Seis
A despecho del insomnio provocado por todas las ideas que le daban vueltas por la cabeza, Reinmar logró levantarse a tiempo para abrir la tienda a la hora indicada, y casi de inmediato, el local se llenó de clientes cuyo propósito era algo más que el simple intercambio de monedas por jarras de vino. Varios de ellos le aseguraron que hacía años que esperaban eso, aunque se mostraban reacios a especificar a qué se referían. Nadie mencionó el vino oscuro abiertamente, pero más de uno se compadeció de que el legado de los pecados de Luther recayese entonces sobre su hijo y su nieto.
—No es que el viejo haya querido nunca causar ningún daño —le aseguró frau Walther—, ni tampoco ese hermano loco que tiene…, pero no querer causar daño no es lo mismo que no hacerlo, y las gallinas siempre vuelven a casa a descansar. Ahora hay cosas malignas en el bosque, según dicen. Los cazadores furtivos siempre dicen eso, por supuesto, pero cuando también lo dicen los leñadores, hay que tomárselo en serio. No te salgas del camino cuando vayas a recorrer las viñas, y ten cuidado con los gitanos.
—Vienen más soldados —le dijo la esposa de uno de los policías—. Todo eso es muy bueno para vuestro comercio, supongo, pero cuando hay soldados, hay problemas. Pasarán de largo, al parecer, en cuanto averigüen adonde deben dirigirse, pero regresarán cuando hayan hecho lo que han venido a hacer y arrastrarán los problemas tras ellos. Estar en el límite de navegabilidad del río tiene sus ventajas, ya sabes… Éste ha sido siempre un pueblo muy decente. Aquí nunca hemos necesitado a los soldados. Nunca.
Gottfried aún no había regresado cuando acabó la primera oleada, y Reinmar comenzaba a preocuparse, aunque uno de los clientes leales le había asegurado que le haría llegar la noticia en caso de que su padre fuese arrestado. Cuando apareció Margarita, sedienta de noticias, él no tenía ni idea de qué contarle.
—La gente dice que es culpa de tu abuelo —le informó la muchacha, vacilante—. Dicen que se puso enfermo por meterse con la magia. Algunos incluso dicen que tu tío abuelo Albrecht es una especie de nigromante, y que su ama de llaves es bruja.
—Eso es una estupidez —le aseguró Reinmar—. Albrecht no es más que un anciano inofensivo. Puede ser que su ama de llaves sea una gitana, pero no es más que un ama de llaves. Mi abuelo simplemente se puso enfermo… la magia no tuvo nada que ver con eso.
—No creo que debas salir con la carreta la semana que viene —dijo ella—. Puede ser peligroso.
—Somos comerciantes de vino —explicó Reinmar con paciencia—. La uva de este año ya habrá sido pisada, y el vino, metido en barriles, y la del año anterior ya habrá fermentado en la madera. Tenemos que reaprovisionar la bodega. No haremos más que realizar el recorrido habitual para llenar la carreta. Godrich vendrá conmigo, y nos acompañará uno de los trabajadores… probablemente Sigurd. Tanto Godrich como yo hemos sido entrenados con la espada, y Sigurd es prácticamente un gigante. Nadie va a atacarnos… y si en la región hay caballería e infantería de la Guardia del Reik, los caminos serán aún más seguros de lo normal. Regresaré en dos semanas.
—Se cuenta que hay monstruos en los bosques —insistió Margarita.
—Siempre se ha contado que hay monstruos en los bosques —respondió Reinmar— y monstruos en las montañas, y monstruos en cualquier otra parte, pero ¿a quién conoces que haya sido herido alguna vez por uno de ellos? Todos los viajeros cuentan historias exageradas, Margarita, y es probable que yo mismo me traiga de vuelta un par de ellas, pero el hecho de que siempre vivan para contarlas sugiere que el peligro no es tan terrible como lo pintan. No me pasará nada.
Posiblemente, Margarita hubiese dicho algo más, pero en ese momento volvió a abrirse la puerta de la tienda y, cuando vio que era Gottfried, recordó, de pronto, el recado que iba a hacer para su madre y se retiró con prisa para dejar a solas a padre e hijo.
—¿Te han dejado salir? —preguntó Reinmar, incómodo.
—No me arrestaron en ningún momento —se apresuró a decir Gottfried—. Deseaban mi consejo y se lo di con total libertad.
