividió en parcelas.

¿Sería posible que Héctor se hubiera enfadado tanto solo porque habían dividido el rancho en parcelas?

—Estás hablando en pasado. ¿Héctor ha muerto?

—Creo que no. Se fue a vivir a Nuevo México hace cinco años. Todavía no le hemos localizado.

—¿Y de verdad crees que puede tener algo que ver con lo que le pasó a mi padre?

Ben se quitó el sombrero y se pasó la mano por el pelo.

—No lo sé. Tampoco parece muy probable, pero habrá que investigarlo.

—De acuerdo.

—En cuanto a esta noche… —bajó la voz—, ¿me dejas llevarte a casa con Molly?

—No.

No le gustaba sentirse más vulnerable de lo que realmente era.

Ben no aprobó su respuesta, pero la dejó después de verla cerrar todos los cerrojos de la casa.

Lori se derrumbó en el sofá con un suspiro. Aquello le iba a costar un dineral. Una de las puertas podría repararse, pero la otra era una causa perdida. De modo que tendrían que utilizar solamente una hasta que llegaran a verla los del seguro y después… Calculaba que podrían estar hablando de unos dos mil quinientos dólares.

—¡Mierda!

Y los faros de la grúa. También eso tendría que salir de su bolsillo, y no podía permitirse el lujo de esperar para repararlos. Y después de lo que había pasado, tendría que desviar las llamadas de aquella noche a Grand Valley. Varios años atrás había tenido que vender la grúa vieja para pagar unas cuentas. Eso significaba que no tenía repuestos para los faros rotos, de modo que esa noche no podía contar con los ingresos que la grúa le proporcionaba.

Estaba comenzando a arrepentirse seriamente de haberse comprado aquel vestido. Y, para colmo, seguramente lo había roto al frotarlo contra la pared de cemento.

Miró con nostalgia hacia la nevera, imaginando las cervezas frías que guardaba dentro, agarró la manta del sofá y se envolvió en ella.

Un día entero de trabajo, una velada de sexo y una noche convertida en víctima de unos bándalos la habían agotado. Ya pensaría en lo que iba a hacer al día siguiente por la mañana. De momento, lo único que quería era acurrucarse en el sofá y dormir.

Sonó el teléfono.

Lori soltó una maldición y se arrebujó en la manta.

El teléfono volvió a sonar y se dio entonces cuenta de que lo tenía en el bolso, a su alcance. A regañadientes, alargó la mano y sacó aquella amenaza sonante.

—Hola, Lori Love —ronroneó Quinn.

Lori cerró los ojos y deseó estar abrazada a él, respirando la fragancia de su piel.

—Eh, hola.

—¿Qué tal estás? ¿Estás en la grúa?

—Sí.

Estaba tan cansada que le resultaba más fácil mentir que decir la verdad. En cualquier otro momento, se habría sentido fatal haciendo una cosa así.

—Llamaba para saber cómo estabas. Espero que no te moleste que te persiga de esta manera.

—¿Estás de broma? Nunca he tenido un acosador.

—¡Genial! Estás acumulando muchas experiencias nuevas. No, en serio, no solo te llamo para comprobar tus movimientos con el GPS que he instado en tu móvil…

—Genial.

—Llamo para ver si consigo que me des una cita.

Lori sonrió y alzó la manta, refugiándose en su calor.

—¿Te estás ofreciendo a hacerlo otra vez? Porque en ese caso, seguro que aceptaré.

—Sí, claro que aceptarás —susurró Quinn, provocando en Lori una inmediata excitación.

Quinn se estaba convirtiendo en un hombre sórdido y perverso, y a ella le encantaba.

Comenzó a preguntarse si estaría a punto de disfrutar del sexo telefónico con él, mientras fingía estar en la camioneta, pero Quinn se aclaró la garganta y adoptó un tono más normal.

—La verdad es que lo que te voy a proponer es algo mucho menos excitante. El domingo tengo un cóctel de negocios y…

—¡Dios mío, no! —gimió Lori.

—Vamos, no todo pueden ser viajes a Europa y sexo en lugares públicos.

—Claro que pueden. Recuerda que esta es una sórdida aventura.

—Por favor, durará solo una hora. Dos como mucho.

