1
Transcurrió una semana antes de que el viejo volviera a llamar a Shinji.
—Tengo otro trabajo para usted. Siéntese y échele un vistazo a esto —dijo pasándole tres páginas mecanografiadas y unidas por una grapa—. Es el informe que he recibido hoy de la agencia de detectives. Contiene nombres, direcciones y lugares de trabajo de seis personas. También encontrará el itinerario aproximado que suelen seguir esas personas en un día normal.
—Sí, ya lo veo —respondió Shinji tras examinar los papeles—. ¿Qué quiere que haga con esto?
—Todas las personas incluidas en esa lista tienen AB Rhesus negativo.
—El mismo tipo sanguíneo que el de Ichiro Honda, ¿verdad?
—Correcto. ¿Qué porcentaje de la población cree usted que comparte ese mismo tipo?
Shinji intentó recordar sus consultas en la biblioteca. Había leído que lo tenían el quince por ciento de los caucasianos, pero que en el caso de los orientales el porcentaje disminuía considerablemente, quedándose en un 0, 5 por ciento.
—Uno de cada doscientos, creo recordar.
—No. Aún menos —sonrió el viejo—. Uno de cada doscientos tienen el factor Rhesus, pero ser además AB negativo disminuye mucho la proporción. Así que la respuesta a mi pregunta es la de uno de cada dos mil, porque sólo el diez por ciento de los japoneses tiene sangre AB.
—¿Y eso cuánto nos da para la población de Tokyo?
—Si la calculamos en diez millones… nos salen cinco mil.
—¿Y ha hecho una lista de seis?
—Ah, es que cinco mil es un dato estadístico carente de significado. ¿Cuántas personas de esas cinco mil saben que su sangre es AB Rhesus negativo? En tiempos de guerra la gente se preocupa por saber cuál es su tipo de sangre, pero no en tiempos de paz. La verdad es que ni yo mismo sé cuál es el mío —rio maliciosamente, haciendo girar el puro en la boca.
Shinji, por su parte, sí sabía que su tipo era AB. Cuando estaba en la escuela primaria, siempre llevaba una tarjeta que indicaba su grupo sanguíneo. Era uno de los escasos recuerdos que conservaba de los tiempos de guerra, y nunca se había molestado en comprobarlo. Y, ahora que lo pensaba, el tipo Rhesus se descubrió en la guerra, cuando las transfusiones eran cosa corriente. En la actualidad, saber si se tiene o no el factor Rhesus puede ser importante, pero en su niñez era algo desconocido. Quizá también era Rhesus negativo sin saberlo.
Y encima, tampoco tenía coartada para las fechas de los crímenes y podía resultar sospechoso.
—Puede que la gente sepa qué tipo de sangre tiene, A, B o cero, pero hay muy pocos que sepan si son Rhesus negativo —continuó el viejo.
—¿Y cómo pueden llegar a saberlo?
—Hay dos maneras.
—Una, imagino que será al hacerse una transfusión.
—Muy bien, ¿y la otra?
Shinji se quedó mudo y el viejo rio triunfante.
—Cuando cedes sangre para una transfusión, naturalmente.
—¿Se refiere a los donantes? ¿A los que venden sangre?
—Eso es. Y no me interesan las transfusiones en sí, sino la sangre que se almacena.
—¿Los bancos de sangre?
—Eso mismo. Y, ¿sabe?, uno no deposita la sangre en uno de estos bancos y la saca cuando la necesita. La mayor parte de la sangre de estos bancos se compra. Y los bancos siempre guardan registros de quién les vende la sangre.
—¿Quiere decirme que, en un banco de sangre, se pueden conseguir listados de gente que tiene AB Rhesus negativo?
—Sí, y eso es lo que hemos hecho. Tiene en sus manos el resultado. Hemos investigado en todos los bancos de sangre de Tokyo y confeccionado una primera lista de veintisiete personas con Rhesus negativo, de los cuales seis han resultado ser AB. Un porcentaje estadísticamente alto.
El plan del viejo empezó a resultar evidente para Shinji. Viéndolo desde un aspecto optimista era un tiro a ciegas. Desde uno pesimista, resultaba un juego peligroso.
—Ya sé que puede parecer raro, pero cuando lo planteamos de esta manera, me siento en la piel del criminal —continuó el viejo—. Lo que quiero decir es que intento imaginar que soy el criminal para saber cómo piensa. Si quiero inculpar a Ichiro Honda colocando sangre de su tipo en la escena del crimen, ¿cómo me las arreglaría? Lógicamente, me acercaría a un banco de sangre y buscaría gente que tuviera ese tipo. Así que, ¿qué cree que hice a continuación? Hice que preguntaran si había habido alguien que, a lo largo del año pasado, hubiera hecho algún tipo de indagación sobre donantes de ese maldito tipo de sangre. Y hubo alguien.
Terminó en tono casi triunfante.
Sacó otro documento de la carpeta que tenía en la mesa y encendió un nuevo puro. Shinji pensó que era este amor por el detalle lo que le había convertido en un abogado criminalista tan bueno.
—Se descubrió que, a principios de septiembre, hubo alguien que pidió donantes de AB Rhesus negativo en varios bancos de sangre. Dijeron que se necesitaba para un recién nacido. Los niños que nacen de madres con Rhesus negativo necesitan una transfusión total de sangre o mueren. Se llama «enfermedad hemolítica del recién nacido».
»Dijeron que la petición la había hecho un hospital del distrito de Toshima, así que se les llamó por teléfono y, ¿querrá creer que no habían tenido un caso semejante en los últimos doce meses?
—La llamada era falsa.
—Exactamente.
El viejo había encontrado la pista de la persona que le había tendido la trampa a Ichiro Honda. Ahora, sólo había que seguirla. Shinji se tensó por la emoción.
—¿Cómo era la persona que hizo la llamada?
—Nunca se presentó en persona, siempre llamaba por teléfono. Dijeron que la voz parecía forzada.
—¿Un hombre?
—Probablemente, a juzgar por lo que me dijeron, pero no podemos descartar que fuera una mujer modulando la voz para que pareciera la de un hombre. Creo que no debemos eliminar ninguna posibilidad.
—Bueno, al menos nos ha dejado algo con lo que trabajar. ¿Ésta es la lista de nombres que le dieron?
—Sí, pero se dará cuenta de que uno de ellos es una mujer de cuarenta y dos años. Una empleada ocasional de un albergue para desahuciados. Con un análisis de sangre se puede descubrir el género del donante, así que puede eliminarla. Tengo una corazonada, y estoy seguro de que descubrirá que alguno de esos cinco hombres ha vendido su sangre a nuestro hombre.
El razonamiento del viejo parecía sostenerse, pensó, Shinji. Pero si esa teoría resultaba ser cierta y alguien le había tendido una trampa a Ichiro Honda, ¿cómo diablos pudo conocer su tipo sanguíneo?
—Honda debió descubrir que tenía ese tipo de sangre cuando estaba en el colegio, así que sólo pueden conocerlo sus familiares y amigos íntimos.
—No necesariamente. Cualquiera pudo averiguarlo. —El viejo sacó un antiguo periódico de la carpeta de su escritorio con el gesto de un niño que saca un juguete de una caja—. Esto es de hace diez años. Lo saqué del archivo del periódico. Relata cómo se salvó la vida de un recién nacido en un hospital de Fukuoka. Imagino que habrá adivinado ya que Ichiro Honda fue el donante de esa transfusión.
El viejo le miró triunfante.
—Era una de las primeras transfusiones de Rhesus negativo que se realizaban en Japón, fue noticia de primera página. Hasta la completaron con una foto de Honda.
El viejo le entregó el periódico y Shinji pudo ver la foto de un Honda mucho más joven y leyó los titulares.
«El laboratorio de Biología de la A.M.U. salva la vida de un niño. La sangre de los estudiantes se clasifica según el sistema americano. Un triunfo para la ciencia. Un estudiante se desplaza a Fukuoka a bordo de un avión militar para donar sangre».
El viejo mordió el cigarro y prosiguió.
—Aquí hay algo interesante. En esos días no se conocía el término «Enfermedad hemolítica de los recién nacidos» y se referían a ella como «Incompatibilidad Rhesus». Bueno, pues la persona que hizo las llamadas utilizó esta expresión en vez del término actual. Esa es la razón por la que recuerdan tan bien las llamadas en los bancos de sangre. Y en el artículo pone «Incompatibilidad Rhesus». Bastante obvio, ¿verdad?
—¿Quiere decir que nuestro hombre ha leído el artículo?
—Eso es lo que creo. Estoy seguro de que el que hizo las llamadas no tenía problemas con ningún niño, y que es nuestro escurridizo «X». Así que yo volveré a la cárcel a animar a Honda a que reconstruya su diario, y usted investigará a esas cinco personas.