—Vinieron a registrar las bodegas —señaló Reinmar.
—Como les invité a hacer. No tengo nada que ocultar…, nada. Quería dejar eso claro.
—Todos dicen que vienen hacia aquí más soldados —dijo Reinmar, cauteloso—. ¿Sabes por qué?
—Política —fue la sucinta respuesta de Gottfried—. Hay problemas en Marienburgo. Incluso después de tanto tiempo, continúa la resaca de la secesión. En Altdorf, muchos recibirían con gran alegría la vuelta de Marienburgo al Imperio, aunque tuvieran que comprarla con sangre. Al parecer, el cazador de brujas tiene amigos en la Guardia del Reik que están dispuestos a complacer sus caprichos, y piensa que por esta zona podría encontrar algo que le proporcionaría una útil influencia sobre los habitantes de Schilderheim y Marienburgo.
—El misterioso lugar de origen del vino oscuro, con el que nosotros no comerciamos —dijo Reinmar.
Gottfried le lanzó una mirada penetrante.
—Has estado hablando con mi padre —dijo con aversión—. ¿Qué te ha contado?
—Que no existe ningún paso secreto en las montañas —respondió Reinmar despreocupadamente—, y que el vino oscuro no es tan negro como a algunos les gusta pintarlo.
—Viejo estúpido —dijo Gottfried con el entrecejo fruncido—. He decidido adelantar tu viaje. Saldrás mañana. Hemos tenido un buen verano, así que la cosecha debe de haberse hecho a tiempo, y los vitivinicultores más industriosos adelantarán la producción. No te esperarán tan pronto, así que Godrich tal vez tenga que improvisar un poco, pero esta noche él y yo planificaremos la ruta.
—Quieres quitarme de en medio —comentó Reinmar sin más.
Gottfried vaciló por un momento, pero luego asintió con la cabeza.
—Sí, es verdad —admitió—. No tenemos nada que ocultar y no deberíamos sentirnos temerosos, pero la gente de por aquí goza de buena memoria y lengua ágil. Von Spurzheim querrá hablar con Luther, y también con Albrecht…, y puede ser que a ninguno de los dos le resulte fácil persuadirlo de que no pueden ayudarlo. Las viejas animadversiones podrían reavivarse, y las cosas ponerse desagradables. No creo que vaya a suceder nada malo, pero, por si acaso, prefiero que estés fuera del asunto.
—Quiero saber de qué va todo esto —le dijo Reinmar con firmeza—. Si soy lo bastante mayor como para tomar parte activa en el negocio, también lo soy para conocer todos sus secretos.
—No hay ningún secreto.
—Sí que lo hay —insistió Reinmar—, o al menos lo hubo en otra época…, y por muy muerto y enterrado que pareciese ayer a esta hora, es evidente que ya no está ni muerto ni enterrado. Tal vez puedas evitar que Luther hable conmigo, pero no puedes impedírselo a Albrecht y Wirnt…, y si tú no me dices de qué va todo esto, ellos lo harán.
—¿Quién es Wirnt?
—Tu primo, el hijo de Albrecht.
Gottfried alzó una ceja inquisitiva y pareció a punto de preguntar cómo sabía Reinmar eso, pero ya había deducido que el muchacho había estado hablando con Luther. Al fin, suspiró.
—Yo mismo nunca he conocido ni la mitad de la historia, y siempre me he alegrado de que así fuera…, pero creo que ha llegado un momento en que podría ser más peligroso ignorar que conocer lo que sabe mi padre, y también quizá lo que sabe Albrecht. Parece ser que las autoridades de Marienburgo han aplastado un extremo del tráfico de vino oscuro, al menos por el momento, pero no se contentan con eso. Quieren eliminar el origen, y tras haber seguido la pista hasta aquí, no están dispuestas a detenerse tan cerca de la meta. Si nosotros no podemos ayudarlas, es probable que supongan que el «no poder» en realidad es un «no querer», así que debemos abrigar la esperanza de que seremos capaces de hacerlo. Será mejor que me acompañes a hablar con mi padre; Godrich puede ocuparse de la tienda durante una hora o dos, ya que está tan tranquila.
Reinmar experimentó un estremecimiento de triunfo al darse cuenta de que, por primera vez en la vida, se había impuesto a su padre. Ascendió la escalera con mucha más ligereza de la que era capaz su progenitor, de pesado andar, a pesar de que había descansado un poco menos que Gottfried.
