Quince

Quince

Los minutos siguientes le parecieron a Reinmar una repetición de su pesadilla, al menos de la parte en que el aire y la luz lo herían como cuchillos y no le daban respiro. También en otro sentido se parecieron a un sueño, porque dejaron poca huella permanente en su memoria. Parecieron fluir de un modo muy dislocado, y cuando intentó rehacerse con el fin de hacerse cargo del flujo de acontecimientos, no pudo.

—¡No está muerta! —exclamó, aunque para entonces ya sabía que el hecho de decirlo no haría que fuese realidad.

—¡Ay, hijo mío! —dijo el granjero con dulzura—, sí que lo está.

—Entonces, tiene que haber sido envenenada…, ¡envenenada por ese vaso de vino que le dieron los monjes!

Reinmar sabía que era un pensamiento peligroso para expresarlo en voz alta ante los que estaban presentes, pero era la única causa posible de su terrible pena que su mente trastornada podía encontrar. El granjero sacudió la cabeza, al parecer con más tristeza que enojo.

—Creo que tú mismo bebiste de ese vaso —dijo—. Me temo que la muchacha no era tan fuerte como tú esperabas que fuese. Lo que dejó ese oscuro cardenal en su cabeza la hirió de gravedad. Le ha fallado el corazón, y nada más. Los esfuerzos de ayer tuvieron que agotar sus últimas reservas de fuerza.

A Reinmar se le ocurrió que esa explicación lo convertía a él en culpable, y estaba a punto de negarlo con pasión y declarar que Matthias Vaedecker había insistido en que la dejaran ir adonde quisiera, cuando su sentido común se sobrepuso a la velocidad de su lengua. En un instante, el calor de su enojo se transformó en un gélido frío de desesperación.

Marcilla estaba muerta y, con independencia de cuál fuese el golpe de desgracia que le hubiese arrebatado el alma, la había perdido para siempre. Ésa era toda la verdad. La había perdido para siempre… y había perdido la última oportunidad que había tenido para hablar con ella y, tal vez, hacerle el amor.

Mientras aún estaba sumido en su aflicción, Noel y Almeric regresaron tal y como habían prometido. También ellos examinaron a la muchacha gitana, y Noel confirmó que había muerto. De inmediato, se pusieron a hacer los preparativos para el funeral, mientras Reinmar permanecía sentado y aturdido, incapaz de ayudarlos o protestar.

Al fin, llegaron otros cuatro monjes con una camilla preparada para llevarse el cuerpo de Marcilla. Con el hermano Noel y el hermano Almeric junto a él, Reinmar los siguió a través de un pequeño bosque hasta la orilla del lago, que luego rodearon camino del camposanto que los monjes habían hecho en el lado más cercano del complejo de edificios que constituía su monasterio.

El tiempo parecía haberse detenido, y Reinmar se sintió como si avanzara por un tipo diferente de sueño, en el que se veía reducido a una total impotencia por el flujo de acontecimientos. Su cuerpo se movía de manera mecánica, como si estuviese en trance, apenas consciente de lo que sucedía a su alrededor. En algún lugar de sus profundidades había una parte de su alma que estaba más viva y era mucho más consciente, pero no podía tomar el control porque la ataba y sujetaba la congoja.

Otro día, tal vez Reinmar se habría fijado en que el lago era bastante hermoso, de un azul profundo bajo la luz reflejada por el cielo despejado, del que las nubes se habían retirado para amontonarse más apretadamente en torno a los picos de las Montañas Grises. Otro día, habría hallado mucho deleite en los nenúfares y los juncos que crecían profusamente en los bajíos. Entonces, sin embargo, estaba tan ciego para el agua como para los escuálidos campos que la rodeaban.

Ya se había cavado una sepultura a unos diez metros de la resquebrajada y musgosa pared que rodeaba el campo santo, donde los únicos distintivos que señalaban las tumbas eran de madera. El muro incrustado de musgo tenía un olor curiosamente mohoso, que sugería antigüedad y ruina, un hedor sutil, que podría haber resultado más ofensivo de no haber competido con él el olor de la tierra acabada de remover, que a Reinmar le pareció espantosamente fuerte y húmedo. El edificio más cercano al camposanto era un templo, dedicado, según supuso Reinmar, a Morr, señor del mundo subterráneo.