¿Tendría razón el viejo? Como había dicho, sólo podría saberse después de haber hablado con los cinco. Shinji se dispuso a irse, pero su jefe le retuvo.
—Me dijeron en la Universidad que Ichiro Honda fue, en todos los aspectos, un estudiante ejemplar. El primero de su clase, de moral intachable.
—¿Qué le pasó, entonces? —preguntó Shinji sin obtener respuesta.
¿Fue Honda un hipócrita mientras estuvo en la universidad?, se preguntó Shinji. ¿O era su actitud actual una reacción contra sus días de estudiante en la Asia Moral University?
¿Qué hacía que un hombre fuera mujeriego?
A Shinji le hubiera gustado saberlo, pero ahora su principal trabajo era localizar a la persona que había inculpado a Honda.
Cogió los papeles y salió de la habitación.
2
Shinji salió del edificio poco antes del mediodía, y la brillante luz del sol le pareció cegadora tras haber estado en la oscura oficina. ¿A quién visitaría primero?
Debía volver con resultados lo antes posible. Había leído la lista varias veces y seguía sin decidirse. Volvió a mirar el informe de la agencia.
1. Yuzo Osawa, 58 años, trabajador diurno. Dirección actual: Fukumae Ryokan, Asahicho, Shinjuku. Familia y dirección anterior desconocidas.
Acude todos los días a la Oficina de Empleo de Shinjuku, y casi siempre trabaja en la construcción de carreteras cuya financiación suele depender de las mismas oficinas.
(Notas.) Cena en un restaurante barato llamado Renko, cerca de su alojamiento. Siempre come lo mismo: dos vasos de vino barato y un cuenco de judías, su comida preferida. Bebe para alegrarse, nunca se emborracha.
El mejor momento para contactarle es la hora de las comidas o en la oficina de empleo.
«Bueno —pensó Shinji—, la mayoría de la gente pensaría que es un fracasado, pero ¿quién puede decir que no vive como le gusta y por lo tanto disfruta con ello?».
2. Seiji Tanikawa, 23 años, trabaja en los laboratorios fotográficos de T-Film, universitario. Actual dirección: 12-X Chome, Shimorenjaku, Mitaka City. Es una residencia para solteros.
(Notas.) Actitud satisfactoria en el trabajo. Se queda a trabajar fuera de horas dos o tres noches por semana. No frecuenta bares o cafeterías, pero los lunes y viernes, cuando no se queda a trabajar, va a un baño turco situado en Kanda. Siempre utiliza a la misma chica, Yasue Terada. Para más detalles, consultar con el detective encargado.
El salario de Tanikawa es de 28 000 yens mensuales, incluyendo horas extras. Envía todos los meses a su madre la cantidad de 5000 yens. Su cuenta en los baños turcos asciende a 2000 yens por visita, lo que implica que, si los visita dos veces por semana, paga alrededor de los 20 000 yens mensuales. Sumando lo que le envía a su madre, los gastos de vivienda, la cuenta del baño turco y los regalos de Sushi que le hace a la chica que emplea, y el mínimo necesario para mantener vivos cuerpo y alma, sus gastos mensuales no bajan de 30 000 yens. Creemos que tiene ingresos adicionales basados en el rodaje y venta de una clase especial de películas.
«Un hombre que va hundiéndose progresivamente en el barro y que acabará en él», meditó.
3. Rosuke Sada, 33 años, vendedor de la sucursal de Suginami de la H-Cosmetics Ltd. Co. Dirección actual: Tachibana-So, 2-Chome, Asagaya, Suginami-Ku.
Graduado universitario, casado y sin hijos.
(Notas.) Su campo de ventas está constituido por Setagaya, Suginami, Shibuya y los distritos de Nakano. Su clientela está formada principalmente por burgueses. Tiene un éxito mediano y tenemos razón para creer que, además, vende material de joyería que le proporciona un colega. Gana alrededor de 40 000 yens mensuales. Su itinerario diario es difícil de predecir debido a la naturaleza de su trabajo, pero suele comer en un restaurante alemán de Shinjuku, llamado Hamburgo. Después del trabajo vuelve a casa, y mira la televisión o va a una cafetería de la vecindad, donde entabla conversación con las mujeres que lo regentan. Parecen interesarle demasiado las mujeres.
«Este hombre es mi máximo común denominador», pensó Shinji.
4. Nobuya Mikami, 18 años, es un camarero que vive en el Bar B de Hanazono-Cho, Shinjuku. Dirección actual: la ya indicada.
(Notas.) El Bar B es un bar gay. Su principal característica es que los empleados suelen tener menos de 19 años y ninguno se disfraza de mujer. Tiene muy pocos clientes casuales. Los habituales suelen acudir con intenciones sodomitas. Hay clientes que no se molestan en aparecer por el local, son de elevado nivel social y se limitan a llamar por teléfono para hacer sus peticiones. El dueño se hace llamar «Mami» y se encarga de arreglar las citas. El precio mínimo es de 3000 yens, pero puede ser mucho más elevado, según la cartera y los gustos del cliente. Alguno de los chicos viven en casas alquiladas por sus clientes. Los que contactan con extranjeros suelen hacer largos viajes.
«Interesante», pensó.
5. Kotaro Yamazaki, 26 años, interno del Y-University Hospital. Dirección actual: c/o Muneda, Tsuji-Cho, Otsulca, Bunkyo-ku.
(Notas.) Reside en esa dirección desde que era estudiante. Sigue una rutina diaria bastante irregular. Prepara sus exámenes, va a ver películas extranjeras, acude a partidos de béisbol o a algún sitio a beber. Suele frecuentar una cafetería local llamada Pájaro Azul. Suele aparecer a la hora de las comidas, dado que está muy próximo al hospital.
«Vale. Aquí tenemos a alguien que debe saber un rato de grupos sanguíneos y cómo conseguir sangre», dedujo.
Así que Shinji decidió empezar con el médico interno. Podría hablar con él en la cafetería mientras comía algo. Miró el reloj, dándose cuenta de que ya eran la una y media.
Se dirigió a Ochanomizu, donde estaba situado el hospital, pero se le ocurrió una idea por el camino. Salió del vagón de metro y telefoneó a un amigo periodista cuya oficina no estaba lejos. Pensó que todo resultaría más fácil si se hacía pasar por periodista y le pidió a su amigo unas cuantas tarjetas de visita, diciéndole que tenía que entrevistar a unas cuantas personas y que podrían serle útiles. Su amigo accedió y se acercó al periódico. Resistió la invitación de su amigo a comer y continuó su camino.
Cuando llegó a la Universidad llamó a Kotaro Yamazaki por centralita. Le respondió una voz dura y poco prometedora.
—Soy del Daily News —dijo—; estoy escribiendo un artículo sobre donantes de sangre y me gustaría que me dedicase unos minutos.
—Ha acudido a la persona equivocada —respondió con voz fría y distante.
—Pero el banco de sangre G me dijo que usted era donante de sangre Rhesus negativo y…
—Es muy extraño. Hace muchos años que no dono sangre.
—De todos modos, ¿podría concederme unos minutos? No le llevaría mucho, se lo aseguro —añadió, con el tono de voz más persuasivo que pudo encontrar.
—Está usted intentando imponerme su presencia —replicó la voz con furia, pero aceptó una cita en la cafetería.
Veinte minutos más tarde apareció en la cafetería Pájaro Azul y resultó ser un joven alto y guapo. Identificó a Shinji por el hecho de ser la única persona que no estaba acompañada, y se sentó frente a él.
—Soy Yamazaki. ¿Qué puedo hacer por usted?
—Responder unas preguntas. Tengo entendido que posee usted un grupo sanguíneo bastante raro. Empezaré preguntándole si su condición de donante se debe a su profesión de médico.
Yamazaki miró la tarjeta de visita que le enseñó Shinji, le dio la vuelta como para examinar su dorso y se la devolvió.
—Bueno, como ya le dije por teléfono, hace años que no dono sangre.
—¿Y en el pasado? ¿Lo hacía a menudo?
—No. Sólo dos o tres veces.
—¿Y no ha donado sangre recientemente?
—Al menos desde hace un año. Y no fue idea mía. Recibí una petición de un banco de sangre debido a mi grupo. Parece que se les había acabado y que tenían una emergencia. Un recién nacido, creo.
—¿Alguna otra vez?
—Ninguna más.
—¿Y qué me dice entre octubre del año pasado y enero de éste?
Ante esta pregunta Yamazaki le miró con dureza, pero Shinji mantuvo su gesto indiferente y se relajó.