Luther pareció claramente incómodo cuando su hijo y su nieto se encararon con él, cosa nada sorprendente habida cuenta de que Gottfried estaba de muy malhumor. La mirada del anciano iba con inquietud de uno a otro.
—No pude evitarlo —dijo a la defensiva, mientras se encogía bajo la ropa de cama—. No fui yo quien lo dejó entrar.
Gottfried se mostró asombrado, aunque no completamente atónito.
—El corpulento desconocido regresó —dedujo de inmediato—. El crío de Albrecht. No acepta un no por respuesta; no, de mí, al menos. Espero que no esté aún aquí.
—No, no está —replicó Reinmar—. Lo vi cuando salía. Ha ido a ocultarse en las colinas…, a menos que haya decidido visitar primero a su padre.
—¿Qué le dijiste? —le preguntó Gottfried a Luther.
—¿Qué podía decirle? —contestó éste, resentido—. No tenemos vino oscuro y no sabemos dónde lo hacen.
—¿Y qué te dijo él? —quiso saber Gottfried.
—Que su madre, cuando la encontró, no parecía lo bastante mayor como para haberlo dado a luz…, pero que lo reconoció, y que continuó visitándola a pesar de que corrían rumores de que ella estaba metida en magia oscura. Al parecer, estaba orgullosa de él, y le dijo que no odiara demasiado a su padre por haberse marchado y haberlo dejado al cuidado de extraños. Ella fue quien le hizo probar el vino. Me dijo que los sueños eran como regresar a casa…, como si llenaran un vacío de su corazón del que antes no había sido del todo consciente, como si nunca hubiese comenzado a vivir de verdad hasta ese momento, como si… Pero tú ya has oído esas cosas antes, y ya entonces no te gustaban.
—Pero yo no —intervino Reinmar con voz queda.
Luther continuaba con la vista clavada en su hijo, en espera del permiso para hablar. Gottfried vaciló un instante.
—Cuéntaselo todo.
Luther asintió y realizó un evidente esfuerzo por rehacerse, tras lo cual desvió la mirada hacia su nieto.
—El vino oscuro es llamado también vino de los sueños —dijo con una voz extrañamente seca y débil—. Existen otros vinos del mismo tipo; todos son de color más oscuro que el más dulce vino del Reik, y todos provocan sueños. Pero los que saben del tema hablan del vino oscuro en singular, al igual que del vino de los sueños. Los pocos que han tenido la oportunidad de aburrirse del vino de los sueños han cultivado el gusto por uno u otro de los peculiares vinos afines, pero el consumo ha sido siempre… esotérico.
Reinmar deseaba que se explayara más sobre ese punto, pero el abuelo no lo hizo.
—El vino de los sueños es el más benigno y generoso de los caldos producidos por sus vitivinicultores —prosiguió Luther—, y los conocedores lo consideran la esencia misma del lujo, porque el mayor lujo de todos es la juventud, y el vino oscuro es un verdadero elixir de juventud. Tiene el poder de preservar la belleza, el entusiasmo, y un tipo particular de inocencia que nadie que no sea culpable puede apreciar. ¿Es magia? Tal vez. ¿Quién puede decir dónde acaba la naturaleza y comienza la magia? Todos los vinos emborrachan, pero sin duda resulta concebible que el vino oscuro sólo sea el mejor y más puro de los vinos. En los tiempos en que Albrecht y yo estábamos aún tan unidos como deben estarlo los hermanos, él solía escribirme que había oído a algunos eruditos jurar que el vino oscuro carecía por completo de magia, mientras que otros lo elogiaban como la más grandiosa magia conocida por el hombre. Otros lo consideraban como una trampa, una atractiva puerta que conducía a males indecibles. Albrecht, sin embargo, nunca frecuentó la compañía de ese tipo de hombres cuando intentaba convertirse en un erudito en Marienburgo, y yo tampoco lo hice en Eilhart.
El anciano hizo una pausa para beber, y Gottfried lo ayudó con la taza. Lo que bebía era vino blanco, pero Luther lo miró como si hubiese preferido algo mucho más fuerte.
