Cinco
—La paz relativa de que disfrutamos no fue lograda con facilidad —le dijo Albrecht a Reinmar—. El precio que pagó la generación de mi padre fue una feroz represión. Si los eruditos de Marienbeg no se equivocan respecto a la historia del mundo, una gran parte de aquella represión fue necesaria y estuvo plenamente justificada; pero las fuerzas represivas nunca saben cuándo parar o ceder. El comercio del vino de los sueños, que no es el único vino oscuro sino el que se consume con más frecuencia y al que hacen referencia la mayoría de los hombres cuando usan ese nombre, hacía siglos que estaba establecido antes de que mi padre naciera, pero cuando lo investigaron los agentes de Magnus el Piadoso y sus teogonistas rápidamente quedó limitado su consumo, y al fin acabaron por prohibirlo.
»La supresión de ese comercio no fue en absoluto bien recibida en Marienburgo, e incluso es posible que desempeñara un pequeño papel en los acontecimientos que desembocaron en la secesión; pero eso sucedió antes de mis tiempos. El tráfico de vino oscuro pasó, entonces, a la clandestinidad, al menos en las zonas del Reik inferior, aunque era tolerado por la gente de la localidad, para quien constituía una costumbre. El principal efecto de esa prohibición nacional fue que, de hecho, entre los que comerciaban con vino aumentó la curiosidad respecto al motivo de la mala reputación de aquel caldo. Sí, yo mismo he bebido vino oscuro, con más liberalidad que Luther, me atrevería a decir, y habría continuado bebiéndolo si hubiese podido quedarme en Marienburgo o asegurarme el suministro cuando regresé a Eilhart. Sin embargo, una vez que nuestra familia dejó de traficar con él, me resultó tan difícil de conseguir como a cualquier otra persona, y actualmente soy demasiado pobre para permitirme hábitos costosos.
»Si Wirnt ha huido de Marienburgo, deben de haber surgido nuevos problemas en la ciudad que han interrumpido del todo el suministro de vino oscuro. Si un cazador de brujas y sus soldados lo siguen a pocas horas de distancia, el problema en cuestión probablemente sea algún tipo de cruzada. Con independencia de lo que Wirnt haya podido decirte, dudo que sea el afecto filial lo que lo ha traído hasta aquí. Lo más probable es que esté buscando el lugar donde comienza el tráfico del vino de los sueños. Incluso es posible que abrigue la esperanza de que Luther le diga dónde proseguir la búsqueda.
—Preguntó por Luther antes de preguntar por ti —confirmó Reinmar.
—Probablemente, también vendrá aquí —dijo Albrecht con tristeza—. Será capaz de ir a cualquier parte en busca de una pista y arrastrará al cazador de brujas tras él. Sólo espero que alguien pueda convencerlo de que el secreto reside detrás de las montañas. Causaría menos mal por aquí si fuera en busca del famoso paso secreto sin demorarse de manera innecesaria.
—Mi abuelo no cree que exista ningún paso semejante —comentó Reinmar.
—Ni tampoco lo cree ningún hombre que conozca las montañas —asintió Albrecht—. Pero durante siglos ha sido una ficción conveniente… y la verdad es que nadie sabe dónde hacen el vino de los sueños y los otros caldos del mismo tipo, ni quién los hace, ni qué proceso se emplea para ello. Quienes lo producen guardan bien el secreto, y es una sabia medida.
—¿Qué otros caldos? —preguntó Reinmar—. ¿En qué son diferentes del vino de los sueños los otros vinos oscuros?
—El vino de los sueños es uno entre las varias clases que supuestamente producen los mismos vitivinicultores —respondió Albrecht con inquietud—, pero los otros son aún más raros, y están destinados a abastecer los gustos más exóticos.
—Mi padre piensa, al parecer, que el vino oscuro es realmente maligno —dijo Reinmar con la esperanza de provocar más revelaciones.