—¡Si he dicho ninguna, quiero decir ninguna! ¿Por qué es usted tan inquisitivo? —replicó hurañamente.
Shinji concluyó que no sacaría nada más de esta entrevista y se dispuso a marcharse. Yamazaki se recostó en su silla, miró a Shinji y siguió hablando.
—La sangre es un tema algo aburrido hoy en día, ¿no cree? El esperma parece ser ahora lo que más interesa. El otro día me entrevistó un periodista de una publicación de tercera para hablar de donaciones de esperma. Más interesante, ¿verdad? Pero los donantes no estamos autorizados a hablar del tema. Digamos que son cosas del oficio.
Estaba bromeando y Shinji no se dio cuenta de la importancia de lo que le decía. Pagó la cuenta y se marchó.
Volvió a la oficina, donde encontró a Mutsuko Fujitsubo archivando unos papeles. El viejo estaba en la cárcel hablando con Ichiro Honda.
—¿Cómo anda la reconstrucción del diario? —preguntó mientras hojeaba los informes de la agencia que Mutsuko estaba archivando.
Parecía que una de las víctimas de Honda había sido maestra de escuela. Los estigmas ocultos de la humanidad podían encontrarse en todas partes.
—No muy bien, me temo —contestó Mutsuko—. Parece que Honda no recuerda tanto como le gustaría al viejo. Y la agencia de detectives tampoco progresa mucho. Tienen un montón de gente en el caso, pero no consiguen mucho.
Shinji pensó que encontrar a alguien con un motivo reconstruyendo el diario del don Juan no era tarea tan sencilla como el viejo había esperado que fuera, y creía que a Mutsuko le parecía lo mismo. Si esto resultaba ser cierto, el viejo tendría que apelar sin nada nuevo en que apoyarse. El día de la audiencia se acercaba y Shinji sentía que no había tiempo que perder. El asesino había dejado una débil huella en los bancos de sangre, y a él le tocaba conseguir todos los datos posibles y llevárselos al viejo.
3
Llegó la tarde y se puso el sol. Alguien había esparcido agua en el pavimento frente al pub Renko, en un vano intento de asentar el polvo.
Shinji se abrió camino a través de la triste cortina de cuerda que separaba el bar de baja estofa del mundo exterior. Identificó rápidamente a Yuzo Osawa en el viejo sentado solo ante el mostrador en forma de U que bebía sochu, una fuerte bebida barata. Tal y como decía el informe, tenía ante sí un cuenco con judías. El pub estaba casi repleto y la mayor parte del personal se apelotonaba ante la pantalla del televisor. Cuando Shinji se sentó ante Osawa descubrió que, desde ese sitio, una columna bloqueaba la visión del televisor. Pidió una botella de cerveza.
Osawa, sentado a su lado, daba vueltas al vaso de sochu como si intentara calentarlo, y se lo llevaba a los labios de vez en cuando, tomando un lento y cauteloso sorbo. Tenía las uñas manchadas de aceite y polvo.
—¡Eh, viejo! ¿No nos hemos visto antes? —dijo Shinji con jovialidad forzada.
Osawa volvió la cabeza y le miró sin ver.
—¿Qué? —dijo llevándose la mano al oído.
La barba de varios días salpicada de blanco acrecentaba su aspecto desaliñado.
—Decía que nos conocemos de antes.
—Si usted lo dice —replicó en tono negativo y volviendo su atención al sochu.
Estaba volviendo a meterse en su concha y Shinji tuvo que actuar con rapidez.
—Creo que sé dónde fue. Estábamos en la cola del banco de sangre… Debió de ser en el laboratorio Komatsu, ¿verdad? Hoy he podido vender una poca. Déjeme invitarle a una copa.
—¿Sí? ¿De verdad? Muy amable.
El tono de voz se tornó más amistoso. Bebió lo que le quedaba de un trago, como temiendo que el forastero se echara atrás en lo de la invitación. La manera en que se secó la boca con la manga delataba lo precioso que era para él el licor.
—A los jóvenes os sigue valiendo lo de la sangre —dijo cuando tuvo un vaso frente a él—. Pero a un viejo como yo… ya no me quieren. Te dicen que no es lo bastante espesa, o algo así.
—¿Ya no vendes sangre, entonces? ¿Y cuándo fue la última vez?
—Hace cosa de un año. Echaron a la persona que estaba al cargo y la nueva no me toma en serio.
—Pero seguirías vendiéndola si pudieras, ¿eh, compañero? Vamos, quiero decir que si apareciera alguien a comprarte sangre, se la venderías, ¿eh?
—Claro. Sigo teniendo buena salud y mi grupo sanguíneo es muy raro. Muy valioso. No se parece al que tienen los demás, no. Soy AB Rhesus negativo, y sólo se da en uno de cada dos mil, ¿sabes? Pero ya nadie quiere comprármela.
La lengua del viejo empezaba a atascarse, por lo que Shinji pidió otro vaso y se levantó para marcharse.
—La próxima vez invito yo, amigo —le dijo el viejo con la boca llena de sochu, casi atragantándose al hablar.
Shinji salió y se dirigió a la estación de metro de Shinjuku. Bueno, pensó, el viejo ya no podía vender sangre. ¿Quién podría comprarla, tan licuada y cargada de alcohol como estaba? El que buscara sangre intentaría sacarla de alguien de la misma edad de Ichiro Honda. Eliminó de su lista al peón y al estudiante de medicina. Y además, «X» no se habría acercado al interno por temor a sus conocimientos médicos.
Tomó la línea Chuo y se dirigió a Kanda. Cuando el tren arrancó, sacó la cabeza por la ventanilla para que el aire fresco disipara los vapores de cerveza que podían dificultar la próxima entrevista. Pero cuando el tren adquirió velocidad, descubrió que la corriente del aire que producía al desplazarse le impedía pensar con claridad. El foso del palacio reverberó ante sus ojos en la noche veraniega, y pudo captar la visión de las parejas que solían navegar en las iluminadas barcas que se desplazaban por las tranquilas aguas. Incluso, cuando hacía ya rato que la imagen había desaparecido, seguía teniendo en la cabeza la visión de una pareja que llevaba blusas blancas.
El baño turco Alibabá estaba a cinco minutos de la estación de Kanda, y Shinji pudo ver el letrero de neón rojo desde el tren cuando aún no había llegado al andén. Localizarlo resultó ser una tarea menos sencilla de lo que había imaginado. Tuvo que atravesar un amasijo de callejuelas abarrotadas de clubs nocturnos, bares baratos y casas de comidas de baja estofa. Uno de ellos estaba especializado en brochetas de pollo, y tuvo que evadir la pesada nube de humo blanco que salía del extractor. Se sintió atrapado y pronto empezó a notar otro olor por encima del de aceite quemado, el del deseo sexual y la inmoralidad. También había en la zona un grupo de tiendas de ropa que habían cerrado hacía ya rato, dejando que la oscuridad rodeara el baño turco. El Alibabá estaba situado a continuación de unos baños públicos. Era un contraste interesante, pensó Shinji, el que formaban la polución moral de uno al lado de la limpieza corporal del otro. Aunque nunca había estado en uno de estos establecimientos, era perfectamente consciente de que no eran más que tapaderas de prostíbulos.
La entrada estaba adornada con palmeras auténticas y plantas de plástico, y, al pasarla, se encontró con el enlosado recibidor escondido del exterior por un muro cubierto de terciopelo damasquinado en marrón y oro.
En el interior, la iluminación era escasa y de color rojo. La multicolor alfombra era tan tupida que ahogaba el sonido de sus pasos, dándole un carácter secreto a su visita. A un lado de la sala había una mesa con un sofá y varios sillones ocupados por numerosos clientes que distraían la espera leyendo revistas o viendo la televisión. Pese a que había bastantes latas de cerveza abiertas, nadie parecía prestarles mucha atención.
Se sentó y pronto apareció un hombre a atenderle.
—¿Quiere que le atienda alguien en especial?
—Sí. La señorita Yasue —era la chica que atendía a Seiji Tanikawa—. Creo que se llamaba así. ¿Tienen ustedes a alguien con ese nombre?
—Sí, señor. Espere unos minutos, por favor —respondió con gesto adulador—. Puede beber algo mientras tanto. Cortesía de la casa.
Shinji pidió un whisky y el dependiente se marchó.
Según el informe de la agencia, Seiji Tanikawa frecuentaba este establecimiento los lunes y los viernes, cuando no se quedaba a trabajar. Solía presentarse entre las siete y las nueve.
Un extraño aroma se respiraba en el ambiente. El olor de los hombres que desean satisfacer sus deseos sexuales, pensó.
