Treinta y cuatro

Treinta y cuatro

Reinmar despertó cuando le echaron agua en la cara. Al levantar la cabeza, el borde de una taza le tocó los labios y él bebió con avidez para luego coger la taza con la mano y vaciarla por completo antes de mirar el rostro iluminado por la luz de una vela del hombre que se la había dado.

—¿Godrich? —dijo.

—Exacto —asintió el mayordomo—. ¿Qué ha sucedido aquí, maese Wieland?

Por un momento, Reinmar ni siquiera supo dónde estaba, pero cuando sus ojos se posaron sobre los botelleros, lo recordó. Su primer pensamiento fue buscar a Marcilla, y sólo cuando reparó en que no estaba tomó conciencia de lo que significaba el hecho de que también otros hubiesen desaparecido.

Wirnt se había marchado, al igual que Margarita. ¿Significaría eso que había vuelto a hacerla prisionera?

Entonces, Reinmar miró la pared desnuda y vio un agujero del que habían retirado cuidadosamente un bloque de piedra. Se puso de pie al mismo tiempo que imprecaba en silencio por el dolor que afligió de inmediato sus brazos y piernas. Miró al interior del agujero, pero dentro no había nada. Metió la mano y palpó cada grieta con los dedos. Si el frasco hubiese estado allí debería haber podido tocarlo, pero no estaba. ¿Había estado allí alguna vez, se preguntó, o el drama que había tenido lugar en la bodega no había sido más que una charada desde el principio al fin? ¿Acaso Marcilla había conducido a Wirnt hasta Ulick mediante fingimientos, para que Ulick pudiese romperle la jarra en la cabeza? Godrich aún esperaba cortésmente una respuesta.

—Mi primo Wirnt estuvo aquí —le explicó Reinmar—. Buscaba vino oscuro, pero Luther se había llevado el frasco que yo traje del valle. Si mi abuelo realmente escondió aquí lo que quedaba, no tengo ni idea de dónde está ahora. ¿Qué hora es?

—Las tres de la tarde —replicó Godrich—. Deberías subir, si puedes caminar. He preparado algo de comida, aunque en el mercado no queda nada que comprar.

—¡Las tres de la tarde! Debo de haber dormido todo un día o casi.

Reinmar se dejó conducir en dirección a la escalera, pero primero buscó su espada y no le hizo ninguna gracia ver que había desaparecido.

—Yo diría que necesitabas dormir —observó Godrich cuando comenzaron a subir la escalera sin prisas—. A juzgar por el estado de tu ropa, estuviste en pleno combate.

—¿Ha acabado?

—No del todo, pero la Guardia del Reik tiene las cosas muy controladas.

—¿La Guardia del Reik, no Von Spurzheim?

—Ha muerto. El enemigo sufrió tremendas pérdidas para llegar hasta él, pero al fin lo lograron. He oído que también ha muerto Vaedecker… y Sigurd. Pero tu padre está bien.

—¿Qué me dices de tus hijos?

—Mi familia está toda bien —respondió Godrich, con alivio evidente—. Creo que ahora estaremos a salvo todos.

—Supongo que sí —dijo Reinmar cuando entraban en la cocina—. Era a Von Spurzheim a quien querían matar. Vaedecker me dijo que lo reemplazarían, pero que su sustituto no tendría sus conocimientos ni su obsesión particular. Buscarán el valle, pero cuando no logren encontrarlo pasarán a otra cosa. La Guardia del Reik se quedará en el pueblo durante un tiempo, pero antes o después encontrarán algo mejor que hacer. La cosa no ha acabado, pero pronto volverá a la normalidad para aquellos que hayan sobrevivido.

—El camino de Holthusen ya está abierto —comentó Godrich como si fuese una prueba de lo que acababa de decir él—. Me temo que la ruta del río tendrá que esperar hasta que se hayan reparado las esclusas, que, a su vez, tendrán que esperar hasta que el agua corra mucho más limpia que ahora, pero ya han llegado más soldados para ayudar en la limpieza. Nadie ha hecho recuento de las bajas enemigas, pero las nuestras, las del pueblo, quiero decir, sin contar a los soldados, son de unos pocos cientos. No llegan al millar, por fortuna. Los soldados también han perdido centenares, por supuesto, pero las fuerzas que acaban de llegar compensarán esas bajas. Los incendios no fueron tan terribles como parecía, aunque los muelles y almacenes casi resultaron devastados y una docena de casas quedaron deshechas.