—Lo siento, pero no. No tendría nada de lo que hablar con esa gente y no tengo nada que ponerme.

—Ponte el vestido azul. No hicimos nada cuando lo llevabas.

Desde luego, aquel hombre sabía hacerla sonreír. Quinn debió notar que comenzaba a debilitarse, porque siguió presionando.

—Quiero estar contigo y yo tengo que ir. El constructor que lo organiza es uno de mis mejores clientes y ahora mismo estamos en medio de un…

Lori se irguió en el sofá.

—Espera, ¿quién?

—Uno de mis clientes.

—Has dicho que era un constructor. ¿Quién es?

—Eh… Anton/Bliss. ¿Por qué lo preguntas?

Anton/Bliss.

—Muy bien —dijo entonces Lori con una brusquedad que sumió a Quinn en un prolongado silencio. Pasaron varios segundos—. Iré contigo.

—¡Ah! Así que te ha impresionado el nombre que he dejado caer, ¿eh? Bueno, pues si te portas bien, te presentaré a James Dubbin, el presidente de la Comisión de Urbanismo de Aspen. Tengo amigos muy impresionantes, ¿eh?

—Eres un cretino.

—A lo mejor, pero soy un cretino que te está ofreciendo una tórrida cita para el domingo. Así que, siempre y cuando no me descubras antes merodeando por tu casa, nos veremos el domingo. Esta vez, hasta pasaré por tu casa a buscarte, para que la cita tenga un carácter más oficial. ¿Te parece bien que me acerque por allí a las siete y media?

Después de mostrar su acuerdo, Lori colgó el teléfono y se levantó del sofá. El cansancio había desaparecido gracias a la subida de la adrenalina. Corrió al ordenador, se sentó y comenzó a investigar a los amigos de Quinn.

—Mire, señora Brimley, le prometo que las ruedas no están a punto de desprenderse. Solo necesita cambiar las pastillas de freno —Lori se frotó la frente y miró el reloj.

Probablemente, Molly ya estaba en The Bar. La señora Brimley continuó quejándose.

—Señora, estoy segura de que en alguna ocasión ha tenido problemas con los frenos. Es un sonido completamente normal. Tráigame el coche mañana por la mañana y… Sí, soy una chica, pero llevo trabajando con coches desde que empecé a andar. Las ruedas solo se desprenden en el caso de accidentes muy graves y… —interrumpió las protestas de su interlocutora—, no creo que darse un golpe en la acera junto al supermercado pueda considerarse un accidente grave.

Los graznidos se convirtieron en gruñidos. Lori odiaba a aquella mujer cuando era la encargada del antiguo cine del pueblo y rápidamente recordó por qué. Miró rápidamente el reloj.

—Muy bien, de acuerdo. Si de verdad quiere que vaya a buscarlo mañana con la grúa, lo haré. Pero le costará treinta dólares y le aseguro que eso no lo cubrirá el seguro. Llámeme el lunes después de las siete y media, ¿de acuerdo? Haremos las cosas a su manera.

Colgó bruscamente el teléfono, agarró las llaves y se dirigió hacia la puerta, alegrándose de haber prescindido de los tacones aquella noche. Las chancletas le permitirían caminar más rápidamente y, además, tenían unas rosas de tela que combinaban perfectamente con el esmalte rojo de las uñas de los pies. Se sentía particularmente guapa aquella noche, a pesar de que había vuelto a los vaqueros. Eran unos vaqueros estrechos que combinaba con una camiseta roja y era consciente de que mecía las caderas al caminar más de lo habitual. En resumidas cuentas, estaba demasiado contenta como para ser una mujer con tantos problemas.

Después de cruzar el aparcamiento, saltó alegremente a la acera y comenzó a recorrer las dos manzanas que la separaban de The Bar, conocido también como T-Bar, porque la T había desaparecido del letrero mucho tiempo atrás. El establecimiento estaba bastante deteriorado y estaba decorado en el mismo estilo anticuado que la casa de Lori, pero era la única diversión del pueblo y Molly y ella lo frecuentaban desde que la última había vuelto al pueblo el año anterior.