El tiempo pasaba. De vez en cuando se levantaba un cliente y desaparecía en el interior al oír que le llamaban, para ser invariablemente sustituido por un nuevo cliente del exterior, al que no era raro ver aparecer con algunas copas de más. A veces aparecía una mujer en sandalias, vistiendo una bata roja y blanca sobre el rojo uniforme compuesto de camiseta y pantalones cortos, despidiendo a un cliente que se marchaba feliz. ¿Se habría marchado ya Seiji Tanikawa, o aún estaría dentro?
Coincidiendo con este pensamiento, le vio salir de detrás de la cortina. Le reconoció por las fotos que le había proporcionado la agencia de detectives. Su figura delgada destacaba aún más por el suéter negro que llevaba esa noche. Le seguía de cerca una chica muy pequeña que debía ser Yasue Terada. Pasó ante Shinji mostrándole sus escuálidas mejillas y su duro perfil.
Yasue le despidió en la entrada apretándole el hombro huesudo con familiaridad. Tanikawa se limitó a encogerse de hombros y a marcharse sin decir palabra. «Para ser un hombre que viene por aquí dos veces semanales…», pensó Shinji, cuya vida privada estaba limpia como una hoja de papel. Observó cómo se alejaba y se perdía de vista, casi sintiendo su debilidad. Los pies de aquel hombre estaban hundiéndose lentamente en las pantanosas aguas del vicio.
Yasue intentó volver a su reservado pero la detuvo el dependiente que le susurró algo al oído. Se acercó a Shinji, pero no pudo reconocer su cara.
—Usted es… —empezó, pero no pudo terminar la frase.
—Soy yo. Yamada, ¿me recuerda? —mintió Shinji—. Vine una vez, hace ya algún tiempo.
—Claro que le recuerdo, señor Yamada —replicó alegremente, sacándole del recibidor.
«Estas chicas —pensó—, tienen que ver a tantos hombres cada día, quizá cien al mes, que no pueden recordar las caras de los que sólo vienen una vez».
Siguiéndola, pudo ver su nuca y sintió nacer el deseo erótico hacia ella.
—¿Tomará un baño de burbujas antes?
Qué pregunta más inhabitual, pensó al principio, pero pensó que algunos clientes debían ser bastante tímidos y que otros vendrían sólo por el baño. Decidió hacer el papel de tímido o poco romántico y aceptó un baño. Ella le condujo al vestuario, pero en vez de desvestirse se dedicó a hacer preguntas.
—El cliente que acaba de salir… se llama Seiji Tanikawa, ¿verdad?
Estaba controlando el nivel del agua y se volvió hacia él con una mirada inquisitiva.
—¿Le conoce?
—Bueno, por lo menos se le parece. Ha sido algo embarazoso encontrarse con él en este sitio.
—Es cliente habitual mío. Dice que trabaja para una casa de fotografía.
—¿Viene muy a menudo?
—Dos veces por semana.
—Debe de tener bastante dinero, ¿eh?
—Oh, no lo sé. Se dedicará a las apuestas. Alguno de nuestros clientes viene todos los días, sabe. Deben enviciarse con los baños de burbujas.
—Yo diría que este cliente era más adicto a usted que a los baños de burbujas.
Se rio, y no a disgusto.
—No, nada de eso. Antes le atendía otra chica, y cuando se marchó la sustituyó por mí. Vine a trabajar cuando se marchó la otra chica, así que me lo colocaron. Fue un buen golpe de suerte.
—Tengo entendido que hay mucha gente que acaba abandonando este trabajo, ¿es verdad?
—Bueno, sí. Podríamos decir que éste es un trabajo con bastantes cambios. En cuanto abren un sitio nuevo todo el mundo intenta conseguir mejor salario yéndose allí. La gente se mueve muy rápido en este negocio. Yo llevo aquí seis meses, lo que me convierte en una veterana.
—Tanikawa es más viejo que usted, por lo que imagino que vendría desde mucho tiempo antes. ¿Sabe cuándo empezó a venir?
—Hacía poco. Me dijo que sólo había venido una vez antes de estar conmigo, y justo días antes. Dijo que había vuelto para ver a la misma chica, pero que se había despedido, así que se cambió a mí. Pero los hombres hablan mucho y no sé si sería cierto.
—Y usted, ¿cuándo empezó a trabajar aquí?
La chica volvió a tener sospechas.
—Está investigando algo, ¿verdad? —dijo sombríamente y abandonando el tono alegre—. ¿No será de la policía?
—¿Parezco policía? No. Es que me he metido a adivino —improvisó rápidamente—, y estoy investigando la relación existente entre el cumpleaños de una persona y el día en que cogen un trabajo determinado.
—No puede engañarme con ese cuento. Pero, si quiere saberlo, mi cumpleaños es el seis de febrero, y empecé a trabajar el día… Espere un momento —dijo, buscando en el bolso que tenía en un cajón y sacando de él una libreta—. El veintiuno de diciembre. ¡Oh, Dios mío! Ni un solo yen de propina ese día.
—¿Veintiuno de diciembre? Medio año.
—Eso es. Seis meses, y sin faltar un solo día. Cada día pienso en dejar el negocio —añadió con una mirada de desesperación—, pero, entonces, miro mi cuenta en el banco y recobro el ánimo al verla aumentar día a día. Cuando consiga mi meta, dejaré esto y me estableceré por mi cuenta.
Shinji la tenía ante sí y le miró las manos regordetas. Eran el cómplice inocente de los deseos del hombre. Esas manos regordetas…
Entonces fue cuando se le ocurrió.
Si la fecha que le había dado era correcta, y si Tanikawa no le había mentido, el primer día que estuvo en los baños turcos debió de ser el 19 de diciembre. ¡El día que asesinaron a Fusako Aikawa!
¿Era una coincidencia? ¿O tenía algún significado oculto? Sintió calor en aquel baño turco y una gota de sudor frío resbaló por su frente.
—¡Tengo que irme! —dijo rápidamente—. ¡Acabo de recordar que tenía que hacer algo! Lo siento.
—Pero ¿y el masaje?
—En otra ocasión —dijo, dándole una principesca propina y marchándose.
Si tenía suerte, podría alcanzar a Seiji Tanikawa en algún restaurante de las cercanías.
4
Lo encontró en un triste café donde servían barbacoas de pollo y cerveza. Estaba en una calle estrecha que llevaba a la estación de metro, repleta de locales semejantes. El informe de la agencia no mencionaba ese sitio y tuvo mucha suerte al localizarlo allí agazapado ante el mostrador, mirando a la calle, vestido con su polo negro. Cuando Shinji le vio, estaba comiendo una brocheta y la salsa le resbalaba por la pechera. Ni siquiera se molestó en levantar la mirada cuando se sentó ante él. Estaba enfrascado en el pollo y la cerveza y, aunque no fuera así, no le hubiera visto. Estaba mirando al vacío.
—Hola, señor Tanikawa —dijo despertando al hombre, que derramó un poco de cerveza—. Me alegro de encontrarle —continuó Shinji.
—¿Quién infiernos es usted?
Shinji no contestó. Sonriendo misteriosamente, le miró a los ojos.
—¿Qué tal van las películas? —dijo, y supo lo que sentía un chantajista ante sus víctimas, porque vio cómo la cara se oscurecía y se paralizaba a medida que las palabras surgían de su boca.
—Le he preguntado quién diablos es usted —pudo soltar Tanikawa al fin.
Parecía que lo de las películas había funcionado. Shinji sacó la tarjeta de periodista y se la mostró.
—Un periodista, ¿eh? ¿Qué quiere de mí? ¿Y qué quiere decir con eso de «las películas»? —dijo, levantando la mirada de la tarjeta y mirando a Shinji.
—Bueno, nada en particular. Tengo entendido que usted se dedica a revelarlas. Eso es todo. Mi tema de hoy es sobre donantes de sangre y usted participó en la campaña para recoger sangre Rhesus negativo que se hizo el año pasado, ¿verdad? Tal vez no me recuerde, pero estuve allí.
Era un tiro a ciegas pero pareció llegar a buen destino. Una mirada de alivio reemplazó la de sospecha. Al fin y al cabo, aquel reportero no se ocupaba de sus películas ilegales.
—No puedo decir que le recuerde, pero es posible.
—¿Ha vuelto a donar sangre desde entonces?
—No, nunca.
—Tiene gracia. ¿No le llamaron del banco de sangre? Me dijeron que donó a mediados de enero.
—Yo no. Debió de ser otro.
Su cara era tan inexpresiva cuando contestó a la crucial pregunta, que no parecía que estuviera mintiendo.
—Lo siento, entonces. Debe haber sido un error en la redacción.