Reinmar observó sin reaccionar mientras el cuerpo amortajado de la muchacha era colocado en la sepultura. No obstante, cuando el entierro hubo concluido, no tenía ni idea de qué hacer con su persona. Aunque se encontraba a un tiro de piedra del monasterio, sus paredes grises parecían atemorizadoras e imponentes como la ominosa ciudadela de su sueño, y ya no deseaba entrar en él aunque el hermano Noel y el hermano Almeric repitieron la invitación de la víspera. Almeric intentó presionarlo, pero Noel se llevó a su compañero.

—El muchacho ha sufrido una conmoción —dijo—. Creo que necesita tiempo para estar a solas.

Almeric concedió, y fue Noel quien le habló luego a Reinmar.

—Tenemos que atender otras tareas. Cuando estés dispuesto, acude a la puerta del edificio principal y pregunta por mí. Dejaré dicho que deben permitirte entrar. Lamentamos mucho tu pérdida.

Reinmar no pudo responder más que con un asentimiento de cabeza, y los monjes se marcharon y lo dejaron a solas en el camposanto. Al cabo de poco rato, decidió que no podía quedarse allí, así que comenzó a volver sobre sus pasos en dirección a la granja. Todos los vagos planes que había trazado durante la noche precedente parecían haberse vuelto fútiles ante la tragedia de la muerte de Marcilla, y el único impulso que le quedaba era regresar a casa, lo cual significaba, en primer lugar, hallar el camino de vuelta a la carreta para reunirse con Godrich y Sigurd.

Sin embargo, apenas había tomado la decisión de que eso era lo que debía hacer cuando se vio otra vez sumido en la confusión. Casi en el mismo momento en que abandonaba la orilla del lago y se adentraba en el pequeño bosque situado al sur de la granja, Matthias Vaedecker lo cogió por los hombros y lo sacó fuera del sendero.

Vaedecker llevó a Reinmar a cubierto de un soto de árboles que crecían muy apretados, al mismo tiempo que miraba a un lado y otro para asegurarse de que nadie los había visto. Los monjes habían regresado a su enorme hogar gris, y no se veía ni rastro de Zygmund, su esposa o los trabajadores que ayudaban a mantener la granja.

—¿Qué ha sucedido? —quiso saber el sargento.

Reinmar apenas había podido hablar con los monjes, pero de pronto le pareció que Vaedecker era un amigo, alguien en quien podía confiar. Su mudez y atontamiento se evaporaron, y comenzó a llorar.

—Una vez que estuvimos en la granja, me pareció que estaba mejorando de nuevo —le dijo Reinmar al sargento al mismo tiempo que intentaba secarse las lágrimas con una manga—, incluso logró decir algunas palabras, pero cuando desperté esta mañana la encontré muy quieta. Creo que su corazón se detuvo mientras la observaba. Los monjes que anoche fueron a la casa le dieron una bebida, supongo que debió ser vino oscuro; en ese momento, pareció que la reanimaba.

—¿Tú también bebiste? —le preguntó Vaedecker con tono seco.

Reinmar tenía una negación en la punta de la lengua, pero su resolución se debilitó ante la penetrante y fija mirada del soldado.

—Apenas un sorbito —admitió—. Les había dicho que era un comerciante de vinos, y difícilmente podría haberme negado a probar el que ellos producen. No me lo tragué.

El regreso de la instintiva actitud de defensa lo hizo sentir como si se encontrara ante su padre e intentara justificar algún insignificante pecado de omisión. Pero al menos esa ilusión tuvo el efecto de interrumpir el embarazoso flujo de lágrimas.

—Perdóname, amigo mío —dijo el sargento, que había tomado debida nota de la congoja del muchacho—, pero debo hacerte estas preguntas. ¿Reconociste el sabor del vino… y soñaste algo después?