Cuando acabó esa explicación, Godrich ya volvía a llenar la taza de Reinmar con el agua de una jarra.

—Ten cuidado, señor —añadió el mayordomo—. El agua potable es tremendamente escasa.

Reinmar sintió una leve punzada de culpabilidad al darse cuenta de que ya había vaciado la taza.

—¿Dónde está mi padre? —preguntó.

—Se ha marchado a buscar a tu abuelo.

—¿Adonde se ha marchado a buscar a mi abuelo? —preguntó Reinmar con el entrecejo fruncido.

—A casa de Albrecht. Deberías comer algo, señor. No tiene un aspecto muy apetitoso, lo sé, pero deberías comer.

Reinmar miró la comida que Godrich había dispuesto. No había pan ni carne, y las verduras hervidas no parecían nada atractivas, pero sabía que el mayordomo tenía razón. Debía comer mientras pudiera. En los días y semanas siguientes habría tanta hambre que esa comida llegaría a parecer, en el recuerdo, un festín envidiable; no obstante, tenía cosas más importantes de las que preocuparse.

—¿El camino hasta casa de Albrecht es seguro? —preguntó mientras se sentaba y cogía una cuchara—. ¿Y la casa todavía está en pie, ya que estamos en ello?

—No lo sé, señor —respondió Godrich—. Pero Gottfried cree que si puede encontrarse a Luther, será allí donde esté.

—Sin duda, Wirnt sacará la misma conclusión —murmuró Reinmar—. Ese bastardo me robó la espada, y puede ser que aún tenga a Margarita. Debería…

—Primero, come —lo interrumpió Godrich al mismo tiempo que empujaba la cuchara de Reinmar en dirección a su boca—. Le pedí a tu padre que no corriera ese riesgo, pero… bueno, señor, hay un asunto entre ellos dos que no se ha arreglado en muchos años, como probablemente sepas.

—El asunto del vino oscuro —dijo Reinmar.

—El asunto de la autoridad en el negocio —lo contradijo Godrich—. El asunto de la autodeterminación y el poder para adquirirla. A veces, señor, los hijos no son tan obedientes con sus padres como exigen la costumbre y la moral.

Por un momento, Reinmar pensó que lo estaba acusando a él, pero luego se dio cuenta de que Godrich se refería a cuestiones que había entre Gottfried y Luther. Sus pensamientos también fueron hasta Wirnt y Albrecht…, y Valeria. Con independencia de cualquier otra cosa que el vino de los sueños pudiese darles a sus consumidores, resultaba evidente que no era demasiado bueno para los sentimientos familiares.

—¿Tienes alguna idea de lo que le ha sucedido a Margarita? —preguntó Reinmar.

Mientras, continuó metiéndose comida en la boca. Había nabo en la mezcla que le habían puesto en el plato, y repollo, pero nada que le resultase placentero comer. A pesar de eso, tenía hambre y su estómago agradeció que lo llenara.

—Estaba conmigo en la bodega. El primo Wirnt le puso un cuchillo en la garganta para obligarme, pero el chico gitano le dio a él un golpe en la cabeza. Wirnt debió de recobrar el sentido cuando yo aún estaba durmiendo, y si Margarita todavía estaba allí, por la razón que fuese…

—No la he visto —dijo Godrich—, pero deberías ir a preguntar a su casa antes de sacar conclusiones ominosas. Pero cámbiate primero de ropa… por ti mismo tanto como por su madre.

—Él tiene mi espada —repitió Reinmar, malhumorado—. Tal vez también tenga el néctar…, pero si se ha llevado a Margarita debe pensar que aún puede obtener algo a cambio de ella, así que debo suponer que Marcilla se llevó el frasco.

Ya había acabado con tanta comida como era capaz de tragar, y volvió a levantarse.

Era obvio que Godrich pensaba que no había comido suficiente, pero no intentó detenerlo.

—Tienes razón en lo de la ropa —comentó Reinmar mientras se volvía para encaminarse hacia su dormitorio. Pero en el umbral se detuvo para preguntar—: ¿He hecho mal, Godrich? ¿Ha sido mi estupidez lo que ha perjudicado a Eilhart?

