Veinticuatro
Cuando Reinmar salió de la celda de Albrecht, Matthias Vaedecker cerró la puerta tras él. El sargento se quedó en el blocao cuando Machar von Spurzheim se llevó a Reinmar del local de la policía y lo condujo al otro lado de la plaza, hasta el ayuntamiento. Una vez allí, el cazador de brujas fue con él hasta una sala que presentaba un contraste tan marcado como podía imaginarse con aquella que Reinmar acababa de dejar. Las paredes estaban ocultas tras colgaduras de terciopelo, y el suelo, cubierto por gruesas alfombras. Todas las sillas tenían asientos de mullido tapizado, y sobre la enorme mesa de roble con superficie de cuero ante la que Reinmar fue invitado a sentarse, había más pilas de pergaminos de las que el muchacho había visto nunca en un solo sitio.
Von Spurzheim se sentó ante él y, con las manos, apartó los rollos de pergamino hacia los lados, formando con ellos dos pilas aproximadamente iguales, para luego apoyar los codos en el espacio que había despejado.
—Bueno, maese Wieland —comenzó—. Parece ser que tengo algo que agradecerte.
—Deberías dejar que mi tío se marchara ya —dijo Reinmar—. Es inofensivo.
—Tal vez lo sea —respondió el cazador de brujas—. Tu padre me ha asegurado lo mismo respecto a tu abuelo, pero aún no hemos limpiado del todo el nido de víboras que había en Holthusen, así que hay otros en libertad con los que él podría reunirse y posiblemente formar una compañía que sería más fuerte a causa de su presencia. Verás, tu primo Wirnt les advirtió de nuestra llegada como antes había advertido a otros, incluidos tu abuelo y tu tío abuelo…, a menos, por supuesto, que lo hicieras tú.
Reinmar no respondió nada a esa última frase, y Von Spurzheim abrió las manos con gesto de indiferencia.
—No tiene importancia —declaró—. Ahora estoy seguro de que sólo hiciste lo que creías correcto. Matthias dice que eres un hombre que conoce el significado de la palabra deber. También dice que eres un necio, pero ése podría ser un juicio demasiado duro. Hay cosas que debo mantener en secreto incluso ante él. Confieso que no entiendo del todo por qué, pero también yo soy un hombre respetuoso del deber y, cuando me prohíben hablar de ciertas cosas, no hablo de ellas. Eso hace que mi tarea sea más difícil, pero también estoy obligado a no protestar. Si te pidiera que fueses a Holthusen para ayudarnos a hacer que salgan los amigos de Wirnt, ¿lo harías?
—Me han aconsejado que me marche de Eilhart —replicó Reinmar con cautela—, pero dudo que mi familia apruebe que lo haga en calidad de espía. Creo que no debería dejar solo a mi padre, y no puedo abandonar a la muchacha gitana.
Von Spurzheim frunció un poco el entrecejo al oír eso, pero no pareció sorprendido.
—Tus lealtades aún son confusas —observó—. Es natural. Aunque yo pudiera contarte todo lo que sé, tal vez no verías la situación con más claridad. Pero supongo que escucharás lo que puedo decirte.
—Por Supuesto —replicó Reinmar.
—Muy bien. Cuando entraste en el extraño mundo subterráneo con Matthias Vaedecker, tuviste una visión de algo que muy pocos hombres inocentes han tenido la desgracia de ver. No me refiero al mundo subterráneo en sí, sino a algo mucho más grande de lo que ese mundo no es más que una parte diminuta. El mundo que conoces no es ni con mucho tan seguro y estable como parece; existe a la sombra de una terrible amenaza que se manifiesta de maneras muy distintas. Matthias sabe de este mal mucho más que la mayoría de los hombres, pero sólo se ha enfrentado con sus manifestaciones más directas y brutales. Los hombres como yo tenemos el cometido de hacer frente a amenazas más sutiles, amenazas que no se acumulan sobre las tierras civilizadas desde sus fronteras sin ley con la intención de mermarnos mediante la fuerza bruta de las armas, sino que se infiltran con sigilo hasta en los mejores baluartes del orden y la humanidad.
»Incluso en Eilhart, maese Wieland, debes haber oído rumores que dicen que no todo anda bien en las ciudades del Imperio. Incluso en Altdorf, el corazón mismo del más grandioso Imperio de los hombres que haya existido jamás, se han producido brotes de horror y violencia. Los apetitos de los hombres forman parte de nuestra preciosa humanidad, pero también son puertas abiertas hacia los corazones y las mentes, a través de los cuales pueden pasar invasores sutiles. Algunos hombres son vulnerables a causa de su orgullo o su propensión a la cólera; otros, por su amor al lujo y la embriaguez. Hay quienes son traicionados por su propia curiosidad y ansia de sensaciones extrañas. La salud de la humanidad está siempre bajo asedio debido a las enfermedades del cuerpo y las enfermedades del espíritu, y las grandes ciudades son un buen campo de cultivo para las enfermedades de todo tipo.