—La respuesta a la primera pregunta es no —replicó Reinmar—. Nunca antes había probado nada parecido. La respuesta a la segunda es sí: ya lo creo que soñé, pero mis sueños fueron pesadillas, en absoluto el tipo de experiencia que despertaría mi deseo por beber más del vino que las causó. De hecho, desearía…

Pero no sabía con exactitud qué deseaba, y la futilidad de aclarar sus confusos deseos lo hizo guardar silencio otra vez.

—Tal vez sea hora de que empecemos a confiar un poco más el uno en el otro —dijo Vaedecker—. ¿Qué te ha contado tu abuelo acerca del vino oscuro, de sus propiedades y su procedencia?

Reinmar profirió una breve carcajada.

—Ni con mucho lo suficiente —respondió—. Ojalá me hubieran contado lo bastante como para darles una respuesta sensata a los clientes que vinieron a buscarlo. Ojalá me hubiesen contado lo suficiente como para darles una respuesta sensata a los cazadores de brujas que vinieron a buscar a los clientes. De hecho, no me contaron nada en absoluto, hasta que incluso mi padre reconoció que mi ignorancia era más peligrosa que un poco de conocimiento. Creo que tú sabes al menos tanto como yo. Entendiste tanto como yo de los delirantes murmullos de Marcilla, así que debes conocer la historia referente a que el origen del vino oscuro sólo puede ser hallada por los que han oído la llamada y por sus acompañantes. Sin duda, habrás oído decir también que provoca una embriaguez especial y conserva la apariencia joven. Si sabes algo más, me alegraré de que compartas conmigo ese conocimiento…, ¿o acaso la confianza de la que hablas es sólo unilateral?

—Eres el único aliado que tengo en este sitio —señaló Vaedecker—. Si no puedo confiar en ti, estoy metido en un problema. No puedo evitar la sensación de que tú podrías correr más peligro que la mayoría de sufrir los peores efectos del vino oscuro, dada tu historia familiar, pero supongo que debo abrigar la esperanza de que te parezcas a tu padre y él sea el hombre que aparenta ser. A mí me han contado algo más, y aunque no me atrevo a considerar como cierta ninguna información, estoy dispuesto a actuar sobre la suposición de que es verdad lo que sé. Hay algo que, sin duda, debo contarte. A despecho de las apariencias, puede ser que la muchacha no esté muerta.

Reinmar se sintió como si lo hubiesen golpeado.

—Si pensabas eso —dijo con una voz terriblemente seca—, ¿por qué no lo dijiste antes de que la sepultaran?

—Si estoy en lo cierto —respondió el sargento con expresión ceñuda—, no permanecerá en la sepultura por mucho tiempo. Creo que esperarán a ver qué haces tú antes de actuar, porque de momento no saben si eres un aliado potencial o un enemigo…, y sospecho que podrían considerarte una presa digna de capturar, aunque haya un cierto riesgo en hacerlo. Verás, no pueden estar seguros de que la muchacha fuese la única guiada hasta aquí por un instinto sobrenatural. Tal vez sospechen, dada tu historia familiar, que tú también podrías haber oído una especie de llamada.

—No la oí —dijo Reinmar sin más.

—Te creo —le aseguró Vaedecker—, pero podría ser buena idea dejar que los monjes piensen que sí la oíste, si quieren.

—¿Y por qué iban a quererlo?

—No sé más que tú acerca de cómo se hace el vino oscuro ni con qué tipo de fruta lo producen —dijo el sargento—, pero Machar von Spurzheim ha tenido motivos para interrogar a muchos gitanos en los últimos años. La magia que atrae a los pocos escogidos hasta el valle no es una mera cuestión de reclutamiento de personas que saquen el vino al mundo. Los gitanos que oyen la llamada son niños especiales, que están marcados para algún tipo de sacrificio. Acuden aquí y no regresan jamás, según me han dicho, pero no mueren…, al menos no como nosotros entendemos normalmente la muerte. Acuden aquí para ser transformados.

—¿En qué?

—En seres no humanos, o humanos sólo en parte.

—¿Como los hombres bestia contra los que luchamos ayer? —preguntó Reinmar con rapidez, pero la imagen que de inmediato acudió a su mente fue la de una de las criaturas que había entrevisto en sus sueños.