No había llegado a ninguna parte. Quizás en ese sitio no había peces que poder pescar con su red. O no tenía el cebo adecuado. O no tenía anzuelo al final del sedal. Se dispuso a marcharse.
—¡Eh, no irá a marcharse! Quédese a tomar un trago.
Shinji le miró. Ya hablaba deslabazadamente, y tenía los ojos rojos: el alcohol empezaba a hacer efecto. Sería un aburrimiento, pero no tenía prisa por ir a ningún sitio y podía quedarse un rato. La imagen de las manos de la chica del baño turco flotó ante sus ojos. Lo mejor que podía hacer era beber algo para borrarla.
—Muy bien. Me quedo.
—Esta ronda es mía —dijo Tanikawa, y gritó pidiendo cerveza.
—¿Viene muy a menudo? —preguntó, por decir algo.
—La verdad es que no. Voy a un baño turco que está al final de la calle.
—Parece interesante. ¿Qué tal están las chicas?
Al principio, dio la impresión de que no iba a contestarle. Levantó la jarra de cerveza a la altura de los ojos y miró el líquido ambarino. Entonces, viendo cómo ascendían las burbujas, empezó a hablar en tono autocompasivo.
—Visito una chica llamada Yasue cada tres días y maldito el bien que me hace. No hay amor, ni nada semejante. Sólo una transacción comercial. Se puede comprar cualquier cosa con dinero, ya sabe. Yo también lo sé, pero soy incapaz de controlarme. Creo que tengo miedo de parar. Por lo menos, así, mi vida tiene algún sentido. Sólo soy un maldito estúpido.
Estaba a punto de llorar. Bebió un largo trago de cerveza y continuó.
—Todo empezó por una mujer. Fue culpa suya, ¿entiende? ¡Maldita sea! ¡Qué falsa y cínica es la vida! Verá. Nunca había ido a un sitio como ése hasta finales del año pasado. Y en un día que no olvidaré nunca. El diecisiete de diciembre del año pasado. Era mí día libre y me acerqué a Kabuki-Cho en Shinjuku a ver una película. Luego me metí en una taberna. Y allí fue donde conocí a aquella mujer. Se me acercó y me habló y…
Su cabeza cayó repentinamente sobre el mostrador, haciendo que se derramara la cerveza y tirando la jarra al suelo, donde se rompió. La cerveza derramada se extendió por el mostrador y empezó a gotear al suelo.
—Permítame que le lleve a alguna parte —dijo Shinji apresuradamente.
Levantó al borracho y, tambaleándose bajo su peso, pagó la cuenta y se abrió camino al exterior.
¿Quién podía ser la mujer que acababa de mencionar? ¿Podía sacar algo de eso? En el fondo de su cerebro empezó a formarse una imagen de mujer.
Se tambaleó calle abajo cargando a Tanikawa, que no le ayudaba en nada y se limitaba a murmurar. «Esa mujer, esa mujer…».
Paró un taxi, metió a Tanikawa en el interior y se sentó a su lado. «¡A Mitaka!», dijo. Tanikawa se movía tanto que le puso la cabeza, apestando a brillantina, bajo la nariz y los pies en la blanca tapicería del coche.
Esto no gustó nada al taxista, y lo hizo saber con tono hiriente.
El coche arrancó y Shinji bajó la ventanilla para que le diera el aire a Tanikawa.
—¿Qué hicieron a continuación, la mujer y usted?
—Me llevó a un bar. Bebimos mucho y me dijo que se tenía que marchar, pero que quería volver a verme.
—¿Pagó ella las consumiciones? ¿O lo hizo usted?
—No, no. Ella lo pagó todo. Cuando se marchó, me dijo que trabajaba en unos baños turcos y que fuera a verla allí. Me prometió un buen servicio y me dio un papel con el nombre y la dirección del establecimiento.
—¿Aún la tiene?
—Sí. La llevo siempre conmigo. Échele un vistazo, ande —rebuscó en su cartera y consiguió sacar un pedazo de papel—. ¡Aquí lo tiene, por si no me creía!
Shinji leyó el papel. «Ven a las nueve de la noche de pasado mañana. No te olvides. Te esperaré. Kyoko». Estaba escrito con lápiz, pero aún era legible. A un lado había dibujado un mapa que indicaba cómo llegar al Alibabá.
Las nueve de la noche del último 19 de diciembre. ¿Otra coincidencia? Al mirar el papel, se acordó de los mensajes que ponen las call-girls en los coches aparcados. El nombre, el número de teléfono y un mensaje tipo: «Si te sientes solo, llámame esta noche».
—¿Y acudió? —dijo devolviéndole el papel.
—Por supuesto. Y fue algo maravilloso. ¡Tenía que haber visto cómo se portó! Y yo, como un estúpido, pensé que estaba interesada en mí. ¡Hasta se negó a recibir propina! Me dijo que volviera al día siguiente y yo volví, pero ya no estaba. Se había ido.
Arrugó el papel y lo tiró al suelo del coche.
—¿Qué clase de mujer era?
—¡Muy simpática! ¡Y cómo me miraba, con esos ojos tan grandes! Bastaba para hacerte suspirar.
—Ojos grandes. ¿Eso es todo? ¿No tenía nada especial? Algo que permitiera reconocerla, quiero decir.
—Oh, sí, sí. Tenía un lunar muy grande en la base de la nariz. ¡Resultaba muy sexy! ¿Puede encontrarla para mí? —gritó borracho, cayó en las rodillas de Shinji y empezó a roncar.
Shinji recogió del suelo el papel arrugado y lo deslizó en su cartera. ¿Quién podía haber sido esta mujer? Había emborrachado a un desconocido en un bar y había rechazado una propina, siendo empleada de un baño turco. Y, luego, desapareció. ¿Por qué? ¿Qué pretendía?
Ante él, la iluminada carretera brillaba bajo los faros del coche y parecía correr a su encuentro. Tendría que informar al viejo lo antes posible. El taxi torció al lado del Parque Inokashira, donde se conservaban los últimos árboles del bosque que en otros tiempos cubría Tokyo, y se metió por un camino empedrado que bordeaba el riachuelo de Mitaka. Pronto llegarían.
Dejaría al borracho en su casa y se dirigiría a ver a Sada, el vendedor de cosméticos.
De todos modos, le pillaba de paso.
5
La cafetería Dako estaba situada al final de una galería comercial. Era un sitio pequeño construido al final del pasillo, y no tenía más de dos módulos. Se llenaba con cinco clientes, y esta noche sobrepasaba su capacidad con varios hombres con zuecos y ligeros kimonos de algodón que no parecían tener ningún otro sitio al que ir. Una mirada a las toallas y pastillas de jabón revelaba que todos venían de los baños públicos. Del grupo destacaba un hombre que llevaba un traje normal de verano y era muy alto para la media japonesa: casi un metro setenta. Cuando Shinji entró en el local le localizó en seguida porque parecía hablar consigo mismo mientras movía sus largas piernas. Aparentaba tener problemas con las ventas, y la voz suave y bien modulada indicaba a las claras su oficio de vendedor a domicilio que vive de vender algo a las mujeres. Sus miradas se encontraron en el momento que Shinji abrió la puerta, y Sada se le acercó, mirándole astutamente. Se sentaron juntos en un rincón que acababa de quedar libre. El hombre se inclinó ligeramente.
—Hola. Siento no recordar su nombre.
—Fui a su apartamento, pero su esposa me dijo que le encontraría aquí, así que… —dijo mientras volvía a mostrar la tarjeta de visita de periodista.
—Sí. Me telefoneó para avisarme. —Sada exhibió su propia tarjeta mientras sonreía como si estuviera a punto de vender un bote de laca de uñas—. Gracias por venir… Estoy preparado para trabajar las veinticuatro horas del día —rezumaba educación.
—Para serle honesto, no he venido por eso. Quería información sobre donantes de sangre. ¿Le han llamado recientemente?
—No, hace bastante tiempo que no me llaman. Me parece un desperdicio. Soy un tipo muy sanguíneo y tengo más de la que necesito —dijo riendo su propio chiste malo.
—¿Qué me dice del último quince de enero?
Volvía a mencionar la fecha en que murió Mitsuko Kosigi, pero Sada le dijo que no había donado sangre desde hacía por lo menos un año. Parecía que también esta visita resultaba inútil y se disponía a marcharse cuando se le ocurrió que, ya que estaba allí, podía interrogarle acerca de su vida privada. Sada daba la impresión de ser un hombre al que le gustaba hablar, y parecía esperar más preguntas, mientras se humedecía el labio inferior.
—Su profesión debe de ponerle en contacto con gente muy dispar. ¿Tiene alguna historia interesante que contarme?