—Al mirarme ahora, no pensarías que en otra época fui un hombre de increíble juventud —prosiguió Luther—, pero lo fui. Yo nunca me tuve en mala opinión por eso, aunque mi padre era de la estirpe de mi hijo…, o en cierto sentido, peor, porque nunca permitió que ningún licor pasara entre sus labios. «Se necesita un hombre abstemio para comerciar con vino», solía decir. Si llega a gustarte tu mercancía, acabarás echándote al coleto las ganancias. Puede ser que pienses que el amor que siente tu padre por la moderación es muy severo, Reinmar, pero nunca has tenido la oportunidad de compararlo con un auténtico pilar de rectitud.
»Albrecht llevó la peor parte de la cólera y desaprobación de nuestro padre, y eso lo alejó de casa. Yo era más joven y aprendí a ser astuto. Era bebedor mucho antes de que me descubriera, y una vez que hube probado el vino oscuro perdí el apetito por la mayoría de los vicios menores. Pero, ¡ay!, me descubrió, y no era un hombre fácil de vencer en una disputa. Se salió con la suya, aunque tuvo que robarme a mi propio hijo para asegurarse la victoria final… Y su triunfo fue nuestra pérdida, porque mi padre jamás consideró siquiera la posibilidad de rechazar el comercio de vino oscuro y otros caldos de su clase, cosa que tu querido padre hizo en cuanto tuvo el látigo en la mano.
—Era la única manera —murmuró Gottfried.
—¿Lo era? —preguntó Luther con escepticismo—. ¡Qué consternación debía producirse en Marienbeg cuando tomaste esa decisión! Pero sólo por un tiempo. Como descubrieron hace mucho los constructores de esclusas de Schilder, el flujo del río no puede domarse del todo. Cuando el agua del deshielo baja desde las montañas, hay que abrir completamente las compuertas, y las peores inundaciones sólo pueden ser desviadas; sólo puedes proteger las tierras de aquí desviando el agua hacia allá. El vino oscuro era como el Schilder: impedido su curso normal, encontró otros canales que lo llevaran al Reik, y una vez allí, se desvaneció en la irresistible corriente del tráfico fluvial.
—Esto no nos sirve de nada —intervino Gottfried—. Necesitamos algo que podamos darle al cazador de brujas. El único modo de quitárnoslo de encima es hacer que siga la pista y se aleje. Tú tienes que tener alguna idea acerca de dónde producen el vino oscuro y quién lo produce.
—No la tengo —respondió Luther, testarudo.
—No te creo —le dijo Gottfried—. Albrecht fue a Marienburgo, pero tú te quedaste aquí. Cada año ibas a las colinas para aprovisionarte, como yo he hecho siempre. No intentes decirme que nunca buscaste el origen del vino oscuro.
—Los agentes de los productores de vino oscuro siempre venían a vernos a nosotros.
—¿Y quiénes eran? ¿Dónde vivían?
—Eran gitanos… itinerantes sin hogar fijo.
—Las gentes de por aquí culpan a esos viajeros de todo lo que sucede —dijo Gottfried con aversión—. Cada vez que roban un niño, se lo han llevado los gitanos. Cada vez que a una vaca se le seca la leche, los gitanos la han maldecido. Si á un hombre le duele el vientre, nunca es porque haya comido manzanas verdes, sino porque una vieja gitana lo miró mal. Ahora tú me dices que los gitanos hacen el vino oscuro…, sin duda, con uvas silvestres recogidas en algún valle secreto, cuyo emplazamiento sólo conocen sus ancianos.
—Yo no he dicho que lo hicieran ellos —señaló Luther—, sino sólo que lo traían del sitio en que era producido…, del cual no tenían nada, o casi nada que decir.
—Pero tú se lo preguntabas —insistió Gottfried—, tan a menudo y con tanta astucia como podías, dado lo mucho que te gustaba. Y dices que no te dijeron casi nada. ¿Por qué ese casi, padre? ¿Qué es lo poco que te dijeron?
Luther dejó caer la cabeza sobre la almohada, pero en su boca apareció una mueca torcida; se dio cuenta de que se había delatado y sabía que no podría refugiarse en su debilidad.
—Sólo me dijeron que el origen estaba protegido por la magia… y que un hombre podría buscarlo durante años sin atisbarlo siquiera, porque sólo era accesible para aquellos de su pueblo que oían la llamada, y para quienes los acompañaran con el fin de que llegaran sanos y salvos a destino.
—¿Qué llamada?
—¿Cómo voy a saberlo? —protestó con una voz que volvía a debilitarse al encogerse él bajo la feroz mirada de su lujo—. Yo nunca la oí… aunque escuchaba con atención.