—Peor, creo. Aquéllos me parecieron seres capaces de luchar, pero no mucho más. Si tienen algo de demoníaco, la parte demoníaca de su naturaleza no es muy activa. Los reacios informadores de von Spurzheim han hablado de más terribles mezclas de atributos humanos y animales, cuyo aglomerante demoníaco es mucho más poderoso. También hablaron de una segunda fase de metamorfosis, que es fundamental para la manufactura del vino oscuro y otras mezclas igualmente siniestras. ¿Las mencionó tu abuelo?

—Dijo que los productores del vino de los sueños hacían otros licores destinados a gustos más esotéricos.

—¿Esotéricos? ¿Lo dijo con esas palabras? ¿Te dio alguna explicación más?

—No.

—Bueno —dijo Vaedecker—, el vino que es tan popular en ciertos barrios de todas las poblaciones situadas entre Eilhart y Marienburgo, es vendido como el máximo lujo de consumo, y la flor de la juventud que conserva es considerada como el máximo lujo de la vida…, pero los lujos se deslucen al vulgarizarse, y el lujo más grande de todos es el que permanece justo fuera de nuestro alcance. Algunos de ésos para los cuales el vino oscuro se vuelve demasiado habitual acaban por exigir sensaciones más fuertes. Los sueños no bastan. La juventud no es suficiente. Los demonios interiores que los hicieron sentir cada vez más avidez del vino oscuro acaban por hacerles desear algo aún más oscuro. El lujo nunca lleva a la satisfacción, y siempre a la crueldad, y el excesivo abandono a los sueños conduce, al final, a un amor por los horrores. Al menos para algunos de sus consumidores, el vino de los sueños no es más que la introducción a licores más fuertes…, pero ninguno de los vinos oscuros puede hacerse sin sacrificio humano, y los niños como Marcilla forman parte del precio que pagan los gitanos por el favor de dioses más oscuros que los que adoran los hombres civilizados.

Cuanto más meditaba Reinmar sobre este discurso, menos claro le parecía su significado.

—¿Qué estás diciendo exactamente? —preguntó—. ¿Que los monjes tienen intención de desenterrar a Marcilla y sacarla de un trance que la hace parecer muerta para completar la metamorfosis que la transformará en una especie de monstruo medio humano? ¿Que luego sufrirá otra transformación cuyo curso el vino oscuro será extraído de la sustancia de su cuerpo y la esencia de su alma?

—Eso nos han inducido a creer —confirmó el soldado—. Cabe la posibilidad de que las personas que interrogamos no poseyeran un conocimiento real y tuvieran que inventar algo bajo la presión del interrogatorio. También hablaban de un monasterio y de un secreto que había en sus bodegas, pero no dijeron nada explícito al respecto.

—Mi abuelo me dijo que había oído ese tipo de cosas —admitió Reinmar.

—Oímos mencionar su nombre más de una vez —admitió, entonces, Vaedecker—. Se dice que cuando Luther Wieland se aficionó demasiado al vino oscuro y, en consecuencia, se puso enfermo por la falta del mismo, su padre y su hijo conspiraron para romper un importante eslabón de la línea de suministro que salía de este valle hasta Marienburgo. El eslabón que faltaba fue suplantado con bastante rapidez, pero ahora toda la cadena ha sido destrozada por von Spurzheim y sus aliados, que han ascendido por el río desde Marienburgo. Si los monjes esperan restablecer el tráfico, sólo pueden comenzar desde aquí, y Eilhart es un sitio perfecto como primera base. El padre de Luther murió hace tiempo, y los monjes deben de sentirse atraídos por la idea de establecer una nueva conspiración de abuelo y nieto que deshaga la obra de la anterior.

»Creo que volverán a verte, Reinmar, si tú no vas a verlos a ellos… y que demostrarán mucho más interés del que aparentaron anoche. Es probable que te halaguen y te hagan una propuesta que parezca generosa. Si confías en mi juicio, te aconsejo que finjas sentirte tentado…, pero debes seguirles la corriente hasta cierto punto, no más. Debes ganarte su confianza hasta donde puedas, y luego debes traicionar esa confianza. Nuestro propósito real debe ser averiguar todo lo que podamos sobre lo que sucede aquí, y luego escapar y marcar el sendero a medida que nos alejemos para que ningún simple hechizo de ocultación pueda disimular los accesos cuando regresemos con un ejército detrás de nosotros.