—Tu padre nunca lo ha probado —contestó Albrecht con un suspiro—. Tal vez sea sabio por ello, aunque yo nunca he admirado el tipo de prudencia que deriva de una mente estrecha. Es una suerte que te haya mantenido apartado de ese vino si hay cazadores de brujas en campaña. Tal vez Luther sería hoy un hombre más fuerte si nunca lo hubiese bebido, pero yo no puedo lamentar las visiones que obtuve con él. Soy un erudito de la cabeza a los pies, y siempre he estado dispuesto a pagar un precio a cambio de la penetración y la inspiración. El cazador de brujas no encontrará nada aquí si viene a verme, y mis crímenes, si es que lo fueron, quedan ahora demasiado lejos en el tiempo como para que le interesen. Si vuelves a ver a Wirnt, dile que me alegraría verlo…, pero ruégale que tenga cuidado, por el bien de todos nosotros. Ahora será mejor que te marches. Si los hombres honrados no están en la cama a la hora esperada, despiertan sospechas, y me atrevería a decir que tienes obligaciones con las que cumplir durante el día.
—Así es —asintió Reinmar con tristeza.
Había abrigado la esperanza de averiguar más cosas, pero no disponía del tiempo necesario.
—Regresa cuando todo esto haya acabado. Sé que tu padre tiene mala opinión de mí, pero somos de la misma familia, y esa opinión es peor de la que merezco.
Albrecht se levantó mientras hablaba, y su sobrino lo imitó y se dejó conducir hasta la puerta.
El propio Reinmar retiró la barra, aunque había visto que el anciano la levantaba sin ninguna dificultad.
—Volveré —prometió—. Si se produce alguna novedad, vendré a contártela.
—Ten cuidado —le aconsejó Albrecht—. ¿Podrás hallar el camino a la luz de las estrellas? Las lunas están apenas en el comienzo de la fase creciente.
—Tengo buena vista —le aseguró el muchacho—, y cuando vuelva a estar entre las casas, habrá bastante luz.
Siguió el consejo que le había dado su tío y avanzó con precaución hasta estar seguro del camino, e incluso entonces tuvo buen cuidado de avanzar discretamente por si había alguien en las proximidades a quien le hubiesen ordenado hacer guardia y tomar nota de sus movimientos. No vio a nadie, pero el bosque era lo bastante denso como para ocultar a una docena de ojos vigilantes.
Cuando llegó a su hogar, la casa parecía silenciosa. El ascenso hasta la ventana del primer piso fue tan difícil como el descenso, pero logró deslizarse a través de la abertura sin estropearse demasiado el justillo.
Uno de los sirvientes había colocado una lámpara junto a la cama, aunque la mecha estaba tan escondida que la llama azul era apenas más brillante que las estrellas del exterior. Reinmar ya había decidido irse directamente a dormir, así que no se molestó en aumentar la luz; sin embargo, acababa de arrodillarse para desatarse las botas cuando oyó unos pasos silenciosos en el piso de arriba.
Lo primero que pensó fue que tenía que tratarse de Godrich o de alguno de los sirvientes, aunque de todas formas avanzó hasta la puerta y se deslizó hacia el corredor con la esperanza de oír mejor desde allí. Cerró la puerta tras él para que no saliera al pasillo el resplandor interior y se quedó por completo inmóvil mientras escuchaba con atención.
La calidad de los pasos cambió cuando quienquiera que estuviese en la planta de arriba llegó a la parte superior de la escalera que conducía al primer piso. En ese momento, Reinmar dedujo que la persona que descendía tenía unos andares más inseguros que cualquiera de los criados. Además, un sirviente que estuviese cumpliendo con un cometido habría llevado una vela, y la persona que bajaba por la escalera lo hacía a oscuras.
Reinmar no sabía qué hacer. Si se quedaba donde estaba, el intruso —si lo era— tendría que pasar ante él para llegar a la escalera que descendía hasta la tienda. Con toda probabilidad, el hombre —si era un hombre— se tropezaría con él. Estuvo tentado de gritar para despertar a los ocupantes de la casa, pero no le gustaba hacerlo sin tener ni idea de lo que sucedía; así pues, aguardó mientras los pasos se le aproximaban.