»Las fases de la decadencia son fáciles de ver para aquellos que han sido educados para verlas. La primera es la autogratificación; la segunda, la adicción; la tercera, la desesperación. Todos los hombres comienzan por pensar, como en su momento pensó tu abuelo y como tu tío abuelo aún piensa, que pueden probar tentaciones tales como el vino de los sueños sin volverse dependientes de ellas; pero todos descubren, como le sucedió a tu abuelo, que una vez que esos apetitos aumentan no hay vuelta atrás, ni pueden abandonarse sin pagar un doloroso precio. Una vez que los hombres se convierten en esclavos del vino de los sueños, su sed aumenta de tal modo que necesitan licores cada vez más fuertes para apagarla. Tiene reputación de ser gratificación de eruditos superiores y arrogantes aristócratas, algo que confiere una envidiable categoría a sus consumidores; pero su propósito es propagar un cáncer dentro de las castas más elevadas y los enclaves de mayor sabiduría de la civilización humana.
»Imagina, Reinmar, por favor, la magnitud de la conspiración necesaria para transportar el vino de los sueños y los licores afines más oscuros desde el mundo subterráneo situado debajo de las Montañas Grises hasta una ciudad de algún punto del Imperio. Imagina también que eso es meramente una parte de una conspiración de dimensiones aún mayores, que tiene en su punto de mira a todas las ciudades del Imperio; no sólo a Altdorf y Marienburgo, sino también a Nuln y Talabheim, e incluso a la lejana Middenheim, a pesar de las distancias a que se encuentran. Pero imagina también una conspiración destinada a contrarrestarla, dirigida por los defensores de todo lo bueno que tienen la humanidad y el Imperio, una conspiración que ataca al cáncer que crece en una ciudad y comienza a exprimirle la vida maligna que hay en él, al mismo tiempo que sigue laboriosamente su extenso rastro a lo largo del Talabec, el Stir o el propio Reik. La primera conspiración ha sido el trabajo de siglos y, del mismo modo, la conspiración contraria es una tarea de generaciones. El escenario principal de preocupación ha cambiado una docena de veces, al igual que la relación de fuerzas del combate, pero en la generación actual se ha producido un cambio crucial en esa relación de fuerzas, al menos en lo que respecta al vino de los sueños.
»Esta arteria del suministro de vino oscuro no es, en absoluto, la primera que se ha cortado, pero hace algún tiempo que creemos que es la más directa y la que nos acerca más al origen del caldo. No sólo hemos seguido la línea a lo largo del Reik hasta el Schilder para llegar a Holthusen y luego a Eilhart, sino que cada eslabón de la cadena ha sido roto con tanto cuidado que la línea de suministro ha quedado interrumpida de modo decisivo. Me gustaría enormemente poder decir de modo definitivo, en lugar de decisivo, pero no me atrevo, ya que ese tipo de esperanzas se han tenido antes y han resultado falsas. Ahora podríamos habernos aproximado más que nunca al origen, y podría ser la mejor oportunidad que jamás hayamos tenido de destruir ese origen, pero… ¿Ves cuál es mi problema, Reinmar? ¿Te das cuenta de por qué no me atrevo a tomar del todo al pie de la letra lo que me habéis contado tú y Matthias?
Al principio, Reinmar se sintió desconcertado, pues no podía comprender adonde quería ir a parar Von Spurzheim; pero luego comenzó a entenderlo.
—Es demasiado perfecto —dijo—. La oportunidad es demasiado buena. Mi abuelo y Albrecht han buscado el vino de los sueños durante mucho tiempo y con gran ahínco, y otros hombres como tú también lo han hecho, aunque por razones distintas; pero nadie lo había encontrado nunca hasta el día en que vosotros llegasteis a Eilhart después de haber acabado con casi todos los elementos de la línea de suministro. Crees que os han preparado una trampa cuidadosamente cebada.
Se trataba de una idea que no se le había ocurrido antes, pero entonces veía lo monstruosa que resultaba la coincidencia. «¿Es posible —se preguntó— que Marcilla me haya conducido hasta el valle oculto? ¿La situaron contra la pared de aquel cobertizo del pueblo con el solo propósito de que pudiese rescatarla?». De ser así, la muchacha podría haber sido algo más que un peón sin conocimiento alguno de la maquinación… Pero si Matthias Vaedecker y Machar von Spurzheim tenían razón respecto a la taimada naturaleza juguetona del enemigo, sin duda resultaba concebible. ¿Y cómo podía dudar de la espantosa sutileza del jugador después de lo que había visto en aquel horrible mundo subterráneo?