Hasta ese momento, Lori solo se pasaba por allí muy de vez en cuando, puesto que no tenía ninguna amiga con la que ir. Todas las mujeres de su generación o bien se habían ido tras terminar el instituto y habían cambiado para siempre de ciudad o se habían casado jóvenes y habían comenzado a formar una familia. Y, curiosamente, aquellas buenas amas de casa de Tumble Creek habían mostrado un obvio desinterés por la que consideraban la mecánica lesbiana del pueblo.

Justo cuando estaba bajando de la acera para cruzar la calle, notó una vibración a la altura de la pelvis que la hizo detenerse al instante.

—¡Ostras! —exclamó, llevándose la mano al vientre.

Debería encontrar un sitio mejor para guardar el teléfono. O a lo mejor no.

Pensando que era Molly, abrió el teléfono y cruzó la calle a toda velocidad.

—¿Diga?

—Lori, ¿dónde estuviste anoche?

Por un momento, no fue capaz de reconocer aquella voz femenina y recordó al instante los incidentes del taller. ¿Sería la persona que había destrozado la puerta? Pero entonces advirtió que su interlocutora tomaba aire.

—Estuve en The Bar, pero ni tú ni Molly aparecisteis.

—¿Helen?

—¡Me dijiste que estaríais allí!

—¡Ahí va! —se dio un golpe en la frente y se detuvo en medio de la calle—. ¡Helen, lo siento!

Sonó el claxon de una camioneta que se acercaba. Los hombres que la ocupaban le silbaron mientras pasaban junto a ella. Solo uno de ellos no silbó: James Webster, el sobrino de Miles, el periodista del pueblo. Lori le había despedido unos meses atrás porque la había llamado «perra» por no querer adelantarle el sueldo. Le sostuvo la mirada mientras pasaba junto a ella, pero no fue una mirada asesina.

—¿Cómo pudisteis dejarme sola en un lugar así? —lloró Helen.

—Lo siento mucho, Helen —musitó Lori—. Tuve que cancelar la cita y se me olvidó llamarte. ¿Discutiste con Juan?

—Bueno, no…

—Pero lo último que pretendía era dejarte allí sola, esperándonos.

—Sí, claro… —pero su indignación había dado paso a una sospechosa reticencia.

—Helen, ¿estuviste sola, esperándonos?

—Solo un rato.

—¿Y después? —arqueó las cejas y esperó a que Helen interrumpiera aquel largo silencio. Esperó en vano—. Helen, ¿has vuelto con Juan?

—No, no hemos vuelto. Pero me bebí la primera cerveza un poco rápido. Estaba nerviosa y Juan no dejaba de fulminarme con la mirada. Y después, no sé lo que pasó. Empecé a beber destornilladores, y ya sabes cómo me sientan. Después, empecé a llorar. Juan fue muy bueno conmigo y… ¡esta mañana me he despertado en su cama!

—Ya entiendo.

—Y me he vuelto a despertar en su cama esta tarde, pero ya se había ido. ¡Y creo que él piensa que hemos vuelto!

Lori recorrió los últimos metros que la separaban del bar y se apoyó contra la pared del establecimiento en cuestión intentando no pensar en la última pared en la que había estado apoyada.

—¿Pero habéis vuelto?

—¡No podemos volver! —gritó Helen—. ¡Soy demasiado vieja para él!

—Mmm. Es curioso, porque tengo la sensación de que hace unas horas tenías la edad indicada.

—Cierra el pico.

Lori no pudo evitar que escapara una carcajada de sus labios.

—Mira, Helen, siento haberte forzado a hacer el amor con Juan ayer por la noche. Y esta mañana.

—¡Ya basta!

—Pero ya te lo he dicho en otras ocasiones. Creo que deberías darle una oportunidad a vuestra relación. Es evidente que entre vosotros hay mucha química.

—Pertenecemos a mundos completamente diferentes.

Aquello le sonó excesivamente familiar, así que, rápidamente, se encogió de hombros.

—Lo siento, pero tengo que dejarte. Estoy a punto de entrar en The Bar, te lo digo por si te apetece vernos esta noche.

—¿Es que te has vuelto loca?

—¿Quieres que le dé a Juan recuerdos de tu parte?

Helen soltó un grito. Después, resopló.

—Te odio —y colgó el teléfono.