—No sé qué hiciste, señor —señaló Godrich con una cortesía tan escrupulosa que resultaba casi insultante—. No has confiado en mí.

—Se suponía que yo no debía hallar el camino hasta el mundo subterráneo de debajo del monasterio —le dijo Reinmar sin más—. El hecho de que descubriera el secreto de la producción del vino oscuro no revestía ninguna importancia particular, pero derramé las reservas que tenían y robé un ingrediente vital que podría haber sido usado para hacer más vino. Le robé a un dios oscuro una pequeña parte de su poder para obrar el mal. ¿Debería haber dejado tranquilo ese poder para que continuara con su sutil obra maligna?

—No puedo decírtelo —replicó Godrich—, aunque me pregunto por qué no le hablaste a nadie más del néctar que te llevaste de allí.

—Estaba enojado y escandalizado —confesó Reinmar—, y quería apuntarme un tanto. Quería hacer sentir mi cólera, pero también quería tener un secreto que guardar, un poder para mí solo. No sabía en quién confiar, pero ésa no fue la razón por la que me negué a confiar en nadie. Quería ser un jugador en este juego, no un peón. A causa de eso, Eilhart ha estado a punto de ser destruido.

—No fue por eso —le aseguró Godrich—. Esas cosas que vinieron anoche no tienen otra razón de ser que no sea destruir y mutilar. Si no hubiesen caído sobre Eilhart, habrían hecho lo mismo en algún otro lugar. Eilhart tiene suerte de contar con unos defensores tan apasionados. El mundo es el mundo, maese Reinmar. No es culpa tuya, ni mía, que en él exista el mal. Luchamos contra él lo mejor que podemos. Eso hiciste tú.

—Gracias —dijo Reinmar al mismo tiempo que asentía con la cabeza, antes de subir la escalera hasta su dormitorio.

Una vez en él, se encaminó de inmediato hacia su armario y su baúl. Últimamente había estropeado tanta ropa que tuvo suerte de encontrar algo que ponerse, en especial cuando Luther le había robado su mejor traje pero, para su fortuna, Reinmar era el vástago de una familia próspera. La ropa que decidió ponerse le quedaba un poco pequeña además de carecer de elegancia, sin embargo tendría que arreglarse con eso.

El agua que había junto a su cama para lavarse no se había cambiado en dos días y supuso que no la cambiarían durante dos semanas más, así que puso más cuidado del habitual al limpiar la mayor parte de la suciedad de su rostro y manos. Lo logró bastante bien, aunque aún tenía un aspecto lastimoso cuando se miró al espejo.

Al apartarse del espejo se dirigió hacia la puerta, pero un impulso inexplicable lo hizo vacilar en el umbral. Esperó un momento mientras intentaba dilucidar qué lo había hecho detenerse y, luego, sin estar aún seguro, volvió sobre sus pasos.

Se encaminó hacia el escondrijo favorito en el que había ocultado el frasco antes de que se lo robara Luther y que, por tanto, no estaba allí cuando volvió a colocar el trozo de mortero; sin embargo, en cuanto volvió a retirarlo, vio que el escondrijo ya no estaba vacío.

Alguien había vuelto a dejar dentro el frasco del que no faltaban más que un par de gotas.

—Marcilla —murmuró, pero entonces sabía que Marcilla no era totalmente Marcilla y que era la otra parte de ella, quien la poseía, la que había vuelto a poner el frasco donde Wirnt ya lo había buscado sin hallarlo.

Al parecer, todo el mundo estaba decidido a que él fuese un comerciante de vino, por mucho que él intentara eludir esa suerte.

Cogió el frasco y lo metió en su zurrón. Luego, fue a ver a Godrich y le pidió que le prestara una espada.

Godrich le dijo que no había ninguna clase de arma en la casa, pues todas habían sido requisadas por Von Spurzheim.

—Sin embargo —añadió el fiel servidor—, sospecho que si usas los ojos cuando atravieses los límites del pueblo, puede ser que encuentres algo que te sirva.

Esta profecía resultó ser correcta, aunque Reinmar visitó la casa de Margarita antes de comprobarlo. La madre no la había visto y se sintió extremadamente descontenta al descubrir que ya no estaba a salvo en casa de Gottfried Wieland. Reinmar sólo pudo responder que lo lamentaba, y jurar por su vida que la devolvería sana y salva a casa.