«Pero aunque Marcilla me condujera hasta el valle —pensó Reinmar—, ¿cuánto de lo que sucedió a partir de entonces estaba incluido en el plan previo?». Los artífices de la trampa no podían esperar que él hallara el camino de entrada al mismísimo mundo subterráneo, ¿verdad? Ése debió ser el punto en que el plan cuidadosamente trazado comenzó a torcerse. No había manera de que nadie pudiese haber previsto que él encontraría el almacén y destruiría las existencias. Si lo habían atraído hacia una trampa, como incluso Albrecht creía probable, él había logrado volver las tornas contra aquellos que se la habían tendido, y había convertido en desastre la ventaja que esperaban obtener.
—Se suponía que yo debía encontrar el valle —dijo Reinmar mientras intentaba razonar el asunto—. Se suponía que debía seguir a la muchacha en solitario, así que el sargento Vaedecker fue una complicación inesperada. Se suponía que los monjes debían comprobar con mucho cuidado cuál era mi actitud hacia el vino y ganarme para su causa si podían. Pero cuando los gitanos llevaron la noticia de que el sargento había entrado conmigo en el valle, el hermano Noel decidió que sería mejor dejar que nos marcháramos lo antes posible. Por supuesto, no sabía que Vaedecker había visto cómo desenterraban a Marcilla, ni que yo insistiría en seguirla. Vi el asombro en su rostro cuando apareció la muchacha y se dio cuenta de lo que habíamos hecho Vaedecker y yo, y tengo la total convicción de que no había imaginado, ni por un momento, que haríamos lo que hicimos; pero incluso entonces pensó que la estructura principal del plan aún se mantenía en pie. Quería que tú pensaras que era posible encontrar el valle, y que Ulick y yo podíamos conducirte hasta él. ¿Por qué?
—Veo que entiendes cuál es mi problema —dijo Von Spurzheim al mismo tiempo que asentía con la cabeza—. Con toda probabilidad, aunque sin duda de modo totalmente inocente, tú y el chico habríais conducido a las tropas que he reunido con tanta prisa a una emboscada o una trampa mágica. Si hay valles que no se pueden encontrar, tienen que existir otros de los que sea imposible salir. Llegarían más soldados, por supuesto, y mis informes han sido transmitidos a Altdorf a intervalos regulares; pero si nos destruyen ahora a mí y a mis tenientes de confianza, podrían deshacer todo el trabajo que hemos llevado a cabo, y nuestra causa sufriría un revés que le costaría años.
—Ya no —dijo Reinmar—. Ahora, por primera vez, sabes con exactitud a qué te enfrentas, y no resultará fácil reconstruir la cadena de suministro si no hay mercancías que suministrar.
Von Spurzheim sonrió al oír eso y asintió para manifestar su agradecimiento, pero no parecía del todo tranquilo.
—Reconozco que viste mucho más de lo que se suponía que debías ver —afirmó—, y que al verlo emprendiste una acción valiente y completamente inesperada. Creo que les asestaste un golpe auténtico y eficaz a nuestros enemigos y que desbarataste sus planes de modo magnífico…, pero podemos estar seguros de que reaccionarán con toda la rapidez y la eficacia de que sean capaces. ¿Qué crees que harán, ahora?
Reinmar no tenía ni la más remota idea.
—El hermano Noel y el hermano Almeric se tomaron el trabajo de advertirme que me había causado a mí mismo más mal que bien, incluso antes de saber que había destrozado las existencias —recordó—. El sargento me advirtió que debía esperar represalias, pero en ningún momento me detuve a considerar las más amplias consecuencias de mis actos.
—¿Cómo era de grande el mundo subterráneo, Reinmar? —le preguntó Von Spurzheim con voz queda.
Reinmar se dio cuenta de que no tenía ni idea. Sólo había visto una parte que se encontraba cerca de la entrada del interior del templo. Aunque había echado a correr con pánico cuando hubo rescatado a Marcilla de la depresión en que la habían tendido, había acabado en otro anexo de la misma pared situado a no más de doscientos pasos de distancia. En la otra dirección, el mundo subterráneo podría extenderse hasta varios kilómetros de distancia, o hasta decenas de kilómetros. Las Montañas Grises eran enormes y constituían una barrera de muchos centenares de kilómetros de largo, que se interponía entre el Imperio y Bretonia, y que sólo podía atravesarse por los pasos situados a grandes intervalos. Aunque la caverna que había visitado no fuese más grande que el valle bajo el que se hallaba, ¿cuántos mundos subterráneos similares podría haber?
Se dio cuenta de que, a pesar de haber visto demasiado, no había visto suficiente. No tenía ni idea de cuál era la verdadera fuerza del enemigo, ni base alguna para conjeturar qué nuevo plan podría reemplazar al que había salido mal.