Aunque no se movió, no podía dejar de respirar, y los pasos se detuvieron de modo repentino cuando el otro se encontraba a menos de dos metros de Reinmar. En el extremo opuesto del corredor, había una tronera, pero la débil luz que entraba era insuficiente para que pudiera distinguir nada, a menos que el otro se situara directamente en línea con ella. La figura, sin embargo, se mantuvo contra la pared, que usaba para guiarse.
Al fin, Reinmar ya no pudo soportar el suspenso.
—¿Quién anda ahí?
Se sintió muy estúpido porque era improbable que fuese a obtener una respuesta pacífica si el otro no tenía derecho de estar allí, aunque habría sido peor saltar sobre él y trabarse en una pelea con Godrich o Gottfried.
La respuesta que de hecho obtuvo fue un urgente ¡chist!, y no servía para dilucidar el acento de la voz. Al cabo de uno o dos segundos, Reinmar sintió que unas manos buscaban su cuello. Al temer que estuviesen a punto de estrangularlo, Reinmar intentó luchar, pero el hombre era mucho más fuerte que él y, en sólo tres segundos, lo tuvo bien sujeto y le tapó la boca con una mano.
—No es necesario despertar a los criados, primo —le siseó una voz al oído—. Cuanta menos gente sepa que estoy aquí, mucho mejor. ¿Dónde está la puerta de tu habitación?
La mano se relajó a fin de permitir que respondiera, aunque permaneció donde estaba para taparle la boca de nuevo en caso de que intentara gritar.
—Sólo tenemos que dar un paso, primo Wirnt —le aseguró Reinmar a su captor, y tendió la mano libre para empujar la puerta hacia adentro.
Una vez en el interior, Wirnt lo soltó. Comparada con la oscuridad del corredor, la luz de la lámpara no parecía tan mortecina, aunque le confería un tinte inquietante al rostro del hombre.
—¿Quién te ha dicho mi nombre? —quiso saber de inmediato.
—El tío abuelo Albrecht —respondió Reinmar—. ¿No te dijo mi abuelo que había ido a ponerlo sobre aviso?
—El tío Luther me dijo mucho menos de lo que yo esperaba —respondió Wirnt con amargura—. Está medio muerto de miedo, tal vez porque Von Spurzheim aún retiene a tu padre. ¿Cómo han logrado darme alcance con tanta rapidez? Esa gabarra debía de ser más lenta de lo que parecía, y Von Spurzheim debe haber alquilado caballos para que él y sus favoritos pudieran adelantarse al grueso de la tropa. ¿Sabes cuántas esclusas hay desde aquí a Holthusen?
Reinmar sabía con total exactitud cuántas esclusas había entre Eilhart y Holthusen, pues el hecho de haber dominado la corriente del río era algo que enorgullecía a la ciudad, pero no se molestó en decirlo.
—Debes marcharte —declaró—. El tío abuelo Albrecht dijo que se alegraría de verte en otras circunstancias, pero que no puede proporcionarte lo que buscas ni darte la información que quieres. Si te marchas a las colinas, te resultará muy fácil perderte. Cuando el cazador de brujas se haya marchado, habrá tiempo más que suficiente para renovar viejas relaciones.
—Renovar viejas relaciones —repitió el hombre moreno con tono de burla—. No he venido hasta aquí para eso, primo…, ni para oír estupideces sobre pasos secretos hacia Bretonia. Debo establecer contacto con los vitivinicultores, tanto por el bien de ellos como por el mío. El pelotón de Vaedecker es la avanzadilla de una compañía mucho mayor, y los espías de Von Spurzheim ya andan sueltos por la región. En Marienburgo se ha cometido traición, y ahora las autoridades de allí saben demasiado…, más que yo, y más de lo que tu abuelo está dispuesto a admitir.