—No pides mucho —observó Reinmar con sarcasmo—. Yo soy un hombre independiente, no el servidor de un cazador de brujas.

—Te pido lo que se me pidió a mí si surgía la oportunidad —replicó Vaedecker con tono cortante—. La oportunidad ha surgido con mucha mayor rapidez de lo que yo esperaba. Tengo que sacar el máximo partido de ella o caer en el cumplimiento de mi deber…, y no soy el tipo de hombre que tiende a caer en el cumplimiento del deber. Necesito tu ayuda, y te la pido como se la pediría un hombre virtuoso a otro. Eres independiente, pero también eres hijo de tu padre y eres ciudadano del Imperio. Lamento mucho que la muchacha haya llegado a gustarte tanto y luego la vieses morir, pero tengo que cumplir una misión y tú también. ¿Estás conmigo o contra mí?

Reinmar vaciló, aunque no demasiado.

—Si éste lugar es el origen del vino de los sueños —dijo—, tenemos que averiguar todo lo que podamos. Y si existe la más mínima posibilidad de que Marcilla no esté realmente muerta, debemos asegurarnos sin lugar a dudas.

—Bien —concluyó Vaedecker—. Ahora márchate mientras yo vuelvo a esconderme… Pero cuando acudan a ti, ten cuidado. No te separes de la espada.

Cuando Reinmar, finalmente, regresó a la granja, Zygmund y su esposa no le preguntaron si se marcharía pronto. De hecho, parecía que suponía que se quedaría con ellos durante algún tiempo más. La mujer le sirvió una comida algo mejor que el pan y la carne que le había proporcionado cuando llegaron él y Marcilla, y una jarra del mismo buen vino.

Mientras aún estaba comiendo, los dos monjes volvieron a entrar y se sentaron con él.

—Bien —dijo el padre Noel—, ya hemos rezado nuestras plegarias al Dios de la Muerte y los Sueños por la salvación y cuidado de la muchacha gitana. Estamos muy apenados por tu desgracia.

—Es evidente que la joven te causó una profunda impresión y debiste pensar que le habías salvado la vida —añadió Almeric—, que la habías salvado para darle un tipo de vida mejor, tal vez.

Hablaba con un tono bastante frívolo, pero estaba claro que sentía curiosidad por ver cómo reaccionaría Reinmar ante la atormentadora insinuación, y el joven Wieland concluyó que Vaedecker tenía razón. No sabían muy bien qué pensar de él y estaban ansiosos por deshacer la duda. No habían esperado mucho para ver si aceptaba o no la invitación de Noel.

—Me habría llevado a la muchacha conmigo a Eilhart si ella hubiese estado de acuerdo —les informó Reinmar—. Habría continuado protegiéndola. La amaba.

—Estoy seguro de ello —asintió Noel.

—¿Habéis venido a ofrecerme un cargamento de vuestro precioso vino? —le preguntó Reinmar al monje con una leve pero bien calculada nota de interés—. Admito que tenía un buen aroma y una dulzura nada corrientes, pero la promesa de que me haría dormir mejor y me proporcionaría sueños agradables no se cumplió.

—No bebiste lo bastante como para conseguir ese efecto —respondió Noel.

—Tal vez, no —admitió Reinmar—. De todas formas, tras haber pensado en el asunto, me doy cuenta de que no hay mucha demanda de vino dulce en Eilhart ni en Holthusen. Si os comprara un par de barriles de vuestro vino, es probable que tuviese que venderlos más lejos, al menos en alguna población del Reik…, quizás incluso en un sitio tan lejano como Marienburgo.

Reinmar vio que los ojos de Almeric se entrecerraban ante la mención de Marienburgo, y reparó otra vez en el peculiar brillo de los mismos. Cuando volvió a mirar a Noel vio el mismo extraño resplandor en sus ojos, pero éste le dedicó una sonrisa forzada.