—Tal vez, por tu propia seguridad, debería enviarte a Holthusen de todas formas, aunque no quieras trabajar como espía para mí —dijo Von Spurzheim—. Pero no hay ningún sitio en el mundo que sea realmente seguro, y las ciudades del Imperio son ahora menos seguras que antes. No sé lo útil que podrías ser como cebo de una trampa tendida por mí, pero entenderás que debo considerar esa posibilidad. Quizá debería dejarte que tomaras tus propias decisiones, pero a pesar de eso he de tomar las mías. ¿Debería ponerme en marcha mañana, con el chico o la muchacha como guía, y arriesgarme a caer en una emboscada? ¿O debería quedarme aquí y aguardar con la esperanza de que el enemigo esté ahora lo bastante furioso como para luchar en cualquier terreno por desventajoso que le resulte? Y si me quedo, ¿podré defender la población? Si se lo preguntara a la gente del pueblo, me atrevo a aventurar que me rogaría que me marchara sin importarles si avanzo o retrocedo, pero la gente de aquí no sabe lo que sabes tú, ¿verdad?
»A1 romper el día, supongo que las alas del rumor habrán llevado a todas las tiendas y casas alguna noticia sobre tus hazañas, pero la gente que oiga esos rumores no sabrá ni una cuarta parte de lo que tú sabes. Tengo reputación de ser un buen estratega, aunque todos los hombres vivos de mi clase también lo son porque la primera derrota que sufren suele ser la última. Pediría consejo si pensara que en Eilhart hay alguien capaz de dármelo, pero no es así. Todos los habitantes de este pueblo que saben algo que merezca la pena conocer son, por esa misma razón, indignos de confianza. Incluso tú, Reinmar; incluso tú.
Reinmar meditó durante unos instantes, pero no se sintió tentado de sacar el frasco del zurrón y entregárselo al cazador de brujas. Si todos los que sabían algo debían ser considerados indignos de confianza por la familia Wieland, Von Spurzheim era, sin duda, el menos digno.
—Aún tengo sólo una vaga idea de contra quién o qué luchamos —declaró Reinmar, dubitativo—. Si vienen, ¿debemos esperar hombres o hombres bestia, o algo aún peor, como demonios, tal vez?
—No lo sé —admitió Von Spurzheim—, pero me alegra oírte hablar en plural porque quiero que estés de mi lado. No puedo decirte con exactitud qué forma adoptará el enemigo, pero debo advertirte que esperes los hombres bestia más espantosos que puedas imaginar, y cosas aún más aterradoras. De ese modo, al menos, estarás mentalmente preparado. No obstante, siempre recuerda lo siguiente: se puede luchar contra esos monstruos. Su poder es limitado de una manera que no puedo aspirar a entender. Incluso los demonios, al parecer, sólo pueden entrar en nuestro mundo durante periodos de tiempo limitados, y su naturaleza, aquí, es frágil. Mientras están aquí se les puede herir como a cualquier criatura mortal. Si eres capaz de no perder la cabeza y de usar el cerebro, contarás con ventajas que la mayoría de tus enemigos no tienen. Pueden ser cualquier otra cosa, pero no son grandes pensadores, y la disciplina que tienen es muy débil en verdad. Puede vencérselos. Con independencia de lo que suceda, recuerda esto: no son invencibles; poderosos, malvados, traicioneros, insidiosos, sí, pero no invulnerables.
—La gente de Eilhart —observó Reinmar con una mueca torcida— no está habituada a habérselas con unas preciosidades como ésas.
—Bueno —replicó Machar von Spurzheim al mismo tiempo que se levantaba y caminaba hacia la puerta de la sala—, espero, como sin duda esperas tú también, que no se vean forzados a acostumbrarse…, aunque no me atrevo a ser optimista. Ahora márchate a casa, pero piensa en lo que te he dicho. Si realmente has logrado perjudicar a la causa de nuestros enemigos en lugar de servir como mero instrumento de su astucia, tal vez no sea yo quien escoja el campo de batalla. Si has provocado su deseo de venganza, es probable que el ataque llegue con rapidez y que tú obtengas una gran parte de las atenciones del enemigo. Duerme si puedes, y presta mucha atención a tus sueños.
Mientras concluía este discurso, el cazador de brujas condujo a Reinmar al exterior de la sala, aunque luego dejó que bajara solo las escaleras para salir a la calle.
Reinmar echó a andar en solitario hacia su casa, nervioso ante cada paso que oía y sombra que veía a causa de las posibilidades que le había sugerido von Spurzheim. Mientras, no dejaba de preguntarse qué tipo de recepción le tendría preparada su padre.