—La verdad es que no. Tengo una vida muy aburrida, ¿sabe?
—¿De verdad?
—Sí. La vida de un vendedor de cosméticos consiste en gastar suelas. Nada más. Ya sé que se cuentan un montón de historias sobre nosotros, pero no son ciertas, al menos en mi caso.
—¿Qué me dice, entonces, del asunto de las joyas, eh?
Shinji lo dijo sólo para bromear un poco pero pareció dar en algún blanco. Los saltones ojillos de Sada enturbiaron con la sorpresa, bajó el tono de voz y se acercó a Shinji, procurando, por todos los medios, que no le oyeran.
—¿Es detective? Sé de qué está hablando, pero no podemos comentarlo aquí. Vámonos a otro sitio. Hay una tienda de Sushi aquí al lado. Se llama Kawagen. Vaya allí y espéreme.
El tono de voz era amistoso, pero insistente.
Shinji decidió seguir con el asunto y salió del establecimiento sin haber probado apenas el café que le habían servido.
Estaba sentado ante el mostrador del «Kawagen» cuando llegó Sada.
—Lamento haberle hecho esperar —hizo un par de pedidos a la cocina situada tras el mostrador y volvió con Shinji—. Tuve problemas con la señora y, la verdad, no por culpa mía.
—Adelante.
—Bueno. Me llamó a casa. Supongo que conseguiría mi número por otro cliente. El caso es que me dijo que quería comprar algo de joyería. Bueno, es algo colateral a mi auténtico trabajo, ¿comprende? No es nada que me obligue a… Dijo que quería ver las piezas y me citó en una cafetería. Y, como siempre he dicho, el cliente es el que manda, así que fui a ver a un colega para que me pasara su fondo en préstamo.
Se interrumpió y pidió un atún sushi al tiempo que le ofrecía otro a Shinji.
—Bueno, el caso es que fui a la cafetería y empecé a pensármelo por el camino. Quiero decir, llevaba una pequeña fortuna en piedras, y no conocía a aquella mujer. ¿Y si me drogaba y robaba? Así que puse el muestrario en una consigna de la estación y llevé conmigo sólo dos piezas: el diamante más barato del lote y un ópalo. ¿Que por qué fui? Bueno, había algo especial en la manera de concertar la cita y me atraía bastante. Así que fui a la cafetería de Yurakucho y allí estaba, esperándome, vestida con un kimono. Era una belleza, y llevaba el kimono muy correctamente.
»Iba a mostrarle las joyas, pero me dijo que el lugar era demasiado público. Me dijo con rodeos que fuéramos a un sitio mucho más privado, y empecé a pensar que no me importaba que me engañara con las piedras si, a cambio, me daba un poco de placer. Era muy hermosa. Fuimos a un hotel en Sendagaya. Cuando llegamos aún no era mediodía, pero ya había muchas parejas esperando. Parece que estos sitios no cierran en todo el día. Da que pensar, ¿verdad?
Hizo una pausa para devorar dos sushi. Mirándole, Shinji pensó que era un hombre cuya boca nunca descansaba, ya fuera comiendo o hablando.
—Fuimos a una habitación y pidió ver las joyas. Me dijo que le gustaban las dos y me preguntó el precio. Yo estaba un poco confuso y le hice un buen precio por el lote para que las comprara ambas de golpe. Lo hizo y me pagó en metálico. Y, bueno, habíamos alquilado la habitación por dos horas y era una pena desaprovecharla, si entiende lo que quiero decir. Y además ella parecía dispuesta. Bebimos un poco de cerveza, nos desvestimos, y entonces…
—¿Sí?
—Entonces, nada. Me desperté y estaba tumbado en la cama, yo solo. Llamé a recepción y me dijeron que la mujer había salido hacía una hora y media. Eso me sobresaltó y empecé a mirar por si me faltaba algo, pero no. Tenía hasta los ocho mil yens que me había dado por las joyas. Era como si hubiera estado con un duende o un fantasma. Tenía la cabeza pesada y la garganta seca, así que me fui a casa y me metí en la cama. La cerveza no suele afectarme de esa manera, así que debía estar drogada. Al día siguiente le devolví el resto de las joyas a mi amigo, y descubrí que el diamante que había vendido era falso. Verá, es sólo algo ocasional. No soy ningún experto. Le aseguro que no tenía intención de estafarle. Créame, por favor.
Hizo una pausa para beber y siguió hablando:
—El dinero que me pagó por todo está intacto. Lo tengo en un sobre para devolverlo en cuanto sea posible. He intentado localizarla, pero no he podido.
La historia había terminado, y la coronó con una risa que a Shinji le pareció demasiado estudiada.
¿Estaba diciendo la verdad? Consideraría el asunto como una relación con una mujer casada y cogería el dinero sin remordimientos. Quizás había preparado el fraude con anterioridad montando esta historia para cubrir su estafa. De todos modos, ¿de qué manera podía relacionar esa extraña historia con el caso de Ichiro Honda?
—¿Cuándo tuvo lugar todo esto?
—Déjeme ver. Se lo puedo decir con toda exactitud —dijo el vendedor mirando una libreta de notas que sacó de un bolsillo—. El catorce de febrero.
El día anterior a la muerte de Mitsuko Kosigi… ¿Tendría alguna conexión? Seguramente, no. Se sintió decepcionado. Yació su taza de té para quitarse el sabor del sushi, y se disponía a salir cuando el vendedor volvió a hablar.
—Ya le he dicho que le devolveré el dinero. Y, para compensar, le daré una nueva crema que acaba de llegar de Francia. Tapa granos, pecas y hasta lunares. Es un producto importado y bastante caro, pero le daré un tarro totalmente gratis.
Shinji escuchó, manteniendo un silencio asombrado.
—Ya sabe. Me refiero al lunar que tiene en la nariz.
Shinji cogió mecánicamente un guijarro del mostrador y lo golpeó con un dedo sin apuntar a ningún tipo en particular. Golpeó algo y sonó hueco.
—Al principio lo escondía tras un pañuelo, sabe, pero eso es algo que atrae la atención más que si lo exhibes libremente. Un lunar no es un defecto que esconder. Es más, si no lo escondes puede ser hasta atractivo. Pero esta nueva crema le servirá para taparlo.
Sada terminó su alegre charla, pero Shinji advirtió que, debajo de la autocomplacencia de vendedor, estaba muy preocupado por el dinero y las joyas.
—¿Qué pasará ahora?
—Depende de cómo vaya el asunto, tendrá que presentarse como testigo en el juicio. Pero, francamente, no creo que tenga problemas. De momento, quédese con el dinero.
—¿Juicio? ¿Se refiere a un juicio por divorcio?
—Algo así.
Se levantó e intentó pagar la cuenta, pero Sada se lo impidió, colocándole una aceitosa mano chorreante de sudor en la muñeca. Shinji le permitió que pagara, le dio las gracias y se fue.
Llegó a la estación de Asagaya preguntándose qué querría decir todo aquello. ¿Cómo podía organizar aquel montón de hechos en algo coherente? Todo parecía tan inconexo… Le costaba pensar, con el húmedo calor de la tarde. Si Hatanaka estuviera con él… El viejo colocaría en su sitio las piezas del rompecabezas.
Después de todo, no era más que un investigador reuniendo hechos y datos para su jefe. Casi podía ver la cara del viejo, oler su cigarro.
Llegó a la estación de Asagaya y compró un billete para Shinjuku. Iba por el último nombre de la lista, tenía que entrevistar a un chico que trabajaba en un bar gay.
Le apetecía más irse a la cama a dormir, pero desechó la idea como hace un jugador que quiere pasarse la noche en vela.
6
La distancia desde la estación de Shinjuku hasta el Hanozono-Cho, donde estaba situado el bar gay, era bastante larga para recorrerla a pie. Cuando Shinji se encaminó al bar, la gente iba en dirección contraria. Chocó con una chica que, evidentemente, tenía prisa por coger el último tren y que le maldijo estentóreamente.
Cuando consiguió llegar a la avenida Toden, atravesó la enorme encrucijada y se dirigió al santuario de Hanazono cruzando el laberinto de calles trazadas como si fuera una parrilla por detrás del santuario. Era una zona donde se permitía la prostitución. Torció por una estrecha calle en la segunda intersección y se encontró en una selva de bares pequeños, cada uno de los cuales tenía entradas delanteras de apenas un metro de anchura y un neón frontal. Abundaban también las lámparas de papel y las entradas pintadas. ¿Cuál, de todos ellos, era su objetivo?