—Aquí no estás a salvo —le dijo Reinmar, testarudo—. Y mientras permanezcas en este lugar, tampoco lo estaremos nosotros. Debes marcharte.
La expresión de Wirnt se contorsionó a causa del miedo y la ansiedad, y por un momento Reinmar pensó que iba a negarse a partir; pero luego se relajó.
—Sí —murmuró—. Debo marcharme. ¿Bajarás conmigo para dejarme salir y barrar la puerta? Subí por el mismo sitio que te vi bajar, pero estuve a punto de quedar atascado en la ventana y no me gustaría intentarlo de nuevo.
—Con placer —le aseguró Reinmar, aunque no era cierto, y cogió la lámpara—. Espero que no te lo tomes a mal si te digo que confío en no volver a verte durante algún tiempo.
El otro hombre profirió una risa seca.
—No, primo —respondió mientras seguía a Reinmar hacia el exterior de la habitación—, no me lo tomaré a mal. Ahora que he visto al tío Luther, sé cómo están las cosas… Pero no creas que este asunto acabará cuando cierres la puerta a mis espaldas. Von Spurzheim no dejará de buscar, y no resultará fácil convencerlo de que ninguno de vosotros puede señalarle la dirección correcta. Os vigilarán, así que será mejor que no des ningún paso en falso.
—¿Cómo podría hacerlo —protestó Reinmar mientras avanzaba hacia la puerta de la tienda— cuando no sé nada?
—Puede ser que eso no te salve —observó Wirnt mientras esperaba a que Reinmar retirase la barra de la puerta—. Cuando comienzan las cacerías de brujas, afloran toda clase de viejos resentimientos. Vuestros vecinos podrían estar denunciándoos a los tres como adictos al vino o hechiceros activos en este preciso momento. Quizá dentro de poco tengas que revisar tu opinión respecto a quiénes son tus amigos… y podrías lamentar la rudeza con que me has tratado.
En ese instante, Reinmar decidió que el primo Wirnt no le gustaba, y lamentó haberle mostrado, por accidente, una vía de entrada en la casa, vía que obviamente podía utilizar a despecho de su generosa cintura.
—Nosotros somos comerciantes honrados —dijo con tono tenso mientras mantenía la puerta abierta para que saliera el visitante indeseado.
—Me aseguraré de recordarlo —prometió Wirnt.
La promesa, no obstante, resultaba una burla, algo inadecuado para un hombre que acababa de poner en peligro a su familia y que se había negado a advertirles del riesgo cuando había tenido la oportunidad de hacerlo porque no pudieron proporcionarle lo que buscaba. Reinmar lo observó hasta que se desvaneció en la noche, y luego se fue con rapidez a la cama.
A pesar de lo cansado que estaba, no podía dormir. Le parecía que en el plazo de unas pocas horas, la totalidad de su mundo se había vuelto del revés. Todo era diferente: su padre, su abuelo, Eilhart y el comercio del vino. Lo que hasta el amanecer se le había antojado muy sencillo —aburrido, asentado y seguro—, entonces, bajo una mirada de soslayo, dejaba ver un aspecto subterráneo, oscuro, tan ominoso como cargado de misterio. ¿Cómo influiría eso en su vida? ¿Y cómo influiría en sus sueños? ¿Había esperanza, además de peligro, en aquel repentino surgimiento del misterio? ¿Habría una oportunidad, además de amenaza?
De algo estaba seguro: tenía que averiguar más cosas, y eso no debía hacerlo con mansedumbre, esperando a que los demás le contaran lo que quisieran cuando les diera la gana. Debía trabajar por su cuenta, con sus propias metas y ambiciones. Ya no era un niño, y debía establecer una relación propia con el enigmático vino de los sueños y los otros caldos afines, aún más oscuros. No daría nada por supuesto ni tomaría la palabra de ningún hombre como algo definitivo. Debía ser independiente…, pero tenía que averiguar más cosas si quería ser el tipo de hombre en que ansiaba convertirse.