—¿Cómo puedo contarle esto al cazador de brujas? —se quejó Gottfried, que habló más para Reinmar que para Luther—. Es el tipo de chismorreo que puede oírse en todas las esquinas. Gitanos y llamadas…, cuentos de vieja, muy probablemente. Es una mentira propagada para distraer a los ingenuos. Tienes que saber algo más.
—Eso fue lo que me dijeron —se quejó Luther—. Nunca les creí del todo, pero las investigaciones que hice no bastaron para averiguar nada más. Aunque corrían otros rumores acerca de monasterios construidos sobre profundas cavernas y extrañas flores que crecían bajo tierra, nunca los tomé en consideración. El vino de los sueños no es producto de la uva, al menos no del todo, pero ninguna fruta puede madurar si no está al sol. Si existe un valle cuya entrada no se halla oculta por magia, tiene que estar muy bien escondido de algún otro modo. Tal vez, Albrecht sepa algo más. Ha tenido tiempo de investigar desde que regresó de Marienburgo con el rabo entre las piernas. Incluso contrató a una nómada como ama de llaves, quizás a causa de algo que ella conocía y las viejas del pueblo ignoraban. Ahora está retirado en su casa, pero te aseguro que hizo investigaciones cuando regresó y se sintió injustamente desplazado. Por entonces, tenía la ambición de establecerse como competencia, pero me atrevería a decir que los misteriosos productores del vino de los sueños no querían a un hermano mío caído en desgracia como intermediario. Si él no pudo encontrar la fuente de suministro en veinte años de investigación, tu cazador de brujas tiene entre manos una dura tarea. Le deseo suerte.
—Necesito un nombre —dijo Gottfried—; algo que le indique a Von Spurzheim a qué gitanos debe interrogar.
—¿Quién pregunta el nombre de una familia gitana? —contestó Luther—. ¿Quién obtiene una respuesta si lo hace? Los nómadas guardan los secretos de su pueblo. El cazador de brujas sólo cuenta con una ventaja, en mi opinión, y podría no ser suficiente.
—¿Qué ventaja? —exigió Gottfried, exasperado.
—La estación del año. Cualquiera que sea la fruta que le confiere al vino oscuro sus cualidades especiales, sin duda, madura cuando lo hacen otras frutas, y su manufactura debe tener un ciclo. Si todas las cosas vivas son prisioneras del calendario, la cosecha de este año debería estar lista ahora, y pronto será necesario convocar a los encargados de hacer la recolección. Si los espías de Von Spurzheim pueden encontrar el último eslabón de la cadena que se extiende desde Marienburgo hasta aquí, tienen una posibilidad de que los conduzca hasta el origen…, pero si esa oportunidad es real, sólo durará unos veinte o treinta días.
—Las conjeturas de este tipo no bastan —le respondió Gottfried con aspereza.
—Es lo único que puedo ofrecerte como hombre que ha dedicado la vida al comercio de vino —le contestó Luther con voz distante y muy débil.
La cabeza del anciano cayó sobre la almohada a causa del agotamiento. Resultaba evidente que su cansancio era real.
—Está haciendo lo que puede, padre —murmuró Reinmar—. A él no le gusta más que a ti la perspectiva de ser vigorosamente interrogado por el cazador de brujas. Si ese licor es de verdad tan insidiosamente maligno como tú supones, el punto de origen estará celosamente guardado, ¿no crees?
—Supongo que sí —concedió Gottfried tras suspirar—. Será mejor que averigüe qué tiene que decir Albrecht…, y más vale que tú regreses a la tienda. El negocio continúa, pase lo que pase.
Reinmar estuvo a punto de decirle a su padre que ya había ido a ver a Albrecht, pero se calló. ¿Acaso no estaba entonces jugando su propio juego? ¿No estaba decidido a hacer sus propios descubrimientos para juzgar por sí mismo?
—¿Estamos, realmente, en peligro? —preguntó.
—Espero que no —replicó Gottfried con tono seco—. No obstante, sería mejor para todos los habitantes del pueblo que el cazador de brujas pasara de largo lo antes posible. Debemos esperar que encuentre lo que busca, y que sus asuntos lleguen a una rápida y fructífera conclusión.
Mientras hablaba bajó los ojos hacia Luther, pero el anciano se había encasquetado el gorro negro hasta cubrirse la frente y había cerrado los ojos.