Ya era tarde, y la calle estaba desierta. No se oían voces de borrachos cantando en voz alta, ni ninguna mujer excesivamente maquillada intentó atraerle a un portal, como sería de esperar en esa zona. Se metió en uno de los garitos, atendido por una mujer de mediana edad ataviada con un delantal y preguntó cómo llegar a su objetivo.
—No tengo ni idea, pero puedes quedarte por aquí y tomar algo. Te presentaré a una chica guapa.
Estaba sentada, calentándose los pies en un brasero que parecía servir también de cenicero, pues estaba lleno de colillas y palillos rotos. Declinó la oferta y salió a toda velocidad. Al cabo de un momento miró atrás para ver si le seguía, pero no había ningún rastro de ella.
Parecía resignarse a su cubil y no salía a buscar clientes.
Sólo había otro sitio que diera señales de vida: un pequeño restaurante que, en el pasado, debió de ser un bar. De él surgían deliciosos efluvios de pescado a la brasa y sopa de judías fermentada. Shinji se dio cuenta de que aún no había cenado y entró. Había tres personas: un camarero fuera de servicio, identificable por la pajarita, y dos prostitutas. Le miraron al entrar, pero no debió de parecerles muy interesante, porque volvieron a sus palillos y cuencos.
Tras el mostrador trabajaba una pareja que rondaba la cincuentena y tenía aspecto de honrados. Los tomó por marido y mujer. Examinó el menú y encargó un cuenco de arroz salmón bañado en té caliente. Mientras fumaba un cigarrillo esperando que le sirvieran el plato, pensó en la cara de los cuatro hombres que había entrevistado. El médico interno, el peón, el técnico del laboratorio fotográfico, el vendedor de cosméticos… cada rostro se le apareció ante sí.
De los cuatro, dos no le habían contado nada de interés. Los otros dos habían hablado de una mujer extraña. Ninguno había donado sangre recientemente. ¿Querría decir esto que no había conexión alguna en el asunto de la sangre? Si era así, ¿por qué había estado tan interesada en la sangre AB Rhesus negativo la persona que llamó a los bancos de sangre? ¿Querría él o ella conseguirla? Shinji estaba desorientado.
El cocinero le trajo la comida y saboreó las algas y las semillas de sésamo con que lo habían condimentado.
Sólo quedaba uno: el chico del bar gay. ¿Sería su última carta? ¿Había estado jugando la baraja equivocada? Decidió que el asunto parecía una partida de póker.
Tomó el último bocado, muy cargado de rábano picante, y casi se atragantó. Bebió un poco de té rápidamente y le preguntó al cocinero el camino del Bar B.
—Está ahí mismo. Subiendo un piso —dijo, señalando un neón oculto tras los aleros.
Pagó su cuenta y se preparó a subir la estrecha escalera. Era tan escarpada y daba tantas vueltas que estuvo a punto de caerse, pero, afortunadamente, se ensanchaba al llegar al primer piso. El sitio estaba ocupado por cinco clientes que parecían pederastas. Se dirigió a la barra y un chico de pelo rizado se le acercó.
—¿Qué desea?
—Una cerveza.
—Sí, señor, naturalmente, señor, espere un momentito —dijo con gesto coqueto, y se alejó.
Tras el mostrador, había otros tres jóvenes. Todos vestían de la misma manera, con similares camisas a rayas y corbatas estrechas. Se apoyaban en la barra, flirteando con los clientes y moviéndose sensualmente al ritmo de la música. Todos llevaban tejanos ajustados que parecían esculpidos en sus traseros. ¿Cuál de ellos sería Nobuya Mikami? No tenía ni idea, era el único cuya fotografía no tenía. O el investigador estaba demasiado embarazado para sacarle una foto, o había supuesto que contactaría por teléfono.
Tal vez había sido un error ir allí, reflexionó sorbiendo la cerveza. Sus motivos podían ser malinterpretados. Sacó un cigarrillo, y el chico que le había atendido se lo encendió. Tenía una «A» dorada bordada en la corbata.
—Me llamo Akiko —dijo señalándose la inicial—. ¿Cómo está?
Así que llevaban las iniciales en las corbatas. ¿Y si…? Pero ninguno llevaba una «N». Nobuya Mikami debía de estar con algún cliente. ¿Volvería si le esperaba?
—¿Trabaja Nobu esta noche?
—¡Ah! Es a Nobu a quien quiere. Lo siento. Ha salido con un cliente a tomar una tacita de té en compañía, ya me entiende. Ya le conoce, sabrá lo creído que es. Hará lo que sea si le pagan.
—¿De verdad? ¿Quiere decir que es todo un profesional?
El chico se rio y un hombrecito afeminado sentado cerca de Shinji se volvió y le miró a través de los gruesos cristales de sus gafas.
—¡Ay, dios mío! ¡Lo siento mucho! ¿Usted también está interesado en Nobu? Pues tenga cuidado. Puede llegar a ser una molestia, tiene un corazón de piedra. Y todo porque una vez le contrató un hombre en un hotel y le dio diez mil yens por sólo una hora. Desde entonces se lo tiene creído.
—¡No me diga! —intervino otro cliente—. ¡Qué chico! ¿Y cuándo pasó eso?
Shinji encontró que su intervención era de lo más oportuna.
—Hace seis meses. El día de su cumpleaños. Vino su principal cliente y dijo que había que celebrarlo a lo grande y que él pagaba todo. Entonces se recibió la llamada y Nobu dijo que se marchaba, que «el trabajo siempre es lo primero». ¡Hasta Mami-San estaba disgustada con él esa noche! Volvió al cabo de una hora diciendo que había tenido que reponer fuerzas en el restaurante de un hotel comiéndose un filete. ¡Qué mentiroso! Todo el mundo sabe que a esa hora los restaurantes de los hoteles están cerrados. ¡Era una fantasmada! Como si él fuera capaz de pagar por un filete.
Es tan tacaño que no regalaría ni un pañuelo de papel.
—Un cliente que le dio diez mil yens. ¡Ya me gustaría encontrar uno así!
—Pero sólo llamó esa vez. Nobu espera que le vuelva a llamar, pero no lo hará. ¡Recuerde lo que le digo! Una vez basta con esa vaca. No tiene ningún sentido de lo que es el servicio. Por eso acaban dejándole todos sus clientes.
Era Akiko, conocido con el diminutivo «Attchan», quien insultaba así a su rival. A Shinji le daba la impresión de que Nobu le había robado algún cliente. Durante treinta minutos, siguió sentado, escuchando comentarios similares, salpicados con algún intento de Attchan de ligar con el cliente vestido de rosa, sin que Nobu diera señales de vida. Tal vez fuera mejor telefonear más tarde. Pagó trescientos cincuenta yens por una cerveza y frutos secos, y se marchó.
Pero, al llegar abajo, constató que estaba lloviendo y decidió esperar allí hasta que amainara. El agua formaba charcos en el asfalto, reflejando el letrero de neón del bar. Encendió un cigarrillo y miró al furioso diluvio. No había un alma a la vista.
Un taxi se paró donde terminaba el asfalto y de él salió corriendo un hombre que se cubría la cabeza con la chaqueta. Se dirigió hacia donde estaba resguardándose Shinji, y éste pudo ver que se trataba de un empleado del Bar B. Le miró con gesto travieso. Su cara era afeminada, con la suave redondez propia de los rostros infantiles. En la corbata tenía la inicial «N».
—Nobu, supongo. Te estaba esperando.
—Siento hacerle esperar con esta lluvia. ¿No quiere subir?
—No, gracias. Ya he estado arriba. Debería estar ya de vuelta en casa. Sólo un par de preguntas.
Sacó un billete de mil yens de su cartera y lo dobló antes de deslizarlo en el bolsillo de Nobu.
—Soy abogado. Me encargo de un asunto de donaciones de sangre. ¿Has donado recientemente?
—No.
—¿Estás seguro?
—Sí. Últimamente estoy algo anémico. ¿Está buscando, entonces, sangre tipo Rhesus negativo? ¿Para qué tipo de operación es?
Shinji negó con la cabeza. Su comodín se había vuelto inútil. Era ya el momento de rendirse.
—De todos modos —continuó el joven—, en mi último cumpleaños prometí no volver a donar sangre. Suelo tomar una decisión importante en cada cumpleaños. El año que viene lo mismo decido dejar los bares de gays.
—¿Y cuándo es tu cumpleaños?
—El quince de enero.
El quince de enero… el día que asesinaron a Mitsuko Kosigi. Y el chico había dicho que…
—Has dicho que había pasado algo interesante el día de tu cumpleaños. ¿Qué fue?
—Yo no he dicho nada de eso.
—Perdón. Lo ha dicho Attchan.