Pobrecilla. Lo estaba pasando realmente mal. Ojalá pudiera al menos relajarse y disfrutar del sexo, como lo estaba haciendo ella.

Después de asegurarse de que el teléfono continuaba en aquel delicioso modo vibrador, Lori lo guardó en el bolsillo y abrió la pesada puerta de madera de roble del establecimiento. La recibió un fuerte olor a cerveza. Afortunadamente, faltaba el olor a tabaco de años anteriores. Entró en aquella habitación en penumbra preguntándose si todavía habría algún Estado en el que permitieran fumar en los bares. Pero sus pensamientos fueron interrumpidos por una sorda exclamación.

—¡Lori! —la llamó Molly desde donde estaba.

Lori miró a su alrededor con los ojos entrecerrados, esperando acostumbrarse a la oscuridad. Justo en el instante en el que acababa de reconocer el pelo rubio de su amiga, esta se levantó de un salto y la señaló con el dedo:

—Lori Love, ¿con quién te estás acostando? ¡Y no me mientas!

Todo el bar se quedó paralizado, obviamente. Todas las miradas se volvieron hacia ellas. Mientras Lori miraba horrorizada a su alrededor, uno de los caballeros allí presentes tuvo la cortesía de llevarse la mano al sombrero vaquero, pero el resto estaba demasiado ocupado devorándola con la mirada.

—Molly, ¿es que te has vuelto loca? —siseó Lori, corriendo hacia los taburetes.

—¿Yo? —la contradijo Molly—. Ben insinuó que habías tenido una cita ayer por la noche, pero no le creí. ¡Y mírate!

Aterrada, Lori bajó la mirada hacia su escote, temiendo que se le hubiera salido un seno o algo parecido.

—¿Qué pasa?

—Es como si… como si estuvieras empapada por el rocío.

—¿Por el rocío?

—¡Estás resplandeciente! ¿Es que no te das cuenta? No me extraña que cancelaras la cita de ayer. Probablemente todavía tienes las marcas de la alfombra en las rodillas. ¡Hala! —exclamó, señalando hacia las piernas de Lori—. ¡Por eso te has puesto vaqueros!

—Estás completamente loca, ¿lo sabías?

Molly elevó las manos al cielo.

—¿Quién es él? —preguntó, justo en el momento en el que comenzaba a sonar una canción en la gramola.

Todo el bar arqueó las cejas al unísono.

—¿Él? —susurró alguien desde la mesa de billar.

Genial, sencillamente, genial. Lori se sentó en un taburete y fulminó a su mejor amiga con la mirada.

—O bajas la voz de una vez por todas, o me vuelvo a mi casa, hago las maletas y me largo para siempre del pueblo, ¿entendido?

Molly parpadeó y miró entonces hacia su público.

—¡Oh, lo siento! —pero no parecía particularmente arrepentida. Alzó de nuevo la voz—. ¡Se acabó el espectáculo, amigos! Solo estaba bromeando.

Volvió a sentarse en su asiento, se inclinó hacia delante y esperó en silencio.

Evidentemente, su mejor amiga estaba completamente loca, pensó Lori.

Intentó hacer desaparecer la vergüenza que, estaba segura, reflejaba su rostro.

—Necesito una copa.

Molly hizo un gesto frenético a Juan para que se diera prisa y golpeteó después el reposapiés de la barra. ¡Ping, ping, ping! Juan sonrió y le hizo un gesto antes de comenzar a preparar la bebida de Lori: un Martini de manzana verde con tres guindas en el fondo. Molly se cruzó de brazos y se mordió el labio.

—Tienes la paciencia de una niña de dos años —observó Lori, mientras se inclinaba con aire despreocupado contra la barra, solo para enfadar a su amiga.

—Como tú digas.

—¿Qué te contó Ben?

—Demasiado poco.

Lori sonrió.

—¿Te acuerdas del año pasado, cuando no me querías hablar de tu trabajo y solo me decías que era un secreto? Incluso cuando ya tenías suficiente confianza conmigo como para pedirme consejo sobre tu relación con Ben, no eras capaz de darme una sola pista.

Molly siguió a Juan con la mirada mientras este llevaba la copa que casi se desbordaba y la dejaba alegremente en la barra.