—Nuestros agentes han encontrado clientes nuevos desde que tu abuelo perdió el interés en nosotros —declaró Noel con tono neutral—, pero nuestra orden siempre ha valorado la tradición. Aunque sabemos que estás pasando un momento de congoja, tal vez lo mejor para ti sea dejar atrás la pérdida y buscar toda la distracción que puedas en los asuntos del negocio.

—Eso es fácil de decir para ti —observó Reinmar—, pero a mí no me resulta tan fácil conseguirlo.

El hermano Noel no se dejaba desalentar con tanta facilidad.

—Hemos consultado con nuestros compañeros del monasterio —explicó con tono amable—, y nos han autorizado a venderte una pequeña parte de nuestras reservas si estás dispuesto a comprarlas. El apellido Wieland es recordado con cariño por los hermanos de más edad, y a nuestro superior le atrajo la idea de restablecer uno de nuestros más antiguos puentes hacia el mundo exterior. Nos gusta nuestro aislamiento, te lo aseguro; pero ni siquiera para los hombres como nosotros es bueno estar completamente aislados de la sociedad humana. Si nos ponemos de acuerdo en el precio, estamos dispuestos a dejar que te lleves un barril de prueba ya embotellado en buen cristal. Tenemos nuestro propio taller de cristal, y en otros tiempos fuimos casi tan famosos por nuestras botellas como por lo que éstas contenían. Por supuesto, te invitamos a catar otra vez el producto si quieres asegurarte de su calidad, pero si no estás interesado…

—Supongo que podría estarlo —respondió Reinmar con un suspiro fingido—. Pero ahora mismo estoy trabajando sólo como agente de mi padre. Me dijo que fuese muy cuidadoso con su dinero y que me atuviera muy estrictamente a la ruta que él había trazado. Podría no gustarle mucho saber que me he apartado de sus planes y le he comprado vino a alguien diferente de nuestros proveedores habituales.

—En otros tiempos, nos contábamos entre vuestros proveedores habituales —señaló el hermano Almeric—. ¿No es así, hermano Noel?

—Recordamos muy bien el nombre de tu abuelo —confirmó Noel—. Nunca vino aquí, pero solíamos enviar a nuestros emisarios para que hicieran tratos con él. El padre de Zygmund lo conoció, creo…, y tal vez Zygmund lo vio cuando era niño.

—El granjero pareció recordar el apellido Wieland —asintió Reinmar con aire reflexivo—. Pero mi mayordomo debe de estar preocupado por mí, y realmente debería regresar a la carreta antes del anochecer. La verdad es que debería…

Dejó que su voz se apagara con la esperanza de dar la impresión de que realmente no sabía qué debía hacer ni cuáles eran los motivos que lo impulsaban.

—Cualquier negocio que hagamos podría quedar concluido antes de la puesta de sol —observó el hermano Almeric—. El día no está muy avanzado. Tal vez deberías darle otra oportunidad al vino. Cuando lo probaste anoche, las circunstancias estaban lejos de ser las ideales y es evidente que la lamentable muerte de la muchacha te ha trastornado. Si vienes al monasterio, podrás probar varias de las cosechas que tenemos almacenadas. Resulta obvio que eres un hombre que sabe valorar el vino.

Reinmar continuó con su espectáculo de vacilaciones.

—Si al menos mi mayordomo estuviese aquí —dijo al fin—, me sentiría más tranquilo. Ni siquiera sé si mi carreta está a salvo. Fuimos atacados por unas bestias monstruosas, y sufrió daños. Aunque huyeron, podrían haber regresado. ¿Los alrededores del valle están siempre plagados de monstruos?

—Habitualmente, no —dijo Almeric—. Zygmund nos dijo que había oído rumores sobre eso, pero no los tomamos en serio.

—Si deseas comprarnos vino —le aseguró el hermano Noel—, podríamos pedirles a Zygmund y a uno de sus hombres que te lo llevaran hasta la carreta. Son hombres capaces, y estarán encantados de ayudarte con cualquier reparación que sea necesaria. No deberíamos necesitar demasiado tiempo para concluir nuestro trato… y quizás ésta sea una oportunidad que no vuelvas a tener nunca más.

—Bueno —dijo Reinmar con voz queda—. Supongo que eso es verdad.