—Oh, bueno. En realidad, no fue muy agradable. Attchan está celoso y… Quiero decir que sí, que me pagaron muy bien aquel día, ¡pero qué cliente más raro me tocó! Me llamaron por teléfono y acudí a un hotel. Primero me hizo tomar un baño, pero él no se quitó nada de ropa. Es más, llevó guantes todo el rato. Un tipo bajito con una voz como acolchada. Y lo hizo a oscuras. Apenas había encendida una lucecita en la habitación. A mí no me parece que sea romántico hacerlo a oscuras, ¿no crees?
—¿Y te dio diez mil yens?
—Así es.
La lluvia había disminuido. A lo lejos se tambaleaba un borracho, acompañado de una ramera. Y nadie le había sacado sangre al chico. Todos los esfuerzos del viejo, los cuidadosos listados de donantes y las investigaciones en los bancos de sangre habían sido inútiles. Todo el tiempo gastado en investigaciones e interrogatorios no servía para nada.
—Gracias —dijo débilmente.
—¿Eso es todo lo que quiere de mí? —respondió guiñándole lascivamente el ojo y golpeándose el bolsillo que contenía los 1000 yens—. Entre nosotros, le diré que todos los hombres con lunares son un poco anormales. El cliente de esta noche tenía un gran lunar al lado del ombligo. Desagradable, ¿verdad?
La lluvia cesó del todo, y Shinji se alejó sin decir palabra. Apenas había dado unos pasos por la estrecha callejuela cuando comprendió lo que había dicho el chico. Dio media vuelta y alcanzó a Nobu en las escaleras.
—Has dicho «lunar» —resopló—. ¿Quiere decir eso que el cliente de tu cumpleaños también tenía un lunar?
—Sí. Uno muy grande en la base de la nariz.
Miró a Shinji y se señaló la nariz sugestivamente.
—¿Estás seguro de que el cliente era un hombre? ¿No pudo ser una mujer disfrazada?
El chico pestañeó, sorprendido ante la pregunta, pero acabó respondiéndole:
—No tengo ni idea. Es posible. Tengo un montón de clientes raros, pero no me preocupa mientras me paguen. Pero, si era una mujer, no tengo ni la más remota idea de qué podía querer de mí.
Se dio la vuelta y subió las escaleras meneando las nalgas enfundadas en los ajustados vaqueros. Shinji estaba paralizado por la sorpresa. Todo empezaba a aclararse.
De cinco personas poseedoras de un raro grupo sanguíneo, dos habían tenido extraños encuentros con una mujer que tenía un lunar en la nariz. En cada caso las circunstancias eran diferentes, pero las tres citas habían tenido lugar el mismo día que se cometía cada asesinato. O el día anterior, o… No lo había pensado hasta que oyó las últimas palabras del chico. Tres lunares en tres narices conectándose en una sola línea… ¿Quién podría ser aquella mujer del lunar en la nariz? ¿Qué pretendía? Las preguntas desfilaban por su cerebro.
Se alejó rápidamente de aquel barrio de mala muerte. En la calle principal, buscó un teléfono.
7
Entró en una cafetería y marcó el teléfono del viejo. La doncella le respondió que aún no había vuelto a casa, «ni siquiera ha dicho adónde iba», se quejó.
¿Dónde podría estar a esas horas de la noche? Shinji decidió esperar que volviera a casa, y se sentó en un rincón, pidiendo una taza de café. Un par de asientos más allá, había un grupo de jóvenes modernos aparentemente liderados por una mujer que se había pintado los labios de blanco. Adoptaba poses extravagantes, y echaba unas tabletas blancas en la cerveza. Shinji les ignoró, sacó la libreta del bolsillo y empezó a transcribir sus conclusiones.
1. Primer asesinato. (5 de noviembre)
Kimiko Tsuda.
No se ha descubierto nada relativo a este día.
2. Segundo asesinato. (19 de diciembre)
Fusako Aikawa.
Este día, Seiji Tanikawa, de la casa fotográfica, visitó por primera vez los baños turcos por invitación expresa de una mujer que tenía un lunar bajo la nariz.
3. Tercer asesinato. (15 enero)
Mitsuko Kosigi.
Nobuya Mikami (del bar gay) acudió a una cita con un cliente al que no había visto nunca. El cliente descrito era un hombre bajo de voz apagada. También tenía un lunar en la nariz.
4. Suceso desconocido. (14 de enero)
¿Víctima?
No se ha informado de ningún asesinato acaecido este día. De todos modos, este día, el vendedor de cosméticos le vendió joyas falsas a una mujer con la que se citó en un hotel de Sandagaya. Esta mujer, con aspecto de casada, iba vestida con un kimono y también tenía un lunar en la nariz.
Los puntos en común que se evidenciaban en los tres casos eran los siguientes:
1. Un lunar muy característico en el lado derecho de la base de la nariz.
2. Una sola aparición cada vez, antes de desaparecer.
3. Sólo se acercaba a personas con grupo sanguíneo AB Rhesus negativo.
Shinji releyó lo que había escrito y reflexionó sobre ello. Pese a que el chico gay dijo haberse encontrado con un hombre, su descripción daba pie a pensar que podría tratarse de una mujer disfrazada. Por encima de todo seguía estando el lunar.
Era lógico suponer que se trataba de la misma persona en los tres casos.
También lo era pensar que se trataba de la misma persona que había llamado a los bancos de sangre preguntando por un tipo de sangre muy especial.
¿Qué había tras las acciones de esa misteriosa persona?
¿Por qué se citaba con hombres que tenían AB Rhesus negativo el día o la noche anterior a los asesinatos?
Supongamos que los tres hombres dijeran la verdad y que ninguno de ellos cedió sangre. ¿Cuál era, entonces, su intención al concertar las citas?
Siempre había efectuado contactos relacionados con el sexo.
Eso nos daba…
¿Y si el objetivo era el semen, en vez de la sangre? Eso ya empezaba a tener sentido.
Una asesina… recogiendo secreciones de hombres… para colocarlas en los cuerpos de sus víctimas… ¡Era muy morboso! Si fuera un psicopatólogo podría sacar conclusiones y explicar esa retorcida mente asesina, pero era abogado y no tenía ninguna teoría. Se horrorizaba al pensar en una mujer que recogía el esperma con sus frías manos para depositarlo a continuación en los cuerpos de las mujeres que acababa de estrangular. ¿Podía haber sido una mujer, en vez de un hombre, quien había inculpado a Ichiro Honda?
Miró otra vez la lista. No había ninguna aparición con motivo del primer asesinato. ¿Habría visitado él, o ella, a alguien con ese oscuro grupo sanguíneo? Tuvieron que ser o el peón o el médico interno. ¿Cuál de los dos le había mentido?
Mediante un proceso de eliminación tachó de la lista al peón. Parecía el más improbable, especialmente si el asesino era una mujer. Rememoró la escena del café Pájaro Azul, cuando tenía ante sí el pálido rostro de Yamazaki. ¿Qué le había dicho cuando le hizo preguntas sobre la sangre? «La sangre es un tema aburrido hoy en día». ¿Qué había querido decir? Shinji se dio cuenta repentinamente.
¿No había hablado Yamazaki de una entrevista de una revista de segunda fila… sobre el tema de la inseminación artificial? ¿Sería una pista? ¿Habría recibido también la visita de la mujer del lunar? ¿Cuál podría ser el eslabón entre él, su grupo sanguíneo, la mujer del lunar y el caso Honda?
Quizá la sentencia de muerte de Honda le ocasionaba remordimientos de conciencia y por eso no le había dicho nada de… ¿de qué? De donaciones de esperma. Shinji estaba seguro de que Yamazaki podría llenar el espacio en blanco que quedaba en su libreta. Le visitaría en el hospital al día siguiente.
Apuró el café tibio. Aún quedaba una pregunta por responder. El vendedor de cosméticos se encontró con la mujer del lunar el 14 de enero. Si no estaba mintiendo y la mujer no le había recogido esperma, ¿qué le había quitado? La única respuesta posible era: sangre.
Cuando yacía inconsciente en la cama, la mujer le sacó sangre.
Eso era. Tenía sentido. La teoría del viejo de que el criminal había sacado sangre de esos hombres era correcta. Y la cosechadora había sido una mujer con un lunar bajo la nariz.
Repentinamente se sintió cansado. Volvió a llamar al viejo, pero aún no había vuelto. Pagó y se marchó.
Ya en la calle, pensó en el vacío apartamento al que se dirigía, donde no le esperaba nadie. Y pensó en las regordetas y blancas manos de Yasue, la chica del baño turco, y en la delicada nuca de Michiko Ono cuando caminaba ante él en la mohosa biblioteca.
Meneó la cabeza para sacudirse esos pensamientos, y caminó pesadamente hacia la estación.