—No sé de qué estás hablando —musitó.

—Estoy hablando de secretos. De secretos eróticos y perversos.

Molly clavó la mirada en la de Lori.

—Bébete inmediatamente esa copa. Necesito detalles.

Sonriente, Lori alzó lentamente la copa y bebió un sorbo.

Molly la miró con los ojos entrecerrados.

—Debería haberme imaginado algo cuando leí la última columna de Miles.

—¿Qué decía?

—Tonterías, era otro comentario estúpido sobre el hecho de que te pongas vestidos. Miles quiere saber a qué viene ese repentino interés por la moda.

Lori inclinó la cabeza.

—Me preguntaba por qué tenía una llamada perdida de Miles el otro día. Debe de haber pocas noticias este mes.

Molly gruñó.

—Muy bien —dijo Lori por fin—. No puedo darte detalles, pero he estado saliendo con alguien.

—¿Has estado saliendo con alguien? ¿Y eso qué quiere decir? ¿Que has quedado con alguien para tomar el té o que has tenido algún escarceo sexual?

—Veo que tienes poca imaginación, pero, sí, de hecho, he estado teniendo relaciones bastante obscenas.

—¡Lo sabía! Dios mío, si parece que te hubieras untado todas las articulaciones con lubricante. Quienquiera que sea tu amante, es genial. Por cierto, ¿quién es?

Lori dio otro sorbo a su copa.

—No puedo decírtelo.

—Claro que puedes.

—No pienso hacerlo.

Molly la fulminó con la mirada.

—No seas infantil. Dime con quién te estás acostando.

Estrechó la mirada mientras Lori bebía felizmente de su copa. Después, en cuestión de milésimas de segundo, el rostro de su mejor amiga cambió su expresión de sospecha a una de absoluto asombro.

—¡Dios mío! ¡Dios mío! Es Quinn, ¿verdad?

Mierda.

—¿Qué? No. ¡No seas ridícula!

—¡Es Quinn! —le clavó el dedo en el pecho—. Es Quinn. ¡Te estás acostando con mi hermano!

Bueno, por lo menos había bajado la voz de tal manera que, probablemente, no la oirían más allá de las mesas más cercanas.

—¡Cállate ya! Vas a conseguir que publiquen el nombre de Quinn en la Tribune. Y no es él —añadió con calor.

—Eres la peor mentirosa del mundo.

Lori suspiró y terminó la copa.

—No podía decírtelo. Es todo muy extraño.

—¿Es extraño porque es mi hermano o porque le gusta vestirse de látex o algo parecido?

Lori elevó los ojos al cielo.

—Porque es tu hermano.

—Mmm —apretó los labios—. Sí, sabía que eso podía ser un problema. Maldita sea. Mira, no quiero detalles, solo quiero que me cuentes cómo habéis llegado a este vergonzoso y repugnante estado de cosas.

Juan silbaba mientras les servía otra ronda de copas. Sus ojos oscuros chispeaban.

—¿Por qué está tan contento? —le preguntó Molly a Lori cuando se alejó.

—Helen ha estado con él.

—Yo pensaba que habían roto.

Lori esbozó una mueca.

—Helen también, así que no le digas nada a Juan que pueda crearle falsas expectativas. Lo digo por si al final las cosas no van bien.

—Muy bien. Pero ya está bien de hablar de ellos, volvamos a ti.

Lori sonrió.

—De acuerdo. Quinn me invitó a salir. Yo pensaba que eras tú la que le habías pedido que lo hiciera, así que le dije que no, que no pensaba utilizarlo sexualmente. Supongo que no hace falta que te diga que eso consiguió despertar su curiosidad.

—Sí, puedo imaginármelo.

—Y así empezó todo.

Molly frunció el ceño.

—No vas a darme detalles, maldita sea. Ojalá estuvieras acostándote con otro que no fuera mi hermano.

—Lo siento, pero no puedo hacer nada al respecto.

—Vale. Y ahora, cuéntame lo que pasó anoche en el taller.

Lori gimió, giró el líquido en su copa antes de beber un generoso trago.

—Alguien estuvo haciendo destrozos en el taller. Rompió los faros de la grúa, el foco de la puerta y las puertas metálicas. Una de ellas habrá que cambiarla.

—¿Y eso cuánto te costará?

—Demasiado. Mañana vendrán a echar un vistazo, pero ya he hecho algunas averiguaciones por teléfono. En cualquier caso, cueste lo que cueste, no podré asumirlo.

Molly soltó una palabrota.

—¿Y quién ha podido hacerte algo así?

Por lo visto, Ben no le había hablado de sus sospechas, de modo que Lori mantuvo la boca cerrada y se encogió de hombros.

—Quienquiera que sea, no creo que lo encuentren, y dudo más todavía de que sea la clase de gente que puede permitirse pagar los daños, así que estoy frita.

Continuaba con la mirada fija en las marcas de la madera de la barra, pensando en si debería hablarle a Ben de James Webster, cuando se dio cuenta de que Molly permanecía en un silencio muy poco propio de ella. Cuando alzó la mirada, su amiga estudió su rostro y bajó después la mirada hacia la copa que Lori tenía en la mano.

—¿Qué pasa? —preguntó Lori.

—Nada, solo estaba intentando decidir si estabas suficientemente borracha como para abordar el tema.

Lori se enderezó y frunció el ceño.

—¿Qué tema?

—El tema de un cambio de vida. ¿Por qué no vendes la casa, Lori?

A Lori se le cayó el alma a los pies.

—No, tú también no, por favor.

—¿No soy la única que piensas que debes cambiar de vida? Me pregunto por qué. A lo mejor es porque estás atrapada.

Lori apretó la barbilla.

—Me gusta Tumble Creek. Es un lugar magnífico para vivir. Tú decidiste volver.

—Sí, es un lugar magnífico para vivir y sé que te encanta. A mí también. Pero en otra época de tu vida tuviste sueños y metas que no tenían nada que ver con Tumble Creek. Querías viajar a Europa, ¿te acuerdas? Pensabas viajar por todo el mundo. No lo he olvidado porque cuando estaba en el instituto, me parecías muy temeraria.

—Los planes cambian —musitó Lori—, pero la vida sigue.

Molly se cruzó de brazos y la miró intensamente a los ojos.

—¿De verdad? ¿Tú crees que tu vida ha continuado? Porque a mí me parece que se ha quedado estancada. Vende ese maldito taller, vende el terreno y sal pitando de aquí.

—No puedo vender el taller.

—¿Por qué no?

No quería seguir hablando de aquel tema, maldita fuera. Hablar de aquello no le reportaba nada bueno, solo le servía para hacer más inexorable la verdad. Pero Molly no parecía dispuesta a renunciar. Muy bien.

—No es tan sencillo, ¿sabes? Ese maldito taller no vale mucho y si tengo que venderlo por necesidad, valdrá todavía menos. El desguace probablemente tenga problemas con el Departamento de Medio Ambiente, porque estoy segura de que no había ningún programa para el reciclado del aceite cuando mi padre abrió el taller. Y, desde luego, ni siquiera se molestaba en deshacerse de los neumáticos viejos. Cualquier persona interesada en comprar el taller, querrá que lo limpiemos antes, porque la cláusula del abuelo queda rescindida en cuanto se firme otro contrato. ¡Seguramente hasta me costaría dinero salir de allí!

Molly parpadeó.

—No lo sabía…

—Y podría vender el terreno de mi padre, sí, pero con tantas deudas, tampoco sería suficiente, así que no creo que tenga sentido vender un terreno que a él le hizo tan feliz.

Lori sintió una mano alrededor de la suya y entonces se dio cuenta de que había cerrado los ojos.

—Lo siento —musitó Molly.

Lori sacudió la cabeza y tragó saliva.

—¡Eh! Tengo una casa, un trabajo y una grúa. Es mucho más de lo que tiene mucha gente. De hecho, hay gente que abandona sus países para poder disfrutar de una vida como la mía. No tienes por qué compadecerme.

Molly le apretó la mano.

—Y soy una buena mecánica, así que, ¡a la mierda!

—Sí —repitió Molly—, ¡a la mierda!

Lori alzó su copa y la vació de un trago.

—Tomemos otra ronda —sugirió Molly—, pero cambiemos de tema.

Lori asintió en silencio. Tenía miedo de empezar a llorar si abría la boca. Estaba atrapada en medio de ninguna parte. Su vida era un auténtico desastre, pero aun así, tenía demasiado miedo como para arrojarla por la borda y empezar de nuevo. Ya no tenía dieciocho años. No, no podía hacerlo.

Molly le apretó la mano.

—No te he dicho todo eso para que te conviertas en una de esas mujeres tristes que se emborrachan en la barra de un bar y lloran delante de la copa hasta que se desmayan.

—Gracias.

—Mira, a lo mejor Quinn puede conseguir que te hagan un descuento en la puerta. Él conoce a muchos proveedores y contratistas.

—No se lo he contado

—¿Qué? ¿Y por qué no?

Lori suspiró y elevó los ojos al cielo.

—No quiero discutir con él. Tiene muy mal genio.

—¿Mi hermano?

—Sí, tu hermano. Cuando se enfada, es como tu padre. Impetuoso y…

—Estás de broma, ¿verdad? Mi hermano es uno de los hombres más tranquilos que conozco. Hay gente que hasta lo considera demasiado distante.

—Pues conmigo, te aseguro que no lo es. De hecho, tenemos una discusión cada vez que nos vemos. Es ridículo —y excitante.

Juan se acercó limpiándose las manos en un trapo y haciendo flexionar sus músculos con aquel movimiento. Había adelgazado desde que había empezado a salir con Helen y comenzaba a parecer de nuevo la estrella del rugby de cuando estaba en el instituto. Pero su sonrisa era la de un niño de cinco años.

—¿Otra copa, señoritas?

—Solo una —contestó Lori, y añadió—: Una para cada una, por supuesto. No seamos ridículos.

—Entendido.

Lori miró a Molly y vio su sonrisa forzada. Continuaba con la boca abierta y tenía la mirada fija en su rostro.

—¿Qué te pasa?

Molly sacudió entonces la cabeza y exclamó:

—¡Quinn está completamente enamorado de ti!

—¿Qué?

Molly se inclinó entonces hacia delante y apoyó las manos en las rodillas de su amiga.

—Quinn no discute nunca con nadie. Está demasiado absorto en sus propios pensamientos como para involucrarse en los problemas del resto de los mortales. Así que, si dices que contigo discute continuamente, es que está enamorado de ti.

—¡No! ¿Es que te has vuelto loca? No es mi novio y ni siquiera puedo decir que estemos saliendo.

Molly resopló, haciendo manifiesto su disgusto.

—Utiliza el cerebro. Te pasas la vida leyendo novelas de amor. ¿Cuál es la señal más manifiesta del amor? ¡El drama, las discusiones! ¡La tensión!

—Esas son las señales más características de los malos tratos. Los libros son ficción, y tú, como escritora, eres la primera que debería saberlo —Lori estaba haciendo lo imposible para dominar el pánico que burbujeaba en su pecho—. Entre nosotros hay química, ¿de acuerdo? Es la tensión sexual la que nos hace discutir. Quinn no está enamorado de mí.

—Todavía no.

—Ni todavía ni nunca. No es mi novio. No estamos saliendo formalmente. Lo nuestro es sexo y solo sexo. Estoy utilizando a tu hermano por su cuerpo y él lo comprende perfectamente.

Molly la miró con los ojos entrecerrados.

—Todo esto me parece muy extraño. Es como si Bambi se hubiera transformado en una ninfómana.

—Bueno, Bambi era un macho, así que no estoy segura de lo que quieres decir.

—¿Bambi era un chico?

—Eso creo. ¿No se convirtió al final en el rey del bosque o algo así?

—Puede —Molly se encogió de hombros.

—En cualquier caso —afortunadamente, la dolorosa agitación en el pecho ya había cedido—, solo he salido un par de veces con tu hermano. No ha habido nada particularmente profundo entre nosotros, así que deja ya el tema.

Molly dejó el tema, pero durante la siguiente hora, estuvo dirigiéndole a Lori miradas más que elocuentes.

Y aquella posibilidad resultó ser tan pegajosa que continuó aferrada a la mente de Lori durante horas, a pesar de que sabía que era ridícula. Tenía que deshacerse de ella, pero no lo consiguió hasta la una de la madrugada, cuando por fin se quedó dormida.